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ESPOSAS, CONCUBINAS Y PODER. EL CINE


COMO REVELADOR DE DISPOSITIVOS
SOCIALES
Esther Díaz

El que manda tiene que crear para el que acata todo lo


que éste necesita para su conservación, en la medida
en que aquél se halla condicionado por la existencia de
éste.

Friedrich Nietzsche, Fragmentos póstumos

1. Marco teórico
La posibilidad de que el cine “revele” algo de los dispositivos sociales es relativa
a los resultados que se obtengan mediante la aplicación de algún método para el análisis
cultural. En esta oportunidad apelaré a recursos hermenéuticos enfocados desde la
perspectiva del poder en relación con el deseo. Pero es obvio que la hermenéutica, en
tanto interpretación sistemática, puede ser utilizada desde múltiples puntos de vistas,
posturas teóricas e, incluso, supuestos ideológicos. En tanto método, se podría decir que
la hermenéutica es neutral. La utilización que se haga de ella la pondrá al servicio de
diferentes intereses. El interés, aquí, es encontrar en una narración fílmica elementos
relacionados con el poder y el deseo. Acontecimientos que irrumpen mucho más allá de
una obra de ficción e inciden en la existencia misma.

Aunque en la presente reflexión no teorizo sobre hermenéutica. Intento, en


cambio, aplicarla para interpretar una obra de arte, una película. La hermenéutica puede
operar como auxiliar en ciencias no sociales y como método principal en disciplinas
sociales, humanísticas y artísticas. Se trata de un método de validación, es decir de una
puesta a prueba para garantizar el conocimiento. En esta validación los enunciados
hermenéuticos se correlacionan de manera lógica, aunque no formalizada. Son
inferencias que le otorgan sentido a conceptos y/u observaciones que se exponen ante la
comunidad para interactuar y ser aceptadas, criticadas, refutadas o reforzadas, según sea
el caso. En consecuencia, la hermenéutica puede validar hipótesis, de modo semejante a
la pretensión de ciertos métodos de las ciencias duras posmodernas, es decir en relación
a su eficacia.

La hermenéutica funciona también como método de innovación. Así se la utiliza


en el presente análisis, donde se accede a una visión en perspectiva de cierta cultura –en
una época determinada- con sus dispositivos de poder, saber y deseo. (Cabe aclarar que
la presente exposición no cuenta con aparato crítico por ser un ejercicio de aplicación
de la hermenéutica, no una exposición sobre ese método).

2. Poder y dominio
La película china Esposas y concubinas, de Zhang Yimou, puede leerse como una
representación estética de los minuciosos mecanismos del ejercicio del poder. Incluso de
aquel poder que, a primera vista, parece omnímodo, pero que, en realidad, interactúa con
otras fuerzas, dejando así al descubierto los dos polos de los vectores de poder. Una
manera de “graficar” el poder es imaginarlo como una flecha con dos puntas, es decir,
con una punta en cada uno de sus extremos. Pues quien ejerce poder quiere imponer su
voluntad al otro (una de las puntas), pero el otro puede resistir (he aquí a la otra punta).
Cuando el poder se ejerce de esta manera, hablamos de “relaciones de poder”. En cambio,
cuando una de los polos está saturado, por exceso de poder o autoritarismo, hablamos de
“relaciones de dominio”. Toda relación de dominio es una relación de poder, pero no toda
relación de poder es una relación de dominio.

3. La revelación del poder a través del


arte
Una provincia china. Comienzos del siglo XX. Una joven de rara belleza llega,
por un camino montañoso y solitario, a una casa imponente. Es una especie de mansión-
fortaleza. En Occidente le diríamos ‘castillo’. La joven fue comprada para ser la cuarta
esposa del amo de la fortaleza. Debió abandonar la universidad. Al morir su padre, la
madrastra le dijo que ya no podía mantenerla. Le ofreció una disyuntiva: ser la esposa
única de un pobre o ser una esposa más (en realidad una concubina) de un rico. Eligió lo
segundo.

El señor ni siquiera la eligió. Su hombre de confianza se la compró a la madrastra.


Al ingresar a la casa del amo, las esposas-concubinas lo primero que pierden es su nombre
propio. Desde el momento en que penetran al gineceo, se las reconoce por el número de
llegada a la mansión: primera concubina, segunda, tercera, y así sucesivamente. La
universitaria es la cuarta. Cuando haya más, seguirá la secuencia numérica. He aquí la
primera pérdida de poder: estas mujeres son despojadas de su identidad.

Curiosamente tampoco se pronuncia, en la película, el nombre propio del señor.


Pero amo, en esa casa, hay uno solo, en cambio concubinas, varias. El señor, más que una
persona es la representación del poder. Aunque también él –como veremos más adelante-
está expuesto al poder de los demás. En cuanto a las mujeres, es importante que quede
claro que ya no son dueñas de sus vidas. Por consiguiente tampoco son dueñas de sus
nombres. El nombre propio nos identifica, nombrarlas significaría reafirmarlas como
personas. Por el contrario, lo que se reafirma constantemente es su condición de
concubinas (del latín concumbo: acostarse con alguien). Es decir, sometidas a la cama
del dueño.

Cada concubina tiene sus propias dependencias edilicias. Una especie de casita
dentro de la casa grande. Departamentos internos independientes compartiendo un patio
común y sin cocina. Una especie de panóptico. Además, cada una tiene su propia
sirvienta, independientemente de las sirvientas generales de la mansión. Las
construcciones arquitectónicas forman parte de los dispositivos de poder y dan cuenta de
ellos.

Cuando la cuarta concubina llega a la residencia es despreciada por una muchacha


del servicio. El motivo es que esa joven es abusada por el señor (a quien no le alcanza
con las esposas-concubinas, también somete sexualmente a algunas servidoras). La
pequeña sirvienta, en su ingenuidad, había fantaseado que el señor se acostaba con ella
porque la quería, y que ella accedería a ser concubina, pensaba que sería la cuarta, que
ocuparía el lugar que ahora ocupa la ex-universitaria. (Ser concubina es humillante, pero
ser sirvienta es infinitamente peor. Las concubinas no son meras campesinas. Sus familias
son pobres pero “dignas”, con cierta cultura. No son nobles, pero tampoco enteramente
plebeyas. En casa del señor se las viste lujosamente y son atendidas por la servidumbre.
Las siervas, en cambio, son sólo eso, no tienen cultura ni modales, no merecen ocupar
oficialmente la cama del señor).

Las rivalidades que el amo siembra entre ellas no son aleatorias. Están al servicio
del juego del poder. Las peleas divisorias internas engordan al poder hegemónico. La
muchacha resentida es elegida como servidora personal de la flamante cuarta concubina.

La primera concubina tiene aproximadamente la misma edad que el amo, es decir,


es vieja. Nunca más el esposo se acostará en su cama. No obstante, la concubina jubilada
comparte cada día la mesa familiar y circula libremente por la casa. Incluso, en ausencia
del amo puede tomar alguna decisión, aunque únicamente en situaciones límites. De todos
modos, es seguida de cerca (como todas) por el hombre de confianza del señor. La primera
concubina tiene un hijo del amo, cuya edad es similar a la de la concubina más joven.

La segunda concubina es de edad madura. No es mayor como la primera ni joven


como las dos últimas. Pero es vigorosa y astuta. Compite con las jóvenes. Ha tenido la
desdicha de darle descendencia femenina al señor. Esto la descoloca respecto del poder.
Sin embargo, trata de salvar la deficiencia siendo muy sumisa con el hombre y dando
arteras estocadas que suelen descolocar a las mujeres que aún están en carrera.
La tercera concubina era la más apetecible hasta que llegó la ex-universitaria. Es
joven, linda, alegre y canta como los ruiseñores. Había sido cantante lírica. Además, le
dio al señor un hijo varón. Su orgullo era extremo, nunca pensó que el amo traería otra
mujer y, cuando eso ocurre, estalla en celos e histeria. Justamente eso es lo que el poder
necesita para reafirmarse: competencia entre las subordinadas. Mientras compitan y
confabulen entre ellas, no lo harán contra él.

El título original de la película es Linternas rojas. Nosotros diríamos “faroles


rojos”, puesto que ese es el nombre que le damos a las típicas lámparas chinas. Las que
le dan nombre al film son de aproximadamente un metro de diámetro por ochenta
centímetros de alto. Se cuelgan de un trípode de la altura de un hombre. Cada atardecer,
a una hora prefijada suena un gong. Entonces, cada concubina debe salir a la puerta de su
casa interior acompañada por su sirvienta. Todas aguardan en actitud sumisa rodeando un
patio central (centro del panóptico) donde se instala el hombre de confianza del señor
portando un trípode en la mano izquierda y una lámpara roja en la derecha. La concubina
jubilada también debe asistir a la ceremonia. Tiene que renovar y exponer, cada día, la
humillación de no ser elegida.

El portador de la lámpara se acerca a la casa de la mujer que el señor eligió para


esa noche y coloca el trípode delante de su puerta. Cuelga el farol encendido para goce
de la privilegiada de turno y escarnio de las demás. La sirvientita de la elegida, por más
que odie a su señora, goza de la elección como si fuera propia, mira con altivez a las
demás sirvientas. Mezquindad de los sometidos. Lamentablemente ser discriminado no
garantiza lucidez. La concubina seleccionada arroja una mirada altanera a las demás
concubinas, desde su precaria superioridad.

Durante las siguientes veinticuatro horas gozará de ciertos beneficios otorgados


por un poder limitado y transitorio, pero poder al fin. Ella decidirá qué se comerá en la
casa durante su efímero reinado. Es el momento de ajustar cuentas y hacerle comer a las
otras todo aquello que detestan. Los sirvientes obedecerán sus órdenes y esa noche, por
supuesto, recibirá la visita del señor. Ser elegida significa acercarse a las densidades del
ejercicio del poder. La relación sexual es lo de menos. El director de la película deja bien
en claro que ahí lo importante es el dominio sobre las demás, tener que satisfacer el deseo
del hombre es algo secundario. El deseo de ella no cuenta. Por otra parte, su placer es
ejercer poder, no acostarse con un anciano desconocido. Evidentemente

Pero todavía hay otra humillación que deberán sufrir las no elegidas. Todas
escucharán cómo preparan a la mujer de esa noche para su cohabitación señorial. Una
servidora de confianza del señor penetra en la casa de la elegida, la hace sentar y le coloca
los pies sobre un almohadón. El señor considera que hay que estimularla sexualmente
haciéndole masajes en los pies. La anciana masajea los pies de la elegida golpeteando con
una especie de martillito con cascabeles. El sonido se escucha en toda la casa. Las
envidiosas tienen que soportar el repiqueteo en los pies de la que mereció el honor. Las
relegadas se envenenan escuchando y tramando estrategias para sacar de carrera a la
elegida de hoy y poder ser ellas las de mañana. Inteligente manera, por parte del señor,
de estimular los celos para ser servido con mayor sumisión.
4. La miseria de los sometidos
Quienes ejercen el poder tratan de que los discriminados se peleen entre ellos. El
prisionero nazi que obtenía alguna posibilidad de mando (kapó) solía ser más implacable,
en los campos de concentración, que lo mismos carceleros de oficio. Como ejemplo,
recordemos a los compañeros del soldado Carrasco, aniquilado por otros conscriptos (no
solamente por oficiales), o las mujeres bíblicas esclavas que, por ciertas vueltas del
destino, devienen maltratadoras de sus antiguas dueñas, o los obreros que promovidos a
jefes humillan a los que ayer no más eran sus camaradas.

Nietzsche dice, en La genealogía de la Moral, que los más sometidos suelen ser
los más despiadados cuando la suerte les otorga poder (esto no significa ignorar la
crueldad de los verdaderos opresores). Si alguien sufre opresiones y tiene, a su vez, a
otros bajo su dominio, frecuentemente, será con esos infelices mucho más cruel que su
amo con él. No es casual que en sistemas muy jerarquizados, como las fuerzas de
seguridad, por ejemplo, al principiante se lo humille exhaustivamente. Es la mejor manera
para que el día de mañana su indignación contenida arrase contra otros.

En la obra aquí analizada esto queda claro en la actitud de la cuarta concubina que,
por su condición de intelectual, parecería menos apta para la sumisión que el resto de las
mujeres. Pero es tan apta como cualquiera para el odio, que deja caer sobre su pequeña
sirvienta. Aunque ésta, obviamente, no se queda atrás. Su ama, desesperada porque a
pesar de su juventud, cultura, belleza y poco tiempo de estadía en la casa, ve pasar muchas
lunas sin que el farol rojo se cuelgue en su portal, intenta un artilugio para conquistar al
señor. Dice estar embarazada.

Ante esta noticia, el hombre la llena de mimos y noche a noche hace que ella sea
la elegida. Pero la sirvientita humillada revela la falsedad de ese embarazo. Como
contrapartida del feroz castigo al que comienza a ser sometida, por su falso embarazo, la
delatada toma venganza revelando que su sirvienta, en la pobreza extrema de su cuartucho
de personal doméstico, esconde viejas linternas rojas remendadas, a las que enciende cada
noche fantaseando que ella es la elegida del señor.

Ese acto requiere de un castigo mayor. Y como el señor no se encuentra en casa


en esos momentos, la primera concubina debe actuar de juez. Pero es prioridad de la
concubina delatora decidir cuál será el castigo. La cuarta concubina, a pesar de su actual
desventaja, sigue siendo más importante que una sierva, quien deberá permanecer toda la
noche de rodillas bajo una nevada atroz.

Cuando el señor regresa, encuentra a la sirvienta moribunda. Inmediatamente


ordena que la trasladen al hospital alegando que nadie debe decir que el amo maltrata a
la gente de la casa. Es decir que ese señor aparentemente tan poderoso, depende también
del “qué dirán”, se preocupa para que el equilibrio del poder no se altere con una posible
rebelión. Pero la servidora muere, aunque el señor trata de que todos digan que se hizo lo
posible por salvarla.

La cuarta concubina, aislada de los favores del señor a raíz de su mentido


embarazo, y acuciada por la culpa ante la muerte de su servidora. Pide vino de arroz y se
emborracha. Una vez ebria, revela que la cantante lírica (la tercera concubina) tiene
relaciones con el médico de la casa. Los hombres de confianza del señor llevan a la ex-
cantante a un altillo rodeado de misterio en el que desaparecen para siempre las
concubinas infieles.

Regresemos a la cuarta concubina asolada por la culpa del asesinato. La tercera,


la de la voz de alondra, murió porque ella la denunció. Su culpa la hace escuchar los trinos
de la cantante en medio de la noche. La ex-universitaria desolada no solo por las dos
muertes que carga sobre su conciencia, sino también porque la despojaron de todas sus
pertenencias (hasta de una flauta que había sido de su padre), consciente -en su
inconsciencia- de que ha perdido cualquier poder sobre el amo y sobre el resto del mundo,
cae en el precipicio de la locura. Es interesante notar que quitarle las pertenencias a
alguien, forma parte de la tarea de pérdida de la identidad. En estos momentos solo la
madura segunda concubina recibe los favores señoriales. Pues la primera es vieja, la
tercera desapareció por infiel y la cuarta, además de engañar con un falso embarazo,
enloqueció. Es hora ya de renovar el stock.

5. Poder simbólico, condición de


posibilidad del poder concreto
La vieja servidora masajista golpetea los pies de quien desde esta noche será la
quinta concubina: una púber bellísima de ojos achinados y rasgos occidentales. Mientras
la loca deambula entre remendados faroles rojos fantaseando ser elegida. Aunque ya
nunca lo será. Extrañamente, replica la conducta de su esclava muerta en la nieve.
Enciende lámparas viejas y deshilachadas y se imagina que esta noche adquirirá
nuevamente el poder.

A esta altura de la narración cabe preguntarse por qué el señor conserva a las
concubinas descartables. En este caso, la vieja y la loca (además de ocultar el cadáver de
la cantante). La respuesta deberá buscarse –otra vez- por el lado del ejercicio del poder
en relación con aquellos a los que se gobierna. Si el señor abandonara a su suerte a las
mujeres con las que ya no cohabita, ninguna familia de la comunidad le vendería hijas
para sus futuros placeres.

El señor, al garantizar la “seguridad” de las mujeres que penetran en su casa


garantiza también su propia provisión de mujeres y le demuestra al pueblo que es justo.
Tanto lo es que obra prudentemente con la concubina que se acostó con el médico,
haciéndola desaparecer con discreción, sin agravios para nadie. Le ahorra a su ex-familia
el deshonor de recibir “de vuelta” a una deshonesta que, de todos modos, sería apedreada
por la propia comunidad. De más está decir que al médico no le ocurrió nada, porque
desde los valores machistas se impone que la culpa del adulterio es de la mujer.

En un dispositivo de poder cada pieza es intercambiable. Por eso los protagonistas


pierden sus nombres propios, como el enfermo en un hospital, como el preso en una
cárcel, como el interno en cualquier encierro. Cada uno pasa a ser un simple número. Lo
importante, en el ejercicio del poder no son las personas, sino las estrategias. Por eso en
el clímax del relato que nos ocupa el amo no aparece. Él no necesita aparecer, lo que flota
en el ambiente es su poder simbólico (como -en cualquier ámbito- la “persona
importante” que apenas se deja ver, o el millonario que ostenta su riqueza pero no se
muestra, o la superestrella que se oculta detrás de vidrios polarizados).

También el señor de nuestra historia desaparece de la pantalla en los momentos


más densos del relato, y desaparece para siempre en los tramos finales de la obra. Aun
cuando su poder está omnipresente. No obstante, su presencia se impone desde la ausencia
física, por ejemplo, en el musical martilleo infligido en las plantas de los pequeños pies
de la quinta concubina. En los asombrados ojos de niña que no alcanzan para abarcar
tanta belleza como la del palacio, tantas ropas hermosas, tantos muebles exóticos.

De pronto la juvenil quinta concubina pregunta por esa mujer que ya no viste ropas
orientales y da vueltas y vueltas con su antiguo traje de universitaria. “Es la cuarta
concubina”, le dicen. No hay más preguntas. La jovencita no sabe, por supuesto, que ella
es sumamente necesaria en aquel dispositivo de poder, como lo es el casamiento del cual
hoy es protagonista. No es conveniente que la única concubina que se mantiene en
competencia (la segunda) acumule poder. No es conveniente que falte una mujer joven
para que irrite los celos de las demás (señoras y sirvientas). Independientemente del placer
que su juventud le dará al señor.

Sigue sonando el latiguillo de los masajes. Los ojos brillan. Las mejillas se
enrojecen. Las bocas se abren como sedientas. El espacio se llena de un aliento contenido
y expectante. La loca gira y gira encerrada para siempre. Perdió el poder, pero alucina sus
señales. Cuando muere el día, poco a poco, se va encendiendo una hilera de linternas
rojas. Poco a poco, lentamente, se va encendiendo el poder, se va encendiendo el deseo,
se va encendiendo indeclinablemente la voluntad de vida.

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