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" JULIO VERNE VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA ‘ondensado por ona a Robles de Larena: ‘ZIG-ZAG Portada de Andrés Suién, “o 1987 impresa Baia Zig-203 S.A. Inscrieon N° 67365. Sage ae Ci Derechos exclusivos reservados para todos los aes, ‘Editado por EMPRESA EDITORA ZIG-ZAG S.A. Holanda 1585, Casilla 84-D. Teléfono 2234675". Télex 340455 ZIGZAG CK. Fax 2238766. Santiago de Chile, .N.: 956-12-0540-7 S* edicién: diciembre de 1989, Impreso por Lord Cochrane. Antonio Escobar ‘Williams 590. Santiago de Chil. = Prélogo AMBITO HISTORICO DE JULIO VERNE (1828-1905) Las obras de Julio Verne no se explican sin el ambito hist6rico en que se desarrollaron. Son los afios en que, dicho breve- mente, “se inventa inventar”. Hechizada por la utilizacién del ‘método cientifico para observarlo todo, la humanidad se dedi- ca a aplicar los descubrimientos a los més variados campos. Nace la tecnologia y El barco a vapor rril, €l telégrafo, el cemento armado, la son, entre muchos, que producen re- volucionarios cambios en la sociedad del siglo XIX. Al mismo tiempo, las grandes potencias ~entre las que entonces se encontraba Francia promueven miltiples ex- ploraciones gedgréficas para colonizar nuevos t Verne recogeré todo esto en sus.obras. Las invenciones y los descubrimientos serén los pilares sobre los que construi- A sus novelas. VIDA Y OBRAS DE JULIO VERNE Julio Verne nacié en 1828, en Nantes, un importante puerto situado en la desembocadura atlantica del rio Loira, al este de Francia. La viva actividad del puerto hace sofiar a Verne con ser marinero y protagonizar aventuras a través del mundo, A los once afios huye de casa para enrolarse como gru- Sry mete. Pero su padre, que quiere que sea abogado como él, le encierra y castiga duramente. EI nifio que suefia con ser grumete, también suefia con una prima, de la que continuard enamorado hasta la adoles- cencia. Pero la realidad también destruye violentamente este suefio: su prima se casa con un hombre de gran fortuna. Tal vez la sublimaci6n de ambos suefios frustrados le em- * pujan hacia la creaci6n literaria. En adela ard con la imaginacién, y muchas de las situaciones dificiles en que se encuentren sus personajes, se resolverén con dinero, que puede comprarlo todo, incluso lo que uno ama. En 1847, Verne escribe su primera obra: Alejandro VI (Alexandre V1). Es una tragedia en verso que no se representa. A los veinte aiios de edad se traslada a Paris para estu- diar derecho. Paris es ya la capital del mundo y el muchacho sxiste el ambiente propicio para hacer lo que interesa: escribir. Es, ademés, el afio de la revo- sta (1848), que dos afios después dard paso a la Repablica, y més tarde (en 1852) a la restauraci6n del Impe- tio de Napoleén II. Ayudado por Alejandro Dumas padre, Verne logra que en 1850 le estrenen una de sus obras de teatro: Las pajas ro- tas (Les pailles rompues). Y cuando dos afios més tarde ter- mina sus estudios de derecho, decide entregarse integramen- te ala literatura Durante los diez afios que siguen, Verne se dedica apasio- nadamente a estudiar para llegar a ser un novelista cientifico, Entretanto, en 1857'se ha casado con una viuda que tiene dos hijas. Pero a ninguna de las tres les presta mayor atenci6n. En 1862, un conocido de los circulos cientificos que Ver- ne frecuenta, intenta cruzar en globo el canal de la Mancha. La hazafia hace de detonante en Verne, quien empieza a es- cribir Cinco semanas en globo (Cing'semaines en ballon). La novela se publica en 1863 y tiene uni éxito enorme. 6 Verne ya no dejara mas de escribir, de estudiar, de viajar. Publicard més de setenta novelas y cuatro ensayos, y escribi- r4 veintitrés obras de teatro y varios libretos para éperas y operetas. > a De sus novelas, ias més conocidas y que contintian publi- céndose continuamente son Viaje al centro de la Tierra (Vo- yage au centre de la Terre, 1864), Veinte mil leguas de viaje submarino (Vingt mille lieues sous la mer, 1869), La vuelta al mundo en ochenta dias (Le tour du monde en quatre-vingt jours, 1873), Miguel Strogoff (Michel Strogoff, 1876) y Un capitén de quince ahos (Un capitaine de quinze ans, 1878). La vida privada de Verne no tuvo ni remotamente el éxi- to de sus obras. Jamas se avino con su esposa, que le dio un solo hijo. Y éste fue tanto o més rebelde que su padre, por Jo que chocé seriamente con la disciplina que el escritor in- tent6 imponerle.' En 1886, un sobrino, en un rapto de demencia, le dispa- 16 dos tiros de revélver en una pierna, dejéndole invélido. Mas tarde, la diabetes empez6 a carcomer su organismo. La muerte le sobrevino en Amiens, en 1905, cuando terminaba su novela La invasin del mar (L’invasion de la mer). VIAJE AL CENTRO DE kATIERRA Clasificacién literaria y estilo: ih Cuando Verne comenz6 a escribir, entRaris.sus:primenas obras, el romanticismo literario se: batfa en retirada en Fran- cia, cediendo el paso al realismo. A Vietor Hugo; Lamartine y-Alejandro Dumas le sucedfan Balzac, Stendhal y Flaubert, entre otros. . La nueva tendencia exigia que la novela registrara obje- tivamente la realidad, tal como lo hace una maquina fotogré- fica. : 7 Aunque Verne se habia propuesto incluir en su serie no- velistica ~que él mismo llamé “Viajes extraordinarios”— los descubrimientos cientificos y geogréticos, y los logros tecno- logicos que continuamente asombraban a sus contemporé- neos, Viaje al centro de la tierra es la menos cientifica de sus novelas. iin mantiene en ella la ebullicién imaginativa y la carga emocional que caracterizan al romanticismo. Su desen- lace no puede ser més inverosimil. En éste, los protagonistas son lanzados al exterior, desde las entrafias de la tierra, por una de las chimeneas del volcdn Stromboli, en Sicilia, en una balsa de madera. Otra huella del romanticismo que en ella se advierte, es el uso de un narrador en primera persona, En este caso es Axel, el sobrino del profesor Lidenbrock. Con este recurso, Verne logra que entre el narrador y el lector se cree una gran cercanfa afectiva. Lo que le permite utilizar también puntos de vista subjetivos y hacer que resulte natural el que todos los acontecimientos relatados sean vistos a través de un joven que esta formandose e iniciéndose en la ciericia y en el amor. Todo esto ha Hlevado a algunos estudiosos. de Verne a clasificar Viaje al centro de la tierra dentro del realismo ro- méntico. Pero si nos atenémos a que el escritor se anticipé en esta obra a las exploraciones de las entrafias de tiuestro pla- neta, a los estudios. de los gedlogos y a las bisquedas de los vuleanélogos y espeledlogos, podemos decir fundadamente que se trata de una novela de anticipacién o de ciéncia fic cidn. “ El estilo de la Obra &s extraordinariamente funcional. Tal vez sea la novela de“Verne con mayores valores estilfsticos. Utiliza tanto frases de periodos largufsimos como oraciones de una sola palabra. El relato adquiere con ello’ el ritmo apropiado para transmitirnos los sentimientos y vivencias del narrador. Temdtica Un antiguo manuscrito pone al audaz profesor Lidenbrock sobre la pista de un sabio que varios siglos antes logré pene trar hasta el centro de la tierra. Lidenbrock, um cientifico que std dispuesto a probar con su propia vida sus teorias, decide verificar el hecho. En la aventura arrastra a su sobrino y a un lugarefio de Islandia, pais volcdnico por donde inicia su viaje bajo la tierra, La exploracién a través de cavernas, chime- neas de voleanes, rios y lagos subterréneos, es verdadera- mente alucinante. El valeroso profesor logra aparentemente su objetivo. Aunque nunca sabré si estuvo en el centro mis- mo de nuestro planeta, se dentré lo suficiente en él como para conocer el secreto de sus entrafias. Personajes Como en otras novelas de Verne, ésta tiene tres protagonis- tas masculinos. Dos que son el contrapunto uno del otro, y unstercero que es una especie de brazo o de sirviente del per- sonaje principal. El profesor Otto Lidenbrock es el prototipo del cientifi- co para quien la investigacién constituye un reto, un desafio vital. Impaciente y cascarrabias, cuando, est inmi su tarea, todo lo demés le parece accesorio.. prota- gonistas de la hovelistica de Verne; Lidenbrock no sélo ti ne conocimientos especificos acerca de las, materias que investi- ga, sino que es un enciclopedista. Puede clasificar el més raro mineral como descifrar un documento escrito en islandés an- tiguo. Axel, sobrino y ayudante del profesor de minerologfa, es. su contrapunto. Representa el sentido comin frente a la de- senfrenada imaginacién de su tfo. Es un cientifico en forma- cién, con las frias herramientas del investigador formal. A 9 través de él, Verne nos da a entender que las aventuras corri- das por ellos son inverosimiles, pero que la imaginacién crea- dora logra llegar hasta donde jamés alcanzaria la raz6n. Hans, el campesino islandés, es el hombre sencillo que se deja arrastrar por la fuerza huracanada de los descubrimien- primitivo y su fortaleza fisica al servicio de quie- nes los realizan Fernando Diez de Miranda Profesor de Literaturas Roménicas 10. a = 1 El domingo 24 de mayo de 1863, mi tio, el profesor Liden- brock, regresé precipitadaménte a su casa, situada en una de las calles més antiguas del barrio viejo de Hamburgo. Marta, su leal sirviente, pens6 que se habia atrasado en sus quehaceres; la comida apenas empezaba a hervir en la cocina, {La que se va a armar! ~me dije-. Espero que mi tio no venga con hambre, pues no hay nadie mds impaciente que é1 enel mundo. =jLlegé el sefior Lidenbrock! ~exclamé la pobre Marta estupefacta, mientras abria la puerta del comedor. —Si, Marta —contesté-. Pero ti no tienes la culpa de no haber preparado la comida. Atin no son las dos. Es mi tio quien se ha adelantado en su llegada. LY por qué ha vuelto tan pronto el sefior Lidenbrock? ~Supongo que él nos lo explicaré. Pero hacer entrar en raz6n al més irascible de los hom- bres era algo por encima de las posibilidades de un cardcter tan timido como el mio. Iba a retirarme a mi pequeria habita- cidn, cuando el duefio de'casa, atravesando el comedor, en- tré presuroso en su despacho. -u ~iAxel, ven! ~me dijo, en tono autoritario, lanzando su sombrero sobre la mesa. . Yo no habia tenido tiempo de moverme, cuando ya el profesor me gritaba con impaciencia: ~cAtin no estés aqui? Corri al escritorio de mi temible maestro. No es que Otto Lidenbrock fuera una mala persona, lo confieso sinceramente. Pero si no cambia, cambio que creo dificil, moriré siendo el més original ¢ impaciente de los hombres. Mi tio era profesor de minerologia en el Johanneum. En ninguna de sus clases dejaba de enfurecerse una o dos veces. No le importaba en absoluto que sus alumnos asistieran o no a sus clases, ni el grado de atencién con que le escuchaban. Verdaderamente, explicaba para sf mismo y no para los de- més. Era un sabio egofsta; un pozo cuya polea rechinaba cuando se queria sacar algo de él. En una palabra: era un avaro. ia hay algunos profesores de esta clase. Por desgracia, mi tfo no gozaba de buena diccién, por lo menos cuando se expresaba en ptblico, lo cual es un defecto lamen- table para un orador. En sus clases en el Johanneum balbucia con frecuencia; luchaba contra una palabra recalcitrante que no queria salir de sus labios. Esto le ponfa furioso, En la ciudad todos conocian el disculpable defecto de mi to, y se divertian a su-costa, cosa que lo enojaba muchisimo. Pero su furor aumentaba las risas. Como quiera que sea, era un veradero sabio. Aunque a veces rompfa muestraside minerales por tratarlos brusca- mente, unfa al genio del ge6logo la perspicacia del mineralo- gista. Con el martillo, el punzén, la bréjula, el soplete y el frasco de dcido nitrico en las manos, se sentia fuerte: Clasifi- caba sin titubear un mineral cualquiera entre las seiscientas especies que conoce hoy dfa la ciencia, 12 I Tal era el personaje que me llamaba con tanta impaci cia. Figdrense un hombre alto, delgado, de larga y nariz. Sus grandes ojos se agitaban sin cesar tras unos enor- mes lentes. Gozaba de una salud de hierro, que restaba diez afios a los cincuenta que tenfa, y andaba a grandes zancadas, manteniendo sus putios s6lidamente cerrados, como signo de su temperamento impetuoso. Vivia en una casita de su propiedad, edificada mitad en madera y mitad en ladrillo, a orillas de uno de esos sinuosos canales que cruzan por el centro del mas antiguo barrio de Hamburgo. La fachada estaba un poco inclitiada y el tejado ladeado como la gorra de un estudiante, Pero en conjunto, la icacién se mantenfa s6lidamente en pie gracias a un viejo ‘olmo que sostenfa su pared principal. En la casa viviamos con él su ahijada Gratiben, una mu- chacha de diecisiete afios, la criada Marta y yo, que, en mi doble condicién de sobrino y huérfano, le ayudaba en la pre- paracién de sus experimentos. Confieso que me dediqué con entusiasmo a las ciencias mineral6gicas; por mis venas corria sangre mineralogista y no me aburria nunca en compafifa de mis valiosos pedruscos. En resumen, vivia yo feliz a pesar del caracter impacien- te de mi tfo, quien me queria mucho, aun cuando se compor- tara conmigo un poco brutalmente!«Pero:eraun:hombre que no sabia esperar, que llegaba incluso apremiiar‘a la natura- leza. En primavera, plantaba flores en los maceteros de loza de su sal6n, ¢ iba todas las mafiarias-sin falta:a tirarles de-las hojas para acelerar su crecimiento: : A un ser tan original, no me quedaba otra cosa que obe- decerle. Por eso acudf corriendo a su despacho, 2 Este era un verdadero museo. All se éncontraban todas las especies del reino mineral, clasificadas del modo més per- fecto. “1 _ iCudn fai me eran aquellos pedruscos de'la cien- cia mineralégica! {Cudntas veces, en vez de irme a jugar con los muchachos de mi edad, me habiaentretenido en quitar el polvo a aquellos grafitos, y antracitas, y huyas, y lignitos y turbas! Pero al entrar‘en el escritorio, no perisaba en nada de esto. Mi tfo ocupaba todo mi pensamiento, Lo encontré sen- tado en su sill6n tapizado de terciopelo, sosteniendo en las que contemplaba absorto. THay que ver qué libro! -repetia sin cesar. Estas palabras me recordaron que el profesor brock era también bibli6filo en sus ratos libres, Pero un libro lor para él cuando era extremadamente raro, 0, gible. cintas? =i se decia mi tfo a sf mismo-, ;1io es hermoso? Si, es admirable. ;¥ qué encuadernaci6n! Es el Heims-Krin- 81a, de Snorre Turlesson; el conocido escritor islandés del si- glo doce. ;Es la cr6nica de los principes noruegos que reina- ron en Islandia! oe ~iDe veras! ~exclamé, con forzado entusiasmo-, Y sin duda, jes una traduéci6n'alemana? —iUna traducci6n! ~respondié el profesor. indignado-. {Qué harfa yo con una traduccién? {Es la obra original, en is- landés! ~iAh! -exclamé; algo excitado por la curiosidad—. ¢Y esté bellamente impreso? ipresol. {Crees acaso que se trata de un so? jEs un manuscrito, ignorante; un manuscrito rinico! 14 ~{Rinico? . —iS{! ;Vas a pedirme ahora que te explique esta palabra? +—No es necesario -contesté, con el acento de un hombre. herido en su amor propio. + Pero'mi tfo continué instruyéndome, a pesar mio, sobre cosas que apenas me importaba saber. “Las runas —prosiguié— eran tipos de escritura usados en otro tiempo en Islandia, y, segin la tradicion, fueron inven- tadas por el dios Odin. Y... -se interrumpié de pronto; un sucio pergamino se desliz6 de entre las hojas del libro y cay al suelo; Mi tio se apresuré a recogerlo 4vidamente. Un antiguo documento, guardado tal vez desde tiempo inmemorial den- tro de un libro viejo, s6lo podia tener para él un elevadisimo valor. s {Qué es esto? ~exclamé emiocionado. ‘Y al mismo tiempo desplegaba cuidadosamente sobre la mesa un trozo de pergamino, en el que habfa escritos, en li- neas transversales, unos caracteres mAgicos. Estos caracteres son riinicos, no me cabe la menor duda. Son exactamente iguales a los del manuscrito de Sno- rre Turlesson. qué significan? Como el me parecfa una invencién de los sabios para embaucar a‘los ignorantes, nome-ektndfié.que miitfo.no lo comprendiera. Asi me lo hizo, supsner:el:mavimiento.de ‘sus dedos, que empezaban a temblar violentamente:' ns ac: ~Y, sin embargo, es islandés antigue-murmuraba, Seguramente, el profesor Lidenbrackidebiasaber biando que decfa, pues hablaba un sinntimero.de lenguas. Su nervio- sismo aumentaba amenazadoramente y yo comenzaba a sos- pechar que iba a sobrevenir una violenta escena. En ese momento, Marta abrié la puerta: =La sopa esté servida -dijo, : ~jAl-diablo la sopa, quien la hizo y quienes la coman! Marta huy6 despavorida. La segui, y sin saber cémo me 15 encontré en el comedor, sentado en mi sitio de costumbre. Nunca he visto tal cosa ~decia Marta~..;Qué el sefior Lidenbrock falte a la mesa! jEsto presagia algo grave! Me estaba comiendo 10 bocado cuando una voz estent6rea me hizo volver ala realidad, y de un salto pasé del comedor al despacho. 3 ~Evidentemente es rinico ~decfa el profesor, frunciendo el cefio-. Pero aqui hay un misterio que he de descubrir, por- Un gesto de ira rematé su pensamiento. ~Signtate ahf y escribe ~agreg6, sefialindome la mesa. ~Ahora voy a dictarte las letras de nuestro alfabeto que corresponden a cada uno de estos caracteres islandeses. Ve~ remos qué sale. jPero, por lo que més quieras, trata de no equivocarte! __ Comenz6 a dictarme y yo a escribir las letras, unas a con- tinuacién de las otras. Juntas, formaron esta extraiia suce- sidn de palabras: esreuel seeclde unteief —_niedrke “atrateS —‘Saodrrn nuacct rrilSa sian samsore ieaabs ecitul frantu oseibo KediiY ‘Una vez terminado este trabajo, me arrebaté la hoja~ donde acababa de escribir, y la examiné detenidamente du- rante largo rato. 16 | | i _ ={Qué quiere decir esto? ~repetia maquinalmente. Desde’ luego, yo no podia decirselo, y él tampoco me lo preguntaba a mf; por eso continu hablando consigo mismo. Es —decia lo que nosotros lamamos un criptograma. Su significado esté oculto bajo letras cambiadas a propésito. En mi concepto, aquello no ocultaba absolutamente nada; pero me guardé de expresar mi opinion. El profesor tom6 entonces el libro y el pergamino, y compar6 uno con otro. "Estos dos manuscritos no son de la misma mano ~dijo-. El criptograma es posterior al libro. a ‘Mi tio se levants los lentes, tom6 una gran lupa y exami- né las primeras’ paginas del libro. Al dorso de la segunda, Gescubrié una especie de mancha, que parecfa un borrén de tinta, Mi tid comprendié en seguida que allf estaba la clave del secreto y, ayudado de su lupa, logr6 reconocer los si- guientes signos, los cuales ley6 de corrido: AA HAPKN ANT ~jArne Saknussemm! ~grité triunfante-. {Es un nom in nombre islandés, por afiadid el nombre d del siglo catorce. {El de un alquimista célebre! Miré a mi tio con cierta admiraci6n. “Estos alquimistas ~prosigui6—hicieron descubrimie: tos asombrosos. ;Por qué ese Saknussemm:no ha de hab: ocultado en este incomprensible criptograma algdn ballazg sorprendente? Estoy seguro de que asi es. ‘Su imaginaci6n se exaltaba ante tal hip6tesis. ~Y, ademés -sigui6 mi tfo-, necesito descubrir en q! Iengua esté escrito el jeroglifico. No me parece dificil. "Al ofr estas palabras levant6 asombrado la cabeza. ? tfo continué su monélogo. . Nada ms facil. En este documento hay ciento treints 7 bre! uns dos letras, de las cuales setenta y nueve son consonantes:y cincuenta y tres vocales. Esta proporcién es'la que guardan las lenguas meridionales. ; La conclusi6n era muy acertada, ~Pero gqué lengua es? ~se preguntaba-. Si, latin ~afla= dio Tuego, hablando siempre consigo mismo-. Pero un latin confuso. : iEnhorabuena! -pensé-. Si lo descifras, te honraré como aun sabio. 7 ~Examinémoslo bien —continué mi tio~, Hay en el crip tograma una serie de ciento treinta y dos letras que se pre~ sentan bajo un aparente desorden. En todo caso, teniendo la clave de este enigma lo leerfa de corrido. Pero cudl es la cla- ve? Axel, tienes ti esa clave? No respondi a su pregunta. Mis ojos se habian detenido en un encantador retrato de Graiiben, la ahijada de mi tfo. ta se encontraba en Altona, en casa de uno de sus parien- su ausencia me tenia muy triste. Porque debo confesar- bella islandesa y yo nos amamos. Mi tfo desconocia nuestro noviazgo; era demasiado gedlogo para comprender sentimientos de tal naturaleza. Graben era una joven en- cantadora, rubia, de ojos azules y de cardcter un tanto serio. Me queria, y yo, por mi parte, la adoraba, jCudntas agrada- bles horas habiamos:pasadoiestudiando juntos, y cudritas ve~ ces envidié la suerte de aquellas piedras que ella tocaba con sus delicadas manos! mesa me volvié a la realidad. primera idea que se le ocurriria a enredar las letras de una frase es, me parece, la de las palabras verticalmente, en vez de hacerlo hori- zontalmente. ~ iNo va por mal camino! ~pensé. ~Tengo que ver el efecto que se obtiene con este siste- ma. Axel, escribe en ese papel una frase cualquiera: Pero, en 18 1 i ! vez. de colocar las letras uias a continuaci6n de las otras, ponlas de arriba abajo, agrupadas de manera que formen cuatro.o cinco.columnas verticales. = ‘Comprendf su intencién y escribf inmediatamente: T b - ore Bean aOR sacs e e a t d - Bien ~dijo el profesor, sin leer lo que yo habia escrito-; disp6n ahora esas palabras en una linea horizontal. Obedecf y obtuve la siguiente frase: Tobiai eresGb aolire d,lman. i at | pa- ~(Perfectamente! ~exclam6 mi to, srrebaténdome el p pel de las manos. Este escrito ya ha adquirido la fisonomia del viejo documento; las vocales se hallan agrupadas, Jo mis- mo que las consonantes, en el mayor desorden; hay incluso tuna mayéscula y una coma en medio de las palabras, exacta ‘mente igual que en el pergamino de Saknussemm. [Las observaciones de mi tioime:parecieron muy miosMAhora bien ~prosiguié mi tio, dirigiéndose ami direc: tamente-, para leer la frase’ que:aeébas de rscribir;'y que desconozco, me bastaré con tomarssucesivamente‘la primera letra de cada palabra; después la'segunda; a continuacién la tercera, eteétera. ; "Y con gran sorpresa suya, y sobre todo mia, leyé: Te adoro, belifsima Graiiben. ~Cémo ~exclam6 el profesor. 19 Si, sin darme cuenta, como un torpe enamorado, habia escrito tan comprometedora frase. ~¢Conque amas a Grailben? —pregunté mi tio, en un tono de verdadero tutor. ~Si.... No... -balbucf desconcertado. ~iDe manera que amas a Graiiben! ~dijo maquinalmen- te-. Bueno, dejemos esto ahora y apliquemos mi procedi- miento al documento en cuestién. habfa olvidado ya mis imprudentes palabras. Impru- digo, porque la cabeza del sabio no podia compren- s del corazén, stante de realizar su intento decisivo, los ojos del profesor Lidenbrock despedfan chispas a través de sus len- tes; sus dedos temblaban al tomar otra vez el viejo pergami- no. Estaba realmente emocionado;-Luego tosié fuertemen- te, y con la voz grave, nombrando una tras otra la primera le- tra de cada palabra, a continuacién la segunda, y asi todas las restantes, me dicté la siguiente serie: ‘mmessunkaSenrA.icefdoK.segnittamurtn ecertserrette, rotaivsadua,ednecsedsadne lacartniiikyJsiratracSarbmutabiledmek meretarcsilucoYsleffenSnl. Confieso que al acabar ine sentia emocionado. Aq letras, dictadas una a una; no tenian ningin sentido para mi. Por ello esperaba que el profesor dejara escapar de sus labios alguna pomposa frase latina. Pero, jquién lo hubiera dicho! Un violento puiietazo hizo tambalear la mesa; salté la tinta, y la pluma se me cay de las manos, ~iEsto no puede ser! -exclam6 mi tio, furioso-. {No tie- ne sentido! Y atravesando el despacho como un proyectil, bajé la 20 abismado nuevamente en el problema que le ab- + escalera igual que un alud, salié a la calle y se alej6 veloz- mente. 4 —¢Se ha ido? —pregunté Marta, acudiendo al ruido del porta- zo que hizo temblar toda la casa, ~iS{!-respondi-. ;Se ha marchadol ~ZY su almuerzo? ~pregunté la vieja sirviente. -No almorzaré. ~t¥ sucomida? No comeré? ~{C6ino es es0? -dijo Marta, juntando las manios. -No, Marta; ni él ni nadie'comer4 en casa. Mi tfo Liden- brock nos ha puesto a dieta hasta que haya descifrado un vie~ jo pergamino. : a Pelpobre de nosotros! |Nos vamos a morir de hambre!” Seriamente.alarmada, Marta regres6.a su cocina lori- do. se Cuando me quedé solo, se me ocurrié la idea de ira con- tarselo todo a Graiiben. Pero, ,c6mo salir de la casa? ZY si mi tio volvfa y me Hamaba? {Qué sucederfa si no me encon- ? . arto més prudente era quedarme. Precisamente, un mine- ralogista de Besangon acababa de eaviarnos yna.coleccién de geodas siliceas que debian clasificarse; Me-puse a trabajar en ello. Escogi, etiqueté y dispuse.¢a, su-vitrina.todas aquellas piedras huecas en cuyo interior se agitaban pequefios crista- les. nie z Pero no podia concentrarme en esta operacién, preocu- pado por el viejo documento, Mi cabeza me daba vueltas y me sentfa inquieto. Presentia una catéstrofe inminente. Me dejé caer en él sillon de mi tio y encendf mi pipa. Dé vez en cuando escuchaba si se ofan pasos en la escalera. Pero 2 nada. ,Dénde podria estar mi tio? Me lo imaginaba corrien- do bajo los arboles de Altona, gesticulando, golpeando las tapias con su pesado bastén, pisoteando las malezas y deca- pitando los cardos. {Volveria victorioso 0 derrotado? {Triunfaria sobre el secreto o seria este mas poderoso que él? Y mientras me dirigia a mi mismo estas preguntas, tomé ja de papel enel cual se hallaba escrita serie de letras trazadas por mi mano, pre~ guntandome varias veces: ~{ Qué significa esto? Traté de agrupar las letras de manera que formasen pala- bras; pero fue en vano. Era inttil reunirlas de do: de cinco 0 de seis; de ninguna manera resultaban era para volverse loco! Mi cerebro Era victima de una especie de alucinacién; me ahogaba; sentia la necesidad de aire puro. Instintivamente, me abani- qué con la hoja de papel, cuyo anverso y reverso se presenta- ron sucesivamente ante mi vista. Cual no seria mi sorpresa cuando, en una de estas répi- das vueltas, en el momento de quedar el reverso ante mis ojos, cref ver aparecér palabras perfectamente latinas, como craterem y terrestre; enitré otras! : De repente, un rayo dé luz iluminé mi espiritu; acababa de descubrir la clave del enigma, Para leer el documento ha- bia que mirarlo al trastuz, con la hoja puesta al revés. Podfa leerse de corrido, tal como me habfa sido dictado. Se confir- maban todas las ingeniosas hipétesis del profesor.’ Habla acertado en la disposicién de las letras y en la lengua del do- cumento. Le habfa faltado muy poco para poder leerlo de un extremo a otro, y este poco acababa de proporciondrmelo el azar. 2 ~“truir de ese modo el misteriogg segreto, cu ‘No es dificil imaginar mi turbaci6n. Dejé la hoja sobre la mesa. Pero tenfa los ojos nublados por Jaemocién, — Por fin logré calmar mis sentimientos. Me incliné sobre el escritorio, segui con el dedo cada letra y, sin detenerme, sin dudar, lef en voz alta la frase entera. ‘Qué inmenso estupor y espanto se apoderaron de mf! Quedé como fulminado. ;Cémot jLo que yo acababa de leer se habia realizado! {Un hombre habfa tenido la suficiente au- dacia para peneti . ~jAhl--exclamé dando un salto-. No, no! Mi tfo no lo Slo faltarfa esto: jque Ilegara ‘a conocer semejante BI también lo intentaria y nadie podria detenerle! jUn geélogo tan exaltado partirfa a pesar de todas las trabas y obstéculos, y me levarfa con él, y no volveriamos jamés, ja- : : mis fe encontraba en un estado de sobreexcitacién indes- criptibie. 7 : No, no, eso no'suecderd —dije con firmeza~. Y por su- puesto que puedo impedir-que semejante idea se le ocurra a mi tfo; lo evitaré-a toda costa. Dando vueltas:a este docu- mento, podria descubrir casualmente la clave. {Hay que des- truirlo! ‘Adin quedaban rescoldos en,la.chimenea y, apoderdndo- me con mano febril no sélo de Ja,hoia, de papel sing tambign gel pergamino, me disponia ya.a echatlo.tode al, des- puerta del despacho y aparecié i um = ‘Apenas tuve tiempo de dejar sobre la mesa ¢l documento. El profesor Lidenbrock parecia profundamente preocu- pado, como si su obsesi6n no lo hubiera abandonado un solo momento. Evidentemente, habfa escudrifiada y analizado.¢l B + asunto, puesto en juego todos los recursos de su imagina- cién, y regresaba dispuesto a utilizar todos los sistemas ima- ginabies. Asf fue. Se senté en su butaca y, pluma eri mano, empe- 26 a escribir formulas que parecian cdlculos algebraicos. ‘Yo segufa con la mirada su mano temblorosa. No perdia ni uno solo de sus movimientos. ;Qué inesperado resultado iba a producirse de pronto? Temblaba, y sin motivo, porque Ia verdadera combinacién, la tnica, ya habfa sido encontrada y cualquier otro camino resultaba initil. Durante tres largas horas, mi tio trabajé sin hablar, sin Jevantar la cabeza, borrando, volviendo a escribir, tachando, empezando de nuevo mil veces. ‘Yo sabia que, si lograba colocar todas aquellas letras si- guiendo las posiciones relativas que podian ocupar, acabaria Por encontrar la frase, Pero también sabia que solo veinte le- tras pueden formar dos quintillones, cuatrocientos treinta y dos cuatrillones, novecientos dos trillones, ocho mil billones, ciento setenta y seis millones, seiscientas cuarenta mil combi-” naciones. Se hizo de noche. Mi tfo segufa concentrado en su traba- jo sin darse cuenta de nada..Ni siquiera-vio a Marta cuando, entreabris la puerta y pregunto: ~4Comeré el sefign?, La sirvi sin respuesta, Por mi parte, sin 1efi9,,me,dormi en el,sof4, mientras mi tio lando y.tachando sin cesar. Cuando me desperté al dia siguiente, el infatigable tra- bajador continuaba sumido en la tarea, Sus ojos enrojecidos, su tez pélida, sus cabellos desordenados, sus mejillas denun- ciaban claramente su lucha con lo imposible y la fatiga inte- lectual que habia resistido durante horas. Me dio lastima. Se encontraba tan absorto en la idea, que no se acordaba ni de enojarse. 24 | | | | | | Con ‘un solo gesto, con una palabra, podfa aflojarse el circulo de hierro que le apretaba el créneo. Pero no la dije. No, no —me repetia en mi interior, no hablaré. Le co- en: querrfa ir allé y nada podré detenerlo. Tiene una imaginacién volcénica, y, por hacer lo que otros geélogos no han hecho, serfa capaz de arriesgar su propia vida. Callaré, por lo tanto; guardaré eternamente el secreto del que la ca- sualidad me ha hecho duefio. Revelérselo a él seria ocasio- narle la muerte. Que lo descifre, si puede. No quiero el dia de majiana tener que reprocharme el haber sido causa de su erdicién. : pen na vez adoptada esta resolucién; esperaré cruzado de brazos. Pero no habia contado con un ingidente que sucedi6 nas horas después. . oe Crando Mare intent6 salir de la casa para ir al mercado, encontr6 Ia puerta de calle cerrada y Ia Ilave no estaba en la cerradura. ;Quién la habia quitado? Por cierto que mi tfo, al sar de su precipitado paseo. : mee habta hecho por descuido 0 con deliberada inten- cin? {Querfa someternos a los rigores del hambre? Esto me parecia un poco fuerte. ;Por qué razén habfamos de ser Mar- ta y yo victimas de una situacién que no nos afectaba en ab- soluto? Pero recordé un precedente que me llené de terror. ‘Algunos afios atrés, en la época' i @ue ii tfortrabaja gran clasificaciOn mineral6gica, periiainecio sitl'comer cua- renta y ocho horas, y toda su famiffa ft que soportar esta dieta cientifica. Recuerdo que’ef‘aquella’ Siifrf dolb- res de est6mago que nada tenner ats Ffo- jotado de un apetito devorador. - face el mediodia, el hitibre'me-aciici6’ seriamente. ‘Marta, inocentemente, habfa' devorado en la vispera las pre- visioneé de la desperisay y.no tenfamos nada en casa. Sin-em- bargo me mantuve firme y acepté la situaci6n sin protestas. ‘Dieron las dos. Aquello-era ridfculamente intolerable y ‘empecé’a abrir los ojos a la realidad. Pensé que exageraba la ) 25 importancia del documento, que mi tio no le darfa crédito, que s6lo veria en él una farsa; que, en el caso més desfavora- ble, lograriamos hacerle desistir a su pesar; y, enfin, que si él llegaba por sus propios medios a descubrir la clave, mi abs." tinencia habria sido totalmente inutil, Estas razones, que en la vispera hubiera rechazado con indignacion, me parecieron excelentes.-Decid{ contar cuanto sabia. De pronto, mi tfo se levant6, se puso el sombrero y se- dispuso a sali a salir, dejéndonos encerrados. jEso nunca! Lidenbrock -repeti, levantando la voz. —{ Qué? —pregunté como quien despierta de pronto. ~La clave... ~La del documento. El profesor me miré por encima de sus lentes, y, sin po- der hablar, me interrog6 con la mirada. Jamés pregunta.al- guna fue formulada de un modo tan expresivo. Movi la cabeza asintiendo. Sus ojos brillaron con vivo resplandor. Adopté una acti- tud agresiva, ~Mire ~le dije ei —Pero:.: jestoino: papel de rabi ~Nada, si se comienza por el principio, Pero si se empie- za por el final... No habfa terminado'la frase, cuando el profesor lanz6 un grito; mejor dicho, un rugido. Una revelacién acababa de cerebro. Estaba transfigurado. ingenioso Saknusemm! —exclam6-; ,conque ha- 0 tu frase al revés? “26 \dole la hoja de papel-. jLea! mnifjca nada! ~exclam6, arrugando el ‘¥ precipitandose sobre la hoja de papel, ley6 todo el do- cumento, con la vista y la Voz enronquecida de emocién. El documento, una vez traducido del latin, decfa: Desciende al. créter det""Yocul del Sneffels, allf donde'la sombra:del Scartaris acaricia an- tes de las calendas de julio, audaz viajero, y legards al centro de la tierra, como he llega- do yo. ; Arne Saknusemm. nif Al leer esto, mi tio dio un salto, cual si hubiera recibido una descarga eléctrica. La audacia, la alegria y la condicién le daban un aspecto magnifico. Iba y venta; se tomaba la ca- beza a dos manos; daba puntapiés y pufietazos. Por fin, sus nervios se calmaron y, agotadas sus energias, se desplomé en su sill6n. ; ; Qué hora es? -me pregunt6, tras unos instantes de si- Iencio. - —Las tres ~respondi. —jLas tres! ;Qué barbaridad! Estoy muerto de hambre. ‘Vamos'a comer ahora mismo. Después... Después qué?... Sf; y el tuyo también — sor, entrando en el.comedor. 6 Al off estas palabras, un escalofrio'me recorrié el cuerpo. Pero me contuve y resolvi poner buena cara. Sélo con argu- mentos cientfficos podria detener al profesor Lidenbrock. jIr al centro de la tierra! {Qué locura! Reservé mi opinién para * 2 el momento oportuno y me ocupé tinicamente de la comida. Después de comer, mi tio me condujo a su'despacho. Una vez en-él, me dijo con suavidad: ~Axel, eres.un muchacho ingenioso, me has prestado un gran servicio. Nunca olvidaré lo que has hecho, hijo mio, y participards de la gloria que vamos a conquistar. ‘Qué bueno ~pensé-; esta de buen humor, y me parece que ha llegado el momento de discutir esa gloria. Ante todo ~continué mi tio-, te recomiendo el més ab- soluto secreto, me entiendes? No faltan envidiosos en el mundo de los sabios, y hay muchos que quisieran emprender este viaje. No estoy muy convencido de esto, tio, ;pues nada prue- a la autenticidad del documento. No niego que fuera Sak- nussemm quien escribié esas lineas; pero, jde ahi a que haya realizado el No podria tratarse de una fantasia? ~Eso es lo que veremos ~contest6 el profesor. ~Bien -dije algo molesto-. Ante tddo, ,qué son esos neffels y Scartaris de los que nunca he ofdo hablar en mi vida? —Nada més facil. Aqui tengo uno de los mejores mapas de Islandia. Creo que él nos dard la respuesta. Me incliné sobre el mapa. ~Mira ~dijo et catedrético. Todos los volcanes llevan el nombre de Yocul. Esta palabra significa ventisquero. Debi- do a la elevada latittid'de Islandia, 1a mayorfa de las erupcio- nes se producen a travéé'de las capas de hielo. —Bien -respondi-, ;pero qué ¢s el Sneffels? ~Sigue mi dedo. ;Qué ves aqui? . —Un'monte que parevé surgido del mar. ~Es el Sneffels. Una de las més altas montafias de la isla, Y que sin duda seré la més célebre del mundo si su erdtet. con- duce al centro de la tierra,” ~iPero eso es imposible! El-créter estaré obstruido por lava y rocas ardientes! 28 | | | | | ~¢Y si fuerarun crater apagado? —cApagado? ‘ -El Sneffels, desde la prehistoria, no ha registrado més que una erupcién en 1219. : ‘Ante estas afirmaciones no supe qué objetar, y traté de basar mis argumentos en las otras dudas que tenfa del docu- mento. —jQué significa la palabra Scartaris, y qué tienen que ver en todo esto las calendas de julio? El Sneffels est compuesto por varios crateres. Por tan- to, era preciso indicar cudl de ellos es el que conduce al cen- tro de la tierra, ZY qué hizo Saknussemm? Observé que en las calendas de julio, una. de las puntas de 1a montafia, el Scartaris, proyectaba una sombra hasta la abertura del crater en cuestiOn. ,Podia imaginarse una indicacién més exacta? ‘Decididamente, mi tio tenia respuesta para todo. Aban- doné mis objeciones con respecto al pergamino e intenté combatirle em el terreno cientifico. —Admito.la autenticidad del documento. Pero lo de que el créter conduce al centro del globo, se lo ensefiaron las le- yendas de su época. Creer que él mismo hizo el viaje y que volvi6 de alld sano y salvo; jeso, no; mil veces no! {Por qué motivo? ~dijo mi tio, con tono burlén. —Porque todas las teorias de ese viaje es irrealizable. seh ted 7 —{Todas las teorias dicen es9? =replicé, el ciéndose el inocente-. ;Ah, que,teorfas tan picaras! nos darén que hacer! waren SicKumies -uaill ‘Ain comprendiendo que se burlaba de mf, continué: -Es.un hecho admitido que la temperatura aumenta pro- gresivamente segiin sea menor la distancia hasta el centro del mundo. Las materias que existen en su interior se encuen- ~ tran en estado incandescente. Ni los metales més resistentes soportan el terrible calor. =(Bs decir, Axel, que es el calor lo que te preocupa? 29 y utensilios para el viaje. La calle estaba lena de escalas de A las seis y media el carruaje se detuvo ante la estacién, juetas, de bastones con punta de hierro, en | fueron cargados todos los bultos, y luego, el profesor y yo es- ite para cargar a diez hombres por lo menos. | tdbamos sentados frente a frente en el mismo departamtento. Pasé una noche terrible. Al dfa siguiente me Iamaron } Silbé el vapor, la locomotora se puso en movimiento. Ya es- muy temprano. Era Graiiben. Preparamos juntos el equipa- | tibamios en camino. je. Ella estaba muy tranquila, como si se hubiera tratado ilba resignado? Ain no, pero el aire fresco de la monta- los preparativos de un viaje de placer. Asf transcurrié la ma- | fia y los accidentes del camino, répidamente renovados por yor parte del dia. + | lavelocidad, distrafan mi gran preocupacién. Durante la noche,-el terror me asalt6 de nuevo. La pasé El pensamiento del profesor avanzaba més rapido que el sofiando con abismos. Deliraba. Mi vida‘era una caida inter- } convoy, demasiado lento para su impacierttia. Ibamos solos minable. | enel vagén, sin pronunciar palabra. Mi tio revisaba sus bolsi- Me desperté a las cinco rendido de emocién y de fatiga. | llos y su maletin de viaje. Vi que noe faltaba nada de lo ne- Bajé al comedor. Mi tio estaba sentado a la mesa, devorando ‘} cesario para la ejecucién de sus proyectos. su desayuno. Lo miré con un sentimiento de horror. Pero Pero aquella monotonia no tuvo tiempo de cansarme, Gratiben estaba alli y no dije nada. porque, tres horas después de nuestra salida, el tren se dete- A las cinco y media, se oyo rodar el carruaje que debia | niaen Kiel, a dos pasos del mar. conducirnos a la estacién de Altona. En un momento se lle- | _ Como nuestros equipajes habian sido facturados para 1n6 con los bultos de mi tio, Copenhague, no tuvimos que ocuparnos de ellos. Pese a ello, Graitben mantuvo su ¢alma habitual al despedirse de su mi tio no les quif6 la vista de encima un solo instante. tutor. Pero no pudo retener una Vagrima al rozar mi mejilla El vapor Ellenora no zarpaba hasta las doce de la noche. con sus dulees labios. Las horas de espera fueron eternas para mi tio, y durante ~iGraiiben! -exclamé, cllas el irascible viajero mands al diablo a la administracién ~Vete tranquilo, Axel —dijo ella-. Ahora dejas a tu no- | marina y’a la férrea: via, pero a la vuelta encontrards at mujer. | En Kiel, come en otros lugares, no es facil pasar el dia. Estreché a Graiibenien mis brazos y subi al coche, Marta | A fuerza de pasearnos por la bahfa, en cuyo fondo se levanta y la joven, desde la puerta, nos dirigian el ultimo adids. Exci- [ la pequefia ciudad, y de, recorrer Jos bosques, y.de admirar tados por el'silbido del cochero, los dos caballos se lanzaron_ las villas; todas con casetas.de bafios de mar, y de aburrirnos, al galope por el camino de Altona. : } sonaron, por fin, las diez-de la noche. A las dos y-cuarto, se-soltaron amarras, y el vapor surcé rapidamente las aguas del Belt.” 8 A las sicte dela mafiana, desembarcamos en Korsor, pe- quefia ciudad situada en la costa occidental, donde trasbor- De Altona, verdadero arrabal de Hamburgo, parte la linea I damos a otro ferrocarril, : del ferrocarril de Kiel, que debia conducirnos a la costa de ‘Slo nos faltaban tres horas para llegar a la capital de Di- los Belt. namarca. Mi tio no habia pegado los ojos en toda-la noche. 32 33 ee) qué, en su impaciencia, empujaba el vag6n con los spar ‘Ahora vamos a almorzar y luego viitaremos la ciu- . \ i in divsames un brazo de mar. Recorri la ciudad con el entusiasmo de un nifio. Mi tio se ~iE1 Sund! ~exclamé mi tio; dejaba llevar, sin fijarse en nada, Unicamente la vista de un ‘A las diez de la mafiana, llegamos a Copenhague. Carga- | campanario situado en la isla de Amak, al sudeste de ‘Cope- ron los bultos y Jos llevamos con nosotros al Hotel del Fénix, |" nhague, amd su atenci6n. en Bred-Gale, Después de asearse un poco y de cambiarse | Nos embarcamos en un vaporcito que transportaba pasa- tinje, mi tio me ordené seguirle El portero del hotel hablaba | eros através de los canales eee inden es amd alemén e inglés; pero el profesor, en su calidad de poliglota, } junto al muelle de Dock-Yard. Ie interrogé en perfecto danés, y en este mismo idioma el Después de atravesar algunog callejones, legarnos ante ‘ ic 1 Museo de Antigiedades de callejones, eee Museo de Antigiedades or-Frelsers-Kirk, iglesia que no tenia nada notable. Pero- ae en ofe- | 80 campanario Hiabia llamado la atenci6n del profesor por- Fl director de este curios establecimiento era el profe- | © SAO PNT Go eu base, una escalera exterior subla dando sor Thomson, un verdadero sabio. llevaba para él una carta de recomendacién. Por wueltas alrededor de su cuerpo central. 2 ~Subamos -dijo mi tio. Jo general, los sabios no se acogen muy bien unos a otros. En i i aero oearrig todo To contrario. El sefior Thomson, aco- f No nos dard vértigo? ~repliqué. =Raz6n de més. Hay que acostumbrarse. gi6 cordiaimente al profesor Lidenbrock, ¢ incluso a su so- : se ; Drino. Se puso a nuestra disposicién, y juntos recorrimos los Tuve que obedecer. Un guardia, que vivia en la otra ace- mueliés buscando un bareo proximo a partir. J rade la calle; nosentregé la Bare onsen Ia ascensién. ic i | interior ‘Yo esperaba que fallaran los medios de transporte, pero Mientras subfamos por ‘la ‘escalera de caraco! no ocurtio asf, pues la Valkyrie, goleta danesa, zarparia el 2 f ‘040 fue bien, pero cuando llegamos a la escalera externa, - que no tenfa més que una frégil barandilla y cuyos peldafios, con rumbo a Reykjawik. ; bs Be | sefior Bjarme, su capitén, estaba a bordo. Su futuro ff a més estrechos, parecfan subir hasta el infinito, ex- pasajero le dio un apretén de manos que le magull6 los de~ No puedo! dos, dejandoie aténito. El resultado fue que al ver el ent a Pemba ‘de crea? [Sibel Baa ed siasmo de mi tfo, aproveché de hacerle pagar él dobie. i ~iTan cobarde eres? jSube! -respondié mi cruel prote- El tnartes, a las siete de la mafiana, hay que estar a bo ey - ‘ ae ms que seguirle, agarréndome a la barandilla. El vien- el sefior Bjarme, después de guardarse el dinero en | 19 me aturdia; mis piernas flaqueaban; sufria el vértigo de al- tura. - Por fin, con la ayuda de mito, leguéalacépula. _ =Mira! -me grit6-, y mira bien. Hay que tomar leccio- nes de abismo. Una hora duré mi primera leccién de, vértigo. Cuando 35 regresamos al Hotel del Fénix. fasta ahora, todo nos sale bien! —decia el profesor-. {Qué feliz casualidad haber encontrado ese barco dispuesto a 34 bajamos y puse los pies en el empedrado de la calle, estaba desfallecido. ~Mafiana repetiremos la prueba -me dijo el profesor. Y, en efecto, durante’cinco dfas repeti el vertiginoso, ejercicio, haciendo notorios progresos en el arte de “las altas contemplaciones”. La travesfa no ofrecié ningiin incidente notable. No me mareé, pero mi t{o estuvo enfermo todo el viaje. Debo reco- mnocer que se lo merecia, La fuerte marejada no permitfa a mi tio subir a cubierta para admirar aquellas costas bravias azotadas y batidas por Jos vientos del sudoeste. Cuarenta y ocho horas después, tras sortear una tempes- tad que oblig6 a la goleta a internarse mar adentro, divisa- 108 e! cabo Skagen. Un préctico islandés subié a bordo y tres horas mds tarde, la Valkyrie fonded ante Reykjawik, en labahfa de Faxa. Mi tio se apresuré a abandonar su cércel flotante, por no decir su hospital. Pero antes de dejar la cubierta, me arrastré hacia proa y me sefialé con el dedo, en la parte septentrional la bahia, una elevada montafia de dos cumbres, un doble cono cubierto de nieves eternas. ~iEI Sneffels! -exclamé-. El Snetfetst Después de haberme recomendado con un gesto absolu- lenicio, baj6 al bote que le esperaba. Le segui; y poco tarde pisdbamos el suelo de Islandia. De improviso, apareci6 el gobernador de la isla, el sefior barén de Trampe en persona. Bl profesor lo reconocié al ins- tante y le present6 una carta de recomendaci6n que le habfan dado en Copenthague. El resultado de la entrevista fue que el bar6n se puso por completo a disposicion de mi to. Conocimos' también a una persona encantadora, cuya ayuda.nos sirvié mucho. Se trataba del sefior Fridriksson; ca- tedrdtico de ciencias naturales de la escuela de Reykjawik. Este modesto sabio s6lo hablaba islandés y latin. Me ofrecid su ayuda habléndome en esta iiltima:lengua, y en segiida comprendi que estabamos hechos para entendernos. Fue la persona con quien pude conversar durante mi estancia en Islandia. Como ves, quetido Axel ~dijo mi tio-, lo més dificil ya hecho. El dia 2, a las 6 de la mafiana, nos encontrabamos a bordo de | la Valkyrie. El capitén nos condujo a unos camarotes muy pequerios, instalados bajo una especie de puente. ~(Tenemos buen tiempo? -pregunt6 mi tio. ~Inmejorable -respondié el capitan Bjarme-; viento su- deste. Vamos a salir del Sund con vienio en popa y todas las. velas desplegadas. La Valkyrie era muy répida, pero con esta clase de barco nunca se sabe lo que va a durar el viaje. Transportaba Reykjawik carbén, utensilios de cocina, loza, vestidos di lana y un cargamento de trigo. Cinco tripulantes, todos da- neses, bastaban para atender a las maniobras. ~(Cudnto durard la travesia? -pregunté mi.tio al ca- pitan. —Unos diez dias —respondi6 éste. —Pero jsuele experimentar retrasos considerables? ~No, sefior Lidenbrock; tranquilicese, llegaremos. Dos dias después divisamos las costas de Escocia, a Ja al tura de Peterhead, y la Valkyrie puso rumbo hacia las Faroe, pasando entre las Orcadas y las Shetland. El dia 3 reconocié el capitén la isla Myganness, que es la. més original de este grupo, y, a partir de este momento, puso proa hacia el cabo Portland, situado en la costa meridional de Isla 36 37 . — {Lo més dificil? ~exclamé. -En.efecto; s6lo nos queda bajar. Si lo toma desde ese punto de vista, tiene raz6n. Pero. creo que después del descenso tendremos que subir. ~iBah!, eso no me preocupa. jConque, manos a la ot — 10 La comida estaba en la mesa, y el profesor Lidenbrock, cuya rz0sa dieta a bordo habfa convertido.su est6mago en un bismo, comié con avidez. La comida, més danesa que islan- Me voy a la biblioteca. Tal vez encuentre en ella algin ma- | desa, no tenfa nada de particular. Me pareci6é que nos encon- nuscrito de Saknussemm que me gustarja consultar. —Entretanto, yo recorreré la ciudad. {No piensa usted visitarla? 1, eso me interesa poco. Lo curioso de Islandia no: a, sino debajo. 7 rumbo fij En tres horas recorri no sélo la ciudad, sino también sus } {Tos proyectos. alrededores. Su aspecto general era singularmente triste. No habfa drboles ni vegetaci6n alguna. Encontré muy pocos ha- bitantes. Al volver pasé por la calle del comercio, donde vi que la mayorfa de la pobl lar y cargar bi hombres parecian vigorosos, pero hurafios. En vano traté d sorprender una sonrisa en sus rostros; a veces refan por una contraccién involuntaria de los misculos, pero no.sonrefan nunca. Las mujeres, cuyo tipo era bastante agradable, tenfan as- pecto triste y resignado; su rostro'resultaba inexpresivo. Las solterai gorrito tejido de color pardo; las casadas se cubrian su cabe- za con un pafiuelo de color, sobre el cual se ponfan una cofia blanca. \ es teah en ella a mi tio en compaiia de su anfitri6n, 38 én estaba ocupada en secar, sa- f Saknussemm ~exclam6 1a0s, principal articulo de exportacién: Los tban el pelo trenzado en forma de guirnalda y un Cuando regresé a'la casa del sefior Fridriksson, encontré trébamos en nuestra casa. Se conversé en islandés, intercalando mi tfo algunas pa- ras-en alemén y el sefior Fridriksson otras en latin, para yo pudiera comprender algo. Hablaron de cuestiones ’E cientificas, como era natural tratandose de dos sabios. Pero el profesor Lidenbrock guardé absoluta reserva sobre nues- El sefior Fridriksson pregunt6 a ltados de sus investigaciones en la Me ha-extraiiado no encontrar nin ‘ofesor. ~jAme Saknussemm! —respondié el profesor de Reykja- wik-. {Se refiere al sabio del siglo XVI, gran naturalista y jer? =Veo que le conoce a fondo. Mi tfo no cabia en sf de alegria, y devoraba con los ojos sefior Fridriksson. : ~ZY sus obras? “le pregunt6, por fin, impaciente. ~iAh, sus obras no las tenemos! ~{Por qué? Porque Arne Saknussemm fue perseguido por hereje 1573 y sus libros fueron quemados en Copenhague por fa ano del verdugo. Perfecto! ~exclamé mi tfo, escandalizando guna obra de Ame —{Qué dice usted? -murmuré este iltimo. ~Sf. Ahora me explico por qué Saknussemm tuvo que jesconder su secreto en un incomprensible criptograma... ~{Qué secreto? ~pregunté el sefior Fridriksson. 39, Un secreto que...., cuyo—balbuce6 mi tio. ~(Pero es que usted posee algin documento especi -replicé el profesor. —No... Era una mera suposicién, ~Bien ~dijo el sefior Fridriksson, que tuvo la delicadez: insistir al ver la turbacién de su interlocutor-. Esper ral6gicas. Sin ir mAs lejos, mire allf, ese monte que se el en el horizonte: Es el Snetf h! ~exclam6 mi tio-, jel Sneffels! ~Si, sefior; uno de los volcanes més curiosos y cuyo 1 ter rara vez se visita. ~Pues bien ~dijo mi tfo, cruzando'las piernas con para no saltar de emocién-, deseo empezar mis estudios légicos por ese Seffel Esta parte de la conversacién se habia desarrollado. latin, de manera que me enteré de todo, y tuve que conten me para no refr al ver c6mo mi tio disimulaba su satisfacciér adoptando un aire de.inocencia que parecia la mueca de diablo. —Tendrén que ir por tierra, siguiendo la costa ~explicé ¢- . ¥ necesitarén un guia. Y puedo ofrecerles uno, precisamente. Es un hébil cazador habla perfectamente el danés. Mafizina podran verle y ess profesor de ciencias naturale: guro que quedarén satisfechos. Esta importante conversacién terminé algunos instant después, con las calurosas expresiones de agradecimient del profesor aleman al profesor islandés. 0 Fessef..., je6mo ha dicho usted? ~Sneffels —respondié amablemente el sefior Fridriksson! li Al anochecer, di un corto paseo por la orilla del mar. Regre- sé pronto, me acosté en mi cama de grandes tablas, y me dor- mi profundamente. Al despertar, of que mi tfo hablaba sin parar en Ia habi- E tacion contigua. Me levanté en seguida para ir junto al. Conversaba en danés con un hombre de elevada estatura y constitucién vigorosa. Debia tener una fuerza poco comin. sf. Me pareci6 inteligente y sencillo. Todo en élrevelaba un | temperamento tranquilo, Permanecia con los brazos cruza- dos, inmévil ante los multiples gestos de mi tio. Sus afirma- ciones se reducfan a una inclinacién de cabeza tan impercep- tible que apenas se movian sus largos cabellos. Este personaje grave, silencioso y flematico se llamaba Hans Bjelke. Era el hombre que nos habia recomendado el sefior Fridriksson para ser nuestro gufa. Mi tio y el-cazador se entendieron a la perfeccién en el precio a pagar: uno dis- puesto a’aceptar lo que le ofrecieran, y el otro a dar lo que le pidieran. Jamés se cerré un trato con tanta facilidad. De acuerdo alo convenido, Hans se comprometi6 a con- ducirnos a la aldea de Stapi, al pie del voledn, Era preciso re- correr treinta y cinco kil6metros por tierra, en lo cual em- pleariamos dos dias, segiin opinién de mi tfo, Una vez cerrado el trato, nuestro gufa se retird sin mover més que las piernas, como si fuera un aut6mata. Un hombre-excelente ~exclamé mi tfo al verle alejar- ‘se. Pero lo que no sospecha Hans es la maravillosa gloria que Ie espera. —{Nos acompaiiaré hasta...? —Si, hasta el.centro de la tierra. Faltaban atin cuarenta y ocho horas, y con gran senti- miento de mi parte, me vi obligado a invertirlas en los prepa~ rativos del viaje: 4 oy Pasamos la tiltima velada en intima conversacién con el. sefior Fridriksson, que me inspiraba una gran simpatia. A la conversacién siguié un suefio bastante agitado, al menos por lo que a mise refiere. A las cinco de la mafiana del dfa 16 de junio me desper- taron los relinchos de cuatro caballos debajo de mi ventana. Me vesti en seguida y bajé a la calle, donde Hans estaba aca- bando de cargar nuestro equipaje. A las seis, estaba todo listo. El seiior Fridriksson nos es- treché las manos. Mi tfo le dio en islandés las gracias por su amable hospitalidad, y yo me despedi cordialmente de él. 12 Habiamos partido con tiempo nuboso, pero estable. No ha- bia que temer calores sofocantes ni Iluvias desastrosas, Un tiempo espléndido para hacer turismo. EI placer de andar a caballo en un pais desconocido me 1 principio del viaje. Me-entre- gué por completo a las delicias que la naturaleza nos ofrecia, ya que no era libre para disponer de mi mismo. Empecé a mirar las cosas con més calma, Hans marchaba a la cabeza, con paso répido, uniforme y continuo. Le segufan los dos tos, sin que fuera necesario guiarlos. Detrés ibamos mi tio y yo. En verdad, no débamos m: Al salir de Reykjawik, Hans nos guié por la orilla del mar. Atravesamos pastizales descoloridos y poco abundan- tes. Las rugosas cumbres se bosquejaban en el horizénte en- tre las brumas. De trecho en trecho, aparecia al borde de una quebrada, cual mendigo, alguna casa de granja aislada, hecha de made- ra, tierra y lava. Estas miserables chozas parecian implorar la caridad del transetinte y daban ganas de darles una limosna. 42 Aquel pafs carecia no s616 de caminos sino también de sen- deros, y la vegetaci6n, a pesar de ser tani escasa, no tardaba en borrar las huellas de'los pocos viajeros. Esta parte de'la provincia, situada a dos pasos de la capi- tal, es una de las porciones més pobladas y cultivadas de Is- landia, Dos horas después de nuestra salida, legamos a la villa de Gufunes. Alli, Hans se’detuvo media hora; compartié nuestro almuerzo, respondié con ‘monosflabos a las pregun- tas de mi t{o relativas a la naturaleza del camino, y cuando éste le pregunt6 dénde pasariamos la noche, respondi6 seca- | mente: —Gardar. ¢ Consulté el mapa para ver qué era Gardar. Aparecia un caserfo de este nombre a orillas del Hvaljérd. ‘Tres horas més tarde, pisando siempre el descolorido césped, tuvimos que rodear el Kollafjérd, rodeo més fécil y répido que la travesfa del golfo. No tardamos en entrar en un lugar de jurisdiccién comunal llamado Ejulberg. Alli dimos descanso:a los caballos. Luego, tomando por | un declive entre una cadena de colinas y el mar, legamos de una tirada a Brantar. El golfo en aquel punto tenfa una longitud de ochocien- tos metros por lo menos; las olas se estrellaban con estrépito F sobre las agudas rocas. Este golfc'se abria entre acantilados de piedra de casi mil metros de altura; Por muy astutos que fueran nuestros caballos, no estaba muy seguro de terminar con éxito la travesia de aquel brazo de mar, a lomo de un cuadrapedo. “Si son inteligentes —dije-, no tratarén’ de pasar. En todo caso, yo me encargo de suplir su falta de inteligencia. Pero mi tio no queria esperar y fustig6 su caballo, condu- ciéndolo hacia la orilla.E! animal fue a husméar la ultima ondulacién de las olas y se detuvo. El profesor, que también * tenia instinto, quiso obligarlo a pasar, pero el caballo se nego 43 y a obedecerle. A los latigazos de mi tio contest6 encabritén- dose, haciendo perder el equilibrio a su jinete: iMaldito animal! —exclamé mi tio, sibitamente avergonzado como un oficial de ca- ~dijo el gufa, tocdndole en el hombro. ~;Qué? ,Una barca? ~Dar i6 Hans, mostrandole la embarcacién. iAdelante! ~Tidvatten -replicé el guia. —,Qué dice? -pregunté. —Dice “marea” —respondié mi tio, traduciéndome. ~Seguramente deberemos esperar a que suba la marea —exclamé. A las seis de la tarde lleg6 el momento propicio. Mi tfo y yo, el guia y los caballos, nos instalamos en una especie de barca bastante frégil. Acostumbrado a los vapores del Elba, Jos remos de los barqueros me parecieron un procedimiento anticuado. Nos demoramos mas de una hora en atravesar el fiordo, Pero lo cruzamos al fin, sin incidentes. Media hora después, llegdbamos a Gardar. 13 Aunque era noche, la claridad noctumna de las regiones pola- res no debfa asombrarme. En Islandia, durante los meses de elsol no se por embargo, habia bajado la temperatura. Tenia frio y, sobre todo, hambre. {Bendito sea el campesino que se dispu- so a recibirnos! Era la casa de un aldeano, pero desde el punto de vista hospitalario, valia més que el palacio de un rey. A nuestra el duefio'a tendernos la mano, y sin’ més cere- 0 sefial de seguirle. 4 [ -menuda, y todos s¢ pusieron taciturnos, i ~ vaca y huesos de pescado seco. La duefia de casa se ofr Nos guié.a nuestra habitacién, que éra una especie de sa- I6n espacioso, que recibia la luz a través de.una ventana cu- yos, vidrios estaban hechos de pieles de carnero muy poco transparente. Las camas consistfan en un poco de heno seco, amontonado sobre dos bastidores de madera pintados de rojo. Luego, ofmos la voz del duefio de casa que nos invitaba } apasar a la cocina, nica pieza en que se encendia fuego, atin en la época de los mayores frios. Mi tio se apresuré a obedecer la amistosa i le segui al momento. La chimenea de la cocina era modelo antiguo. En medio de la pieza sobresalia una piedra que-servia de hogar; en el techo se vefa un agujero por donde escapaba-el humo. Esta itaci6n, y yo cocina servia también decomedor. ‘Apenas entramos, el duefio de'casa, como si no nos hu~ ” : biera visto; nos saludé con la palabra saellvertu, que significa , ¥ los besé en la mejilla, A continuaci6n’su mu- jerhizo lo mismo. Debo decir que Ja islandesa era madre de diecinieve'hi- jos, los cuales grandes y pequefios, corrian y saltaban entre F las volutas de humo que llenaban la cocina. A cada instante vefa salir de entre aquella niebla una cabecita rubia’y un tan- "to melancélica. Parecfa un coro de dngeles, no muy liinpios. La legada de la sopa hizo reinar el silencio entre la gente Jus6 los nifios, ca- racteristica islandesa. Terminada la comida, desaparecieron los nifios y les per- sonas mayores rodearon el hogar, donde ardfan estiércol de segiin costumbre, a quitarnos los pantalones y las medias, cosa que nosotros no consentimos. Ella no insist, y al fin pude echarme en mi cama de heno. Al dia siguiente, a las cinco, nos despedimos del campe- 45. sino, costandole trabajo a mi tio el hacerle aceptar una remu- neracién adecuada. Hans dio la sefial de partida. El desierto se hacia cada vez més inhéspito. No se vefa un drbol, ni un animal, salvo algunos halcones. Al anochecer nos vimos obligados a alojarnos en una ca- sucha ruinosa y abandonada, digna de estar habitada por to- dos los duendes y espiritus de la mitologia escandinava, Des de luego, el genio del frio la habia elegido como su domicil ¢ hizo de las suyas durante toda la noche. Al dia siguiente no ocurrié ningén incidente especial. El mismo terreno pantanoso, la misma uniformidad, Al oscure- cer habfamos recorrido la mitad del camino y pernoctamos en el pueblo de Krésolbt. El 19 de junio, recorrimos un kilémetro sobre un terreno de lava. De las montafias vecinas, volcanes actualmente apa. gados, descendian inmensos rios de lava petrificada, y en al gunos lugares afloraba el vapor de manantiales calientes atin activos, Los caballos andaban bien, sin que les detuvieran las di ficultades del suelo, Yo empezaba a sentirme cansado, pero mi tio continuaba firme y derecho como el primer dfa, 16 mis mo que el cazador, que consideraba aquella expedicién como un simple paseo. El sébado 20 de junio,’a las seis de la tarde, llegamos a Biddir, aldea situada a la orilla del mar, y el gufa reclamé su salario convenido. Mi tio le pagé inmediatamente. Fue la misma familia de Hans es decir, sus tfos y pri- mos~ quienes nos ofrecieron hospitalidad. Nos recibieron con gran amabilidad, y, sin abusar de la hospitalidad de aquellas personas, hubiera permanecido de buena gana mas tiempo en su compaiifa para reponerme de las fatigas del v je. Pero mi tfo, que no tenia nada que reponer, no lo enten- di6 ast, y al dia siguiente montamos de nuevo én nuestras ca- balgaduras. Ese dfa comenz6 a sentirse la proximidad de la montafia, 46 cuyas raices de granito salian de la tierra como las de una vie- jaencina, 4 Rodeamos la inmensa base del voledn. El profesor no lo perdia de vista, gesticulaba sin cesar y parecia desafiatlo y decir! te es el gigante al que voy a domar!” Por fin, después de veinticuatro horas de camino, los caballos se de- tuvieron esporiténeamente frente a la parroquia de Stapi. 14 Stapi es una aldea formada por una treintena de chozas, edi- ficada sobre lava, bajo los rayos del sol reflejados por el vol- cén. Se extiende,en el fondo de un pequeiio fiordo, encajado en una muralla de roca oscura llamada basalto, formada por una serie de columnas verticales de unos diez metros de altu- ta, rectas y bien proporcionadas, en las que para nada ha in- tervenido la mano del hombre. El efecto que produce esta obra de la naturaleza es admirable; su hermosura se mostra- baen todo su esplendor. Alli termin6 la iltima etapa de nuestro viaje terrestre. Hans nos ‘habia conducido hasta alli con inteligencia, y me tranquilizaba un poco la idea de que nos siguiera acompa- fiando. . En la aldea contratamos a tres islandeses que debian teemplazar a los caballos en el transporte de nuestro equipa- je.-Una vez llegados al fondo del crater, estos nativos.debian Tegresar y dejarnos.a los tres solos. Este: punto qued6 acla- rado. En aquella ocasién, mi tio puso en conocimiento del ca- zador que su intencién era continuar el reconocimiento, del voledin hasta sus dltimos limites.” -Hans'se limit6 a inclinar la cabeza. Le resultaba total- mente indiferente ir a'un sitio 0 a otro, recorrer la superficie * de su isla o descender a sus entrafias. En cuanto a mi, distraf- 47. -

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