Está en la página 1de 10

"El Niño y el

Príncipe Bestia"
1°Parte: "El Príncipe Soberbio"

Tenemos el gran defecto de ser prestos para juzgar y muy "poco sabios" para señalar los defectos de los

demás. Es fácil tomar una sola manzana del barril y considerar al resto igual de deliciosas, o podridas sólo por

haber probado una. Pero igual que las manzanas, cada persona debe juzgarse como única, y tratar de ver

"más allá" de la simple apariencia. Bueno, eso sería lo correcto y lo justo; pero muy pocas veces sucede

así.13Muy pocas historias demuestran tan claramente como criticamos y juzgamos a los demás a la ligera,

como esta... Y todo comenzó como suele suceder en la vida: Con un acto injusto motivado por el más vil

rencor. El príncipe Léandre era el orgullo del reino del Este. Próximo a tomar la corona de su anciano padre,

no había ningún joven más valiente, hábil y apuesto que despertara la admiración de todos.8Léandré debía

buscar pronto una joven digna para ser su consorte y así cumplir el último requisito exigido por la corte para

ser coronado. Pero soberbio como un león e hinchado de vanidad; parecía que no había nadie que le

agradase: Ninguna honorable princesa o dulce doncella, por más hermosa o noble que fueran, ninguna

podían satisfacerle. Siempre había una crítica, un defecto, algo que le desagradaba; aun detalles muy

mínimos y tontos eran excusas muy válidas para que el caprichoso príncipe rechazara cualquier

compromiso.32

—Pero... ¡Alteza! La princesa Dorine, la más bella entre muchas, comparada con un hermoso ángel por su

rostro tan fino y delicado. ¿En qué no puede gustarle? —Casi desesperado, su maestro y consejero Cyril le

preguntaba, aunque ya temía su respuesta.4

—¡"Sosa" y "aburrida" diría yo! Cyril... Cada joven es peor que la anterior, ya me tienen harto con sus

candidatas, ninguna me inspira la más leve emoción. ¿Cómo creen que me voy a casar con alguna de ellas?

Mi reino es uno de los más ricos y poderosos, no necesito hacer alianzas ni me debo a nadie que no sea mi

corte. Si desean casarme por conveniencia política al menos no debieron enviarme a una mula para que

pretendiera ser mi reina.5


—¿Una "mula"? ¡Oh! ¡Por Dios! ¿Qué hizo esa joven para merecer tal insulto de su parte?15

—¡Estoy harto, Cyril! No voy a desposar a ninguna joven que no sea digna de mí. No me sentaré al lado de

una reina insulsa, ni tendré hijos con alguien que no despierte en mí la llama del deseo. Merezco a una reina

que represente todo lo que soy y todo lo que alcanzaré, ya que una vez que tome el poder, no habrá otro

gobernante que se me compare.14 Y así el ego del príncipe Léandre crecía, y en vez de ser un joven sabio y

noble, cada día parecía ser más déspota y soberbio. No faltaba en la corte quien alimentara su prepotencia,

sus súbditos aplaudían cada una sus decisiones y trataban de complacerlo en todos sus caprichos, de modo

que estuviese contento y así ganarse su aprecio o alcanzar algún favor. Pero su anciano maestro y consejero

era el único que se preocupaba realmente por él, y como si fuese su "consciencia" siempre estaba allí

intentando hacerle entrar en razón.6

—Cyril, ¿Cuándo piensa Léandre desposar a una joven y ocuparse de sus responsabilidades en el reino? Es

hora que asuma con seriedad sus deberes, ya mis huesos cansados no pueden sostenerme y quiero ver a mi

hijo tomar mi lugar como le corresponde. —exclamó el rey ante su fiel servidor.

—Majestad, si me permitiese opinar, yo no creo que Léandre esté preparado para reinar; si bien ya cumplió la
mayoría de edad para hacerlo, aún es muy inmaduro para tal responsabilidad. Es impulsivo y testarudo, no
oye consejos y de un tiempo para acá su soberbia lo domina; está cegado por la ambición de poder y la
vanagloria.

—Pero tú has sido su maestro y consejero desde que era un niño, ¡debías prepararlo para ser rey! —Le

respondió la reina.

—He hecho todo lo que he podido para encaminarlo, majestad; pero el príncipe prefiere escuchar a sus

jóvenes amigos, que son tan inmaduros e insensatos como él, o a los aduladores hipócritas que lo complacen

en todos sus caprichos y tonterías.

—¡Exageras, Cyril! Léandre es sólo un muchacho y como tal muestra esa fuerza y esa rebeldía propia de su

edad. Veo en él un líder poderoso, es astuto y ambicioso; quiere dejar su propia huella en el reino.8

—También es obstinado, imprudente y su egocentrismo es insoportable. ¡Necesita límites! Debe ser corregido

y debe entender que un regente debe ser compasivo y pensar en el bienestar de su pueblo, no en

engrandecerse a sí mismo.1
El rey y la reina escuchaban con recelo e incredulidad al mentor de su hijo, creían que exageraba demasiado

los defectos de su amado príncipe, asi que terminaron desestimando todas sus advertencias.4

—Si nuestro hijo rechaza a aquellas jóvenes que les han presentado, quizás sea hora que le dejemos tomar

sus propias decisiones. Que hagan entonces un gran evento, o cuántos sean necesarios hacer, e invitad a

todas las doncellas hermosas: Sean princesas, hijas de nobles, aldeanas, ¡no importa de donde vengan! Y

que sea él quien escoja, conforme a los deseos de su corazón, a alguien para amar y honrar como su

esposa.2

—Dudo que su hijo tenga la sabiduría suficiente para escoger a alguien digno para amar y reinar a su lado, ya

que la única persona que el príncipe ama es a si mismo. —respondió Cyril al rey muy apesadumbrado.13

—¡Pues que sea quien deba ser! ¡No importa! ¡Con tal que se case y tome la corona! Luego sentará cabeza y

sé que su reinado será grande y admirado.15

Viendo que sus palabras no eran escuchadas, Cyril se entristeció muchísimo. Entendía que sin importar lo

que hiciese, el joven príncipe enrumbaría su vida por una senda oscura y tortuosa, en la cual muchos

gobernantes terminaban siempre consumidos por su propia ambición de poder.

Entretanto, el joven y obstinado príncipe recibió la noticia de los festejos que se organizarían con el fin de

celebrar su futura coronación, y también para que en ellos escogiera entre las hermosas asistentes una

doncella para que fuese su esposa. Celebró el hecho de que él mismo podía hacer la elección; pero dentro de

si seguía reacio al compromiso y a las responsabilidades que esto implicaba.

En la corte, se designaron funcionarios que se encargaban de que sólo las jóvenes más hermosas y educadas

tuviesen entrada al evento. Aquellas que eran consideradas "feas", "desaliñadas", "viejas" o con muy pocos

modales, se les excluía. Muchísimas jovencitas esperaban ansiosas su turno pegadas a una gran reja de

metal en los alrededores del palacio; pero sólo eran aquellas que no tenían casta: las doncellas humildes y las

aldeanas; ya que las hijas de muchos nobles pasaban al evento sin mayor problema, así no cumpliesen los

exigentes requisitos.3

Por muchas noches se repitió el evento, pero el príncipe sólo se dedicaba a beber, a celebrar y llevarse a la

cama a las más desesperadas candidatas que esperaban ganarse asi su afecto. Y cada noche terminaba
igual, ya que ninguna era lo suficientemente buena para ser escogida. De modo que todo el asunto al final era

una gran pérdida de tiempo.9

—Su alteza el príncipe Léandre, es apuesto y muy deseado, pero parece que ninguna joven es lo

suficientemente hermosa como para atraer su atención. —comento uno de los funcionarios de la corte.

—¿Qué haremos entonces? Tan importante como que el príncipe asuma el reino de su padre, es el que

pueda asegurar su estirpe. Debe escoger una doncella pronto con quien pueda tener a un heredero. —

respondió su tío, el hermano del rey.1

—Ciryl, tú más que nadie debes hablar con el príncipe y hacerle entender que debe escoger hoy una esposa o

puede perder el derecho de exigir la corona, pasando está a manos de su primo. —confirmó a la corte uno de

los altos consejeros.7

El mentor, preocupado por el bienestar del príncipe, se apresuró a abandonar la reunión y tratar de convencer

al joven de que debía tomar la importante decisión esa misma noche. Le halló bebiendo y riendo con sus

amigos, preparándose para otra noche de fiesta; pero este al ver la seriedad de Cyril, se resignó a escuchar lo

que suponía seria otro regaño.

—¡Su alteza! ¿Bebiendo y celebrando antes de tiempo? ¿No le bastan las muchas noches de festejos inútiles

que hemos estado sufriendo por su causa?

—¿Sufriendo"? ¡Cyril! ¡No he conocido viejo más triste y amargado que tú! Mañana podrías tener un pie en la

sepultura, ¿así que por qué en vez de molestarte, no disfrutas de la buena bebida y de las bellas jóvenes?2

Pero el anciano al ver su actitud tan despreocupada e irrespetuosa, se indignó muchísimo con el malcriado

príncipe. Le encaró delante de todos los presentes, entre los cuales estaban sus más cercanos amigos que le

animaban en su rebeldía.

—Pasé años de mi vida formándolo y tratando de hacer de usted un hombre noble, bueno y compasivo, un

monarca realmente digno que trajera a este reino la justicia y la paz que por tanto tiempo hemos carecido;

pero por el contrario me temo que el remedio sería peor que la enfermedad.
—¿Qué insinúas, anciano? ¿Acaso te atreves a insultar al heredero del trono delante de todos? Recuerda que

no eres más que yo, y menos que ninguno de mis sirvientes.

—¿Me llamas "sirviente", Léandre? ¿A mí, que me he preocupado por ti, te he educado desde que eras un

niño y te he querido como a un hijo? Lo único que he buscado para ti es tu bien, ¡que seas el rey justo y

bueno que todos necesitamos!

—¡Deja de hablarme de esa forma, Cyril! Te crees con atribuciones de insultarme y venir a decirme lo que

debo hacer; pero te equivocas, es hora que conozcas cuál es tu puesto y comiences a darme la honra que me

has negado. Siempre estás en mi contra, y cuestionas cada una de mis decisiones...

—¡Porque soy tu maestro y tu consejero! ¡Alguien tiene que decirte la verdad! Toda esta gente sólo te adula y

te dice lo que quieres oír, ¡No les importas! ¡Ellos no te estiman realmente! Sólo buscan la forma de obtener

algo de ti y tú eres un tonto al rechazar el consejo sabio y las correcciones. Sé que odias que te contradiga o

te muestre tus errores, pero así me odies por eso, lo haré; porque soy la única persona aquí que sinceramente

se preocupa por ti.7

—¡Cállate! ¡Cómo te atreves a hablarme de esa forma! ¡Tú no eres mi padre! ¡No eres nadie! Ya estoy harto

de ti y de tus constantes regaños y tonterías; no serás más mi consejero y te prohíbo volver a presentarte ante

mí. ¡Sal de mi vista y agradece que no te encarcele por tu irreverencia!

El anciano no pudo hacer más, al ver que los guardias se acercaron para sacarlo del recinto, suspiro con

tristeza y salió por su cuenta del lugar. Léandre ya no escucharía más al viejo amargado que siempre le

fastidiaba con regaños; ahora era libre de hacer lo que quisiera sin tener a nadie que lo cuestionara.

Pero lo que no sabía el joven y prepotente príncipe es que su mala actitud y necedad le traerían muy graves

consecuencias. Tal como Cyril temía, Léandre caería en desgracia por su orgullo y por desestimar la

importancia de su responsabilidad como monarca. Y todo comenzó ese mismo día, apenas el sol se ocultó en

el reino: Una hermosa joven se adentraba sola al oscuro y tenebroso bosque de la niebla. Esto era algo muy

temerario para una simple doncella, ya que los peligros y los rumores de bestias y criaturas monstruosas era

una de las razones por las cuales ni los hombres más valientes se atrevían a adentrarse en su espesura. Pero

el deseo en la joven era mucho más fuerte que sus temores, y paso a paso, iluminando el camino con una
vieja linterna de aceite, ella avanzaba a través de la oscuridad. El camino era difícil de seguir, el frío del

bosque y el terror de las sombras que parecían moverse a su alrededor, entumecía su cuerpo; pero aun así

mantenía su lámpara en alto y no soltaba aquel pequeño saco de lino en su mano izquierda que comenzó a

gotear sangre después de un rato.

Como le habían descrito, debía encaminarse siempre en línea recta y adentrarse en la niebla misma y luego

de andar varias horas tendría que escuchar el canto de los ranas y el vuelo de los insectos, el frío sería mucho

más intenso en ese lugar del bosque y cuando sus pies se hundieran en el fango lodoso y el olor putrefacto le

ahogara, es que habría llegado a su destino. Entonces, la doncella alcanzó el lugar en el que sus pies se

hundieron, y de hecho casi su cuerpo entero también dentro de ese maloliente pantano. 1

Pero en vez de desanimarse, la joven se emocionó más al sentir que estaba cerca de lo que buscaba, asi que

siguió avanzando. Tuvo que soltar su lámpara, la cual dejó encendida en una orilla del pantano, ya que era

imposible atravesarlo sin algo que le indicase a donde debía pisar. La joven entonces tomó una rama cercana

que era lo suficientemente larga para apoyarse y tantear el fondo lodoso, y asi la usó para evitar caer en los

pozos de fango que habían tragado ya a muchos que intentaron cruzar a través de el.

Casi a ciegas en esa oscuridad, la joven atravesó el peligroso pantano. Miraba a su alrededor buscando

algún indicio que le indicara hacía qué dirección debía ir, y ya cuando comenzaba a angustiarse, divisó a lo

lejos unas pequeñas luces titilantes. Entonces avanzó hacía ellas hasta que al fin pudo ver la choza de donde

provenían. Ignoró la cerca de huesos y cráneos, una horrenda visión para aquellos que intentarán entrar, y se

detuvo ante la vieja puerta mohosa. Con mucho temor tocó tres veces, la joven temblaba de frío y de miedo;

pero eso no se comparaba a lo que sentiría una vez que la puerta se abriera y viera el grotesco escenario en

su interior y a la vil criatura que allí habitaba.

—¡Qué exquisito aroma! Hace tanto tiempo que no llegaba a mi nariz el olor de una joven doncella...—

exclamó la bruja al abrirle a la joven. —¡Pasa, hija mía! Si te has atrevido a llegar tan lejos, es hora que

alcances lo que has venido a buscar.3

La doncella entró a la choza. Una vez dentro tuvo que cubrirse la boca y evitar mirar a su alrededor, ya que

aparte de la inmundicia y el mal olor, había sangre, tripas y un cuerpo despellejado y desmembrado que no
podía distinguir si era animal o humano. Además habían muchos frascos de extraño contenido y de diferentes

tamaños y formas a su alrededor. Las brujas tenían el conocimiento antiguo en el arte de la hechicería y los

oscuros brebajes. Usaban diferentes plantas, animales e inclusive partes humanas como ingredientes; y de

acuerdo al efecto que se buscara el contenido de una pócima, podía ser muy escaso y difícil de obtener. Así

que cuando la joven extendió aquel saquillo de lino ensangrentado a la decrépita bruja, esta lo tomó ansiosa,

ya que por el olor sabía que contenía.9

—Tome, es un corazón humano. Sé que preparan pociones con él muy poderosas. —Dijo la joven intentando

ganarse el favor de la vil criatura.

—¡Así es, mi niña! Me has traído una ofrenda muy valiosa, así que supongo que lo que quieres es igual de

estimable.

—Dicen que ustedes las brujas preparan poderosas pociones, yo quiero una con la que pueda ganarme el

corazón de un hombre; que tan sólo al verme quede perdidamente enamorado de mí.

—¿Una "Poción de amor"? ¡Oh! ¡Qué cosa más tierna! ¿Y quién es ese hombre por el cual te has atrevido a

arriesgar tu vida viniendo acá? No creo que sea un mozo cualquiera, debe ser alguien muy especial...

Ciertamente la bruja se sintió muy curiosa por el deseo de la joven, ya que no sólo era una petición peculiar,

sino que ella estaba dispuesta a pagar un muy alto precio por intentar obtenerla.

—El hombre al que quiero conquistar es un príncipe, el más apuesto y poderoso de todos los príncipes de los

siete reinos: Su alteza Léandre, hijo del rey Bastien, soberano de todas estas tierras .3

—¿Un príncipe? —La bruja sonrió al oír aquello. — Eres una jovencita muy ambiciosa, ya que has puesto tu

mira en un próximo rey.

—Sí, lo sé. Por él estoy dispuesta hacer lo que sea con tal de ser su futura reina. Pero el príncipe Léandre es

muy exigente, ha rechazado a muchas mujeres hermosas, incluso a princesas. Por eso necesito un hechizo

muy poderoso, uno que no pueda resistir. ¿Puedes hacerlo para mi con este corazón?1

La joven desesperada se asió a la bruja, esta le miraba de forma burlona.


—Quizás...—Le respondió— ¿Dices que este príncipe muy apuesto?

—Sí, también es fuerte, valiente y hasta se dice que él pretende expandir las fronteras de su reino y alcanzar

riquezas y glorias como ningún otro antes lo habría intentado.

La doncella describía a su amado príncipe con pasión y sobrada emoción. Le habló a la bruja de sus virtudes,

de sus ambiciosos planes y de toda la extensión de su reino y sus riquezas. Pero haciendo esto había

cometido un gravísimo error y era el haber confiado en una criatura tan siniestra y sin escrúpulos como esa.

Las brujas odiaban a los hombres y despreciaban cualquier sentimiento noble, como el amor. Era imposible

que tal demonio tuviese el poder para manipular algo tan puro y sublime; pero en cambio había un sentimiento

que si conocían muy bien y era el rencor. Así que con su maligna sonrisa, la bruja le dijo el precio que tal

poción tomaría.

—Me has traído un corazón humano, y por lo fresco que está supongo que pertenecía a alguien muy cercano

a ti y que tú misma asesinaste. ¿No es así?4

—Es de mi hermana menor, su sacrificio me hará reina; así que no murió en vano.57

—El dilema, mi niña, es que el hombre al que aspiras no es como el resto. ¡Tú misma lo has dicho! ¡Es un

príncipe! Así que este corazón me es insuficiente.

—¿Pero de qué hablas? ¡Maté a mi hermana y arriesgué mi vida viniendo hasta acá! ¡Tienes que ayudarme!6

—Puedo hacerlo, pero necesito otro corazón... !Y debe ser tan fresco como este! Podrido no me servirá.

—¿Y dónde puedo conseguir otro corazón ahora?

—¡Pensé que nunca lo preguntarías!

Y diciendo esto, la maligna criatura atravesó el pecho de la doncella con sus garras, arrancando con fuerza su

corazón. La joven vio con horror a su propio corazón aun latiendo frente a sí. Cayó de rodillas frente a la bruja

y esta le sujetó por la barbilla para verla morir.10


—¡Gracias por venir hasta acá y ofrecerme estos dos corazones! Ahora yo iré en tu lugar, me robaré tu suave

piel y tu hermoso cabello rubio; y con la pócima que prepararé destruiré al poderoso príncipe y vengaré así la

muerte de mis hermanas.+

La bruja no quería conquistar el corazón del príncipe, quería vengarse, ya que veía en él un reflejo de aquel

que asesinó a sus hermanas. Así que robó la bella apariencia de la doncella y con los corazones frescos

preparó, no una pócima de amor, sino una poderosa y maligna maldición que usaría esa misma noche contra

el soberbio Léandre.

También podría gustarte