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El "diálogo de sordos" entre los distintos actores de la comunidad

educativa, y entre Estado y docentes en particular, no se resuelve con


mejores estrategias unilaterales de información, comunicación o
capacitación, ni con técnicas de negociación de conflictos. Implica un
mutuo reconocimiento del Otro, de uno mismo como Otro y de los
múltiples Otros que actúan dentro del campo educativo; implica ejercer la
capacidad para escuchar y aprender, la tolerancia, el pluralismo y la actitud
democrática como cualidades a ser desarrolladas no únicamente en el
currículo escolar sino, en primer lugar, en la formulación y discusión de la
política educativa. A lo largo de varias décadas de reformas educativas,
quizás sea la relación Estado-reformadores y docentes-organizaciones
docentes el campo que ha permanecido más atado a viejos esquemas, más
al margen de la voluntad y el espíritu de cambio, siendo éste, al mismo
tiempo, ámbito crítico de intervención y condición de viabilidad del propio
cambio.

Se habla mucho del cambio educativo, pero aún sabemos poco acerca de
cómo opera y en qué condiciones se da dicho cambio. Tanto en los
procesos de reforma del sistema como en los de innovación institucional ha
habido poca reflexión, sistematización, teorización y evaluación. Los
empeños se han dirigido más a difundir y modernizar la experiencia que a
comprenderla en su complejidad e integralidad: procesos, actores,
relaciones, dinámicas, resistencias, dilemas, contradicciones, conflictos,
lecciones aprendidas. Informes y estudios son por lo general recuentos
descriptivos de logros, en los que destacan los indicadores macro y los
aspectos cuantitativos, con escasa atención a los aspectos cualitativos y los
indicadores micro. No obstante, el conocimiento disponible y la propia
experiencia acumulada sugieren que el cambio educativo es mucho más
complejo y más difícil de lograr que lo imaginado hasta hoy.

Una cosa es proponerse cambiar la educación, y otra cosa es lograrlo. En


los países industrializados y en los menos desarrollados, tanto la vía de la
reforma (el cambio pensado y diseñado "arriba", para derramarse hacia
"abajo", ser "apropiado" y "ejecutado" por los educadores, "aterrizar" en la
escuela y modificar la cultura escolar y las prácticas pedagógicas) como la
vía de la innovación (el cambio realizado "abajo", a partir de la "práctica" y
los actores de base, eventualmente institucionalizado y generalizado en el
marco de la reforma), han mostrado ser ineficaces para cambiar la
educación.

Sabemos ya que pensar y conducir una estrategia de cambio educativo


requiere no únicamente información y saber experto sino criterio y sentido
común, y no sólo re-pensar el modelo educativo tradicional sino el modelo
tradicional de política educativa para el cambio educativo. Esto implica
aceptar la necesidad del aprendizaje y el cambio de mentalidad no
únicamente entre los docentes -que es para quienes se reconocen
usualmente estas necesidades- sino entre los propios reformadores.

Después de haber analizado reforma y docente.

Podemos pensar o decir que el cambio educativo se ha hablado bastante,


pero no sabemos cuál es la función y en qué condiciones se da dicho
cambio, en los procesos de reforma del sistema educativo, como en los de
innovación, pero hemos visto poco cambio y reflexión.

Para ver el cambio debemos llevar a cabo con las necesidades que tiene
cada docente y por ende puedo decir que el ministerio de educación debe
cumplir con los proyectos que sean puestos en acuerdo para que se pueda
ver un cambio educativo, tanto desde arriba como desde abajo.

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