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Con Paul Ricoeur – Indagaciones hermenéuticas.

El texto, como los acontecimientos de nuestra vida, se interpreta y esta interpretación


se hace a través de una dialéctica de explicación y comprensión. La materia de la
interpretación es la relación de referencia al mundo, de comunicación entre sujetos hablantes
y de la reflexión de sí mismo del lector.

Como Ricoeur ha dicho en muchas ocasiones, las intenciones del autor no tienen
validez como norma de interpretación; estas intenciones, suponiendo que se expliciten
tendrán su principal función como parte de la biografía del autor, ya que tratan de él y no del
texto. El texto no está hecho, se hace, en el encuentro entre el enunciado y el receptor. Es
interesante cómo este importante aspecto de la hermenéutica de Ricoeur ofrece una
posibilidad acorde con la escuela empírica de S. Schmidt; cito a Schmidt: <<…el texto literario
no es un objeto físico material en el que se almacena el significado; en realidad los textos no
poseen significado en sí mismos, sino que éste se les asigna a través de procesos de recepción
y de operaciones cognitivas de carácter intersubjetivo<< (1982: 52). Las diferencias, en este
caso concreto, entre la hermenéutica de Ricoeur y los estudios empíricos de Schmidt se
reducen al enfoque privilegiado. Schmidt se concentra en los sistemas de recepción y Ricoeur
ofrece una ontología del texto.

Retomemos algunas de las preguntas con que empezamos esta discusión del texto. Por
supuesto que todos los textos no son iguales, aunque hay algún parentesco entre unos y otros.
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¿Qué queremos decir cuando invocamos la categoría literatura? Seguramente la lectura de


ocio o entretenimiento no se limita a lo que se suele llamar literatura; algunos textos llamados
literarios no tienen nada de pasatiempo, como por ejemplo, la obra de Kafka. Las comunidades
de lectores, a través de los últimos siglos, han denominado a ciertos textos con el mote de
literatura; y esto abarca un horizonte imposible de poseer por un individuo, aun limitándose a
una lengua o una época. Ricoeur nos ofrece una aclaración de esta categoría, entiéndase por
texto literario la lectura de todo texto, cualesquiera que haya sido el propósito de su autor,
que tenga la capacidad de provocar una redescripción del mundo en su lector. Así es que hay
algunos textos que siguen siendo literatura a través de los siglos, como por ejemplo, La divina
comedia; otros que llegan a considerarse literatura debido a lecturas distintas de las
propuestas en su primera recepción; y hay todavía otros que pueden perder su capacidad
redescriptiva aunque en un tiempo la tuviesen. Esta respuesta no será aceptada por algunos
críticos, pero para la teoría de la literatura tiene el alto valor de ser una respuesta basada en
una larga reflexión filosófica. El aspecto más controvertido de este acercamiento a la literatura
para el historicismo tradicional, es que no solamente propone que la obra literaria tenga un
carácter inestable en su recepción, sino que lleva a la misma historia literaria hacia un estado
inestable en que la materia misma de la historia puede reformularse.

El texto, para resumir, es un campo de contienda donde se encuentran la escritura del


autor y el lector entregado a la lectura. En cada lectura hay un acuerdo implícito para ubicar al
texto en un tiempo y un espacio. Esta ubicación es tan variada como la referencialidad explícita
de ciertos textos. También en el caso de la metáfora creativa que el lector realiza con un
acercamiento originario a mundo hay una contienda entre texto y lector. A todos esos textos
que cobran una demostrada capacidad de provocar en sus lectores una re-visión, una re-
descripción del mundo, se les puede otorgar un valor y una categoría excepcional, llámese
como se llame tal categoría, pero qué mejor designación que la de literatura. Es tarea de la
hermenéutica difundir nuestros conflictos de interpretación, pero no para eliminarse los unos
a los otros sino para comprender por qué existen estas diferencias; lo más que se explica es lo
mejor que se comprende y así, dentro del debate de interpretaciones, la explicación es
continua.

¿A quién le importa la literatura y la teoría de la literatura si se trata de algo tan


ambiguo y transitorio como este continuo debate? También aquí, en un terreno
eminentemente pragmático como la razón de ser de la docencia literaria, Ricoeur nos orienta
con su teoría de la creatividad del texto: se trata de una lucha en el seno del lenguaje entre
dos orientaciones divergentes, que están presentes desde el principio, pero que sólo se hacen
manifiestas en esas grandes unidades que son los textos. Por un lado, el lenguaje parece
exiliarse fuera del mundo, encerrarse en su actividad estructural y finalmente elogiarse a sí
mismo en una soledad gloriosa: el estatuto literario del lenguaje ilustra esta primera
orientación. Por otro lado, a la inversa de su tendencia centrífuga, el lenguaje literario parece
capaz de aumentar el poder de describir y de transformar la realidad, y antes que nada la
realidad humana. Termina Ricoeur recordando a E. Benveniste en su celebrada observación de
que la literatura transporta el lenguaje al universo. Un estudio filosóficamente impulsado de la
literatura, por lo tanto, no es nada menos que estudiar esta dualidad pulsante del lenguaje
literario que nos ofrece la capacidad de hacernos nuestros mundos propios, pero que como
lenguaje textual también puede transformar al mundo compartido.

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