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GUADALUPE VARGAS MONTERO
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Impreso en México
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LOS SANTOS Y EL AGUA. RELIGIOSIDAD
POPULAR Y METEOROLOGÍA INDÍGENA
INTRODUCCIÓN
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1 Historia parecida es la que señala Miguel Morayta (1997) con base en la obra de
Gruzinski, sobre un franciscano, Antonio Pérez, quien en el siglo xvi también tenía
atributos para parar las tormentas. El caso de Antonio Pérez forma parte de una
serie de ejemplos en donde los franciscanos establecidos en Morelos tenían activida-
des relacionadas con el temporal y la manipulación de la lluvia.
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Broda 1991), que se sostiene por una percepción razonada, la cual per-
mite sistematizar lo aprehendido y generar información históricamente
acumulada. Estamos hablando de un proceso de conocimiento orien-
tado hacia la tradición meteorológica, que respalda sus principios en
una noción empírica.
Realizar ambas tareas –pronosticar y controlar– ha sido una preo-
cupación constante de los pueblos indígenas que se remonta a una época
milenaria. La ejecución directa del control –la manipulación y la propi-
ciación de tales elementos climáticos– ha sido realizada por los especia-
listas rituales, personas dedicadas a dirigir las ceremonias, colocar diver-
sas ofrendas a lo largo del ciclo agrícola, establecer contacto con las
divinidades para pedir “buenas aguas” y proteger a las comunidades de
los malos temporales (cfr. Juárez Becerril 2010, s.f.a).
De esta forma, los especialistas recurren a los santos para que les
ayuden a realizar su trabajo de orden meteorológico. Dichas entidades
divinas son vistas bajo un contexto que se maniiesta en torno a las
fuerzas de la naturaleza; es decir, las ubicaremos en un nivel en donde
las propias comunidades les otorgan advocaciones vinculadas con el
clima a partir del ciclo agrícola y de la relación íntima que han desarro-
llado con el paisaje.
Los santos del agua son aquellas entidades sagradas que mediante su
intervención regulan el temporal. Se pueden clasiicar en: a) santos pro-
piciadores, considerados como intermediarios2 o reguladores directos
para pedir la lluvia, y b) santos controladores, quienes regulan los infor-
tunios en torno al clima –exceso de lluvia, nubes negras, granizo, vien-
tos torrenciales e incluso sequía.
2 Es decir que mediante su intercesión frente a entidades sagradas con más alta jerar-
quía, los hombres podrán conseguir un beneicio. Para los ines de esta ponencia, los
santos son los propiciadores y reguladores directos del elemento meteorológico.
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SANTOS PROPICIADORES
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SANTOS CONTROLADORES
Son los que alejan el granizo, los malos vientos y controlan el exceso de
lluvia:
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3 Los muertos en algunas comunidades tienen una activa participación dentro del
ciclo agrícola, cumpliendo funciones especíicas (cfr. Good 2004).
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Dulce Santa Barbarita, quemo esta palma bendita, para que tú nos prote-
jas, San Cristóbal, San Isidro, el niño Dios y la Virgen, el Dios de las tem-
pestades, porque se acaben mis males, no se queden mis cosechas, me
salga todo a derechas, y por ser siempre bendecido, este mi hogar tan que-
rido, a salvo de tempestades… No se inunden los poteros, no se borren los
caminos, centella que culebreas, no me veas rayo que mata derecho… Del
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fuego del cielo, líbranos Señor, de tu ira que truena, líbranos Señor, de la
luz que deslumbra, líbranos Señor, del agua, del fuego del rayo y de cente-
lla líbranos doncella (ibid., 46).
Todo ellos son los protectores ante las amenazas del mal, en este caso
ayudan a enfrentarse contra los malos temporales, como por ejemplo
una tormenta de granizo, culebras de agua, mover las nubes hacia
donde no causen perjuicio. La mayoría de ellos conceden el “valor”, es
decir, otorgan cierta seguridad para trabajar en el temporal.
Cabe señalar que el santuario de El Señor de Chalma es el lugar en
donde asisten varios especialistas –entre ellos los ahuizotes del Valle de
Toluca– a “pedir” y “entregar” el arma con la cual combaten las amena-
zas meteorológicas. Asimismo, llama la atención que antes, según testi-
monios recopilados por Soledad González (1997), cuando un especia-
lista moría lo vestían como el Señor de Chalma y le ponían la cruz de
cartón, como si estuviera cruciicado. O como San Miguel, y le ponían
una espada del mismo material.
Ahora bien, hay que señalar que la mayoría de estos santos y vírge-
nes, junto con otras imágenes como el Santo Niño de Atocha, la Virgen
de Guadalupe, el Arcángel Gabriel, la Virgen de San Juan de los Lagos,
el Niño Jesús, la Santa Cruz, entre otros, forman parte de los altares
domésticos de los tiemperos.4 Asimismo existen algunos santos que
están plasmados en los nombres de las grandes montañas, tales son los
casos especíicos de “Gregorio, Popocatépetl”, “Rosita, Iztaccíhuatl”;
mientras que La Malinche recibirá los nombres de Dolores (Glockner
1995), Asunción (Rivas 2010), o La Bernardita (Robichaux 1997, 2008).
La asociación de las montañas con los santos es signiicativa, ya que son
considerados como los “dueños” y, al mismo tiempo, la igura antropo-
morfa de dichas montañas.
4 En algunos altares, incluso se ha encontrado a la Santa Muerte, pero bajo una con-
cepción diferente a lo que se piensa en las poblaciones urbanas.
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Los santos venerados por los pueblos indios se imaginan vinculados a las
entidades sagradas autóctonas, rectoras del orden cósmico y terrenal: en
tal dimensión, son parte sustantiva de las cosmovisiones. De tal manera
como se ha visto, el Sol, la Luna, el cielo, el rayo, el aire, el maíz, la lluvia,
la tierra, los cerros se reieren directamente asociados al culto a los san-
tos, y se incorporan a las hagiografías locales. Con su arcaica conigura-
ción numinosa deinen los periles singulares de estas devociones popu-
lares, cohesionadas y dinamizadas al margen del canon eclesiástico; y es
precisamente al antiguo sustrato cultural mesoamericano a donde deben
acudirse para explicar, de manera complementaria, esa riquísima veta
del imaginario colectivo en la que lo héroes culturales, ancestro y deida-
des locales se asocian (o confunden) de manera selectiva, con los santos,
en la ininita dimensión del tiempo mítico (Báez-Jorge 1998, 155).
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En las labores del campo los santos interactúan a la par con las
entidades sagradas de la naturaleza,5 ya que bajo una forma sincrética
los santos han sustituido en gran parte a las antiguas deidades de las
comunidades mesoamericanas, presentándose hoy en día bajo concep-
ciones católicas. Luis Millones (2005) nos remite al ejemplo de que en
Perú, nada distante de lo que pudo pasar en Mesoamérica, los poblado-
res indígenas dedicados a la agricultura enfocaron sus necesidades o sus
desgracias como un favor o un rechazo en contra del santo en cuestión:
“Las buenas cosechas se atribuirían al favor de santo, y las heladas o
lluvias torrenciales serán interpretadas como castigos o avisos de una
desgracia mayor, también enviados por el mismo patrono”. Estas situa-
ciones reorientaban los intereses propios de la comunidad, ya que trata-
ban de apoyarse en el santo más adecuado que pudiera reemplazar a su
antigua deidad. La necesidad cotidiana del preciado líquido incidió
para que las sociedades campesinas construyan sus divinidades y rela-
tos que, con el tejido de imaginario simbólico, explican la razón de ser y
el sentido de lo sagrado. Estas coniguraciones en torno a lo sagrado se
encuentran insertas en las diversas modalidades y grados que la moder-
nidad asume en las comunidades indígenas (Báez-Jorge 2011, 62).
De esta manera, podemos concebir a los santos como entidades
divinas populares, partiendo de la acertada propuesta de Ramiro Gómez
Arzapalo (2012), en donde se deja de lado una noción de divinidad bajo
preceptos cristianos. En la divinidad que concebimos o, más bien, que
reproducen las comunidades, se encierra una concepción de reciproci-
dad semejante a la que existe entre las relaciones sociales al interior del
pueblo. En este sentido, las entidades sagradas se mantienen vinculadas
5 Según los datos etnográicos consultados en relación con la región del Altiplano
Central mexicano, las entidades sagradas de la naturaleza están conformadas prin-
cipalmente por: los dueños, los señores, los ahuaques, las potencias, las divinidades,
los encantos, los muertos y los niñitos (cfr. Juárez 2013). Se trata de los “variados y
fascinantes disfraces de las divinidades” (Báez-Jorge 1994), característica propia de
los fenómenos sincréticos. Ellos interactúan en el entorno natural y están estrecha-
mente vinculados con el actuar de los especialistas meteorológicos.
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REFLEXIONES FINALES
Hemos abordado tan sólo uno de los núcleos devocionales que las comu-
nidades indígenas reieren en sus vidas cotidianas, en razón particular
de la generación de la lluvia. El vínculo con los santos permite, entre
otras cosas, el beneicio y la estabilidad de las comunidades por medio
de la siembra y la cosecha. Es por ello que diversos especialistas rituales
tendrán la recurrencia hacia ciertas divinidades. Félix Báez en su obra
¿Quiénes son aquí los dioses verdaderos? (2013) aporta ejemplos novedo-
sos sobre éstas y otras necesidades existenciales de los poblados.
En este trabajo hemos articulado el término de la religiosidad
popular con el de meteorología indígena a partir de los santos. Éstos
forman parte de las claves estructurales, las cuales se conforman de ejes
temáticos que permiten analizar a detalle la etnometeorología desde
una visión global. De esta forma también deben ser considerados otros
aspectos tales como el uso de la naturaleza, la relación con el paisaje, el
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BIBLIOGRAFÍA
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ÍNDICE
Prólogo
Guadalupe Vargas Montero 7
Vida y obra: historias de un pensamiento
Ix-Chel Báez Barrera 11
El indigenismo en su contexto
Laura Collin Harguindeguy 79
De la teoría a la práctica en el indigenismo en la obra
de Félix Báez
Salomón Nahmad Sitton 101
Hermenéutica e imaginario cultural. Nociones epistemológicas
para la antropología en la obra de Félix Báez-Jorge
Félix Darío Báez Galván 117
Tercera parte. Los zoque-popolucas y los zoques de Chiapas