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RAZÓN Y SINSENTIDO
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RAZÓN Y SINSENTIDO
Federico Burdman
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Burdman, Federico Gabriel Razón y sinsentido : apun
ISBN: 9789874204004
Razón y sinsentido
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Estoy sentado con un filósofo en el jardín. Me dice una y otra
vez “sé que eso es un árbol”, señalando a un árbol que está cer-
ca nuestro. Otra persona llega y escucha esto, y le digo: “Este
hombre no está loco, sólo estamos haciendo filosofía”.
Sobre la Certeza, §467
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Índice
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Comité Editor del Departamento de
Filosofía
Alcira Bonilla
Claudia Jáuregui
Claudia Mársico
Verónica Tozzi
Pamela Abellón
Miguel Faigón
Karina Pedace
Agustina Arrarás
Pablo Cassanello Tapia
Alan Kremechutzscky
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Agradecimientos
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14 • Razón y sinsentido
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Introducción
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16 • Razón y sinsentido
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18 • Razón y sinsentido
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20 • Razón y sinsentido
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Escepticismo y justificación
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El análisis estándar
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2 Las referencias usuales son al Teeteto (201d) y al Menón (98a), en que Platón
considera la noción de opinión verdadera justificada y la relaciona con la
noción de conocimiento. La interpretación de ambos pasajes es, sin embar-
go, difícil (para empezar, tanto el Teeteto como el Menón son lo que habitual-
mente se llama “diálogos aporéticos”, que no llegan a ninguna conclusión
definitiva). Desde el punto de vista de la interpretación del pensamiento de
Platón, es aconsejable matizar estas atribuciones ya que dista de ser claro
que éste suscribiera una concepción del conocimiento como una forma de
opinión en primer lugar, y hay muchos pasajes en que encontramos al cono-
cimiento pensado más bien en términos de procedimientos intelectuales no
discursivos. Adicionalmente, la interpretación estándar de la epistemología
de República V-VI entiende su tesis central como un rechazo a la idea de que
el conocimiento pueda tener como objeto el mundo sensible empírico.
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1. S cree que p.
2. p es verdadera.
3. La creencia de S de que p está apropiadamente jus-
tificada.
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30 • Razón y sinsentido
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5 Aunque la terminología que uso aquí está tomada de Williams (2001), la dis-
tinción original pertenece a Fogelin (1994).
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1. S cree que p.
2. p es verdadera.
3. (a) S está personalmente justificado en su creencia que
p (aspecto de responsabilidad epistémica).
(b) S cree que p sobre la base de “razones adecuadas”.
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El escepticismo pirrónico
La más importante de las ‘escuelas’ o tradiciones escépticas
antiguas tiene su origen en el pensamiento de Pirrón de
Elis (ca. 360 – ca. 270 a.C.) pero nos es conocida, casi con
exclusividad, a través de la acabada presentación tardía que
hace de ella Sexto Empírico (ca. 160 – ca. 210 de nues-
tra era), principalmente en los Esbozos pirrónicos (1996; en
adelante, EP).
Como suele suceder con las diferentes posiciones filo-
sóficas de la antigüedad clásica, comprender al pirronismo
en términos históricos implica, en primer lugar, ubicarlo
como un tipo de investigación o procedimiento discursivo
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40 • Razón y sinsentido
11 Contra los lógicos, 2: 481, citado en Fogelin (1994, p. 4). Naturalmente, la ocu-
rrencia más famosa de la metáfora se enucentra en TLP 6.54.
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42 • Razón y sinsentido
El trilema de Agripa
Dentro de este complejo argumentativo podemos distinguir
un primer grupo formado por los modos que son, en algún
sentido, preparatorios de la situación dialéctica:
14 Cabe aclarar que esta presentación del argumento se aparta un tanto del tex-
to de Sexto y responde a la reconstrucción del argumento hecha por Foge-
lin, quien llama a los dos primeros “modos de desafío” y a los tres siguientes
“modo dialécticos” (1994, cap. 6). Sexto no ordena los modos de esta forma,
y en ocasiones parece sugerir que cualquiera de ellos puede ser suficiente
para provocar la suspensión del juicio.
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Generalidad y radicalidad
Respecto del pirronismo histórico tal como es presenta-
do por Sexto pueden presentarse ciertas dudas sobre las
pretensiones de su posición en términos de la generalidad
y radicalidad del escepticismo que representan. Con res-
pecto a la primera cuestión, se han propuesto lecturas que
le asignan diferentes grados de generalidad según cómo
se entienda su posición respecto de nuestras creencias de
sentido común o nuestros procedimientos epistémicos y
afirmaciones ordinarias, en contraste con las mayores pre-
tensiones de conocimiento propias de la filosofía y otras
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El escepticismo cartesiano
El famoso e importante “problema del mundo externo”, que
Kant considerara la fuente del “escándalo” de la filosofía
(Crítica, B, xxxix), no figura en absoluto dentro de las preo-
cupaciones introducidas por el escepticismo pirrónico. Y
sin embargo es probablemente el problema más frecuen-
temente asociado con el escepticismo en las discusiones
filosóficas contemporáneas.
El problema del mundo externo tiene su primera for-
mulación clara en la obra de Descartes (1637 y 1641). Una
interpretación tradicional de esta asimetría entre el escep-
ticismo clásico y el que presenta Descartes considera que
ésta se debe a una diferencia de intensidad o al carácter más
consecuente del escepticismo cartesiano, que llevaría hasta
sus últimas consecuencias las consideraciones planteadas
inicialmente por los antiguos, consecuencias radicales que
los antiguos presumiblemente no habían advertido. Desde
el punto de vista de la presentación que seguiremos aquí,
por el contrario, este modo de entender al escepticismo car-
tesiano implica pasar por alto una serie de diferencias cru-
ciales entre el tipo de consideraciones que plantearon los
escépticos antiguos y las muy diferentes que luego propu-
siera Descartes16. En particular, aunque aquí nos concentra-
remos en diferencias relativas a sus concepciones epistemo-
lógicas, parece claro también que el escepticismo cartesiano
tiene una muy importante función metafísica y está estre-
chamente vinculado con una concepción subjetivista de la
experiencia consciente y una dualista de la relación entre
lo mental y lo físico17.
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19 Es interesante notar que esta suposición, clave para el desarrollo del argu-
mento, sólo ha sido raramente cuestionada, a pesar de su notoria implausi-
bilidad. Una excepción es Austin (1962), pp. 48-49.
20 Es indicativo en este sentido que la presentación inicial de lo que luego sería
el argumento escéptico de Meditaciones I, desarrollada en primer lugar en
Discurso del método IV, el argumento llega sólo hasta la consideración del
problema del sueño y omite la introducción de la hipótesis del genio
maligno, que el propio Descartes luego presumiblemente llegaría a conside-
rar necesaria para el desarrollo de su argumento.
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Fundacionismo
Ya hicimos una referencia más arriba a las concepciones
fundacionistas de la justificación al presentar la concepción
demostrativa del conocimiento. De hecho, puede verse a
la concepción demostrativa como una forma extrema de
fundacionismo, aunque ninguna de sus variantes contem-
poráneas impone requisitos tan fuertes sobre la noción de
conocimiento o la de justificación. El punto en común entre
ambas concepciones es, en primer lugar, una cierta concep-
ción sobre la arquitectura de la justificación, que podemos
caracterizar como lo que Williams denomina la tesis del
Fundacionismo estructural:
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Coherentismo
En contraste con las posiciones fundacionistas, el rasgo
principal de las posiciones llamadas “coherentistas” es una
concepción radicalmente holista de la justificación. Enten-
demos por esto la idea de que una creencia no está nunca
justificada si la consideramos de un modo aislado o autó-
nomo o, alternativamente, que el apoyo de una creencia
particular requiere siempre y en todos los casos de la ubica-
ción apropiada de esta creencia dentro de un sistema total
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1 Una versión más desarrollada de este capítulo fue publicada como "Escepti-
cismo e idealismo en la Prueba del Mundo exterior de G.E. Moore", Areté
(Perú), 2015, vol. 27, nro. 1, pp. 45-67.
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La Defensa (DSC)
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2 Un detalle intrigante del modo en que Moore presenta sus “truismos”, del
que no podremos ocuparnos aquí, está dado por los notorios esfuerzos que
realiza para evitar una formulación en términos del concepto de persona,
pensando presumiblemente que esta noción es en algún sentido problemáti-
ca o que su inclusión iría en detrimento de la “obviedad” de las proposicio-
nes consideradas.
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ambos casos. Las tesis del idealista (por ejemplo, “no exis-
ten cosas materiales”) no son auto-contradictorias3, aunque
todos los filósofos que las han sostenido han caído en auto-
contradicción al sostener también otras creencias incompa-
tibles con ellas. Las tesis del escéptico, en cambio, sí son,
en opinión de Moore, directamente auto-contradictorias.
Aunque esta idea de Moore no es del todo inusual, sí es
inusual la defensa que hace de ella, y el argumento que
propone es, a primera vista, trivial. Moore entiende que el
escéptico afirma que “ningún ser humano ha conocido nun-
ca con certeza que las proposiciones que afirman la existen-
cia de cosas materiales o de otros ‘yos’ son verdaderas” o,
en otra variante, “nadie ha conocido nunca con certeza que
las proposiciones de sentido común son verdaderas”. Como
Moore señala, estas tesis, formuladas de este modo, impli-
can la existencia de seres humanos (y, por tanto, de cosas
materiales y de otros ‘yos’), directamente en el primer caso,
e indirectamente en el segundo a partir de la referencia a
que ciertas opiniones son de “sentido común”.
Aunque no nos extenderemos en este punto, parece
claro que estos argumentos no pueden alcanzar de ningún
modo para “refutar” ni al idealismo ni al escepticismo, y no
parece del todo seguro que Moore los presente aquí como
argumentos concluyentes. Digamos, en primer lugar, que
parece evidente que el modo en que Moore caracteriza las
tesis del idealista y el escéptico es al menos discutible, y
probablemente no haga justicia a ninguno de los autores
que han sostenido posiciones de estos tipos. En particular,
parece claro que un idealista no precisa negar que exista
un mundo externo sino que puede ofrecer, en cambio, un
análisis heterodoxo de qué es lo que afirmamos cuando
hacemos las afirmaciones que normalmente entendemos
como referidas a objetos físicos. Del mismo modo, apenas
un poco de cuidado en la formulación parece suficiente para
3 Esto implica que las proposiciones que defiende Moore, y que el idealista
pretende negar, son contingentes, esto es, no son lógicamente necesarias.
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La Prueba (PME)
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6 En inglés: (A) ‘things outside of us’, (B) ‘external things’, (C) ‘things which are
external to our minds’, (D) ‘things to be met with in space’, (E) ‘things presen-
ted in space’.
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7 Como veremos más adelante (secc. 6), Stroud (1984) propone una interpre-
tación diferente que reconoce un sentido en que no hay realmente incompa-
tibilidad entre la verdad de las afirmaciones de Moore y la verdad de la tesis
escéptica.
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tor indica que podía estar refiriéndose a los últimos párrafos, donde Moore
sugiere que podría haber un camino lógico para descartar la hipótesis del
sueño sobre la base de la conjunción de las experiencias sensoriales actuales
y los recuerdos pasados. Este punto de su posición, sin embargo, no entrará
en nuestra discusión aquí.
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Excursus: Malcolm-Wittgenstein-Moore
Malcolm ofrece información importante para la recons-
trucción de ese vínculo histórico en su ensayo biográfico
sobre Wittgenstein (1956). Allí relata que mantuvo largas
conversaciones con Wittgenstein sobre las ideas de Moore,
y en particular sobre DSC y PME, durante la visita del pri-
mero a su casa en Ithaca, Estados Unidos, en 1949, cuando
Malcolm se encontraba preparando un trabajo propio sobre
las ideas de Moore. El punto es significativo porque fueron
esas conversaciones las que motivaron las ideas de Witt-
genstein sobre estos asuntos epistemológicos (que, hasta ese
momento, casi nunca había tomado como asunto principal
de sus reflexiones), ideas que volcaría luego en el conjunto
de notas que, años después, se publicaría como SC.
Se ha sugerido incluso a veces que el contacto de
Wittgenstein con estas ideas de Moore se produce sólo o
principalmente por medio de la discusión con Malcolm,
señalando, por ejemplo, que algunas de las proposiciones
“mooreanas” que Wittgenstein discute en SC son en algunos
casos ejemplos que utiliza Malcolm y que no figuran en
los ensayos de Moore. Aun cuando hubiese una influencia
de Malcolm sobre el tratamiento de Wittgenstein, conviene
recordar también que Moore tenía un contacto cercano con
Wittgenstein en Cambridge, y el tipo de tesis y argumentos
que estamos discutiendo aquí no estuvo nunca muy lejos
de las preocupaciones de Moore a partir de la década del
20, de modo que parece al menos improbable que no haya
discutido el asunto con Wittgenstein en persona en algunas
ocasiones. Malcolm refiere una de esas discusiones, duran-
te su primera etapa en Cambridge, en 1939, con ocasión
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10 Entendido de esta forma, Moore estaría anticipando algunas de las ideas que
en el capítulo anterior referimos a Austin en “Other Minds” (1946).
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De Moore a Wittgenstein
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1 Una versión más desarrollada de este capítulo fue publicada como “‘¡No
pienses, mira!’: aspectos, persuasión y filosofía en Wittgenstein”, Tópicos.
Revista de Filosofía, nro. 31, pp. 1-21.
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6 También podría notarse que esta idea de una “visión de conjunto” cumple un
papel similar aquí a la que cumplía la noción del “punto de vista lógico
correcto” en TLP, como la perspectiva desde la cual podemos advertir nues-
tros errores en el uso del lenguaje (Hacker 1986), aunque con la diferencia
crucial de que el proyecto de TLP sí involucraba trascender los hechos acer-
ca del lenguaje que ya están a la vista en pos de un nivel de análisis lógico
explicativo del significado en su estructura superficial.
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Argumentación y persuasión
Si dijimos antes que, en un sentido, es un problema para
abordar la lectura de los textos de Wittgenstein la insisten-
cia recurrente en que no debemos buscar en ellos ningu-
na tesis filosófica, y este “problema” es claro al revisar las
interpretaciones usuales del contenido de su filosofía, un
problema mayor (si fuese ésa la palabra) es presentado por
el estilo mismo de composición de sus obras.
Todo lector que haya abierto alguna vez un libro de
Wittgenstein sabe que su estilo es muy personal y heterodo-
xo, no sólo en relación con los estándares contemporáneos
para una exposición filosófica sino también en relación con
la mayor parte de los paradigmas históricos. En particular,
no encontramos en Wittgenstein nada parecido a un tra-
tamiento lógicamente ordenado de un problema sino una
sucesión de observaciones relativamente breves, a veces ais-
ladas y otras veces como secuencias de observaciones rela-
cionadas sobre un mismo tema. A lo largo de cualquiera de
sus obras, además, estas observaciones pueden referirse a
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Significado y uso
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ciertos modos de ver las cosas bajo los cuales ciertos hechos
familiares parecen adquirir un aura misteriosa o problemá-
tica. Según ya vimos, Wittgenstein creía que esos modos
de ver las cosas eran resultado de confusiones lingüísticas
y eran, además, la fuente de la percepción de que existen
problemas filosóficos, y a partir de ahí es que concibe su
objetivo no como el de reemplazar los anteojos que tene-
mos por otros, sino lograr que nos demos cuenta de que
podemos prescindir de ellos (§103).
Dentro de ese contexto de ideas, es importante resaltar
que el objeto de la crítica de Wittgenstein es una serie de
imágenes (sobre la relación entre el significado y la realidad,
sobre nuestros estados internos, sobre la naturaleza de las
matemáticas) que nos tienen cautivos, y cuyos errores no
surgen de cuestiones de detalle sino de ver a todo un domi-
nio de discurso de un modo impropio o confuso. Para dar
contenido a esta sugerencia y para acercarnos a las ideas
sobre el significado y el lenguaje planteadas por Wittgens-
tein en IF, no tendremos otra opción entonces que empezar
por considerar la imagen sobre el lenguaje que propone a
nuestra consideración en esos primeros compases del libro
y las críticas que hace de ella.
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19 Como señala Fogelin, este ejemplo puede resultar indicativo de las diferen-
cias de enfoque entre TLP e IF: en el primero, Wittgenstein toma la defini-
ción de número cardinal como modelo para la definición de la forma propo-
sicional general. En IF, en cambio, es la noción no-técnica de número la que
se muestra abierta y no tajantemente definida y la que se convierte en el
modelo de cómo funciona la mayor parte de nuestro lenguaje (1987, cap.
9.9)
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§ 136. Cuando Moore dice que sabe tal y cual cosa, está
enumerando en realidad un montón de proposiciones empí-
ricas que afirmamos sin ninguna contrastación especial. Esto
es, proposiciones que juegan un papel lógico especial en el
sistema de nuestras proposiciones empíricas.
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perdido sus manos. Esto es, que una proposición sea “empí-
rica” en este sentido no es algo que pueda leerse en la forma
misma de la proposición sino algo que depende del modo
en que la proposición está siendo usada, de la función que
cumple dentro de un contexto discursivo determinado.
Una segunda cuestión resulta de que en los dos últimos
pasajes citados Wittgenstein se refiere a este tipo de pro-
posiciones como proposiciones empíricas, y elije marcar la
diferencia en cambio señalando que tienen un estatus espe-
cial dentro del conjunto de nuestras proposiciones empíri-
cas, precisamente porque no están abiertas a confirmación
o falsación sino que funcionan como norma o como están-
dar de qué ha de contar como evidencia. La dificultad que
encuentra Wittgenstein en estos pasajes radica, en mi opi-
nión, en caracterizar el papel que juegan dentro de nuestras
prácticas epistémicas ciertas proposiciones que, a pesar de
no ser empíricas en el sentido de no ser falsables o contras-
tables, son sin embargo, o parecen ser al menos, proposi-
ciones fácticas, esto es, proposiciones referidas a aspectos
contingentes del mundo. Esta observación tiene un alcance
amplio porque Wittgenstein está señalando hacia ciertos
contrastes que no responden al concepto de “proposición
empírica” en la epistemología tradicional. En particular,
está señalando que hay ciertas proposiciones que, en ciertos
contextos, son completamente seguras, no son objeto de
contrastación empírica, y se refieren sin embargo a aspectos
contingentes del mundo, a diferencia de, por ejemplo, las
proposiciones de la lógica o la aritmética4 (al menos bajo
una comprensión estándar de las ciencias formales). Esta
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5 Hay al menos dos autores a los que se podría hacer referencia para matizar
este punto: uno es Austin, que presenta muchas ideas afines en su “Other
minds” (1946), al que ya hicimos referencia en capítulos anteriores. Otro
autor que plantea ideas afines en muchos puntos (aunque no en todos) a
estas ideas de Wittgenstein es el bien conocido pero, en mi opinión, frecuen-
temente malentendido Thomas Kuhn. Cabe resaltar en este sentido que La
estructura de las revoluciones científicas fue publicado en 1962, siete años antes
de la publicación del SC.
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El escepticismo cartesiano
Según vimos en el primer capítulo, el rasgo distintivo del
escepticismo cartesiano consiste en cuestionar la legitimi-
dad de nuestras prácticas epistémicas ordinarias a partir de
la propuesta de hipótesis escépticas, que tienen como resul-
tado identificar un ámbito determinado (normalmente, el
de la experiencia subjetiva) como un denominador común a
partir del cual la creencia en la existencia del mundo exte-
rior es presentada como una hipótesis, y en particular como
una hipótesis en un escenario de subdeterminación junto a
las hipótesis alternativas propuestas por el escéptico.
Una primera evaluación del cuadro de situación, con-
siderando las ideas que vimos en las primeras secciones de
este capítulo, puede llevarnos a pensar que contamos ya con
todos los elementos para rebatir el planteo escéptico o al
menos desestimarlo de un modo intelectualmente respon-
sable, en la medida en que la descripción wittgensteiniana
de la estructura normativa de nuestras prácticas epistémi-
cas parece, sencillamente, bloquear las condiciones para el
planteo mismo del problema. El punto a notar en este sen-
tido es que las consideraciones de Wittgenstein sobre las
limitaciones para la introducción de afirmaciones de cono-
cimiento que caracterizan a nuestros juegos de lenguaje, se
extienden de modo simétrico a la introducción de dudas
o desafíos sobre las afirmaciones de otros hablantes. En
particular, Wittgenstein insiste en que en nuestra práctica
lingüística ordinaria la introducción de una duda supone
estar en condiciones de ofrecer algún tipo de motivación.
Encontramos numerosos pasajes en que Wittgenstein insis-
te en que no todo planteo de un desafío funciona como el
tipo particular de movida dentro de un juego de lenguaje
que es el planteo de una duda, dado que una duda para
tener sentido, para no ser vacía, debe poder ser justificada
o respaldada con la indicación de una motivación (contex-
tualmente aceptable) para poner en duda la afirmación en
cuestión (§122). La introducción de las hipótesis escépticas
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El escepticismo pirrónico
A partir de las consideraciones que ya hicimos queda
claro que la posición de Wittgenstein frente al escepticismo
pirrónico es igualmente negativa pero es necesario intro-
ducir algunos matices. La dificultad resulta de distinguir la
posición del propio Wittgenstein de lo que, en términos del
trilema de Agripa, es el “modo de la suposición”, en la medi-
da en que uno de los rasgos centrales de la descripción de
Wittgenstein consiste en el reconocimiento de que nuestra
capacidad para ofrecer justificaciones para nuestras creen-
cias es limitada y que las cadenas de justificación terminan
en puntos que funcionan en algún sentido como fundamen-
tos pero para los cuales no podemos ofrecer ninguna jus-
tificación. En los términos de la formulación de Sexto que
vimos en el capítulo 1, parece que nos encontramos enton-
ces frente a meras suposiciones dogmáticas y nos vería-
mos obligados a reconocer entonces que nuestro sistema de
creencias como un todo carece de sustento racional.
Antes de abordar directamente esta cuestión puede ser
útil aquí distinguir la posición de Wittgenstein de las opcio-
nes tradicionales de respuesta positiva al problema escépti-
co bajo la forma de teorías de la justificación fundacionistas
o coherentistas. Trazar las distinciones puede ser intere-
sante en primer lugar porque la posición de Wittgenstein
muestra afinidades con algunos puntos de ambas concep-
ciones aunque no pueda ser reducida a ninguna de ellas9.
En relación con el fundacionismo, en primer lugar,
comparte la evaluación de que nuestra capacidad de ofre-
cer razones sobre razones es limitada y llegados a cierto
punto queda finalmente exhausta (§ 192). Y, al menos en
una lectura apresurada, también puede parecer inscribirse
en esta tradición la sugerencia de que ciertas de nuestras
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§ 148. ¿Por qué no chequeo que tengo dos pies cuando quiero
levantarme de una silla? No hay ningún porqué. Simplemente
no lo hago. Así es como actúo.
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10 En este sentido creo que puede decirse, con Strawson, que hay elementos en
el pensamiento de Wittgenstein que pueden llevar a pensarlo como “natura-
lista”, aunque esto dependerá obviamente del sentido preciso en que este-
mos entendiendo este término.
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§ 608. ¿Está mal [falsch] que me guíe en mis acciones por las
proposiciones de la física? ¿Debo decir que no tengo ninguna
buena razón para hacerlo? ¿No es eso precisamente lo que
llamamos “una buena razón”?
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