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Los Faroles Rojos
Los Faroles Rojos
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1. Marco teórico
La posibilidad de que el cine “revele” algo de los dispositivos sociales es relativa
a los resultados que se obtengan mediante la aplicación de algún método para el análisis
cultural. En esta oportunidad apelaré a recursos hermenéuticos enfocados desde la
perspectiva del poder en relación con el deseo. Pero es obvio que la hermenéutica, en
tanto interpretación sistemática, puede ser utilizada desde múltiples puntos de vistas,
posturas teóricas e, incluso, supuestos ideológicos. En tanto método, se podría decir que
la hermenéutica es neutral. La utilización que se haga de ella la pondrá al servicio de
diferentes intereses. El interés, aquí, es encontrar en una narración fílmica elementos
relacionados con el poder y el deseo. Acontecimientos que irrumpen mucho más allá de
una obra de ficción e inciden en la existencia misma.
2. Poder y dominio
La película china Esposas y concubinas, de Zhang Yimou, puede leerse como una
representación estética de los minuciosos mecanismos del ejercicio del poder. Incluso de
aquel poder que, a primera vista, parece omnímodo, pero que, en realidad, interactúa con
otras fuerzas, dejando así al descubierto los dos polos de los vectores de poder. Una
manera de “graficar” el poder es imaginarlo como una flecha con dos puntas, es decir,
con una punta en cada uno de sus extremos. Pues quien ejerce poder quiere imponer su
voluntad al otro (una de las puntas), pero el otro puede resistir (he aquí a la otra punta).
Cuando el poder se ejerce de esta manera, hablamos de “relaciones de poder”. En cambio,
cuando una de los polos está saturado, por exceso de poder o autoritarismo, hablamos de
“relaciones de dominio”. Toda relación de dominio es una relación de poder, pero no toda
relación de poder es una relación de dominio.
Cada concubina tiene sus propias dependencias edilicias. Una especie de casita
dentro de la casa grande. Departamentos internos independientes compartiendo un patio
común y sin cocina. Una especie de panóptico. Además, cada una tiene su propia
sirvienta, independientemente de las sirvientas generales de la mansión. Las
construcciones arquitectónicas forman parte de los dispositivos de poder y dan cuenta de
ellos.
Las rivalidades que el amo siembra entre ellas no son aleatorias. Están al servicio
del juego del poder. Las peleas divisorias internas engordan al poder hegemónico. La
muchacha resentida es elegida como servidora personal de la flamante cuarta concubina.
Pero todavía hay otra humillación que deberán sufrir las no elegidas. Todas
escucharán cómo preparan a la mujer de esa noche para su cohabitación señorial. Una
servidora de confianza del señor penetra en la casa de la elegida, la hace sentar y le coloca
los pies sobre un almohadón. El señor considera que hay que estimularla sexualmente
haciéndole masajes en los pies. La anciana masajea los pies de la elegida golpeteando con
una especie de martillito con cascabeles. El sonido se escucha en toda la casa. Las
envidiosas tienen que soportar el repiqueteo en los pies de la que mereció el honor. Las
relegadas se envenenan escuchando y tramando estrategias para sacar de carrera a la
elegida de hoy y poder ser ellas las de mañana. Inteligente manera, por parte del señor,
de estimular los celos para ser servido con mayor sumisión.
4. La miseria de los sometidos
Quienes ejercen el poder tratan de que los discriminados se peleen entre ellos. El
prisionero nazi que obtenía alguna posibilidad de mando (kapó) solía ser más implacable,
en los campos de concentración, que lo mismos carceleros de oficio. Como ejemplo,
recordemos a los compañeros del soldado Carrasco, aniquilado por otros conscriptos (no
solamente por oficiales), o las mujeres bíblicas esclavas que, por ciertas vueltas del
destino, devienen maltratadoras de sus antiguas dueñas, o los obreros que promovidos a
jefes humillan a los que ayer no más eran sus camaradas.
Nietzsche dice, en La genealogía de la Moral, que los más sometidos suelen ser
los más despiadados cuando la suerte les otorga poder (esto no significa ignorar la
crueldad de los verdaderos opresores). Si alguien sufre opresiones y tiene, a su vez, a
otros bajo su dominio, frecuentemente, será con esos infelices mucho más cruel que su
amo con él. No es casual que en sistemas muy jerarquizados, como las fuerzas de
seguridad, por ejemplo, al principiante se lo humille exhaustivamente. Es la mejor manera
para que el día de mañana su indignación contenida arrase contra otros.
En la obra aquí analizada esto queda claro en la actitud de la cuarta concubina que,
por su condición de intelectual, parecería menos apta para la sumisión que el resto de las
mujeres. Pero es tan apta como cualquiera para el odio, que deja caer sobre su pequeña
sirvienta. Aunque ésta, obviamente, no se queda atrás. Su ama, desesperada porque a
pesar de su juventud, cultura, belleza y poco tiempo de estadía en la casa, ve pasar muchas
lunas sin que el farol rojo se cuelgue en su portal, intenta un artilugio para conquistar al
señor. Dice estar embarazada.
Ante esta noticia, el hombre la llena de mimos y noche a noche hace que ella sea
la elegida. Pero la sirvientita humillada revela la falsedad de ese embarazo. Como
contrapartida del feroz castigo al que comienza a ser sometida, por su falso embarazo, la
delatada toma venganza revelando que su sirvienta, en la pobreza extrema de su cuartucho
de personal doméstico, esconde viejas linternas rojas remendadas, a las que enciende cada
noche fantaseando que ella es la elegida del señor.
A esta altura de la narración cabe preguntarse por qué el señor conserva a las
concubinas descartables. En este caso, la vieja y la loca (además de ocultar el cadáver de
la cantante). La respuesta deberá buscarse –otra vez- por el lado del ejercicio del poder
en relación con aquellos a los que se gobierna. Si el señor abandonara a su suerte a las
mujeres con las que ya no cohabita, ninguna familia de la comunidad le vendería hijas
para sus futuros placeres.
De pronto la juvenil quinta concubina pregunta por esa mujer que ya no viste ropas
orientales y da vueltas y vueltas con su antiguo traje de universitaria. “Es la cuarta
concubina”, le dicen. No hay más preguntas. La jovencita no sabe, por supuesto, que ella
es sumamente necesaria en aquel dispositivo de poder, como lo es el casamiento del cual
hoy es protagonista. No es conveniente que la única concubina que se mantiene en
competencia (la segunda) acumule poder. No es conveniente que falte una mujer joven
para que irrite los celos de las demás (señoras y sirvientas). Independientemente del placer
que su juventud le dará al señor.
Sigue sonando el latiguillo de los masajes. Los ojos brillan. Las mejillas se
enrojecen. Las bocas se abren como sedientas. El espacio se llena de un aliento contenido
y expectante. La loca gira y gira encerrada para siempre. Perdió el poder, pero alucina sus
señales. Cuando muere el día, poco a poco, se va encendiendo una hilera de linternas
rojas. Poco a poco, lentamente, se va encendiendo el poder, se va encendiendo el deseo,
se va encendiendo indeclinablemente la voluntad de vida.