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El ensayo en Antioquia/Selección 1

El ensayo
en Antioquia
2 El ensayo en Antioquia/Selección
El ensayo
en Antioquia
Selección y prólogo de
Jaime Jaramillo Escobar
4 El ensayo en Antioquia/Selección

C864.08
E59e El Ensayo en Antioquia : Selección y prólogo
de Jaime Jaramillo Escobar / Antonio Álvarez
Restrepo … [et al] : Medellín : Alcaldía de
Medellín, Secretaría de Cultura Ciudadana
Biblioteca Pública Piloto de Medellín
2003. Vol. 118 Fondo Editorial BPP
534 p. : il.--

ISBN: 958 - 9075 - 90 - 8

© 2003
Primera edición
Alcaldía de Medellín
-Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín-
Concejo de Medellín
Biblioteca Pública Piloto
de Medellín para América Latina

Esta publicación obedece al


Acuerdo No. 45 de 2002
del Concejo de Medellín

Asesores del Proyecto:


Concejal: Martha Lucía Castrillón Soto
Jorge Alberto Velásquez Betancur,
Secretario de Cultura Ciudadana

Coordinación del proyecto editorial:


Gloria Inés Palomino Londoño,
Directora General
Biblioteca Pública Piloto de Medellín

Carátula: Guillermo León Gómez Pérez


"Sin título". Óleo sobre lienzo,
de la serie "Verdeazul", 2000.

Diseño de la colección:
José Gabriel Baena

Revisión: Claire Lew

Impreso por:
L. Vieco e Hijas Ltda., Medellín
Por el Ensayo
se hace adulta
una literatura.
Javier Arango Ferrer
La publicación de esta obra ha
sido posible gracias u un
convenio entre el Concejo de
Medellín, la Alcaldía de
Medellín, la Secretaría de
Cultura Ciudadana del
Municipio de Medellín, y la
Biblioteca Pública Piloto de
Medellín para América Latina.
Sus 1.000 ejemplares serán
distribuidos de manera gratuita
a bibliotecas públicas, casas de
la cultura e instituciones
educativas oficiales.
Índice de contenido

Prolegómenos 11

1861 - Baldomero Sanín Cano


Juan de Dios Uribe 23
Cómo la deslealtad puede ser modestia 32
La seriedad 38

1867 – Laureano García Ortiz


La frialdad de Santander 42

1876 – Alejandro López


El juego 53
De la pena del trabajo 58

1884 – Luis López de Mesa


Santa Fe de Antioquia 69
Elogio de Medellín 75

1895 – Fernando González


Segismundo Freud 81

1896 – José Manuel Mora Vásquez


El sentido pesimista en la obra de Rendón 98

1897 – Fernando Gómez Martínez


Peldaño de cuatro siglos 102

1898 – Luis Tejada


Elogio de la guerra 115
El maestro Rendón 118
La lección de los guajiros 120
8 El ensayo en Antioquia/Selección

1904 – Abel García Valencia


Vida, pasión y muerte del Romanticismo
en Colombia 123

1905 – Javier Arango Ferrer


Gregorio Gutiérrez González
y Epifanio Mejía 134

1906 – Antonio Álvarez Restrepo


Santos, hombre de letras 155

1908 – Félix Ángel Vallejo


Borges: su idioma sencillo y sobrio 159

1908 – Luis Guillermo Echeverri Abad


La muerte por burros 165
El éxodo campesino 171
Escuelas para animales 177
El burro laborioso 182

1910 – Cayetano Betancur


La universidad y la responsabilidad intelectual 185

1910 – Abel Naranjo Villegas


Generaciones colombianas 199
País del “no me da la gana” 209

1912 – E. Livardo Ospina


La otra cara del narcotráfico 217

1912 – Joaquín Vallejo Arbeláez


El tiempo esotérico 223

1913 – Arturo Escobar Uribe


Vargas Vila y su obra literaria 238

1913 – Alfonso Jaramillo Velásquez


La continua tragedia colombiana 252
El ensayo en Antioquia/Selección 9

1914 – Roberto Cadavid Misas


Uso de los signos de puntuación 263

1914 – Froilán Montoya Mazo


Gloria, la hija del poeta Julio Flórez 273
La necropsia de Gardel 275
Don Quijote tenía un perro, pero
¿qué se hizo ese perro? 278

1915 – Carlos Eduardo Mesa


El alma de España 283

1917 – Jaime Jaramillo Uribe


Etapas de la filosofía en la
historia intelectual colombiana 304

1918 – Antonio Panesso Robledo


Pornografía: un lío insoluble 325

1918 – Pedro Restrepo Peláez


Autorretrato 339

1918 – René Uribe Ferrer


León de Greiff 346

1920 – José Guerra


Reflexiones sobre la sencillez 363
Elogio del silencio 366

1921 – Héctor Abad Gómez


Hace quince años estoy tratando de enseñar 369
El subdesarrollo mental 377

1923 – Belisario Betancur


Antioquia en busca de sí misma 379

1923 – Alfonso García Isaza


La velocidad, signo del presente 388
10 El ensayo en Antioquia/Selección

1923 – Manuel Mejía Vallejo


María, Novia de América 410

1924 - Samuel Syro Giraldo


La adhesión popular al régimen federal 426

1925 – Uriel Ospina


La novela en Colombia 432

1930 – Carlos Jiménez Gómez


La Antioquia de nuestros amores 441

1931 – Gonzalo Arango Arias


La ciudad y el poeta 451
Elogio de los celos 456
Homenaje al silencio 462

1932 – Jaime Sierra García


Las cinco frustraciones antioqueñas 465

1938 – Darío Ruiz Gómez


El juglar destruido 473

1940 – Jorge Yarce


La sociedad permisiva 481

1942 – Jorge Orlando Melo


Las perspectivas de cambio
futuro en Colombia 492

1943 – Eduardo Escobar.


Bohemia, antibohemia y regresión 503

Los Autores 525


Prolegómenos

En su excelente estudio El Ensayo, entre la aventura y el orden


(Taurus, 2000), el profesor Jaime Alberto Vélez (Medellín,
1950 – 2003), conjetura que el Ensayo en Colombia ha
sido un curioso entretenimiento para tres o cuatro perso-
nas en un siglo. Exigente apreciación, si se tiene en cuenta
que la obra mencionada es, entre muchas, la que mejor fija
un concepto claro del género, exponiéndolo con las preci-
siones pertinentes.
Tercer Mundo Editores (Bogotá), que duró cincuenta años,
fue fundada por Luis Carlos Ibáñez sólo para publicar
Ensayos, aunque años después admitiera otros géneros.
En Antioquia, para una selección como ésta, se pue-
den contar en los dedos de las manos ciento cincuenta en-
sayistas, así se reduzcan finalmente a cuarenta, por distin-
tos motivos.
El volumen que sigue en esta colección, El periodismo en
Antioquia. Siglo XX, incluye algunas de las firmas que tam-
bién hubieran podido figurar en este tomo, lo cual resulta
complementario. Y justo. El periodismo ha sido, en sus
diferentes modalidades, el principal medio para la divulga-
ción del Ensayo.
Lo difícil no fue encontrar, sino omitir, a fin de ajustar-
se a un proyecto con limitación de páginas y tiempo de
estudio. En realidad, una muestra del Ensayo en Antio-
quia requeriría mayor amplitud. Con Viaje a pie, de Fer-
nando González y prólogo de Gonzalo Arango, inició
Tercer Mundo una Antología del pensamiento colombiano (1967),
proyectada para cien volúmenes. No pasó del primero,
como suele ocurrir, pero la lista de los autores constituía
entonces un catálogo de lujo.
12 El ensayo en Antioquia/Selección

Se dice muestra por el criterio adoptado, diferente de la


antología. La antología está compuesta por lo que mejor
le parece al compilador. Una muestra, en cambio, presen-
ta la diversidad temática, los distintos estilos de época, las
tendencias del pensamiento, y lo que conserva interés para
el público al que se dirige la obra, en el caso presente un
nivel medio de estudiantes y aficionados. Todo por fuera
de las especialidades.
Debido a ello resulta procedente adelantar algunas con-
sideraciones sobre el Ensayo como género literario. Si los
tratadistas se confunden, no es de extrañar la duda que
comúnmente se manifiesta.
Gonzalo Cataño concluye así su tratado sobre La arte-
sanía intelectual: “La noción de Ensayo no es clara, y posi-
blemente nunca lo sea. (...) Es muy difícil, tal vez imposi-
ble, presentar una definición satisfactoria del Ensayo como
categoría estética, pues cuando creemos tener en nuestras
manos la totalidad de sus facetas, surgen otras que parecen
contradecir el intento de ordenarlas”.
Javier Arango Ferrer, siempre afirmativo y seguro, es-
cribe en la primera página de su libro Horas de literatura co-
lombiana: “La palabra ha crecido con el género, y ensayos
son ahora obras de largo metraje”. Para Horacio Gómez
Aristizábal, “El Ensayo, por su misma naturaleza, es gene-
ralmente breve, y no tiene el aparato ni la extensión que
requiere el tratado completo sobre la misma materia. (...)
La costumbre ha establecido que puede ser leído de una
sola vez”. El Diccionario de la Real Academia lo define así:
“Escrito, generalmente breve, sin el aparato ni la exten-
sión que requiere un tratado completo sobre la misma
materia”.
Otros expositores dan asimismo contradictorias expli-
caciones, desde diferentes puntos de vista. Pero es Jaime
Alberto Vélez quien desenreda la madeja con experta faci-
lidad, mediante el estudio histórico y el deslinde de géne-
El ensayo en Antioquia/Selección 13

ros y subgéneros cuya vecindad genera confusión. Confu-


sión aumentada por el capricho de muchos autores, que con
falsa modestia llaman Ensayos a sus tratados y estudios, por
no parecer pedantes o presuntuosos. A una obra en dos to-
mos, como La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler, de
ninguna manera le acomoda la denominación de Ensayo, y
mucho menos Bosquejo, como quiere el autor. “El Banco de la
República ha llamado Ensayos económicos a sus informes y
balances, tal vez para significar que las finanzas colombianas
obedecen a intentos y a tentativas”. (J.A.V.). Y cita Cataño dos
largos poemas didáctico-filosóficos de Alexander Pope: En-
sayo sobre la crítica y Ensayo sobre el hombre.
Para los pintores un boceto es un estudio, y de ese modo,
en literatura, Estudio se asimila con Ensayo. Muchos es-
critores aspiran a la confusión, como quien pesca en río
revuelto, pero la edad del Ensayo garantiza la experiencia,
que rechaza la imprecisión.
“El Tratado persigue como objetivo central agotar un
tema, o por lo menos, presentar sobre él una imagen lo
más completa posible. El Ensayo, en cambio, presenta otra
visión. (...) Un buen ensayo alcanza, por lo general, la ex-
tensión de una carta, o la duración de una conversación
agradable, justo antes de que caiga en lo tedioso”. (Jaime
Alberto Vélez).
Según Horacio Gómez Aristizábal, “El concepto de
Ensayo no hace alusión a su extensión, sino al análisis más
o menos completo que se haga del asunto tratado”. Gon-
zalo Cataño lo presenta de este modo: “Podemos conce-
bir el Ensayo literario como una composición en prosa de
esmerado estilo y extensión moderada, que desarrolla un
tema con entera libertad a partir de la visión personal del
escritor, evitando los tecnicismos profesionales y los peli-
gros de una inmersión en la narrativa”.
No obstante, uno de los ejemplos que ofrece el Estu-
dio de Jaime Alberto Vélez está escrito en forma de cuen-
14 El ensayo en Antioquia/Selección

to, sin dejar por eso de ser un auténtico Ensayo, que apela
a la forma narrativa para añadir interés a un tema científi-
co con propósito de divulgación.
La expresión Ensayo literario lleva a distinguir el Ensayo
académico, que puede ser científico, sociológico, económi-
co, filosófico, documental, etc., y acepta por tanto forma-
lidades profesionales. El primero se define por Cataño
“como forma dominante de nuestro tiempo, el molde más
afín a las publicaciones masivas dirigidas a un público lec-
tor en rápido crecimiento y cada vez más ávido de materia-
les cortos y de aliento festivo”.
El Estudio es más que el Ensayo, pero menos que el
Tratado, pues éste es definitivo. “En un Tratado, el escri-
tor dice todo lo que sabe; en un ensayo, todo dice lo que el
escritor sabe” (J.A.V.).
Otros géneros que limitan con el Ensayo por algún
aspecto, son en realidad distintos y no deben confundirse.
Tal el Artículo, que se confunde porque muchos ensayos
se presentan como artículos, en columnas de prensa. Pero
el Artículo es menos que el Ensayo. Al respecto escribe
Javier Arango Ferrer: “Sin el ensayo moderno corto no
existiría el periodismo en su urgente misión de plantear
sintéticamente los problemas del mundo contemporáneo”.
Otro género que suele confundirse con el Ensayo es la
crónica, por decirse cronista el columnista del periódico.
Crónicas se llaman los textos periodísticos de Luis Tejada.
Y con la crónica se confunde la monografía, que es muy
diferente. Escribe Juan Gustavo Cobo Borda: “La cróni-
ca, que es hasta cierto punto periodismo, pero que es, ante
todo, buena prosa, oscila entre el Ensayo breve y la digre-
sión aguda, y tiene a Luis Tejada como su más destacado
exponente”. Pero otra cosa son las Crónicas de Indias.
Tampoco el Ensayo debe confundirse con la Tesis, ni
con el Estudio o la Ponencia, como sucede. Ni con la Sem-
blanza o el Compendio, o los alegatos de la Polémica. Ni
El ensayo en Antioquia/Selección 15

el Ensayo es el Comentario, ni la Reseña, ni el Discurso,


ni la Conferencia, ni la Descripción, ni el Prólogo. Hay
notorias diferencias entre estos géneros y otros próximos,
y es necesario dar su propio valor a cada uno.
Entre dispares opiniones, Jaime Alberto Vélez traza una
certera ruta al Ensayo, destinada a prevalecer porque con-
serva fidelidad al origen, no incurre en contradicción, no
propicia mezclas deformantes, su razonamiento ilustrado
se afirma en la historicidad y proporciona una demostra-
ción lógica. “Si todo puede ser Ensayo –dice– nada es un
Ensayo”.
Sin desconocer el derecho de cada uno a su parecer, la
identidad de las cosas no puede quedar al capricho indivi-
dual.
“Tenido como género de madurez, el Ensayo consiste
en el arte de exponer las ideas. Si no convence por el tema,
seduce por su forma (ocurre con Descartes). Nada más
contrario a la naturaleza del Ensayo que los manifiestos,
las declaraciones de principios, los textos doctrinarios, los
análisis basados en un método, las normas, los catecismos
y reglamentos”. (Palabras de Jaime Alberto Vélez).
No alcanza el Prólogo para una discusión completa del
tema, porque se convertiría en Estudio, lo que resultaría
excesivo.
El Prólogo acude a las citas porque son los testigos del
expediente. “La palabra Ensayo –escribe Eduardo Esco-
bar– cuando designa el conspicuo género literario cuya
invención se atribuye a don Miguel de Montaigne, ha de-
generado en este tiempo de confusiones y dudas sin alivio,
en un batiburrillo de acepciones contradictorias”.
Se dice Ensayística con imprecisión, acumulando en la
palabra textos inclasificables, que no encajan en ninguno
de los géneros definidos, porque sus autores lo han queri-
do así. Tales textos se clasifican, tanto en las bibliotecas
como en las categorías críticas, en la sección de Miscelánea,
16 El ensayo en Antioquia/Selección

lo que, de hecho, coloca su valor por debajo de todos los


géneros, en la etapa del balbuceo, de la invención no lo-
grada, del experimento fallido, de la rebeldía sin objeto. La
rebeldía juvenil contra los géneros nada de valor ha logra-
do producir nunca en parte alguna. Es la mezcla inconexa
de la miscelánea, que abarata la quincallería.
El Ensayo académico (científico, sociológico, etc.),
como todo, se desactualiza, quedando para los investiga-
dores en bibliotecas especializadas. Es una de las principa-
les razones por las cuales se fue reduciendo el número de
obras a considerar para este volumen. Otra es la delimita-
ción del Ensayo, separándolo del Estudio, el Tratado y
demás formas afines. Otra, que la selección se circunscribe
al actual territorio de Antioquia, puesto que en Caldas,
Quindío y Risaralda querrán hacer, para honra local, sus
propias colecciones.
Se incluyen, a partir de don Baldomero Sanín Cano
(1861), ocho autores nacidos en el siglo XIX, cuya obra,
en realidad, pertenece al XX. El último de ellos, Luis
Tejada, nace en 1898. Y se llega hasta el Nadaísmo, pues
un sólo volumen no da para más.
El XX fue pródigo en estudios de toda clase, no sólo
referentes a Antioquia, sino también a los asuntos nacio-
nales. Predominantes fueron: Historia, Economía, Inge-
niería, Geología, Comercio e Industria, Agricultura, Cien-
cias sociales, Literatura y Filosofía, temas todos de la ma-
yor importancia. Entre las colonizaciones antioqueñas, la
de Bogotá puede no ser la menor.
Algo que sorprende es comprobar los cientos de obras,
muy importantes, realizadas con excepcionales talento y
modestia, grandes en realidad, publicadas en ediciones de ínfi-
ma categoría, pobres y feas, de mínima circulación. Sincera
admiración merecen los muchos que hacen trabajos ingentes
para la actualidad, sin esperar nada del futuro. Y que no sólo
lo hacen, sino que muchas veces por ello se les persigue.
El ensayo en Antioquia/Selección 17

Muchos añejos prestigios se deshacen al releerlos, por-


que su obra ha perdido vigencia. Partieron de premisas fal-
sas, creencias de fe, observaciones no comprobadas, jui-
cios a priori, lo cual invalida sus razonamientos, aunque
se expresen en gruesos volúmenes. Y también se da el caso
de obras admirables, olvidadas por prejuicios injustifica-
dos acerca del autor, en política, religión, procedencia o
estilo de época, circunstancias independientes de su valor
intrínseco. En cambio, por inercia y falta de sentido críti-
co, perduran reputaciones inmerecidas de obras que mu-
rieron sin que nadie se diera cuenta.
Pensadores y escritores no han faltado en Antioquia,
sobre todos los temas de interés, pero sus ideas se pierden
por falta de atención. Se nos enseña con error a olvidar el
pasado. No ocurre así en los pueblos cultos. Antioquia ha
dado magníficos maestros, pero no se ha querido aprender.
Bien se dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
El agotamiento de las fuentes de agua, la erosión, la desapa-
rición de especies vegetales y animales, en síntesis, todas las
calamidades actuales, fueron advertidas a tiempo por nues-
tros sabios, que no encontraron audiencia. De poco sirve la
reflexión de los guías en un país que decidió no pensar; que
se dedica al exterminio de los contrarios, en lo que sea; cu-
yos objetivos no coinciden con ningún plan nacional ni re-
gional. Son patriotas quienes ven los problemas, los estu-
dian y proponen soluciones que deberían ser al menos con-
sideradas con seriedad. Pero a la administración pública la
paraliza su misma complejidad. Su enorme gordura le impi-
de moverse. Se le ha llamado paquidérmica. También se les
dice dinosaurios a los burócratas. Poco a poco se irá encon-
trando su verdadera identidad.
La tendencia a la suspicacia ha hecho del antioqueño
un pueblo amante de la claridad. Todo bien explicado,
“para que no nos digamos mentiras”. Se cree que eso favo-
rece el pensamiento, pero también sirve para identificar al
18 El ensayo en Antioquia/Selección

contrario, a fin de silenciarlo por siempre. “En Colombia


–escribe Jaime Alberto Vélez– donde en ocasiones no re-
sulta posible ni siquiera la más elemental expresión de las
ideas, difícilmente podría crecer con autonomía y feraci-
dad el Ensayo, género que exige un ambiente y una tem-
peratura benévolos, y hasta un aclimatador de novedades”.
El interés por el mundo confiere sentido a la existen-
cia, porque nos hace partícipes. Es una de las funciones de
los medios de comunicación. Y es también uno de los pro-
pósitos de los gobiernos y de las religiones, los partidos
políticos, las organizaciones. Aislarse es perderse en sí mis-
mo: lo más cerca de la Nada.
El contenido de este libro no son simples, efímeros y
desatendidos artículos, sino Ensayos útiles, de autores que
nos llevan a compartir su pasión por la vida y por el pro-
ceso evolutivo de lo que llamamos “espíritu humano”,
expresión eufemística en busca de dignidad, confianza,
autoestima, seguridad, trascendencia en la Tierra.
Hay mucho de provecho para seguir leyendo en la lite-
ratura antioqueña, que no es sólo narrativa y poesía. Se re-
quiere saber encontrar, con un poco de olfato. Entre los
libros más interesantes y mejor escritos del siglo XX en
Colombia están todos los de Arturo Escobar Uribe. Quie-
nes alcanzan a llegar a la clase media no ocultan su indife-
rencia por la suerte del país. Lo popular les huele mal. Olvi-
dan que sus antepasados calzaban alpargatas los domingos.
La cátedra de Enrique Pérez Arbeláez no se escuchó en
su tiempo, ni se escucha ahora, aunque muchas de sus
enseñanzas conservan plena actualidad. Es una obra cien-
tífica y tecnológica sobre plantas, animales, geografía, geo-
logía, historia, física, y otros temas relacionados con el cam-
po. Sólo su tratado sobre plantas medicinales alcanzó no-
toriedad, por los beneficios prácticos que de él se deriva-
ban. Lo piratearon cínicamente, con la consabida adver-
tencia: “Se prohíbe la reproducción total o parcial...”, etc.
El ensayo en Antioquia/Selección 19

Su interés por los temas de Colombia hace que la obra


de Luis Guillermo Echeverri Abad mantenga su vigen-
cia, en especial como ejemplo. Muchas de sus páginas
podrían repetirse en los diarios de hoy. Pero no se lee-
rían, porque no son de farándula ni de entretenimiento
ramplón. Ni de humor rústico, ni de chismografía. Y
porque hoy no se aprecia la bella escritura. El país mere-
cerá lo que le acontezca, a medida que todo se convierta
en zona rosa, gracias a la televisión.
Los autores en la literatura antioqueña son, en su ma-
yor parte, sacerdotes, médicos, abogados y profesores. Y
casi todos parecen curas, incluyendo a Gonzalo Arango y
a Fernando González. Esto le confiere un alto nivel inte-
lectual, moral y cívico, y un valor literario excepcional,
admirable. Podría pensarse que un pueblo con semejante
literatura no puede perder su rumbo, que tiene en el pasa-
do sustentación y norte. Y eso es lo que cabría esperar, si
algún suceso impensado no se atraviesa en su destino. Este
libro es por eso un acto de fe en Antioquia, por parte del
Concejo Municipal de Medellín y de la Biblioteca Pública
Piloto, para la educación popular.
El Ensayo es género del pensador, más que del filóso-
fo. “Hasta Sanín Cano –escribe Jaime Alberto Vélez– la
literatura colombiana había carecido propiamente de una
autonomía real, por estar al servicio de una causa, cual-
quiera que ella fuese”. “El Ensayo consiste –sigue dicien-
do– en una visión personal obtenida, tanto a partir de di-
versas opiniones consultadas, como de una observación
directa de los hechos. (...) Del ensayista se podría afirmar
que consiste simplemente en un hombre que sostiene con
gracia un punto de vista original”.
Ver los lugares de origen de los autores seleccionados
proporciona un dato de interés con respecto a los pueblos
de Antioquia:
20 El ensayo en Antioquia/Selección

Abejorral (2): Abel Naranjo Villegas. Jaime Jaramillo


Uribe.
Amagá (1): Belisario Betancur.
Andes (4): Arturo Escobar Uribe. Pedro Restrepo
Peláez. Gonzalo Arango. Roberto Cadavid Misas (Argos).
Anorí (1): Darío Ruiz Gómez.
Barbosa (1): Luis Tejada.
Copacabana (1): Cayetano Betancur.
Donmatías (1): Luis López de Mesa.
El Carmen de Viboral (1): Carlos Jiménez Gómez.
Envigado (3): Fernando González. Jorge Yarce. Eduar-
do Escobar.
Guadalupe (1): Alfonso Jaramillo Velásquez.
Jericó (3): Luis Guillermo Echeverri Abad. Héctor
Abad Gómez. Manuel Mejía Vallejo.
Marinilla (1): Alfonso García Isaza.
Medellín: (7): Alejandro López. José Manuel Mora
Vásquez. René Uribe Ferrer. Uriel Ospina. Jaime Sierra
García. Jorge Orlando Melo. José Guerra.
Pueblorrico (1): Carlos Eduardo Mesa.
Rionegro (5): Baldomero Sanín Cano. Laureano García
Ortiz. Félix Ángel Vallejo. Joaquín Vallejo Arbeláez.
Samuel Syro Giraldo.
Santa Bárbara (1): Abel García Valencia.
Santa Fe de Antioquia (2): Fernando Gómez Martínez.
Javier Arango Ferrer.
Sonsón (1): Antonio Álvarez Restrepo.
Urrao (1): Froilán Montoya Mazo.
La división por siglos es tan arbitraria como cualquie-
ra otra, pues cada día empieza un nuevo siglo. Algunos
autores nunca permiten que aparezca en sus libros su
lugar de origen, ni su fecha de nacimiento, porque pre-
tenden ser universales e intemporales, o tal vez divinos.
Si acaso, dicen: “En un lugar de Antioquia, en una fecha
de la cual no quiero acordarme...”. A ellos les advierte
El ensayo en Antioquia/Selección 21

Gonzalo Restrepo Jaramillo: “El tiempo es incompatible


con la eternidad”.
También hay libros que carecen del pie de imprenta,
sin lugar ni fecha, ni índice de contenido, ni datos del au-
tor. Son libros fantasmas. En otros, como los de Estanislao
Zuleta y Jorge Artel, la advertencia es tajante: “Prohibida
su reproducción total o parcial, por cualquier sistema de
impresión y con cualquier finalidad, comercial o académica,
incluidas las lecturas universitarias”. No deja de ser curioso que
en una colección titulada Universidad se prohíban las lectu-
ras universitarias. Nadie más apegado al centavito que los
generosos revolucionarios. No sin razón, anota Jaime Al-
berto Vélez: “En la tradición colombiana suele reducirse
al lector a la condición de copartidario, alumno o feligrés,
cuando no a la de enemigo, bárbaro e infiel”.
Horas de literatura colombiana, de Arango Ferrer, conside-
ra los géneros en orden de importancia. Empieza con el
Ensayo y concluye con la Poesía. No leyó a José María
Vargas Vila: “No existe mejor vehículo para la propagan-
da de un ideal que la Poesía. Como inspiradora de heroís-
mo nada hay igual a la Poesía, desde los tiempos de
Homero. Los poetas crearon a los dioses, y han inspirado
todas las artes”.

Jaime Jaramillo Escobar


BALDOMERO SANÍN CANO

Juan de Dios Uribe


Todas las circunstancias favorables se unieron para hacer
de Juan de Dios Uribe el primer escritor político de Co-
lombia, un gran descriptor de la naturaleza y de las cos-
tumbres, un crítico de gusto refinado y el más alto repre-
sentante de la invectiva justa y resonante. En su familia
hubo un escritor político de altas dotes, Juan de Dios Res-
trepo, maestro igualmente en la descripción de las costum-
bres y en la observación de los móviles humanos. Fue su
madre persona de talento perspicuo, de vastas lecturas y
de un criterio raro entre mujeres para juzgar fríamente de
las acciones ajenas. Su padre amó la ciencia y las letras con
desinterés y constancia. Penetró en las interioridades del
cuerpo y del alma humanos, y, atento observador de las
alternativas sociales, buscó el origen de las costumbres ci-
vilizadas estudiando, como los sabios de su tiempo, las
costumbres de los salvajes y haciendo vida común con las
tribus no sometidas aun a la vida civil. El ambiente en que
empezó a crecer Juan de Dios Uribe fue en sus más señala-
dos aspectos un ambiente literario y científico. Nació en
Andes, población nueva de Antioquia, en las faldas de la
cordillera occidental, en las vertientes del Cauca antioque-
ño, a la vista de farallones, profundas y estrechas quebra-
das y ríos tumultuosos. Estudió en la Escuela Normal de
Popayán, y en los aledaños de esa villa, comparándolos
inconscientemente con las abruptas apariencias de su ciu-
dad natal, donde había observado la obra de las fuerzas
indómitas del planeta, aprendió a gustar la gracia, asociada
milagrosamente a la fuerza, en las lejanías del paisaje. Dos
ambientes disímiles y remotos educaron su capacidad de
24 El ensayo en Antioquia/Selección

observación ante los aspectos del paisaje. Más tarde Bogo-


tá, suspendida entre cerros y una llanura gris y unánime,
vino a enriquecer su sentido moderno de la naturaleza, que
poseyó en generosas y hondas proporciones, y supo ver-
ter en prosa con una delicadeza y originalidad de visión
desconocidas hasta entonces en la literatura de estas par-
tes.
Vino a la vida de la razón y del combate social en un
momento de la historia colombiana especialmente digno
de estudio y de memoria por haberse señalado con el cho-
que violento de las creencias, exacerbadas por el clero,
contra las opiniones de los hombres imbuidos en la nece-
sidad de analizarlo todo, que señalaban en otra banda de-
rroteros a las inteligencias capaces de entenderlos. Asistió
a la lucha tenaz, de cada día y de cada momento, de los dos
partidos que defendían sus principios en una prensa de
libertad absoluta, cuyas expansiones vinieron a dar por
resultado una de las guerras civiles más injustas por parte
de quienes la promovieron y más trágicamente fracasada
en la historia de nuestras contiendas internas. Presenció la
lucha, admiró a los conductores de parte gibelina y luego
presenció en Bogotá las amargas e interesantes controver-
sias políticas de prensa y parlamento, que sirvieron de pro-
legómenos a la guerra de 1885 y a la desventurada evolu-
ción política de que fueron resultado la represión violenta
de las libertades y el retroceso político de la nación a las
horas españolas del régimen de Calomarde.
La familia, el ambiente físico, el clima político conver-
gieron como en un problema geométrico para la produc-
ción de una inteligencia literaria de primer orden y para fa-
vorecer su desarrollo en forma original y completa. Sus con-
temporáneos le llamaron “el Indio”, sin duda por los estu-
dios del padre sobre la raza indígena. Su tipo era blanco.
Sus predilecciones naturales movieron hacia la prensa
sus actividades. Amó la lucha por temperamento. Eran
Baldomero Sanín Cano
Caricatura de Elkin Obregón
26 El ensayo en Antioquia/Selección

igualmente vivaces, agudas y sinceras sus simpatías que las


repugnancias de su temperamento, y el medio en que hubo
de desenvolverlas fue especialmente propicio a su desarro-
llo, porque el origen de la transformación política que com-
batió durante su vida, y de que fue víctima animosa, susci-
tó en el país desesperadas resistencias morales y de hecho.
Las virtudes más excelsas de su prosa política fueron la
fuerza, la claridad y la gracia ondulante escondida entre los
pliegues de un idioma sabio e intolerante, con las más le-
ves desviaciones contra su puro genio. No era el escritor
pacato, lleno de terror ante el uso de vocablos o giros que
pugnasen con el código gramatical: era el prosista dueño
de su instrumento, capaz de tañerlo en la generosa ampli-
tud de sus escalas y recursos. No da la impresión del jardín
erudito sino de la fronda natural acomodada al clima y a la
bondadosa feracidad del suelo. Al erudito la dicción “in-
diana” le da ante todo el gusto de la corrección perfecta: en
tal concepto coinciden Unamuno y Gómez Restrepo. Al
lector desprevenido y de pocas letras lo avasallan la natu-
ralidad, la fuerza, lo original y preciso de los epítetos, la
armonía liberal entre el concepto y la frase, la honradez
inexpugnable del pensamiento y la helénica y fugitiva gra-
cia del conjunto.
Como se ha dicho, el ambiente político favoreció en
grande escala el desarrollo de sus naturales talentos y de la
plenitud de sus aspiraciones. No se crea, sin embargo, que
la invectiva, en que fue maestro insuperado en su tiempo,
era la sola forma literaria en que su pluma se elevaba al
ápice de la expresión escrita: en los retratos instantáneos
hace justicia a las cualidades de algunos personajes con
cuyas ideas no podía tener contactos de simpatía. En otros
casos la alabanza justa, dignamente y con adecuada belleza
expresada, con aplicación a personaje por él admirado, se
limita con criterio desapasionado y justo. De Montalvo,
por ejemplo, dice: “El rollo de la palabra de Montalvo
El ensayo en Antioquia/Selección 27

abruma: ha plantado una nueva floresta del idioma y se va


por ella como un salvaje grandioso a caza de fieras y repti-
les. Se requiere iniciación para comprenderlo y gusto lite-
rario para admirarlo en sus pormenores artísticos; diré tam-
bién que hay que prevenirse para no caer en sus extremos,
porque se deja ir en el aerostático de su fantasía y sin ser
un ortodoxo es en ocasiones místico... Ningún escritor
hizo, por otra parte, mejor uso de su talento. Azotó a los
pícaros en la plaza pública, colgó a los tiranos en una hor-
ca que puso sobre los Andes y sacó a la vergüenza los vi-
cios del clero, con un buen humor que da escalofrío”. Se-
ría de observar que la mística tiene en literatura el mismo
derecho a expresarse que el seco materialismo. Quevedo
es escritor de alta jerarquía lo mismo en sus obras jocosas
que en sus trabajos de interpretación de las verdades
teológicas. La mística de buena fe, no enseñada por encar-
go, ni practicada para ganar distinciones o gajes, tiene su
puesto en las letras de todo el mundo, como la novela o el
drama.
La mitad de la obra pensante de Uribe, y casi todas sus
actividades y peregrinaciones, está dedicada a defender la li-
bertad y a difundir las ideas liberales. Estaba en su tempera-
mento el dedicarse a esa propagación. La suerte le favoreció
haciéndole llegar a la plenitud del conocimiento en una época
en que las libertades yacían por el suelo en Colombia y esta-
ban amenazadas o ferozmente limitadas en otros lugares del
trópico. Luchando contra esa calamidad de los tiempos su
pluma, su conciencia, sus nociones de ciencia y arte se ali-
mentaban a sí mismas. Coincidió de tal manera su tempera-
mento de luchador con las necesidades de los tiempos en
que le tocara vivir, que la notoriedad tristemente conmove-
dora de las administraciones colombianas de la época y al-
gunas de sus pobres celebridades momentáneas yacerían hoy
en el olvido de no haber recibido los merecidos azotes de
ese vengador de la patria. Las inmortalizó en su daño.
28 El ensayo en Antioquia/Selección

Tuvo, como ya se dijo, en sublimada calidad el senti-


miento moderno de la naturaleza. Echemos la vista sobre
este diálogo con uno de sus grandes amigos, cuya muerte,
en defensa de la libertad y de los desvalidos, proyecta aún
sombras de vergüenza sobre el continente:
“El último día del año de 1893, me sorprendió a
orillas del mar Pacífico, por primera vez visto por mis
ojos. Tenía el honor de acompañar a Eloy Alfaro a una
de sus empresas libertadoras.
—“¡Oh, me dijo el viejo proscrito, señalándome el
océano: amémosle mucho, que sus ondas bañan las ri-
beras de la patria!
“Los amos nos vedaban el sol nativo y el pan de
nuestras cosechas; estábamos fuera de la ley que am-
para y de la tierra que sustenta, y se atropellaban en
mis labios las sílabas indómitas del odio, en aquella
mañana de diciembre. La naturaleza sólo es bella en la
libertad de pensamiento. Buscaba hacia el sur, en vano,
mi radiante Colombia de otros tiempos, la macabea,
la madre de vientre fecundo, bendito tres veces por la
libertad, por la república y por la ciencia. El sol na-
ciente abría grandes y nuevos espacios sobre las aguas;
las olas contra la playa aligeraban su fatiga en un gran
sollozo; la brisa traía las frescuras y los olores mari-
nos; los alcatraces desarrollaban sus escuadrones en el
espacio... Buscaba en vano la patria: allá abajo el mo-
nótono océano resonante y las estériles costas. Luego
aparece Colombia en mi mente, como una llama, que
ya es una antorcha, que ya es una sombra, que ya es
una mancha... ¡nada!”
Fue también narrador de altas dotes, y en su descrip-
ción del campo de batalla de Los Chancos dejó muestras de
esta milagrosa capacidad y de sus dones excelsos como poeta
descriptivo. Es de retener en la literatura española esta
El ensayo en Antioquia/Selección 29

visión del campamento y de los hombres que tomaron par-


te en la batalla del día anterior:
“Al otro día de la batalla de Los Chancos (31 de agos-
to de 1876) vi a Jorge Isaacs, de pie, a la entrada de una
barraca de campaña. Pasaban las camillas de los heri-
dos, las barbacoas de guadua con los muertos, grupos
de mujeres en busca de sus deudos, jinetes a escape,
compañías de batallón a los relevos, un ayudante, un
general, los médicos con el cuchillo en la mano y los
practicantes con la jofaina y las vendas, Trujillo que
marcha al sur, Conto que regresa a Buga, David Peña a
caballo con su blusa colorada, como un jeque árabe
que ha perdido el jaique y el turbante... el mundo de
gente, ansiosa, fatigada, febril, que se agolpa, se baraja
y se confunde después de un triunfo. El sol hacía tremer
las colinas, la yerba estaba arada por el rayo, el cielo
incendiado por ese mediodía de septiembre, y por so-
bre el olor de la pólvora y los cartuchos quemados,
llegaba un gran sollozo, una larguísima queja de los
mil heridos que se desangraban en aquella zona abrasa-
da, bajo aquel sol que desollaba la tierra. Isaacs reem-
plazó el día antes a Vinagre Neira a la cabeza del Zapadores
y, como su primo hermano César Conto, estuvo don-
de la muerte daba sus mejores golpes. Yo le vi al otro
día en la puerta de la barraca, silencioso en ese ruido de
la guerra, los labios apretados, el bigote espeso, la fren-
te alta, la melena entrecana, como el rescoldo de la ho-
guera; y con su rostro bronceado por el sol de agosto y
por la refriega, me parecieron sus ojos negros y chis-
peantes como las bocas de dos fusiles”.
Beyle y Tolstoi dieron idea de las batallas de Waterloo
y Borodino siguiendo las impresiones y las observaciones
que desde varios puntos de mira hacía un participante en
la batalla. La humana visión en el relato de Stendhal arre-
bata la curiosidad del lector y difunde su atención por
30 El ensayo en Antioquia/Selección

todos los rincones, adonde lo lleva la capacidad descripti-


va del autor. La milagrosa capacidad del genio tolstoiano
parece que reflejara sobre las concavidades del firmamen-
to la visión de la gran batalla de la Moskwa para que pudie-
ra observarla un moribundo que empezaba a desinteresar-
se de las cosas humanas. Las páginas de Uribe, en la des-
cripción de la mañana siguiente a la batalla de Los Chancos,
tienen la originalidad de sugerir, en un panorama de ale-
gría y de felicitaciones, el ambiente caldeado de la batalla
ocurrida en el día anterior y la magnitud de las ideas que
allí se dieron a tremenda prueba.
Aunque gran narrador, como se ha dicho, no es ésta
la calidad fundamental de Uribe en sus hazañas de escri-
tor; “hazañas” está bien dicho, porque cada una de sus
obras minúsculas deja la impresión de una estupenda
aventura. Pone en cuanto escribe toda su alma, y ape-
nas por excepción hace un esfuerzo para explicarse la
situación de sus contendores. En el diálogo su pluma
vacila y en ocasiones decae. Era Uribe un temperamen-
to de escritor que anda siempre revolviendo las ideas.
Tuvo muchas, las acariciaba con deleite, retozaba con
ellas, pero les negaba carta de naturaleza a las opuestas.
Su pensamiento estaba tan lleno a todas horas, que el
diálogo le resultaba una forma de abdicación. Llevaba
consigo mismo un eterno monólogo de la razón contra
sus enemigos, a quienes apenas les concedía el derecho
de contradecirle. Fue un perpetuo contradictor de las
ideas contrarias a los principios de libertad por él acep-
tados como intangibles, pero careció de la estupenda
mala fe de los polemistas. Jamás entabló con nadie lides
contradictorias de pensamiento. Lanzaba sus ideas a la
plaza pública con el fervor de la convicción y en arran-
que de entusiasmo, pero no tuvo la paciencia necesaria
para escuchar a los disidentes ni la ingenuidad requerida
para contradecirles.
El ensayo en Antioquia/Selección 31

Por eso en sus narraciones el diálogo flaquea forzosa-


mente. El monólogo era la forma natural de expresión para
un talento que se contemplaba a sí mismo.
Fue de una facilidad incomparable frente a las hojas de
papel que reclamaban el talismán de su elocuencia. Me di-
jeron alguna vez sus amigos que con frecuencia cuando
hacía prosa para La Siesta eliminaba el intermedio de la
maduración sobre el manuscrito. Llegaba de la calle a las
dos de la mañana, iluminado artificialmente, y para aten-
der a la premura de las circunstancias, colocaba delante de
sí al cajista, con la galera en la mano, y le iba dictando fe-
brilmente las frases que al día siguiente escandalizaban cier-
tos ambientes, mientras otros abrigaban el regocijo de las
mentes caldeadas por la pasión de ser libres.
Tuvo para ejercer la crítica literaria vocación manifies-
ta: gusto firme, vastas y bien digeridas lecturas, juicio inde-
pendiente, admiración documentada de lo bello dondequie-
ra que lo encontrase. Sin embargo, su temperamento de
luchador se sobrepone a menudo, en sus trabajos de críti-
ca, a la fría percepción del analista. De esto hay ejemplos
en el estudio sobre La tierra de Córdoba, de Isaacs, y en sus
apasionadas y melancólicas excursiones por la poesía, la
vida y la locura de Epifanio.
Al pie del monumento que se le ha erigido podría po-
nerse:
El genio literario de la invectiva política: la frase más
natural, más pura y más graciosa entre los escritores de su
tiempo.
32 El ensayo en Antioquia/Selección

De cómo la deslealtad
puede ser modestia
Un joven amigo mío, de vastos recursos pecuniarios e in-
telectuales, abandonó hace unos años sus negocios y sus
excursiones por las ciencias naturales y las matemáticas,
para entregarse en cuerpo y alma, y con una tenacidad de
neófito, al estudio de los evangelios. Ha sido esta transfor-
mación uno de los pocos buenos resultados de la agita-
ción modernista: gentes que apenas habían oído hablar por
referencias de San Lucas y San Mateo, han empezado a
quebrarse la cabeza pensando en las sutiles razones y fun-
damentos que pueden existir para afirmar que unos evan-
gelios son auténticos y otro u otros son tenidos por mate-
ria apócrifa. Bernard Shaw, que no pierde ripio cuando se
trata de cuestiones palpitantes, leyó los evangelios con el
objeto de enterarse y renovar en su clara mente la idea que
se había formado del Cristo. En el prólogo de un volu-
men, aparecido durante la guerra, expuso con su habitual
humorismo lo que le había sugerido acerca del Salvador
del mundo la lectura cuidadosa y desprevenida de los evan-
gelistas. Sólo que los espíritus maleantes, en vez de leer en
esas páginas la vida de Cristo, leyeron con una leve sonri-
sa entre benévola y picante la “biografía de Bernard Shaw,
sacada de los evangelios”. Mi amigo sabe de estos asuntos
lo que se puede saber. Lo que él ignora en punto a la au-
tenticidad de los textos sagrados no vale la pena de ser es-
tudiado.
Días pasados, en un sabroso coloquio de hispanoame-
ricanos, surgió de repente el tema de la deslealtad de San
Pedro con motivo de algún chiste salaz que dejó escapar
inopinadamente uno de los de la reunión. Mi amigo, que
El ensayo en Antioquia/Selección 33

probablemente buscaba ocasión para hacernos conocer


uno de los resultados de su continuo trato con la obra de
los evangelistas, dijo: “San Pedro -en mi sentir- ha sido víc-
tima de una injusticia, a causa de la interpretación dada al
incidente relativo a su deslealtad con el Maestro, ante la
pregunta de una simple fámula de la casa de Caifás”. Mi
amigo tiró el cigarrillo que estaba fumando, se caló las ga-
fas y sacó de entre las profundidades de uno de los bolsi-
llos insondables de su gabán un pequeño volumen negro,
encuadernado muy fuertemente en marroquí. Lo acarició,
antes de abrirlo, como suelen los bibliómanos, y conti-
nuó diciendo: “Este incidente, cosa curiosa, es uno de los
pocos que aparece narrado menudamente en San Mateo y
confirmado, casi con unas mismas palabras, en los otros
tres evangelistas. Voy a leerles la versión de San Lucas, y
la escojo porque Lucas fue el más letrado de los evangelis-
tas. Es, de los cuatro, el que se expresa con más elegancia y
el que, en ocasiones, se pone a tocar estilo, como dice Zola,
si mal no recuerdo, refiriéndose a Paul de Saint Victor.
Voy a traducir directamente del griego y ustedes excusa-
rán las vacilaciones que haya en la lectura, porque hay di-
ferencia de esa lengua a la nuestra”. Mi amigo se puso a
leer: “Y habiéndole prendido se lo llevaron y lo introduje-
ron en casa del príncipe de los sacerdotes. Pedro le seguía
de lejos, y cuando hubieron prendido fuego en medio de
la sala, alrededor del cual se sentaron todos, Pedro tomó
puesto entre ellos. Y una criada, que le vio sentado al fue-
go, dijo mirándole detenidamente: “Este es de los que esta-
ban con él”. Entonces él lo negó, respondiendo: “Mujer,
no lo conozco”.
Terminada la lectura, agregó mi amigo: “De este senci-
llo incidente, tan natural y tan humano, los lectores de los
evangelios han saltado a la conclusión de que San Pedro
negó ese día a su Maestro, por deslealtad y por miedo. Lo
creen así porque los evangelios añaden que, al cantar el
34 El ensayo en Antioquia/Selección

gallo, San Pedro rompió en sincero y amargo llanto. El


cargo de miedo es el menos justificado de cuantos pueden
hacérsele a San Pedro. Los evangelios dan testimonio de
que el cimiento de la Iglesia obró siempre con mucho va-
lor. Después de haber andado sobre las aguas Jesús invitó
a sus discípulos a que lo imitasen, y sólo Pedro tuvo el
valor de hacer la tentativa. Fue su valor tan grande que,
según San Mateo, “descendiendo Pedro del barco andaba
sobre las aguas para ir a Jesús”. Cuando las turbas vinie-
ron con Judas a prender al Maestro, los otros discípulos se
pusieron a prudente distancia y dejaron a los revoltosos
que hicieran su gusto. Pedro estaba cerca, y al ver que po-
nían las manos sobre su amigo, tiró de la espada y a sabla-
zo limpio dejó sin una oreja a uno de los guardias.
“Cuando, apoderados de la persona de Cristo, los de la
multitud tomaron la vía a casa de Caifás, Pedro fue el úni-
co de los discípulos que se atrevió a seguirlos. Es verdad
que los seguía de lejos, “e longinquo”, dice la Vulgata; pero
es preciso recordar que esto suponía gran valor; pues los
amotinados debían tener todavía muy presente la refriega
en que uno de ellos había acabado por perder una oreja. Si
Pedro hubiera dejado que el miedo interviniese en la direc-
ción de su conducta, no habría ido en seguimiento de su
Maestro, en pos de la ofendida turba. Pero hizo más aún;
penetró en la casa de Caifás y con la mayor serenidad se
sentó alrededor del fuego a esperar, según parece, el resul-
tado de la investigación que estaba llevando a término el
gran saduceo, y resuelto, sin duda, a defender al Maestro.
No es, pues, aceptable explicar la respuesta negativa a las
preguntas indiscretas de la criada y de otros circunstantes,
por medio del temor. Importa recordar que, inmediatamen-
te antes de que la criada se hubiera dirigido a Pedro, el sumo
sacerdote le había preguntado a Cristo si él era hijo de Dios.
Pedro había sin duda escuchado la respuesta “tú lo dices”.
“Mi deducción es, aseguró mi amigo, restituyendo el
El ensayo en Antioquia/Selección 35

pequeño volumen a los recodos inescrutables de su bolsi-


llo, que San Pedro no negó a Cristo por temor, ni por
deslealtad, sino por modestia. Creía que era demasiado
presumir en un pobre pescador, rudo y de pocas palabras,
decirse amigo de un hombre que acababa de designarse a sí
mismo, delante de los circunstantes, hijo de Dios”.
“Para llegar a esa conclusión -repuso un sudamericano
de la concurrencia,- no es necesario haber leído en varios
idiomas antiguos y modernos los cuatro evangelios, ni
comparar unas con otras, de modo irreverente, las diver-
sas narraciones de los evangelistas. El comercio diario de
unos hombres con otros está evidenciando que fue la
modestia el móvil de San Pedro. Voy a contar a usted el
resultado de una triste y no muy remota experiencia per-
sonal.
“Yo soy de San Juan Nepomuceno, en una provincia
casi ignota de una República latinoamericana que no hay
para qué nombrar. A los nacidos en ese pueblo nos lla-
man los que nos quieren bien “nepomucenos”, los otros
nos dicen “pomucenitas” y, para mayor escarnio,
“pabucenitas”. Tal cual mojicón solía cambiarse entre los
estudiantes de la Universidad en la capital de mi país, cuan-
do sonaba esta palabra en las conversaciones.
“Hace cuatro años que vivo en Londres. Vine a estu-
diar por estudiar y me he encariñado de ese período de la
historia que se llama la época bizantina. Atendiendo a las
aulas y buscando libros sobre esa época, trabé relaciones
con el catedrático de lengua griega en una de las viejas uni-
versidades de Inglaterra, poseedor de una clarísima reputa-
ción por su saber vasto y documentado y por su bondad
inagotable y experta. Se le debe un precioso volumen so-
bre ciertos aspectos del arte bizantino mal comprendidos,
según él dice, por los modernos. Se ha negado a escribir
más libros, diciendo que, en verdad, todo cuanto puede
saberse acerca de aquella época está ya puesto en sabios
36 El ensayo en Antioquia/Selección

volúmenes, bien escritos unos, incompletos los de acá,


demasiado recargados de detalles insignificantes los de más
allá. Quien desee saber algo a fondo, afirma modestamen-
te, debe leerse todos esos testimonios y no contentarse
con un deshilvanado compendio. Este hombre adorable
acostumbraba venir a Londres periódicamente y posaba
en un hotel del barrio de Bloomsbury, adonde solía yo ir a
verle para olvidar, en largos coloquios sobre cosas pasa-
das, las miserias de la vida contemporánea y las exigencias
del oficio a que cada cual estaba dedicado. Una noche mien-
tras conversábamos y bebíamos vino de Oporto en un
rincón del salón de fumar, en aquel silencioso hotel de la
metrópoli, entraron hablando recio y en español dos jó-
venes que por el acento y por la manera de gesticular reve-
laban que venían de San Juan Nepomuceno o de un lugar
vecino a los ejidos de mi antigua ciudad natal. En efecto,
de allí venían y eran conocidos míos. Me reconocieron y,
a la usanza del terruño, y como si estuvieran en un patio
del cortijo, me saludaron desde lejos y en voz alta. Me in-
corporé para darles la bienvenida, y, en pos de los abrazos
y del usual cuestionario sobre la salud y la vida pasada,
quisieron saber de mi boca quién era ese caballero con
quien conversaba cuando ellos entraron. Vacilé un mo-
mento, y acabé por decirles que no le conocía. En ese ins-
tante dio la hora un reloj suizo de cuclillo que había en el
salón. El pajarraco de madera se asomó a un ventanillo y
cantó las nueve de la noche con rápida y penetrante mo-
notonía. No lloré como San Pedro, porque, más consciente
que el pescador, yo había mentido, como él, por modes-
tia, para evitar el ridículo. Los dos “nepomucenos” que
acababan de entrar eran aficionados a las letras y se sabían
de memoria la lista de los grandes cerebros europeos. En
América parece que no se ocupan los intelectuales más
que en eso: en aumentar diariamente el acervo de nom-
bres de autores extranjeros y de obras que tienen en la
El ensayo en Antioquia/Selección 37

cabeza. Los recién venidos habrían atinado inmediatamente


con la vida y hechos de mi amigo el profesor y se habrían
reído de mí donosamente en el interior de sus almas. ¡Que
un “pabucenita” cualquiera se dijese amigo del profesor X
y estuviera conversando con él en una fonda de Londres!
¡Qué manjar espiritual tan suculento para saborearlo con
deleite y muy poco a poco en la esquina de la plaza princi-
pal, en San Juan Nepomuceno, a la luz de un crepúsculo
tibio, mientras la brisa cargada del penetrante aroma de las
selvas vecinas agita en blandos vaivenes las hojas deshe-
chas de las palmeras que resaltan vivamente, como som-
bras chinescas, sobre el ópalo y el púrpura desvanecido de
un cielo que parece el escenario de un misterio de la Edad
Media! “Dice Fulano, exclamarían los dos viajeros al resti-
tuirse a sus lares, que es amigo del profesor X... Fulano, a
quien ustedes conocen. El que nació allí cerca, frente a la
casa cural, y vive en Europa, va ya para cuatro años, ha-
ciendo que estudia”. El rumor de la carcajada llegó por
anticipación a mis oídos y negué a mi maestro. Si hubiera
podido reducir a cenizas el cuclillo de madera que cantaba
las nueve, habría sentido que ejercía él la venganza que no
podía saciar en mis burladores”.
“En efecto -concluyó el teólogo modernizante- la des-
lealtad en San Pedro, y, guardando las proporciones, en el
bizantino de San Juan Nepomuceno, fue una de las for-
mas que suele tener la modestia. Acaso por esto Zaratustra,
que desconoció siempre las excelencias de esta virtud in-
comparable, dijo una vez: “Mis discípulos son los que me
niegan”.
38 El ensayo en Antioquia/Selección

La seriedad
Se reprocha en las esferas diplomáticas europeas y otros
medios políticos menos descabalados, la falta de seriedad a
las gentes de la América Española. A creer en la seriedad
de nuestros censores y en sus compasivas admoniciones,
bastaría cubrir nuestras actitudes y nuestros hechos con
los atavíos de aquella virtud, para que el porvenir fuese
nuestro. Parece, además, que teniendo el porvenir en nues-
tras manos, haríamos de él un uso muy discreto. La serie-
dad construye caminos de hierro, abre canales, deseca pan-
tanos, establece cultivos en escala grandiosa, funda ciuda-
des y las administra en pro de las caras austeras y para la
mayor ventura de sus habitantes.
Empiezan ya los hispano-americanos que viven en
Europa a hacer en todos los tonos y en todos los lugares
donde se acogen, la apología de la seriedad.
“Necesitamos ante todo hombres serios”, dicen con
aire de haber descubierto un nuevo continente en los ma-
res solitarios del pensamiento. Don Fulgencio Tabares ha
venido a España con el objeto de educar a su hijo en todas
las formas de la seriedad.
“Este chico —me decía don Fulgencio hablando de
su hijo— es persona muy seria. Tiene diez y siete años y
no conoce lo que son los juegos de niños. Desde que
aprendió a leer, y ello fue a los seis años, no tiene más
diversión ni entretenimiento que la lectura. Se ha dedi-
cado al estudio de las letras clásicas, y según me dicen sus
maestros, la filología romántica no tiene ya secretos para
él. Aprendió el griego y el latín como jugando. Las len-
guas modernas se las ha asimilado en un abrir y cerrar de
ojos. Para él lo mismo es leer un libro escrito en alemán
que en francés, que en italiano, español o inglés. Se ha
absorbido con una asiduidad y orden admirable las lite-
El ensayo en Antioquia/Selección 39

raturas de todas estas lenguas. No crea usted que devora


libros por el sólo placer de leerlos. Nunca se ha acercado
a un autor sino por consejo de sus maestros. Todas sus
lecturas forman parte de un plan concebido anticipada-
mente por las inteligencias primordiales a las cuáles he
confiado la formación de la suya. No soy yo juez en
estas materias -añadía humildemente don Fulgencio,- y
he tenido, por tanto, que someterme en un todo a la
discreción de sus maestros, gente seria, bien informada,
envejecida en la dirección de la niñez. Lee mi hijo al
regocijado Aristófanes en griego, a Plauto, el áspero cen-
sor de las costumbres romanas, al acerbo Marcial y a
Apuleyo en latín; le son tan familiares en italiano la vena
inagotable de Ariosto, el humor licencioso del Berni, la
prosa ondulada y abundante de Boccaccio, como entre
los modernos la sátira política de Giusti y las narracio-
nes desfachatadas de Guadagnoli. Trae muy a menudo a
colación un poema de Leopardi en que se describe la
lucha de los sapos contra las ratas. No le arredran ni los
dialectos; conoce el Descubrimiento de América por Pascarela,
y su primer ensayo literario es un análisis de la conjuga-
ción en el dialecto que usan éste y otros poetas romañolos.
En español lee con tenacidad de benedictino las livianas
filosofías rimadas de Juan Ruiz; las obras de Cervantes,
de Quevedo, de Moreto y de todos los grandes ingenios
hasta Larra y Mesonero Romanos. A los modernos les
dedica apenas una mirada de curiosidad porque en su
concepto les falta la virtud de ser serios, exceptuando
desde luego a los académicos que sólo dejan de serlo en
raros momentos de olvido. De la literatura francesa trae
siempre entre manos a Rabelais y a Voltaire, no sin com-
placerse en el análisis de algunas obras de Moliére, como
las Marisabidillas y El médico sin quererlo. Pero lo que más le
fascina y lo que sin duda conoce mejor es el teatro de
Shakespeare, Las comadres de Windsor, que ha traducido,
por encargo de un librero de Barcelona, la Comedia de las
40 El ensayo en Antioquia/Selección

equivocaciones y La domesticación de las ariscas que a él le parece


el mejor estudio del alma femenina. Me ha hablado algu-
na vez de autores ingleses del siglo XVIII que es preciso
leer para enterarse pero que a él le resultan extraordina-
riamente libres de lenguaje, o demasiado amargos en sus
críticas de la sociedad a que pertenecieron o no pudie-
ron pertenecer”.
Al acabar este resumen inmetódico de las literaturas, don
Fulgencio fijó la mirada en el espacio como buscando nuevas
constelaciones en el firmamento de la poesía y puso la mano
abierta ante los ojos de su oyente para que no le quitase la
palabra. Su interlocutor no tenía semejante propósito. Ha-
bía notado que se le había olvidado la literatura alemana en
esa excursión aeronáutica, pero no estaba en su ánimo re-
frescarle la memoria. Acaso don Fulgencio y su oyente no
conocían esa comarca de las letras modernas y el discurso se
quedó manco por culpa de ese ligero vacío en la educación
literaria de las personas que intervenían en el diálogo. Sin
embargo, don Fulgencio parecía recordar someramente que
un hombre llamado Jean Paul, un tal Wieland, y, desde luego
Heine, confortaban la inteligencia de su hijo y afirmaban en
él donosamente sus propensiones a la seriedad.
—Es un hombre que no se ha reído nunca,— acabó
diciendo don Fulgencio.
—Me parece un caso de extraordinario dominio de sí
mismo, — me atreví a observar con la mayor circunspec-
ción. — Creo, además— le dije a don Fulgencio — que esa
incapacidad de reír es una limitación de las funciones ele-
mentales de nuestra inteligencia. Para leer a Rabelais o a Heine
sin que se agiten convulsivamente de vez en cuando los ór-
ganos de la risa, se necesita que el lector ande desprovisto
del órgano con que se ejercita esa función. Los progresos
del espíritu humano, sea dicho con la venia del Condorcet,
están graduados por tres grandes sucesos: el día en que el
hombre libertó sus manos y aprendió a andar en dos pies;
El ensayo en Antioquia/Selección 41

el día en que, en presencia de un contraste inesperado, sin-


tió que se le contraían los músculos de la risa; y el año o el
siglo en que Cervantes o Shakespeare, casi a un mismo tiem-
po, formularon su concepto irónico y bondadoso de la vida
y descubrieron ese nuevo modo de observar al hombre y a
la naturaleza que ha pasado a la historia de las literaturas
como con el nombre de sentido del humor. Nada es más
humano que reír. Cualquier animal, los cuadrúpedos me-
nos inteligentes, el hombre primitivo, se contagian de triste-
za fácilmente y sufren con el dolor de sus semejantes. Es
privilegio exclusivo de la inteligencia humana, del entendi-
miento que ha pasado los límites de lo rudimental, apreciar
el fundamento de la alegría en sus semejantes, reír con ellos,
y participar de su regocijo. Es muy fácil ser serio: lo es la
roca inmóvil y el académico hirsuto. No ríe el asno, no sabe
el salvaje qué cosa es la sonrisa. Para sonreír como Renan, la
humanidad ha tenido que sutilizar y embellecer el concepto
de la existencia al través de siglos de amargura y de observa-
ción desinteresada del alma de las cosas. En la risa de
Nietzsche florece la sabiduría de innúmeras generaciones;
en la carcajada histérica de Heine resuena comprimido el
dolor de los vates que colgaron sus arpas de los llorosos
sauces en tiempo de la Caldea imperialista y seudocientífica.
La risa es benigna, el humor es suave como el concep-
to cristiano de la vida, cuya más digna florescencia ha sido.
Los grandes destructores de civilizaciones, los capitanes
inmisericordes apenas conocieron la sonrisa, creyéndose
acaso superiores a ella y al sentido del humor. Los grandes
capitanes de Mahoma y su profeta no sabían reír;
Napoleón era adusto; en la obra literaria de Bolívar predo-
mina el pathos romántico, pero falta la gracia gentil, la sua-
vidad armoniosa. Más han hecho quizás en beneficio de la
cultura humana los creadores de la obra literaria ingrávida,
que representa la vida en su aspecto doble de seriedad
irónica y de triste frivolidad.
LAUREANO GARCÍA ORTIZ

La frialdad de Santander
Al iniciar, no sin justificada aprensión, mis ensayos
santanderistas, no me propuse nunca probar una tesis, sino
descubrir una realidad. No pretendía encontrar en el gene-
ral Santander las cualidades o los defectos que yo le supo-
nía, los servicios o los perjuicios a Colombia que mi con-
cepto político quería o necesitaba asignarle. Tan sólo que-
ría descifrarme a mí mismo un problema de psicología y
de historia: qué acciones significativas o trascendentes cons-
tituyeron su obra personal en relación con el país; por
qué tantos granadinos en especial y venezolanos también
lo admiraron y respetaron con firmeza, y por qué nume-
rosos venezolanos y granadinos lo detestaron con pasión.
Tal enigma ocupaba el escenario nacional. Ahí se en-
contraba formulado y no resuelto. Talvez cada uno de sus
contemporáneos lo resolvió a su manera; pero quienes se
encargaron de transmitir su solución a las generaciones
subsiguientes, quizá por la misma proximidad, carecieron
de la necesaria perspectiva, o no habían reunido todavía
todos los indispensables elementos de juicio, o las pasio-
nes y los intereses oscurecían el espectáculo y enturbia-
ban la visión; pero es lo cierto que las soluciones propues-
tas o las apreciaciones transmitidas, las más son notoria-
mente incompletas, las otras claramente inexactas, cuan-
do no visiblemente falsas.
Esos modestos pero madurados ensayos míos, habrían
podido ser hechos uno tras otro, en muy corto tiempo. Y
en realidad, cada uno de ellos fue escrito en horas; pero el
acopio de sus materiales y su interna elaboración, han sido
cosa de años, como se echa de ver por sus fechas. Las muy
El ensayo en Antioquia/Selección 43

diversas actividades y experiencias de mi vida sólo me han


permitido consagrar tan caros estudios de sosiego y des-
canso, que no han sido muchos en mis días, pero a ellos
vuelvo siempre que puedo con religiosa delicia.
Los que hoy escojo para formar este volumen, pen-
sando darle a éste alguna variedad, me resultan pocos y
delgados en cuerpo y en espíritu; pero al ver un tan poco
resultado para tanta meditación y diligencia, me viene al
recuerdo que uno de los más grandes internacionalistas y
diplomáticos de la América latina, al obsequiarme con un
libro no muy voluminoso, me dijo: “Para escribir este li-
bro, que encierra en 500 páginas toda la defensa de las fron-
teras de mi país, he llenado varias, largas y delicadas misio-
nes en el Extranjero; he recogido en todo el mundo docu-
mentos manuscritos e impresos, libros y mapas, hasta lle-
nar la vasta biblioteca de un palacio oficial; he clasificado,
compulsado y catalogado ese enorme material, y he estu-
diado y meditado durante veinticinco años”.
Y parece que en tal litigio territorial entre dos nacio-
nes, la que presentó tan breve, concentrado y sustancioso
alegato, obtuvo el triunfo sobre la que rindió toneladas de
volúmenes y papeles. El Jefe de Estado árbitro en el con-
flicto, presintió aquello: la una de las partes, dijo, parece
que tiene millares de pruebas y alegaciones, quizá dudosas
cuando tantas se necesitan; la otra parece que confía en
una sola prueba, en un solo documento, quizá porque le
encuentra concluyente y definitivo.
Asimismo, en la historia humana, sacar tres o cuatro
verdades sobre sucesos y personas significativas, del inex-
tricable depósito de los archivos y tradiciones, exhibién-
dolas limpias, puras y netas, reducidas a su más simple ex-
presión, es labor que atrae y que el vulgo no concibe en
vista de su aparente brevísimo resultado.
Nunca me ha seducido el propósito de lo que se llama
una biografía completa del general Santander, con las
44 El ensayo en Antioquia/Selección

fechas precisas de su nacimiento, bautismo, ingreso a la


escuela, examen final de estudios, primer empleo, primer
combate, prolija enumeración de sus escritos, esmerada
apreciación de sus decretos, nombramientos, credenciales
y cartas de gabinete, nombres de sus secretarios, etc., etc.
Todo eso, bien arreglado y cosido, debe quedarse en los
anaqueles de los archivos para cuando sea menester o im-
preso en registros especiales para las bibliotecas públicas;
pero no veo la necesidad, ni la conveniencia, de sacarlo de
allí para hacérselo leer a todos nuestros compatriotas, que
quizá sean solicitados por curiosidades más vivas o por
intereses más apremiantes.
Pero peor que eso sería, por huirles a esas minucias sin
trascendencia, ir a dar a la charlatanería vacua, a las
peroratas insustanciales, a la acumulación de adjetivos gas-
tados y de exageraciones líricas.
Me halagaría intentar el estudio de las figuras colom-
bianas sustantivas, en la modalidad de su espíritu, en sus
características de pensamiento y de acción, verlas moverse
en sucesos significativos y bien averiguados, con datos
precisos y seguros, con rasgos evocadores y pintorescos,
con anécdotas auténticas próximas a ser olvidadas, y con
el principio cardinal de que la verdad, y sólo la verdad, es
interesante y nutritiva.
Con ese ánimo y con ese propósito me he ocupado del
general Santander cuantas veces he sido solicitado para ello,
y sólo en tales ocasiones; pero mis capacidades no han
alcanzado nunca a mi aspiración. Me he equivocado en
dos o tres pasos por falta de juicio, pero no a favor, nótese
bien, sino en contra del general Santander. He reconocido
mi falta y la he reparado, dejando constancia clara y fiel de
ello. Ciertamente que la historia es preciso estudiarla y re-
novarla siempre.
Empero, en alguno de los reparos que hice al carácter
del Santander y que fue negado por don Ernesto Restrepo
El ensayo en Antioquia/Selección 45

Tirado y observado por la ágil y honrada pluma de Luis


Eduardo Nieto Caballero, debo insistir en mi concepto
primitivo, en su verdadero alcance, que bien veo es preci-
so explicar.
Dije en el ensayo “Carácter del general Santander”:
“Para mí debo decir que la tacha verdadera y grave que
puede hacerse a Santander como hombre, es la atrofia del
corazón. En vano se buscará en su obra o en sus escritos,
en la tradición de sus amigos o de sus subordinados, huella
alguna de verdadera sensibilidad cordial. Fue frío y seco de
sentimiento, incapaz de la conmoción interior de ternura.
Fue tan sólo hombre de Estado, de vieja escuela española,
quizá como Fernando V de Aragón”. Bien se ve que esa
deficiencia que le apunto al prócer, es relativa a su carácter
personal, en manera alguna al hombre de Estado. Al con-
trario, lo que en una persona puede ser un defecto, en un
gobernante puede ser condición muy necesaria y conve-
niente. Una grande y generosa sensibilidad, de ordinario
causa o efecto de excesiva imaginación, a la cabeza de una
nación, puede ser y ha sido origen de calamidades para
ésta. La reflexión sesuda y fría, ha sido considerada siem-
pre como elemento indispensable del buen gobierno. Yo
puedo, pues, estimar que una de las numerosas condicio-
nes que hicieron de Santander un verdadero conductor de
hombres, fue el freno de su sensibilidad.
Pero esa limitación le quitó a su trato personal el calor,
el entusiasmo, la amena cordialidad, alimento y estímulo
de grandes afectos.
El general Santander, y no podía ser de otro modo, sien-
do hombre de tal importancia y de tanta enjundia, tuvo
un círculo de amigo leales y decididos, que comulgaban
con él en sus principios políticos y en sus ambiciones pa-
trióticas, y tuvo innumerables y lejanos copartidarios, pero
el hombre de las leyes no arrastraba multitudes fanatizadas
como Bolívar o como Obando.
46 El ensayo en Antioquia/Selección

La frialdad del juicio de Santander, establecía en torno


suyo una zona de seguridad o de precaución, una zona
aisladora que no permitía la íntima compenetración de los
espíritus, fuente del ardoroso entusiasmo, del arrebato
místico. Colombia, sin duda, salió ganando con ello. Se ha
repetido que ella le debe su fisonomía política característi-
ca entre las naciones latinas de la América, a la influencia
de Santander. Venturosa influencia que la libró de ser arras-
trada por un Mahoma o por un Tamerlán de los trópicos,
o por algo peor.
Santander conquistaba la estimación de las gentes, ins-
piraba aprecio, imponía respeto, pero no abría los corazo-
nes.
Algo parecido ocurría con Napoleón en proporciones
mucho mayores y en campo mucho más extenso. El pres-
tigio de Napoleón electrizaba las masas, obsesionaba a dis-
tancia los soldados a través de la leyenda imperial; pero no
pudo nunca adueñarse de los corazones. No fue amado,
ni por sus esposas, ambas infieles, ni por sus hermanos, ni
por sus mariscales, ni por sus ministros. Era un solitario,
una humanidad monstruosamente extensa pero aislada. Tal
vez el único pecho absolutamente suyo fue el de su ma-
dre; pero ella misma era tratada con ceremonia, a ella mis-
ma le impuso formas protocolarias.
Los buenos amigos de Santander: don Francisco
Montoya, don Juan Manuel Arrubla, los doctores Fran-
cisco Soto, Vicente Azuero, Ezequiel Rojas y Florentino
González, el obispo Gómez Plata, el poeta Luis Vargas
Tejada, los generales López y Obando, etc., le fueron fie-
les y leales; pero no se ve en sus relaciones hasta dónde iba
el amigo personal y dónde empezaba el cooperador políti-
co. En las cartas de Santander para ellos, fuera de algunas,
no muchas, amenidades cordiales, no se encuentran esas
efusiones, por el momento sinceras, que se hallan en
cartas de Bolívar para Santander.
El ensayo en Antioquia/Selección 47

Santander se casó tarde, de 44 años, y murió apenas 4


años después, dejando dos hijas. Su matrimonio fue de es-
tricta corrección y de alta conveniencia social. Pero no fue
una unión idílica. Su esposa, doña Sixta Pontón, fue
honorabilísima dama, que supo guardar su puesto de espo-
sa y de viuda con riguroso decoro. Había en ella algo de
Abadesa. En esa unión conyugal hubo mucho honor y res-
peto, quizá no excesiva ternura. Dada la vigorosa naturale-
za de Santander, fue exigente en su sexualidad, pero no has-
ta alcanzar la del Libertador. Cuatro o cinco relaciones ga-
lantes transitorias, con uno o dos frutos, se le supieron; pero
una sola persistente, desde 1815 hasta poco antes de su ma-
trimonio (1836). Su amada, bellísima e inteligente dama de
alta alcurnia, esposa de hombre honorable y notorio, fue
quizá el más grande afecto que Santander inspiró y al cual
ella sacrificó todos sus deberes. Hay pruebas del inmenso
amor de ella; pero, en realidad, no existen innegables y ar-
dorosas de él, sólo que durante más de quince años se sintió
ligado a ella, lo que pudo ser efecto tan sólo de un dulce
hábito de unión con una naturaleza encantadora. Ella, ade-
más, por su carácter, le alegraba la existencia. El contraste
de esos dos caracteres al propio tiempo que su acomodo o
su armonía íntima, evocan un busto broncíneo de un va-
rón romano enlazado por una flexible y fresca madreselva.
De una hermana menor y soltera de la amada de
Santander, y bellísima también, se prendó el Libertador y
la hizo suya en los días que estuvo en Santafé después de
Boyacá, y luego en vísperas de su largo viaje para el Sur.
En cartas privadas de ambos héroes, que pasaron por mis
manos, se hablaban mutuamente de las dos hermanas que,
por fortuna social, no les dieron descendencia. La última
fue más tarde la brillante esposa de un notable granadino.
En realidad, Santander, por lo inteligente, por lo vale-
roso, por lo elegante, por lo bien portado, por su sangre
hidalga, puede ser considerado como un verdadero cachaco
48 El ensayo en Antioquia/Selección

bogotano; pero sin aquella sensibilidad creadora de deli-


cias y desgracias.
Creo haber explicado que el defecto que me atreví a apun-
tarle al general Santander como persona humana, puede ser,
y es en efecto, una cualidad de hombre de Estado. Pero don
Ernesto Restrepo Tirado, que fue, y lo ha sido siempre, un
buen conservador, y como tal (no discuto aquí la lógica, el
acierto y el colombianismo de ello) adversario de las ideas y
métodos políticos del general Santander, tan sólo por ser es-
poso de una nieta de ese prócer y por ciertas empresas edito-
riales relacionadas con el Archivo Santander (que explicaré
alguna vez) y que no debe de ser persona muy sensible, pues
en nuestra guerra de tres años lo llamaron general (creo que
en la región de Caparrapí o de Paime, pero ignoro si así figuró
en el escalafón) saltó a la defensa de la sensibilidad del general
Santander, atacada por mi. Para ello ha querido probar que el
general Santander tenía sentimentalidad cariñosa, que era un
buen miembro de familia, lo que yo jamás puse en duda. Al
contrario, podría añadir más significativas pruebas de ello a
las apuntadas por el señor Restrepo Tirado. Mas cualquiera
puede cumplir con sus obligaciones domésticas y sociales, de
hombre normal, sin distinguirse por una honda y trascen-
dente sensibilidad, como la que hizo de Córdoba, en ocasión
que yo señalé, una alma shakesperiana. El simple citar frases
comunes de afecto y de amable atención del general Santander
como prueba de que en él existía lo que yo apunto como
ausente de su carácter, que tal es la manera como me comba-
te el señor Restrepo Tiraldo, me hace recordar al bueno y
pintoresco general Mestre, nuestro compatriota, muy dado a
demostrar con testimonios ajenos su propia y grande impor-
tancia personal y para ello publicaba esquelitas y tarjetas de
atención de hombres notables, en las cuales, aunque decli-
nando éstos de ordinario cortésmente alguna solicitud del
general Mestre, lo trataban de respetado general y se suscri-
bían a él como obedientes servidores. El candor reconocido
El ensayo en Antioquia/Selección 49

del general Mestre y su inocente vanidad, le hacían tomar al


pie de la letra las expresiones triviales de cortesía. Temo que
las expresiones citadas por el señor Restrepo Tirado tuvieran
en el general Santander el mismo valor entendido.
Sentimientos familiares o asimilados a ellos, como los
que muestra y alega el señor Restrepo Tirado, no alcanzan
a cambiar ni siquiera a inquietar mi concepto, no gratuito
ni temerario, sino surgido contra mi deseo, del largo e ínti-
mo contacto que he querido establecer con las manifesta-
ciones de la poderosa psicología de Santander, ávido yo de
penetrarle y de comprenderle. Empero, no puedo menos
que volver intranquilo sobre mis pasos, a verificar de nue-
vo mis fundamentos o más bien mis impresiones sobre la
sensibilidad peculiar de ese prócer, cuando veo que un cri-
terio tan libre, ilustrado y equitativo como el de Luis Eduar-
do Nieto Caballero (Libros colombianos en 1924, páginas
222 a 224) se pronuncia categóricamente contrario a ese
mi concepto, y no sobre consideraciones domésticas, sino
sobre raciocinios muy dignos de tomarse en cuenta, por sí
mismos y por quien los hace. Principia por declarar que el
afán de imparcialidad me llevó demasiado lejos, declara-
ción que recibo agradeciéndola como un elogio. Cierta-
mente, no me he propuesto ensalzar ni deprimir a
Santander, y no encuentro justificado que en estudios his-
tóricos deba uno, por juicio preconcebido o interesado,
dejarse arrastrar al panegírico o al vituperio. Colombia
especialmente exige ya una historia diferente de la que se
le ha hecho en panfletos políticos, en debates parlamenta-
rios, en editoriales de periódicos o por académicos de con-
signa. Pero mi eminente comentador está en lo cierto al
apuntar el peligro de que un empeño exagerado de mos-
trarse imparcial lleve a uno hasta la injusticia y agrega: “no
sólo no es difícil sino perfectamente fácil hallar la huella…
profunda y eterna de sentimientos delicadísimos en la vida
y en la obra de quien si tuvo frialdades ante el dolor que
50 El ensayo en Antioquia/Selección

desconciertan, tuvo altas temperaturas en la gratitud y en


la amistad que subyugan”.
Tales huellas auténticas e indudables son las que yo no
he podido encontrar. “Sentimientos delicadísimos” de dig-
nidad y decoro del general Santander los he apuntado con
nitidez y los he hecho resaltar en varios de mis ensayos.
Frases expresivas en lo hablado o en lo escrito, no corres-
ponden siempre a lo verdaderamente sentido, por ello el
humano instinto no cree en zalamerías. Existen hondas
sensibilidades sin expresión y muchas ternuras de dientes
para afuera. Santander no fue hipócrita, lejos de ello: su
frialdad se toca, se palpa y no la esconde. Yo no niego que
fuera humano, en el sentido de que tenía los sentimientos
de los hombres normales, menos cuando la razón de Esta-
do imponía otra cosa. Pudo ser buen padre y buen amigo,
y fue una y otra cosa.
Pero no es ésa la sensibilidad que yo echo de menos en
su carácter. La que le faltó y no fingió fue esa sensibilidad
receptiva, vibrátil, exquisita, siempre pronta y lista a entrar
en comunicación con las sensibilidades ajenas, para atraer-
las si son afines o para repelerlas si son antagónicas, fiel re-
flejo del mundo ambiente, de los cuerpos y de los espíritus,
con tentáculos que todo lo presienten y todo lo anuncian.
Sensibilidad que fue la fuerza y la debilidad de tantos hom-
bres superiores, y que sin ella no habrían sido lo que fue-
ron, y que por ella se les perdonan defectos y faltas. Esa
sensibilidad creadora de los poetas y de los artistas, de los
héroes-mártires, de los santos-augustos, de los caudillos-ca-
lamitosos, de los taumaturgos-fascinadores. Esa sensibilidad
no es lo que se llama bondad de corazón; puede existir con
lo bueno y puede existir con lo malo. No se hecha de me-
nos en Santander por el fusilamiento de Barreiro y sus
37 compañeros, y que sin duda es una de esas frialdades
ante el dolor que el mismo doctor Nieto Caballero con-
fiesa que lo desconciertan. Ya dije que esa crueldad, si así
El ensayo en Antioquia/Selección 51

puede llamarse, fue fría, política, legalista. Nerón o los


que se le asemejan, no fue tigre insensible, fue un artista
decadente de sensibilidad extremada, extraviada, volup-
tuosa, anhelosa de sensaciones nuevas y extrañas.
A Lord Byron, en el drama íntimo, secreto, de su vida,
comprobado sólo ahora, esa sensibilidad le hizo saltar por
encima de las leyes divinas y humanas. Un hombre co-
mún comete tan horrenda falta y sigue viviendo como
cualquier hijo de vecino, mas esa misma sensibilidad de
Byron, origen de la falta, fue causa de que ella le marcara
con fuego el espíritu para siempre, pues la abismosa poe-
sía de don Juan y de Astarté, fue el resultado de esa sensi-
bilidad que se faltó y se hirió así misma.
Pero ésa es la misma sensibilidad que por otras vías le
dio al Dante su concepto entero del mundo medieval y le
hizo encontrar el acento propio y la expresión única para
fijar y perpetuar esa tremenda visión. Es la misma que le
permitió a Shakespeare hallar la clave de los corazones, el
gesto y la voz de cada pasión y de cada sentimiento. La
misma que a Cervantes le hizo echar a andar por los cami-
nos terrenales, juntos en comunidad de vida, en carne y
hueso, al candoroso y valeroso emblema del honor y la
justicia, y a la ruda y maliciosa personificación de la pro-
saica realidad, en disonancia aparente y en armonía verda-
dera, en escenas repetidas de melancólica decepción y de
cómico regocijo, en lengua maravillosa no oída antes y para
siempre perdurable.
Esa sensibilidad fue la que inspiró a Vicente de Paul sus
obras de alivio, de consuelo y de ayuda, y para perpetuarlas y
que no murieran con él, cubrió la tierra de alas blancas que se
renuevan y se multiplican en el espacio y en el tiempo.
Viniendo a los nuestros: Córdoba la tuvo hasta el pa-
roxismo, y ella les da a sus acciones y a su coraje un sello
inconfundible. Su valor no se parece al de Maza, ni al del
negro Infante, que se arrojaban al enemigo como gallo
52 El ensayo en Antioquia/Selección

contra gallo, como el mastín sobre el jabalí, por impulso


inconsciente e incontenible del instinto. El valor de Cór-
doba es la exasperación de un espíritu contra un obstácu-
lo, la angustia de que se le escape la gloria.
Bolívar la tuvo, y por ella, a pesar de graves defectos de
carácter y a pesar de faltas políticas trascendentales, todo
se le perdona, y es adorado. Santander no la tuvo, y a pe-
sar de sus fundamentales servicios, de la unidad y conse-
cuencia de su vida, de la fidelidad a sus principios, de la
lealtad a sus amigos, nada se le perdona, todavía se le ca-
lumnia, y apenas es estimado y respetado por quienes a
fondo lo conocen. Nadie se acuerda, o para ello se encuen-
tra, ya explicación satisfactoria, ya excusa benévola, o to-
dos le perdonamos de corazón al Libertador la entrega de
Miranda, la muerte de Piar, la matanza con lanza, machete
o sable de 800 españoles y canarios, prisioneros e indefen-
sos, entre ellos ancianos y niños, del 8 al 16 de febrero de
1814 en la plaza de Caracas y en sus alrededores. Pero to-
davía no le perdonamos a Santander el fusilamiento de 38
oficiales españoles, hombres de guerra, prisioneros cons-
piradores, a tiempo de ejecutar un golpe de mano que ha-
ría nugatorias la campaña y la batalla de Boyacá, que aca-
baban ellos de fusilar en Gámeza los prisioneros patriotas
indefensos y en la misma plaza de Bogotá a Camilo Torres
el Tribuno, a Francisco José de Caldas el sabio, a Custo-
dio García Rovira el estudiante Presidente y a 100 más.
Yo no le imputo a Santander el haber carecido de la
sensibilidad que he apuntado y definido. Tan sólo he re-
gistrado ese hecho, esa carencia, como he dicho que era
alto y majestuoso. Yo no pretendo ni quiero que Santander
la hubiera tenido. Yo, como colombiano agradecido, amo
esa frialdad que constituyó la nación.

(30 de abril de 1938).


ALEJANDRO LÓPEZ

El juego*
El juego es la actividad que consiste en el empleo ordena-
do de las facultades por el agrado que su ejercicio produce.
El hombre es un ser organizado para la actividad, hacia la
cual le impulsan constantemente los órganos; el reposo es
estado pasajero y temporal, necesario para la recuperación
de fuerzas. El hombre contemporáneo emplea una buena
parte de sus energías en el trabajo, al cual dedica próxima-
mente la mitad de su tiempo de vigilia; la otra mitad, resta-
das las horas de reposo y de refectorio, la dedica usual-
mente al juego; una minoría, variable según el estado de
desarrollo intelectual y económico de cada país, reempla-
za el juego por el ejercicio de algún empeño favorito o
afición, y algunos hombres, ejercen las tres actividades al-
ternativamente, dándole así mayor variedad e intensidad a
la vida.
Fue el juego, indudablemente, la primera actividad del
hombre primitivo; al menos se infiere así del estudio de las
tribus salvajes durante el período histórico. El escaso desa-
rrollo mental, la carencia de recursos artificiales y el con-
tacto inmediato y continuo con la naturaleza, lo inducían
a la caza y a la pesca como medios de ejercitar su actividad,
y a la danza, como medio de entretenimiento social y afec-
tivo; más tarde aparecieron los juegos sedentarios, como
las cartas, ajedrez, etc., propios para distraer las veladas de
invierno o los ocios de la ciudad. Finalmente, de años atrás

* Game en inglés, aunque la idea del autor queda mejor expresada por el
verbo inglés to play, que se emplea ya se trate de juegos de cartas, de
deportes, ejecuciones musicales o representaciones teatrales, etc.
54 El ensayo en Antioquia/Selección

vienen extendiéndose los juegos deportivos reglamentados


y que llevan en casi todas las lenguas el nombre inglés de
origen: foot-ball, tennis, base-ball, boxeo, cricket,
alpinismo, polo, etc.
Tratemos de establecer ahora algunas analogías y dife-
rencias entre las dos actividades de que hemos venido tra-
tando y la del juego. El juego, como el trabajo, es posible
sin la iniciativa que requieren las actividades favoritas; tie-
ne de común con la actividad económica y con la predilec-
ta el ser ejercicio de facultades; pero en tanto que el género
de trabajo puede no coincidir con las aficiones o preferen-
cias del trabajador, el del juego y el de la actividad favorita
son y deben ser de libre elección para cada individuo y se
ejercitan con atención espontánea; el juego, sin embargo,
se diferencia de la actividad favorita en que de ésta resulta
algo o se trata de crear algo, mientras que del juego no
resulta sino el agrado o placer de las facultades en activi-
dad, y si hay triunfo es en contra de obstáculos buscados
exprofeso, no hallados o confrontados en el curso de una
obra.
Cuando el individuo posee capacidades excepcionales
para un juego dado, al que por lo mismo se dedica con
fervor y aún apasionadamente, el juego tiende a convertir-
se en actividad predilecta. También se observa que jugado-
res distinguidos se tornan en profesionales, pasando del
juego al empeño favorito y de éste al trabajo en el mismo
género de deporte. Inversamente, se observa que algunas
personas trabajan por mero deporte, porque le hace falta
emplear de ese modo sus facultades, aunque por otra clase
de consideraciones no han menester trabajar y aún desea-
rían suspender esa ocupación.
Hay una forma de actividad favorita que tiende a con-
vertirse en simple ejercicio de facultades sin la menor venta-
ja social, tanto en el género de las actividades manuales como
en el de las intelectuales. El hobby literario, por ejemplo,
Alejandro López
Caricatura de R. Rendón B.
56 El ensayo en Antioquia/Selección

puede resultar un verdadero juego intelectual sin más con-


secuencias que el agrado del agente, sin ventaja alguna para
la sociedad.
Finalmente, anotaremos que los juegos deportivos no
dejan de tener sus influencias sobre el trabajo. A más de
ser muy adecuados para el cultivo de la salud y la resisten-
cia física, y de la benéfica influencia sobre el temperamen-
to del individuo, obsérvese que los deportes son medios
irreemplazables para educarlo en disciplinas que el trabajo
presupone y requiere, tales como la fuerza de voluntad, el
hábito de exactitud y precisión, la aptitud para subordi-
narse y coordinarse, el juicio rápido y certero seguido de
la acción instantánea consiguiente bajo sanciones inme-
diatas, el hábito de obrar en team o acción conjunta en que
el uno suple las deficiencias del otro y todos subordinan
su triunfo personal al del grupo en perfecta cooperación,
etc. Además, quienes se preocupen por investigar las con-
diciones en que el trabajo da más alto rendimiento no pue-
den limitar su campo al período del trabajo diario, sino
que deben extenderlo a circunstancias que influyen direc-
ta o indirectamente en su productividad, como el aloja-
miento, el descanso y el sueño, lo mismo que el empleo
que el trabajador haga de las horas restantes de su vigilia; y
es claro que los deportes le brindan al trabajador un cam-
bio de actividad física y mental que efectuará una recupe-
ración más o menos completa de fuerzas y de atención
para el trabajo.
A este respecto conviene observar que hay tanta ana-
logía entre las tres actividades que venimos comparando,
que bien puede atribuírsele al juego el origen del trabajo, y
no a la esclavitud, como lo atribuyen algunos. Es racional
suponer que de pescar, a cazar y subyugar animales, el
hombre pasara a aprovecharlos para sus necesidades, en
cuanto escasearon los frutos espontáneos. La esclavitud
vendría más tarde, al refinarse la satisfacción de necesidades
El ensayo en Antioquia/Selección 57

orgánicas y de defensa o agresión, empleando las víctimas


de la derrota (como una concesión, en lugar de sacrificar-
las) en las fabricaciones y trabajos semejantes; al menos es
más lógico suponer que el esclavo reemplazó al amo en
los trabajos más duros, dejándole a éste más tiempo para
sus juegos, que aceptar que antes de haber esclavos no exis-
tiese trabajo alguno. En todo caso, la teoría del origen del
trabajo como natural secuencia del juego es más fecunda y
de proyecciones más ilimitadas que la otra. Es más fecun-
do, en efecto, suponer que el juego sirvió de introducción
al trabajo, y que por eso el hombre tiende a transformarlo
en juego, que derivar de la esclavitud las formas superiores
de trabajo hacia las cuales tiende la humanidad.
58 El ensayo en Antioquia/Selección

De la pena del trabajo


El concepto general del trabajo como un esfuerzo pe-
noso. La evolución intelectual ha modificado ese con-
cepto del trabajo. La evolución industrial también ha
modificado ese concepto. El concepto del trabajo y las
circunstancias individuales.
Casi todos los autores de economía anotan como cualidad
característica del trabajo ser éste desagradable o penoso.
El análisis de ese aspecto del trabajo nos va a permitir exa-
minar mejor la psicología del trabajo.
Ya hemos citado la opinión de G. Tarde, quien al tra-
tar de establecer la diferencia entre la invención y el traba-
jo, afirma que la invención es agradable y el trabajo peno-
so. “La mayor parte de los hombres -dice Ch. Gide- no
trabajan con ardor sino para llegar pronto a la época en
que no tengan que trabajar. Es preciso concluir, por tan-
to, que todo trabajo productivo implica cierta pena... En el
trabajo, el esfuerzo lo impone la necesidad de alcanzar cierto
fin, que es la satisfacción de una necesidad: el esfuerzo no
es sino la condición previa de un goce ulterior; es, como regular-
mente se dice, “una tarea” y por eso es penoso”.
M. Maurice Block dice: “...el hombre no trabaja sino bajo
el aguijón de la necesidad o bajo la influencia de una pasión,
generosa o destructora. En esas condiciones el trabajo po-
drá considerarse honorable, pero no se le calificaría volun-
tariamente de agradable”. Comentando después las ideas de
Courcelle-Seneuil, que él comparte con la sola diferencia de
no considerar el ahorro como trabajo, dice: “se sabe que la
mayor parte de los hombres no trabajan sino forzados; pero
Courcelle-Seneuil no encuentra que sea mala desde todo
aspecto esta tendencia a la inacción, que es una de las
inclinaciones permanentes e inextinguibles del hombre...”
El ensayo en Antioquia/Selección 59

“El trabajo, dice Wagner —en el sentido económico—


es una aplicación personal de las fuerzas del hombre, que
tiene por objeto la satisfacción de una necesidad al precio
de un sacrificio (fatiga, carga, desagrado, pérdida de fuerza o
de tiempo) y a veces de la vida...” y después de citar diver-
sas opiniones en igual sentido agrega: “esta concepción del
trabajo considerado como una pena no está en contradic-
ción con la idea igualmente justa que hace del trabajo una
vocación moral, el objetivo de la vida, que hasta cierto
punto procura una satisfacción interior, alegría, placer.
Cuando se quiere apreciar la pena que da el trabajo es pre-
ciso tener en cuenta el placer que procura, y que puede
provenir del sentimiento del deber cumplido. No es sino
cuando se trata de un trabajo al cabo inútil y por consi-
guiente ineficaz, cuando se puede aplicar lo dicho en el
párrafo siguiente”. (En el cual deja entrever la posibilidad
de aumentar el placer del trabajo por medio de una buena
organización).
El Profesor A. Marshall dice: “todo trabajo está desti-
nado a producir algún efecto... Podemos definir el trabajo
como un esfuerzo mental o corporal sobrellevado
(undergone) en parte o en todo con el objeto de obtener
algún beneficio distinto del placer derivado directamente”.
Y en una nota agrega: “esta es la definición de Jevons (Teo-
ría de la Economía Política) con la diferencia de que Jevons
incluye solamente los esfuerzos penosos; pero él mismo
apunta cuán penosa es a veces la ociosidad. La mayor par-
te de las gentes trabajan más de lo que trabajarían si consi-
derasen solamente el placer directo que resulta del trabajo;
más, cuando la salud es completa, el placer predomina so-
bre la pena, aún en una gran parte del trabajo salariado.
Por supuesto que la definición es elástica; un campesino
que trabaja en su huerto en las horas de la tarde, piensa
ante todo en el producto de ese trabajo; un mecánico que
regresa a su casa tras de un día de trabajo sedentario, halla
60 El ensayo en Antioquia/Selección

un positivo placer en cuidar de su huerto, pero sin dejar


de pensar en el fruto de ese trabajo; mientras que un rico
que hace lo mismo, aunque siente un positivo orgullo en
hacerlo bien, no se preocupará con el pequeño ahorro que
de ello obtiene”.
Los puntos de vista de Stanley Jevons merecen citar-
se con alguna extensión, conforme aparecen en su obra
póstuma Principles of Economics posterior, por consiguien-
te, a su TEORÍA. Después de citar las opiniones de Mill
y de Hearn sobre lo penoso o desagradable del trabajo,
dice:
“Sin embargo, no podría decirse que todo trabajo
económico sea una pena. Indudablemente un obrero
en buena salud y ánimo goza con el acostumbrado es-
fuerzo de su tarea matinal, tras de una buena noche de
descanso. Para un hombre habituado al trabajo coti-
diano bien pronto se torna fastidiosa la inactividad. Se
ha definido la dicha como el fulgor de la energía sin
trabas, y cualquiera que sea el exacto significado de esto,
es indudable que hay un gran placer en proponerse
algo que implique trabajo, y en trabajar como conse-
cuencia de ese propósito. La verdadera solución de la
dificultad parece ser que, aunque la labor sea agradable
cuando músculos y nervios están frescos, la condición
hedonística se cambia siempre a medida que la labor se
prolonga. Como veremos después, el trabajo continuo
es más y más penoso, y a la larga se vuelve insoporta-
ble. Por agradable que sea al principio, ese placer se
torna en pena. Cuando nos ocupamos en juegos de
deporte, sin tener en cuenta ni el bien ni el mal futu-
ros, el esfuerzo no se prolongará después del momento
en que el dolor y el placer se equilibren. Toda acción
posterior carecería de motivo; pero cuando tenemos
en mientes una utilidad futura, el caso es diferente. La
mente del obrero contrapesa la pena actual con el goce
El ensayo en Antioquia/Selección 61

futuro, de manera que el trabajo es penoso desde antes


de terminarse. Ahora bien, los problemas y teoremas
de economía se reducen a saber cuándo la igualdad o el
equilibrio se han alcanzado. Si el trabajo es agradable
de suyo, ninguna discusión puede suscitarse sobre su
continuación; hay una doble ganancia: el placer del tra-
bajo mismo y el de la ganancia que produce. Donde
todo es bueno y seguro, sobra todo cálculo. Es proba-
blemente por esto por lo que se ha eliminado de la
ciencia económica todo lo relacionado con los depor-
tes y otros esfuerzos a los cuales se les puede aplicar la
máxima de que se deben suspender en cuanto uno se
sienta inclinado a ello. Otra cosa es saber, en tratándo-
se del trabajo económico, cuándo un mayor trabajo
resulta compensado por las probabilidades de un bien
futuro”.
“No estoy seguro de que sea posible incluir en una
definición sencilla estos puntos de vista, más obligado
a hacerlo diría que trabajo es todo esfuerzo corporal o
mental (o corporal y mental a la vez), que eventual-
mente se torna penoso si se prolonga, y que no se em-
prende con el objeto exclusivo del placer inmediato
que produce. Así quedarían incluidos todos los esfuer-
zos penosos que soportamos por obtener placeres fu-
turos o evitarnos penas, dejándonos un saldo
hedonístico favorable, sin excluir esfuerzos que pro-
porcionan un saldo favorable aún a tiempo de hacer-
los”.
Nótese, de paso, que Jevons escribía en los tiempos en
que no era caso insólito la jornada de 12 y aún 14 horas de
trabajo, mientras que hoy es casi oficial la prescripción de
8 horas, sin que falte empresario que halle conveniente
ensayar reducirla a 7 en sus fábricas. Sorprende, sin-
embargo, ver que autor tan exacto usualmente en sus ob-
servaciones como lo fue Jevons, no haya tenido en cuenta
62 El ensayo en Antioquia/Selección

que si un deportista incurre voluntariamente en esfuerzos


extremos, y aún se expone a serios accidentes por lograr el
triunfo, rehuye en cambio prolongar su juego hasta el de-
bilitamiento, que le expondría a la derrota.
La definición de Stuart Mill es bien conocida: “trabajo
es la acción muscular o nerviosa que implica sentimientos
desagradables, incomodidades corporales o fastidio men-
tal al emplear cerebro o músculos, o ambos, en una ocu-
pación especial”.
Las citas anteriores, escogidas expresamente de modo
que representen la opinión de autores de diversos países y
épocas, revelan que es universal la noción que se tiene del
trabajo como un esfuerzo penoso, que sólo por excep-
ción deja de serlo. Nosotros consideramos de la mayor
importancia rectificar dicha concepción, la que viene acep-
tándose sin discusión desde los tiempos en que era corrien-
te la jornada antieconómica y antihigiénica de hasta cator-
ce horas, en que se trabajaba sin el empleo de la energía
mecánica, sin la máquina que hoy repite la operación que
antes era manual, cuando los utensilios y herramientas de
trabajo eran rudimentarios comparados con los actuales.
Es inadmisible que al cabo de un siglo de progresos, du-
rante el cual el trabajo ha sido continuamente fecundado
por la invención, la noción económica de trabajo no haya
sufrido la menor alteración. Durante el siglo transcurrido
desde que la invención de la locomotora quedó estableci-
da, la ciencia con sus descubrimientos de fuerzas nuevas,
y la invención con sus innovaciones en los procedimien-
tos técnicos del trabajo, no han podido menos de transfor-
mar la antigua noción del trabajo. Lo más valioso de esos
progresos no estriba tanto en el goce más intenso y gene-
ralizado de las cosas producidas, cuanto en la forma en
que se efectúa ahora la producción, con predominio de la
fuerza genuinamente humana, que va sustituyendo a la sim-
plemente animal del trabajador, con lo cual se va logrando
El ensayo en Antioquia/Selección 63

que el trabajo agradable, que era privilegio de unos pocos,


se ponga al alcance de todo trabajador.
El siglo XIX se caracterizó por la fructuosa investiga-
ción en los dominios de la materia, que dio lugar a tantas
invenciones como no las había soñado el hombre; de ahí
surgieron procedimientos y medios en mayor abundancia
y de mayor eficacia que los acumulados en todos los siglos
anteriores. La materia dominada dominó a su vez al hom-
bre, cautivándolo al paso. El estudio del hombre mismo, no
ya como ser pensante, razonador o creyente, o como fenó-
meno histórico o materia de estudio de la biología o de la
antropología, sino como trabajador, no vino a iniciarse de
modo formal hasta el comienzo del siglo actual. Los
innovadores, y especialmente los aficionados a la psicología
económica, han dirigido sus investigaciones hacia el trabajo
mismo, no ya en busca de procedimientos y medios, sino
de métodos y sistemas de trabajo que hagan de este una fun-
ción más productiva y más fecunda en ganancias y goces
para el trabajador mismo, para la empresa que lo emplea y
para la colectividad. Se ha acabado así por reconocer que,
aparte la técnica del trabajo, hay campo para toda una cien-
cia que le enseñe al trabajador a alcanzar más amplios resul-
tados con menos desperdicio o despilfarro de fuerza, tiem-
po y materia que si se le dejara obrar solo, con los métodos
que su instinto o la imitación puedan sugerirle.
Esta nueva e inesperada línea de investigaciones ha re-
sultado extraordinariamente fecunda. Al aplicar el racioci-
nio reforzado por la experiencia a los mil detalles del tra-
bajo, que antes se dejaban al buen juicio del trabajador; al
avanzar en los métodos de trabajo como se avanzaba an-
tes en los procedimientos de las artes técnicas, se van ha-
llando resultados tan sorprendentes como los de la inven-
ción mecánica. El estudio racional y experimental de la
psicología del trabajador va abriendo amplios horizontes;
el estudio y formulación de los principios relativos a la
64 El ensayo en Antioquia/Selección

organización científica de las empresas -que antes se hacía


por rutina imitativa- van mostrando que el hombre mis-
mo es más digno de estudio que la materia. Todo esto era
desconocido o desdeñado hace un siglo y hoy constituye
uno de los más genuinos progresos, la etapa de una nueva
civilización; y tiene por efecto no solamente hacer más
productivo el trabajo, sino proporcionarle más placer al
trabajador, por cuanto facilita y rodea de incentivos la fun-
ción del trabajo y contribuye a que el hombre la considere
como verdadero medio de expresión de su personalidad y
de realizar su progreso individual.
¿Se compadecen estos progresos con la concepción del
trabajo como un esfuerzo ineludiblemente penoso? No lo
creemos. Ese concepto es inexacto, puesto que no podría
negarse que ciertos trabajos son agradables y los hombres
se aplican a ellos con ardor y entusiasmo. Es, por tanto,
injusto, puesto que establece una diferencia artificial e in-
fundada entre los trabajadores que pueden hallar deleite en
su trabajo y aquellos a quienes les está vedado disfrutar de
ese privilegio. Como principio fundamental de toda la doc-
trina del trabajo es estéril, atrofiante, infecundo y cierra el
camino del progreso intelectual. En el campo de la acción es
postulado pernicioso, por cuanto tiende a eximir a los en-
cargados de dirigir y organizar el trabajo de todo empeño en
el sentido de hacerlo agradable, o de evitar que se trabaje en
condiciones indebidamente desagradables, y a justificar ne-
gligencias o incapacidades en el manejo del trabajo. Tanto la
investigación como la experiencia colectiva más moderna
están revelando la ventaja de eliminar del manejo del trabajo
al hombre inepto, ignorante o autoritario, para confiarlo al
verdadero conductor de hombres, con dotes y preparación
adecuadas al oficio, como si se tratara de un capitán de com-
pañía de un ejército moderno. Este cambio completo de
actitud y el sentimiento de solidaridad que con ello se siem-
bra y cultiva, están aplacando las luchas tradicionales entre
El ensayo en Antioquia/Selección 65

patrones y obreros, esto es, entre los que pueden hallar agra-
do en el trabajo y los que parecían condenados a padecer el
trabajo como pena pura y simple. Si el trabajo fuese para
unos el medio de hacer una carrera y para otros el cumpli-
miento de una condena, la ciencia sería incapaz de llenar su
misión moral, que es la misma de la libertad: generalizar el
goce del privilegio.
La evolución industrial también ha modificado el con-
cepto del trabajo. De hace un siglo a hoy el progreso no
ha sido simplemente material, sino que multitud de nocio-
nes han evolucionado o han sido reemplazadas por otras
nuevas. La asociación, especialmente en la forma de com-
pañías de responsabilidad limitada, va sustituyendo al pro-
pietario particular, lo que permite subdividir así los ries-
gos y asegurar la existencia de las empresas. El jefe de éstas
no es propiamente el dueño de los instrumentos de pro-
ducción, de manera que ya no son sinónimos los términos
“propietario” y “empresario”. Ha surgido un nuevo tipo
de empresario, el cual por sus capacidades de organizador,
de administrador, de conductor de hombres, dotado del
poder de iniciativa que hace de su obra una verdadera in-
novación, es el llamado y el elegido para que conduzca la
empresa, aunque no tenga parte en ella, y es, por lo tanto,
el verdadero fecundador del trabajo en la empresa de su
cargo. En suma, un verdadero especialista en métodos y
recursos de manejo y de organización ha venido a reem-
plazar a los que simplemente eran propietarios o socios.
La empresa misma va evolucionando en el sentido de
convertirse en órgano del servicio público, aunque la pro-
piedad sea privada, como se ve muy claramente hoy en los
bancos centrales de emisión y en los ferrocarriles.
Pero donde se ha efectuado una evolución más pro-
funda es en las relaciones entre patrones y obreros, en que
el concepto de simple colaboración o esfuerzos sumados
en una obra se va reemplazando por el de cooperación,
66 El ensayo en Antioquia/Selección

que ha menester una actitud diametralmente distinta del


empresario respecto a su personal. Los métodos ideados
para obtener la más completa cooperación del personal
ponen en juego fuerzas anímicas -no simplemente incenti-
vos económicos- en la persecución de un resultado común,
sin ajustarse al simple deber o reglamento, y teniendo por
ideal común el triunfo; esas fuerzas en juego le proporcio-
nan al trabajador emociones de triunfo semejantes a las
del deporte y ante las cuales se eclipsa toda noción de es-
fuerzo, sin el balance hedonístico de que habla Jevons.
Basta que el empresario sepa movilizar todo el hombre
que hay en el trabajador, en vez de contraerse a explotarle
la necesidad de dinero.
La evolución, como se ve, se ha ampliado en todo senti-
do, y tiende a corregir la dirección errada y viciosa de aque-
llas formas históricas del trabajo que fueron la esclavitud, la
servidumbre y la “mano de obra”. Todas las fuerzas vivas
de la civilización convergen a la transformación del concep-
to de trabajo: el descubrimiento aporta nuevas fuerzas na-
turales y nuevas relaciones; la invención mecánica, nuevos
mecanismos, medios y procedimientos que multiplican la
acción del hombre y le exigen cada vez más racionalidad y
menos animalidad; las instituciones se reforman en conso-
nancia para acentuar, favorecer y ayudar a esta innovación,
refrenando a la vez fuerzas contrarias; ahora viene el nuevo
tipo de empresario a dar la necesaria fecundación, a intro-
ducir, acreditar y sistematizar las doctrinas, los sistemas y
métodos que faltaban en el radio estrictamente económico,
para elevar la productividad del trabajo y del trabajador y
hacer, por consiguiente, más general el deleite del trabajo.
Pero esta evolución no podría partir del postulado de la pena
como condición inherente al trabajo, puesto que su tenden-
cia, como vemos, se encamina a destruir la pena.
Se puede verificar el desarrollo y estado de esta evolu-
ción comparando un país de los más avanzados en los
El ensayo en Antioquia/Selección 67

métodos de trabajo, como los Estados Unidos, Alemania


o la Gran Bretaña, por ejemplo, con otros menos avanza-
dos, como los de Sud América o las Colonias Británicas.
La obra realizada en los Estados Unidos desde hace un
siglo, cuando el obrero trabajaba hasta catorce horas dia-
rias, empleando en gran parte su fuerza física, a la hora
actual, en que sólo trabaja siete u ocho manejando máqui-
nas, es verdaderamente prodigiosa. Y nótese que los traba-
jos en que predomina la fuerza física son pocos y están
reservados para la “mano de obra” que llega a ese país como
inmigración. Todo está allí dispuesto para ahorrar tiempo
o multiplicar los efectos del esfuerzo y también para con-
vertir al trabajador inexperto en experto, a tiempo que la
demanda de trabajadores en sus formas más altas es tan
intensa, que todo el mundo tiene ocasión de mejorar, de
prosperar; cada cual puede moverse y ensayar hasta dar
con la línea de sus aptitudes y predilecciones.
En países menos avanzados, el trabajo es más duro e
infructuoso, no hay tantos medios de multiplicar el tiem-
po de cada hombre ni los efectos de su esfuerzo, se emplea
menos la fuerza genuinamente humana y cada uno de los
asociados tiene menos oportunidades abiertas para aco-
modarse en un trabajo que le sea agradable. Sin embargo
puede afirmarse que los economistas de hace un siglo ha-
llarían que aún en estos países todo ha cambiado en el sen-
tido de hacer menos desagradables algunos trabajos, o de
extender a un mayor número de trabajos el agrado que
antes proporcionaban unos pocos.
Porque es un hecho evidente que hay y ha habido siem-
pre multitud de trabajos cuya ejecución proporciona de-
leite, agrado o entusiasmo al trabajador. Adelante se verá
por qué clasificamos el trabajo en cuatro categorías princi-
pales, que en orden de importancia descendente son: com-
binación e iniciativa; decisión; coordinación y control, y
ejecución. Las antiguas definiciones del trabajo parecen
68 El ensayo en Antioquia/Selección

reservar la pena únicamente a los trabajos de ejecución o a


aquellos en que predomina la ejecución con desgaste de
fuerza física, es decir, para el obrero que hace trabajo de
repetición reemplazable por el de la máquina. En las otras
formas superiores de trabajo hay siempre el agrado que le
produce al hombre la conciencia de su progreso indivi-
dual unas veces, y otras el dar con la recta expresión de su
propia personalidad. Además, hay que tener en cuenta el
goce que experimenta quien logra añadir a su labor algún
toque personal o de originalidad. A la monotonía de cier-
tos trabajos, que tienden a ser desagradables porque con-
sisten en la constante repetición de un mismo acto, sus-
ceptible con frecuencia de ejecutarse por la fuerza mecáni-
ca, se pueden oponer los numerosos oficios y labores en
que se halla agrado en el cambio o en la diversidad de deta-
lles que engendran una variedad agradable y fructuosa.
Siendo el trabajo un servicio que se hace en cambio de
algo, es claro que en las condiciones de esa relación entran
como factores decisivos las circunstancias en que el cambio
se ha planteado. Un trabajador que se ve obligado a aceptar
un trabajo que no le agrada, o condiciones que son desven-
tajosas para el trabajo que le agrada, no es la unidad más
adecuada para derivar de ella conclusiones generales.
Inversamente, empresas mal dirigidas, ya sea por incompe-
tencia de los encargados de manejar los trabajadores, o por
incapacidad de la dirección para interpretar los medios más
adecuados al interés de la empresa, son unidades anormales
que deben excluirse de la observación, por ser evidente que
el manejo de los hombres en el trabajo requiere vocación,
cualidades y capacidades especiales, de las cuales carecen
muchas veces quienes ocupan el puesto de empresarios, sea
por herencia o por su posición social, política o financiera.
La conducción de hombres como trabajadores es una ca-
rrera que exige tanta preparación como la que más.
LUIS LÓPEZ DE MESA

Santa Fe de Antioquia
Por una feliz coincidencia me fue dado conocer a la
emblemática ciudad de Antioquia en los primeros años de
mi despertar a la vida: estar ante la ciudad reveladora de
leyendas en la edad soñadora de misterios. La emoción
perdura aún, mas apenas podría esbozar ahora el arroba-
miento de mi espíritu ante ese cuadro evocador.
Serían las ocho de la noche cuando nos sentamos a la
puerta del Palacio Episcopal en la plazuela de Chíquinquirá.
La luna llena iluminaba, prodigiosamente nítida, los aleros
de las viejas mansiones vecinas y proyectaba la sombra
ondulante de los cocoteros sobre las calles y la plaza. Casi
insensiblemente mi espíritu fue abstrayéndose de la tertu-
lia familiar para recibir las sugestiones evocadoras de aquel
ambiente nunca por mí antes comprendido, y no pudien-
do resistir a la tentación de contemplarlo en la plenitud del
silencio, fuime por las calles andando lentamente y soñan-
do sueños de tradición y de leyendas. Pavimentos de guija-
rros cubiertos a medias por la grama y el abrojo que brota
en sus junturas, haciendo comprender que el tráfico no les
es frecuente y ofensivo; techos curvados de teja ennegreci-
da por la intemperie de los siglos, aquí y allá cubiertos por
el musgo que ha arraigado entre sus grietas; moradas
señoriles de portones ferrados y crujientes enmarcados en
cal y canto; salas espaciosas que vagamente iluminaban la
luz parpadeante de alguna discreta bujía; amplios patios
embaldosados con bloques grandes de ladrillo rojo; susu-
rro de arboledas que tenuemente agitadas por la brisa aso-
man su follaje por encima de los tejados... Aquí y allá tem-
plos antiguos, casas conventuales, plazuelas en silencio. Y
70 El ensayo en Antioquia/Selección

todo reposado, mudo, bajo el resplandor de la luna que


abrigaba la ciudad entera e iluminaba las faldas occidenta-
les y el dilatado valle por donde cruza esquivo y rápido el
caudaloso Cauca. Mis pasos repercutían en los zaguanes
con eco sonoro y musical, y a mi paso se hacía más discre-
ta aun la plática de los vecinos que charlaban al fresco de
los portones con acento peculiar, costeño en alguna ma-
nera, pero diferenciado por el dejo de una fonética propia
y característica que añade al ambiente legendario nota de
extrañeza más impresionante aun.
Yo iba por la Calle Real, como si dijéramos en vieja
terminología española. Sobre los andenes proyectaba la
luna los aleros hasta perderse de vista en la quieta lejanía.
El cielo revelaba la limpieza imponderable de su diafani-
dad, que la alta temperatura del valle hace subir rápida-
mente los vapores hacia la cúspide de las lomas vecinas,
aclarando así la atmósfera, y de las faldas circundantes con-
verge un reflejo opalino que llega a aumentar la luz, todo
lo cual hace que allí la luna llena aparezca más luminosa e
imperante en la altura de la noche. Y de este modo el silen-
cio de la ciudad blanca cubierta de palmares de varia índo-
le, desde la palma real y el cocotero hasta el corozo grande
o Acrocomia y el pequeño o mararay, de mangos frondo-
sos, guanábanos y mameyes, de limoneros por doquiera y
decorativas acacias, de recientes enredaderas en fin y
aromosos jazmines, porque cada casa posee su patio de
flores y su huerto de frutales bien tenidos... luce en oasis
al pie de la loma aridecida por falta de riego; la ciudad blan-
ca y silente, cruzada de acequias limpias que van al descu-
bierto, apenas sensiblemente rumorosas, la blanca ciudad
que parece adormecida en un sueño colonial, evocó en mi
espíritu un tropel de añejas tradiciones.
Esas salas mudas y espaciosas devuelven al pasar el ca-
minante un eco. Abrillantadas en tiempos remotos de gran-
deza por la profusión de luz en los festines, abrillantadas y
Luis López de Mesa
Óleo de Francisco Valderrama
72 El ensayo en Antioquia/Selección

bulliciosas, hoy callan en el apagamiento de una decaden-


cia ineluctable. Y el eco que devuelven parece en tanto la
voz de otras edades. Por esas calles desiertas que afelpa ya
hierba hirsuta pasaron arrogantes conquistadores, rome-
ros misteriosos y extraños trovadores de amor; por ahí
cruzó en litera de lujo Da. María de Carvajal, heroica y
bella y fiel hasta evocar un no sé qué misterioso y sobre-
humano; heroica, bella y fiel como un símbolo anticipado
del alma femenina de ese pueblo que fundó su esposo, el
muy hidalgo Mariscal; misteriosa, bella y fiel como heroí-
na legendaria de un arcano sino. Por ahí cruzó también
sugestiva y soñadora la Condesa de Peztagua, calzada con
zapatos de oro, cual figura hechicera de un apólogo
aladinesco... Ante sus ventanas de celosías españolas se
rasgaron guitarras de quejosa melodía árabe. Al volver de
esa esquina hacia la callejuela angosta brillaron alguna vez
los estoques con parpadeo homicida en las altas horas de
las noches coloniales, mientras la pálida señora de ojos
negros y esbeltez de corte feudal, presa de amor y de te-
mor, invocaba a Dios en trémula plegaría.
Ahí en otro tiempo las dignidades coloniales vivieron a
su manera patria una vida caballeresca y heroica aquende
los mares. Y las capas y jubones, la espada y el chambergo
cruzaron afanosos reproduciendo en el valle interandino
las virtudes y pasiones de Asturias y Castilla, de Andalucía
y de Vasconia. Aquí también vivió la humanidad esa hora
inexplicable del Renacimiento europeo. Ingenio agudo que
sin saberlo fue genial; corazones heroicos que miraron al
mundo como a un átomo de fácil conquista; almas encen-
didas al rojo blanco de pasiones que hoy asustan, con una
rodilla en tierra ante las damas y la mano impasible en la
empuñadura del estoque ante el rival, prevenido apenas
con leve guiño de los ojos. Almas imposibles de entender
que partían en dos un corazón sin emoción siquiera y lue-
go rezaban ante el cadáver una jaculatoria de póstuma
El ensayo en Antioquia/Selección 73

piedad religiosa. Que ante el amor de una mujer eran cor-


derillos, y leones a las huestes enemigas de su raza; heroi-
cos en Lepanto y San Quintín y en los murallones ingen-
tes de los Andes; sumisos ante Roma y sumisos al amor.
Que vencieron la selva de los continentes, cruzaron mares
y ríos, y cordilleras ignotas, sin volver atrás la vista,
zapadores insignes, semidioses de la naturaleza; y que tem-
blaban, sin embargo, ante la cogulla de los frailes y la su-
posición de una sombra. Con ellos vivió la humanidad su
álgido período de pasiones: la vida estalló bajo su férrea
armadura de aventureros heroicos con trepidaciones de
volcán. Amor y fe, gloria y orgullo llegaron entonces al
ápice de los frenesíes, dejando para siempre pálida la meji-
lla agotada de emociones, sombríos los ojos a fuerza de
irradiar fulgores de fiebre. Para el amor de sus damas, El
Dorado o la sangre purpurina de sus pechos esa solo ofren-
da propiciatoria. Pero en cambio la ternura de sus damas
alcanzó el ardor de las hogueras y la fidelidad inconmovi-
ble de los sacrificios incólumes, superiores a la muerte, y
un coraje asimismo, virtuoso y pasional como las genera-
ciones del día apenas lograrían entrever. Su corazón alerta
era crisol adamantino con fuego de horno.
Hazañoso en todas sus empresas, un solo vástago de
esa raza levantó de su propio peculio la espaciosa catedral
que adorna el centro de la urbe, y -genitor feliz- vio a su
mismo nieto, elevado ya a egregias dignidades eclesiásticas,
consagrarla en su nombre y en el nombre de su raza a
Dios.
Y pasaron esas generaciones. La ciudad, la bella urbe
madre se fue apagando poco a poco: sus frondosos
cacaotales se agostaron, dejando en torno de las áridas pen-
dientes desecadas por el fuego canicular de sus soles, y
apenas sus mangos de tupido follaje y sus palmas de grácil
silueta y susurrantes hojas para hacerla más soñadora tal
vez, y consagrar la evocación de su propio pasado. Su
74 El ensayo en Antioquia/Selección

nombre mismo, de arcaico origen y resonancia vocal pri-


vilegiada, se extendió, como buscando un refugio, a la co-
marca limítrofe.
Y se fue apagando lentamente; la luna nítida, como un
sol pálido, la cubre en las noches estivales; sus frondas
hogareñas mecen al viento cálido de la llanura copos flore-
cidos, y perfuman el ambiente sus limoneros en flor. El
eco de las campanas tiembla argentino y misterioso en los
zaguanes, en la hornacina de los portones, en el recodo de
las callejuelas, como son de otras edades que llamase a las
sombras de generaciones muertas. El cielo limpio y la blan-
ca ciudad quieta y la planicie dilatada y el caudaloso río
allá distante, son los centinelas de aquel pasado arrogante
y bullicioso. La vida moderna palpita hoy en otros reco-
dos de la cordillera andina: aquí el pasado defiende el últi-
mo símbolo de la vida colonial... Y es bella así vista la ciu-
dad blanca y silenciosa, donde se oye el susurro de los pal-
mares y el paso de los arroyos bajo la luz plenilunar... Es
bella así la ciudad madre, la urbium mater de mi raza.
El ensayo en Antioquia/Selección 75

Elogio de Medellín
Cuando a fines del siglo XIX se instaló el alumbrado pú-
blico de luz eléctrica mediante las grandes bombas del arco
voltaico que se usaban entonces, todos los antioqueños
nos alborozamos hasta los límites dionisíacos del júbilo,
creyendo ver en aquel suceso algo maravilloso en sí y
algo promisorio también de otra era y otros rumbos de
la estirpe.
Por mi parte sé decir que nunca olvidaré la primera vi-
sión que tuve de ello en mis años infantiles. El Alto de
Medina es la cumbre de una loma que da al frente de
Medellín, veinte kilómetros adelante por el viejo camino
que conducía a las poblaciones del Norte. Y fue desde esa
cima, cuando al caer de una tarde y hacerse gris opaca y
fría la leve niebla azul que arropaba la llanura remota, sur-
gió a mis ojos como un pardeado de chispazos la plena
iluminación de la ciudad, allá lejos. A esa hora de mi vida y
en aquella edad de civilización incipiente en nuestro hogar
antioqueño, ver surgir ese parque de luz en la apacible lon-
tananza del valle fecundo, tenía a mis ojos un no sé qué de
prodigio aladinesco.
Y era, en verdad, otro mundo el que nacía. Treinta años
antes José María López de Mesa había promulgado el acuer-
do inicial sobre alumbrado público medellinense: se en-
cenderán sendos faroles en las cuatro esquinas de “la pla-
za”, excepto, “naturalmente”, en las noches de luna.
Era un signo y un símbolo de aldea, sin duda. Más no
debemos apresuramos en admitirlo así, que otra cosa, y
muy altisonante, pensaban los hijos y habitadores de aquel
poblado entonces naciente. Epifanio Mejía y Gutiérrez
González lo dijeron en estrofas insignes, y tal lo sentían
todos corazón adentro: era joya del patriotismo, era la
76 El ensayo en Antioquia/Selección

“tacita de plata” que decían los abuelos, la niña mimada de


Pedro Justo Berrío y Manuel Uribe Ángel. Desde Bogotá,
como si un destierro oprimiese su espíritu, doña Helena
Facio Lince cantaba ingenuamente —¡O témpora!— su
excelsitud en 1866: ... “¡Cuán bella eres! Del árabe la men-
te/ nada tan bello acertará a soñar”...
Al iniciarse el siglo XX, vestida ya de luz eléctrica y
engalanada con los dos diminutos parques, de Berrío y de
Bolívar por nombre, y de su paseo tradicional de La Pla-
ya, como hoy dicen, era seguramente digna del grande afec-
to de sus moradores. Visos tenía de andaluza con sus ca-
lles finamente empedradas de guijarros menudos del río, y
sus aceras de ladrillo, que el clima conservaba siempre lim-
pio y rojo. Daban a ellas esas casas espaciosas de otro tiem-
po, con blanquimento de cal en los muros, puertas y ven-
tanas, ventanas “arrodilladas”, por supuesto, y enrejadas,
para mirar al transeúnte y coquetear un poco hacia la tar-
de y prima noche, unas y otras pintadas de verde claro, de
gris azulenco, y a veces de rojo o amarillo tenue, con lumi-
noso zaguán y patio fronterizo, solado éste de peladillas
blancas o de baldosines y cubierto de macetas, azaleas,
sobre todo, y profusas enredaderas de arracimadas flores
amarillas, rojas o azules; con su segundo patio y baño de
piscina, alcobas en fin, y salones de fresca amplitud. Sevi-
lla, pues, en re menor... a su manera.
Los que ya nos habíamos hecho “puebleños” en ese
constante peregrinar de las familias antioqueñas, íbamos a
Medellín por contemplar, un poquitín, si no un mucho,
alelados, la catedral de Villa Nueva, las quintas de “La
Quebrada Arriba”, el “Palacio” de Amador y el “Edificio
Duque” portento de las edades, es decir... de aquella edad
medellinense.
A las maravillas materiales tenemos que añadir otras
del espíritu. Porque había entonces en Medellín un estado
de indecisión entre hacerse núcleo económico o núcleo
El ensayo en Antioquia/Selección 77

cultural, entre dedicarse al juego de bolsa en el atrio de la


catedral vieja -y muy rabiosamente, por cierto- o consa-
grarse al estudio con la numerosa y decidida cohorte lite-
raria que por aquellos días creaba, sobre bases ya célebres,
la literatura regional antioqueña, periodismo inclusive,
novela y cuento sobre todo, y hasta ensayos de más altivo
vuelo, amén de cierta escuela política de grande enverga-
dura, que engendró tres presidentes y una docena de legis-
ladores y ministros de estado, nacionalmente ilustres.
Para nosotros los provincianos todo aquello era casi
deslumbrador. ¡Cómo lo sería para los propios capitali-
nos, enamorados de su pequeña urbe! Y en esto existe
curiosa diferencia de sentimientos: Bogotá, Santa Fe de
Antioquia, Popayán, Cartagena y Tunja, por ejemplo, son
ciudades maternas que inspiran adhesión francamente fi-
lial. Medellín, en cambio, fue siempre algo así como la ciu-
dad-novia de los antioqueños, hasta el punto de que mu-
chos de sus hombres le consagran la vida a honrarla y
mejorarla... y a quererla, naturalmente.
Y esto desde cuando era un burgo recatado entre los
montes, porque a los principios dejó mucho qué desear, y
aun inspiraba no pocas inquietudes. El mismo poblamiento
no fue fácil. La emoción paradisíaca de los descubridores
que entraron por el sur con Jerónimo Luis Tejelo a la ca-
beza, no tuvo arraigo, excepto en uno que otro latifundio,
a estilo del de don Gaspar de Rodas en Niquía. Un siglo
después se inició la lucha por la insegura colonización del
valle. Ensayos primero en el actual siglo de El Poblado, en
el efímero pueblo de Aná, posteriormente, hasta que al fin
se detuvo a la margen del arroyo Santa Elena, y alrededor
de la capilla de San Lorenzo, templo de San José hoy día,
allá por 1640.
Mas no con ímpetu de acelerado crecimiento. Cuando
mi tatarabuelo don Juan José Larena fue alcalde suyo, un
largo siglo después, no pasaba de ser un pueblecito de
78 El ensayo en Antioquia/Selección

refugio para los ya económicamente desamparados pobla-


dores de la aristocrática urbe del Tonusco, y mi otro tatara-
buelo don José Salvador López de Mesa la rigió como “te-
niente gobernador” de Buelta Lorenzana, años adelante,
porque aún no alcanzaba a mayor prestigio de jefaturas.
Y el litigio fue arduo en días posteriores. Ciudad de
Antioquia, Villa de la Candelaria de Medellín y San Nico-
lás de Rionegro se disputaron la jerarquía mayor. De ha-
ber sido navegable el Cauca medio, nada hubiera podido
vencer a la urbe madre. De haber corrido menos
abruptamente el Nare hacia su desembocadura en el Mag-
dalena, Rionegro sería hoy la sede capital, por la bondad
de su clima y su gentil planicie. Acaso hubo también sorda
pugna económica entre el cacao desfalleciente de Antio-
quia, el plátano nutricio y la abundante caña de azúcar de
Medellín contra la papa y el maíz de Rionegro. Triunfaron
a mi ver, los trapiches “paneleros” del Aburrá... y el sorti-
legio de su valle, fértil aún en esta época.
Hacia 1826 se decidió la suerte.
Ya para entonces habitaban en sus lares, o por ahí cer-
ca, los descendientes de las mejores castas fundadoras y
colonizadoras de Antioquia. De ellas, muchas me dieron
su sangre como Sánchez de Tamayo, Posada Berdalles,
Jaramillo de Andrade, López de Restrepo, Gómez de
Ureña, Puerta de Palacios, Álvarez del Pino, y qué sé yo
más, y los López de Mesa, en fin, que habían de emparen-
tar luego con los Zeas y los Córdobas, los Facio Lince y
los Berríos, con los Mejías y los Villegas, con los Cadavides
y los Pizanos, los Loteros, Londoños y Latorres, los
Arangos y Gutiérrez Isaza, etc., para arraigarme a la totali-
dad de la estirpe y confirmarme en mi idea de que todos
los antioqueños sin excepción somos primos hermanos.
De todo lo cual se produce en mis recuerdos una con-
junción de sangre y suelo, que me resulta inextricable y
benévola. Después de cuarenta años de ausencia recorrí
El ensayo en Antioquia/Selección 79

de nuevo la cornisa cordillerana que va del alto de Medina,


o poco menos, al boquerón de Occidente, sobre la carre-
tera de Antioquia, y tuve otra visión que me trajo, agitada
ya y deslumbrante, aquella de mis años infantiles. Esta vez
ya no a lomo de caballería y en penoso ascenso de la falda
abrupta, sino plácidamente en automóvil por la carretera
del Norte. Oscurecía, y como en la ocasión pasada, el va-
lle que se extiende de Envigado a Bello, con Medellín a la
cintura, fue opacándose hasta quedar en sombra densa, y
entre la sombra encendiéndose, como margaritas de oro,
miríadas de luces en todas partes. Y así, a poco más, el
valle, ancha artesa geológica, con su río ondulante al fon-
do y cerramiento de altos montes en óvalo dilatado de la-
deras y planura, fue tapiz de terciopelo negro, y muy os-
curo ciertamente, en que la ciudad parecía un tablero cua-
driculado de gusanillo o cordoncillo de oro fúlgido, allá en
el centro, y de innumerables estrellas más, de luz también
dorada, que fingían, a su vez, constelaciones en torno suyo,
hasta los remotos confines de la perspectiva ambiente.
¿Panorama o sueño? Panorama y ensueño, justamente.
La urbe no era ya aquel pequeño recinto enmarcado
por las cuatro farolas de aceite o de petróleo humilde, ni el
agrupamiento de unas cuantas habitaciones en torno a la
capilla de San Lorenzo: era dilatado lago de luz entre las
sombras. Y pensé si cada una de esas lámparas que allí ahora
brillaban en la noche y trazaban franjas o cadenetas de
oro en el terciopelo oscuro de esa hondonada, mayor de
cien kilómetros cuadrados, en unidad funcional urbana con
sus aledañas constelaciones de luz, no sería el alma vigilan-
te de los mayores que poblaron y sufrieron, que soñaron
lo que hoy es y lo hicieron posible con su sangre, con su
fe y con sus normas.
La cultura que anhelaron los abuelos es ahora realidad
universitaria de altos fines espirituales y orgullosa arqui-
tectura creciente; el discreto emporio de mercaderías
80 El ensayo en Antioquia/Selección

foráneas de que fue núcleo para el tráfico y el tránsito de-


partamentales de otros días, es hoy el manchesteriano des-
pliegue de inmensas fábricas que sustentan la industria
nacional fabril y su economía general robustecen.
Y la ciudad en sí, materialmente engrandecida, es otra,
sin duda, mas no cancela los dones de la estirpe que le infun-
dieron espíritu, y a esa misma estirpe vuelve los ojos con
memoria indeficiente para invocar su fe de creadora invicta
o tributarle el homenaje de su gratitud inextinguible.
FERNANDO GONZÁLEZ

Segismundo Freud
El mes pasado, septiembre de 1939, murió en Londres
octogenario y desterrado, Segismundo Freud: huyó de
Austria, lugar de su nacimiento, cuando el hitlerismo la
invadió, y murió, simbólicamente, ahora cuando Hitler
parece que va teniendo éxito en sus intentos brutales.
Decimos “lugar de su nacimiento”, porque era hebreo
y grande hombre, y por ambos conceptos su patria era el
universo.
Vamos a intentar un ensayito acerca de él; ensayo como
para nosotros los enamorados de las cosas pequeñas, pe-
queño sermón, pequeña vergüenza y mujer pequeña. El
estudio grande y que no leerán lo dejaremos para López
de Mesa, que es virgen y bobo.
El hombre es instrumento del Estado, de quien recibe
la verdad: tal es la tesis de los totalitarios: Dios es Mussolini,
Hitler o Stalin; “Alemania es Hitler y Hitler es Alemania”.
El hombre es diosecito, microcosmos, sello divino, y
en sí mismo, trabajando, orando o meditando encuentra
la verdad eterna: tal es la otra tesis, y desde 1918 va siendo
derrotada; parece que la gente sintiera la necesidad de un
régimen de estupidez; parece que la humanidad estuviera
cansada del espíritu y atraída por el antiguo animal. Por-
que después de todo abuso de la espiritualidad viene el
hastío:
Mon coeur que tout irrite
Excepté la candeur
De l´antique animal…
(Baudelaire)
82 El ensayo en Antioquia/Selección

La vida terrestre del hombre se realiza por ciclos de


actividad de la carne bruta y luego del espíritu; ya en las
estaciones, ora en la actividad estelar, en toda vida vemos
que el fenómeno primario es el movimiento. La ley del
péndulo parece que rigiera al hombre, y ahora ese péndu-
lo se ha devuelto de las cimas luminosas hacia los abismos
en donde reinan el hijo del herrero (Mussolini) y el pintor
de puertas (Adolfo Hitler)
No afirmamos que el hombre sea sustancia dual, pero
las cosas suceden como si lo fuera. Tampoco afirmamos
que esté mal el que tengan éxito los totalitarios, pues la
vida es como es y no como lo deseamos: el summum de la
sabiduría nos lo dio Cristo en la oración que nos dejó, a
saber: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
El hecho protuberante de hoy es que la humanidad
encuentra su placer en los nacionalismos agresivos y en la
renuncia de las voluntades individuales en aras de la obe-
diencia a fines imaginados por los dictadores. Sabios, artis-
tas y santos son inactuales, hombrecitos de paraguas.
Entre los hechos que precedieron como causas a esta
muerte del individualismo y de la actividad espiritual enu-
meraremos unos pocos, someramente: el mucho acopio
de capital, en forma de maquinarias, conocimientos e in-
venciones; la incapacidad del individuo para manejar ese
capital y para no abusar de él y, por último, la fatiga pro-
veniente de que el misterio se va alejando, alejando, sin
dejarse alcanzar, con lo cual se le pierde la fe al espíritu
humano y nace la necesidad de renunciar a la voluntad
individual (período de fundación de religiones, sanatorios
morales).
¿Cómo explicar, si no es por una crisis moral, el que
pueblos como Italia, Alemania y España se hayan entrega-
do en cuerpo y alma a hombres y doctrinas brutales?
En esta contienda nuestro corazón está por la libertad,
pero aceptamos la realidad: hoy tienen más vitalidad los
Fernando González
84 El ensayo en Antioquia/Selección

adversarios; las democracias agonizan. En otras palabras:


cúmplase la voluntad divina de que Freud muera en Lon-
dres, octogenario desterrado, y que el choricero Bock esté
muy rozagante.
Es muy difícil hacer comprender la idea que venimos
trabajando y que no es sino la misma del Padrenuestro. Le
daremos otro manipuleo, así: las ideologías son manifesta-
ciones de las necesidades vitales, y unas veces triunfan unas
en la conciencia humana y luego las otras. Todo lo apa-
rente, material o moral, es forma limitada en que se mani-
fiesta la energía; cuando los individuos cumplimos este fin,
dejamos de ser actuales y queda de nosotros el cascarón;
éste, a veces, queda viviendo fisiológicamente un poco más;
hay hombres que no mueren a tiempo y desacreditan su
obra.
Aceptamos pues la muerte de Freud: ninguna queja por
lo que sucede. Pero entiéndase bien que esta actitud de la
conciencia no es la misma de aquel ilustre antioqueño, de
Marinilla, que preguntaba al llegar a las mesas o urnas elec-
torales: ¿Quiénes vamos ganando?…
En este estudio consideraremos a Freud como el sabio
tipo del abusador del espíritu humano; compararemos su
obra con la torre de Babel y, por eso, hemos dicho que su
muerte es simbólica. Vamos ahora al grano.
El origen del psicoanálisis y demás teorías freudianas
lo hallamos en la doctrina del epifenomenismo.
Esta es una doctrina psicológica que nació a causa del
progreso fisiológico. Ambos fenómenos ocurrieron en
estos últimos cincuenta años.
Observaron que la conciencia no alumbra sino la cima
de los sucesos anímicos, o mejor, que la vida consciente
no comprende sino el último proceso de los hechos ínti-
mos. Por ejemplo, cuando uno sabe que está triste, hace
tiempo que había comenzado a estarlo y los hechos
psicofisiológicos correspondientes a la tristeza ya se
El ensayo en Antioquia/Selección 85

habían iniciado en su devenir; cuando somos conscientes


de tal fenómeno, fue porque éste llegó a su culminación.
No lloramos, dice James, porque estemos tristes, sino que
lo estamos porque lloramos.
Un filósofo alemán del siglo pasado, antes de que se
hubiera formulado el epifenomenismo como doctrina,
decía que la vida consciente se asemeja a las crestas de las
olas marinas que ilumina el sol: éste sería la conciencia y
los hechos de que nos da cuenta serían apenas crestas del
oleaje interior.
Coincidió este progreso psicofisiológico con la introduc-
ción a Europa, por medio de Schopenhauer, de las doctri-
nas hindúes acerca de la eternidad del alma, la metempsico-
sis y de la unidad última del ser o “nirvana”. En su libro El
mundo como voluntad y representación fue en donde Schopenhauer
sistematizó para Europa las doctrinas hindúes.
Hay que anotar que entre éstos era ya muy viejo todo
lo que al respecto tenemos como novedad en el occidente
cristiano.
Además del epifenomenismo hay que contar entre los
padres de Freud al doctor Mesmer y su escuela. Mesmer
también era austríaco.
En otras palabras; en la última mitad del siglo pasado
hubo en Europa gran progreso en los conocimientos
psicofisiológicos y, a un mismo tiempo, la introducción
de una cultura antiquísima, desconocida hasta entonces por
los pueblos cristianos, las doctrinas faquires acerca de la
absorción evolutiva del hombre en Dios, o sea, el nirvana.
Esta cultura hindú alumbraba con brillo grande y ex-
plicaba la serie de fenómenos observados por la ciencia de
laboratorio del occidente cristiano. De ahí la avidez y des-
enfreno con que los occidentales se echaron en brazos de
la cultura de los faquires.
Tal desenfreno se manifestó en el intento casi logrado
de fundar nuevas religiones, sobre todo en Estados Unidos
86 El ensayo en Antioquia/Selección

de América, tierra nueva, rica e inocente: la Ciencia Cris-


tiana, la Teosofía, la Rosacruz, etc.
Debido al progreso en las comunicaciones y medios de
difusión, aparecieron dos corrientes paralelas a principios
de este siglo: por una parte la psicofisiología misticoide y,
por la otra, su divulgación en forma de esos intentos reli-
giosos que dijimos.
La psicología tuvo el mayor auge a principios del siglo:
aparecieron observadores y teorizantes notabilísimos. Cier-
tos progresos en la observación de los fenómenos subjeti-
vos y endocrinológicos, aumentaron el entusiasmo por una
explicación psicofisiológica del universo.
En Estados Unidos de América como país crédulo y
negociante, tuvo lugar el nacimiento de lo que se llama
literatura estimulante, la cual es, por decirlo así, la faz co-
mercial de la psicología: La voluntad en cinco lecciones,
La memoria al alcance de todos, Para hacerse amar, Para
llegar a millonario, etc. Esta actividad yanqui es, por decir-
lo así, la prostitución de la ciencia: con respecto a ésta es
como el lupanar con respecto al amor.
De todo este maremágnum, el hombre representativo,
el genio que reunió en forma de ciencia casi todos los da-
tos dispersos, fue el doctor Segismundo Freud.

***
Freud y Gandhi… En ambos llegó a culminar el abuso
de las facultades espirituales y en ambos principia el hastío
de los hombres y su entrega en brazos del renunciamiento
a la voluntad individual. Mejor dicho: ellos son los últimos
individualistas.
Gandhi fue de 1900 a 1932 el “Mahatma” o alma gran-
de, el hombre en quien vimos encarnada, actuando, la doc-
trina hindú.
Freud fue el doctor Fausto, el sabio europeo en quien
vimos hechos libros, y doctrinas y exámenes todos los
El ensayo en Antioquia/Selección 87

conocimientos fisiológicos, morales, históricos: una for-


ma antimística, europea, de la doctrina hindú. Fue el sa-
bio, el heredero de Darwin, Schopenhauer, Ribot, Wundt,
Nietzsche, etc.
De todo esto salió perdiendo el cristianismo: los pue-
blos de la tierra llegaron a no tener fe en nada. Perdieron la
fe en su religión, vieron maltratado a Jesús; lo vieron ex-
plicado en libros de psicoanálisis; vieron al gran Mesías
explicado por el subconsciente y la libido. Los pueblos
todos de la tierra, leyeron y oyeron que la verdad en sí no
existe, sino que todos los conceptos son a lo sumo catego-
rías o condiciones de actividad (Kant).
Así fue el hombre perdiéndose en su torre de Babel:
porque aquel mito de aquella torre que quisieron levantar
para escalar el cielo y en donde fueron castigados con la
confusión de lenguas, parece hecho a propósito para ex-
plicar lo que sucedió o comenzó a suceder en 1932.
El hombre quedó saciado de ciencia, de teorías y de
ruinas, y entonces nació el anhelo de un régimen animal.
La vida se defiende: se defiende de las infecciones; la
fiebre es una defensa; el sueño lo es y la vulgaridad es de-
fensa del exceso de pudor, como en Inglaterra después de
la tiranía puritana de Cromwel.
En todo caso, por ahí en 1920 o 1922 principió la hu-
manidad a sentir repugnancia por “los valores espiritua-
les”. Gandhi fue derrotado aparatosamente; comenzaron
a no hacerle caso a sus anunciados ayunos; los italianos
renegaron de artistas y sabios y se entregaron a la volun-
tad del hijo del herrero; el Japón se tomó el Manchuco y
murió la Liga de las Naciones y, por fin, Alemania se con-
virtió en enorme butifarra: “¡abajo Dios, abajo los judíos
y los sabios!”; “¡condúcenos, oh Führer!”.
España cayó en la brutalidad; la pobre España brega
hace tiempos por salir de ella y recae: del torero al fraile
patón y sanguinario, anticristiano.
88 El ensayo en Antioquia/Selección

Llegó la guerra de todos contra el último refugio de los


perseguidos: Francia.
Por eso dijimos que la muerte del doctor Segismundo
Freud, el mes pasado, en Londres, fugitivo, es símbolo de
que el Señor nos ha castigado con la confusión y nos so-
mete a un régimen animal, pues volvimos a creer que po-
díamos escalar el cielo.

***
Gráficamente podríamos decir que para Freud la psi-
quis humana es como un océano cuyas aguas están riza-
das por vientecillo, en un atardecer; los rayos solares
argentan las crestas de las olas: el sol sería la conciencia; las
crestas del oleaje, los hechos de conciencia, y la sima inde-
finible de las aguas, la subconsciencia, la cual se compone
de instintos, complejos, pasiones y reacciones cuyo traba-
jo se cumple fatalmente, en el sentido de que allí sucede
todo de acuerdo con la fatalidad, bajo el imperio de la ley.
Por eso, para Freud, la conciencia es apenas
epifenómeno, pero epifenómeno evolutivo, como todo:
irá creciendo e iluminando los subfondos anímicos, poco
a poco… ¿Hasta dónde? Indefinidamente: es como
neoplasma invasor, es el último evento de la evolución
biológica.
¿Y la superconciencia? Ésta no hace parte del freudis-
mo; pertenece más bien a la doctrina espiritualista hindú.
Freud es biólogo: considera la vida bajo el aspecto del
fatalismo causal.
Para los espiritualistas (cristianos, hindúes, greco-egip-
cios, etc.) la psiquis humana es fenómeno indefinido, cuya
cima es la superconciencia, en el medio está la faja indeter-
minada y variable de la conciencia, y el fondo inmenso y
profundo lo constituye el subconsciente. Por la primera,
el hombre tiene relaciones misteriosas con el infinito; en
virtud de ella se explican los profetas hebreos, los éxtasis y
El ensayo en Antioquia/Selección 89

las intuiciones. La conciencia (el epifenómeno admirable)


trabaja en la iluminación del fondo psíquico y de vez en
vez ocurre que ilumine fenómenos superiores. Podríamos
decir que la conciencia es humana, propiedad de la
hipóstasis; que la superconciencia es netamente espiritual
y que sólo se evidencia en quienes desde su vida en la
tierra logran, mediante disciplinas, tener participación en
la vida celestial.
En cuanto al subconsciente, allí está acumulado todo
el acervo hereditario de la escala animal; allí bullen, como
infinito larvado, todos los instintos vitales, no sólo del rei-
no animal sino también los del mineral. Esta noción del
subconsciente es un verdadero aporte darwiniano. Sin
Lamarck y sin Darwin no se puede concebir el subcons-
ciente tal como hoy lo hacemos.
Así pues, para la mentalidad de hoy, el hombre tiene
sus raíces en todo el universo, en el pasado y en el presen-
te; está alumbrado por lucecilla en devenir y su ramaje tien-
de a invadir los cielos.
Por eso no hay que tener a Freud como original inven-
tor de sus doctrinas; todo intelectual es obrero que trabaja
los elementos del acervo humano. Diremos de él que fue
el sabio que le dio forma de doctrina y prácticas a los he-
chos observados por la humanidad en todos los tiempos.
Freud, sabio occidental, sabio de laboratorio, cogió
todos los hechos de la vida psíquica, que estaban dispersos
en tratados, vidas de santos de todas las épocas (cristianos,
santones mahometanos, hindúes, egipcios, hebreos, mis-
terios griegos, etc.) y los agrupó y explicó a la luz de las
leyes biológicas que guían a los investigadores y estudio-
sos de Europa, a lo cual llamamos “ciencia occidental”,
para diferenciarla de la introspectiva del Oriente.
De tal suerte que Freud tuvo el mérito de coleccionar
los hechos dispersos ya observados y de aplicarles la inter-
pretación propia de cierta forma de la mente, la occidental,
90 El ensayo en Antioquia/Selección

la cual trabaja siempre bajo el supuesto de las siguientes


leyes: a) fatalidad lógica o evolucionismo: negación de la
libertad; b) el monismo, o negación de la apariencia, y c)
negación de pluralidad de vidas, o sea, del cielo, como
opuesto a la vida terrenal. La ciencia del Occidente ha
trabajado siempre bajo el supuesto de esas tres verdades;
podríamos decir que ellas son condiciones o categorías de
las ciencias occidentales: biología, química, física, sociolo-
gía, Darwin y Marx, Pasteur y Einstein no pueden ser con-
cebidos sino en donde estén impregnados de aquellas ver-
dades.
Al contrario, el Oriente ha trabajado siempre dentro
de la idea del “nirvana”, es decir, que el hombre es avatar o
manifestación de Dios.
¿Qué hizo entonces Freud? Una vez en posesión de su
herencia de siglos, definió el subconsciente como serie de
complejos hereditarios; herencia zoológica y aun mineral;
en él están el gusano y el infusorio, la piedra y el lodo. En
él se encuentran deseos e instintos de toda flora y fauna,
pues la vida es una y el hombre es el último, el heredero, el
microcosmos.
Y como todo actúa por necesidad lógica, por eso nos
da una imagen melancólica del hombre; yace sobre el esfe-
roide terrestre, sin providencia, sin ayuda de Dios. Parece
un pingüino, pájaro manco; tiene alas, pero engañosas e
incipientes.
Tales complejos se componen de instintos, deseos, pa-
siones y reacciones. Ese subconsciente pugna por mani-
festarse y se manifiesta, ya en actos probados, ora en sue-
ños, ora en actos indirectos, disfrazados como fobias, ma-
nías, errores, lapsus, etc.
En otras palabras, la vida externa o actos son índices de
los complejos ancestrales que componen el subconsciente.

***
El ensayo en Antioquia/Selección 91

Establecida así su doctrina, es muy fácil comprender


cómo llegó Freud a desarrollar su actividad científica y lite-
raria, y cómo apareció la literatura y actividades babélicas
que han llevado al hombre al cansancio y a la renuncia de
su voluntad en aras de esto que llaman totalitarismo:
Los sueños se pueden interpretar; son símbolos del
subconsciente. La interpretación se realiza disgregando los
complejos, mediante hábiles maniobras del psicólogo
interpretador.
Lo mismo sucede con los errores, lapsus, fobias, ma-
nías, aberraciones sexuales y de toda especie, actividades
artísticas, criminales, en una palabra, con toda la actividad
individual.
Partiendo de ahí, tenemos ya el psicoanálisis estableci-
do en todas sus actividades, tales como las practicara el
gran Segismundo, a saber:

Terapéutica psicoanalítica
El médico, en su laboratorio, una especie nueva de con-
fesonario, le inspira confianza al enfermo y le hace hablar
en absoluta libertad, de modo que el ancestro pueda salir,
y así, sabiamente guiado, va sacando el complejo que le
causa inhibición, el cual, al hacerse consciente, al agarrar-
lo el psicoanalista y exponerlo a la luz de la conciencia del
enfermo, deja de molestar en el interior del hombre. La
enfermedad, fobia, manía, aberración, etc., es, en resumi-
das cuentas, un complejo hereditario rechazado hacia la
obscuridad del subconsciente. Toda energía se manifiesta
directa o indirectamente: en esta frase se resume la sabidu-
ría del nuevo clínico.
Una parte de la actividad de Freud, la primera, se dedi-
có a perfeccionar su método de cura psicoanalítica; él y
sus incontables discípulos formaron sabios tratados de diag-
nosis y terapéutica.
92 El ensayo en Antioquia/Selección

Como vemos, esto es bellísimo, empresa grandiosa,


prometedora, fundada en la sabiduría de dos mil años de
investigaciones. Y, cosa rara, en el fondo coincide con el
confesonario. Los cristianos católicos sostenemos que el
pecado no se cura sino por medio del examen de la con-
ciencia, el dolor de corazón, el propósito de enmienda, la
confesión de boca y la satisfacción de obra. Cambiad cons-
ciencia por subconsciente, examen por psicoanálisis, do-
lor por conocimiento y confesión de boca por “sacar a la
luz el instinto rechazado”, y tendréis el confesonario.
¡De modo que esta gran sabiduría no es sino la misma
mística casilla de donde salimos perdonados! Y todo lo que
hemos expuesto se resume en la frase de Pascal: que el
hombre es débil junco sembrado en la tierra y que se eleva
al cielo.

Interpretación de sueños y de errores involuntarios


Los sueños son complejos rechazados a la subconscien-
cia por la conciencia, a causa de la moral, y que se mani-
fiestan de modo bizarro en apariencia, pero muy lógico
(lógica de los sueños).
De ahí viene el rechazo franco de Freud a la moral;
para él la moral es causante de perturbaciones psíquicas.
En esto sigue la doctrina inmoralista de Nietzsche y su
escuela.
Si el sueño es causado, y causado por resentimientos
inhibidos, su interpretación se hace mediante la caza de
esos complejos en el subconsciente.
Lo mismo diremos de los lapsus o errores
involuntarios, de los olvidos… Aquí llegamos a una teoría
curiosa y que anotaremos de paso: el olvido es facultad;
olvidamos lo que nos hace sufrir: facultad defensiva. Rico
filón éste, pero no podemos detenernos.
El ensayo en Antioquia/Selección 93

En esta parte de su actividad nos encontramos con el


hebreo. Aplicándole su mismo método de interpretación
psíquica, diremos que Freud, descendiente de los profetas
y del gran José, ministro de hacienda de Faraón, no hizo
más que continuar la actividad de Elías, Samuel y la del
fracasado amante de la Putifar.
Creemos firmemente que Segismundo Freud descien-
de de José: esa manía de explicar la actividad humana por
medio de la libido o instinto sexual, ¿no tendrá origen en
los amores inhibidos de José con la Putifar? Ese amor refoulé
o rechazado a causa de “prejuicios morales” ¿no sería lo
que perturbaba a Freud y le obligó a escribir cincuenta
volúmenes? Ese amor contenido hace miles de años a ori-
llas del Nilo ¿no se habrá manifestado en Viena en la doc-
trina de la libido?…

Teoría de la libido
Libido es el instinto sexual. Indudablemente que en toda
la escala biológica encontramos de común en todos los
seres el amor y el hambre; entre los minerales también, en
forma de atracción molecular y de cicatrización de los cris-
tales. De esos dos instintos primarios vienen los demás.
Por ejemplo, el miedo, que a primera vista parece fenó-
meno primario, bien analizado resulta que se reduce al
hambre o instinto de conservación. En el hombre, animal
“espiritual”, hallamos el miedo en forma de instinto crea-
dor, independizado ya, fuente de las religiones, en cierto
sentido.
El hombre tiene de común con los otros seres la libido y
el hambre; posee instintos propios, pero que en resumidas
cuentas proceden de aquéllos. Parece muy a propósito aquí
intentar una definición del hombre: como diferencia especí-
fica encontramos en él el miedo religioso o sentimiento de
inmortalidad y la sonrisa: Definiremos así al hombre:
94 El ensayo en Antioquia/Selección

Animal que se siente inmortal y que sonríe


Esta definición no tiene defecto a la luz de la ciencia
actual: el género próximo es “animal” y la diferencia espe-
cífica el sentimiento de inmortalidad y la sonrisa. Nadie
puede negar que nos sintamos inmortales.
Pues bien: todo ser vivo procede de una célula mater-
na, claro está que la libido o instinto de reproducción (com-
plejo del amor) es la esencia misma de toda célula y, por
ende, de todo pluricelular. De ahí que no haya acto o sen-
timiento en que no se pueda hallar este primario instinto.
La tercera actividad freudiana fue pues explicarlo todo
por la libido, toda la historia individual y de la especie.

Freud, crítico de arte, historia, etc.


La última actividad freudiana, fue la de interpretador
de la historia, del arte y de los genios. Dedicó los últimos
fructíferos años de su vida a aplicarle sus métodos al pasa-
do. Nos legó unos cincuenta volúmenes, tesoros de la
humanidad. Su obra quedará como una de las más gran-
diosas.
Si hay obras admirables, ellas son las de Darwin y de
Freud: ambas tienen de común la inmensidad de la erudi-
ción y la soberbia satánica de las pretensiones. De ambas
quedará mucho; son como esbozos de monumentos de aque-
lla raza gigántea que atacara a Júpiter y que fue despeñada.

***
Nos hemos atrevido a este ensayo porque ahora, con
la muerte de Freud, aquí en Suramérica han escrito dos o
tres insultos a su memoria; pero lo que nos movió a ello
principalmente fue el ver que tales insultos se hacían en
nombre del cristianismo católico, o mejor, usurpando ese
nombre.
El ensayo en Antioquia/Selección 95

En Colombia desacreditan nuestra religión al insultar lo


noble de la humanidad en un estilo hipócrita que nada tiene
que ver con la varonil, limpia y alegre religión cristiana.
El que haya leído lo que aquí escribieron acerca de
Freud, si es católico se avergonzará, y si no lo fuere no
querrá serlo.
Nos aíra el que insulten a Freud, a Darwin, a Nietzsche,
etc. ¿Porque se equivocaron? ¿Y quién no se equivoca?
El progreso científico se realiza por medio de entusias-
tas, de sabios entusiasmados que sólo ven la verdad que
descubrieron y que la trabajan sin cesar, creyendo que ella
es toda la verdad.
Ahí tenemos por ejemplo a la endocrinología: cuando
hace poco se principió a sospechar la secreción interna de
las glándulas y su papel de sostenedoras de la sinergia orgá-
nica, se creyó que la fisiología había logrado coger el secre-
to de la vida. Pues bien, si no se hubiera tenido tan grande
entusiasmo a causa de tan grandes pero ilusorias prome-
sas, los investigadores no habrían trabajado tanto en esta
dirección y hoy no tendríamos el acopio que tenemos de
conocimientos en tal materia. Lo mismo sucedió poste-
riormente con las vitaminas.
La ciencia tiene períodos de análisis, de investigación
analítica hecha con gran entusiasmo por visionarios, que
trabajan sobre hipótesis; y tiene períodos de síntesis, que
suceden siempre a los análisis, y durante los cuales la men-
te valora y ordena los descubrimientos hechos en las va-
rias ramas del saber.
Por eso es infantil el tratar mal a los investigadores; es
anticristiano el insultarlos porque tuvieron esperanzas.
Sobre todo, una sociedad que tiene como maestro de
filosofía en sus escuelas a uno que escribe lo que el padrecito
Henao Botero escribió acerca de Freud, podrá obtener
jóvenes aptos para miembros de juntas directivas…, pero
no para sabios.
96 El ensayo en Antioquia/Selección

Aplicando esto a Freud, diremos que si no se hubiera


cegado de entusiasmo hasta el punto de creer que estaba
en vía de explicar el secreto de la vida, no habríamos teni-
do su gigantesca obra, en la cual hay invaluables aportes al
acervo humano.
Para nosotros, cristianos católicos, Freud está en el cie-
lo, y Voltaire también, y Nietzsche y Renan… y si el
padrecito Henao Botero no se vuelve dulce como cordero
y humilde ante el infinito, de pronto va y mandan a Freud
para que le cierre la puerta del Paraíso.
No se hinchen mucho ni se rebullan, que Dios no es
como animal que se puede coger y apropiárselo; Él no cabe
en ninguna parte, no es contenido, todo lo trasciende, nos
hace guiños en el universo. No hay hombre, aunque sea
Papa, que lo posea, sino que en Él y por Él somos.
El que se meta a juzgar en estas cosas de Dios, creyen-
do que tiene el metro, lo que mide es su propia ignorancia.
¿Cómo insultar al hermoso viejo barbón llamado Darwin,
si él no hizo otra cosa que enamorarse de la verdad?
Pero no todo es vulgar en nuestra patria: hemos sabido
que en el colegio de los jesuitas les han hecho a los discípu-
los exposiciones serenas y cristianas acerca de las doctri-
nas de Freud.
Parece que los ignacianos fueron predestinados para
Suramérica: ellos estaban creando una civilización en el
Paraguay y otra en Colombia, en los llanos de San Martín,
pero fueron interrumpidos por envidiosos. Hoy los úni-
cos centros culturales que tenemos son de los jesuitas. Lo
sabemos, porque entre ellos vivimos ocho años y allí estu-
dian nuestros hijos.
Los jesuitas son admirables: a) porque practican la se-
lección humana, único caso en el mundo: si ven un mu-
chacho prometedor entre sus discípulos, se lo llevan; de
suerte que los jesuitas son seleccionados, b) porque practi-
can y defienden la castidad entre ellos; de tal modo que
El ensayo en Antioquia/Selección 97

son muy varoniles; el que resulta dudoso, lo expulsan, y


c) porque son realistas.
Al pensar que nuestras iglesias están llenas de sacrista-
nes afeminados y que en el seminario impera cierto espíri-
tu blandengue introducido por monseñor González
Arbeláez, espíritu de abate italiano, y al pensar en nuestra
Universidad, que está muerta, se nos ocurre suplicar al se-
ñor Arzobispo y al Gobernador que apliquen el remedio
que está a mano y que es convertir la Universidad en una
Javeriana, de jesuitas, y darle el seminario al clero marinillo,
como antes.
En todo caso, suplicamos a Aurelio Mejía que lea la
Revista de la Universidad de Antioquia y que lea la Revista de la
Universidad Javeriana, o la otra, Juventud Ignaciana, para que se
convenza de que le proponemos algo que le dará gloria a
su administración liberal.
En cuanto al seminario de Medellín, nos atrevemos a
contarle al señor Arzobispo de un sacerdote joven que nos
decía anteayer, mostrándonos las manos lindas: “Yo ten-
go que cuidar mucho de mis manos, porque administro la
Eucaristía…” No…; la mano que debe estar limpia es el
corazón.
Y que lea el señor Arzobispo lo que escriben en la Re-
vista Universidad Javeriana, tan varonil, y lo que escriben en
los periódicos católicos de Medellín, que parece de antro-
pófagos.
Nuestro seminario fue semillero de santos y de varo-
nes cuando estuvo en manos de los marinillos. Ahora no
es sino hebillas plateadas y vanidad.
Y perdonen que Freud nos haya servido para soñar
con la gran república de Antioquia, con verdadera Univer-
sidad y gran Seminario…
Terminaremos tributando homenaje al pueblo hebreo,
pueblo escogido, pueblo del Libro y del Hijo de Dios.
JOSÉ MANUEL MORA VÁSQUEZ

El sentido pesimista
en la obra de Rendón
En la obra del maestro inolvidable no he encontrado el
alegre humorismo con que la califican espíritus simplistas.
Una especie de conceptismo satírico orienta las fórmulas
rendonianas y al estudiar sus revelaciones gráficas ataja la
expresión de nuestra sonrisa el sentido doliente de muñe-
cos-hombres vistos por un pesimista que más que en la
delineación de los cuerpos se detuvo en el descubrimiento
y delación de los espíritus.
El procedimiento seguido por Rendón en la composi-
ción de sus caricaturas atiende más a la deformación del
alma que a la de la figura. La concisión, sequedad y dureza
de su técnica, la independencia de los trazos y la negligen-
cia en los detalles, corresponden a su concepción pura-
mente espiritual, a su falta de fe en todas las cosas, a la
magna observación de hechos y seres que él veía bailar en
la cuerda de los intereses mezquinos y vulgares.
Nacido en tierras rebeldes que guardan con misticismo
recuerdos revolucionarios y anarquizantes, en un clima
de estepa, el maestro Rendón sintió siempre la influencia
de esos dioses tutelares y peregrinó por el mundo con la
decadente sorpresa con que lo hubiera hecho un
Savonarola en una sociedad comunista. Aislado en su re-
flexiva soledad sólo permitía que se le acercaran espíritus
selectos como el gran poeta León de Greiff o el ancho psi-
cólogo y novelista José Restrepo Jaramillo, con quienes
guarda semejanza en la uniformidad de sus emociones, en
El ensayo en Antioquia/Selección 99

la fuerza de su criterio, en el apasionamiento de su exposi-


ción y en la seguridad de sus conceptos.
Toda su obra tiene un hondo fundamento reflexivo.
Toda ella ataca a los victoriosos y defiende a los vencidos.
Cuando el tradicionalismo político está en el apogeo de su
grandeza, se alza contra él, y en lucha sin tregua, caracteri-
zada por cierta crueldad negativa, la emprende contra to-
dos, contra principios y contra conductores, en panfletos
gráficos de audaces procedimientos que exageran o reba-
jan las virtudes de las víctimas. Se convierte en el más des-
piadado oposicionista y de su lápiz privilegiado surgen acu-
saciones que apresan la opinión pública y la llevan en abier-
ta hostilidad contra los ídolos. Cambiado el clima político
y obtenido el gobierno por el triunfo liberal, también con-
tra él en irreprochable y valeroso estilo, dirige las baterías
de su inconformidad, libre de toda sugestión interesada,
fuerte en su aparente aislamiento, contumaz y preciso, sin
cálculos ni vacilaciones, hasta que muere sacrificado por
su fastidio.
El maestro vivió acechado siempre por su sinceridad.
Cuando en el café en donde exponía libremente sus tesis,
se refería a su obra, lo hacía con notorio desdén, como en
supremo tormento personal. Y era de ver entonces el hon-
do sentido de la cólera revelada en su labor. El índice de su
alma señalaba implacablemente a los traidores, a los
pérfidos, a los especuladores, a los ladrones, a los débiles,
a los desleales, y rendía un tributo silencioso, fácil de ad-
vertir en sus cuadros, a los puros, a los honrados, a los
leales, a los justos. Es dulce cuando encuentra inquisidores
sinceros que expone en actitudes exageradas, y es terrible
cuando sorprende a los falsos apóstoles de la libertad en
sus grotescas exhibiciones de circo.
Exceptuando algunos apuntes sociológicos, como los
referentes a su gran raza, la antioqueña, sus caricaturas
dejan un sentimiento de malestar. ¿Y son éstos nuestros
José Manuel Mora Vásquez
Caricatura de Horacio Longas
El ensayo en Antioquia/Selección 101

hombres? ¿Y los principios flamantemente expuestos y


las tesis enfáticamente sostenidas tienen esas inspiraciones?
Indudablemente la obra del maestro es sombría, es
desconsoladora, es pesimista, es exagerada. No es posible
sonreir siquiera ante sus caricaturas que tales dudas susci-
tan. Allí no está toda la verdad. La realidad fue vencida por
la desolación, la inquietud y el análisis de un espíritu puro.
Poseído de un intransigente criterio purista limitó su
observación al lado débil de sus motivos y en trazos esen-
ciales hizo desfilar ante los creyentes la triste verdad de lo
que vio. Fanático de la perfección, olvidó la debilidad hu-
mana, y en la quimera de su idealismo fracasado dejó en la
expresión gráfica de sus visiones las huellas digitales del
desagrado que le produjeron casi todos los acontecimien-
tos y los hombres que observó. Con su crítica enérgica
pretendía en grave e imposible ilusión que los hechos fue-
ran razonables y los hombres rectos, animados únicamen-
te por ideales nobles. ¡La perfección universal! Bella ambi-
ción utópica, que choca con el material humano tan de-
gradado y tan pervertido.
Y fueron éstas y mejores reflexiones las que pusieron a
Rendón a llorar sobre los gestos y sobre los actos de sus
muñecos. Charles Chaplin también provoca las risas de
espectadores simples al exhibir su propia constante trage-
dia. Que los defectos de los hombres hacen reír a ciertos
hombres y atormentan a los espíritus selectos.

(Motivos - Revista ilustrada, No. 18,


Medellín, septiembre 14 de 1935).
FERNANDO GÓMEZ MARTÍNEZ

Peldaño de cuatro siglos


En un pedazo de llano que en la provincia de Evéjico se
hace entre dos cerros, el “muy magnífico señor Jorge Ro-
bledo”, teniente de gobernador y capitán general de las
provincias de Cartago y Anserma, ordena hacer un hoyo
y por sus propias manos pone en él un madero grande;
desenvaina la espada, da sobre el leño simbólico tres
mandobles, y dice: “Dadme por testimonio signado, cómo
en nombre de su Majestad y del señor gobernador pongo
aquí este madero en señal de posesión, para que allí en el
dicho sitio sea fundada y edificada la Ciudad de Antioquia”.
Y así fue fundada y edificada la Ciudad de Antioquia.
De ello hace cuatrocientos años. Fueron testigos presen-
tes Pedro de Barros e Juan Rodríguez e Pedro de León e
Miguel Díez e Bartolomé Sánchez e Juan Álvarez e Fran-
cisco de Cuéllar e Diego de Palencia, fundadores e con-
quistadores.
Tan pequeño comienzo tuvo lo que hoy llámase An-
tioquia y Caldas. Tan modesto principio halló lo que hoy
se conoce con el nombre de pueblo antioqueño. Pensan-
do en ello, y entreviendo el futuro, don Tulio Ospina es-
cribió estas memorables palabras: “La familia Caldea, que,
celosa de sus creencias, hace cuarenta siglos alzó su tienda
de Ur, y se trasladó a Canaán, y el puñado de aventureros
congregados mil trescientos años más tarde en la ribera del
Tíber, y que, andando el tiempo, se convirtieron, aquella
en el pueblo escogido… y éste en el pueblo que más ha
contribuido a la civilización del globo, no fueron en sus
comienzos ni más importantes ni más respetables que la
pequeña colonia fundada por Jorge Robledo a mediados
Fernando Gómez Marínez
Caricatura de Henry
104 El ensayo en Antioquia/Selección

del siglo XVI en el corazón de estas montañas -la Ciudad


de Antioquia- y que fue el principio de lo que hoy llama-
mos con orgullo departamento de Antioquia”.
Bosques impenetrables y manigua enmarañada; ríos
grandes y profundos; torrenteras sin vado; lagunas y pan-
tanos mortíferos en las tierras bajas; frígidas cimas de pajonal
enteco o valles en donde ardían por igual el calor y la fie-
bre; desfiladeros, desfiladeros inaccesibles sin caminos o
apenas cruzados por sendas tarjadas por la planta del in-
dio. Tal era el teatro de la gesta conquistadora. Infestaban
los pumas y los jaguares, serpientes venenosas y mosqui-
tos vectores de la fiebre que brota de los cenagales por las
hojas gladioladas de las yerbas salvajes. Y -reyes agrestes
de la creación- los indios. Fornidos, orgullosos y bravos.
No fue en Antioquia el dominio de la tierra la empresa
fácil que fuera en las regiones en donde los naturales esta-
ban dedicados a la labranza y al pastoreo y habían aban-
donado las faenas de la guerra. Nutibara, emperador de
estas comarcas, desde la cordillera de Abibe hasta la cade-
na occidental de los Andes, se hizo célebre por la derrota
infligida a Francisco César, el más valiente y el mejor de
los capitanes de don Pedro de Heredia. Parapetado sobre
una agria cumbre -nuevo Pelayo de la joven América-, be-
llo, en la diestra vengadora la lanza, sobre la cabeza el sím-
bolo imperial hecho de plumas, fiera la mirada, agitada la
lisa cabellera, así esperó al invasor. Su figura debería ser
vaciada en bronce y colocada sobre el cerro que en esta
capital perpetúa su nombre. Y Toné: la suerte puso en sus
manos una tizona templada en las fraguas de Toledo. Re-
emplazó con ella la bárbara lanza de macana. Y blandióla
con bizarría, más recio y más ágil que los barbudos euro-
peos. Nutibara, Toné, Maitamac, Nabuco, Niquía…
Ciudad disputada la de Jorge Robledo. Tierra de nadie.
Acaso, fiel de balanza entre el Atlántico y el Pacífico, entre
Cartagena y Popayán. Apenas fundada, y en ausencia de
El ensayo en Antioquia/Selección 105

su fundador, cae sobre ella don Pedro de Heredia y la in-


corpora a su gobernación. Luego Juan de Cabrera, quien
venía con orden de Belalcázar de prender a Robledo, ataca
al desnarigado y lo hace prisionero. Libre Heredia después
de haber sido enviado a Panamá, vuelve sobre Antioquia
en son de venganza y la toma segunda vez sin derrama-
miento de sangre. Con la rapidez que empleaba en sus
empeños y empresas, Belalcázar envía a su teniente don
Francisco Madroñero a recobrar la deseada presa y la re-
cobra. Heredia andaba a la sazón explorando el bajo Cau-
ca. Ya de regreso, reconquista a Antioquia. Y otra vez
Madroñero la recupera para Belalcázar y prende al lugar-
teniente de Heredia, licenciado Gallego. Desde Cartagena,
el visitador don Miguel Díaz de Armendáriz se declara por
sí gobernador de Antioquia y nombra a Robledo su te-
niente general en la nueva gobernación. Llega Robledo y
toma prisionero a Madroñero. No habían de parar allí las
peripecias, porque con la trágica muerte del fundador,
Belalcázar se hace otra vez señor de Antioquia. Al menos
mientras le llega la hora de la justicia. Tantas vicisitudes -y
entre todas el horrendo asesinato del fundador- decidieron
de la suerte de la ilustre ciudad, que en el futuro volvió a
sufrir otras. Si parece que Antioquia hubiera sido fundada
no para ciudad sino para estadio de sangrientos episodios
donde resolver las rivalidades de tres de los más ilustres
hombres de la conquista española en América.
Antioquia simbolizó en sus inicios el espíritu andarie-
go y trashumante que había de distinguir a nuestra gente.
De Evéjico llevósela Isidro de Tapia, en nombre de Juan
de Cabrera al valle de Nore. De Nore movióla nuevamen-
te don Gaspar de Rodas a la Villa de Santa Fe. Y allí quedó,
viviendo y muriendo, muriendo y resucitando. Si fue acer-
tado el sitio lo dirán los años. Al cabo de cuatro siglos, las
rutas de las dos vías principales del departamento, la carre-
tera al mar y el ferrocarril troncal, que deben unir a
106 El ensayo en Antioquia/Selección

Medellín con el golfo de Urabá y a Popayán con Cartagena


-los polos opuestos de las primeras pugnas- se cruzan en
la ciudad de Antioquia. Sobre Santa Fe se hace esta cruz de
hierro y de cemento. Por coincidencia histórica, esas dos
rutas corresponden a las mismas que siguieron los descu-
bridores de esta provincia: Francisco César, que viajó de
San Sebastián hacia el interior, y Jorge Robledo, que si-
guió el curso del Cauca.
De la blenda en que entraron como metales el indio, el
negro y el blanco surgió esta raza todavía en fusión pero
que ya va anunciando un tipo definitivo. Cada uno de los
componentes aportó algo al crisol. El indio su desconfian-
za y su disimulo. Su resistencia el negro a los rigores del
calor y a las irradiaciones de la luz, así como su organismo
adaptado al clima. Aportó el español su fuerte voluntad,
su sensibilidad exquisita, ambición, frugalidad, valor, resis-
tencia, religiosidad. Que los pobladores constituyeron una
colonia judía, es una necia leyenda sin base histórica y sin
fundamento científico. Otra cosa es que aquellos hombres
hayan traído en sus venas un tanto de árabe y de judío, y
que con esos pocos glóbulos -pimienta en la salsa- fijaran
en el nuevo producto étnico un buen porqué de imagina-
ción, aptitudes para los negocios y capacidad para la crea-
ción artística. De allí va saliendo un tipo racial inconfundi-
ble: físicamente bello, despercudido y fuerte. Y según Uribe
Ángel: apasionado, trabajador, patriota, valiente, empren-
dedor, hábil para los negocios, excelente padre de familia,
caritativo, hospitalario, propenso a viajar y progresista.
Cierta vez, como en un capítulo galante de la galante
Provenza, fuése a escoger la mujer que representase a la
belleza colombiana en lueñes tierras, y se encontró en la
Montaña.
Y comenzó la ocupación. De aquel núcleo primero
empezaron a salir migraciones. Tras el señuelo o la reali-
dad del oro o tras la bondad de las tierras muévense los
El ensayo en Antioquia/Selección 107

colonos. Desparrámanse las gentes por las rutas múltiples


de la rosa del viento. Se asciende a las montañas. Se do-
blan las cordilleras. Sobre la planicie de oriente surge
Rionegro, emerge Marinilla. Don Gaspar de Rodas, con
visión certera del futuro, se hace adjudicar nada menos que
el valle del Aburrá. Funda a Zaragoza. Nuevos poblado-
res salen de la Ciudad Madre a colonizar y ocupar. Y nue-
vas familias, llegadas de España, acrecen las fundaciones.
Pero no es, ésta de hacer surgir pueblos, tarea de un lustro
ni de una generación. Cada hijo que nace tiene el encargo
de crecer y multiplicarse. Poblar. He ahí la consigna. Ya
está ocupado, con sitios y villas, el valle aburraense.
Medellín anuncia lo que va a ser. Las planicies elevadas de
oriente se van cuajando de pueblos. El sur y el norte y el
nordeste albergan numerosas colonias. Pero aún hay tie-
rras. El suroeste. Hacia allá dirigen los pasos los Uribes,
los Santamarías, los Echeverris. Y una mañana despegan
de las tierras recién pobladas hacia el sur, dos valientes; a la
luz de la luna habían visto platear en la lejanía las moles de
Herveo y del Ruiz, y hacia allá encaminan los pasos. Erígese
Manizales como un estandarte sobre una agria cresta. Des-
pués, el valle de Risaralda, la esplendidez ubérrima del
Quindío, la cordillera tolimense, las vertientes que dan hacia
el Valle. Se ha cumplido el bíblico mandato. Dos millones
de antioqueños lo pregonan así.
Si el paisa está, por sus componentes raciales,
orgánicamente bien dotado para vencer las dificultades del
medio físico, o si es el medio físico, duro e inhóspite, el
que lo acondiciona, será cuestión que estudien otros. Qui-
zás exista la conjunción de ambos factores: que el hombre
racialmente fuerte, por la mezcla de que procede, encuen-
tre en la resistencia de la geografía la manera de hacerse
más recio y dominarla. El hecho es que, a pesar de las con-
diciones impropicias, Antioquia es tierra de progreso y el
antioqueño hombre de empresas. Pobre el suelo para la
108 El ensayo en Antioquia/Selección

agricultura, no por ello lo hemos abandonado. Agarrado a


inverosímiles despeñaderos, el labrador de la montaña siem-
bra, aporca y desyerba, y el maíz o el café agradecidos le
dan su grano. Sobre el filo de las cuchillas se hace el mila-
gro de las ciudades. Aquí se bate un cerro para llenar una
cañada y nivelar una plaza. Allí la columna erguida sobre
el desfiladero sirve de sostén a la vivienda. Los caminos y
las carreteras y los ferrocarriles ascienden a las montañas
o descienden a los valles, pero cada kilómetro requiere la
audacia de un puente, el arrojo de un viaducto, la perseve-
rancia de un túnel. Si la tierra no alcanza para subvenir a
las necesidades de todos, surge la fábrica. Y si el río no se
presta para dejar deslizar la nave, entonces se le coloca la
camisa de fuerza de acero para que dé en energía eléctrica
lo que niega en mansedumbre.
Vida apacible la de la colonia. Nobles plebeyos y es-
clavos la veían transcurrir sin alternativas y desasosiegos.
Siempre igual. No había inquietud intelectual ni agitación
de ideas. Dentro de su ignorancia, casi general, las gentes
aceptaban como bueno lo que existía. Bien se estaba el
señor mi rey en su corte y nosotros aquí en las Indias.
De tarde en tarde un lento correo traía la noticia sensa-
cional, que daba tema para un año. Como venían juntas
las de un lapso, perdían su importancia. No había, al
menos afloradas a la superficie, pugnas sociales. Es sabi-
do que la esclavitud no asumió en Antioquia los caracte-
res de crueldad de otras partes, porque amo y esclavo
convivían -conservadas las categorías- en cristiano com-
pañerismo. Para el señor de Antioquia, de toda Antio-
quia -don Lorenzo Agudelo, don José Ramón de Posada,
don José Félix de Restrepo- el esclavo no era el animal
sino el hombre. Así se explica que fuera Antioquia el
abanderado del antiesclavismo en Colombia y que se
hubiesen redactado aquí las primeras leyes sobre
libertad.
El ensayo en Antioquia/Selección 109

La economía era bien incipiente en la vieja capital. Los


señores, dueños de esclavos, hacían cultivar sus hereda-
des. Cacao y frutales tupían las vegas del Cauca y del
Tonusco. O bien se explotaban los placeres de minas. Pero
-lote irrenunciable de la humanidad- había pugnas y rivali-
dades pueblerinas, que a veces acababan en lances perso-
nales o en escándalos públicos.
¿Fiestas? Las religiosas, con saraos en casa de los seño-
res, grandes consumos de vino y bizcochuelos. O bien, la
ascensión de un nuevo soberano o la llegada de un nuevo
virrey imponían el regocijo cívico. Pero los esclavos lleva-
ban también su parte. Y es notorio que, para los bailes de
éstos, las señoras se esmeraban en adornar y emperejillar
personalmente a sus negras para que fuesen las mejor ves-
tidas y las más ricamente enjoyadas.
Todo es paz, conformidad. Pero un día los pechos, las
alcabalas, los quintos, los diezmos y los monopolios su-
blevaron a la gente. El abuso de los impuestos, en benefi-
cio de aquella corte distante y de aquel ignoto rey, pesaba
demasiado sobre los hombros de quienes debían pagarlos.
Y surgieron los comuneros. Fue el despertar de la con-
ciencia del pueblo, antes aletargada por más de doscientos
años de aceptación pacífica y de sumisión. Entonces nació
el agitador.
Y otro día el demonio de la libertad prendió en el pe-
cho de los señores y de los plebeyos. Vino el cabildo. Don
Juan del Corral, momposino de nobles arrestos, don José
Manuel Restrepo y don José María Ortiz, hablaron en
nombre del pueblo, firmaron el acta de independencia. Y
la provincia fue libre y comenzó para ella el ensayo feliz
del propio gobierno.
Comentando las pugnas sangrientas de los conquista-
dores por la posesión de la Ciudad Madre, el autor del
Compendio de Geografía e Historia del Estado de Antio-
quia cree ver en ellas el origen y la semilla de las luchas
110 El ensayo en Antioquia/Selección

políticas de tres siglos más tarde, cuando la efervescencia


de los partidos arrojaba a unos hermanos contra otros y
mantenía un clima de agitación en la república. Quizá valga
la observación menos para esta provincia que para las otras.
Porque Antioquia ha sido, entre las de Colombia, aquella
sección en donde menos ha actuado la pasión banderiza y
en donde menos ha prosperado la revuelta. Es proverbial
que el antioqueño no hace guerra en su territorio. Nunca
ha dejado de contestar al llamado del patriotismo cuando se
ha requerido el sacrificio de la tranquilidad y de la vida, mas
el escenario de la guerra ha estado lejos. Y es proverbial
asimismo que ha sido un pueblo fácilmente gobernable y
que ha tenido excelentes mandatarios. Empieza la teoría don
Gaspar de Rodas, hombre de armas y administrador, cuyas
dotes admirables de militar fueron requeridas más de una
vez para la pacificación de los territorios insurrectos, y au-
tor de las ordenanzas de minería que, al término de cuatro
siglos, inspiran la legislación sobre la materia. Síguele el oidor
Mon, cuya obra se dilata en diversos campos. El estado le
debe en educación, en agricultura, en organización adminis-
trativa. El célebre oidor encontró una provincia empobre-
cida y atrasada en todos los órdenes y la entregó recobrada
y próspera. Don Juan del Corral enseñó que la dictadura
es, en determinadas condiciones, procedimiento necesario
para la acción pronta y enérgica, pero que no tiene que ser
tiránica. Él la empleó con un sentido paternal y benévolo.
Fue el suyo, un tipo del gobierno fuerte, exento de pape-
leos y de charlatanería parlamentaria, pero humano. La in-
dependencia de la provincia y la libertad de los esclavos, así
como su labor educacionista, enaltecen su memoria. Berrío
es el paradigma del mandatario civil capaz de crear militar-
mente una mística, de hacer campañas fulgurantes, pero que
no ama la guerra sino que la tiene apenas como mal necesa-
rio. Cumplida su misión con las armas, dedicóse a una obra
administrativa, la más vigorosa, la más activa, la más
El ensayo en Antioquia/Selección 111

eficiente y la de más duraderos efectos que se haya conoci-


do en Colombia. “Aquí manda el doctor Berrío” -el céle-
bre dicho del fugitivo que pisó los lindes de Antioquia-
dice todo lo que el pueblo sentía de esta isla en los tiempos
del gran mandatario. “Aquí manda el doctor Berrío” signi-
ficaba la salvación del naufragio y el arribo a la playa: se-
guridad, legalidad, orden.
La historia de la cultura y la civilización de un pueblo
es la historia de sus hombres. O es la gesta, o no es nada.
Lo que Antioquia ha sido y lo que es y lo que habrá de ser,
por sus hombres lo ha sido y lo será. No es posible, en-
tonces, al abarcar el panorama de la vida antioqueña, si-
quiera sea a manera de parches impresionistas, prescindir
de mencionar nombres propios. Que sean sólo los que
cumplieron su jornada, eso sí, porque para los otros falta
la dimensión del tiempo, la perspectiva, que es factor de
acierto y elemento de la humana justicia.
Un solo nombre, en los viejos tiempos de la edad me-
dia colonial: Crisanto José Robledo y Ferraro, por remo-
quete “el Indio”. Nació en la vieja metrópoli. Estudió en
Salamanca. Fue licenciado en humanidades. Bachiller en
lógica y metafísica. Maestro en teología. Catedrático de
dogma. Doctor en derecho canónico. Doctor en sagrada
teología. Académico de la Universidad salmanticense y
capellán de honor de don Carlos III. Inteligencia privile-
giada, sin duda, la de este criollo. Pero tal número de digni-
dades alcanzadas en la ecuménica universidad española,
hacen pensar cuántos como él hubieran podido revelarse
en su época, de haber pisado las aulas.
Las jornadas libertadoras se iluminaron con fulgor de
antioqueñas espadas: Atanasio Girardot, Juan de Dios
Aranzazu, Juan María Gómez, Braulio Henao, Liborio
Mejía, Manuel Dimas del Corras, Francisco Giraldo, Salva-
dor y José María Córdoba. Este es el nombre insignia. Sus
hechos lo hicieron héroe, pero su grito lo hizo inmortal.
112 El ensayo en Antioquia/Selección

Tuvieron la ley y la magistratura a José Félix de Restre-


po, el “plasmador de gigantes”. Insensible ante el peligro.
Bendícenlo los que se sienten en sus ancestros el peso de
las cadenas y saben también en ellos de trabajo y de lágri-
mas. “Si es preciso cometer una injusticia para que el uni-
verso no se desplome, déja que el universo se desplome”.
Fue el patriotismo femenino con Simona Duque, y tuvo
la historia su primer cultor en José Manuel Restrepo, el
docto.
Se iluminaron el parlamento y la diplomacia con Fran-
cisco Antonio Zea, naturista, orador, escritor. Yo me he
puesto a pensar cómo una frase protocolaria, ritual, como
la que pronunció en Angostura, ha pasado aureolada de
inmarcesible celebridad a la memoria de las generaciones,
y concluyo que debió estar vivificada por un tono, un ade-
mán y una solemnidad electrizantes. “La república de
Colombia queda constituida, ¡viva la República de Colom-
bia!” No es por sí misma una frase ilustre. Lo fue en los
labios elocuentes del más brillante de los antioqueños de
su época.
Floreció el martirio con José María Arrubla, hijo tam-
bién de la ciudad de Antioquia y con Juan de Dios Mora-
les. Se aprestigió la jurisprudencia con Juan Esteban Za-
marra, Fernando Vélez, Antonio José Cadavid, Román
de Hoyos, Dionisio Arango y Luis Eduardo Villegas. Tuvo
el gobierno a Berrío, a Pascual Bravo, a Marceliano Vélez,
a Rafael María Giraldo, a Carlos E. Restrepo y Pedro Nel
Ospina. El valor civil halló su centro en Juan Antonio
Pardo: “Voto por Cuervo aunque asesinen al congreso”.
Rafael Uribe es el varón de multiformes actividades: escri-
tor, parlamentario, hombre de acción.
Voló la poesía con Gregorio Gutiérrez González,
Epifanio Mejía y Francisco Jaramillo Medina. El periodis-
mo contó a Fidel Cano y Aquilino Villegas. La elocuencia
a Miguel Uribe Restrepo y Antonio José Restrepo, el
El ensayo en Antioquia/Selección 113

parlamentario de estilo propio que no olvidarán quienes


lo oyeron y juntaron a la audición aquella estampa de me-
dallón antiguo. Las ciencias contaron con Manuel Uribe
Ángel, José María Martínez Pardo, Tulio Ospina, Emiliano
Isaza, Juan B. Montoya y Flórez, Joaquín Antonio Uribe,
Andrés Posada Arango, Tomás O. Eastman y Alejandro
López. Las matemáticas con José María Villa. Honróse la
Iglesia con levitas como José Miguel de la Calle, Vicente
Arbeláez, Joaquín Guillermo González, Manuel Canuto
Restrepo, José María Gómez Ángel, José Joaquín Isaza,
Jesús María Rodríguez, Valerio Antonio Jiménez, Manuel
José Sierra, Nació la novela patria con Tomás Carrasquilla,
a quien siguieron Francisco de Paula Rendón, Eduardo
Zuleta, Bernardo Arias Trujillo y Gabriel Latorre. Fulgu-
raron las artes plásticas con Francisco A. Cano y Marco
Tobón Mejía. Halló su clímax la caricatura en Ricardo
Rendón. La prosa recibió lustre en Juan de Dios Restre-
po, Camila A. Echeverri, Juan de Dios Uribe y Efe Gómez.
Las humanidades y la diplomacia con Marco Fidel Suárez,
el “paria”. Y para que no faltara nada, tuvo su cultivador
la risa en Federico Trujillo y la intuición de los negocios
vivió con José María Sierra.
La fundación de la Ciudad de Antioquia señala el naci-
miento de un gran pueblo. Su conmemoración
cuatricentenaria es la fiesta jubilar de una raza. Y porque
Antioquia es de Colombia, y para Colombia, esta fecha es
de la patria.
Entre las secciones colombianas, ninguna en donde el
patriotismo haya sido y sea más acrisolado, más firme y
más puro. Lo hemos demostrado en memorables ocasio-
nes. Antioquia constituyó el mejor sostén del gobierno
central cuando las disputas entre federalistas y centralistas
hicieron periclitar a la naciente república. Para la empresa
libertadora, la Montaña dio cuanto pudo y más de lo que
pudo en hombres y en dinero. “A la provincia de
114 El ensayo en Antioquia/Selección

Antioquia no es posible exigirle más”, le decía Santander


al Libertador en una carta célebre. Y cuando el doctor
Berrío, triunfante, constituía en esta parcela un gobierno
distinto al del resto del país y los colombianos de poca fe
temían por la unidad, el primer decreto del prócer declaró,
para la gloria de su nombre, que el Estado de Antioquia
continuaría haciendo parte de la Unión Colombiana. So-
mos eso sí celosos defensores de nuestros fueros
seccionales. Somos regionalistas, en el mejor de los senti-
dos. El patriotismo no es, bien estudiado, otra cosa que
un regionalismo de más amplios términos. Y la república
perfecta será siempre la suma de los regionalistas buenos.
Y su progreso el juego de las emulaciones regionales pa-
trióticas. “Antioquia por Colombia” exclamó uno de los
nuestros para fijar el contenido de un noble movimiento.
El jubileo de la Ciudad Madre, en el que participan en
espíritu todos los pueblos del departamento y los
antioqueños dispersos por la haz de Colombia, tiene un
sentido de regreso. Un día salieron de la cuna legendaria
los colonos. Se treparon a todas las breñas. Bajaron a to-
dos los valles. Esguazaron todos los ríos. Descuajaron sel-
vas. Regaron semillas. Fundaron ciudades… Fue la disper-
sión. Santa Fe de Antioquia desapareció de sus ojos. Se
borró de su recuerdo. Pero la sangre tiene sus llamados, la
memoria y el afecto sus reversiones. Hoy revive la emo-
ción de la infancia. Desde todos los pueblos, aun los más
distantes, se contesta ¡presente! Es el día de regreso a la
casa solariega.
Honor a la Ciudad Madre de Antioquia y honor a la
memoria de Jorge Robledo.
LUIS TEJADA

Elogio de la guerra
Es interesante y conmovedor ver los esfuerzos enormes
que hacen los hombres en todas partes, por aparecer paci-
fistas, por amar y realizar ese sueño absurdo e inexplica-
ble que se llama la paz. Pero en la íntima realidad, en la
realidad profunda y subterránea del corazón, ningún hom-
bre logra ser pacifista verdadero; aun bajo la capa gruesa
de carne del burgués más burgués y más gordo, queda una
divina chispa bélica, una partícula del instinto supremo de
la guerra, que no han logrado apagar definitivamente ni las
alucinaciones locas de la razón ni la influencia de una vida
regalada y soñolienta.
Y es que el hombre es, al fin y al cabo, un animal noble
y fuerte dotado de poderosa vida interior; para alimentar
su alma insaciable tiene que eliminar lo externo, que ab-
sorber lo circundante; mientras más alma se tenga, más
potente es el instinto de la absorción; podría decirse que,
después del combate, los vencedores se han asimilado el
alma de los muertos, la han incorporado a su vida interior,
acrecentándola; por eso sin duda los ojos de los vencedo-
res son tan luminosos y sus piernas tan ágiles y tan vitales.
Pero, por una singular contradicción, el hombre se aver-
güenza de la guerra. Es verdad que, generalmente, el hom-
bre se avergüenza de todo lo que pudiera enorgullecerlo.
Del amor, por ejemplo; sin embargo, el amor, como la gue-
rra, es una sed infinita de alma; un abrazo y una estocada
son dos maneras distintas de vigorizarse, de duplicarse inte-
riormente, eliminando o queriendo eliminar a otro ser. El
hombre se avergüenza de ambas cosas, quizá por la secreta
y misteriosa afinidad que hay entre ellas. En todo caso, el
116 El ensayo en Antioquia/Selección

pobre hombre sueña siempre con llegar a ser una entidad


dócil, apacible, conciliadora, llena de dulce benignidad hacia
todas las cosas, y especialmente hacia los otros hombres; y
hay muchos que logran conseguirlo aparentemente, super-
poniendo a su naturaleza esencial de animales puros, una
naturaleza artificial confeccionada a base de razonamientos
idealistas y de sueños fantásticos. Pero, en el fondo, la chis-
pa selvática y agresiva vigila: yo conozco convencidos paci-
fistas que al ver pasar bajo sus balcones un batallón rutilan-
te o al oír en el campo de maniobras la sonora y milagrosa
voz del clarín, gritan vivas al ejército y tiran los sombreros
al aire, penetrados, a su pesar, de la inefable emoción que
produce la sola visión de los guerreros en marcha. Las más
razonables diatribas contra la guerra y los principios más
arraigados de benevolencia humana no llegarán a oscurecer
nunca la figura estimulante del guerrero, bello, intrínseca-
mente bello, en medio de su decorativa esplendidez.
Lo que sucede, en los pueblos obstinadamente pacifistas,
es que el instinto de la guerra degenera en curiosas desviacio-
nes hacia el crimen y la violencia particular. En una época
normal de guerra, el Hombre Fiera, por ejemplo, hubiera
sido indudablemente un gran general; su alma misteriosa y
voraz lo hace creer así; hubiera sido, sencillamente, un
Napoleón, con toda su enérgica vida interior y su juventud
sobrehumana. Un boxeador es un capitán de dragones en
calzoncillos, a quien la paz arrebató su espada formidable. El
mal humorado solterón que al levantarse esta mañana le tiró
con la escupidera a su sirvienta, es un guerrero auténtico que
se ha quitado a sí mismo un campo de batalla, unas armas y
unos enemigos dignos de él, y que lógicamente debían estar a
su alcance. Pero no ha podido quitarse -como debiera ser para
proceder con justicia- no ha podido quitarse su instinto béli-
co. Ahí me tiene la contradicción curiosa que suele haber
entre los sueños pacifistas de los hombres y su alma violenta:
entre el instinto poderoso y la idea efímera.
Luis Tejada
Caricatura de Ricardo Rendón
118 El ensayo en Antioquia/Selección

El maestro Rendón
Un grupo de amigos que quieren y admiran a Ricardo
Rendón, le ofreció ayer una alegre comida campestre con
motivo de haber llegado a los 29 años.
Con esa discreta displicencia tan suya, sin amor a la
gloria y sin odio a la gloria, sin demasiada esperanza y sin
demasiada desilusión, sin pose, sin premura, sin artificio,
sin esa ansia de popularidad que lleva a la mayoría de los
artistas a cortejarla coquetamente o a conquistarla con
efímeros golpes de efecto, sino de una manera sencilla y
natural, Rendón culmina hoy en su vida, y en su arte; qui-
zá no ha realizado todo lo que su genio hubiera podido
realizar, pero indudablemente ha realizado más, mucho
más de lo que podría esperarse en un medio incipiente y
sin tradición como el nuestro; su obra es entre nosotros
un fenómeno espontáneo, sin ninguna vinculación artísti-
ca al pasado ni al presente; nació madura, es decir, encerra-
da dentro de cierta cuerda corrección clásica, que sólo asu-
mirá nuestro ambiente artístico, en ese ramo, dentro de
algunos años de selección ascendente, de evolución pro-
gresiva; la etapa artística, que lógica y cronológicamente
debía haber precedido y preparado el advenimiento de
Rendón, marcha hoy paralelamente a él; por eso puede
observarse la circunstancia singularísima de que ningún
otro caricaturista lo ha superado, ni igualado, ni siquiera
se ha aproximado a él, entre nosotros, en la perfección y
pureza de su arte.
Y es que nosotros estamos todavía en un período pri-
mitivo del dibujo, que podríamos llamar arcaico, por la
inmovilidad, rigidez y entumecimiento que lo caracterizan;
apenas vamos a alcanzar el período clásico, que entraña la
línea perfecta, la naturalidad absoluta, con toda la soltura,
El ensayo en Antioquia/Selección 119

el vigor y la agilidad que eso significa. Pero la buena carica-


tura no puede producirse en ese período primitivo, por-
que la caricatura es casi siempre una síntesis y siempre una
disgregación o deformación del dibujo perfecto; y por eso
no se logra realizarla sino después de realizar el dibujo per-
fecto; se hace buena caricatura cuando se viene de “regre-
so” de lo clásico, no cuando se va apenas hacia lo clásico;
la caricatura es más bien una forma sutil, deliciosa y singu-
larmente expresiva de arte decadente, y por lo mismo re-
quiere, para conseguirla con éxito, toda la sabiduría acu-
mulada en los períodos anteriores.
Y esto es, precisamente, lo que hay de más sorpren-
dente y casi inexplicable en la obra de Rendón: que signifi-
ca un salto largo y espontáneo, sin antecedencias de nin-
guna clase, en nuestra evolución artística.
Dentro del radio de la caricatura Rendón es lo que po-
dríamos llamar un clásico, por la ponderada y mesurada
corrección que usa; su manera podría corresponder a la de
los viejos maestros que perfeccionaron la caricatura, y la
erigieron en arte verdadera: Daumier, Farain, Guillaume,
etc., que eran al mismo tiempo pintores y caricaturistas y
algunos de los cuales han muerto ya y otros están ingresan-
do a las academias; Rendón ha querido y ha sabido conser-
varse dentro de esos límites moderados sin dejarse alucinar
por todas las sutilísimas y sapientísimas extravagancias que
se apoderan del dibujo moderno, que están apareciendo en
los pueblos demasiado viejos como una última y extraordi-
nariamente depurada flor de selección; Rendón ha compren-
dido que un esfuerzo hacia esas maneras novísimas sería en
él falso, artificial e inútil; esa manera no sería ya la expresión
natural de su personalidad, ni esa manera es posible todavía
entre nosotros; indudablemente pasarán muchos años an-
tes de que podamos tener un Bogaría auténtico, por ejem-
plo; Rendón lo sabe así, y esa es la mejor muestra de su
talento, de su conciencia artística.
120 El ensayo en Antioquia/Selección

La lección de los guajiros


Las noticias de hoy consignan una rebelión de los indios
guajiros en los alrededores de Riohacha. El corresponsal
cuenta que los resguardos de las salinas están amenazados
por un centenar de indígenas, bien montados, armados de
carabinas y dardos, que se pasean por la playa con las lar-
gas melenas sueltas, como centauros.
Aun a riesgo de merecer el reproche de las gentes sen-
satas, no podemos ocultar nuestra simpatía hacia esa acti-
tud fiera de los indios guajiros. Es conmovedor y grandio-
so contemplar los últimos ímpetus de rebelión de un pue-
blo vencido, despojado, aniquilado y olvidado que ha con-
servado sin embargo, al través de los dilatados siglos, deba-
jo de las cenizas y de los escombros, una pequeña brasa
encendida, un poco de genuino espíritu racial, de orgullo
tradicional, de sentido de independencia, de odio implaca-
ble al vencedor.
Es éste en verdad un ejemplo, reducido en sus propor-
ciones, pero solemne y significativo, para muchos otros
pueblos que se creen superiores pero que son incapaces
de conservar con cierta celosa fiereza su patrimonio espi-
ritual, que dejan ahogar sin reato sus ideales propios y su
civilización característica dentro de otros ideales y otras
civilizaciones exóticos.
Es admirable la capacidad de resistencia de los indios
guajiros a la conquista espiritual, al prurito de penetración
de una civilización que nosotros creemos superior a la suya,
pero que aún no se ha averiguado que lo sea; desde algu-
nos años antes de la fundación de Santafé, ya los homéricos
guerreros indígenas del litoral luchaban arduamente con-
tra la invasión y muchas veces estuvieron a punto de ha-
cer fracasar la empresa de los conquistadores; muchas
El ensayo en Antioquia/Selección 121

veces con sólo sus malas armas primitivas arrollaron, ven-


cieron y desbandaron entre la selva a los Bastidas, a los
Lugos, a los Céspedes; más de un valeroso capitán espa-
ñol cayó asaeteado como San Sebastián, entre los riscos
ariscos de la costa; y cuando, por medio de estratagemas
ingeniosas o por el efecto desmoralizador que producían
las armas de fuego y la presencia milagrosa de los caballos,
los intrusos lograban un triunfo sobre los poseedores legí-
timos de la tierra, no podían en verdad vanagloriarse mu-
cho tiempo de ello; porque después de cada derrota, los
guerreros indígenas renacían con más vigor, con más áni-
mo, y volvían al combate resueltos a morir, como murie-
ron tantos y tantos, antes que entregarse al yugo oprobio-
so.
Han pasado desde eso largas centurias; el dominio de
los conquistadores se propagó y estabilizó sobre el suelo
americano; se hizo eterno e irrevocable; toda lucha contra
ellos es utópica, fantástica, imposible: desde el punto de
vista del indígena, toda esperanza de redención, de libera-
ción, está perdida; ni aun cuando en sus almas místicas
existiera, como en el pueblo judío, la presunción de un
milagro lejano, asentada sobre la base leve de una profe-
cía, podrían nuestros indígenas acariciar esa esperanza,
porque toda fe se ahogaría ante la formidable realidad; sin
embargo, sin fe, sin esperanza, se sostiene aún en muchos
de ellos la conciencia de la libertad, el instinto de la rebe-
lión; no han transigido íntimamente con el vencedor; lo
odian, lo repelen y se alzan contra él siempre que encuen-
tran oportunidad, no importan las condiciones infinitas
de desigualdad y la seguridad previa de la derrota.
¡Ah, ésta es una lección estupenda para nosotros, como
pueblo en probabilidad de ser conquistado, que así esta-
mos, y como pueblo conquistador que fuimos en una re-
mota época; quizá somos tan fáciles de absorber por otra
raza y otra civilización, como torpes hemos sido en imponer
122 El ensayo en Antioquia/Selección

a nuestro turno nuestra raza y nuestra civilización a los


pueblos vencidos. ¿Qué hemos hecho, en el curso de nues-
tra historia, en favor de los núcleos indígenas? Nada,
esquilmarlos, oprimirlos y embrutecerlos por todos los
medios religiosos, oficiales e individuales que están al al-
cance del hombre. Ni los héroes burgueses de la Indepen-
dencia, ni el decantado genio universal del Libertador, ni
las burocracias envanecidas que han explotado después el
país, se han preocupado jamás por hacer extensivos a las
masas indígenas los derechos del hombre, ni siquiera los
derechos del animal doméstico, consagrados hoy práctica-
mente en todos los países civilizados. Sin embargo, es in-
negable que ellos tienen un derecho más legítimo que no-
sotros a la tierra en que nosotros vivimos y al aire libre
que respiramos; no reconocerlo así siquiera en parte, cons-
tituye la más monstruosa injusticia histórica que se ha co-
metido en el mundo. ¿Cómo vamos a condenar, pues, la
rebelión de los guajiros o de los indios de Tierradentro,
que también en estos momentos están sobre las armas? Su
guerra a nuestra civilización es una guerra santa, justa y
bella; a su lado debe militar el dios de la desesperanza sin
límites y de la libertad inalcanzable; el dios de Espartaco,
de Cuauhtemoc, de Abd-el-Krim y los soldados rifeños,
de todos los héroes que han luchado contra la iniquidad
abrumadora.
ABEL GARCÍA VALENCIA

Vida, pasión y muerte del


Romanticismo en Colombia
Hace un siglo, en el borrascoso 48, el romanticismo euro-
peo lanzaba al mundo sus postreras lamentaciones, reco-
gía sus ímpetus y languidecían así los últimos y morteci-
nos reflejos de esa hoguera inmensa que incendió media
centuria. En América también se oían algunas voces exal-
tadas por la pasión romántica, voces de amor, de entusias-
mo y de angustia que traducían el grito final del cisne mo-
ribundo. Las agitaciones y la revolución que en este cente-
nario se recuerdan fueron, pues, los forcejeos y convul-
siones de un agonizante. Y en Colombia, como en los de-
más países americanos, el romanticismo tuvo su floración
magnifica, por cierto que la primera en el tiempo, lo mis-
mo que por la cantidad y la calidad de sus acentos.
Pretendo sostener, y tal será el intento de esta parla
descosida, que los románticos colombianos alzaron sus
arpegios antes que ninguno otro poeta de América, y que
no siguieron a los españoles, como algunos pretenden, sino
que tomaron su inspiración de los románticos de Francia
e Inglaterra. El misterio sombrío de Ossián, el bardo celta
mixtificado por la superchería de Mac Pherson; la niebla y
el paisaje triste de Escocia cantados por los poetas lakistas;
el diabólico arrebato de Byron, cifra, compendio y sínte-
sis del romanticismo anglo, y, del otro lado de la Mancha,
esa visión extraña y subjetiva de la existencia que tuvo Juan
Jacobo Rousseau, ese vivaz y exaltado estro de
Chateaubriand, y esas páginas descriptivas de la naturale-
za que nos dejó Saint-Pierre, todo esto originó en Colom-
124 El ensayo en Antioquia/Selección

bia un movimiento literario de caracteres románticos. El


romanticismo alemán, cuyas manifestaciones iniciales bajo
los hermanos Schlegel y el grupo de “tempestad y pasión”
(Sturm und drang) no alcanzaron hasta nosotros, dio sin
embargo a la escuela nueva matices vigorosos, originales y
variados que transcurrido el tiempo captaron también
nuestros poetas, aunque en diversa forma. El medio ame-
ricano era particularmente propicio para la insurgencia
romántica, y este país que tuvo en Bolívar la encarnación
feliz de toda una época tenía que ser el personero de aque-
lla magna revolución literaria. No es extraña, pues, la apa-
rición del romanticismo colombiano en el momento pre-
ciso de la guerra emancipadora, ni es difícil comprender
cómo este movimiento inició sus balbuceos simultánea-
mente con las tertulias de Santa Fe y con la publicación de
los Derechos del Hombre.
Empero, un escritor y crítico literario argentino,
Rodolfo Ragucci, en su Historia de la literatura española inser-
ta un apéndice destinado a reseñar la literatura de su pro-
pio país, y en dicho ensayo anota lo que sigue: “Debe des-
tacarse que el romanticismo en América hizo su primera
aparición en Buenos Aires con los Consuelos de Echeverría,
en 1834, y aún antes, en 1832, con el poema Elvira del
mismo. Echeverría fue el primer introductor del romanti-
cismo en América. Pero su romanticismo y el que cultiva-
ron sus más próximos seguidores no pudo ser el español,
sino el francés. Procedía la nueva estética del Plata directa-
mente de Francia, no sin la influencia inglesa a través de
Byron. El romanticismo de los demás países americanos
llegó importado directamente de España”.
Dos inexactitudes patentes, fuera de las accesorias, re-
saltan a lo vivo en el transcrito párrafo. Ni Esteban
Echeverría (1805-1851) fue el primer romántico america-
no, ni el romanticismo de los otros países amerindios, y
particularmente el de Colombia, es de procedencia hispá-
El ensayo en Antioquia/Selección 125

nica. Antes de Echeverría, varios poetas nuestros, y en


especial José María Gruesso (1779-1835), José María Salazar
(1785-1828) y José Fernández Madrid (1789-1830) habían
roto la tiranía seudo clásica y seguido los pasos del roman-
ticismo inglés y francés, como en seguida habrá de verse.
Y se advierte, en primer término, que Gruesso llevaba en
edad a Echeverría más de veinticinco años, que Salazar lo
aventajaba en veinte y Madrid en poco menos, lo que im-
plica en el tiempo una distancia respetable. Nacidos en
ámbitos diferentes pero formados y acrisolados en Santa
Fe, Gruesso vino al mundo en Popayán, Salazar en
Rionegro de Antioquia y Madrid en Cartagena de Indias.
Quiere decir que entonces, como ahora, Bogotá era el cen-
tro, el corazón, el alma y el cerebro de esta colonia, y que
allí brotaban y repuntaban los ingenios de las remotas y
olvidadas provincias.
A más de los poetas mencionados, también los prosistas
del Nuevo Reino experimentaban los influjos de los ro-
mánticos europeos y seguían la inspiración de sus cantos.
El payanés Francisco Antonio Ulloa (1783-1816), compa-
ñero de Caldas en el martirio, tuvo ideas que son reflejo de
las de Rousseau, y de esta manera comentaba las noveda-
des literarias de Europa y especialmente las de Inglaterra y
Francia: “Esas hermosuras virginales de la naturaleza pro-
dujeron el sublime entusiasmo que respiran las poesías de
Homero y de Orfeo. A las mismas debemos atribuir las
valientes descripciones de Ossian, la pastoral sensible de
Virginia y el patético y amable romance de Atala escrito
por el célebre Chateaubriand”. El propio sabio Caldas
(1771-1816) comprendió mejor las armonías de la natura-
leza a través de los románticos franceses, y de allí su estilo
vigoroso y poético, distintivo que también se advierte en
la prosa de Francisco Antonio Zea (1766-1822), insigne
afrancesado que en las cortes europeas lució su girondina
estampa.
126 El ensayo en Antioquia/Selección

Pienso limitar estos apuntes, sin embargo, a los poetas


nacionales con quienes nació el romanticismo en Améri-
ca, y particularmente a los tres líricos mencionados antes.
Luego seguiré la trayectoria de aquella escuela en nuestro
país, con la enumeración somera de poetas que, como
Arboleda y José Eusebio Caro, constituyen la más alta
cima del romanticismo indohispánico. Y pondré punto
final a mi cansada prosa cuando se adviertan los albores
del costumbrismo y la literatura realista, aunque ésta no
sea el signo de que los románticos hayan desaparecido de
nuestras letras. Esa es una emoción eterna, es un estado de
ánimo que hace exclamar al poeta:
“¿Quién que es, no es romántico?”
José María Gruesso fue por su vida y por su obra la encar-
nación del romanticismo nuestro. Hubo en su existencia
un hecho trágico determinante, que dio tono y razón de
ser a su lirismo. En vísperas de obtener su título de aboga-
do en Santa Fe, y cuando se aproximaba su matrimonio
con la bella Jacinta Ugarte, al regresar de un paseo al
Tequendama encontró a su dulce amada muerta. Triste y
desencantado abandonó entonces todos sus proyectos
mundanales, y en el mismo Colegio de San Bartolomé re-
cibió poco después el sacerdocio. Vergara y Vergara,
Gómez Restrepo y otros historiadores y críticos literarios
observan que este hecho, o uno similar, dio pretexto a un
romance del Duque de Rivas, el primero de los románti-
cos españoles, con la coincidencia extraña de que la prota-
gonista del poeta hispano lleva también el nombre de
Jacinta. Quiere decir, pues, que el romanticismo español
no sólo no inspiró a nuestros poetas, sino que éstos le
infundieron su alma y le dieron temas y argumentos.
El poeta y sacerdote payanés ejerció su sagrado minis-
terio en la ciudad de su cuna, donde Bolívar logró conver-
tirlo en partidario de la independencia, y allí escribió sus
Noches de Geussor, poemas de melancólica evocación
El ensayo en Antioquia/Selección 127

noctámbula. Quizás las Noches de Young, inspiradas por la


soledad y los íntimos pesares que atormentaban al poeta
inglés, hayan influido en estos cantos de Gruesso, quien
así empleó uno de los más hermosos motivos de sugestión
poética divulgados por los románticos.
Es curioso, además, advertir que el primer poeta ameri-
cano que empleó la palabra romántico en el sentido en que la
entendió Rousseau, para significar ciertos aspectos melan-
cólicos del paisaje y determinadas situaciones del espíritu,
fue José María Gruesso. Téngase en cuenta que el poeta
murió en Popayán en 1835, y que mucho antes había es-
crito la estrofa a la cual pertenecen estos versos:

“¡Oh bosquecillos de frondosos mayos,


románticos doquiera y hechiceros!”

(Ruego que en estos versillos, y en otros que considere


prudente reproducir, no se mire tanto la calidad cuanto el
sentido y el contenido. Los he traído aquí para reforzar
mis proposiciones, pero salvando discretamente el relati-
vo gusto literario del autor y del auditorio).
José María Solazar, nuestro paisano rionegrino cuyos
históricos perfiles ha olvidado la patria, cumplió en su sola
personalidad literaria las características de las dos escuelas
en pugna. Seudo clásico en su juventud, autor de ensayos
dramáticos representados en el incipiente y sencillo teatro
santafereño, captó bien pronto la emoción y las ideas nue-
vas, y en sí mismo se operó el difícil y tormentoso tránsi-
to. El que evocara al héroe virgiliano en su Soliloquio de Eneas,
el traductor del Arte Poética de Boileau, rompe aquellos
enervantes influjos e inicia el regreso a los motivos ínti-
mos y propios.
El primer himno nacional colombiano fue escrito por
Salazar, y si es un tanto desmayado su estro, al menos el
aliento que lo inspira es el de Colombia libre. Es bien
128 El ensayo en Antioquia/Selección

sabido que el nacionalismo literario constituye uno de los


principios fundamentales del credo romántico, y el poeta
antioqueño, por eso, abandonó los anacrónicos motivos de
Grecia y Roma para exaltar el paisaje y el porvenir de Amé-
rica. En todos los poemas de Salazar posteriores a 1820, la
vida y el ambiente de su país se transparentan, en oposición
a los exóticos y lejanos temas seudoclásicos. Y cuando nues-
tro compatriota llevó al exterior la representación diplomá-
tica de Colombia, cuando ejerció la plenipotencia en Was-
hington y fue a París, donde exhaló su último aliento, ya las
fuentes de su lirismo corrían puras y espontáneas.
Poeta romántico fue José María Salazar, y como tal se
exhibe en su oda sáfica a la muerte de Lord Byron. No
idealizó ni perfeccionó las formas de la poesía, pero buscó
en la lírica nueva la materia de sus cantos, la fantasía, la
exuberancia, la pasión, lo subjetivo y cuanto significa y
entraña la esencia del romanticismo.
José Fernández Madrid, apellidado el sensible, fue fiel en sus
tragedias a las normas clásicas, pero la delicadeza y el senti-
miento de sus poemas permiten su clasificación dentro de
la escuela romántica. Se apartó a veces, también, del abso-
lutismo rigorista impuesto entonces, y en su Oda a la noche
de luna, publicada en el Semanario de Caldas en 1809, intro-
dujo metros de distintas procedencias. Lo intenso y pro-
fundo de su vida afectiva, los temas de su poética y el estilo
de sus cantos determinan claramente la filiación de su liris-
mo. El más ilustre de los colombianos y el mejor de los
hombres, dijo de él don Andrés Bello, quien elogió alta-
mente sus versos. Dice don Miguel Antonio Caro que
Madrid inició entre nosotros la poesía hogareña, a la cual
dio prestigio Víctor Hugo, más tarde, con sus Hojas de oto-
ño. Agrega don Antonio Gómez Restrepo que el mismo
poeta cartagenero inició en este país la meditación poéti-
ca, género que culminó con Lamartine, y es bueno añadir,
con el señor Caro, que el uso de las campanas en los ver-
El ensayo en Antioquia/Selección 129

sos de Madrid, y el empleo repetido de la antítesis, la figura


de que tanto usó y abusó Víctor Hugo, colocan al poeta
colombiano dentro de las características del romanticismo.
José Fernández Madrid, no obstante las asperezas de
don Marcelino Menéndez y Pelayo, quien no le perdonó
sus diatribas contra España, fue también propulsor del tea-
tro nacional, y rayó bien alto en la dramática. Hizo una
adaptación escénica de Atala, preciosa novela de
Chateaubriand, y en Guatimoc exaltó a los héroes indígenas
con fervor y efusión de romántico. Es justo mencionar
también su hermoso canto a la muerte de Atanasio
Girardot, cuyo epitafio contiene versos perdurables como
la gloria del héroe. Es así como el autor de la elegía lamenta
a Girardot en estos versos perennes:

“Vivió para su patria un solo instante,


vivió para su gloria demasiado...”

Esto que he dicho, es lo que niegan y desconocen quie-


nes impugnan la preeminencia del romanticismo colom-
biano en América. Vienen luego los grandes románticos,
los únicos medianamente admitidos por la crítica hostil del
continente. Son ellos, sin embargo, astros de tan poderosa
luz, que iluminan todo el pasado siglo. Y el vacío que trato
de llenar, rescatando para el romanticismo nuestro la obra
de los poetas enunciados, ya que no sus nombre, paréceme
tarea patriótica y necesaria. Es que la ignorancia de los va-
lores terrígenas ha sido fomentada por el silencio de los
escritores y publicistas nacidos en Colombia. Basta leer
los manuales y textos de literatura nacional para observar
el desvío con que se mira a los precursores del romanticis-
mo nuestro. Apenas se les menciona incidentalmente, se
les consagra un momento breve y rápido y se olvida su
influjo trascendente en la evolución literaria de la patria.
Es lo cierto que Arboleda y el mayor de los Caros fulgen
130 El ensayo en Antioquia/Selección

los primeros en la constelación romántica del país y de


América, pero ellos fueron los primeros en magnitud ya
que no en el tiempo. Quiero prescindir de algunos nom-
bres de poetas menores, y no debo incluir a grandes poe-
tas, como José Joaquín Ortiz, en mi deshilvanado estudio,
porque Ortiz y los que le siguieron no pagaron tributo al
romanticismo. El cantor de Los colonos, de La bandera colom-
biana, de Colombia y España y de otros poemas dignos de
Quintana fue siempre adicto al clasicismo, y ni siquiera el
amor, eterno tema de los poetas, le arrancó a su lira un
leve canto.
José Eusebio Caro (1817-1853), vehemente, armonioso,
espiritual, brillante y de genio desbordado, alzó el lirismo
de sus estrofas y la originalidad de sus ritmos en los ama-
neceres de la República. Altos y reputados críticos ensal-
zan el vigor, la pureza, la majestad y la emoción de sus
poemas románticos. El desterrado en alta mar es un canto de
aliento inmortal en que el poeta se nos hace tan grande
como el océano. En Estar contigo restauró Caro el eneasílabo
castellano y dio pie a Rubén Darío para imitarlo con éxi-
to. El bautismo es una resunta feliz y perfectísima de ideas y
sentimientos tiernos. La libertad y el socialismo es un va-
leroso grito de su ortodoxia vulnerada. Una lágrima de fe-
licidad es el puro y amoroso idilio que bendice el cielo. Y
su lírica toda es la expresión más noble de la imaginación,
el ímpetu, la rectitud, el ingenio y cuanto puede encerrar-
se de grandioso en el aliento poético. El más lírico de los
colombianos, dijo de Caro Menéndez y Pelayo, y Gómez
Restrepo sostiene que Caro es el poeta nacional que da la
impresión más definida y auténtica del genio. En resumen,
José Eusebio Caro es el primer gran poeta del amor que
surge en estos trópicos.
Julio Arboleda (1817-1862), el poeta-soldado, es el único
lirida que puede hombrearse con José Eusebio Caro entre
sus contemporáneos. Sigue sus pasos en el tiempo nues-
El ensayo en Antioquia/Selección 131

tro Gutiérrez González, pero éste pertenece a otra etapa


lírica. Arboleda es la encarnación perfecta del héroe ro-
mántico. Su brava y señera fisonomía de condotiero
renacentista y de scholar inglés, sugiere ante su siglo tal dua-
lidad de caracteres extraños que para encontrarle una se-
mejante se debe pensar en Lord Byron. Tiene Arboleda
puntos de comparación literaria con Echeverría, el argen-
tino, pero le supera nuestro compatriota por el fuego de la
pasión, por el realismo y exactitud de las descripciones,
por la técnica de la versificación, por el sentido americanista
y por la espontánea facilidad de sus versos. El único poe-
ma épico digno de mención en América es el Gonzalo de
Oyón, y el propio José Zorrilla lo reconoció como la más
alta expresión de la epopeya en nuestra lengua. La épica es
objetiva, ciertamente, pero a través del poema de Arbole-
da se transparenta el sello de su íntimo ser, se insinúa el
romántico subjetivismo de su agitado espíritu.
Románticos fueron, además, Diego Fallón, cantor ele-
gante y místico de la luna; Jorge Isaacs, autor del más puro
y encantador romance de América; Rafael Pombo, que en
su Hora de tinieblas prorrumpió en el más desgarrador y
conturbado grito de desesperación y protesta conocido en
lengua española; y Silva el atormentado, no obstante el
discreto y delicadísimo perfume de su poesía y el atrevido
ritmo de sus estrofas, que lo sitúan entre los más empina-
dos precursores y personeros del modernismo. Es que toda
nuestra literatura, escribe Carlos García Prada, es román-
tica en su esencia, y “busca su inspiración en la naturaleza,
infundiéndola de un subjetivismo trascendental y simbóli-
co, que es ya preludio del futuro advenimiento de una nueva
religión lírica”. Agrega el crítico mencionado, de confor-
midad con lo expuesto por el Padre Jesuita Eduardo
Ospina, que las características del romanticismo se encuen-
tran todas en la poesía colombiana, desde sus albores
hasta las promociones más recientes. Aquellas característi-
132 El ensayo en Antioquia/Selección

cas son, la rebeldía, el egocentrismo, la melancolía y la nos-


talgia, el anhelo de lo eterno, el amor a la patria, el desequi-
librio emocional y filosófico, la fantasía, la musicalidad, el
culto al paisaje y el colorido fastuoso y enérgico.
Empero, volviendo al convencionalismo de esta rese-
ña, es preciso limitar y restringir dentro de rasgos exactos
y precisos los alcances de la aventura romántica en Co-
lombia. ¿Cuándo y cómo vino la reacción contra el ro-
manticismo y sus licencias? Ya se sabe que en Europa fue-
ron los parnasianos franceses los héroes de esta empresa
punitiva contra Víctor Hugo y sus satélites. Pero en nues-
tro país tuvo la restauración contraria manifestaciones di-
ferentes. Fue en Antioquia donde un joven poeta, román-
tico por su emotividad y por el fatídico augurio de su muerte
próxima, logró imponer sobre aquellos índices tremendos
la vitalidad de su raza y de sus ancestros. Gregorio Gutiérrez
González, quien forma con Barba-Jacob y León de Greiff
trípode poderoso de nuestra geografía poética, fue en su
primera juventud romántico, y de esta manera pregonaba
su irreparable desgracia cuando un médico imprudente le
predijo su fin sin remedio:

“Ya de mi vida el último reflejo


siento que débil en mi pecho vaga,
cual la luz moribunda de la antorcha
que con más brillo al espirar se inflama’’.

Tenía entonces diez y ocho años el futuro cantor del


Maíz, quien confinado luego en sus montañas recuperó
presto las relajadas fuerzas, como el Anteo mitológico, al
tomar contacto con la tierra. El realismo literario, trocado
en costumbrismo, fue el síntoma primordial de la reacción
antirromántica entre nosotros. El propio Gutiérrez
González, el traductor de Byron y de Víctor Hugo, fue el
primero en renegar, cuando todavía era imberbe joven,
El ensayo en Antioquia/Selección 133

contra lo que él llamaba “El romanticismo tétrico”. Rafael


Pombo, quien tildaba de “Zorrillismo” el residuo de exu-
berancia romántica existente aún en Gutiérrez González
y en otros poetas de Colombia, así comenta los alardes
iniciales de nuestro insigne lírico: “El romanticismo tétrico es
obra de prodigiosa precocidad y buen juicio. censura y
absolución de todas las tetricidades en que incurrió el mis-
mo Antíoco; propósito y profecía del poeta americano reali-
zado años después en El Maíz y otras poesías menores
suyas”.
Tal como la acabo de expresar ha sido la vida, pasión y
muerte del romanticismo en Colombia. Son discutibles,
desde luego, algunos de los puntos de vista aquí manifesta-
dos, pero la vigencia de aquella escuela estética se ciñe en
términos generales a los postulados, los principios, los
autores y las obras enumeradas en este superficial escruti-
nio Es verdad, también, que la poesía colombiana ha sido
romántica en esencia y sustancia, pero los caracteres gene-
rales de esa tendencia se cifran y compendían en los enun-
ciados concretos que acaban de verse. Es que resulta difícil
y arriesgado señalar y definir fronteras y modalidades en
la distancia y el tiempo, pues el proceso de transforma-
ción es lento y complejo, y así se observa cómo a través de
los procedimientos y las métricas formas del seudo clasi-
cismo se va forjando trabajosamente la idealidad románti-
ca. Por eso Chateaubriand, considerado como el más alto
signo del romanticismo francés, exhibe una curiosa mez-
cla del gusto poético anterior y de las ansias nuevas que
irrumpieron en su época. De esta forma vinieron a Co-
lombia, también, esas voces y esa música no escuchadas
antes.
JAVIER ARANGO FERRER

Gregorio Gutiérrez González


y Epifanio Mejía
Los temas predilectos suelen servir de nomenclatura para
encasillar a los autores. Así, al lado de los poetas en quie-
nes dominan los temas amorosos (Caro); los patrióticos
(Ortiz); los históricos (Arboleda); los filosóficos (Núñez),
aparecen los cantores de la naturaleza rescatada por el ro-
manticismo. Entre ellos Gregorio Gutiérrez González
(1826-1872) y Epifanio Mejía (1838-1913) son dos agrestes
poetas de la Montaña, máximos representantes de la poe-
sía nativista en nuestra literatura.
Gutiérrez González, nacido en La Ceja del Tambo, vivió
la niñez y la adolescencia lejos del hogar en los seminarios de
Santafé de Antioquia y de Bogotá hasta terminar el bachille-
rato. En la Universidad Nacional obtuvo el título de aboga-
do, profesión que sólo ejerció en la magistratura. La vena
poética le vino por su madre, conocedora de los clásicos es-
pañoles, especialmente de Calderón, hecho insólito en aque-
lla época de matronas más hábiles en menesteres hogareños
que en ribetes humanistas. Y naturalmente tuvo el amor ideal
por la mujer a quien vio un día y no pudo olvidar. Su Laura
petrarquina se llamó Temilda. Para mayor abundamiento cier-
to médico le diagnosticó un aneurisma que no existía y el
poeta creyéndose románticamente agonizante se despidió de
Temilda, de los amigos y de cuanto le rodeaba:

Ya de mi vida el último reflejo


siento que débil en mi pecho vaga
Javier Arango Ferrer
Caricatura de Horacio Longas
136 El ensayo en Antioquia/Selección

cual la luz moribunda de la antorcha


que con más brillo al espirar se inflama,

Vigoroso y optimista regresó de los cuidados hogare-


ños a Bogotá para terminar sus estudios universitarios. De
ese episodio quedó Mi muerte, uno de sus primeros poemas
dedicado a Temilda y escrito a los diecinueve años, en dos
cantos. En la primera estrofa dice:

Morir... morir... un eco misterioso


parece repetir estas palabras
en el fondo del alma... En otro tiempo
nunca, Temilda, al corazón llegaban.. . ;

En 1850 escribió A Julia el mejor poema amoroso de


nuestra edad romántica por el estilo limpio, sencillo, fra-
gante, sin gritos y sin las caídas que sufrieron Caro y Pombo
en sus poemas líricos mayores:

Juntos tu y yo vinimos a la vida,


llena tú de hermosura y yo de amor;
a ti vencido yo, tú a mí rendida,
nos hallamos por fin juntos los dos.

Y como ruedan mansas, adormidas,


juntas las ondas en tranquilo mar,
nuestras dos existencias siempre unidas
por el sendero de la vida van.
...............
Son nuestras almas místico rüido
de dos flautas lejanas, cuyo son
en dulcísimo acorde llega unido
de la noche callada entre el rumor;

cual dos suspiros que al nacer se unieron


en un beso castísimo de amor;
El ensayo en Antioquia/Selección 137

como el grato perfume que esparcieron


flores distintas y la brisa unió.

Estas cuatro estrofas de las diez que componen el can-


to son características por los finales agudos que se repiten
en Gutiérrez González, como en los demás románticos,
con monótona persistencia. Antíoco -nombre cariñoso que
le dieron sus amigos desde las aulas- es como Caro en sus
mejores momentos, un poeta asonantado a lo Bécquer,
antes de Bécquer. Las becquerianas son estados melancóli-
cos expresados en tonos menores de poesía.
El paisajismo en Gutiérrez González fue como en
Rousseau y en Isaacs la melancolía de los horizontes, la
añoranza de los árboles que rodeaban la casa campesina,
olorosa a la reseda de los jardincillos y a la ruda mañanera
de los maizales. Aures, en doce cuartetas asonantadas, es
una joya de 1864:

De peñón en peñón turbias saltando


las aguas de Aures descender se ven;
la roca de granito socavado,
con sus bombas haciendo estremecer.

Los helechos y juncos de su orilla


temblorosos, condensan el vapor;
y en sus columpios trémulas vacilan
las gotas de agua que abrillanta el sol
................
Reclinado a su sombra, cuantas veces
vi mi casa a lo lejos blanquear,
paloma oculta entre el ramaje verde,
oveja solitaria en el gramal!

Allí, a la sombra de esos verdes bosques,


correr los años de mi infancia vi;
138 El ensayo en Antioquia/Selección

los poblé de ilusiones cuando joven,


y cerca de ellos aspiré a morir.
.......................
Hoy también de ese techo se levanta
blanco-azulado el humo del hogar;
ya ese fuego lo enciende mano extraña,
ya es ajena la casa paternal.

La miro cual proscrito que se aleja


ve de la tarde a la rosada luz
la amarilla vereda que serpea
de su montaña en el lejano azul.
.......................
Infancia, juventud, tiempos tranquilos,
visiones de placer, sueños de amor,
heredad de mis padres, hondo río,
casita blanca... y esperanza ¡adiós!

Con diferentes variedades del paisaje y las mismas


saudades, son raras las gentes que no lleven este poema
en el alma sin la pena del bien perdido. Después de su
matrimonio Gutiérrez González se silenció por haber-
se dado a la vida pública, desde la magistratura en An-
tioquia hasta la senaturía en Bogotá. El padre Ortega
Torres dice que en diez años (1848-1858) “no volvió a
publicar nada”. Sin embargo, en ese tiempo están fecha-
das hasta doce composiciones, dos de grande importan-
cia: A Julia (1850) y A Medellín, desde el alto de Santa-Helena,
escrito en el mismo año y motivo de una ardorosa polé-
mica.
Fue entonces cuando Domingo Díaz Granados le de-
dicó el poema ¿Por qué no cantas? Gutiérrez González le con-
testó en ¿Por qué no canto?, el más popular de sus poemas.
Las quince quintillas son un tanto empalagosas por los
pareados y especialmente por la rima interna:
El ensayo en Antioquia/Selección 139

¿Por qué no canto? ¿Has visto a la paloma


que, cuando asoma en el oriente el sol,
con tierno arrullo su canción levanta,
y alegre canta
la dulce aurora de su dulce amor?

¿Y no la has visto cuando el sol se avanza


y ardiente lanza rayos del cenit,
que, fatigada, tiende silenciosa
ala amorosa
sobre su nido, y calla y es feliz?

Todos cantamos en la edad primera


cuando hechicera inspíranos la edad,
y publicamos necios, indiscretos,
muchos secretos
que el corazón debiera sepultar

¿Conoces tú la flor de batatilla,


la flor sencilla, la modesta flor?
Así es la dicha que mi labio nombra:
crece a la sombra
mas se marchita con la luz del sol
.................
No hay sombras para ti. Como el cocuyo,
el genio tuyo ostenta su fanal;
y huyendo de la luz, la luz llevando,
sigue alumbrando
las mismas sombras que buscando va.

Gutiérrez González es el poeta intocable del canto al


maíz, un largo relato donde pinta sin rebuscamientos el
desmonte para la siembra y la cosecha del precioso grano,
base de la alimentación antioqueña. Sus múltiples manja-
res de sal y dulce en sopas y arepas, en mazamorras y
140 El ensayo en Antioquia/Selección

natillas, en tamales y empanadas, no convencerían a los


gastrónomos del “Cordon Bleu” pero su solo nombre es
toda la patria chica. El autor no pretendió darle a este rús-
tico retablo escogidas galas literarias: bien claramente lo
significa en el título: Memoria científica sobre el cultivo del maíz
en los climas cálidos del Estado de Antioquia por uno de los miembros
de la Escuela de Ciencias i Arte i dedicado a la misma escuela.
La crítica le ha dado abolengos: se habla de las geórgicas
americanas y todo un don Rufino J. Cuervo alude en sus
Apuntaciones al “poema bellísimo que con gusto prohijaría
Virgilio”. Manuel Uribe Ángel, Emiliano Isaza y el padre
Roberto Jaramillo hicieron inteligible el texto, con notas
lexicográficas en que explican los vocablos regionales usa-
dos por el poeta.
El periódico La Restauración publicó el Canto al maíz en
dos entregas, el 18 y el 25 de octubre de 1866. Allí nació la
literatura vernácula americana, seis años antes de publicar
el argentino José Hernández la primera parte de su ilustre
Martín Fierro, aparecida en 1872.
La obra colombiana es la naturaleza sin personajes
individualizados que amen, canten y troven en el poema;
la del argentino es el hombre con jerarquía poemática; el
poema individual que tiende a ser colectivo y anónimo:
muchos de los payadores que recitan y cantan las coplas
de Martín Fierro y del viejo Vizcacha ignoran a José
Hernández. El poema argentino está vivo en el pueblo; el
colombiano ya está tocado de olvido pero nadie podría
negarle la primacía como proyección vernácula del roman-
ticismo en tierras de América. Si lo juzgamos con el cora-
zón ese canto simboliza la historia patriarcal del pueblo,
abrupto entre sus montañas, en estilo quizá más grato a
los agricultores de antes que a los lectores de ahora. Si se le
somete a las normas de la evolución el canto al maíz debie-
ra superarse en el poema cuasi-heroíco del pueblo que
colonizó gran parte del territorio por sentirse estrecho entre
El ensayo en Antioquia/Selección 141

sus pegujales y que de pastor y agricultor pasó a ser indus-


trial en poderosas empresas fabriles.
El poeta prodigó los prosaísmos en el relato y también
los aciertos como el de no incurrir en los acostumbrados
finales agudos. En lo puramente descriptivo poetizó el acen-
to como en las siguientes estrofas:

Forma el viento al mover sus largas hojas


el rumor de dulzura indefinida
de los trajes de seda que se rozan
en el baile de bodas de una niña.

Se despliegan al sol y se levantan


ya doradas y tiernas las espigas,
que sobresalen cual penachos jaldes
de un escuadrón en las revueltas filas.
................
Los pericos en círculos volando
en caprichosas espirales giran,
dando al sol su plumaje de esmeralda
y al aire su salvaje algarabía.
............................
Meciéndose galán y enamorado
gentil turpial en la flexible espiga,
rubí con alas de azabache, ostenta
su bella pluma y su canción divina.

El dibujo de la cocinera es vivaz y agradable a pesar del


cacofónico se-se:

Su seno prominente a medias cubre,


la camisa de tira de arandela,
en donde se sepulta su rosario
con sus cuentas de oro y su pajuela...
142 El ensayo en Antioquia/Selección

Pero vedla cascando mazamorra,


moliendo en su trono, que es la piedra;
a su vaivén cachumbos y mejillas,
arandelas y seno, todo tiembla...

Al reverso de la medalla abunda también el folclor cha-


bacano:

¡Salve segunda trinidad bendita salve,


salve, frisoles, mazamorra, arepa!
con nombraros no más se siente hambre
¡no muera yo sin que otra vez os vea!

Esto es mejor comido que leído.


Visto en perspectiva Gutiérrez González es un poeta
mayor de su tiempo en América, no por agreste menos
fino y culto. A pesar de los inevitables prosaísmos, que
apareja el uso del folclor en giros y vocablos lugareños G.
G. G. es el más parejo y armónico de nuestros románti-
cos. Recorra el estudiante, aun los versos menores de ál-
bum -descrédito de los poetas- y advertirá la moderación
en el estilo, hoy anacrónico en gran parte de la obra, pero
sujeto a las normas del buen decir en aquellos tiempos. En
el álbum de Pachita, v. gr., el lector presiente una chabacana-
da acorde con el título, pero la octava es galante:

La suerte venturosa o desgraciada


del mortal en tus ojos va esculpida;
la muerte está con su desdén ligada;
la vida está con su cariño unida.

Si la vida has de dar con tu mirada,


feliz aquel a quien le des la vida;
mas, si muerte han de dar tus ojos bellos,
será dulce morir, morir por ellos.
El ensayo en Antioquia/Selección 143

Cuando trata de mujeres, en su joven libido se atrope-


llan urgidas hambres eróticas. En el epígrafe de Coquetería
dice:

Parece el corazón mío


un inmenso coliseo,
dónde todas las que veo
encuentran palco vacío.

Como el grumete que llega al puerto después de una


larga soledad exclama:

Julia, Rosaura, Margarita. . .! oh, todas,


todas son bellas y por todas muero!
es más hermosa la que vi primero
y es más amada la que vi después.

En las historias literarias y en las antologías, copiadas


las unas de las otras, aparecen los poetas estereotipados en
los mismos poemas, con la omisión de otros que pudieran
ampliar su concepto ante el lector. Las partituras de
Gutiérrez González van en estilo desde Zorrilla y
Espronceda hasta su propia visión de América. La sensibi-
lidad hiperestética les sirve a los artistas, entre otras cosas,
para perder los estribos. Sucedió que un escritor, su amigo
y compañero, bajo el nombre supuesto de Felipe, se ena-
moró en Medellín de una tal Rosa y fue rechazado por
don Lucas, un ventrudo comerciante del marco de la plaza
cuando aquél le pidió por carta la mano de la muchacha.
El irritable Felipe fuera de sí vengó la ofensa en Medellín,
como si la ciudad tuviera la culpa del hecho personal. En
el alto de Santa Elena y cuando se alejaba de Medellín, cuen-
ta G.G.G. que Felipe escribió con lápiz en un muro de la
posada la venganza en dos octavas y media, tan magistra-
les como insultantes:
144 El ensayo en Antioquia/Selección

De una ciudad, el cielo cristalino


brilla azul como el alma de un querube,
y de su suelo cual jardín divino
hasta los cielos el aroma sube;
sobre ese suelo no se ve un espino,
bajo ese cielo no se ve una nube...
...Y en esa tierra encantadora habita...
la raza infame, de su Dios maldita.

Raza de mercaderes que especula


con todo y sobre todo. Raza impía,
por cuyas venas sin calor circula
la sangre vil de la nación judía;
y pesos sobre pesos acumula
el precio de su honor, su mercancía,
y como solo al interés se atiende,
todo se compra allí, todo se vende.

Allí la esposa esclava del esposo


ni amor recibe ni placer disfruta,
y sujeta a su padre codicioso
la hija inocente...

Y estaba entrando en materia cuando llamaron a al-


morzar, para quedarse inconclusa la tercera octava. Esto
huelea superchería ¿Existió realmente dicha inscripción
en la pared de la posada? Todo este cuento lo narra G.G.G.
en Felipe “único y desconocido escrito en prosa que se co-
noce del poeta según dice Rafael Montoya y Montoya,
editor de las Obras completas (Bedout, 1958). La prosa, di-
cho sea de paso, es fina como la de Isaacs en María y la de
Manuel Ancízar en Peregrinación de Alpha. Desde luego, es la
prosa romántica de la época. El protagonista desdeñado
en sus amores se llama Felipe, pero en el hecho real fue
Manuel Pombo, según afirman quienes se han ocupado de
El ensayo en Antioquia/Selección 145

tal episodio. Si esto es así, don Manuel Pombo (1827-1898),


poeta payanés de tendencia mística, famoso por su oda A
la Virgen de los Dolores contradice su fama de bondadoso y
gran señor por aliviar resquemores con injurias. Si el au-
tor de las iracundas octavas reales fue Gutiérrez González,
ocultarse bajo un seudónimo para agredir a su pueblo, es
como quien tira la piedra y esconde la mano. A G.G.G. lo
pintan los escritores de la época como un hombre alto y
desgarbado físicamente, tímido y emotivo, propenso a re-
accionar por cuenta propia o por la de sus amigos cuando
alguien involuntariamente vulneraba sus delicados senti-
mientos. Para darse cuenta de lo que valía basta revisar en
la edición definitiva la lista interminable de escritores na-
cionales y extranjeros que en su tiempo se ocuparon del
hombre y del poeta. Los comentaristas de ahora siguen
consagrándolo en el tiempo. Camilo Antonio Echeverri,
el Fernando González del siglo pasado, le dice en la carta
prologal de la primera edición (1867) “Uniste mi nombre
al tuyo e hiciste inmortal el mío”.
El propio poeta dirigió la edición medellinense de 1869,
más completa que la primera de Nueva York. Es necesa-
rio llegar a la edición prologada en 1881 por Salvador
Camacho Roldán, su compañero de universidad, y por
Rafael Pombo para captar al hombre y al poeta en sus
dimensiones civiles y estéticas. Cuanto se escribió acerca
de Gutiérrez González, en prólogos y cumplimientos, fue
compilado por Rafael Montoya y Montoya en la muy ca-
balmente llamada edición definitiva (Bedout, Medellín,
1958), la más eficaz para el estudioso.
En los últimos tiempos el poeta conoció toda clase de
penurias. Quizá la timidez y la indecisión unidas a su falta
de sentido práctico lo llevaron a la angustia económica y a
depresión moral. G.G.G. tuvo la premonición de su muerte
sin que mediaran causas aparentes. Un día se despidió de
sus amigos y como Pombo, se encerró en el hogar hasta el
146 El ensayo en Antioquia/Selección

6 de julio de 1872, en que salió hacia el cementerio en bra-


zos de sus amigos. Contaba apenas cuarenta y seis años.
Epifanio Mejía (1838-1913), su agreste par antioqueño, le
dedicó el poema Yo no puedo cantar:

El solitario ciervo de los montes


no puede como el águila volar,
ni se eleva tampoco como el roble
el triste arbusto que a su sombra está.
Riega sus rayos alumbrando el orbe
el sol, topacio del abierto azul;
yo, cocuyo perdido entre la noche,
doy a las selvas mi viajera luz.
Decid, Colombia, a la española lengua
que ya el “Aures” no tiene trovador,
que en sus sombrías solitarias selvas
la lira de Gregorio se perdió.
Olorosas montañas antioqueñas,
guardad la lira del feliz cantor!
muda quedó la palpitante cuerda
donde la nota del “Maíz” cantó!
***
Epifanio Mejía es el poeta eglógico que en plena juven-
tud perdió la razón y vivió en el manicomio de Medellín
hasta su muerte, ocurrida a los setenta y cuatro años. Los
jornaleros de la crítica literaria que tratan de actualizar vi-
das y obras pertenecen al mundo del papiro y de la polilla.
Son raros los estudiosos que exploran ahora el mundo
poético de Epifanio Mejía. Aún no se ha hecho su estudio
a la luz de la psiquiatría, si acaso la ciencia ha logrado escla-
recer la etiología y la patogenia de la locura en sus múltiples
apariencias. Quizás exista en los archivos del manicomio la
El ensayo en Antioquia/Selección 147

historia clínica que permita al investigador penetrar en el


alma oscurecida del poeta, cincuenta años después de su
muerte. Entre las causas determinantes de su paranoia se
cita el surmenage o cansancio mental que le produjo el
haberse dedicado durante diez años a Amelia, poema amo-
roso y trágico narrado en varios cantos. Ni incoherente ni
inconcluso, Amelia es un poema bien hilado desde el co-
mienzo hasta el fin.
Amelia, el personaje central, tiene amores con Carlos.
Este se ahoga en el río a la vista de su amante. Amelia se
vuelve loca. En una cueva abandona a la niña, recién naci-
da, producto de su amor clandestino. Arrepentida vuelve
a la cueva y al no hallar a la niña cree que ha sido devorada
por una leona. Pero un campesino la halló y la adoptó.
Un poeta, personaje romántico, viene todos los días en su
caballo a visitar a la niña y entre los dos nace una tierna
amistad. Años después Amelia, loca y errante, pasó por la
casa de Jacinto, el padre adoptivo de la niña, a quien reco-
noce como su propia hija. AI verla, amada y protegida, la
loca, en busca posiblemente de Carlos, se ahogó en el río.
Así termina el poema escrito. Hay digresiones pero no
incoherencias como cuando el poeta cuenta la vida de Ja-
cinto, soldado de Bolívar, de Sucre, de Córdoba en las ba-
tallas libertadoras. La loca no tiene nombre en el poema,
pero es Amelia; tampoco el poeta: pero es el mismo
Epifanio en su existencia delirante.
Cuando aparece en el poema, el poeta habla a su caba-
llo y recuerda a Gonzalo de Oyón en el relato de Arbole-
da. Luego parte veloz hacia los lugares que fueron teatro
de los hechos precedentes. La versificación es hermosa en
originales cuartetos. Los versos primero y tercero son
heptasílabos asonantados; el segundo y cuarto son
endecasílabos rimados:
148 El ensayo en Antioquia/Selección

Iba la rubia aurora


abriendo apenas su rosado coro;
sobre los negros montes
ya relumbraban sus cabellos de oro.
.............
Llanuras y montañas,
cruzó ligero en su corcel fogoso,
......................
La roca a donde Amelia
fue a llorar su temprana desventura,
también se ve a lo lejos,
triste y sombría en la oriental llanura.

María, la dicharachera esposa de Jacinto, refiere al ve-


cindario cómo el caballero en su caballo blanco venía to-
dos los días para besar la frente de la niña y llenarla de
agasajos y de obsequios. El poeta describe así a la niña por
boca del caballero:
Te vi a la luz de un día
al cántico de alegres ruiseñores;
andabas retozona,
buscando fresas y cogiendo flores.
Orlaban tus cabellos
aromáticos gajos de jazmines;
me pareciste entonces
la reina de los blancos serafines.
El céfiro jugaba
enredado en tu rubia cabellera;
brillaban tus mejillas
cual rosas en naciente primavera.
¿Quién te llevó a ese monte,
Flor solitaria de la selva umbría,
El ensayo en Antioquia/Selección 149

paloma del desierto,


rubio lucero del naciente día?
Lo que aparece del relato en la edición de 1939
prologada por el padre Félix Restrepo es un poema con
unidad, personaje central y desenlace. Amelia es la loca sin
nombre, madre de la niña, que aparece en el resto del poe-
ma. Esta heroína muere en el poema escrito pero sigue
viviendo en el poema vivo y delirante del poeta. Ese es el
poema verdaderamente inconcluso que sólo termina con
la muerte de Epifanio.
Amelia existía en la mente del poeta materializada en
los delirios alucinatorios como si realmente compartiera
su celda del manicomio. Cuando el poeta J. B. Jaramillo
Meza llegó hasta él y le preguntó por los orígenes de Amelia
el poeta le respondió: “Aquí está. Vive conmigo íntima-
mente. Sólo yo puedo verla. Es invisible para los demás”.
Y le habló de su traje azul pálido, de sus cabellos en riza-
das trenzas y de sus ojos que lo contemplaban con ternu-
ra. Luego, visiblemente agitado, escribió sobre el muro:
“Amelia era sencilla, dulce y buena: -murió pero aquí
vive, es mi consuelo,- y dicen que estoy loco... Esa es
mi pena”.
Por su celda desfilaron los grandes escritores de la épo-
ca. AI saber las penurias de Jorge Isaacs, dijo a Juan de
Dios, Uribe y a Antonio José Restrepo:
“¿Conque Isaacs está pobre? Pues díganle de mi parte
que voy recibir ochocientos bultos de mercancía fran-
cesa, y que puede tomar de ellos lo que necesite sin
reparo. Lo mismo les digo a ustedes”.
Así, desconectado de las realidades, y como dice el pa-
dre Félix Restrepo, “mecido por doradas ilusiones y acom-
pañado por los hijos de su fantasía”, Epifanio vivió su fa-
bulosa realidad paranoica. El inolvidable Indio Uribe, en
150 El ensayo en Antioquia/Selección

el discurso de 1893 sobre Epifanio Mejía -que sirvió de


prólogo a la edición de 1902-, dice:
“Epifanio siguió a Gregorio, como la cenefa al muro...
Si el de la casa de Aures traza grandes círculos al aire
libre, el del cortijo del Caunce se recata bajo los árbo-
les para acabar sus miniaturas, esmerilar y bruñir sus
joyas. Más fluyente el primero, más opíparo, más lu-
minoso; Epifanio, sosegado, tímido, confidente; los dos
igualmente queridos y saludados como heraldos de la
Montaña”.
Epifanio trajo en su nombre la epifanía de su destino
poético y en el apellido de su madre el Quijano de Don
Quijote, “aquel sublime loco... de la triste figura”. Así lo
interpreta el padre Félix Restrepo. No fue un hombre cul-
tivado: aprendió las primeras letras en una escuela de
Yarumal, su tierra nativa, pero era un hombre paisaje, flo-
recido como un árbol para ser el poeta de sus montañas.
Así son sus seguidillas. En esas estrofas eglógicas el poeta
ama lo mismo a los árboles, a la esposa y a la hija:
Las hojas de mi selva
son amarillas
y verdes y rosadas
¡Qué hojas tan lindas!
Querida esposa,
¿quieres que te haga un lecho
de aquellas hojas?
De bejucos y musgos
y batatillas
formaremos la cuna
de nuestra Emilia:
cunita humilde
remecida a dos manos
al aire libre.
El ensayo en Antioquia/Selección 151

De palmera en palmera
las mirlas cantan,
los arroyos murmuran
entre las ramas
¡Dulce hija mía,
duerme siempre al concierto
de aguas y mirlas.

Gallinetas reales
de canto dulce
guardan en la hojarasca
huevos azules...
Perlas del bosque...
que lleva a sus altares
la gente pobre.

Siete-cuernos, uvitos
y amarrabollos
de botones y flores
visten sus copos,
de ramo en ramo
los cupidos del aire
vuelan libando.
.........
Entre cedros y robles
de verdes copas
el yarumo levanta
las blancas hojas:
Patriarca anciano
que en trono de esmeraldas
vive sentado.
............
Oasis escondidos
bajo las palmas
olorosos jardines
152 El ensayo en Antioquia/Selección

de mis montañas:
para mi esposa,
para mi dulce Emilia,
tejed coronas.

El Canto del antioqueño, un prolijo relato con ida a la gue-


rra y regreso del antioqueño al hogar campesino, lo redu-
jo el Indio Uribe a siete estrofas octosílabas. Ese es himno
antioqueño:

Nací sobre una montaña,


mi dulce madre me cuenta
que el sol alumbró mi cuna
sobre una pelada sierra.

Nací libre como el viento


de las selvas antioqueñas,
como el cóndor de los Andes
que de monte en monte vuela.

Pichón de águila que nace


en el pico de una peña,
siempre le gustan las cumbres
donde los vientos refrescan.

Amo al sol porque anda libre


sobre la azulada esfera,
al huracán porque silba
con libertad en las selvas.

¡El hacha que mis mayores


me dejaron por herencia,
la quiero porque a sus golpes
libres acentos resuenan!
El ensayo en Antioquia/Selección 153

Forjen déspotas, tiranos,


largas y duras cadenas
para el esclavo que humilde
sus pies, de rodillas, besa.

Yo, que nací altivo y libre


sobre una sierra antioqueña,
llevo el hierro entre las manos
porque en el cuello me pesa.

¡Oh libertad que perfumas


las montañas de mi tierra,
deja que aspiren mis hijos
tus olorosas esencias!

La estrofa final se repite en el himno a manera de estri-


billo. El octosílabo lo maneja Epifanio como un español
del romancero en coplas como ésta de 1868:

Las brisas de las colinas


bajan cargadas de esencia.
La luna brilla redonda
y el camino amarillea.

Epífanio Mejía es como Flórez poeta de “altas ternu-


ras”. Los niños lo conocen por obrillas como La historia de
una tórtola en los libros de lectura. El único poema que es-
capa a esta tónica es Antioquia o la mano de Dios, mamotreto
de largo metraje escrito no ya por un poeta sino por un
conservador contra el gobierno liberal de Antioquia en
1863.
Esta desvencijada estructura, con coros y fechas de dia-
rio, no es la épica, como dice el padre Restrepo, de un
pueblo sino la pasión en tonos iracundos de un hombre
en vísperas de la locura. La política en este caso fue la
154 El ensayo en Antioquia/Selección

espina irritativa que produjo una crisis de mal gusto litera-


rio en el proceso psicopático de un hombre naturalmente
apacible. El propio poeta confiesa su estado cuando dice:
“Mi mente es noche que produce sombras”.
Tres ediciones de sus poesías merecen citarse: la de
1902, ya nombrada, dirigida por don Juan de Dios Mejía y
don Fidel Cano, con prólogo de Juan de Dios Uribe, alias
el Indio Uribe, ilustre prosista de la lengua no superado
como panfletario y polemista en el siglo XIX americano.
La segunda con la obra completa la dirigió el padre Félix
Restrepo S. J. (Medellín, 1934). Su prólogo es el documen-
to crítico y biográfico más completo que haya merecido la
memoria de Epifanio Mejía. El mismo sacerdote dirigió
Poesías selectas (Bogotá, Imprenta Nacional, 1958). Si de se-
lección se trata, en una nueva edición, sería necesario dis-
criminar con rigor lo que sería digno de la posteridad en la
obra del desventurado poeta. Entre los escasos poemas
suprimidos para llamarse selección, figura Serenata, una de
las más delicadas composiciones amorosas de Epifanio
dedicada al doctor Julio Ferrer en el día de sus bodas.
Numerosos fueron los homenajes en prosa y en ver-
so rendidos por los literatos al poeta loco antes y des-
pués de su muerte. Entre ellos huelga señalar el largo
poema Era un rayo de luna de José Velásquez García, bajo
su seudónimo habitual de Julio Vives Guerra. Ese poe-
ma, en cinco cantos, lo escribió el inolvidable santafereño
de Antioquia con el corazón, no siempre buen consejero
en materias poéticas si no está vigilado y controlado por
la autocrítica.
ANTONIO ÁLVAREZ RESTREPO

Santos, hombre de letras


Mientras otros recuerdan las condiciones sobresalientes del
doctor Eduardo Santos como político, como periodista,
como gobernante, me parece oportuno destacar un aspec-
to de su personalidad que conocieron bien las personas
que estuvieron cerca de él pero al cual nunca quiso dar
relieve a lo largo de sus años. Me refiero al Eduardo San-
tos hombre de letras, al conocedor profundo de la vida
literaria, al catador refinado que paladeaba tanto un buen
libro con el mismo placer que le producía apurar una copa
de fino Borgoña. Una afortunada y para mí excepcional
oportunidad me permitió conocerle en este campo como
quizás muy pocos le hayan disfrutado. Aquello fue en el
año de 1946, siendo yo cónsul de Colombia en la ciudad
de Nueva York. Una mañana cualquiera se abrió la puer-
ta de mi despacho y apareció allí, con ademán un poco
distante, el ex-presidente a quien había conocido en la Cá-
mara en 1934. Venía al Consulado en busca de correspon-
dencia y traía en la mano un libro. Tras el saludo ritual y
un diálogo breve le pregunté al azar qué libro leía en aque-
llos momentos. Eran las “Escenas de la vida futura” de
Georges Duhamel, un panfleto inverecundo, escrito des-
pués de un viaje por los Estados Unidos, contra la civiliza-
ción mecánica, contra el gigantismo, contra la profanación
de ciertas obras inmortales de los grandes maestros de la
música despedazadas y convertidas en elementos viles de
propaganda. Algunos comentarios míos sobre ese libro
despertaron viva curiosidad a mi ilustre interlocutor. De
Duhamel pasamos a Romain Rolland cuyo pacifismo le
seducía y a Jules Romains de quien me dijo que sus
156 El ensayo en Antioquia/Selección

“Hombres de Buena Voluntad” habían despertado ecos


profundos en su espíritu por el mensaje de paz que conte-
nían.

*
Desde aquel día en adelante, nuestro diálogo se prolon-
gó por varios meses en pláticas cuotidianas. Conocía él la
literatura francesa de todos los tiempos, la primitiva, la clá-
sica, la romántica, la moderna, con una minuciosidad pas-
mosa, y se paseaba por ella con la seguridad de un exper-
to. Nada quedaba por fuera de sus pesquisas. Su charla
viva e ilustrada abrió mil caminos a mi curiosidad y su
magisterio fue de aquellos que dejan honda huella por toda
una vida. Santos era en la intimidad de su propia existencia
un intelectual puro, uno de aquellos espíritus selectos que
después del ajetreo exterior a que los han empujado las
circunstancias, se repliegan sobre sí mismos y buscan en
el sosiego de la lectura reposo para sus mentes fatigadas.
No he oído nunca a otra persona que hablase con mayor
propiedad sobre literatura ni he conocido una informa-
ción más amplia que la suya. Escuchándole uno se hacía
estas preguntas: ¿Cuándo ha repasado este hombre tantos
libros, cuándo ha podido acumular tanta información, tan-
tos hechos, tantas teorías, tantas tesis? Mas no sólo eso.
Lo increíble era su capacidad certera para justipreciar lo
que leía, su refinamiento espiritual para escoger aquellos
que tenían valor y poner de lado lo accidental. Amaba la
prosa tersa, sencilla pero profunda, la que fluye sin
estridencias ni gran brillo y nos lleva de la mano como si
fuese una música encantada. Alguna vez le dije de mi admi-
ración por Claudel, aquella musa de profeta bíblico que
llenó cincuenta años de la vida poética de Francia con el
vigor de sus apóstrofes homéricos.
“No, -me dijo-. Lo mejor de la poesía francesa está en
la intimidad, en los matices delicados, en la frase discreta.
Antonio Álvarez Restrepo
158 El ensayo en Antioquia/Selección

La encuentro en Mallarmé, en Verlaine, en algunos poe-


mas de Valery, en Francis James”. En otra oportunidad el
nombre de François Mauriac cayó en la mitad de nuestro
diálogo. Le anoté que para mi gusto Mauriac escribía la
mejor prosa del siglo XX en Francia. Y le agregué que al-
gún crítico decía que esa prosa tenía una clara ascendencia
en las letras francesas. Que había nacido en Chateaubriand,
pasaba por Barrés y terminaba en Mauriac. Aceptó, vaci-
lante, que esa prosa era excelente en su diario pero que las
novelas no le agradaban. “No me gusta la literatura de com-
promiso”, agregó. “Aquella que le exige al autor ir siempre
hacia determinados fines. Todos los personajes de Mauriac
terminan convertidos, después de grandes descarríos. La
vida no es así. Al contrario. Es veleidosa y cambiante. Y la
novela debe reflejar la vida”.

*
En la prosa de sus mensajes, de sus editoriales, de sus
discursos apenas sí dejaba adivinar una mínima parte del
fondo de su cultura. Una cita discreta del Conde Lucanor,
una máxima de Gracián, un pensamiento de Marco
Aurelio. El fondo de sus lecturas estaba allí, en el ritmo de
su prosa discreta, en la nobleza de su pensamiento expre-
sado con sobriedad deliberada. Él, que se había paseado
por todas las literaturas, bebía como dijo el clásico, en su
propia copa y eludía deliberadamente la ostentación y el
brillo que prestan las joyas ajenas. Sus lecturas lo llevaron
a adoptar ante la vida y ante los hombres una posición de
discreto escepticismo, a no perder el equilibrio por las de-
bilidades de muchos y a comprender, con una sana filoso-
fía, que el hombre es mudable, diverso y contradictorio,
como en el poema de Barba Jacob.
FÉLIX ÁNGEL VALLEJO

Borges:
su idioma sencillo y sobrio
Al referirnos al estilo de Borges queremos recordar una
cita que de él ya hicimos, tomada del libro Diálogos Borges -
Sábato, y que dice así: “Y aquí hay algo curioso, uno al
principio cuando comienza a escribir es barroco,
vanidosamente barroco, después quizá puede lograr esa
secreta complejidad. No la sencillez, sino una secreta com-
plejidad…”.
O sea que su estilo es sólo el resultado de un severo,
lento y complejo proceso de meditación, depuración y
refinamiento estético. Por eso lo primero que se advierte,
al leerlo, es que tanto su prosa como su poesía son el sazo-
nado fruto de una muy esmerada, erudita y paciente ela-
boración. Lo que a veces parece que le restara temperatu-
ra a la obra. O que la dosis de tan vital esencia le fuera
suministrada en tan leve cantidad, que la hiciera casi im-
perceptible, deteriorándola, si no fuera por la singular su-
peración que ella alcanza con su hondura metafísica y su
secreta música interior.
De modo que para poder llegar a esa profunda claridad
y desnudez de expresión, sin que se le advierta el trabajo,
Borges debió necesitar buenos años de meditada y cuida-
dosa brega por libertarse del formalismo, uno de los más
graves e inveterados vicios de la casi totalidad de los escri-
tores de lengua castellana. Y aún más difícil la tarea si se
tiene en cuenta que la mayoría de los lectores está habitua-
da tradicionalmente a la abundancia decorativa de las
160 El ensayo en Antioquia/Selección

palabras y en general a todos los medios barrocos de ex-


presión.
Porque la verdad es que el barroquismo parece algo así
como una morbosa exuberancia inherente a la vanidad de
la especie humana. Y tal vez a toda la naturaleza, en la que
abundan las abigarradas decoraciones.
¿No será que el hombre, animal caído y vanidoso, ador-
na sus pensamientos, palabras y obras -se adorna a sí mis-
mo- impulsado por la necesidad de ocultar, disfrazar o
disimular su angustia y vergüenza? Como es el único ser
viviente, consciente y dolorosamente avergonzado, no tie-
ne otra salida que la de esconderse en la vanidad.
De ahí el que se entregue, de modo casi total, y con
olvido de lo que en realidad es (nada), a un fantástico sue-
ño de ilusiones, placeres, poder, felicidad y perfección, en
cuyo proceso y fin sólo halla dolor. Cosa que le ocurre en
todas las formas que adopta para su representación, así en
las del simple teatro de la vida habitual como en el más
complejo de las artísticas, científicas, políticas, religiosas,
etc. O sea que siempre está representando su tragicome-
dia, si se halla en su casa, asiste a reuniones sociales, va por
la calle, habla, escribe, pinta, esculpe.
Y por todas partes se disfraza de pavo real, inflándose,
adornándose y decorando miméticamente sus representa-
ciones, igual que esa ave ilustre, la que si hablara diría, se-
gún lo dijo Ortega, que su alma está en su cola. ¿Acaso no
ha vivido el lector que no sólo gusta de que lo admiren los
demás, sino de admirarse a sí mismo? Y todo ello porque
su naturaleza caída no le da tregua en el ineluctable papel
de actor de su propia farsa.
De modo que en la literatura, y en general en el arte, las
llamadas escuelas literarias o artísticas no son cosas distin-
tas a las diversas formas de expresar los disfraces por me-
dio de los cuales, a la vez que nos manifestamos dentro de
la tragicomedia, nos escondemos o nos fugamos de la
Félix Ángel Vallejo
Caricatura de Horacio Longas
162 El ensayo en Antioquia/Selección

angustia. No es lo habitual que lo entendamos así, ni es


reprochable, pero es la verdad. Trátase sólo de uno de los
modos de viajar o de representarnos, aquí en el mundo del
bien y del mal, a fin de que podamos digerir el misterio de
la vida según la vocación o medio de manifestarse que a
cada cual le es inherente. Lo que importa es que hagamos
la digestión, que entendamos, pues sólo así nos iremos li-
bertando.
¿No vive el lector que es esclavo de su trabajo, arte o
representación y que sólo se liberta al paso que entien-
de? No amamos sino lo que entendemos, y sólo lo vivido
y entendido es verdad, todo lo cual es lo mismo que li-
bertad, belleza e inocencia. Por eso el paraíso o reino de
Dios, “que está dentro de nosotros”, es comprensión y
amor.
Pero tan pronto como el hombre abusa en exceso de
los adornos o decoraciones de las modas, repitiéndolos
durante años o hasta siglos (es animal de costumbres o
reiteraciones), al fin se hastía y dice entonces que el único
bello y real valor es la sencillez o “la secreta complejidad”,
según Borges, en cuanto se refiere al estilo. Es decir, que
por reacción opta por situarse en el extremo contrario al
de la época en decadencia para edificar allí, con modernísi-
mo sentido, una nueva vanidad.
Y como la imaginación humana es más limitada de lo
que parece, pues ni siquiera ha podido sobrepasar el nú-
mero de los monstruos mitológicos, con los sucesivos
hastíos y reiteraciones viene a cumplirse la milenaria e in-
eluctable ley del eterno retorno o repetición de la historia
(una profecía al revés) por los siglos de los siglos.
“Al tiempo que nos acecha desde todos los rinco-
nes el hastío -dice Ortega y Gasset, en bella prosa ba-
rroca- nos va cayendo gota a gota dentro de las entra-
ñas el dolor universal: entonces advertimos la vacuidad
El ensayo en Antioquia/Selección 163

de la existencia, entonces necesitamos beber vinos ge-


nerosos de las bodegas ajenas, entonces nos emboscamos
en las escenas trágicas del arte o buscamos las saucedas
lientas que plantó a la vera de algún río algún hombre
grande y bueno de cuyo pecho manaba otro río de
ternura, idealismo y dulcedumbre. Pareciéndonos la
vida sórdida e indigna de sufrir, la henchimos de arte
(fuga o refugio de la angustia, decimos nosotros) y
estivamos de imaginación las barcas lentas de nuestras
horas”.
“Es, pues, el arte una actividad de liberación. ¿De
qué nos liberta? De la vulgaridad. Yo no sé lo que tú
pensarás, lector; pero para mí, vulgaridad es la realidad
de todos los días; lo que traen en sus cangilones unos
tras otros los minutos; el cúmulo de los hechos, signifi-
cativos e insignificantes, que son urdimbre de nuestras
vidas, y que sueltos, desperdigados, sin más enlace que
el de la sucesión, no tienen sentido. Mas sosteniendo,
como a la pompa el tronco, esas realidades de todos los
días, existen las realidades perennes, es decir, las ansias,
los problemas, las pasiones cardinales del vivir del uni-
verso. A éstas son a las que llega el arte, en las que se
hunde, casi se ahoga el artista verdadero, y empleándo-
las como centros energéticos logra condensar la vulga-
ridad y dar un sentido a la vida”.
Tal vez podríamos hacer de lo anterior una síntesis así:
Agobiados por la estupidez y angustia de la vida cotidiana,
unos hombres se refugian en el arte; y si en tal refugio
logran realizar sus obras con toda la profundidad humana
de que son capaces, podrán digerirla y entenderla amoro-
samente (este amor es un grande y bello misterio, y sólo lo
sabe el que lo ha vivido) como en cualquier otro trabajo,
ocupación o padecimiento. En esto consiste, pues, este
oscuro, misterioso, pesado y doloroso viaje terrenal y su
única salida.
164 El ensayo en Antioquia/Selección

Pero antes de continuar con el Borges escritor, veamos,


brevemente, al Borges humano.
Viéndolo y oyéndolo por televisión, al instante
intuimos la presencia o intimidad de un hombre sincero,
probo y digno.
La diafanidad de su vida interior se ve, de inmediato, en
este peculiar modo en que él, por naturaleza, gusta poner-
la de presente en todas y cada una de sus palabras. Lo mis-
mo cuando habla de sus padres, de su arte o de sí mismo,
con hermosa sencillez e inocencia.
Emana de él una singular delicadeza en todas sus for-
mas de expresión, igual que si fuera un niño bueno en sus
pensamientos, palabras y obras. Hasta en su desnuda afir-
mación de que no cree en Dios o de que es tan escéptico
“que ni siquiera está seguro de que no haya un Dios”, se
hace merecedor de respeto, por su probidad, en este mun-
do sucio e hipócrita. Y aún más cuando -como sólo po-
dría decirlo un párvulo- afirma que, consciente de su con-
ducta, no se considera digno de cielo ni de infierno, y que
a los dos los ve como hipérboles.
Todo esto nos hace ver en él algo así como un gozoso
mundo íntimo, fantástico, infantil y poético. Nunca ha-
bíamos visto antes un niño semejante a él, así de grande y
de viejo, y viviendo en un maravilloso paraíso de fantasías
infantiles.
LUIS GUILLERMO ECHEVERRI ABAD

La muerte por burros


El señor gobernador de Bolívar resumió, en forma patéti-
ca -que deja el ánimo perplejo e invita a hondas reflexio-
nes-, la situación de su muy extenso e importante departa-
mento, centro de grandes explotaciones pecuarias y agrí-
colas, impulsadas ellas sólo por el ímpetu desconcertante
y plausible de la actividad privada.
“Allá se matan por un burro y por tierra”, dijo en sus
declaraciones para la prensa, el alto funcionario del gobier-
no. Nada más conciso y elocuente, significativo y peren-
torio para definir la situación de un pueblo como esa frase
que, seguramente, es fruto de largas reflexiones y de am-
plio y bien fundado conocimiento de la tierra que admi-
nistra el señor gobernador de Bolívar.
No se matan por la acción tremenda del ron blanco, a
pesar de que ese alcohol es inmundo y venenoso; no se
matan por celos; no se matan por robar; no se matan por
política. “Se matan por un burro o por tierra”, es decir,
por un semoviente de costo bajo, y por el anhelo innato
de poseer un pedazo de tierra labrantía, o por defender sus
linderos.
“Se matan por un burro”, porque en esa región a la
que le faltan miles de kilómetros de carretera, el burro des-
empeña papel de incomparable significación económica.
En él se transportan víveres y se llevan a los mercados los
frutos de la tierra; en él se carga el agua, porque grandes
zonas de esa comarca prodigiosa, carecen del elemento
fundamental para la vida de los seres. A grandes distancias
es necesario viajar en la vereda de las sabanas de Bolívar,
para obtener un poco de agua, del agua que en ciénagas y
166 El ensayo en Antioquia/Selección

pozos infectos se almacena para las épocas agresivas del


estiaje. En el burro se cumplen, en Bolívar, mil trabajos, y
da gusto mirar a esas gentes buenas montadas en los pe-
queños animales, cruzadas las piernas sobre la nuca de los
burros y estimulándoles el paso con una varita delgada,
que les pega en las cercanías de la cola. Caminan muy bien
los burritos de Bolívar, mansos, eficaces y sufridos, y mo-
tivo ellos de riñas, muertes y progreso. Son elemento crea-
dor y destructor a la vez; son factor decisivo de la vida
bolivarense e instrumento imprescindible de su economía;
son nota alegre y hermosa de su paisaje sabanero, fértil en
coloridos pastizales y esperanzas.
“Se matan por un burro” porque en Bolívar la gente es
miserable o ricachona. No hay ese término medio que
existe en otras regiones. El desequilibrio entre los morado-
res abruma el espíritu. Son, o muy ricos, o muy pobres
los campesinos de Bolívar. En algunas ciudades se sabe que
existen gentes que desde atrás vienen acumulando rique-
zas, que han hecho fuertes almacenamientos de dinero, y
dominan con él extensas comarcas, latifundios casi sin lí-
mites en los que pastan miles y miles de cabezas de ganado
a campo traviesa, casi que como en los Llanos Orientales.
Son gentes que poseen inmuebles en las grandes ciudades,
y son accionistas en proporciones cuantiosas de bancos y
empresas industriales.
El censo de los ricos de Bolívar desconcertaría a los
ricos de Antioquia, Valle, Caldas y Cundinamarca. Los
pondría a morirse de envidia; pues, sin alardes, metidos
dentro de sus oficios y sin empalagosas demostraciones,
los ricos de Bolívar no cuentan las cabezas de ganado por
miles sino por diezmiles.
Un hombre de apariencia sencilla, sin humos de gran-
deza, sin vanidades, que habla enredado economizando eses
-porque son económicos hasta en el idioma-, un hombre
al que no se le descubre nada por encima, mantiene una
El ensayo en Antioquia/Selección 167

cuenta corriente de hasta seis cifras y no se preocupa de-


masiado por la declaración de la renta.
Las casas de las haciendas no tienen comodidades ni be-
lleza. Esos ricos las gastan en cosas superfluas. Van a sus
ranchos a permanecer un rato, a enterarse de las bajas y los
nacimientos del ganado, a mirar muy aprisa sus dominios, y
la casa es una estación que sirve de sombrío pero no un
lugar que pueda habitarse, ni con ese fin se construye.
Contrasta con esos latifundistas sencillos la situación
del hombre campesino, pobre, sufrido, bueno y resigna-
do. Su vehículo es el burro y, por eso, “se matan por un
burro”. Sin ese animalito tan necesario, no podrían llevar
el mercado a la casa, ni concurrir a la misa, ni proveerse de
agua. En Bolívar no hay acueductos sino burroductos. En
las ancas estrechas de los burros viaja el agua de pozos
plagados de amibas, hasta las cocinas en las que arde muy
escasa leña y se fabrican muy pobres alimentos. Base de la
alimentación son el arroz y el ñame, pues no es curioso y
es apenas natural que la gente coma muy poca carne.
¿Cómo van a comer carne, a los precios elevados a como
hoy es necesario pagarla, y con qué podrían adquirirla?
Los jornales allá no dan margen para esos lujos, y es así
como se presenta el caso desconcertante de que en la Mesa
misma de la ganadería no se coma carne. La de Bolívar es
para la exportación. Los ganados de allá viajan a todo el
país en busca de mercados favorables. Son los ganados que
ceban en Armero, en Tolima, en Caldas, en Cundinamarca,
en el Valle, en gran parte de Antioquia y en los dos
Santanderes. Se cumple el adagio de que al que Dios le da
dientes no le da carne, o el de quien tiene carne carece de
dientes; y no debe ser grato para esas gentes pasar por las
inmensas dehesas en las que pastan millares de cabezas de
ganado y saber que nada se suplirán con ellas. Y no diga-
mos de los lomitos ni de las patas, ni de las colas, ni de las
piernas; les tocará a ellos para un caldo. Sin embargo, no
168 El ensayo en Antioquia/Selección

se matan por ganado, no roban ganado, no son cuatreros.


“Se matan por un burro”, porque en la vida está primero
el agua que la carne.
Centenares de kilómetros de tierra están baldíos en el
departamento de Bolívar, y la gente “se mata por la tierra”,
defiende hasta la muerte el pedazo de ella que le tocó por
herencia o en la que derribó montaña con esfuerzo titáni-
co, y realizó, tras largos años de abstinencias y sacrificios,
mejoras de importancia. El proceso del desmonte, largo,
costoso y sin apoyos oficiales de ninguna clase, lo han
cumplido estas gentes pobres a costa de sangre y de vida.
Pero cuando van a ver el fruto de su tarea larga, carecen de
recursos para una explotación en firme, y están exhaus-
tos, enfermos, y sin horizontes, y la tierra, allá, como en
todo el país, va a parar a manos de los latifundistas vecinos
y por unas pocas monedas. No existe el crédito para des-
montes; no existe el apoyo oficial para los colonos; no
hay quien dé ganados en compañía a los pequeños terrate-
nientes. Es que, en una palabra, existe un abandono pleno
de los campesinos que crean riqueza entre la selva y que
ven perder su patrimonio a la presencia del primer palu-
dismo que les da, porque comprar drogas equivale a ven-
der hectáreas de tierra.
Tengo al frente de mi máquina de escribir a una mujer
amable, distinguida y hermosa. Vino de lejos, de muy le-
jos, y en este momento está cerca a los ventanales de mi
oficina recibiendo el sol mañanero sobre su piel de raso.
Me pidió que le leyera lo que estaba escribiendo, y no lo
pudo entender. No es posible -me dijo- que en este país
suceda lo que usted está contando. ¿Por qué, Luis
Guillermo, no les dan tierra a esos campesinos? ¿Y por
qué no se las dan si usted dice qué allá sobran, que hay
muchos baldíos?
No pude darle una respuesta satisfactoria. Yo mismo,
cuando reflexiono en la situación del país, tan desequilibrada
El ensayo en Antioquia/Selección 169

y absurda, me he preguntado por qué, a estas horas de la


vida colombiana existe ese atroz contraste, esa separación
absurda, esa realidad tremenda que coloca a los hombres
en extremos tan distantes: entre la opulencia y la miseria,
entre el hambre para muchos y la abundancia para muy
pocos, y jamás he encontrado una explicación justa o ra-
zonable. Tenemos la tierra sobrando y sin uso; tenemos la
gente; tenemos las aguas y, sin embargo, la selva sigue qui-
tándole jugos a la tierra para mil menesteres agrícolas y
pecuarios, y la gente continúa sedienta. Es que no ha habi-
do un interés definido por cambiar el sistema, por mante-
ner al hombre en el campo, por hacerle grata la vida de las
encañadas y de las llanuras. Nuestro país piensa en fun-
ción del hombre de los poblados y su preocupación per-
manente es empujar el crecimiento de las ciudades y de los
pueblos, sin parar mientes en el despilfarro de energías y
de dinero, y sin contar, para nada, con los labriegos que
son la base fundamental del progreso y el elemento huma-
no indispensable para las grandes transformaciones eco-
nómicas.
Son anchas y largas las comarcas de la patria que no
tienen escuelas, hospitales, agua, luz, higiene, policía, co-
rreos, telégrafos, iglesias, caminos, y habitan en ellas mi-
llones de familias honestas, laboriosas y sufridas. Pero no
les llega ni crédito, ni asistencia moral, ni vigilancia de las
autoridades. Viven a merced del azar y matan ¡oh desgra-
cia inmensa! por un pedazo de tierra, aquí en donde sobra;
o matan ¡oh estigma para la patria! por un pequeño animal
sufrido: por un burro.
El Instituto de Colonizaciones debería ya presentarle
al país un plan de colonización práctico y sencillo. No
planes de centenares de millones de pesos y desarraigando
a la gente de sus veredas, de su ambiente y costumbres,
sino llevándoles a esos colonos -que están realizando un
esfuerzo tremendo- estímulo y ayuda; enseñándoles
170 El ensayo en Antioquia/Selección

cultivos, ayudándoles para cercar sus parcelas y construir


sus viviendas; construyéndoles pozos de agua y ayudán-
doles a la titulación de la tierra que ocupan y cultivan. No
menos de quinientas mil familias de colonos tiene el país;
luego la tarea principal, la tarea práctica, sería consolidar
esas situaciones, establecer definitivamente a esas gentes y
dotarlas de instrumento legal para que puedan recurrir a
las fuentes de crédito; mejor dicho, acabar lo que está em-
pezado por los colonos y regado por todo el país. Descen-
tralizar, en una palabra, la colonización, y darle el apoyo
al que ya ha realizado un esfuerzo, al que tenga cumplida
una labor y pueda mostrarla. Escoger entre ayudarle al
que se ayuda, y buscar gente para ayudarle, es el problema
que el Instituto debe resolver. Y si sus rectores meditan
con sensatez, escogerán el primer camino, o sea, el de esti-
mular al que ya hizo algo, al que está en perspectivas de
hacer mucho, al que muestra ánimo de trabajo, a fin de
que la gente, en este país atormentado, no siga matándose
por unas varas de tierra, o por un burro viejo, o murién-
dose de sed.
El ensayo en Antioquia/Selección 171

El éxodo campesino
La actividad nacional ha encauzado sus energías hacia la
solución del problema de la vivienda urbana. Y claro está
que las ciudades se encuentran ante un problema de pro-
porciones gigantescas, que excita sin tregua la inconformi-
dad de las clases trabajadoras. Basta asomarse a los barrios
obreros de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, etc., para
que una simple ojeada muestre la tremenda realidad que
clama por solución inmediata. Pero al lado de ese angus-
tioso problema se halla el no menos grave de la vivienda
campesina. Quien tenga ocasión de viajar por Boyacá,
Nariño, Huila, y en general por el país, advertirá, al paso
de su vehículo, la magnitud y gravedad del problema y las
implicaciones que produce sobre todas las actividades na-
cionales.
El éxodo del campesino obedece a varias causas, entre
ellas a la inseguridad y la violencia; pero en mucha parte lo
estimula la falta de vivienda higiénica y la esperanza de re-
solver ese problema domiciliándose en la ciudad. Claro,
como casi toda la fuerza de los recursos se dedica a resol-
ver el problema de la vivienda urbana, la ciudad establece
contra el campo una competencia imposible de contrarres-
tar, y que a su turno vuelve cada día más grave el proble-
ma de la vivienda urbana, pues es natural que a medida
que se presenta el aumento del éxodo campesino crezca el
de las necesidades de viviendas urbanas
De lo dicho resulta sencillo deducir que para evitar el
crecimiento anormal de las ciudades es preciso destinar
parte de los recursos a la vivienda rural, o hacer un plan
especial para cubrir tan imperiosa obligación. El abando-
no del campo produce efectos devastadores en la econo-
mía, y al mismo tiempo situaciones urbanas sumamente
172 El ensayo en Antioquia/Selección

complejas. No debe perderse de vista que nuestro país acusa


fallas importantes en la producción de artículos alimenti-
cios, y que cada hombre que abandona el campo provoca
un déficit de ellos; y si no se detiene el éxodo, tal falta po-
dría alcanzar proporciones muy grandes, que obligaría a
importar comida en cuantía superior a la que hasta el pre-
sente nos hemos visto obligados.
Tengo cierto que debe emprenderse una campaña ex-
tensa e intensa de recuperación del campo, y para lograrla,
tarea que será ardua, se requiere la colaboración decidida
del gobierno, la industria, el crédito, la Iglesia, y en general
de todas las fuerzas económicas, intelectuales y morales
del país.
El campo debe mirarse con igual interés al que se dedi-
ca a la ciudad, si se quiere llegar a la realidad y el equilibrio.
La industria depende del campo en parte harto apreciable
de los consumos. Del campo llega, o debería llegar, el sus-
tento barato y suficiente para la clase trabajadora de las
ciudades, y del campo debe llegar la materia prima indis-
pensable para porción apreciable de la industria de trans-
formación; luego es allá en donde radica el principal pro-
blema, y, por ello, cuanto se lleve a cabo en beneficio de la
familia campesina redundará en provecho de la ciudadanía
en general.
Muy importante es darle a los colombianos la oportu-
nidad de poseer una parcela. Pero entre ese hecho, y el de
resolverle a los que ya tienen el problema de poseer una
vivienda decente, considero que debería preferirse lo últi-
mo. Primero está detener el éxodo hacia las ciudades, des-
pués estimular lo más difícil, que es llevar a los ciudadanos
al campo.
Son millares las familias campesinas que viven en con-
diciones deplorables, en ranchos sucios, sin agua ni luz;
luego es por allí por donde debe principiarse la recupera-
ción, mediante planes de acueductos rurales, comisiones
El ensayo en Antioquia/Selección 173

móviles de higiene, mejor asistencia religiosa, y escuelas.


Mientras esos aspectos de la vida campesina no merezcan
mayor atención, no será posible adelantar una obra grande
en la producción de alimentos, ni se detendrá el éxodo alar-
mante hacia poblaciones y ciudades, ni se abaratará la vida.
Existen, y no se ocultan a mi juicio, estímulos muy
importantes para avivar el interés por la agricultura y la
ganadería, y bien lo saben los economistas y dirigentes del
país. Pero al lado de ellos, si es que estamos en condiciones
de llevarlos a la práctica, están como principales la vivien-
da campesina, el agua limpia, la asistencia médica, la escue-
la y el camino.
El camino es cuestión fundamental. Desde la Colonia
¡qué desgracia! no se construyen caminos vecinales; algo
peor, no se atiende al sostenimiento de los que abrieron
indios y virreyes.
Las reformas sobre impuesto predial y la centralización
de esos recursos, trajeron como consecuencia el total aban-
dono de los caminos de montaña, y por hacer autopistas y
ampliaciones inútiles en un país pobre, hemos dejado aban-
donados a nueve millones de labriegos, que pagan dema-
siado caro el transporte de lo que producen o de lo que
consumen, y que viven en un aislamiento infame.
Hablamos demasiado sobre el exagerado costo del trans-
porte por carretera, pero dejamos de un lado el estudio del
transporte a mula o a hombro de mujeres y niños. Para
ese problema no tenemos demagogos ni técnicos; para ese
problema no cuentan ni los políticos, ni los ministros, ni
los gobernadores, ni los alcaldes, y es ahí, precisamente
ahí, donde está una de las principales causas de la carestía
de la vida y del abandono aterrador de los campos.
¿No habrá llegado el momento de suspender obras
suntuarias para dedicarle esos recursos a la vivienda, la hi-
giene, la escuela, los acueductos rurales y los caminos de
vereda?
174 El ensayo en Antioquia/Selección

El hombre bajocaucano, llamémosle de tal modo, es


un espectro que trabaja para sostenerse en pié. ¡Qué ho-
rror, Ministerio! Ando cierto que cuando hubo de hacerse
medicina rural, no se encontró cosa parecida. Esto es nido
y criadero de amibas, anofeles y todas las plagas tropica-
les, jamás atacadas y nunca tratadas. A la alimentación de-
ficiente súmanse la vivienda desguarnecida y el clima fuer-
te, y esto da la sensación de una reunión de fantasmas,
provocadora de miedo y lástima.
Los curanderos hacen por acá de las suyas, y han ele-
vado el precio de los brebajes tanto como los dueños del
monopolio de drogas, pues el mal ejemplo es maleza que
cunde. Les venden, para la fecundidad de las hembras, agua
del río Cauca, rotulada como agua del arroyo Ayurá, que
cruza a Envigado, y fama goza de fecundadora.
Para las enfermedades venéreas les dan hojas de
“Parapelo”; la mordedura de serpiente ni siquiera la atien-
den con aceite de caparrapí, que en verdad es bueno, sino
con hiel de guagua, o mezclada con tripas de culebra; y a
las parturientas, ni la cigüeña milagrosa les concede un poco
de consuelo, y mueren entre dolores atroces, en pleno y
total desamparo.
Si algo hay en el país abandonado a sus propias desgra-
cias y flagelos es esta parcela del Bajo Cauca, prodigiosa
para todo esfuerzo creador. Visítela, señor Ministro. Salga
usted de su oficina un día o dos; deje plantados a tantos
intrigantes que lo cercan, y vaya poniéndose en contacto
con su tierra y su pueblo. Invite a su excursión, que por
otros aspectos produce emociones inefables, a su amigo
Barco, y al Ministro de Agricultura, y naveguen por los
más abandonados ríos de la patria para que sientan un poco
el dolor y las torturas de sus conciudadanos. En hallando
aquellas tierras de promisión, cierto ando que cambiará el
criterio del gobierno, porque no olvidemos que el primer
problema del país es no conocer el país.
El ensayo en Antioquia/Selección 175

La guerra contra la violencia debe declararse y cum-


plirse sin economías, sin miedos ni cobardías, sin tregua ni
contemplaciones.
A la guerra de los bandoleros, por varias ocasiones per-
donados, debe responderles la guerra por la paz, y si faltan
recursos, que se decreten impuestos, pero para que las Fuer-
zas Armadas muestren que sí sirven para la defensa de la
patria, sin sosiego, amenazada y cruelmente ensangrentada.
Si del contingente en armas no puede disponerse, en-
tonces que permitan a los hombres de bien organizar su
propia defensa y la ajena, porque no es justo que los cam-
pesinos honrados, y la misma gente de las poblaciones,
tengan de aguardar, inermes y perplejas, a los antisociales
implacables, ellos sí armados hasta los dientes. ¿Por qué,
cuáles noble razón o válido argumento podrían invocarse
para que las buenas gentes laboriosas del país tengan que
someterse a morir más cruelmente que las ratas y las ser-
pientes?
La tesis de la pena de muerte gana cada día más terreno
en la opinión pública. Se oye hablar de ella como de una
necesidad de la justicia frente a los horrores incontrolados
del crimen y la barbarie, y al lado de esa peligrosísima am-
bición, excitada ella por la desesperación de las gentes, otros
rumores, no por cierto menos graves, se escuchan por
dondequiera. Es que el pueblo no quiere resignarse a que
lo sigan asesinando sin que haya una colaboración eficaz-
mente en su defensa, y tiene ya ganas de ensayar la
contradefensa, para morir dejando por lo menos huellas
de hombría y ejemplos de dignidad. Ese pueblo es valero-
so y digno, y está deprimido por no poder hacer valer su
derecho a la vida que es primero, y más grande, y más res-
petable. Derecho del hombre que anda desesperanzado y
con fe porque no advierte la presencia de una cruzada de
fondo, grande y vigorosa, que le ponga remate a la disolu-
ción y fin a la impunidad.
176 El ensayo en Antioquia/Selección

Tengo cierto que esta franqueza caerá ingratamente en


determinados sectores, y algunos, quizá, la mirarán con
sorpresa o desvío; tal vez la tomarán a la manera de una
peligrosa intervención, pero desde lo más hondo de mi alma
hay algo que me está reclamando, con vehemencia incon-
tenible y caudalosa, que exprese públicamente que no
podemos continuar con la política de los perdones, y que
debe ser más actuante y definitiva, más organizada y cons-
tante la acción del Ejército. Y si así no pudiere éste obrar,
entonces que se rebaje el pié de fuerza -ya que no estamos
amenazados en ninguna frontera-, y que la economía se
dedique a la organización de una fuerza más ágil y dinámi-
ca, más presente en los campos; que inspire confianza y
que salve, por fin, los derechos inalienables del ciudadano
y el amenazado porvenir de la patria.
El ensayo en Antioquia/Selección 177

Escuelas para animales


Por dondequiera que he viajado, y no es, poco el mundo
que tengo visto, siempre cautivó mi atención el trabajo de
los animales, su tarea fecunda y su valiosa colaboración
en la producción campesina, base la más segura de la gran-
deza económica de los pueblos.
Bueyes, mulas, vacas, caballos, labran, por el mundo la
tierra áspera. Y es hermoso ver la manera cómo los campesi-
nos atienden y cuidan a sus fieles compañeros de lucha, a sus
buenos amigos leales y sufridos, que soportando inclemen-
cias y venciendo dificultades son factor de producción, deci-
sivo y valioso, dentro de complejos sistemas económicos
En Estados Unidos, que nos sirven, de modelo para
cuanto choca con nuestro temperamento y rompe nues-
tras tradiciones, y por ello principio por allí, también he
visto muchas cosas buenas que deben imitarse, porque
acoplan con nuestras necesidades; pero esas, precisamen-
te esas, son las que repudiamos como ejemplo.
Recuerdo la ocasión en que mi compañero de viaje hizo
detener el vehículo frente a una hermosa campiña de la-
branza. El espectáculo de las tareas rurales, para quienes
tenemos alma campesina y manos untadas de tierra, siem-
pre será atractivo, subyugantes y conmovedor.
El hombre cuando está frente a la tierra sintiendo su
grato olor inconfundible y fiando a sus entrañas todo su
esfuerzo, entregándole el sudor de su frente, sus anhelos y
esperanzas, haciendo con sus propias manos el milagro de
la creación renovada, no purga una maldición sino que
está representando a Dios en la tierra, precisamente en las
actividades más nobles y sublimes.
El sembrador, por tan cerca a la naturaleza, la siente
hondamente, y por fiar tanto en ella, nunca podrá alejarse
178 El ensayo en Antioquia/Selección

de Dios. Por ello ni las calamidades de los estiajes, ni largos


y penosos inviernos, ni plagas y fracasos, empañan la sen-
cilla y sincera fe, metida en las almas a la manera que en las
plantas la clorofila vivificadora.
Frente a nosotros una porción de tractores potentes,
con su ruido peculiar, labraba barbechos. Y comentó mi
compañero de viaje: los milagros de la mecanización bien
claramente muestran por qué es grande este país admira-
ble. Es cierto -me limité a responderle.
No habíamos avanzado mucho trecho cuando a lo le-
jos advertí otra tierra en labranza. No se escuchaba allí el
atronador ruido de las máquinas ni se percibía el olor a
combustibles; no había ese choque, accionado por impul-
sos mecánicos modernos, del hierro contra la tierra en es-
pera de entrega. Todo cumplíase silenciosamente, sin es-
trépito, tal si los labradores estuvieran orando.
Cinco caballos percherones, robustos y negros, mane-
jados por dos adolescentes, avanzaban con firmeza sobre
la dura tierra. Le comenté a mi compañero: todavía aquí
en el país de las máquinas, el caballo compite con ellas y
hace la misma tarea creadora y fecunda. Sí -respondió al
instante-, pero ¿a qué precio? Valdría la pena preguntarlo
–respondí a mi amigo–, y sin más pensar me acerqué a los
rubios labradores adolescentes.
De aquel diálogo, mi compañero salió perplejo. Los
dos jóvenes campesinos americanos nos dieron tan abun-
dante copia de razones en favor de la fuerza animal, que
ambos, a la postre, quedamos convencidos de que el em-
pleo de animales, en los mismos Estados Unidos, es venta-
joso y económico.
Entre lo que escuchamos recuerdo que el más joven y
parlanchín anotó: aquí no compramos combustibles, que
valen mucho, pues sembramos pienso y lo ensilamos, y
nos resulta muy barata la comida de los caballos. La comi-
da de ellos es el combustible que consumimos, y aquí
El ensayo en Antioquia/Selección 179

mismo lo fabricamos. Los tractores no abonan, y en cam-


bio los caballos nos producen muchos kilos de estiércol y
de orina, que nos reemplazan los abonos químicos. Nues-
tros caballos no necesitan repuestos, ni cuestan lo que una
máquina, ni se desvalorizan tan rápidamente como ellas.
También se mueren, es cierto, pero en todo caso viven
más que los tractores. Nosotros únicamente paramos el
trabajo -continuó- en los días de fiesta, y lo menos que
rinden los caballos no alcanza jamás a representar lo que
cuestan los intereses del capital invertido en tractores, las
reparaciones y repuestos y el lucro cesante por esos moti-
vos, con más combustibles y lubricantes, y la mano de
obra especializada. Y añadió: nuestras tierras son las más
pobres de la comarca; sin embargo superan en produc-
ción a las vecinas, porque las trabajamos con menos capi-
tal y gastos. Los tractores, es cierto, hacen el trabajo en
ocho días, y los caballos gastan quince. Pero ¿para qué,
señores, hacer el trabajo ocho días antes, si las siembras
por lo general tienen fechas fijadas?
Aquel muchacho, harto enterado de su oficio, a tiem-
po que bien informado de la lucha económica entre la
máquina y los animales, hizo más firme y sólido mi con-
cepto sobre el inmenso valor que estos últimos tienen en
la economía rural. Y me mostró la alfabetización envidia-
ble sobre lo que es de su competencia, que ha logrado el
pueblo campesino de los Estados Unidos, y de la cual no-
sotros estamos muy lejos, por desgracia.
Mi compañero de viaje -hombre supercivilizado- tuvo que
inclinarse ante la verdad, no sin haber antes agotado la exis-
tencia de sus argumentos, que ante la presencia de las cifras,
que también le diera el muchacho, cayeron por su base.
He visto en Italia, Francia, Inglaterra, Portugal, Espa-
ña, por toda Europa la prodigiosa tarea de los caballos,
bueyes y vacas, en la producción agrícola. Y me he ido al
campo a verlos trabajar y a enterarme de si en verdad son
180 El ensayo en Antioquia/Selección

mejores para la agricultura de los pequeños terratenientes,


que las máquinas, y sinceramente no me quedan dudas
sobre el particular.
Por lejanas tierras de África, desde Egipto a la Costa de
Marfil, desde allí al Congo Belga, Kenya, Uganda,
Tanganika, Ruanda, Urundi, Angola, vi siempre al hom-
bre negro labrando con bueyes y vacas, arando esos sue-
los ásperos e infecundos que la erosión ha maltratado en
forma impresionante.
En Grecia, Persia, Turquía y El Líbano, los caballos
y bueyes son las herramientas imprescindibles de los
campesinos, y no faltan por allá el sustento para millo-
nes de habitantes, ni consumen sus divisas importando
maquinarias costosas, y a veces ruinosas, ni desalojan
los brazos campesinos de la tierra, ni cambian ésta por
chatarra.
El incomparable Valle del Nilo está trabajado con
bueyes y vacas desde los faraones. Tierra y animales han
sustentado allá, por siglos, no únicamente a esa nación sino
a muchas, y el algodón y el trigo egipcios, así producidos,
han ido a competir a todos los confines de la tierra.
No me explico, ni me cabe en la cabeza por qué aquí
abandonamos los bueyes y las mulas, que antaño nos die-
ron el sustento. ¿Somos ricos? No; muy pobres y muy
pretenciosos, muy metidos a grandes, y muy ingenuos e
impreparados. Hemos invertido millones de dólares en
equipos carísimos, que ni siquiera sabemos manejar, y el
avance de nuestra producción es mezquino. Lo más que
hemos producido se lo han tragado los intereses, las pérdi-
das de equipos, las reparaciones de los reportes combusti-
bles. Es negro el balance de esa mecanización, desordena-
da, sin plan ni cálculos, sin estudio, que apenas ha servido
para aumentar compras en el exterior. Más claramente,
hemos trabajado en parte apreciable para las factorías ex-
tranjeras y para los intermediarios.
El ensayo en Antioquia/Selección 181

Entiendo de sobra que no se puede abrir lucha a muer-


te contra las máquinas, y sé, también de sobra, que son
absolutamente necesarias para muchas actividades agríco-
las. Igualmente conozco que no puede prescindirse de ellas
en los grandes cultivos, y que si hoy tenemos algodón su-
ficiente para nuestra industria textil, y en buena porción
azúcar, ajonjolí y otros productos, se debe ello al benéfico
aporte de la mecanización; pero ese hecho irrebatible no
pugna con la tesis de que en un país pobre, los pequeños
agricultores no deben comprometerse en grandes inver-
siones que los ahogan, y que deben emplear, en cambio, la
fuerza animal, más sencilla de usarla, menos costosa y com-
plicada e igualmente eficaz en numerosos menesteres.
No podemos aspirar a que cada cultivador sea dueño
de un tractor, y tampoco debemos permanecer en los sis-
temas rudimentarios, esos sí caros, de la labranza a pura
mano encallecida. Luego debe fomentarse el sistema inter-
medio, representado por el uso de animales de labranza,
que así como pueden reemplazar máquinas aceleran, faci-
litan y economizan cuando reemplazan el trabajo directo
del hombre.
Para lograr ese fin, es menester que los Fondos Ganade-
ros, la Caja Agraria, etc., establezcan escuelas de enseñanza
para caballos y bueyes de labranza y provean de las herra-
mientas y elementos adecuados. Hoy es muy difícil conse-
guir animales adiestrados, y estoy seguro que cuando los
haya, grande será su demanda. La gente quiere usar anima-
les en el campo, y necesita usarlos; pero ni hay hombres ni
animales preparados. ¿No es, en verdad, vergüenza grande
que mientras no sepamos arar con bueyes o con mulas,
compremos tractores carísimos que tampoco sabemos ma-
nejar, o que continuemos trabajando con azadones?
182 El ensayo en Antioquia/Selección

El burro laborioso
Contra lo que piensa el común de los humanos, el burro
es un animal inteligente. Se domestica con sencillez, traba-
ja hasta la fatiga y hasta longevo, es sufrido, resignado y
guapo.
En hartas comarcas del mundo los hombres han podi-
do llevar a cabo prodigiosas empresas, gracias a los servi-
cios del burro, porque es factor de progreso y barato ins-
trumento de trabajo.
Tiene muchos usos esa “herramienta” de producción,
que así como solventa apremiantes necesidades del hom-
bre, labora soportando largas abstinencias, duras hambres,
fuertes latigazos, atroces aguijadas.
Sorprenden la paciencia del burro, su natural inclina-
ción al sufrimiento, su inestimable capacidad de soportar
hambre y sed, y su paciencia, que solamente aflora en ra-
bia por excitantes crueles, cuando está por medio el instin-
to de conservación.
En numerosas comarcas los hombres han podido so-
correr, sus apremios de agua, gracias a los “burroductos”.
En ese campo harto les debe la vida humana, porque allí
han cumplido jornadas memorables, que no podríamos
olvidar meramente porque el progreso use ahora nuevas
formas de aprovisionamiento del imprescindible líquido.
Recuerdo las largas filas de pequeños burros que via-
jaban del pueblo de Sincelejo a los sucios manantiales ve-
cinos -que a tantos enriquecieron- a cargar agua. Los re-
cuerdo cumpliendo esa tarea en todas las regiones secas
de la Costa colombiana, y también recuerdo que como el
agua era tan cara, los pobres burritos sentían la sed mor-
diendo cruelmente sus entrañas resecas, y la padecían es-
cuchando sonar el agua que a otros habría de saciárselas,
El ensayo en Antioquia/Selección 183

o teniendo frente a sus ojos fatigados los manantiales pro-


veedores.
Las cansadas pupilas de los burros perdíanse
desesperanzadas atisbando el agua vedada. Y ante seme-
jante crueldad, aquellos seres, desposeídos de defensas y
apresados por la mano atormentadora de los hombres,
solamente podían dar, como protesta, rebuznos adoloridos
que se perdían en las soledades de las comarcas, sin llegar a
tocar siquiera la calcinada sensibilidad de los hombres. Los
vi calmando su sed infernal con orines de sus semejantes,
o con sus propios orines, ¡y reían los hombres!
Todavía los burros son aguadores. Desde la alborada
hasta el crepúsculo viajan a cumplir esa tarea que, satisface
imprescindibles necesidades del hombre. Y reposan a la
vera recalentada de los caminos, comiendo hojas secas,
papeles y desperdicios. Tal es el salario que reciben, esa la
avariciosa remuneración que se les dispensa.
Cargan leña, arroz, maíz, los frutos todos de las
sembraduras, y como si eso fuese poco, los dueños se tre-
pan sobre la carga y los chuzan sin piedad, y los maltratan
sin descanso, y los hostigan sin compasión.
A veces caen, temblorosos y desfallecidos, sobre la are-
na recalentada, y no por ello se conmueven los dueños;
por modo contrario, los acosan y maltratan, los insultan y
castigan más.
En algunas regiones del país, cuando la civilización lle-
vó hasta ellas acueductos moderno, quedaron cesantes
muchas gentes cargadoras de agua, y sin oficio muchos
burros. No les pagaron cesantía de alimentos, ni les depa-
raron asistencia en la vejez, no obstante haberlos explota-
do durante largos años. Los dejaron abandonados en los
caminos, señoreados por toda suerte de plagas, domina-
dos por gomas y tremendas mataduras malolientes. Reco-
rriendo morosamente los caminos, inválidos hambrientos,
con sed y odiados, encontraron la muerte por atropello de
184 El ensayo en Antioquia/Selección

buses o lapidados por la muchachada inclemente. Así les


pagaron los hombres a esos seres sufridos, que por largo
espacio de tiempo hubieron de surtir sus necesidades de
agua, pero padeciendo ellos sed y hambre.
Y el caso de los pobres burros se sigue repitiendo en
esta enredosa vida colombiana. Millares de gentes, que para
satisfacer las necesidades de otros, padecen tremendas abs-
tinencias y soportan fríos, hambres y miserias, mueren
como los burros aguadores, echados en los caminos de las
grandes ciudades, implorando de la caridad pública un ges-
to de compasión, pero sin que se abran para ellos las puer-
tas de los hospitales. Y así tendrán que morir muchos más,
porque los dineros oficiales no alcanzan en Colombia para
surtir las necesidades de los hospitales; por que el tesoro
público únicamente socorre obras suntuarias y superfinas;
porque las altas autoridades rectoras no piensan que así
como los particulares tenemos obligaciones qué cumplir,
el Estado es el primer obligado a cumplirlas, y no cambiar
esos elementales deberes, que impone la justicia social, por
empeños vanidosos, por algo que atraiga la atención de la
opinión pública o que conquiste prestigio o acerve hono-
res.
¿No estaremos jugando con candela, teniendo abando-
nadas las más apremiantes necesidades del hombre colom-
biano?
CAYETANO BETANCUR

La universidad y la
responsabilidad intelectual
El tema de la responsabilidad intelectual es todo él una
cuestión de nuestro tiempo. A Sócrates no se le ocurrió
plantear ante los sofistas este problema. Se discutía enton-
ces un asunto más radical, es a saber, si la inteligencia (o la
razón), puede alcanzar el ser de las cosas. Los sofistas no
eran unos irresponsables intelectuales: muy al contrario,
eran gente seria, pues seriedad implica el decir que el ser es
inaccesible, y que sólo debemos ocuparnos de las cosas
mismas, en cuanto prácticas, en cuanto pragmáticas. El
triunfo de Sócrates no fue contra la charlatanería de los
sofistas sino contra su escepticismo. ¿Habrá algo menos
irresponsable que un utilitarista? Pues, bien, en el fondo
esta era la posición de los sofistas1.
Así como la responsabilidad moral y la penal y la eco-
nómica son temas relacionados íntimamente a un posible
abuso en el orden moral, o en el penal o en el económico,
de igual manera la responsabilidad intelectual es una cues-
tión que sólo se suscita cuando se presenta el abuso de la
inteligencia. Y este abuso de la inteligencia no fue conoci-
do ni en la antigüedad ni en la Edad Media; tampoco en los
primeros siglos de la llamada Edad Moderna. Corresponde
quizás a la última centuria que llevamos de vida histórica, es

1 Cf. W. Jeager, Paideia, t.II, p.127 y ss. (vers. esp., México, 1944); Julián
Marías, Introducción a Platón, en la trad. del Fedro, p.57 y ss. (Ed. Revista de
Occidente, Argentina, B. Aires, 1948); Ernst Hoffman, Griechische Philosophie
bis Platon, p.109 y ss. (F.H. Kerle, Heidelberg, 1951).
186 El ensayo en Antioquia/Selección

decir, de 1850 hasta nuestros días, el que la inteligencia


empiece a abusar de su tarea, el que no responda por lo
tanto a la misión que siempre se le tuvo asignada. En efec-
to, casi contemporáneos son Nietzsche, Oscar Wilde,
Bernard Shaw, Proust, Gide, y en ellos cabe localizar bue-
na parte del origen en el abuso de la inteligencia. No niego
que en muchos de ellos, primordialmente en Nietzsche,
palpitará en lo hondo una inconformidad contra la sufi-
ciencia filistea de las gentes de su tiempo, inconformidad
que se dirigía desde luego a la búsqueda de valores eleva-
dos y que pugnaba por hallarlos a contra vía, es decir, por
caminos distintos de los que la humanidad había trasegado
milenariamente. Pero en todos los citados y en otros más
de menor prestancia, se anuncia ya la posibilidad de hacer-
lo todo con la inteligencia, lo que no es otra cosa que una
manera de caricaturizarla y ponerla en ridículo2.
El intelectual de nuestro tiempo tiene su filiación en
estas grandes figuras de la cultura moderna. Su inteligencia
ya no sirve para el conocimiento de la verdad, sino que “es
una forma de la propaganda”, para usar una expresión
spengleriana. En este momento agónico, la inteligencia es
“voluntad de vida”, “fuerza vital”, “principio dinámico
práctico”, en ningún caso voluntad de verdad.
Pero con todo, ni siquiera me refiero a esa decadencia
de la filosofía que describe Spengler en su famoso libro,
decadencia que radica en el abandono de los grandes temas
metafísicos para caer en un eticismo de carácter social y
práctico, mezquino en sus miras, y lánguido en el aliento
vital que lo informa. Si por este aspecto, todas las culturas,
en el sentido del maestro alemán3 han padecido en sus

2 “Nada hay serio, excepto la pasión. La inteligencia no es una cosa seria,


ni lo fue nunca”, dice Oscar Wilde en Una mujer sin importancia.
3 Cf. La decadencia de Occidente, t.II, en esp. p.223 y ss. (vers. esp., Madrid,
1925).
El ensayo en Antioquia/Selección 187

finales una desviación de este orden, lo que ahora contem-


plamos es algo de peor calidad todavía, pues que no signi-
fica otra cosa que el torpe aprovechamiento de la inteli-
gencia para expresar toda clase de pensamientos, así sean
ellos verdaderos o falsos, calumniosos o veraces, símbolos
de autenticidad o recursos de la más refinada simulación.
Nadie osaría negar que en mucha parte el origen de
este mal tan peculiar a nuestra época corresponda tam-
bién al periodismo, una necesidad típicamente occidental,
desconocida completamente antes, y ello por razones ob-
vias. Desde que diariamente un ejército de hombres que se
llaman periodistas, se vean en la necesidad de ganarse la
vida, escribiendo, sin saber si tienen algo que decir, y sí
sólo en posesión de unas múltiples maneras de decirlo,
resulta entonces claro que el pensamiento debe derivar
hacia zonas distintas de las de su objeto propio que es la de
expresar la verdad. Ya es una hazaña que existan periodis-
tas que sepan sustraerse a la necesidad de falsificación, aun
a costa de que se les llame triviales y adocenados. Pero si
miramos más a fondo, ¿no está afectada de periodismo toda
cultura moderna? ¿Cuántos son los escritores de novelas,
de ensayos, de crítica literaria y biografía que se ven urgidos
a sacar tres y cuatro libros anuales, al principio por necesi-
dad, otras veces por codicia y siempre por el temor de apa-
recer sepultados en vida, como escritores sin vigencia y
sin público? En tales condiciones, no es de esperar que la
inteligencia que mueve esas plumas y configura esos esti-
los, pueda ocuparse de otra cosa que de atender al oficio.
Si el mundo está tocado de imbecilidad, es porque la
inteligencia se halla contagiada de excesiva vivacidad. Como
en la frase nietzscheana, aspira más que a la vida eterna, a
la vivacidad eterna.
Entonces cabe llamar a responder a la inteligencia. Y
como toda respuesta, esta de la inteligencia es respuesta a
alguien y respuesta sobre algo. En otras palabras, la
188 El ensayo en Antioquia/Selección

inteligencia debe responder hoy a la pregunta sobre su


misión, dando cuenta, a la vez, acerca de la manera como
la ha cumplido en nuestro tiempo.
Y esta situación en que se halla la inteligencia, cabe tras-
ladarla a la universidad de nuestros días, ya que la universi-
dad no fue otra cosa en sus orígenes, ni puede renunciar a
ser cosa distinta que la “inteligencia como institución”,
como se expresara Ortega y Gasset4.
La universidad medieval surge en las escuelas. Por ello
se llamará, durante largos siglos, “escolares” a los alumnos
que la integran. Las palabras escolar y escuela tienen una
raíz común en el griego más antiguo que significa “tiempo
de ocio”, o el ocio mismo. Esto porque se suponía que el
tiempo escolar es la otra cara de la medalla de “los días
laborales”. La labor, el trabajo consistía para los griegos
en la producción de cosas útiles, de krémata, objetos al fin
y al cabo del comercio y del trueque, con los cuales se
atendía a la subsistencia propia y de la familia. El escolar,
en cambio, sólo tenía por misión la teoría, la contempla-
ción. Tan agudamente extremaba el hombre antiguo la dis-
tancia entre la labor intelectual y los demás oficios, que
Platón recoge en uno de sus diálogos más celebrados, el
Teethetos, la leyenda del viejo Tales que un día cayera a
una fuente por estar mirando las estrellas, lo que provoca
la risa burlona de su esclava tracia. Y se hace cuestión lar-
gamente debatida entre Sócrates y su interlocutor en el
diálogo citado, la de saber si aquél que por estar “contem-
plando las cosas celestiales, no ve las que tiene ante sus
pies”, puede ser objeto de respeto y no más bien de burla
y risa5.

4 En el centenario de una universidad (la de Granada, 1932), Obras Completas,


t,v, p.461 (Madrid, 1947).
5 Cf. Josef Pieper, La situación actual del que filosofa (Rev. Arbor, septiembre-
octubre, 1952, Madrid).
El ensayo en Antioquia/Selección 189

Hasta este punto está pues vinculada la Universidad


con la inteligencia y los menesteres de este orden, que sue-
na a contradicción el que hoy hablemos de universidades
industriales, obreras, artesanales, etc., pues el que concu-
rre a una universidad no puede hacerlo en otro papel que
en el de intelectual, así su labor cotidiana y su subsistencia
se radiquen en humildes quehaceres extraños a la contem-
plación desinteresada. El “Kalos sjolazein”, el entretener
bellamente los ocios, tiene que seguir siendo la actitud in-
terior del que concurre a las aulas, pues sin ella se frustra
el propósito, fracasa la intención6.
Claro está que la labor intelectual de estos tiempos se
halla muy lejos de poder ser llamada una bella entretención
de los ocios. Los problemas del saber son hoy tan arduos
que sólo pueden afrontarse “cum ira et cum studio”, con
ahínco, con pertinacia desusada en cualquier otro menes-
ter. Ya San Agustín, para fundamentar su voluntarismo,
observaba cómo la palabra “estudio” significa ardiente
dedicación y firme voluntad de saber. “Quod si ardenter
atque instanter vult, studere dicitur”7. Y Ortega en alguna
parte apuntaba cómo al escolar medieval ha sucedido el
estudiante de nuestros tiempos. No cabe duda que ello es
debido al principio del esfuerzo que todo saber supone
hoy, tan contrario a la apacible contemplación de los anti-
guos. Y esto tendrá cimeras consecuencias de que nos ocu-
paremos adelante.
Pero “escolar” o “estudiante”, de cualquiera manera que
se les llame, son ellos los primeros en el derecho de hacer a
la Universidad la siguiente pregunta, la pregunta fundamen-
tal, la que la Universidad debe responder: ¿Qué función
desempeña en los claustros universitarios la inteligencia?

6 Cf. P.L. Landsberg, La Academia Platónica, p.175 (Vers. esp., Madrid,


1926).
7 Cf. E. Gilson, Introd. a l´étude de St. Agustin, p.173 (París, 1949).
190 El ensayo en Antioquia/Selección

¿Cumple en ellos su función radical de buscar la verdad,


de inquirir por la verdad, de crear la verdad? ¿Saben a la
vez esos mismos claustros cuáles son los límites de la in-
teligencia?
Ante todo digamos que el estudiante a que nos referi-
mos no es solamente el que ya está en los claustros, sino
también el que está por fuera de ellos y aspira a recibir de la
universidad lo que ella por esencia ofrece que es nada me-
nos que una vida intelectual. En este sentido, la responsabi-
lidad de la universidad opera primordialmente ante todo en
el que tiene un interés por la inteligencia. Con esto se alude
a una sociedad o a una parte de la sociedad, que no es otra
que el grupo intelectual, con derecho a exigir de la institu-
ción universitaria el cumplimiento de sus finalidades.
La verdad, tal como la concibe actualmente la filosofía
es tanto cuestión de descubrimiento como de creación. Y
esto porque el mundo a que la verdad se dirige no es sólo
un mundo que no es dado sino también un mundo por
nosotros construido. Cierto es que nuestra inteligencia está
limitada por los materiales con que la verdad se construye;
por tanto respecto de estos materiales cabe siempre la acti-
tud pasiva del intelecto, tal como la miraron los griegos
clásicos: en otras palabras, cabe cumplidamente la contem-
plación.
Más por otro aspecto, esos mismos materiales no son
más que el punto de partida de un acto creador de nuevas
verdades, no sólo en plan ideal, sino como creaciones rea-
les: en tal estado se hallan hoy todas las geometrías no
euclidianas8.
La ciencia ha llegado, por tanto, en nuestros días a des-
empeñarse en forma análoga a la de la actividad artística: li-
bre es ésta por así decirlo, no sólo de escoger sus materiales

8 Cf. J.D. García Bacca, Introducción filosófica a la “Geometría” de Euclides, Primera


parte. (En: Elementos de Geometría, Euclides, México, 1944).
El ensayo en Antioquia/Selección 191

para la obra de arte, mas también de escoger el propio tema


en que el objeto artístico habrá de desenvolverse. Pero ocu-
rre que una vez elegido un determinado material, escapará
ya al artista la libertad para producir estéticamente un ob-
jeto cualquiera: de un mármol de Carrara jamás resultará
bien un lindo bibelot, ni con gutapercha construirá ade-
cuadamente una Afrodita de Melos. De igual manera hay
una ley de la coherencia artística: lo que se inició como
Moisés en Miguel Ángel no habría podido concluirse como
pileta pública, ni un cuadro de Watteau servirá nunca como
propaganda a una urbanización campestre9.
Subsisten en la ciencia moderna estos dos momentos
en la búsqueda de la verdad. Se busca de dos maneras la
verdad: o bien para inquirir su hondo arcano estático, o
bien para establecer sus nuevas posibilidades dinámicas.
Por ello es por lo que el clásico intelectualismo y el
voluntarismo del saber, iniciado en los albores de la edad
moderna por Bacon y Descartes10, se unen hoy en una sín-
tesis superadora, proveniente de la imagen del mundo que
nos da la ciencia actual, a través de su actividad intelectual.
De donde resulta que la primera misión de la Universi-
dad es esta forma de búsqueda de la verdad de tipo moder-
no, que es a un tiempo saber y técnica, contemplación y
creación, escolaridad y estudio.
Visto en tal perspectiva, es evidente que la universidad
colombiana, nuestra universidad apenas muy tímidamen-
te trata de cumplir esta su primera misión. Es aquí donde
cabe plenamente la palabra libertad. Es en esta zona don-
de la ausencia de libertad es tan fatal como lo sería según la
trivial imagen, la del oxígeno para la célula viva.

9 Cf. M. Heidegger, El origen de la obra de arte (vers. esp., Bogotá, 1953) y un


ensayo del autor titulado La nobleza de los materiales en la obra de arte (Rev.
Estudios, Medellín, 1947).
10 Cf. J. Pieper, op. cit.
192 El ensayo en Antioquia/Selección

El Estado totalitario de nuestro tiempo no puede con-


cebir este tipo de investigación, ni puede estatuir esta for-
ma de ciencia ni de filosofía, porque en la raíz del sistema
que lo hace posible está la planificación total, la proscrip-
ción de toda iniciativa individual y creadora. Esta universi-
dad se halla por lo tanto muy fuera de los marcos de toda
organización totalitaria11.
Pero ocurre que al lado de la universidad que investiga
está la universidad que enseña. Y que enseña, no ya a in-
vestigar, sino a conocer la ciencia establecida. Es a esta
universidad a la que se refería Hegel cuando protestaba
contra la libertad de cátedra, aduciendo el principio de que
la razón es capaz de conocer la verdad, toda la verdad y
nada más que la verdad. “En el campo de la Filosofía fulmi-
na Hegel contra la funesta costumbre de los alumnos de
tener pensamientos propios”. Esto derivado de su idea se-
gún la cual la filosofía sin sistema es tan insensata “como la
estatua de un dios sin figura”12.
En esta ilación, ¿cabrá distinguir entre el personal uni-
versitario, aquél que concurre a las aulas para la investiga-
ción del que sólo a ellas asiste para aprender lo ya investi-
gado y elaborado? No hay duda alguna de que la
masificación de la universidad, el inmenso afluir de estu-
diantes a ella, impone el que se haga esta discriminación
inaplazable. A medida que la población mundial crece en
las proporciones que nos enseñan las estadísticas, al paso
que los instrumentos de divulgación se extienden todos

11 En especial, por lo que toca a la filosofía, ver: La filosofía y la Universidad en


el pensamiento clásico alemán. Werner Goldschmidt (separata de Notas y estudios
de filosofía, Tucumán, enero.marzo 1958); La Universidad y la Razón, Karl
Kaspers (Rev. Alcalá, Madrid, enero de 1954); Teología y Universidad,
Raimundo Pániker, (Rev. de Educación, Madrid, No. 16, 1953; La Educación
For mal en la Universidad, José Perdomo (Rev. de Educ. Madrid, No. 21,
1954), y el notable ensayo de Josef Pieper ya citado.
12 Cf. W. Goldschmidt, ens. cit.
El ensayo en Antioquia/Selección 193

los días en formas cada vez más aptas a transmitir conoci-


mientos, no cabe detenerse a meditar si será posible some-
ter a esta enorme multitud de gente ansiosa de saber, al
previo requisito de que demuestren una capacidad propia
para la investigación. Es menester entonces que se les dé
un saber fijado, una doctrina hecha13.
Por ello, en las universidades, los llamados seminarios
de investigación no pueden ser obligados para todo su per-
sonal discente. Es, pretenderlo, una simple utopía. Mas si
se proclama la necesidad de una cátedra fijada, de una cáte-
dra estatuida, ello no significa que haya de desembocar en
la cátedra de propaganda. La enseñanza deja de serlo, si lo
que se transmite ha de obedecer a un sentido distinto del
de dar a conocer. Y esto toca especialmente con la ense-
ñanza de la filosofía. Todo profesor normal de filosofía
debe enseñar esta materia o bien adhiriendo a un sistema
cualquiera o bien al suyo propio, si lo considera digno de
tal menester. Pero si ya es censurable tergiversar las doctri-
nas ajenas para confirmar mejor el sistema que se explica,
resulta simplemente inmoral exponer lo que otros han
pensado, mediante falseamientos y voluntarias
caricaturizaciones, para servir fines políticos, éticos y reli-
giosos, así sean ellos los más elevados.
Y hemos llegado a la altura en que podemos plantear el
problema de la libertad intelectual. ¿A qué viene este tema,
a menudo suscitado en universidades y centros académi-
cos, en la prensa y en los parlamentos? Justamente la cues-
tión de la libertad intelectual sólo surge como problema
agudo, tras un largo abuso de esa misma libertad.

13 Sobre la masificación de la enseñanza universitaria, ver: La Educación,


fenómeno social, Manuel Fraga Iribarne (en: Cuadernos Hispanoamericanos, No.
46, octubre, 1953) y Universidades Norteamericanas, Emilio Willems (en:
Panorama, Rev. Interam. de Cultura, Unión Panamericana, Washington, No. 7,
1953).
194 El ensayo en Antioquia/Selección

Pero el concepto de libertad es un concepto esencial-


mente moral. Y cuando se vincula con el tema de la inteli-
gencia, al preguntar por lo que significa la libertad intelec-
tual, no se hace otra cosa que plantear en términos éticos
la cuestión de los límites de la inteligencia.
No hablamos desde luego de las limitaciones físicas de
la inteligencia, sino de sus linderos morales. No pregunta-
mos por aquello que no puede hacer, sino por aquello que
no debe hacer.
“Conocer sus límites, es saber inmolarse”, decía sen-
tenciosamente el autor de Fenomenología del Espíritu.
Ahora bien, toda inmolación es un acto moral. La inteli-
gencia tiene que reconocer sus propios linderos, que no
puede imprudentemente traspasar. ¿Y cuáles son los lími-
tes de la inteligencia? Los límites de la inteligencia vienen
fijados por el mundo de los valores.
Por de pronto, por el mundo de los valores estéticos.
No puede, en efecto, el artista aspirar a ser solamente inte-
ligente. Sin esa virtud propia a la creación artística, tan vin-
culada a la espontaneidad del espíritu y que sólo proviene
de la intuición inmediata de los valores estéticos, jamás se
creará obra bella. Ya Goethe sospechaba que la obra de
arte no consiste en la expresión de la belleza, sino en la
expresión de la fuerza, del vigor vital. Esto para indicar
posiblemente que ninguna obra artística se edifica con la
sola sustancia intelectual. Todos los productos de la deca-
dencia de los pueblos, están marcados por el excesivo
intelectualismo, o, para decirlo exactamente, por el
intelectualismo que es siempre excesivo.
Y trasladando ahora la cuestión de la inteligencia a la
vida humana toda, que es el componente con que actúa la
Universidad, allí sí que vale tener en cuenta esto de los
llamados límites de la inteligencia. Porque si la Universi-
dad es “la inteligencia como institución”, según la frase ya
citada, no es, empero, “la inteligencia sin limitación”. La
El ensayo en Antioquia/Selección 195

inteligencia tiene ya un límite interno que es el de atenerse


a la verdad, verdad creada o verdad recibida. Pero en todas
formas, la verdad ha de ser el objetivo de la inteligencia,
como lo es lo visible para los cristales ópticos.
¿Por qué se proclama hoy con tanto ahínco, la necesi-
dad de la cátedra libre? ¿Acaso la cátedra auténtica, la que
se inicia en los jardines de Academo y subsigue en el huer-
to de Apolo Likinos, tuvo necesidad nunca de exigir liber-
tad? Ello porque la inteligencia de Platón o de Aristóteles
se movía solamente en el plan objetivo que le es connatu-
ral. ¿Por ventura habrá necesidad de defender la libertad
de ver tras los cristales ópticos? Sólo tras un por ahora,
imprevisible abuso de este empleo elemental de esos úti-
les, podría entenderse que algún día se llegara a plantear
esa exigencia de libertad.
Luego, la libertad de cátedra que se proclama hace su-
poner algo sospechoso en la cátedra misma que a tal liber-
tad aspira. Y no se hizo digna de sospecha, sino porque en
lugar de ser cátedra de verdad, había devenido en cátedra
de propaganda.
Hace veinte y más siglos que un sofista griego señaló el
hecho, virtualmente posible, de que la inteligencia no es
sino el recurso que como única arma encontraron los dé-
biles para luchar contra los poderosos. Flaco homenaje es
ciertamente éste que se le hace al conocimiento intelec-
tual, al enfrentarlo en esta forma a la voluntad de poder, a
las fuerzas vitales egregias.
Por el contrario, Aristóteles enseñó que el pensamien-
to también es vida, que pensar es una forma de vivir. Por
tal razón se exige que el pensamiento, y en su caso, la inte-
ligencia, se incorporen a la totalidad de la vida humana, sin
desempeñar en esa totalidad ni un papel absorbente ni una
función precaria.
Colombia está entrando ahora en la vía segura de la
especialización intelectual. El contacto directo de los
196 El ensayo en Antioquia/Selección

colombianos con los grandes centros científicos del exte-


rior, nos empieza a traer ya un saber objetivo, serio y con-
trolable científicamente. Los inmensos recursos de que hoy
se dispone permiten incluso que este saber more en cabe-
zas no muy genialmente dotadas, ni resulte el esfuerzo de
voluntades que entre nosotros llegaron en otros tiempos
hasta el heroísmo.
Esto determina que la ciencia, y por tanto la inteligen-
cia, y finalmente, la Universidad, lleguen a ser dirigidas
por sujetos admirablemente equipados, del punto de vista
intelectual, mas no siempre revestidos de una alta perso-
nalidad moral.
Porque el que entre nosotros se lanzaba en el siglo pa-
sado a explorar en los terrenos del pensamiento, si bien
no llegara a ser un consumado maestro en la vida científi-
ca, sí era todo un hombre por la virtud y el carácter. Pues
sólo provisto adecuadamente en estos órdenes, podría aco-
meter la hazaña de adentrarse en la ardua, desapacible y
siempre ingrata tarea de saber, en un medio donde los estí-
mulos eran desconocidos y la resonancia social acaso siem-
pre nula.
Esos hombres ilustres desempeñaron en nuestra cultu-
ra, el papel que asigna Kelsen al juez en las sociedades pri-
mitivas. El maestro vienés escribió toda una obra para
mostrar cómo el derecho se originó históricamente, no en
la cabeza del legislador, sino en las balbucientes sentencias
de los jueces. La sociedad tribal tenía un gobernante que
era a la vez un juez. Más aún, sus funciones de gobierno
las realizaba en su misión de juez. La posterior necesidad
de la división del trabajo, determinó en sociedades más
maduras, que unos fueran los que legislaran, otros los que
gobernaran y unos terceros los que juzgaran.
Paralelamente en la cultura, nuestros pensadores fue-
ron a la vez poetas, críticos y científicos. La realidad cultu-
ral les imponía el deber de abarcar muchos campos. Por
El ensayo en Antioquia/Selección 197

ellos, nuestros grandes maestros se consagraron como le-


gisladores y jueces en nuestro mundo intelectual. Les co-
rrespondía crear la cultura y dispersarla en la enseñanza.
Y esa enseñanza se ejercitaba no ya sólo en las aulas, sino
en la prensa, en el parlamento y hasta desde la silla presi-
dencial. Por eso el sabio, en Colombia, como en todos los
pueblos que empiezan, estaba rodeado de la veneración
que se rinde al patriarca.
Las cosas han cambiado fundamentalmente. La espe-
cialización viene exigida por la compleja vida moderna a
que Colombia se unce fatalmente, como consecuencia de
las estrechas relaciones de todo orden que tienen hoy unas
naciones con otras.
Nuestro sabio de hoy puede ser por lo mismo un po-
bre diablo, como tantos que hoy arrojan al mundo las téc-
nicas y bien especializadas universidades europeas y ame-
ricanas.
Y es este peligro de que nos invada el espécimen del
puro científico, sin personalidad moral, el que debe dete-
ner primordialmente la Universidad. Goethe recordó una
vez que a Napoleón lo exasperaba Rabelais, al par que
admiraba, no obstante ser más fría, la obra literaria de
Corneille. Y ello, porque esa obra era la expresión de una
carácter moral.
Para fortuna nuestra, debemos confiar en que aquel
peligro sea harto remoto, dada la herencia hispánica, cul-
tural y moral, que todavía nos nutre. Si España, por boca
de Unamuno, se jactó un día de no tener sabios, quizás
ello no fuera sólo una salida de mal humor del genial sal-
mantino, sino la defensa ante esta desviación que acabo de
señalar. Mas con todo, es justamente en este siglo cuando
la ciencia española ha empezado a incardinarse de nuevo
en la gran ciencia de Occidente, como ocurría hace siete
centurias. Y sin mengua, por cierto, de este aspecto moral,
pues ha coincidido que, quien más ha luchado por la
198 El ensayo en Antioquia/Selección

europeización de España en el campo científico y filosófi-


co, José Ortega y Gasset, sea también el que más ha pro-
clamado a toda hora el valor de la honestidad intelectual.
He aquí, pues, cómo llegados al final de esta charla,
nos hallamos con que la inteligencia, al encontrar sus pro-
pios límites, descubre también que la Universidad, su al-
bergue natural, trasciende el campo puramente intelectual
en la tarea de formar hombres antes que científicos, carac-
teres antes que cabezas pensadoras.
ABEL NARANJO VILLEGAS

Generaciones colombianas
(Un capítulo)
Colombia nace biológicamente en el año de 1760;
socialmente en 1790 y políticamente en 1819.
He distribuido, el nacimiento biológico de los hombres
representativos y el que pudiera llamarse nacimiento social,
es decir, cuando empiezan a emitir vigencia, al cumplir trein-
ta años. De ahí que las zonas biológicas generacionales abar-
can las siguientes fechas de a 15 años: nacidos de 1760 a
1775. De 1775 a 1790. De 1790 a 1805. De 1805 a 1820. De
1820 a 1835. De 1835 a 1850. De 1850 a 1865. De 1865 a
1880. De 1880 a 1895. De 1895 a 1910. De 1910 a 1925. De
1925 a 1940. De 1940 a 1955. De 1955 a 1970. Es decir los
nacidos dentro de esas fechas y cuya vigencia se contará
treinta años después de nacer. Y las zonas de vigencia, a
partir de 1800 que son de 30 años normalmente, excepto en
las aceleraciones que tienen menos años.
Para comprender el sistema hay que tener en cuenta
que la influencia sobre cada período la hacen tres genera-
ciones a partir de los 30 años de edad de sus miembros
que, hasta los 45 hace su entrenamiento. Esto es lo que
Ortega y Pinder llaman la iniciación. En los 15 años subsi-
guientes, es decir, hasta que lleguen los 60, consolidan su
período de predominio, y la generación de relevo la de los
que pasan de los 60 años. Coexisten así, a un mismo tiem-
po, emitiendo vigencia social, tres generaciones simultá-
neas: la que ha alcanzado a los sesenta años, la que va de
los 30 a los 45 años y la de los que tienen de 45 a 60 años.
200 El ensayo en Antioquia/Selección

Esto quiere decir que, esas zonas cronológicas de influen-


cia, con oscilaciones que no afectan la exactitud histórica,
aun cuando no coincidan con la exactitud matemática, hay
que retrotraerse, más o menos, unos treinta años. Así se
habla más bien del nacimiento histórico que del biológico.
Si Camilo Torres nace en 1766, su aparición como emisor
de vigencias sociales se realizará hacia 1796, cuando se des-
taca como uno de los más eminentes jurisconsultos del
Virreinato y se le ofrece y rechaza el privilegio de litigar
ante la Corona. A partir de 1796, hasta 1811, período de
iniciación, y de esta fecha en adelante, hasta 1826, período
de predominio, habría sido una constante generacional, si
no hubiera perecido en el conflicto (1816). Sin embargo se
ve claro cómo aparece gobernando desde 1812, hasta 1816.
Cada generación aporta, pues, un tono de vida, un estilo
con especificaciones precisas en conceptos, sensibilidad,
criterios sobre la sociedad y temas fundamentales que la in-
forman. En la zona de fechas que van desde 1760 a 1775, se
encontrará el nacimiento biológico de toda la generación
que emitió vigencias sociales desde 1790 hasta 1820, tren-
zándose, naturalmente, con la generación que nace
biológicamente entre 1775 y 1790, y cuya irradiación co-
mienza desde 1815. Al producirse los hechos del 20 de julio
hay, pues, unos a quienes les toca tardíamente asumir un
papel heroico, más afín con la juventud, y a otros a quienes
les corresponde precozmente un papel de estadistas. Pero
esto no afecta el cuadro de preferencias generacionales por-
que la independencia es un hecho extraordinario que trans-
forma violentamente el proceso de vigencias sociales.
En las fechas de 1760 a 1775 nacen: José Félix Restrepo,
1760, José Miguel Pey, 1763; Joaquín Camacho, 1766; An-
tonio Nariño, 1765; Jorge Tadeo Lozano, 1771; Camilo To-
rres, 1766; Antonio Villavicencio, 1775; y desde 1775, a 1790
nacen: José María del Castillo y Rada, 1776; José Fernández
Madrid, 1789; Custodio García Rovira, 1780; Manuel
Abel Naranjo Villegas
202 El ensayo en Antioquia/Selección

Rodríguez Torices, 1788; Liborio Mejía, 1792; Domingo


Caicedo, 1788. Sobre estas dos generaciones recae toda la
responsabilidad del movimiento para las graves tareas del
mando y las trágicas del exterminio. Como epopeya que
fue es mucho más precipitado el influjo de vigencias y expli-
ca por qué no actúan solos esos dos grupos sino que apare-
cen precozmente confundidos en la batalla los menores de
treinta años en 1810, es decir, los nacidos con posterioridad
a 1790, como Santander, 1792; que en 1810 tendrá 18 años.

Estilo vital y estilo oficial. Desnivel de vigencias


Naturalmente que el estilo vital de cada generación no
aparece súbitamente para imponer sus vigencias. Tiene un
período de incubación en el seno de la antigua vigencia. La
generación que llegó en 1810 a su florecimiento tenía ya
una incubación que la haría presumir, recibida oficialmen-
te de la propia España, a través de sus instituciones, en
este caso la educativa. Aquí se plantea un problema colate-
ral y es el de que, generalmente, los sistemas educativos
están a contrapelo de la vida. Quiere decir que, cuando un
sistema pedagógico está vigente en la escuela ya por fuera
hay vigencias que se le adelantan y penetran en las zonas
escolares como una atmósfera proveniente de la sociedad
circundante. Por eso han establecido los psicólogos que el
porcentaje de personalidad le viene al niño así: el 60% del
hogar, el 25% de la escuela y el 15% de la sociedad. Para el
caso, pues habría que hacer un estudio casi geológico so-
bre las capas sociales criollas para buscar el porcentaje con
que presionaban sobre el débil quince por ciento que da-
ría la escuela a esa generación criolla que se educaba de
1760 a 1810. Como toda generación contó, pues, con un
margen de espontaneidad destinado integralmente a
imponer su vigencia, condicionada a perfeccionar, modifi-
car y mezclar con las recibidas las anteriores. La cuota de
El ensayo en Antioquia/Selección 203

espontaneidad es la medida del vigor o desidia con que una


generación se impuso o avasalló a las vigencias anteriores.
Por lo general, la generación que está consolidada como
predominio de los cuarenta y cinco a los sesenta años, tiene
una influencia compartida con la que está en la iniciación,
treinta a cuarenta y cinco. Pero también está subordinada a
la que ha pasado y que, generalmente continúa viva en per-
sonalidades venerables. Es, pues, una generación bifronte,
influida por la que ya se ha relevado de tareas de mando y
por la que viene buscando su predominio.
La zona de fechas generacionales se reparte, pues, de quin-
ce años de nacimiento, pero la zona de vigencias sociales en
zonas de treinta en treinta. Esto explica que se confunden a
veces los hombres de dos generaciones seguidas. Por anticipo
de unos y por permeabilidad de otros que, no obstante perte-
necer a generación más antigua, funcionan sincrónicamente
con la más nueva, sin dificultad de anacronismo.

Anacronismos nacionales
De ahí la dificultad de clasificar un período según la
nomenclatura perpetua de la generación más antigua o de
la más reciente. Yo he preferido cubrirla con la nomencla-
tura de la más reciente porque es realmente la que suele
tener el poder decisorio universal, aun cuando no lo tenga
institucionalmente. Estos son los períodos de anacronis-
mo nacional.
Este sistema va a permitir una claridad más grande en la
dirección auténtica y objetiva del movimiento de emanci-
pación. Sin el prejuicio doctrinario que permite adjudicar-
le a posteriori un programa a la historia, va a permitir tam-
bién, por comparación con otros países similares al nues-
tro, los hispanoamericanos, determinar en qué generación
se detuvo un proceso, en que líneas se adelantó a esos otros
países, y, finalmente, en cuáles líneas hemos sido
204 El ensayo en Antioquia/Selección

isocrónicos con el movimiento del espíritu europeo y en


cuáles nos retrasamos y hasta por culpa de quién. Este será
objeto de estudios más especializados que no están en la
perspectiva de mi trabajo.
Se despeja también la idea confusa de muchos de nues-
tros humanistas que parten de un supuesto equivocado: el
de que venimos de una unidad, la española y que nuestro
destino histórico, en consecuencia, está comprometido en
el de esa nación matriz. A la inversa, queda desnudo el pro-
blema de que somos, dentro de profundas analogías una
diversidad a la cual no sé si será o no posible buscarle una
dirección hacía una unidad.
La emancipación política resulta así reducida a sus pro-
porciones reales, sin ufanías ni pesimismos exagerados. Lo
esencial es que hubo un instante en que se rompieron las
vigencias sociales españolas sobre nuestra sociedad y que si-
guieron otras de dirección y modo completamente distintas
al entrar en órbita de nacionalidades diversas, merced a un
impulso histórico universal. El hecho de que, en el curso de
esa evolución social, de pronto vuelvan a irrumpir vigencias
españolas en algunas líneas de nuestra sensibilidad y más bien
que en nuestra inteligencia, no implica que se vuelvan a con-
fundir como una totalidad los destinos de los dos pueblos. El
impacto, por ejemplo, de la generación literaria española del
98 en la sensibilidad de nuestros escritores y poetas no signi-
fica que podamos empalmar la totalidad de las vigencias socia-
les nuestras con las españolas, mejores o peores que las nues-
tras. Me limito a señalar las congruencias o incongruencias
que denuncian dos vocaciones históricas distintas.

Parálisis de movimientos
Hay, por lo demás, problemas de gravedad insospechada
que puedan plantearse a generaciones más desprevenidas
de las actuales para que las encaren con objetividad y de-
El ensayo en Antioquia/Selección 205

nuedo. Un caso es, por ejemplo, la ruptura del movimien-


to filosófico que empalma nuestra independencia con la
inquietud del espíritu europeo en ese instante mismo y se
detiene después, hacía 1850, cuando el país deja otra vez
de filosofar, posponiendo los problemas y quedándose
anacrónicamente en la exposición o refutación de los que
había vigentes en el momento de la emancipación.
Explica eso el hecho de que Méjico, Cuba, Argentina,
Uruguay, Chile y Bolivia, ofrezcan figuras originales en la
filosofía en ese siglo, mientras los nuestros son epígonos
literarios de divulgadores europeos pero no de filósofos
de primera magnitud. Lafinur y Alcorta en Argentina, Varle
y José de la Luz Caballero, Salvador Ruano de Uruguay,
Ventura Marín en Chile, Gabino Barreda en Méjico, Ben-
jamín Fernández en Bolivia, Deusto en Perú, fueron dedi-
cados sistemáticamente a la filosofía y con obras publica-
das sobre los problemas de ese momento sembraron una
tradición que mantiene continuidad en el actual pensamien-
to filosófico de esos pueblos. Aceptable o no su pensa-
miento es el hecho que le dieron el espíritu de sistema.
Los desajustes de vigencias explican el ambiente de dis-
turbio que se respira en casi todos nuestros períodos his-
tóricos. Ocurre que al acelerarse la velocidad de los ritmos
históricos se abren paso vigencias urgentes siempre subor-
dinadas a otras antiguas que controlan principalmente las
instituciones políticas y, sin las cuales, se hace difícil el pre-
dominio político que demandan las nuevas. Hay, pues, un
conflicto entre el anacronismo oficial, pudiéramos decir,
y la vitalidad, y contemporaneidad de una generación que
tiene que pactar o resolverse a permanente rebeldía. De
ahí que aparezca, en mi criterio, la llamada generación clá-
sica, solamente influyendo de 1880 a 1905, desbordada
por la generación republicana, que aparece en la superfi-
cie en 1905, imponiendo su estilo hasta 1920. Continúa
institucionalmente la clásica pero con la vigencia social
206 El ensayo en Antioquia/Selección

de la generación modernista. Sobrevive así mucho más


del tiempo histórico que le hubiera correspondido den-
tro de esta concepción, debordando las auténticas vigen-
cias que trae la generación correspondiente. Por ejem-
plo, la de los nacidos entre 1890 y 1905, y la de 1905 a
1920, se alían con otra generación posterior, la de los
nacidos entre 1920 y 1935, acabando por ser absorbidas
por los modos de la republicana o del centenario, se frus-
tran en cierta manera, las posibilidades de aquellas gene-
raciones intermedias que no han logrado imponer
institucionalmente sus vigencias.
En fin, creo que los cuadros que siguen ilustrarán me-
jor las tesis y servirán para que en cada línea se promue-
van posteriormente estudios más especializados. La actua-
lidad o anacronismo, la isocronía y el utopismo, podrán
ser mejor analizados a la vista de tales cuadros. Además,
permiten aplicar el llamado método negativista para ver
no solo quiénes influyen y, sobre todo, quiénes no influ-
yen en cada generación. A qué incitaciones fue abierto o
cerrado el espíritu de los hombres de cada generación.

Períodos de gravitación trigeneracional


La tesis que se deduce de las anteriores pesquisas y que
será la que propongo para hacer claridad sobre la historia
de nuestro país y acaso para los de América, es la de que
las generaciones históricas son las que actúan de 1800 a
1830. Desde 1830 a 1860. Desde 1860 con aceleración de
ritmo, hasta 1880. Desde 1880 a 1910. Desde 1910 hasta
1940. Desde 1940 a 1970.
De las que llevamos ya corridas la primera, es decir, de
1800 a 1830, impondría una vigencia social de emancipa-
ción política, con un estilo imperial de existencia y su pro-
blema o tema la formación de un ejército nacional. La de
1830 a 1860, que llamo generación fundadora, impuso una
El ensayo en Antioquia/Selección 207

vigencia social de ciudadanía militante, con caudillos em-


peñados en un igualitarismo democrático y un estilo ro-
mántico y teatral de existencia. Su tema central fue la lu-
cha contra la esclavitud y educación de dirigentes. La de
1860 a 1880, generación costumbrista, con una actitud y
vigencia social ingenua, estilo patriarcalista y sentido má-
gico y sobrenatural de existencia. Su tema fue la organiza-
ción administrativa del país.
La generación que llamo clásica, la que actúa de 1880 a
1910, impone una vigencia social de autoritarismo, una
ideología dogmática, con una vuelta de aproximación a
España, intelectual y sentimental. Su estilo fue la austeri-
dad con sentido individualista y el tema nacional que asu-
mió fue el de la reforma política, traspaso de la educación
nacional a las comunidades religiosas.
La generación republicana que le sucede y que actúa,
más o menos, hasta 1940, desde 1910 impone una vigencia
social de esteticismo integral, un estilo vital hedonístico,
caracterizado, en cierto modo por un sentido individualis-
ta. Su tema nacional fue el de la incomunicación regional.
Con ella empieza el país a integrarse en una red de vías.
La de 1930 a 1950 es la que impone vigencias sociales
que he llamado modernista, empeñada en imponer el in-
conformismo. Su estilo vital es una bohemia rebelde, el
preciosismo, la erudición. Su sentido de la vida vivencial.
Desde 1950 y, sospecho hasta 1980 prevalece y preva-
lecerá la generación que he llamado socializadora, cons-
ciente o inconscientemente, como actitud profunda de
todos los estratos sociales, cuya vigencia social es el
antiburguesismo. Su estilo vital es el reformismo social, la
secularización filosófica, la densidad intelectual y reacción
contra la retórica. El problema nacional que encaran es el
desequilibrio económico, la agitación de masas, la desinte-
gración de partidos, la planificación administrativa, la edu-
cación popular. Su sentido es el existencial.
208 El ensayo en Antioquia/Selección

Fijando las categorías aproximadas de cada uno de es-


tos impulsos se entiende mejor la función de cada genera-
ción, contando por ejemplo, que la generación que llamo
socialista, la que actúa de 1950 hacia 1980, comprende dos
generaciones biológicas. Las nacidas treinta años antes de
esa fecha y la nacida quince después, es decir, la nacida
entre 1920 y 1935 y la nacida entre 1935 y 1950, que en el
año de 1965 tendrán éstos últimos nacidos en la línea divi-
soria, 30 años y en 1980, 45, cuando empezarán su perío-
do de predominio, después, de caducar el de iniciación.
Debemos admitir que el coetáneo de todas las genera-
ciones es el hombre superior. Para los otros no hay esca-
pe posible. En la generación vamos inmersos como la gota
de agua en la nube viajera. Cada una tiene su estilo de amar,
de pensar, de escribir, de hablar, de trabajar y hasta de orar.
En el empeño de darle la máxima objetividad a este tra-
bajo seguramente quedan muchas lagunas, pero estoy se-
guro de que el método funciona y que el aparato
investigativo de las generaciones nos suscitará problemas
mucho más hondos de los que nos imaginamos. En cada
actividad de la inteligencia, la sensibilidad o en la órbita
política de la moral, aparecen así problemas y por lo tan-
to, soluciones insospechadas.
La toma de conciencia de lo que ha significado cada
generación es la condición necesaria para que las recientes
se afirmen como variedad humana, adquieran perfil autén-
tico y conozcan los nuevos valores que deben aportar para
no repetir fanfarronamente problemas exhaustos. Cada
generación implica una versión distinta del devenir histó-
rico. Para comprenderla a cabalidad es imprescindible co-
nocer la misión de las anteriores para no caer en un vago
mesianismo insurgente.
Detrás de su ámbito mental y sensitivo hay un mundo
que quiere nacer y no puede hacerlo sin su ayuda.
El ensayo en Antioquia/Selección 209

País del “no me da la gana”


Pereza e indolencia son distintos estados psicológicos, por-
que sucede que la sinonimia en realidad no existe. En cada
palabra, tomada como sinónimo de otra, existe algún ma-
tiz difícil de captar si no se apropia el hablante o lector de
un finísimo sentido de la semántica. Tal puede decirse del
mito establecido por tantos observadores de nuestra psi-
cología nacional y hasta continental, al describir como
pereza la actitud anímica de nuestras gentes.
No debe haber sorpresa de que nos ocupemos en este
tema tan aparentemente baladí. Los que escribimos en es-
tos países latinoamericanos tenemos obligación de ir más
allá de una vocación estricta. El ocultamiento y la mentira
que han caracterizado nuestra historia no nos confieren el
privilegio de no decir tampoco lo que oculta y que la his-
toria no dirá en su nombre.
Uno de esos ocultamientos es el de la indolencia, cuyo
profundo contenido de inapetencia lo hemos disfrazado
elegantemente con una especie de manto británico que es
el de la pereza. Así nos atribuimos petulantemente una
participación en su aburrido spleen, tan ajeno a nuestras
numerables falencias. Sin embargo la indolencia y la pere-
za tienen esenciales matices diferenciales, no obstante que
el diccionario de la lengua las inventaríe como sinónimas,
con la apatía, la indiferencia, la desidia, etc. Conviene, pues,
aclarar de entrada, que la pereza se opone a la actividad
porque no la necesita, mientras al contrario, la indolencia
se opone a la actividad porque, además, no la apetece.
No es, como se ha creído falsamente, que los hombres
del trópico disfrutan de un abundante repertorio de facili-
dades que desata en ellos la pereza para la actividad. Esa
tesis que tendría, si acaso, validez para los demasiado ricos,
210 El ensayo en Antioquia/Selección

es completamente inválida para la gente desposeída por-


que en esta última lo que ocurre es que su organismo está
adormecido por el hambre y los parásitos. Ya no siente ni
siquiera el apetito, como tan sabiamente lo analiza el brasi-
leño Josué de Castro, en su Geopolítica del Hambre.
Tampoco el clima resulta suficiente para explicar, como
se ha creído, esa indolencia o apatía más bien porque está
demostrado que con una nutrición balanceada, la actividad
en estos climas tropicales alcanza los mismos niveles de otras
latitudes climáticas. Esa apatía es atribuible concretamente
a la incapacidad de acción por falla de la salud. Sin ella no
hay pasión, ni ambición por dominar la realidad y es esa
falta de ambición lo que caracteriza realmente la apatía.
Tenemos así tres elementos radicales para diferenciar
pereza, indolencia y apatía, como son la pereza por re-
nuncia a la actividad fundada en razones sociales; la indo-
lencia por carencia de apetito y la apatía por carencia de
ambición, atribuible a la mala salud y falta de pasión.

Raza en formación
La indolencia hay que centrarla, pues, en la carencia de
apetito y, por tanto, a lo innecesaria de toda actividad que
lo satisfaga, así sea material o espiritual. El que es víctima
del hambre ya no tiene apetito para alimentarse, es decir,
no tiene necesidad de nutrirse, y ocurre lo mismo en el
orden cultural. El que no tiene apetito por la cultura no
tiene necesidad de esa nutritiva satisfacción del espíritu.
De ahí que sea tan válida la tesis de Ortega y Gasset que,
desventuradamente, no desarrolló como prometió hacer-
lo, cuando, al desgaire, en uno de sus radiantes ensayos,
habló de la cultura del ocio como la característica de la
estirpe ibérica.
Era la oposición a la llamada cultura de la abundancia,
de la pobreza, de la miseria, del bienestar, etc. Hay que pe-
El ensayo en Antioquia/Selección 211

netrar en las dificultades del sistema educativo para adiestrar


las mentes en el análisis y su metodología desde las materias
elementales hasta las superiores. El principio del placer, del
goce de la cultura que se incardina precisamente en ese ejer-
cicio, no es el que rige por desuso en nuestra psicología.
Esa facultad está atrofiada lamentablemente, privando
a la estirpe de uno de los más auténticos goces del espíritu
que es el de la búsqueda y no el resultado. Un notable
filósofo diseñó gráficamente el fenómeno contraponien-
do la conducta de ibéricos y germanos ante dos invitacio-
nes, así: una invitación para ir al cielo y otra para una con-
ferencia sobre el cielo. Los ibéricos, dice, se inscribirían en
totalidad para el viaje al cielo, mientras los germanos se
inscribirían todos a la conferencia sobre el cielo.
Hay, pues, en la pereza una deliberada conciencia de la
renuncia voluntaria de la actividad. Esta renuncia no exis-
te en el estado de indolencia, porque en ésta no existe el
apetito para renunciar a algo. En la pereza el apetito se
siente pero se renuncia a satisfacerlo por saciedad. La pe-
reza es un estado transitorio coyuntural para determinada
actividad; la indolencia es un estado permanente, estructu-
ral, de abstención. No se siente necesidad de ser activo
puesto que no hay apetito y, por lo tanto, no existe el
objeto al cual se aspira. En cambio, la pereza se condensa
en aburrimiento que es definido por el psicólogo Revers,
como la aspiración sin finalidad. Tampoco debe confun-
dirse pereza con abulia, enfermedad de la voluntad e indo-
lencia del conocimiento.
Fue el filósofo báltico Hermann de Keyserling el que
definió nuestro género humano suramericano como “el
de la gana”. Lo ubicó como el continente del tercer día de
la creación, algo así como una raza en formación que, como
todos los seres en ese proceso, son cartílagos esperando
apropiarse de la razón. Esa expresión tan suramericana de
“no me da la gana” le sirvió a ese filósofo de la creación y
212 El ensayo en Antioquia/Selección

del sentido, para edificar toda una teoría seductora que se


ajusta a la presente reflexión.
Y el filósofo mexicano José Vasconcelos nos definió
como “la raza cósmica”, tomada en su momento como
una desmesurada pretensión, y que hoy se revela como
un atisbo antropológico, por cuanto, en realidad, cada uno
de los hombres de este continente es un resumen de posi-
bilidades ocultas, que pugnan por manifestarse y esperan
un despertador desconocido. Ese inconsciente colectivo,
como lo denomina Jung, está en cada uno de nosotros tra-
tando dificultosamente de expresarse.
A estas alturas vale la pena señalar ya las dos fuentes de
nuestra indolencia, más bien que de nuestra pereza. Y esas
fuentes son la una cultural y la otra fisiológica. En ambas
existe un vacío inicial, que es la carencia de necesidad. Si
no hay necesidad de alimento, ni necesidad de cultura no
hay apetito y, entonces, es lícito encontrar la causa de esos
dos vacíos. Sólo que ese ocio hereditario no corresponde
al ocio creador a que se remitía el peninsular sino al desga-
no total de actividad.

Continente sin historia


Otro gran pensador brasileño, Gilberto Freire, recien-
temente fallecido, construyó la superación de ese
determinismo biológico del pasado siglo, negativo y pesi-
mista al extremo, porque reproducía el mito de la inferio-
ridad física de América, instaurada por Buffon, ampliada
astronómicamente por Paw y, finalmente, acuñada filosó-
ficamente por Hegel: “continente sin historia”. El conti-
nente que, según Buffon, no se había secado y, por lo tan-
to, parecía inmaduro y sin sazonar en el logos engendran-
do seres inferiores, tanto en el orden animal como el vege-
tal. Ese pensamiento positivista desplazaba su pesimismo
desde el paisaje hasta la raza.
El ensayo en Antioquia/Selección 213

Desde esa perspectiva fue fácil configurar lo que se lla-


mó la “escala etnográfica” que, según ese determinismo
biológico, iba “degradándose” desde el mulato hasta la que
llamaba “la más baja escala”, que era la del indio.
Por eso Freire asumió lo que llamó “nuestro Edipo his-
tórico” y rescató los valores ibéricos impostados en el
mestizaje del trópico para ofrecer una raza nueva, deposi-
taria de una culturología distinta de los patrones oficiales
en que se había edificado la visión americana del siglo pa-
sado. Fue así como propuso la nueva ciencia de la
Tropicología. Trasladó la dimensión psicológica a la
existencial, desalineándola del determinismo unilateral.
La superación de ese determinismo biológico se cons-
tituye, pues, en el rescate de esa indolencia tan vecina de la
borrachera narcótica que nos ha lanzado a ser fugitivos de
la realidad.

Alimentación desequilibrada
Los nutricionistas han establecido experimentalmente
cómo el bajo contenido de proteínas y la exagerada abun-
dancia de carbonos en la alimentación de las clases sociales
más pobres, así como la parasitosis, eliminan el apetito.
Josué de Castro afirma en la Geopolítica del Hambre
que, “no es que en los climas tropicales haya un mayor
gasto de vitamina B1, como se pensó durante mucho tiem-
po, ni que se produzca una pérdida exagerada de ese prin-
cipio nutritivo a través de la transpiración abundante, sino
simplemente que la exagerada carga de hidratos de carbo-
no al ser metabolizada, exige mayor ingreso de vitaminas”.
Concluye diciendo que no existe esa famosa apatía tropi-
cal como consecuencia del clima, sino falta de salud por
las consecuencias aniquiladoras del hambre.
Más adelante agrega: “El organismo adormecido por el
hambre, se sumerge en una especie de letargo fisiológico,
214 El ensayo en Antioquia/Selección

con sus reacciones nerviosas embotadas, debilitada la vo-


luntad y anulada la iniciativa. De que estas poblaciones ya
no sienten apetito y comen casi mecánicamente como si
cumplieran una simple obligación, no cabe ya la menor
duda”.
Exagerando hasta el máximo la tensión de estos facto-
res, podría acogerse la interpretación de la indolencia, como
lo hace Corominas, como aquello que es ya indoloro, que
siente siquiera dolor, como aseguran que ocurre cuando
ha llegado éste al máximo de su intensidad. Y avanzando
aún más, se debe imputar a esa situación la falta de aten-
ción que es tan característica de nuestra naturaleza social.
Indolencia se opone así a condolencia, sentir con al-
guien, mientras en la indolencia hay una tácita insensibili-
dad. La persona no se siente afectada, no por cansancio, ni
fatiga, ni hartazgo, ni pereza, sino por la total indiferencia
hacia el contorno. Nuestro conflicto anímico es origina-
rio de la heterogeneidad étnica que nos confiere un alma
vacilante y desatenta, por desinterés y total indiferencia.
El gran mejicano Alfonso Reyes nos califica como “los
anfibios del mestizaje”. Convergen, pues, en nosotros las
dos vertientes de la indolencia, en la biología y la cultura.
Desde cualquiera de los dos se explica nuestra esencial des-
atención.

Facilismo cultural
Sin ánimo de trascendentalizar, vale la pena señalar
cómo toda la anterior psicología de la indolencia ha gene-
rado en mucha gente la expansión de un facilismo de la
cultura, mediante el cual se pretende eliminar todo esfuer-
zo de adquisición, desde los bienes materiales hasta los
culturales. La frivolización de la vida rechaza todo esfuer-
zo, en condiciones tan significativas como la de aquel em-
pleado de una agencia distribuidora de máquinas sumado-
El ensayo en Antioquia/Selección 215

ras, que explicaba su manejo a un comprador, y cuando


terminó su explicación, el cliente preguntó: “¿luego para
usarla hay que saber sumar?”.
Esa indolencia está encarnada en personas muy con-
cretas, singularmente mezquinas, taponadas para el humor
por no desgastar su vacía solemnidad. Pero, en general,
aquí se ha complicado con una ideología que no existe en
otras latitudes y es la ideología de la ganancia. Abona esa
ideología la propagación del narcotráfico, de la trampa en
negocios, hasta los fraudes educativos.
La esterilidad de la comunicación proviene de ese fac-
tor que los obliga a asumir ese aire astuto de escepticismo
para manifestar la inutilidad de cualquier manifestación de
inteligencia.
Ejercen una especie de ciencia para estar con otros, sin
interesarse en su lenguaje, sin usarlo, en un silencio lleno
de espacio. Sin recursos para convertir la compañía en
aquel arte de volver excitante hasta lo inocuo, porque la
asepsia inolora de su espíritu, su fastidio le ufana en sus-
tentar su desatención.
Esa ideología de la ganancia penetra por todas las grie-
tas de esa cultura facilista.
El lector desprevenido puede atribuir legítimamente ese
facilismo cultural a todo el ámbito de nuestra actual civili-
zación, orientada por la tecnología más a la comodidad
que al lujo. El ideal de la automatización se ha desplazado
también al espíritu, en el empeño de ahorrar todo esfuer-
zo. El aparato de la actual civilización parece orientarse a
hacer superflua toda actividad mental. La misma dialéctica
se aplica a la riqueza material que a la intelectual,
despilfarrándola parejamente y sin alegría.
Pero entre nosotros ese fenómeno universal del deno-
minado Occidente, se duplica por los factores anotados de
la indolencia. Mientras menos exigibilidad impongan el
patrono, el profesor, el legislador, el moralista, el político,
216 El ensayo en Antioquia/Selección

más alto nivel alcanza en calidad y estimación. Pero, al re-


vés, la exigencia se dirige hacia la cantidad, en el rendimien-
to económico, la información, etc. La cuestión es la ga-
nancia cuantitativa que facilite el derroche. Contrariando
una de las filosofías contemporáneas, paradójicamente, la
lucha es contra la dificultad. Esta es la que ensancha es
espíritu porque éste no se da gratuitamente. Hay que crearlo
con la disciplina y no esperar que llegue fácilmente. Hay
que asumir sin reparos el amor a la teoría para darle el
respaldo debido a la técnica con que aspiramos a ese
facilismo de la cultura, con la certeza de aquello que esta-
blece el Bhagavad-Gita, “nuestros actos siguen a nuestros
pensamientos como la huella del carro a la pezuña del
buey”.
La expectativa del facilismo está penetrando como ideal
universitario, en el que se instaura como meta la escasez
de pensamiento. La estrella polar a que se aspira se consti-
tuye en lo contrario de lo que aconsejaba Spinoza; con-
vertir las pasiones espirituales, intelectuales y físicas, de
pasiones pasivas en pasiones activas para darle la ascen-
sión a la vida humana.
E. LIVARDO OSPINA

La otra cara del narcotráfico


Es hiperbólica, pero no reviste novedad, la afirmación del
Alcalde de Medellín de que si se dieran a conocer los nom-
bres de todas las personas que han tenido negocios con los
narcotraficantes, el país entero saldría comprometido. La
hipérbole sirve para encarecer la verdad de lo que se dice o
cuenta, y sus palabras, tomadas literalmente, traspasan los
límites de la misma verdad. Exagera, pues, el Alcalde, mas
lo que declara es cierto. Sino que la gente es desmemoriada,
pese a que en este caso el tiempo transcurrido no es tanto
como para justificarlo o explicarlo. Aquí el negocio orga-
nizado de la cocaína no tiene más de diez años. Antes, aun-
que no mucho, se adelantaba el de la marihuana, sobre
todo en la Costa Atlántica, iniciado al decaer en México,
cuando allá se utilizaron elementos químicos letales para
destruir las plantaciones, combinada ésta con otra acción
policiva impuesta por los Estados Unidos, gran consumi-
dor también de esa yerba de efectos narcóticos, que no es
sino el Cáñamo Índico, de empleo inmemorial con distinto
nombre. Nuestro litoral Caribe era propicio, además de
lo adecuado del clima y de las tierras, otras razones aparte,
por la facilidad de exportar la mercancía, de suyo pasada
preferencialmente en barcos. Fumar las hojas, como las
del tabaco, se puso de moda entre nosotros asimismo, y
los cigarrillos que se hacían con ella se distribuían y consu-
mían sin disimulo en las reuniones sociales de las clases
altas, pasándolos a los contertulios en charoles, al lado de
los licores y los bocadillos o pasabocas. No faltaban en las
tenidas y rumbas de adolescentes, compartidos con los
tombos o policías de vigilancia. Se vendían a las puertas de
218 El ensayo en Antioquia/Selección

los colegios; a la salida de la misa dominical en las parro-


quias; en las universidades había sitios especiales para fu-
marlos: un salón de clases, un quiosco, hasta las cafeterías,
en las barbas de rectores, decanos y profesores. En Turbo
se cultivaba la marihuana como el plátano, y en Medellín
tenía amplísimo mercado y gozaba de mucho crédito. No
era raro ver plantas en los antejardines, y llegaron a ser
presentadas en las vitrinas de los almacenes. Hasta las se-
ñoras en los costureros y en los salones de belleza no re-
husaban un puchito de marihuana.
Cuando los Estados Unidos forzaron al Gobierno co-
lombiano a proceder como en México, el negocio empezó
a languidecer, más aún cuando los gringos, habiendo lo-
grado aclimatar la planta en sus propias tierras, tras un
proceso de laboratorio e invernadero, lograron producir-
la en tan grande escala que hoy en día su cosecha de mari-
huana supera la de naranjas y también la de maíz, que figu-
ran entre las mayores. Con el narcótico a domicilio, no
volvieron a preocuparse de combatirlo afuera, y el aspec-
to moral del asunto, que les sirvió de caballo de batalla, los
tiene ahora sin cuidado.
Habiendo perdido importancia este mercado para los
productores, se dieron éstos, junto con otros nuevos, a
organizar el de la cocaína, no menos difícil, pero mucho
más productivo. Para los negocios los antioqueños se pin-
tan solos, y como contrabandistas hábiles nadie les gana,
ello desde los tiempos coloniales, cuando nuestros honra-
dos padres le hacían fraude a la propia cámara de su Sacarrial
Majestad, nuestro Rey y Señor, diezmándole por mil ca-
minos el quinto del oro de las minas que, conseguida la
independencia, desenterraron de donde lo guardaban ocul-
to para comerciar a furto con Jamaica especialmente.
Contrabandear ha sido en Antioquia hasta de buen gusto.
Grandes fortunas se amasaron aquí y en Caldas, renuevo
de la raza que dicen, en el contrabando de tabaco y aguar-
El ensayo en Antioquia/Selección 219

diente, y en nuestros días no hay señora que se respete,


que no haga contrabando de mercancías, traídas así de Miami
y de San Andrés.
No hubo al principio en el negocio de la cocaína gran-
des laboratorios para refinar la pasta de coca como última-
mente, instalados en el campo y hasta en la selva, sino pe-
queñas pero innumerables cocinas, por así decirles, pues
se trata de una operación tan simple como hacer arequipe:
leche, azúcar y revolver. En Medellín barrios enteros se
dedicaron a esto, como el de Antioquia, en la parte meri-
dional de la ciudad, incluso con policías propios a los cua-
les se les pasaba el billete y aun ración de la droga para
consumo de ellos mismos. Los que iban a convertirse en
barones de la droga suministraban a los cocineros la pasta
y la recibían transformada para exportarla. Aquí partici-
paban otras personas, sin duda parte de aquellas a que alu-
de el Alcalde, que ponían plata para que los llevaran en la
operación, desde pequeñas cantidades, díganse por ejem-
plo cien mil pesos, hasta millones. Industriales, comercian-
tes, profesionales, ganaderos, agricultores, pequeños ren-
tistas, alguno que otro profesor universitario, o simple
maestro de escuela con ahorritos, microempresarios y ar-
tesanos de ambos sexos, líderes sindicales y jefes políticos,
empleados públicos, militares retirados y quizá en servicio
activo, burócratas jubilados, sacerdotes y monjas, todo el
mundo, en una palabra. Los transportadores que hacían
las conexiones indispensables para llevar la mercancía a
los Estados Unidos, o Europa a veces, captaban ese dine-
ro condicionalmente. Sólo si se coronaba el despacho, como
decían, devolvían el cuatro por uno y hasta más. Valía la
pena correr el riesgo.
Fue de la forma dicha antes como empezó a realizarse
el negocio, y como prosperó enseguida. Las autoridades
no se metían. Por el contrario, eran de alguno y hasta de
muchos modos cómplices: o porque participaban de los
220 El ensayo en Antioquia/Selección

beneficios, o porque recibían sobornos, o porque las te-


nía sin cuidado. Los barones de la droga, recibidos al prin-
cipio en los clubes y altos círculos sociales, fueron a poco
los que recibían, vueltos de la noche a la mañana ricos
Epulones: daban fiestas suntuosas, con sus amantes carga-
das de brillantes y esmeraldas, y a ellas acudían los prime-
ros los magnates de todas las esferas del alto mundo, inclu-
so príncipes de la Iglesia, que salían de allí luciendo
pectorales de piedras preciosas que recibían como presen-
tes. El doctor Carlos Lleras Restrepo protestó una vez en
su revista porque el Gobierno de un departamento del
Nor-occidente del país había aceptado un avión regalado
por un mágico, que se les decía ya a los mafiosos a título
honorífico. Nadie se oponía, sino que, por el contrario, se
aplaudía el que con estos dineros, dichos también ya calien-
tes, se establecieran fundaciones cívicas o benéficas en pro-
vecho de las clases pobres, manejadas algunas por sacer-
dotes que las bendecían, sin desdeñarse a ello cierto obis-
po, a quien al serle reprochado respondió a la manera de
un viejo cura medellinense, que consideraba que prestar
plata al diez por ciento, como él mismo lo hacía, no era
pecado, sino muy sabroso. El doctor Alfonso López
Michelsen aceptó en persona, en el Hotel Intercontinental
de Medellín, un aporte de veinticinco millones de pesos de
esta procedencia para su infortunada campaña presiden-
cial reeleccionista, según lo admitió en declaraciones a un
periódico venezolano, y se aseguró, sin rectificación, que
el doctor Belisario Betancur, que lo derrotó, había recibi-
do también bastante más.
Para tomar parte en el negocio, se trasladaron a los Es-
tados Unidos, foco del consumo, centenares y acaso mi-
llares de colombianos, que cuando regresaban eran “po-
dridos de plata”. Resultaba tan fácil llevar allá cocaína, que
personas humildes aprendieron y ejercieron el oficio de
mulas, como se les ha dicho, y enriquecieron también.
El ensayo en Antioquia/Selección 221

Hubo chalanes y recogedores de estiércol de caballos de


paso que acabaron casándose con reinas de belleza, ben-
decida su boda por Cardenales. Lavar dólares, vale decir
convertirlos en moneda doméstica para su fácil inversión,
tornóse en arte y profesión internacional, dando nacimien-
to a un cúmulo de nuevos financieros, recibidos en medio
de venias en los Bancos del mundo entero, amigos y favo-
recidos de gobernantes, huéspedes de casas nobles, de ho-
teles y casinos famosos, de las playas y demás sitios de
diversión más en boga.
Tanta plata, hecha tan rápidamente y con tan poco es-
fuerzo, traída al país sin obstáculos, había que invertirla
en algo duradero y retributivo. Los narcotraficantes em-
pezaron a adquirir propiedades raíces urbanas y rurales, y a
mejorarlas haciendo subir su precio a niveles sin preceden-
tes. La economía nacional se beneficiaba, por supuesto,
como el empleo igualmente. Por fincas que valían un mi-
llón de pesos se pagaban diez, y los vendedores, deslumbra-
dos, se abrían de patas, que dicen coloquialmente. En las ciu-
dades ocurrió lo propio, y en Medellín barrios como el de
El Poblado se llenaron de nuevos vecinos sin tradición so-
cial, muchos aldeanos y campesinos venidos a más sin sa-
berse cuándo ni cómo, que desplazaban a los residentes tra-
dicionales. Universidades, colegios y escuelas abrieron sus
puertas a los hijos de estos nuevos papis ricos. No hubo
esfera ni actividad en que no tuvieran cabida.
Cuando los Estados Unidos vieron con alarma, no tan-
to que la cocaína llevada allá estaba envenenando a su ju-
ventud, sino sacándoles centenares de miles de millones de
dólares, poniendo en peligro su balanza de pagos, empeza-
ron a presionar al Gobierno de Colombia para combatir
el mal en su fuente. Esta es otra historia sin embargo, y sus
resultados se hallan hoy a la vista: Colombia en estado de
guerra por tal causa, con todos los horrores que ello signi-
fica. Aquí de lo que se trataba hoy era de mostrar, y eso
222 El ensayo en Antioquia/Selección

apenas a vuelo de pájaro, cómo de veras, pese a la exagera-


ción, lo dicho por el Alcalde de Medellín no es un desplan-
te ni un despropósito. De donde, para conversar con los
narcotraficantes, según él mismo ha propuesto, y no el
único, habría que reunirlos en una plaza de tan enormes
dimensiones que no existe ninguna en el país. De este asunto
bien pudiera decirse lo que de la Luna, cuya cara oscura
nunca se ve.
JOAQUÍN VALLEJO ARBELÁEZ

El tiempo esotérico
Hemos permitido a la literatura que use los recursos de la
imaginación para ayudarnos a revelar el misterio del tiem-
po: no propiamente para conocerlo, sino para sentirlo.
No hemos podido comprender el esfuerzo que hacen al-
gunos en la interpretación de las obras de arte como si
fuesen un mensaje escrito en un lenguaje especial, traduci-
ble por diccionarios, explicando que aquel color represen-
ta para el artista un momento de dolor, aquellas líneas cru-
zadas la voluntad de lucha y, finalmente, las grandes masas
de carne que surgen entre los pliegues de los ropajes y se
expanden por el lecho hasta llegar al suelo, es el triunfo del
amor... Sin duda la obra de arte suscita en el espectador
sentimientos que pueden ser semejantes a los que vivía el
artista en el momento de su creación, pero no importa
que sean otros. Jung dedicó sus últimos días de vida a diri-
gir un precioso libro titulado. “El hombre y sus símbolos,
donde se aplican los criterios psicoanalíticos de interpreta-
ción del alma humana a la pintura y quisiéramos creer que
este lenguaje del arte sea algo más que el lenguaje de los
sueños inventado (¿descubierto?) por Freud.
De cualquier manera que sea, la literatura nos abrió los
horizontes para sentir el tiempo y en este capítulo vamos
a escuchar las voces de otros visionarios que creen haber
descubierto caminos ocultos en la percepción de los fenó-
menos temporales, sin abandonar nuestra posición de
relatores o notarios imparciales.
Teósofos, astrólogos, brujos, magos, adivinadores, her-
méticos, espiritistas, esotéricos, parapsicólogos.
metapsíquicos, y novelistas de ciencia-ficción nos han des-
224 El ensayo en Antioquia/Selección

crito casos extraordinarios que comprueban la existencia


de algo supranormal, que escapa al conocimiento científi-
co. Percepción extrasensorial, P.E.S., puede ser el título común
que distinga estos fenómenos. No vamos a entrar a discu-
tir la validez de estas teorías, movimientos o credos, ni a
estudiar sus sistemas. Sólo nos interesa aquí lo que se refie-
re al Tiempo, en lo que concierna a una nueva interpreta-
ción de su flujo, sin avanzar en posibles justificaciones o
explicaciones. La descripción de los hechos es suficiente y
tampoco nos preocupa su autenticidad: nos limitamos a
reconocer que han ocurrido casos ciertos y los otros po-
drían aceptarse como metáforas.
Caminando por las calles de una ciudad, que nunca
habíamos visitado, súbitamente nos damos cuenta de ha-
ber estado allí y reconocemos, como cosa vista antes, los
edificios, los árboles y hasta nos aventuramos a decir que
a la vuelta de la esquina hay una plaza con un monumen-
to. Avanzamos unos pasos y constatamos, sorprendidos,
que estamos reviviendo una escena ya vivida. Habíamos
escrito el párrafo anterior, tomado de nuestros recuerdos
personales sin poder precisar la ciudad, cuando nos sor-
prendió, en un estudio de Jung sobre la sincronicidad. un
relato semejante, más rico en detalles, de lo ocurrido a un
amigo suyo en una ciudad española. La diferencia princi-
pal es que, en este caso, hubo un sueño previo.
En un estudio publicado por la Revue Philosophique en
1908, Bergson analiza este fenómeno muy conocido, por-
que cada uno de nosotros puede relatar experiencias de
esa clase: el déjà vu, lo ya visto: “Bruscamente, cuando asis-
timos a un espectáculo o tomamos parte en una conversa-
ción, surge en nosotros la convicción de que aquello ya lo
habíamos visto, de que ya habíamos oído lo que estamos
oyendo, de que ya hemos pronunciado las frases que pro-
nunciamos -que ya habíamos estado allí, en el mismo sitio,
en las mismas disposiciones, sintiendo, percibiendo, pen-
Joaquín Vallejo
226 El ensayo en Antioquia/Selección

sando y queriendo las mismas cosas-, en una palabra, que


revivimos hasta el menor detalle algunos instantes de nues-
tra vida pasada. La ilusión es a veces tan completa que en
todos los momentos de su duración, nos creamos un esta-
do de predecir lo que va a suceder: ¿Cómo no saberlo si
creemos que lo hemos sabido? No es raro que considere-
mos entonces el mundo exterior bajo un aspecto singular,
como en un sueño: nos consideramos extraños a noso-
tros mismos, como si nos fuéramos a desdoblar y a asistir
como meros espectadores a lo que se dice y se hace”.
Bergson repasa primero los numerosos casos publica-
dos en revistas especializadas de psiquiatría y psicología
médica, haciendo notar que se trataba de casos de enajena-
dos y en especial de la psicastenia, pero a renglón seguido
reconoce que distinguidos psicólogos han relatado expe-
riencias personales del ya visto, sin que pueda atribuírseles
alienación, por lo cual se ve obligado a respetar su testi-
monio.
Algunos casos pueden explicarse por el hallazgo de
imágenes replegadas en el inconsciente, que logran
proyectarse en la conciencia gracias a un hilo sutil que la
memoria conservó, cuando en alguna ocasión repasába-
mos las ilustraciones de un libro, sin mucho interés, y su-
brepticiamente se filtró a través de los mecanismos
somnolientos de la percepción la estampa de aquella calle
y su plaza adyacente.
Otra explicación de algunos psicólogos: “Es preciso
distinguir en toda percepción dos aspectos: de una parte la
impresión bruta hecha sobre la conciencia; de otra, la toma
de posesión de esta impresión por el espíritu. De ordina-
rio, los dos procesos coinciden; pero, si el segundo se re-
trasa, se produce una doble imagen que da lugar al falso
reconocimiento”. En este mismo orden de ideas los psicó-
logos siguen ofreciendo diversas hipótesis similares que
concuerdan en un desdoblamiento de la percepción, in-
El ensayo en Antioquia/Selección 227

clusive aceptando una penetración subliminal seguida por


la verdadera toma de conciencia de la imagen, que así reve-
la el recuerdo inconsciente, un poco borroso, como pare-
cen ser siempre estos fenómenos del ya visto.
Bergson no rechaza del todo estas explicaciones, sino
que entra directamente a analizar el proceso de la percep-
ción de acuerdo con su teoría del instante y de la duración,
enmarcadas en la del impulso vital, reconociendo que hay
tonos bajos en la percepción, si la voluntad de impulso de
la acción hacia el futuro se debilita, produciéndose la su-
perposición de imágenes que caracterizan el falso recono-
cimiento: “El falso reconocimiento será pues, en fin, la
forma más inofensiva de la atención a la vida. Una degra-
dación constante del tono de la atención fundamental se
traduce por perturbaciones psicológicas más o menos pro-
fundas y duraderas. Pero puede suceder que esta atención
se mantenga de ordinario en su tono normal, y que su in-
suficiencia se manifieste de una manera completamente
distinta: por detenciones de movimiento, generalmente muy
cortas, espaciadas de distancia en distancia. Desde que la
detención se produce, el falso reconocimiento llega a la
conciencia, la recubre durante algunos instantes y cae al
punto como una ola”.
“Tal sería, pues, la perturbación de la voluntad que
ocasionaría el falso reconocimiento. Sería en último tér-
mino su causa inicial. En cuanto a la causa próxima, debe
buscarse en otra parte, en el juego combinado de la per-
cepción y de la memoria. El falso reconocimiento resulta
del funcionamiento natural de estas dos facultades entre-
gadas a sus propias fuerzas. Tendría lugar a cada momento
si la voluntad, tendida sin cesar hacia la acción no impidie-
se al presente volverse sobre sí mismo impulsándolo inde-
finidamente en el porvenir. El impulso de conciencia, que
manifiesta el impulso de vida escapa al análisis por su sim-
plicidad. Por lo menos se pueden estudiar, en los momen-
228 El ensayo en Antioquia/Selección

tos en que se retrasa, las condiciones del equilibrio móvil


que había mantenido hasta entonces, y analizar así una
manifestación bajo la cual deja transparentar su esencia”.
A pesar de estas explicaciones de Bergson y de los psi-
cólogos que lo precedieron, siguen inquietando estos fe-
nómenos del ya visto o falso reconocimiento a muchos que
no están de acuerdo con las teorías de la percepción desa-
rrolladas por aquellos. Las escuelas que creen en la trans-
migración de las almas o metempsicosis, explican muy senci-
llamente que en una vida anterior o, mejor dicho, cuando
habitaba el alma inmortal en un cuerpo anterior, tuvo la
primera percepción... Habría que averiguar dónde locali-
zan la sede de la memoria: en el alma o en el cuerpo.
Las visiones del pasado han originado toda clase de es-
peculaciones. A principios del siglo dos profesoras ingle-
sas recogieron en un libro, Los fantasmas del Trianon, lo que
había sido su experiencia de turistas en Versalles, donde se
sintieron transportadas insensiblemente, mientras camina-
ban por los jardines, al 5 de octubre de 1789, cuando Ma-
ría Antonieta era advertida por uno de sus pajes para que
se pusiera a salvo de la furia de la muchedumbre parisiense,
que marchaba hacia Versalles en busca suya.
Hace algunos años, un hombre de negocios abandonó
su oficio para dedicarse al estudio de los fenómenos
extrasensoriales y llegó a escribir un popular best-seller
sobre la tragedia de la Sra. Murphy, su esposa, en cuyo
cuerpo aparentemente se albergaba el espíritu de un ante-
pasado irlandés, que la hacía pronunciar frases en un dia-
lecto antiguo y describir escenas y hechos de la vida nor-
mal en una aldea de Irlanda.
Parece que posteriormente se averiguó que, cuando
niña, la Sra. Murphy tuvo una institutriz irlandesa que le
enseñó tan eficazmente la vida en la madre patria, que se la
llevó al inconsciente, en forma singular, puesto que mien-
tras en estado de vigilia nada recordaba de aquello, al en-
El ensayo en Antioquia/Selección 229

trar en trance hipnótico comenzaba a vivir en otra época


varios siglos atrás.
Los productores de cine son muy aficionados a estos
trucos y muchos espectadores salen impresionados con la
preocupación de que algún accidente los saque de golpe de
la era actual y los lance por otra dimensión del espacio
hacia una época anterior, adonde llegarán a sorprender a
la gente con sus conocimientos de electricidad,
automovilismo y hasta de artefactos domésticos. La imagi-
nación de algunos periodistas y escritores de ciencia-
ficción los lleva a creer que las cosas van quedando refleja-
das en los átomos o flotando su imagen en forma de radia-
ciones, que podrían ser captadas hoy con la máquina ex-
ploradora del tiempo de H.G. Wells, así como un habitan-
te hipotético de una estrella situada a 200 años luz de la
tierra, al enfocar su telescopio poderoso, podría ver la vida
en nuestro planeta, cuando los norteamericanos firmaban
el acta de su Independencia y si nosotros dispusiésemos de
otro formidable telescopio y nuestros estelares vecinos
colaborasen con un espejo, veríamos reflejada la historia
de 1576, con la revolución de los Países Bajos para liberar-
se del dominio español. Hasta se ha llegado a prever la
fabricación de televisores domésticos, para enseñarnos la
historia tomada de la realidad...
Una interpretación del modelo espacio-tiempo, como
un universo de cuatro dimensiones y algunas explicacio-
nes de eminentes científicos en el sentido de que ese conti-
nuo podría considerarse como un presente donde nues-
tras vidas estarían allí trazadas, ha despertado la imagina-
ción de muchos por averiguar nuestro pasado y nuestro
futuro, si pudiésemos encontrar la quinta dimensión para
desplazarnos en ese universo, en uno u otro sentido. Otros,
como en la novela de Alejo Carpentier, Viaje a la semilla,
nos cuentan que debe haber otros mundos donde el tiem-
po camine hacia atrás, como los cangrejos, y que si se han
230 El ensayo en Antioquia/Selección

descubierto partículas subatómicas, anti-electrones o


positrones, también podríamos cambiar de flecha o direc-
ción del tiempo, conviviendo con la anti-materia.
El Dr. Osty, director del Instituto Metapsíquico Inter-
nacional de París, aporta en su obra El conocimiento supranormal
muchas informaciones de conocimiento paranormal en el
tiempo pasado a través de agentes o médiums que, al con-
tacto con un objeto se iluminan, viendo acontecimientos
o detalles de personas vinculadas a ese objeto, que si no
fuese por el respeto que merecen el Instituto y sus investi-
gadores, cualquiera rechazaría como fantásticos e increí-
bles.
A pesar de las limitaciones de la historia, en todo caso
para nosotros es más fácil averiguar lo que ocurrió en el
pasado, que lo que ocurrirá en el futuro. Verdad es que las
leyes científicas nos permiten predecir muchas cosas del
mundo físico, inmediatas o a largo plazo, como por ejem-
plo que en 1986 tendremos de nuevo la visita periódica del
Cometa Halley y conocemos el calendario exacto de los
eclipses de sol en el porvenir. Los fundadores de la Mecá-
nica Celeste, bajo un modelo matemático, llegaron a anun-
ciar que en el momento en que el hombre conociera en
detalle la situación del mundo en un instante determinado,
podría calcular las futuras situaciones del porvenir. Pero
en los fenómenos de la vida, de la sociedad y del hombre,
las previsiones fallan y la ansiedad por averiguar cualquier
indicio de lo que pueda acaecerle lo hace crédulo. Ahora
bien, como se han podido comprobar aciertos en muchas
predicciones, al lado de sectas religiosas, movimientos mís-
ticos, escuelas de superchería y sesiones diabólicas, cientí-
ficos serios intentan buscar reglas confiables para organi-
zar cuerpos de doctrina a la manera como los alquimistas
de la antigüedad pudieron sembrar la semilla de lo que hoy
es la respetable Química. La psicología moderna tiene
mucho de esotérico todavía y casi que no podríamos ex-
El ensayo en Antioquia/Selección 231

cluir las ciencias físicas y naturales de algún pecado origi-


nal. Hasta la más exacta de las ciencias, la geometría, carga
con el pecadillo del postulado de Euclides, cuando se afir-
ma que se aplica a la métrica de nuestro Universo. Desde
luego, eso no ocurre si se le trata como estructura lógica,
con abstracción de la realidad.
La visión del futuro y aún la del presente, de sujetos y
cosas a distancia que no están al alcance de los sentidos,
está acompañada de sueños o estados similares. Aun los
presentimientos se describen en forma de alucinación.
Freud y las escuelas de psicoanálisis han sistematizado
el estudio de los sueños, pero antes de ellos hubo explora-
dores y descubridores de ese nuevo continente misterioso
que vive en la subconciencia.
Lo que nos interesa aquí saber sobre esa experiencia
onírica. son los fenómenos precognoscitivos. que nos
anuncian cosas que van a suceder y que efectivamente su-
ceden. Richet, eminente fisiólogo y premio Nobel por su
descubrimiento de la Anafílaxia, fundó bajo el nombre de
Metapsíquica un cuerpo de investigaciones que logró re-
coger y seleccionar gran número de descripciones de sue-
ños relativos al futuro, la mayor parte mensajeros de ma-
las noticias, pero muchos otros banales que para el cientí-
fico tienen más interés, puesto que no son sospechosos de
la influencia que un gran temor ejerza. Calpurnia previno
a Julio César de los idus de marzo, cuando en medio de sus
pesadillas veía su asesinato. Lincoln soñó también con sus
propios funerales, pocos días antes del magnicidio. En
ambos casos la predicción era posible, aunque los detalles
de los sueños causan sorpresa. Maeterlinck relata en su
obra El cultivo de los sueños tres casos personales, difíciles de
explicar como coincidencias. Priestley en su obra El hom-
bre y el tiempo cita dos casos históricos, que tuvieron mucha
resonancia: el asesinato del primer ministro británico, en
la Cámara de los Comunes, el 11 de mayo de 1812, anun-
232 El ensayo en Antioquia/Selección

ciado en el sueño repetido de una persona que no lo cono-


cía y quien lo divulgó antes de que ocurriera; y el asesinato
público del mariscal de campo Sir Henry Wilson, perpe-
trado por nacionalistas irlandeses el 22 de junio de 1922,cu-
yos detalles soñó Lady Londonderry y tuvo oportunidad
de contarlo nueve días antes. El mismo Priestley abrió una
encuesta desde la BBC de Londres para recibir testimo-
nios de personas que pudieran relatar sueños
precognoscitivos y en su libro publica su retrato frente a
una mesa de billar colmada de centenares de respuestas,
que después pasaron de mil y que permitieron seleccionar
las más dignas de crédito, para acumular argumentos en
favor de su fe en la posibilidad de prever el futuro. Un
caso de premonición, comprobable por los testigos y creí-
ble por la calidad del informante. Sir Stephen King-Hall,
sorprende por el acierto aunque cabe llamarla también
previsión lógica: Este escritor, cuando era oficial de mari-
na en el Southampton. se acercaba a la base británica de
Scapa Flow en un convoy y tuvo el presentimiento de que
uno de los marineros caería al mar, ordenó los preparati-
vos para lanzar una lancha de rescate, ante la sorpresa de
sus compañeros y la crítica de sus superiores, cuando a
poco, efectivamente, se oyó el grito de “¡hombre al agua!”,
pero gracias a su discutida maniobra logró salvarse el mari-
nero de otro barco del convoy. Priestley completa su do-
cumentada información con experiencias personales, que
podrían explicarse por transmisiones telepáticas, aceptan-
do así otro fenómeno psíquico que juega con el tiempo en
los casos de simultaneidad.
En la obra ya citada el Dr. Osty cuenta una historia
sobre una predicción que el Dr. Tardieu refería garanti-
zándola con su honor y con el testimonio de las personas
que fueron testigos, tanto del momento de la predicción
como de los hechos ocurridos de acuerdo con ella. Se tra-
taba de León Sourel, un sabio físico del observatorio de
El ensayo en Antioquia/Selección 233

París: “Yo había frecuentemente advertido con asombro


que León Sourel quedaba como en estado hipnótico en el
curso de nuestras conversaciones, cuando estaba tranqui-
lo y de buen talante. Le oí (y pude comprobar el hecho),
predecir muchas veces acontecimientos que luego resulta-
ban realizados con entera exactitud”. La predicción citada
se refería a una serie de acontecimientos sobre la guerra
franco-prusiana que tendrían lugar un año después, pero
la importancia radicaba no solamente en los personajes
que entraban en juego y la gravedad de los sucesos, sino
particularmente en la larga duración comprendida en el
relato. Otra historia, sometida también a la confrontación
de numerosos testigos, fue la predicción de una médium
sobre la guerra rusa-polonesa de 1920 que después de
muchas alternativas dio el triunfo a los bolcheviques.
Un distinguido amigo nuestro nos recordaba una trági-
ca anécdota de la vida de Mussolini: Este, cuando joven,
soñó varias veces y en diversas ocasiones que se encontra-
ba al pie de una antigua portada de piedra, con escudos
grabados y lo comentó con su esposa doña Rachel, quizás
relacionándolo en sus ilusiones de grandeza con alguna
mansión adonde lo llevaría su buena fortuna. En efecto la
grandeza llegó, pero sin la portada. Después, en su deca-
dencia, vino aquel episodio de su fuga, disfrazado con
Claretta Petacci, la celada que le tendió Valerio, disfrazado
a su turno de oficial nazi y su traslado por carretera hasta
cierto punto donde al descender del vehículo se encontró
frente a la puerta antigua de piedra, de sus sueños de ju-
ventud, con los escudos grabados y que finalmente vino a
servirle de paredón de su fusilamiento.
El mismo amigo nos relataba un caso personal suyo,
que nos inhibe para publicar su nombre: Estando en
Burdeos soñó que su hija paseaba por la orilla de un bello
lago muy azul, rodeado de árboles y en el fondo un edifi-
cio blanco de varios pisos. Súbitamente su hija aparecía
234 El ensayo en Antioquia/Selección

ahogándose, pidiendo auxilio, hasta que despertó de la


pesadilla y llamó inmediatamente por teléfono a su espo-
sa, en París, para preguntarle dónde estaba la niña. Tran-
quilizado le contó el sueño y no volvió a recordarlo hasta
que un día, visitando a Rumania con su esposa e hija, se
alojaron en un hotel de reposo, a la orilla de un lago azul.
Paseando con su familia algo le decía que ese lugar no era
desconocido para él y, en cierto momento, al levantar la
vista descubrió el edificio blanco, que era su hotel, los ár-
boles, el reflejo azul del lago y como un relámpago se le
hizo presente el sueño de muchos años atrás, cuando su
hija apenas era una niña, y el sufrimiento que le ocasionó
verla luchar contra la muerte. Sin pensarlo dos veces, tomó
inmediatamente la decisión de alejarse de aquel lugar y ad-
virtió a su hija que se apartara de la orilla...
Es evidente que estos casos no podrían explicarse con
las razones de Bergson y de los otros psicólogos que inter-
pretan el ya visto, como un fenómeno posible de percep-
ción desdoblada.
Podríamos extendernos en multitud de relatos como
éstos y en otros inverosímiles que mantienen la atención
de investigadores, hasta encontrar explicaciones razona-
bles dentro de la ciencia tradicional, en lo posible, o acu-
mular material de estudio para una nueva disciplina como
lo intentó Richet con la Metapsíquica.
En Londres se organizó la “Sociedad para la investiga-
ción psíquica” con el fin de recoger información sobre es-
tos fenómenos, juzgarlos con rigor en la calidad de sus fuen-
tes y en la descripción de los hechos y clasificarlos en for-
ma adecuada sin ningún prejuicio, en favor o en contra.
Desde luego, no pueden utilizar las reglas de la psicología
experimental porque los fenómenos se presentan inespe-
radamente lejos de los laboratorios, pero van más allá que
los historiadores de hechos, puesto que asumen el papel
de jueces de instrucción, confrontando testigos y com-
El ensayo en Antioquia/Selección 235

pulsando informes. Al aceptar Bergson la presidencia de la


sociedad leyó un bello discurso que se publicó con el títu-
lo “Fantasmas de vivos e investigaciones psíquicas” donde
defiende la seriedad y responsabilidad de los trabajos, así
como el objeto de la sociedad, contra los críticos que les
faltaban al respeto científico por estudiar estos casos don-
de suele abundar tanto charlatán: “En cierta ocasión leí la
historia de un sargento, a quien los azares de la batalla, la
desaparición de los jefes, heridos o muertos, le pusieron
en el honroso trance de mandar su regimiento: toda su
vida se acordó de ello, toda su vida habló de ello y su exis-
tencia entera quedó impregnada del recuerdo de estas po-
cas horas. Yo soy ese sargento, y siempre me felicitaré de
la suerte inesperada que me ha puesto, no sólo por algu-
nas horas, sino por algunos meses, a la cabeza de un regi-
miento de bravos”.
“¿Cómo se explican las prevenciones que han existi-
do contra las ciencias psíquicas y que muchos conservan
aún? Ciertamente se trata de semisabios que condenan,
en nombre de la ciencia, investigaciones del género de las
vuestras; físicos, químicos, fisiólogos, médicos hay que
forman parte de vuestra sociedad, y son muchos ya los
hombres de ciencia que, sin figurar entre vosotros, se in-
teresan por vuestros estudios. Sin embargo, todavía acon-
tece que verdaderos sabios, dispuestos a acoger cualquier
trabajo de laboratorio, por pequeño que sea, separan de-
liberadamente lo que vosotros aportáis y rechazan en
bloque vuestra labor”. “¿De qué depende esto? Lejos de
mí el pensamiento de criticar su crítica por el placer de
hacer yo crítica por mi parte. Yo estimo que el tiempo
consagrado a la refutación, en filosofía, es generalmente
tiempo perdido. De tantas objeciones elevadas por tan-
tos pensadores ¿qué queda?, nada o muy poca cosa. Lo
que tiene valor y lo que queda es lo que cada uno aporte
de la verdad positiva: la afirmación verdadera sustituye a
236 El ensayo en Antioquia/Selección

la idea falsa en virtud a su fuerza intrínseca y llega a ser, sin


que su autor se haya tomado la molestia de refutar a nadie,
la mejor de las refutaciones”.
J.B. Rhine, fundador del departamento de
Parapsicología de la Universidad de Duke. en su obra El
alcance de la mente, al advertir que si dentro de las reglas ordi-
narias del sistema científico es inconcebible que la
precognición pueda realmente producirse, tampoco hay
que declarar nada imposible y si la evidencia de un fenó-
meno se hace suficientemente clara, el sistema de conoci-
mientos teóricos debe modificarse para dar cabida al nue-
vo descubrimiento. “El hombre de ciencia no puede des-
conocer o negar ningún hecho cuya realidad se haya de-
mostrado, aunque parezca lógicamente improbable, con-
trario a los conocimientos, anterior o inaceptable. Enton-
ces, si se demuestra que la precognición existe, la ciencia
debe darle un lugar en su concepción del Universo”.
Desde luego esto plantea serios problemas, no solamen-
te a nuestro modo de pensar sino a principios como el de
causalidad, que es la base de la ciencia experimental y pon-
dría en juego nuestra libertad, si el determinismo de las
profecías llegara a imponerse.
Alexis Carrel en su obra El hombre: este desconocido con-
fiesa su creencia de que existen fenómenos que escapan a
nuestros conocimientos normales, en frases como éstas:
“Sabemos, además, que los clarividentes pueden ver cosas
ocultas a grandes distancias. Algunos de ellos perciben su-
cesos que han ocurrido ya o que habrán de producirse en
lo futuro. Hay que observar que captan lo mismo lo futu-
ro que el pasado. Algunas veces son incapaces de distin-
guir el uno del otro. Por ejemplo, pueden hablar en dos
épocas distintas del mismo hecho sin sospechar que la pri-
mera visión se refiere a lo futuro y la segunda al pasado.
Ciertas actividades de la conciencia parecen viajar sobre el
espacio y el tiempo”.
El ensayo en Antioquia/Selección 237

Contra esto reaccionó vigorosamente Jean Rostand, sin


dejar de respetar a Carrel y a Richet, en un precioso libro
en que hacía el elogio de ambos, pero se negaba a aceptar
que la ciencia positiva abriera las puertas a lo que no podía
ser sometido a los procedimientos ortodoxos de la investi-
gación.
Desde la más remota antigüedad el hombre ha querido
conocer su futuro y la historia está llena de profetas y au-
gures. de clarividentes y de iniciados. Tres mil años antes
de Jesucristo, el emperador chino Fu Hsi compuso el Li-
bro de los Cambios I Ching, para guiar la conducta de sus súb-
ditos, averiguando el destino de cada uno, a través de ritua-
les que en el fondo se reducían a escoger al azar los
“Hexagramas” normativos. El Libro de los Cambios viene a
ser entonces el libro del Tiempo Futuro.
En el siglo XV de la era cristiana se conocieron las car-
tas Tarot, aunque algunos remontan su origen a los anti-
guos egipcios. Constituyen otro medio de adivinar el des-
tino de cada uno.
Todavía hoy sigue interpretándose El Apocalipsis de San
Juan como una predicción a lo largo de los tiempos.
Tenemos la sospecha que este capítulo, que hemos ti-
tulado del tiempo esotérico, o sea de lo oculto en el tiem-
po, ha contribuido a acrecentar su carácter misterioso, por
lo cual invitamos al paciente lector a acompañarnos a otros
campos, donde podremos seguir las huellas del tiempo en
nuestro propio organismo y en las cosas que nos rodean.
ARTURO ESCOBAR URIBE

Vargas Vila
y su obra literaria
(Capítulo de El divino Vargas Vila)
Numerosa, cual la de ningún otro escritor americano, sal-
vo don José Toribio Medina, escritor chileno quien llegó a
la centena de libros publicados, es la obra de José María
Vargas Vila, el cual, según nuestro censo sobre ella, deja
112 volúmenes; 108 publicados, 4 obras inéditas y sus
memorias, estas últimas, según Carlos García Prada, en
poder del Gobierno mejicano, sin que se sepa el por qué
de ello.
Es por esto, por lo que encontramos muy natural, la
envidia de algunos escritores colombianos y como conse-
cuencia de ella, la campaña de silencio que en torno al es-
critor se ha hecho en su suelo natal. ¿Y cómo, no? pues si
los dómines de la literatura colombiana, ninguno de ellos
llega a las dos docenas de libros publicados y cuando pa-
san de la primera docena, comienzan los “recalentados” o
“refritos”, es decir a repetirse lastimosamente sin poder
volver a escribir nada nuevo, dedicándose a hacer colchas
de retazos de sus mismos libros.
¿La obra de Vargas Vila es toda uniforme y buena? No,
imposible sería. Un escritor tan polifacético y tan prolífi-
co como fue éste, dejó mucho ripio, como es natural, pero
dejó una OBRA monumental e inigualable por el núme-
ro. En cuanto a la calidad, no toda es buena, cómo ya lo
dijimos, pero de ella se salva un 50%, que ya es mucho
decir.
El ensayo en Antioquia/Selección 239

Claro es que en este aserto no estarán de acuerdo quie-


nes juzgan a Vargas Vila sin haberlo leído y a través de las
consejas del pulpito o de los juicios de sus envidiosos. Por-
que hay que confesarlo: se miente, más que se lee a este
escritor. La mayoría de los juicios prevenidos que hemos
oído y hasta leído acerca de él, son a priori, sin conocer, no
ya en su totalidad, que ni siquiera en un veinte por ciento su
obra, y entonces, o le ignoran pasándole por alto, o le juz-
gan despectivamente sin conocerlo a fondo. Estos juicios
son secuencias de lo que dijo el P. J. M. Ruano en su Resumen
histórico-crítico de la literatura colombiana y en su flamante Precep-
tiva literaria, que como es texto oficial de enseñanza, muchos
de sus “críticos” no han pasado de esos conceptos erróneos
e interesados, y no solamente interesados y equívocos, sino
procaces y llenos de odio. Las aves negras, El camino del triunfo,
La conquista de Bizancio, La demencia de Job, etc., no se podían
quedar sin respuesta y ella fue el insulto.
Algunos aducen, (de memoria también y sin haberlo leí-
do) que las novelas de Vargas Vila son sobre temas foráneos,
de un erotismo sin límites y de un bajo sensualismo. Pero
resulta que no todas son foráneas, ni todas son sensuales, ni
todas son eróticas, ni todas “ellas están al servicio de un mór-
bido mal gusto”, como dice el R. P. Ruano.
Novelas de tema colombiano y buenas son: Aura o las
violetas, sus cuentos Emma, Lo irreparable y algunos inclui-
dos en su libro Copos de Espuma, Flor de fango, que tanta pol-
vareda levantó, no es más que la historia de una maestra de
escuela de un pueblo cualquiera del departamento de
Cundinamarca, tragedia que diariamente se repite, pero que
la hipocresía oculta y el fanatismo calla, para no ofender la
moral..... ¡LA MORAL!; Los parias es otra novela de tema
colombiano, de la guerra civil del 85; El camino del triunfo es
una novela punzante, de temática nacional, sobre los in-
ternados de los colegios de religiosos. Su continuación La
conquista de Bizancio, de la cual dijo su autor que era “la más
240 El ensayo en Antioquia/Selección

fuerte, si no la más bella de mis novelas de combate”, tam-


bién es de tema netamente colombiano, y en cuanto a Alba
roja, dedicada a Antonio José Restrepo, que produjo el
consiguiente alboroto y de la cual vamos a transcribir unos
párrafos cualesquiera, para que se vea el por qué de ello:
“La bruma pluviosa de un crepúsculo invernal en-
volvía la estancia en opacidades siniestras.
“Los cortinajes rojos, las molduras doradas, los es-
pejos inmensos, los grandes floreros donde se morían
rosas lívidas, todo se hundía en penumbras desoladas.
“Sentado en un gran sillón; envuelto en inmensos
abrigos; las manos, de histórica fealdad, manos
tentaculares, de pulpo, hechas para oprimir las carnes
y los pueblos, caídas sobre las piernas flacas y angulosas;
los párpados entrecerrados sobre las grandes pupilas
azules, única cosa bella que se conservaba en aquella
ruina humana, como dos ventanas góticas donde canta-
ra el sol, en el muro de un templo derruido; la barba
blanca, asquerosa, inculta, cubierta por extraños
pedículos, escapados a su piel sarnosa, apoyada sobre el
pecho hundido y cavernoso; la horrible boca desco-
munal, contraída en un gesto de infinita laxitud y de
tristeza, Herodes meditaba.
“¡Era el sueño de Satán!
“¡Sueño de Judas!
“¡Era el rebelde vencedor, roto por su victoria; el
traidor expirando bajo el peso de su traición! iTarpeya
muriendo ahogada, bajo los escudos de los bárbaros!.....
“Aquella alma tiritaba, desnuda ante su propia con-
ciencia, más leprosa que Job, más miserable, en el ester-
colero de sus sueños.
“¡Ay. gemía la pérdida de las alas y de la luz!
El ensayo en Antioquia/Selección 241

“Una ráfaga de poesía se agitaba aún en su alma.


como la agonía de un noctículo, prisionero en el cáliz
de una rosa.
“Y a esa luz vaga y crepuscular, el déspota soñaba...
“Vueltos los ojos del alma, hacia su pasado de gran-
deza moral, de gloria, de juventud y de amor, su alma
se abría al recuerdo, como el cáliz de una flor nocturna
llena de insectos luminosos.
“Y recordaba su juventud, su renombre, sus sue-
ños! ¡Oh, sus sueños! ¡Aquel gran poeta había soñado
tanto!
“¡Oh, el despliegue torturador y cruel de las visio-
nes!...
“Allá, entre horizontes luminosos de mares magní-
ficos, mirajes de palmas y de rosas, y bajo guirnaldas
de laureles y jazmines que hacían pensar a un mismo
tiempo en los canales oscuros de Venecia y en las ribe-
ras asoleadas del Bósforo, se alzaban murallas legenda-
rias de gloria, reflejándose en el azul sereno de las on-
das, bajo los rayos de un sol tórrido, en el esplendor de
una visión lacustre. Era la ciudad natal, la divina ciu-
dad anadyomena.
“Y se veía en ella blondo, adolescente, amable,
decidor de rimas suaves, enamorado y feliz.
“Y Ella, la tentación venenosa, la opulenta flor del
mal, carnalmente imperiosa, tendiéndole por primera
vez sus labios ponzoñosos, y enseñándole en ellos el
amor, el ritmo, el inmortal secreto de los besos.....
¿Quién es?... Blanco es, gallina lo pone, frito se come,
etc... Otras novelas hay que pudieran citarse como bue-
nas, aun cuando entre todas no hay una sola de gran cala-
do, que pudiera inmortalizar a Vargas Vila como gran
242 El ensayo en Antioquia/Selección

novelador a lo Zola, a lo Barrés o siquiera como uno de


los tantos novelistas hispanos, verbi gracia, Blasco Ibáñez.
Su afamada Ibis nos parece detestable, (al menos somos
sinceros e imparciales), mala, pero no en el sentido cándi-
do que le dan a la maldad algunos, sino que es mala,
literariamente, como son malas otras muchas en igual sen-
tido, porque en ellas se nota fueron escritas de carrera y
con estilo muy descuidado y pomposo.
Pero su obra política, urticante, mordaz, sarcástica apa-
sionada pero verídica, está en pie sin que de ella se haya
rectificado una coma; obra lacerante despiadada y desnu-
da, es cierto, pero directa e irrebatible. De ahí el odio, la
envidia y la cortina de ignorancia que se ha tendido en tor-
no de su nombre, no mencionándole en los textos de lite-
ratura didáctica, (como al Indio Uribe), pretendiendo ta-
par el sol con la mano. Del excelente ensayo biográfico
que sobre Vargas Vila escribiera el profesor malagueño
(norte-santandereano), Carlos García Prada, tomamos los
siguientes apartes:
“Pocos escritores de Hispanoamérica han gozado
en vida de la notoriedad de que gozó José María Vargas
Vila, y quizá a ninguno se le ignora tanto como a él,
especialmente en su patria. En ninguna de las historias
de la literatura colombiana se menciona siquiera su
nombre. ¿Por qué se le hará el vacío a un escritor tan
fecundo y versátil tan leído e influyente? ¿Se trata de
un “caso” de resentimiento y de venganza? Quizá....
Vargas Vila fue un individualista vanidoso, rebelde,
desdeñoso, irritable y agresivo; un ególatra amigo de
ensalzarse y de aislarse, por creerse único y genial; lu-
chó solo. sin mendigar la ayuda de nadie, y lejos cená-
culos y camarillas literarias; no buscó el aplauso fácil, y
a veces venal, de los gacetilleros del periodismo, y pasó
casi toda la vida fuera de Colombia; fue un anticlerical
profeso y activísimo, dispuesto siempre a atacar, en es-
El ensayo en Antioquia/Selección 243

critos y conversaciones de extremada virulencia y mor-


dacidad, no sólo a sus enemigos personales y políti-
cos, sino a cuantos en modo alguno dieran señales de
menospreciar sus talentos. Así llegó a abrir heridas
irrestañables e incurables antipatías. Además, allá por
el año de 1897, en los funerales de su amigo y compa-
triota el poeta Diógenes Arrieta, pronunció, una vi-
brante oración que terminó con estas palabras: “Duer-
me en paz... lejos de ese imperio monacal que nos
deshonra...” Así dijo refiriéndose a la Colombia de la
Regeneración, que lo perseguía, y por haberlo dicho
en público, se hizo más honda y más amarga la inqui-
na entre ella y su hijo rebelde y desnaturalizado... .
Fuera de Colombia, algunos críticos y estudiosos se
han ocupado de él y de sus obras. En ella se ha queri-
do anonadarlas con el silencio. ¿Por qué, si ellas en-
carnan un momento de la emoción americana -como
dice Manuel Ugarte-, que la crítica amplia y justiciera
no puede ignorar sin renunciar a su función históri-
ca? ¿Por qué, si Colombia se precia de culta y de mag-
nánima?
“José María Vargas Vila escribió cuentos, novelas,
relatos, de viajes, obras de teatro, conferencias y sobre
todo, artículos de crítica y ensayos de política, de his-
toria y de estética, notables casi todos por el fuego que
los anima y por el amor de la libertad y de la justicia
social que los inspira y orienta. Casi cien tomos com-
prende su obra literaria, que conviene a todas luces es-
tudiar y revaluar. Sus cuentos y novelas han pasado de
moda, pero quedan sus artículos y ensayos, dignos
muchos de ellos de figurar junto con los de Montalvo,
González Prada y Blanco Fombona, para mencionar
sólo a tres entre los maestros del vituperio y la diatri-
ba, a quienes Vargas Vila iguala en América en virili-
dad e independencia y emula en la actitud cívica y
demoledora de ídolos e idolatrías y en la certeza de su
244 El ensayo en Antioquia/Selección

puntería, aunque no en la forma acabada de la expre-


sión literaria.
“Como novelista, Vargas Vila poseyó innegables
dotes naturales de sensibilidad, de imaginación y de
fuerza, pero no logró crear, ni una sola obra maestra
de valor universal y permanente. Carecía de buen gus-
to y de sólida cultura humanística, a pesar de sus mu-
chas y variadas lecturas. Malgastó sus dotes naturales.
Escribió de prisa y osciló entre varias tendencias y
modas literarias: se inició con novelitas y cuentos de
empalagoso romanticismo; creó una o dos novelas de
ambiente colombiano, realistas, vigorosas y promete-
doras; se mostró en otras aficionado al modernismo
exotista y decorativo, y se perdió en otras más, efectistas
y artificiosas, de temas y argumentos inusitados y sor-
prendentes, en que predomina el culto del “superhom-
bre” nietzscheano, visto a través de las gafas
deformadoras de D'Annunzio, y en que se acentúa de-
masiado la nota de un estilo deslumbrante, musical,
personalísimo y extravagante. El rebelde Vargas Vila
era enemigo declarado del estilo tradicional; gustaba
de los equívocos y demás juegos de palabras; amaba las
frases rotundas y altisonantes, las imágenes vistosas y
los conceptos atrevidos y desconcertantes; escribía en
mayúscula los nombres abstractos; comenzaba nuevos
párrafos, con frecuencia, principalmente después de un
punto y coma; sembraba exclamaciones a granel; le daba
un tono solemne y sibilino al discurso y lo matizaba de
afirmaciones violentas y dogmáticas, y todo lo anima-
ba de un lirismo .desenfrenado lleno de color y de
“tropicalísimo”. Más, a pesar de tales defectos, entre
1900 y 1914 -dice Manuel Ugarte- sus novelas “alcanza-
ron difusión pasmosa y fueron la cartilla romántica de
toda una juventud” del mundo hispánico. Son, pues,
un precioso documento.
El ensayo en Antioquia/Selección 245

“Si pasaron las ficciones novelísticas de Vargas Vila,


en las cuales él cifraba su orgullo de creador, no ha
sucedido tal con sus artículos y sus ensayos políticos,
históricos y críticos, lo más valioso de su obra, pues
constituyen una de las realizaciones más completas de
la literatura hispanoamericana, y su actualidad es tan
de hoy como de ayer. El autor alcanzó renombre con-
tinental al iniciarse en este campo, con Los providenciales y
lo enalteció con Ante los bárbaros, Verbo de admonición y de
combate, Los Césares de la decadencia y Laureles rojos, libros
iconoclastas y demoledores, notables por la vehemen-
cia del ataque y aun por la elegancia del insulto. Sobre-
salientes son también Los divinos y los humanos, en que con-
trasta la vida y el carácter de los providenciales con la
de los amigos de la democracia, y La muerte del cóndor”,
fervorosa apología de Eloy Alfaro y violenta diatriba
contra Leónidas Plaza. Con tales libros. Vargas Vila
llegó a ser “el panfletario” por excelencia en Hispano-
américa que tanto ha padecido bajo innobles y crueles
dictaduras.
No obstante su egolatría, la obra de Vargas Vila
merece estudiarse y conservarse, no sólo porque encie-
rra un gran esfuerzo en defensa de altos ideales de bien,
de libertad y de justicia, sino porque, a despecho de sus
defectos artísticos, está sembrada de máximas y senten-
cias filosóficas, juicios muy certeros y valientes tiradas
con los cuales bien podría formarse un volumen ejem-
plar en la historia de la diatriba en tierras americanas,
sedientas todas de libertad y de justicia”.
Este certero, atinado e imparcial juicio sobre Vargas
Vila, que en buena hora produjo la pluma sápida de Car-
los García Prada, es el primer desagravio justo y sincero
que un colombiano emite sobre nuestro coterráneo, ilus-
tre por muchas razones, y quien ha sido tan ultrajado, tan
irrespetado y tan injustamente tratado por sus compatrio-
246 El ensayo en Antioquia/Selección

tas. Pero no sobra repetir, que ha sido más por la envidia,


la incomprensión del fanatismo o la ceguedad de los
“moralistas de pandereta”, quienes con más sevicia e
ignominiosamente han hincado su pluma venenosa en el
nombre y en la obra de este escritor de fama continental y
maestro de generaciones.
Y dijimos maestro de generaciones con plena con-
ciencia del significado del vocablo, porque en Vargas
Vila han abrevado muchos escritores y oradores de hoy.
Sin ir muy lejos y sin peligro de equivocarnos, afirma-
mos rotundamente, que el celebrado grupo de los “leo-
pardos”, oradores de fama todos y escritores atildados
también, quienes dieran a Colombia el espectáculo
empenachado de su palabra elegante y sonora, integra-
do que estuvo por José Camacho Carreña, Augusto
Ramírez Moreno, Elíseo Arango, Silvio Villegas y Joa-
quín Hidalgo Hermida, afilaron el sable tajante de su
elocuencia y enriquecieron su dicción en él adjetivo ru-
tilante del maestro. Pudiéramos citar muchos más en
Colombia y América, pero con la muestra nos basta y
nos sobra para acreditar este aserto.
Compleja, variada, multiforme y polifacética es la obra
literaria de Vargas Vila; vamos a citarla por títulos. Para
ello nos hemos guiado por el recuento que de ella hace el
ya citado escritor García Prada, añadiendo los títulos que
por diversas fuentes hemos obtenido. Sus principales edi-
tores fueron Ramón Sopena, en Barcelona, y la viuda de
Ch. Bouret, en París, en vida del escritor; después de muerto
le han sobrado editores a granel (la mayoría piratas) en
toda América y en España, pues el mercado literario de
Vargas Vila constituye fuente inagotable de lectores. Sus
ediciones eran por millares de ejemplares para cada título,
y el número de ediciones lo ignoramos, por lo difícil de
confrontar. He aquí la lista:
1 Aura o las violetas. Novela poemática de juventud.
El ensayo en Antioquia/Selección 247

2 A la hora del crepúsculo. Segunda parte de De sus lises y sus


rosas, publicada una vez en volumen independiente.
3 Alba Roja. Novela dedicada a Antonio José Restre-
po.
4 Emma- Novela breve de juventud que suele editarse
con Aura y Lo irreparable.
5 Cachorro de león. Novela.
6 El camino del triunfo. Novela, primera parte de La con-
quista de Bizancio. No confundirla con Camino al triun-
fo, falsificación que no pertenece a Vargas Vila.
7 El cisne blanco. Novela.
8 Clepsidra roja. Obra política.
9 La demencia de Job, forma novelada de su tragedia El
huerto del silencio.
10 La conquista de Bizancio. Novela.
11 Los discípulos de Emaús. Novela de ambiente intelec-
tual.
12 En las cimas. Primera parte de De sus lises y de sus rosas,
publicada en principio en volumen aparte.
13 En las zarzas del Horeb. Obra política.
14 Los estetas de Teópolis. Novela de ambiente intelectual
de chispeante estilo.
15 El final de un sueño. Novela.
16 Flor de fango. Una de sus grandes novelas realistas.
17 Ibis. La novela del escándalo.
18 Italo Fontena. Novela.
19 Lirio blanco. (Delia), con las dos siguientes, forma la
famosa Trilogía de los lirios.
20 Lirio negro (Germania)
21 Lirio Rojo (Eleonora).
22 María Magdalena. Novela de tema bíblico modificado.
23 El Minotauro. Novela.
24 La novena sintonía. Novela.
25 Los parias. Novela de tema social.
26 Rosa mística. Novela corta.
248 El ensayo en Antioquia/Selección

27 Rosas de la tarde. Otra de sus grandes novelas.


28 Salomé. Novela de tema bíblico modificado.
29 El sendero de las almas. Novela.
30 La simiente. Novela ideológica.
31 Sobre las viñas muertas. Novela dramática de arte.
32 La ubre de la loba. Novela.
33 La tragedia del Cristo. Novela.
34 La agonía de los dioses. Novela de tema semi-mitológico.
35 El León de Betulia. Novela de fondo bíblico.
36 Alma de César. Novela ideológica.
37 Orfebre. Novela.
38 Bajo Vitelio. Obra política.
39 Nínive. Novela.
40 Las murallas malditas. Novela.
41 El alma de la raza. Disquisiciones sociológicas sobre
la raza latina.
42 Vuelo de cisnes. Novela síntesis de los Lirios.
43 Ante los bárbaros. Obra política contra los yanquis.
44 Del opio. (Libro dedicado a Rafael Uribe Uribe).-En
la que entre otras cosas contiene esta especie de pro-
fecía: “Esos millones de amarillos que duermen en el
Asia el sueño del opio, se despertarán mañana para
venir a la conquista del mundo, y lo conquistarán; y
el mundo que jamás ha salido de la barbarie, entrará
en una barbarie peor”.
45 El canto de las sirenas en los mares de la Historia. Obra de
literatura.
46 Los Césares de la decadencia. Obra político-histórica so-
bre el despotismo colombo-venezolano.
47 La cuestión religiosa en México. Obra política.
48 Los divinos y los humanos. Segundo título de su obra
sobre tiranos americanos, llamada primitivamente Los
Providenciales.
49 Históricas y políticas. Obra sobre historia y política.
50 El Imperio Romano. Obra histórica.
El ensayo en Antioquia/Selección 249

51 El joyel mirovolante. (Desfile de visiones). Obra de re-


cuerdos.
52 La muerte del cóndor. Obra política en alabanza de Eloy
Alfaro y diatriba contra Leónidas Plaza Gutiérrez.
53 Pretéritas. Nombre definitivo de sus trabajos de ju-
ventud titulados: Pinceladas sobre la última revolución de
Colombia. Siluetas bélicas y La revolución de Colombia ante
el Tribunal de la Historia.
54 La República Romana. Obra histórica.
55 Sombras de águilas. Obra en donde estudia personali-
dades célebres en las letras y el pensamiento.
56 Los soviets. Sobre la revolución rusa y su sistema.
57 Historia de mis libros. Obra que por su voluntad debía
serle póstuma.
58 Antes del último sueño. Obra filosófica.
59 De los viñedos de la eternidad. Recopilación de pensa-
mientos sueltos.
60 Horario Reflexivo. Obra literaria de meditación.
61 Huerto agnóstico. Obra de meditación filosófica.
62 El ritmo de la vida. Obra de meditación.
63 Saudades tácticas. Obra de meditación.
64 La voz de las horas. Colección de pensamientos sobre
el Arte y la vida.
65 Diario íntimo. Sus memorias entre 1900 a 1918 (1).
66 Libre estética. Obra en donde explica sus teorías sobre
el arte.
67 El libro de las desolaciones. Obra filosófica.
68 Archipiélago sonoro. Ensayo de prosas rimadas.
69 Del rosal pensante. Obra de meditación.
70 Pasionarias. Poesías de juventud.
71 Poemas sinfónicos. Prosas rimadas.
72 Páginas escogidas. Selección de prosas.
73 Prosas láudes. Selección.
74 De sus lises y de sus rosas. Semblanzas sobre escritores
europeos y americanos y autócratas de Colombia.
250 El ensayo en Antioquia/Selección

75 Gestos de vida. Novela corta.


76 Copos de espuma. Cuentos de juventud.
77 El maestro. Novela corta.
78 Lo irreparable. Relato de juventud, suele editarse con-
juntamente con Aura y Emma.
79 Almas dolientes. Selección de cuentos.
80 Laureles rojos. Obra política.
81 Verbo de admonición y de combate. Obra política.
82 Ars-Verba. Estudios literarios, páginas íntimas, recuer-
dos y conferencias.
83 Mi viaje a la Argentina. (Odisea romántica).
84 En el pórtico de oro de la gloria. Obra literaria.
85 El huerto del silencio. Una de sus Tragedias líricas o
Triptología, es la forma primitiva de su novela La de-
mencia de Job.
86 Polem lírico. Recopilación de las conferencias que pro-
nunció en su gira por América, en 1923/27.
87 Rubén Darío. Recuerdos de su amistad y andanzas con
el poeta.
88 José Martí, apóstol libertador. En recuerdo y alabanza del
gran cubano.
89 El corazón de un Dios. Una de las tres Tragedias líricas o
Triptología.
90 El crepúsculo de las rosas. De la: misma Triptología.
91 Del alba al cenit. Sus memorias intimas de 1860 a 19001.
92 Imbecilidad coronada. Obra de polémica.
93 Los Novecentistas. Estudio sobre la llamada generación
del 900.
94 Palabras de arte. Sobre arte y otros temas.

1 Diario íntimo de 1900 a 1918. como Del alba al cenit, sus memorias de 1860 a
1900, están incorporadas al llamado Tagebuche que terminan en 1930 y que
por su expresa voluntad no las publicó en vida. Su secretario vitalicio,
ejecutor testamentario y heredero, universal, Ramón Palacio Viso, jamás
dio razón de ellas. Aun cuando algunos aseguran están depositadas en
custodia al Gobierno de México.
El ensayo en Antioquia/Selección 251

95 Prosas selectas. Selección de algunas contenidas en otros


libros suyos.
96 Rayos de aurora. Novela de juventud.
97 Tagebuche. Sus memorias íntimas inéditas1.
98 Bolona Dea Orbi. Obra política sobre la primera gue-
rra europea.
Publicó, además, los siguientes periódicos y revistas:
La Federación en Rubio, Venezuela, por 1886, en unión de
otros expatriados: Ezequiel Cuartas Madrid, Avelino Ro-
sas y Emiliano Herrera, en una imprenta en donde todos
hacían de cajistas y redactores. A petición del gobierno de
Colombia fue clausurada por Guzmán Blanco, dictador
venezolano, a quien hay que abonarle el gesto de no
haberlos entregado a los regeneradores. Sin embargo, más
tarde, tanto el general Avelino Rosas como Cuartas Ma-
drid, murieron asesinados y Emiliano Herrera, en el des-
tierro, en Nicaragua.
En Nueva York fue redactor de el diario El Progreso,
por 1891, y para 1894 fundó en la misma ciudad su revista
Hispanoamérica. Por 1902, en la misma ciudad, fundó su re-
vista Némesis, continuada en París y luego en Barcelona
hasta 1932.
Esta es, salvo error u omisión, la obra monumental de
José María Vargas Vila: pocos escritores en verdad, pue-
den ufanarse de semejante hazaña. Claro es que entre tal
cantidad de volúmenes, hay libros muy débiles, descuida-
dos y escritos de prisa como ya lo hemos apuntado. En la
ANTOLOGÍA (Vol. 2) escogimos lo que a nuestro juicio
encontramos mejor de su prosa política, filosófica, crítica
y polémica. Si no hemos acertado, abónesenos la buena
intención.
ALFONSO JARAMILLO VELÁSQUEZ

La continua tragedia
colombiana
La continua tragedia colombiana, más insoportable y
amarga para cada nueva generación, tiene sus endémicas
procedencias en los punzantes desequilibrios económi-
co-sociales -cada día crecientes por desgracia- entre las
ínfimas minorías montadas con insaciado egoísmo sobre
abundancia de riquezas, influencias y poder superabun-
dantes, de los cuales abusan en su agresivo afán de acapa-
ramiento y deslumbrante ostentación, y las desoladas
mayorías acorraladas por las necesidades, sin más espe-
ranzas que las de organizarse como multitudes actuantes
para irrumpir pacífica, pero incontenible y
revolucionariamente, como mayoritaria organización
política para ganar el poder gubernamental y dejar atrás
los partidos y regímenes plutocráticos de oscuros falsa-
rios e injustos contubernios liberales-conservadores, tan
certeramente, fustigados por William Ebenstein cuando
acusa fulminantemente: “...los dueños del capital emplean
su ilimitado poder sobre sus empleados y el público...”.
Esto reafirma la urgencia de los cambios, pero no parcia-
les, ni tímidos, ni externos, ni alcahuetes, sino audaces,
con las repercusiones y alcances satisfactorios a la con-
quista de los derechos, al bienestar negado con tanta ter-
quedad, ojalá con tranquila fraternidad, pero los magna-
tes deben rememorar la historia para ver, como en un
espejo, en un límpida fuente, o en un panorama tan am-
plio que se dilata por milenios, que los desnutridos, ra-
El ensayo en Antioquia/Selección 253

biosos y cansados de aguantar miseria, se rebelan,


insurgen, también se deshumanizan y hasta se vuelven
hordas devastadoras.
Cuando proponemos un Socialismo Democrático, estamos
muy conscientes de que ha sufrido golpes y fracasos en
Alemania; de que pasó por una derrota transitoria en Sue-
cia; de que también en los países escandinavos -no obstan-
te las óptimas características de la seguridad social creado-
ra de bienestar para todas las personas, desde su nacimien-
to hasta la muerte-, tampoco practican la satisfactoria dis-
tribución de las riquezas; de que los laboristas británicos
han predicado y hecho algunas socializaciones; pero ni si-
quiera en tales países, y mucho menos en otros, han teni-
do la resolución y capacidades para impedir que repunten
los excesos utilitaristas y ese afán codicioso del capitalis-
mo jamás ha permitido la genuina y auténtica realización
del socialismo democrático desarrollado a plenitud.
Es curioso por lo menos, que a pesar de las distancias y
los siglos interpuestos, en la hondura filosófica y en las
causas vivenciales, los proponentes de inmediatas políti-
cas para Colombia, estemos encontrando tan gratas afini-
dades con el gran tratadista inglés Clement R. Attlee, cuan-
do explica los móviles que lo indujeron a ese socialismo
que constituye la única y humanitaria barrera contra el
comunismo marxista.
A cada paso, por no decir renglón, vamos hallando
tratadistas que nos reafirman en el camino de organizar un
Estado alrededor de poderosas fuerzas actuantes, inspira-
do y manejado con las teorías, independencia y el valor
suficiente para no tener miedo a la necesaria intervención
estatal, hasta donde lo indiquen las circunstancias para que
la prepotencia de pocos y la miseria de muchos no hagan
germinar la brutalidad, la violencia y el anarquismo, pues,
con diafanidad escribía Georges Douglas Howard Cole
sobre esta materia, desde largo tiempo atrás.
254 El ensayo en Antioquia/Selección

El problema de países gobernados por un socialismo


antimarxista ha sido muy similar al de la Unión de Repú-
blicas Soviéticas y al de muchos países occidentales que se
han dejado dominar y destrozar por burocracias
holgazanas, improductivas, desatentas e irrespetuosas para
con el pueblo y personas que con sus tributos pagan los
sueldos oficiales.
No es que miremos con desdén o fastidio, ni mucho
menos que alberguemos sordidez o repudio hacia los em-
pleados públicos, pero sí estamos convencidos de que su
función indeclinable es ponerse al servicio atento, cordial,
con amistosa sonrisa y -no se crea que hay exageración-
incondicionales dentro de las leyes, pues, para ello los con-
tratan y les pagan y, los trabajadores estatales deben ser
preparados para saber que no es tolerable someter los ciu-
dadanos al desagrado de ser mal recibidos por personas
antipáticas o tan mal formadas que llegan hasta dilatar
injustificadamente la prestación del servicio y ¡nociva in-
moralidad! hasta el pecado social de la concusión, exigen-
cia de dineros para no retardar indefinidamente la respues-
ta positiva a los gestores o solicitantes.
Pero si combatimos el follaje burocrático que pudre la
administración pública e impide la salvadora productivi-
dad; de igual manera estamos ciertos de los roles que debe
seguir la Carrera Administrativa legalmente configurada y
cumplida con lealtades, como estímulo y seguridad para
los servidores estatales y garantía de servicios eficientes y
oportunos para los asociados.
En su Historia del Socialismo, Jacques Droz, corrobora
nuestro aserto de que jamás ha tenido cabal vigencia el So-
cialismo Democrático en ningún país, no obstante los destaca-
dos avances en naciones que ya hemos mencionado y en
otras como Noruega, Nueva Zelanda, Austria, etc., pero
esos acaecimientos han sido de tal manera, porque las
mundiales ambiciones antropológicas -así calificadas por-
El ensayo en Antioquia/Selección 255

que los amontonamientos de bienes en grupos reducidos


privan de comida a los millones de seres que mueren de
inanición, por los destrozos físico y sicológicos del ham-
bre-, por culpa y crimen premeditados y alevosos del siste-
ma capitalista utilitario, cuyos detentadores arquean la
columna vertebral y caen de hinojos o se tienden como
celestinas ante los novísimos becerros áureos llamados
Lucro.
Desde los ángulos y horizontes documentales, se regis-
tra en muchísimos autores de diversas épocas, la tendencia
unificada a escribir, informar y sostener que las diferen-
cias y troneras entre la riqueza y la miseria, con sus calami-
dades, revoluciones, secuestros, guerrillas, violencia e in-
seguridad, derivan sus raíces de la revolución industrial,
afirmaciones razonadamente contradichas y desbaratadas
por la revisión de la historia, de la sociología, del planismo,
de las informaciones antropológicas y hasta de la novela
costumbrista. Sin remontarnos a los conocimientos proto-
históricos ni a las fuentes prehistóricas, encontramos re-
corriendo como elegante amazona y pregonera de la his-
toria en alas de Pegaso la información auténtica y confiable
de que no ha faltado el odioso y mortífero alejamiento
entre los Epulones y los Lázaros.
Las tragedias antedichas se producen con flagrante vio-
lación de la ley natural que destina con precisión de compu-
tadora los inmensurables bienes del globo terráqueo, del
subsuelo, de los océanos, del espacio, de las galaxias, de las
constelaciones, de las lejanías interplanetarias, de lo igno-
to aún para el ser humano, de los incalculables bienes a
cada día en descubrimiento y perfección, que brindan ha-
lagadores y coquetonas la ciencia y la tecnología, a dispo-
sición de la persona, de todas las personas. Y este derecho
natural proviene de los arcanos y de los mandamientos
divinos, o se complementa y fusiona con éstos, para desti-
nar la plenitud de las cosas y de los valores al servicio de
256 El ensayo en Antioquia/Selección

las humanas criaturas, sin que nadie lícitamente pueda usur-


par o conservar exclusivamente para sí lo que a otros falta
o les resulte necesario para la continua promoción huma-
na que otorgue y conserve a todos los seres su trascenden-
te distintivo de reyes de la Creación, entre muchas razo-
nes porque son inteligentes, racionales; sienten con ira, con
dolores y hasta con venganza incontenible que los ultra-
jen con la privación de las cosas a que tienen derecho para
vivir libres también de las modernas esclavitudes y, ¡subli-
midad, excelsitud para muchos maravillosas!, agradecen y
retribuyen cuando las leyes positivas -esas de los parlamen-
tarios y gobernantes- no les niegan el goce de sus dere-
chos, ni los someten al suplicio de Tántalo, que mata de
sed, de hambre, con la carencia de cuanto el honor, la dig-
nidad y la vida necesitan para discurrir gratamente sin su-
jeción a privilegios y atropellos que cercenen su libertad.
Estos distintivos y episodios suceden y se repiten con
celeridad de atropello, colisión y siniestro, porque los po-
derosos de los grupos de presión estructuran el Estado
macrocefálico con poderes e instituciones de Presidencia-
les Monarquías, ¡qué ironía, cuánto sarcasmo, irrisoria
seudo democracia!, dizque constitucionales y electivas, con
Parlamentos supeditados y uncidos al Ejecutivo por los
hilos corruptores del presupuesto, de las canongías, de las
chanfainas, del lobismo (sucio comercio de influencias)
para estructurar un Estado rico, descaradamente, alcabale-
ro, tan usurero y abusivo que cobra impuestos de ventas
o consumos a los pobres, ¿qué le importa que sean
indigentes?, para financiar el poderío estatal sin perturbar
e indisponer a las oligarquías, que, con sana lógica, por los
senderos de una recta sociología, de correctos
desenvolvimientos hacendistas, de finanzas y economía al
servicio de la persona, debieran ser las que pagaran los tri-
butos para financiar el desarrollo y los servicios que las
autoridades han de prestar sin regateo a los asociados.
El ensayo en Antioquia/Selección 257

Pero la concatenación y engranaje de los prepotentes


económicos y políticos no se quedan en las urticantes irre-
gularidades que acabamos de constatar, pues el poderío
empresarial -que muchas veces pretende destruir a los más
débiles con los matreros sistemas del dumping- -sobrepasa
las fronteras y las distancias entre países muchas veces le-
janos, para crear los monopolios, y oligopolíos, en mu-
chas ocasiones, trans y multinacionales; se vuelven
imperialismos económicos y arrojan, como fruto
disociador el desempleo, el subempleo, los bajos salarios
que arruinan la existencia del trabajador sin retribuciones
justas y suficientes.
No desconocemos ni negamos la natural interrelación
entre los países del mundo y no sólo la importancia, sino
la urgencia de que intercambien tecnologías y productos;
enriquezcan las culturas con reciprocidades y
complementaciones; negocien y se colaboren como lo
proclamó Su Santidad Juan XXIII, desde 1963, en la Encí-
clica Pacem in Terris y como lo vienen pregonando: cancille-
res y plenipotenciarios en las sucesivas reuniones denomi-
nadas “Norte-Sur”.
Imposible omitir una brevísima referencia al
sapientísimo resumen de Dom Helder Camara, cuando
escribe con tanta inspiración como si estuviera recibiendo
al Espíritu Santo en lenguas de fuego... “que la primera de
las violencias es la injusticia”. Sí, porque las injusticias arre-
batan la vida lenta pero cruelmente; despojan a las gentes
de la tranquilidad; generan insurrecciones; acaban con la
paz; someten la comunidad al terrorismo y al desorden
mientras que la cámara de gas, la silla eléctrica, el paredón,
el pelotón de fusilamiento, el verdugo indolente, al menos
quitan la vida sin la ominosa dilatación de los dolores. Pero
lo más grave, lo imperdonable, la indiferente apostasía, la
interminable sucesión de este luctuoso acontecer, surge
imperdonable cuando las axiomáticas informaciones dia-
258 El ensayo en Antioquia/Selección

rias y el rigor historiológico nos demuestran que las vícti-


mas del exterminio lento pero certero por las múltiples
armas violentas y asesinas de las injusticias, son niños ino-
centes, enfermos, abandonados, muchísimas personas des-
nutridas por la opresora desigualdad social y económica.
Los conceptos emitidos y los que seguirán a la conside-
ración de inteligencias y voluntades, no arrancan de odio
al capital ni a la riqueza, pero sí son el repudio vertical y
clamoroso del abuso y a la concentración de la propiedad,
de los bienes, de los servicios, de la tierra, de otras riquezas
y de los ingresos, en las arcas herméticas y egoístas de di-
nastías familiares y de otros clanes privilegiados. Para la
mudanza de esta situación somos combatientes en afano-
sa búsqueda de los cambios pacíficos, pero si quienes los
pueden propiciar continúan oponiéndose directa u
oblicuamente, tengan por seguro que los oprimidos
irrumpirán con rugidos ensordecedores, mortíferos traque-
teos y devastaciones incontenibles.
En Colombia, no exenta de tan monstruosas realida-
des ya padecidas, y mucho menos de los peligros que ace-
chan en la descomposición social que a muchos tritura
primero el espíritu y después el cuerpo hasta dejarlos iner-
tes, no suceden estas tétricas vivencias, porque sean un
destino inexorable de su geografía y de su pueblo, con di-
versas y cambiantes modalidades y apariencias, muchas
veces con liberales que se decían ateos, anticlericales o in-
diferentes religiosos y aún materialistas, unidos y asocia-
dos como explotadores en acaparamiento y especulacio-
nes desmesuradas, a conservadores que ostentaban y po-
saban de católicos y creyentes, de cristianos no únicamen-
te ceremoniales, sino también en los campos de Marte y
de Belona, para regresar con los contendientes de antes al
entendimiento y asociación en transacciones y negocia-
dos bajo los auspicios de Até, o sea la Injusticia que vestida
con su capa salpicada de sangre, con “la balanza y el libro
El ensayo en Antioquia/Selección 259

de las leyes hechos pedazos a sus pies”, y en “vagancia por


el mundo impregnando con sus emanaciones el pensar de
los hombres haciéndolos malvados”, pues la confusión, la
incertidumbre, los presentimientos y la desesperanza de
los que sufren, están produciendo muchos indicios
sanguinolentos a causa de quienes privan de lo necesario a
los demás y en Colombia están marcados por lábaros ro-
jos y azules, por fortuna ya en descrédito y decadencia,
como símbolos de minorías injustas, hipócritas y arrogan-
tes, amalgamadas con antisocial apego al individualismo
utilitario.
Cuando nos empeñamos en reformas a fondo no esta-
mos confundidos en aventuras revoltosas, ni mucho me-
nos creyendo en las llamadas guerrillas impulsadas a
remotísimo control con clarísimos propósitos de instau-
rar murallas, partidos únicos, satrapías estatizantes, todo
aquello que caracteriza el totalitarismo liberal y ateo.
Y, aunque sea de paso, nos complacemos en revivir
una sentida y apremiante reclamación de un liberal que, al
tenor de sus escritos, sí pensaba en la Patria como estadio
amable de todos los ciudadanos; se rebelaba elocuente con-
tra los usureros y “caritativos” prepotentes que, hacían
donaciones y entregaban dádivas al son de platillos y tam-
bores mientras pagaban jornales y sueldos insuficientes a
sus trabajadores, así lanzados inevitablemente a engrosar
las multitudes en aumento de insatisfechos y harapientos
sin esperanza, empeñados aquellos oligarcas “benefacto-
res” -sin diferencias ideológicas- en mangonear las palan-
cas gubernamentales y los poderes económicos, también
clientelistas en aquel entonces, elitarios con refinado egoís-
mo para educar sólo a sus pocos herederos en el refina-
miento concentrador de todos los bienes, hasta la exacer-
bación que lo hacía exclamar con resonancia que todavía
se escuchan como preocupantes toques a somatén: “Una
universidad... que... establezca el hábito de cooperación
260 El ensayo en Antioquia/Selección

en el trabajo y la concurrencia de voluntades hacia los fi-


nes patrios. Una universidad que forme servidores del pú-
blico y no explotadores del público”. Estas ideas son in-
gredientes refinados y selectos de la pacífica revolución
radical, que sin timideces estamos proponiendo para enal-
tecer la majestad de la Patria; consolidar y mantener los
estímulos de bienestar para todos, que haga satisfactoria
vivencia el continuo laborar y el disfrute de los resultados
como permanentes hilos atrayentes para todos nuestros
semejantes, el Socialismo Democrático, como unificación de
colombianos sin sectarismos, ganosos de cumplir obliga-
ciones y disfrutar derechos para que sean duraderas las
bondades indiscriminadas de la Sociedad Justa.
Es ruidosa la hilaridad que producen los contemporá-
neos seudoreformadores, cuantos han redactado y repeti-
do leyes, adiciones y modificaciones de tal manera que no
funcionen y posibiliten a los intocables enemigos, escribir
y clamar contra esos intentos para situarlos como imposi-
bles a esta nación; esos que tanto alardean de reforma agraria
y hasta de reforma urbana, nutridos apenas con regateos
aparentes, por las mismas ideologías y acrecentados inte-
reses, tan incondicionales de los terratenientes, que llega-
ron hasta enfrentar al rojísimo Presidente José Hilario
López y a su secretario de hacienda, con igual identidad
banderiza, porque éste defendía el proyecto de que “...nin-
guno podrá hacerse dueño en adelante de una extensión
de tierra de la perteneciente al Estado mayor de 1.000
fanegadas”, mientras aquél prefería la extensión ilimitada
para los grandes poseedores. Tal ha sido la conducta de los
partidos tradicionales frente al pueblo, pues los conserva-
dores ricos, que figuraban como los más adictos a la pose-
sión agraria, aventajaban a los dirigentes liberales que con-
sideraban pequeñas las haciendas de 1.000 fanegadas, pues
no se satisfacían los azules ni siquiera con latifundios cu-
yos límites se confundían con lontananza.
El ensayo en Antioquia/Selección 261

Parece que los latifundistas y sus colegas en otras apro-


piaciones se mofaran del Padre Creador, o de la evolución
formadora de las mutaciones configurativas del mundo -si
en este diferente origen de creación prefieren confiar los
descreídos- cuando siguen desposeyendo labriegos de par-
celas y plantíos pequeños y medianos, mientras llegan -sin
recato ni vergüenza- a despojar a los indígenas en salvaje
cacería para lanzarlos de sus resguardos y labrantíos
tribales, con reprobable ignorancia y agresivo desprecio
por los derechos tradicionales de posesión y por el
comunitarismo antiquísimo de que la tierra, cualquiera fuera
su procedencia -para nosotros está en el fiat (hágase) divi-
no-, que no dejó noticias ni en las enseñanzas bíblicas, ni
en los códigos santificadores de obras religiosas, ni en los
imaginarios mundos de la ciencia ficción, de títulos de pro-
piedad, pues su Autor o sus Causas, no tuvieron notarías
ni oficinas de registro. Los aborígenes no sólo fueron ex-
pulsados de sus tierras o víctimas de la exterminación, sino
que, al imponerles culturas y costumbres exógenas, los
desarraigaban de su tradición, de sus creencias, de su dia-
lecto, de su comunitaria felicidad, de vivenciales derechos
para ellos sagrados, de autóctonas modalidades que confi-
guraban su existencia y perfilaban sus halagos del porve-
nir. Se pisotearon todas sus prerrogativas de nativos y fue-
ron arrebatadas sus características de personalización, de
agrupaciones organizadas. Y en esta palestra, igualmente
vale la pena retar a los defensores y detentadores de la po-
sesión y de las riquezas ilimitadas y absolutas a que nos
demuestren dónde está, en el comienzo de las eras, la raíz
o legitimación de sus inmensas y dañosas apropiaciones,
pues de innumerables “autoridades, incluso doctores de la
Iglesia, cuyas obras defensoras de los derechos al espacio
y al bienestar para todos ocuparían kilómetros de anaque-
les, entre ellos, San Ambrosio y San Agustín, afirman sin
ambages: “Dios quiso que esta tierra fuese común pose-
262 El ensayo en Antioquia/Selección

sión de todos los hombres y a todos les ofreció sus pro-


ductos, pero la avaricia repartió los derechos .de posesión”.
¿A estos ejemplares de sabiduría y santidad les dirán tam-
bién los jerarcas del capitalismo utilitario, que son unos
disociadores pertenecientes al marxismo-leninismo, o que
fueron exponentes de la extrema izquierda?
En este sitio, así como quien no quiere la cosa, burlémo-
nos de los jefes legítimos y “naturales” que, sin distingos
entre divisas bermejas y azulinas, desde las batallas
emancipadoras, pretenden justificar el fruto maldito de le-
yes injustas que a distintas generaciones de compatriotas han
empobrecido, y esclavizado económicamente, repitiendo
con risible altisonancia este pensamiento que le han queri-
do sublimizar a Francisco de Paula Santander: “Si las armas
nos dieron la independencia, las leyes nos darán la libertad”.
Si aquel prócer, sus contemporáneos y las generaciones si-
guientes hubieran procedido en la certeza de que sólo las
instituciones y los códigos justos eran libertarios, otra muy
distinta, seguramente tranquila y feliz, sería la suerte de los
colombianos, gran mayoría en el presente, que sólo tienen
la desgraciada libertad para morir de hambre.
ROBERTO CADAVID MISAS (ARGOS)

Uso de los signos


de puntuación
Un querido amigo mío me estuvo echando el cuento para
que publicara en esta columna una serie de articulitos sen-
cillos y didácticos sobre temas gramaticales. A riesgo de
aparecer como dómine –cosa que detesto, y más en asun-
tos relacionados con el idioma, en los que soy mero aficio-
nado- voy a iniciar tal cursillo con algunas notas sobre
puntuación, que es un aspecto muy descuidado en la ense-
ñanza que reciben hoy los muchachos.

La coma
Empecemos con la coma, y vamos a ver hasta dónde
llegamos hoy.
La coma tiene dos usos principales:
1. Separar los elementos semejantes de una serie.
2. Separar los elementos que tienen carácter explicativo
en la frase.
Estudiemos el uso número 1 con ejemplos, que es como
mejor se aprende a usar el idioma. Irán separados con co-
mas los elementos de las siguientes listas:
a) Sustantivos: Pedro, Juan, Diego y Santiago. (Aquí
vemos que la conjunción y remplaza la última coma).
Campana, pelota y flor.
b) Adjetivos: Rodrigo está cansado, enfermo, aburrido
y furioso.
c) Verbos: corre, salta y vuela.
d) Adverbios: anteayer, hoy y mañana.
264 El ensayo en Antioquia/Selección

e) Frases: mar de fondo, frágil quilla, largo viaje, pla-


ya ignota.
f) Oraciones cortas: ni él me la quiere enseñar, ni yo
la quiero aprender.
Estudiemos ahora el uso número 2 de la coma, que es
cuando separa elementos explicativos o incidentales, que
van intercalados dentro de la oración principal, y que pue-
den suprimirse y siempre queda otra oración completa.
a) Medellín, la ciudad industrial de Colombia, es la más
contaminada… Si se suprime la frase explicativa, la
ciudad industrial de Colombia, que está separada por
comas, queda otra oración completa: Medellín es la
más contaminada.
b) Yo, francamente, no entiendo.
c) Esta clase, por lo que veo, se va a acabar ya.
3. El tercero de ellos tiene que ver con los vocativos.
¿No saben qué cosa es un vocativo? Pues es el caso de
la expresión que sirve para llamar o invocar a una perso-
na o una cosa. Si yo llamo:
–¡Pedro, ven acá!
Pedro es el vocativo.
Igualmente, en la frase:
–Ayer estuve, mi estimado Pepe, en el estadio.
Mi estimado Pepe es el vocativo.
Pues bien (ya estoy hablando como un maestro de es-
cuela); pues bien: un vocativo llevará coma detrás de él
cuando esté al principio de una frase; o antes de él, cuando
esté al final; o una antes y otra después cuando esté en
medio de la frase:
Ejemplos:
–José, ataje la mula que el macho se fue.
–Yo no sé qué camino coger, Dios mío.
–¿Entiendes, Fabio, lo que estoy diciendo?
4. Van precedidas y seguidas de coma las expresiones
esto es, es decir, en fin, por último, por consiguiente,
El ensayo en Antioquia/Selección 265

sin embargo, no obstante, y otras por el estilo. Ejem-


plo:
–El cazador la contempló dichosa y, sin embargo, dis-
paró su tiro.
Esto no será poesía, pero sí es una canallada
antiecológica. Pero está bien puntuada.
5. Se debe emplear la coma cuando se invierte el orden
regular de la oración, adelantando lo que ha de ir des-
pués. En estos casos se pone coma al final de la parte
que se anticipa: Ejemplo: Que él haya estado allá, creo
que es mentira. Como el orden natural de este ejemplo
sería: Creo que mentira que él haya estado allá, con-
viene hacer una corta pausa después de allá, la cual se
indica con la coma.
Los relativos como que y donde se separan del sujeto
con una coma cuando encabezan una frase que explica
una cualidad o circunstancia del sujeto, pero que se aplica
a todos los individuos que lo constituyen.
Ejemplo: Los guerrilleros, que fueron cogidos con las
armas en la mano, fueron fusilados.
En este ejemplo, la frase que fueron cogidos con las
armas en la mano, indica una circunstancia que es común
a todos los guerrilleros de que se está hablando.
Cuando la frase que va después de los relativos que,
donde y semejantes limita el número de individuos del su-
jeto, no se coloca la coma:
Los guerrilleros que fueron cogidos con las armas en
la mano fueron fusilados.
En este caso el no empleo de la coma da a entender que
sólo fueron fusilados aquellos guerrilleros que fueron co-
gidos con las armas en la mano, o sea que está limitado el
número de individuos del sujeto.
Va otro ejemplo para que ustedes aprecien el diferente
significado que adquiere según se emplee o no la coma des-
pués del relativo.
266 El ensayo en Antioquia/Selección

El campo, donde he vivido siempre, es la residencia


que me agrada.
El campo donde he vivido siempre, es la residencia
que me agrada.
7. En una oración no se debe poner coma entre el sujeto
y el verbo, por largo que sea el sujeto. Así, en las si-
guientes frases, sobra la coma:
El capitán del buque que acabó de llegar, salió a reci-
birme.
Todos los senadores presentes, eligieron al nuevo di-
rector.
8. Cuando se omite un verbo, para no repetirlo, se coloca
en su lugar una coma:
El amor a la gloria mueve a las almas grandes, el amor a
la plata, a los mafiosos.
Es decir, el amor a la plata mueve a los mafiosos. La
coma remplaza al verbo mueve.
9. Debe ir coma antes de algunas conjunciones como pero,
aunque, mas, cuando aparecen en frases cortas:
Él es bruto, pero muy educado.
Yo voy a estudiar, aunque sea tarde.
El día ya no lo sé: sí lo sé, mas no lo digo.
10.Copio el siguiente artículo de la Ortografía de Marroquín:
“La coma es a veces indispensable para evitar ambigüeda-
des y equivocaciones, y, cuando haya de servir para evitarlas,
ha de emplearse aún antes de las conjunciones y, e, o, ni.
“Ardieron las casas de todos mis vecinos, y la mía es-
capó milagrosamente.
“Quien, al ir leyendo este período, no hallara la coma des-
pués de vecinos, creería cuando viera las palabras y la mía,
que mi casa también se había quemado, y se engañaría.
“El perdón se funda en el olvido y en las naciones sólo
se vive de recuerdos.
Aquí parece que se dice que el perdón se funda en el
olvido y en las naciones, lo que es un gran despropósito.
El ensayo en Antioquia/Selección 267

Una coma después de olvido da al período su sentido ver-


dadero.
“Si él me quisiera mal podría perderme.
“Omitida la coma en este período, no se sabe si se qui-
so decir que si él me aborreciera podría perderme, o que
si me quisiera no podría perderme. La coma después de
mal le hace significar lo primero, y lo segundo, colocada
después de quisiera”.
Hasta aquí el maestro Marroquín. Ahora remato con
una conocida frase a la cual ustedes deben colocar la coma
en su debido punto:
Juan tenía una marrana y la madre de Juan era la
hija de la marrana.
De mi querido amigo Gustavo Vieco he recibido una
interesante carta en la cual reproduce algunos apartes de
una famosa y agotada obrita que sobre puntuación escri-
bió a principios del siglo don Januario Henao, padre de mi
otro querido amigo Antonio Henao Gaviria.
De ella copio las siguientes reglas sobre el empleo de la
coma:
11.“Cuando cada una de las palabras llamadas semejantes
lleva antes una conjunción, debe ponerse la coma ante
cada una: Ejemplo: Ni soy turco de nación, ni moro, ni
renegado.
12. “Se emplea la coma para separar las combinaciones de
palabras pareadas y en serie continua: Álzanse pilotes
de azul o blanco, o de amarillo y rojo, o de verde y
negro, destinados a amarrar las góndolas.
13. “Los pronombres tal y tanto se contraponen a menu-
do a cual, como, que; a cuanto, etc., y en tal caso la
coma debe ir antes del segundo miembro de la compa-
ración: Juro darte por ese hijo tanto hijos, cuantas es-
trellas hay en el cielo.
14. “La coma acompaña a toda palabra que puede referir-
se, ya a lo que antecede, ya a lo que sigue, para evitar
268 El ensayo en Antioquia/Selección

ambigüedades: Aquí estoy pues, sus órdenes son para


mí sagradas.
“Póngase coma antes de pues, y variará el sentido de
esta oración”.
Hasta aquí la coma. Seguiremos con el descuidado punto
y coma.

El punto y coma
Se emplea el punto y coma en cuatro casos principales:
1. Cuando un período consta de varias frases que ya lle-
van una o varias comas, se separan estas frases con punto
y coma.
Ejemplos: “Me acompañaban un condiscípulo, que iba
para su casa; un cadenero, que me iba a ayudar; dos
gamines, que se nos juntaron…”
“Cada uno de los compañeros consigna sus recuerdos:
Juan Vélez, el ingeniero, nos habla de los planos que se
levantaron; Héctor Gómez, con sus conocimientos de
aviación, nos describe el aeropuerto; José Mejía, por su
parte, nos cuenta la llegada del primer avión.”
2. En las oraciones formadas por varias frases seguidas que
tienen un solo sujeto.
Ejemplo: “Bolívar fue primero embajador en Londres;
luego vino a iniciar la guerra en Venezuela; pasó en segui-
da a Cartagena, donde le suministraron tropas; y después
emprendió la campaña del Magdalena.”
3. Delante de pero, sin embargo, no obstante, y otras ex-
presiones adversativas semejantes, cuando separan fra-
ses de alguna extensión.
Ejemplos: “Yo quisiera contarte todo lo que pasó; pero,
desgraciadamente, me tengo que callar muchas cosas.”
“Como hacía tan poco tiempo que nos habíamos vis-
to, resolví no saludarlo; no obstante, al poco rato me lla-
mó la atención extrañado.”
El ensayo en Antioquia/Selección 269

4. En la correspondencia comercial, para separar asientos


de una misma naturaleza.
Ejemplo:
“Precios, por kilo: arroz, $25; fríjol, $80; maíz, $30.”

Los dos puntos


Una amiga me pide que le dé algunas indicaciones so-
bre el empleo de los dos puntos. Ahí le van.
Los dos puntos se usan en los siguientes casos:
1. Antes de una enumeración de los elementos conteni-
dos en una frase:
“Tres personajes antioqueños tuvieron participación
notoria en la guerra de la Independencia: Girardot, Cór-
doba y Zea.
2. Cuando, después de una oración, sigue otra que es con-
secuencia o resumen de ella. “Estoy resuelto a sostener
lo que he dicho: por la verdad murió Cristo”.
3. Antes de una transcripción o cita textual: El Quijote em-
pieza así: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre
no quiero acordarme…”
4. Después de las expresiones Estimado señor y otras
semejantes con que empiezan las cartas: “Mi querido
amigo: Ya estoy aprendiendo a utilizar los dos pun-
tos”.
Según la Academia, “después de los dos puntos se es-
cribe indistintamente con letra mayúscula o minúscula el
vocablo que sigue.”
5. Antes de una cita. Cuando ésta es textual, debe
transcribirse con absoluta fidelidad, y empezar con ma-
yúscula, si así empieza el fragmento citado. O con mi-
núscula, cuando se han omitido palabras iniciales que
en ese caso se deben remplazar por puntos suspensivos.
Ejemplo del primer caso:
Recuerda el Ritornelo de León de Greiff:
270 El ensayo en Antioquia/Selección

Esta rosa fue testigo


de ése, que si amor no fue,
ningún otro amor sería.
Ejemplo del segundo caso:
Me encanta el estribillo: …sí lo sé, mas no lo digo.
6. Después de la frase que anuncia una enumeración. Ejem-
plo:
Los departamentos que tienen playa en el mar Caribe
son ocho: Guajira, Magdalena, Atlántico, Bolívar, Sucre,
Córdoba, Antioquia y Chocó.
7. No se deben poner los dos puntos después del verbo,
aunque se trate de una enumeración: Ejemplo:
Juan compró perros, gatos y conejos.
Y no
Juan compró: perros, gatos y conejos.
8. Se deben poner los dos puntos después de las expresio-
nes a saber, verbigracia, por ejemplo, como sigue y
otras parecidas.
Por ejemplo: los cuatros Evangelistas eran tres, a sa-
ber, Enoc y Elías.
9. Se usan los dos puntos al final de una cláusula, cuando
se resume en una frase corta todo lo dicho antes:
En bachillerato fue el alumno más distinguido; en la
universidad estudió becado; ya graduado, se le considera
como uno de los mejores abogados: se ha distinguido en
todo lo que ha hecho.
10.Después de una proposición general seguida de los por-
menores de la misma.
Los vegetales superiores comprenden tres familias: las
hierbas, los arbustos y los árboles.
11.Después de una lista de pormenores, y antes de la pro-
posición que los comprende todos.
Las hierbas, los arbustos y los árboles: en estas tres fa-
milias se dividen los vegetales superiores.
El ensayo en Antioquia/Selección 271

12.Antes de una proposición que explica o desenvuelve lo


anterior: como un resumen, una deducción, una expli-
cación.
Lope de Vega adolecía de falta de instrucción; como
poeta fue un portento: no hay que extrañar que a tantas
perfecciones uniese tantos desaciertos.
Hicieron grandes preparativos para recibirnos: sin
duda habían tenido buenos informes de nosotros.

Puntos suspensivos, interrogación y admiración


Los puntos suspensivos
Se usan los puntos suspensivos cuando se deja incom-
pleto el sentido. Ejemplo:
Eso es como yo te lo digo, pero…
Cuando se cita un texto literario incompleto, o la pri-
mera parte de un refrán o de un dicho muy conocido:
Ejemplos:
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre…
El que con muchachos se acuesta…
Después de la letra inicial que insinúa una palabra que
por indecente no se quiere escribir completa. Ejemplos:
-Pues yo no sé a qué sabe la m…, porque nunca la he
comido.
-Que vaya muy al c…

Interrogación y admiración
Ni en inglés, ni en francés, ni en general en otros idio-
mas se emplean los signos de abrir interrogación y admira-
ción. Esto “ha” hecho que muchos -especialmente los re-
dactores de textos de publicidad- los hayan suprimido en
español. Esto es un error que debe evitarse. Nuestro idio-
ma es el único que los emplea y es necesario usarlo, pues
muchas veces ocurre que, “si no” se emplean, sólo se da
272 El ensayo en Antioquia/Selección

uno cuenta al final de la frase de la entonación que debe


darle. Son característicos de nuestro idioma, y no tenemos
por qué imitar prácticas ajenas.
Como muchas máquinas de escribir no tienen los sig-
nos de abrir interrogación y admiración, se debe subsanar
esta falta escribiéndolos a mano.
Ejemplos:
–¿Van a hacerme caso?
–¡Sí, profesor!

El Colombiano. Agosto – diciembre de 1982.


FROILÁN MONTOYA MAZO

Gloria, la hija del poeta


Julio Flórez
La vida se compone de sorpresas. Y a propósito tengo para
referir la siguiente que conmovió mi espíritu hondamente:
Mi oficina, en esta ciudad de leyendas está situada en la
ciudad amurallada, precisamente dentro del “corralito de
piedra” de don Daniel Lemaitre. Y una tarde, cuando las
luces del crepúsculo comenzaban a decorar el paisaje, este
soberbio paisaje de mar y tierra y que sólo en la Ciudad
Heroica puede contemplarse, llegó hasta mí una mujer bas-
tante cargada de años en solicitud de una ayuda económi-
ca. Mi primera impresión fue la de que se trataba de una
mujer, de esas muchas que existen, dedicada al “buen ne-
gocio” de la mendicidad.
Cuando hablaba observaba que por allá, de no sé dón-
de brotaba algo distinto; que en su rostro había un no sé
qué nostálgico y que de sus ojos algo fulgía que llamaba la
atención. Esto me obligó a interrogarla. A preguntarle por
su nombre y procedencia, y fue cuando de sopetón llegó
lo inesperado, la sorpresa más grande: “Soy hija de Julio
Flórez y me llamo Gloria”.
¡Gloria! exclamé para mis adentros, la hija de Julio Flórez
solicitando ayuda económica, es decir, mendigando centa-
vos, no puede ser! Más así era. Por mi mente pasó como
un fogonazo el recuerdo del poeta de Usiacurí en aquellas
postales que lo demostraban apuesto, con sus mostachos
como los de un mosquetero. Al fin y al cabo, en la poesía
esto fue Julio Flórez: un mosquetero. En el género román-
tico no tuvo par, y nuestro Parnaso le debe bastante a su
274 El ensayo en Antioquia/Selección

estro magnífico. Muchos de sus versos corren traducidos


a diferentes idiomas gracias a lo cual el nombre de Colom-
bia ha volado de boca en boca a través de sus estrofas.
Contertulio de la Gruta Simbólica que por tantos años
tuvo vigencia en la capital del país, ha sido quizás con Enri-
que Álvarez Henao los que mejor recuerdo han dejado. Sus
versos podrán sentirse opacados frente a otras tendencias
poéticas, pero el triunfo de éstas es apenas transitorio. Mien-
tras haya luna, novias, madres, nubes, mar y firmamento
salpicado de estrellas y arreboles, supervivirá lo romántico.
De manera que en Julio Flórez hay un real personero de
esta escuela y figurará al lado de los inmortales.
Gloria, pues, ha sido una mujer infortunada. Su esposo
–cuenta ella misma–, murió en Cali víctima de la violencia
política. Desde entonces, sin rumbo fijo, se mueve de una
parte a otra. Y la ansiedad de vivir, y el recuerdo de su padre
le imprimen fortaleza. Pero no hay derecho, cuando tanto
se dilapida en lo suntuario que una reliquia, por ser hija de
quien fue venero de inspiración y gloria de las letras ande
por los vericuetos de una fatal encrucijada del destino.
Refieren quienes la conocieron en sus buenos años,
que esta mujer era bella, y que en ella el poeta cifró todas
sus complacencias. No soñó jamás que un producto de su
sangre, se viera un día, mientras que él duerme el sueño
eterno en el pueblito costero que escogió para pasar sus
últimos días, Usiacurí, se viera recorriendo caminos en
demanda de ayuda. No imaginó que aquellos versos que
compuso a la madre, le vinieran de perlas a su hija Gloria:
“Ves esta vieja escuálida y horrible?
Pues oye, aunque parézcate imposible,
fue la mujer más bella entre las bellas.
El clavel envidió sus labios rojos,
y ante la luz de sus divinos ojos
parpadearon el sol y las estrellas”.
Diario de la Costa, abril de 1961. Cartagena
El ensayo en Antioquia/Selección 275

La necropsia de Gardel
El 24 del pasado mes de junio, y de esto hace cuarenta y
cinco años, en fatal accidente de aviación perdió la vida
Carlos Gardel, una figura destacada de la música folclórica
a quien se le llamaba el Rey del Tango. Como decía Carlos
E. Serna en admirable crónica recordatoria de este insuce-
so, en El Colombiano del 22 de junio, “Gardel fue el hombre
que le dio fuerza arrolladora a esa inconfundible canción
del suburbio del puro arrabal”.
Sinceramente es de presumir que sobre Gardel todo
está dicho. Lo que sí se omite, en cada aniversario,
involuntariamente desde luego, es cuántos murieron en la
fecha, los nombres de los que perecieron en ese choque
brutal de dos aviones cuyas causas aún se desconocen, y
las diligencias de rigor que para el reconocimiento de los
cadáveres se practicaron ese mismo día. Según el boletín
No. 1 del vol. 2 del Comité de Historia de la Medicina,
órgano de la facultad de Medicina de la Universidad de
Antioquia, las diligencias fueron practicadas por el Dr. Luis
Carlos Montoya Rodríguez. Y según la enumeración que
en ellas hace, los muertos fueron: Juan Castillo, Guillermo
Escobar Vélez, Estanislao Zuleta Ferrer, Ángel Domingo
Riverol, Lester W. Alleck Strauss, Jorge Moreno Olano,
H Fuerst, Hans Thomas, Carlos Gardel, Celedonio Pala-
cios, Henry Swartz, Ernesto Samper Mendoza, (el avia-
dor), William B. Foster, Alfredo Le Pera, y Guillermo
Desiderio Barbieri; parece que ningún otro más.
Pero lo que se pretende hacer constar con este artícu-
lo, es que antaño se ponía especial interés a las necropsias,
porque en verdad, el levantamiento de un cadáver, y la
diligencia de necropsia, son puntos claves en la investigación
de un delito. Y hoy ambas diligencias se hacen a la topa
276 El ensayo en Antioquia/Selección

tolondra, es decir se dejan sin anotar muchos puntos impor-


tantes, por lo mismo, orientadores para el esclarecimiento de
los hechos, y en caso como éste de accidente de aviación des-
peja muchísimas incógnitas. Precisamente dice el Boletín de
la referencia: “En nuestro país, la investigación médico - legal
de los accidentes de aviación no ha tenido la trascendencia
que merece, y parece ser que antaño fueran mejor investiga-
dos, como puede verse en un accidente, el primero en nues-
tra historia médico legal que tuvo una investigación adecuada
para la época en que sucedió. El estudio de ese accidente en el
que perdió la vida el legendario Carlos Gardel, fue hecho por
el Dr. Luis Carlos Montoya Rodríguez que por esa época
cumplía funciones médico legales”.
Sería oportuno transcribir todos los reconocimientos
de las personas que en dicho accidente perecieron, para
que se observaran las minuciosas descripciones hasta de
mínimos detalles que indudablemente hoy no se tendrían
en cuenta. En gracia de la brevedad se transcribe apenas el
reconocimiento de Gardel, pues es ésta la persona con cuyo
nombre pasó a la historia aquel infortunado accidente de
aviación. Dice así:
“Carlos Gardel, hallado en decúbito ventral bajo
las válvulas de un motor. De cuarenta y ocho años de
edad, Uruguayo, de la ciudad de Tucuarelo, Provincia
de Montevideo (nacionalizado en la Argentina). Iden-
tificado por el buen estado de su dentadura, una cade-
na al parecer de oro, sin reloj en la muñeca izquierda,
un chaleco abollonado con plumas, y por una cadena
fina pendiente de la ropa con unas llaves y chapetica
con esta leyenda: “Carlos Gardel Juan Juares 735 Bue-
nos Aires”.
“Presenta quemaduras de cuarto, quinto y sexto
grado generalizadas y sangre en la región temporal, el
pómulo y el ojo derechos. Por causa de la quemadura,
están descubiertas las costillas en la cara externa del hemi-
El ensayo en Antioquia/Selección 277

tórax derecho, el tercio inferior del fémur de este lado,


el tercio inferior del fémur izquierdo y la tibia del mis-
mo lado, debido a carbonización de los tejidos blandos
que los cubrían; igualmente, por causa de la incinera-
ción faltan ambos pies”.
Con esto al parecer queda dicho algo importante en
relación con la muerte trágica del Rey del Tango Carlos
Gardel. Digo importante por la transcripción de la necrop-
sia, pieza de profundos alcances en la investigación de un
acontecimiento en torno al cual se tejieron tantísimas le-
yendas.
El Colombiano, 11 de julio de 1980
278 El ensayo en Antioquia/Selección

Don Quijote tenía un perro,


pero ¿qué se hizo ese perro?
El perro que tuvo don Quijote antes de salir armado caba-
llero, y que no siguió a éste en sus andanzas, ¿qué fin tuvo?
Esta es una incógnita que nadie ha intentado descifrarla.
Es de tener en cuenta que don Miguel de Cervantes
Saavedra, autor del libro, dice: “En un lugar de la Mancha
de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiem-
po que vivía un hidalgo de lanza en astillero, adarga anti-
gua, rocín flaco y galgo corredor”. Y galgo según defini-
ción, es una variedad de perro muy ligero y bueno para la
caza.
Un buen día, aquel hidalgo, sin comunicar a persona
alguna, trepó sobre flaco rocín, al que dio por nombre
Rocinante, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la
puerta falsa de su corral salió al campo con grandísimo
contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado
principio a su buen deseo. ¡Pero cosa rara! El galgo quedó
en la alquería. No salió guardando a su amo don Quijote
que se disponía a librar descomunales aventuras, pues lle-
vaba en mente desfacer agravios, enderezar entuertos, sin-
razones que enmendar, dudas que satisfacer, etc. E iba muy
ufano de librar contiendas en pro de los menesterosos. Y
en esto, ¿de cuánto amparo y consuelo no le habría servi-
do su perro?
Empezando porque no habría este animal permitido
que el cura y el barbero hubiesen realizado en la bibliote-
ca del hidalgo tan descompuesto escrutinio y hubiesen arro-
jado a las llamas tantos buenos libros que don Quijote te-
nía. Los habría tomado por ladronzuelos y puesto en fuga
a mordiscos. O habría evitado de cualquier manera que el
El ensayo en Antioquia/Selección 279

cura se apropiara para sí de la obra Los diez libros de Fortuna


de Amor pues escucharía cuando dijo: “Por las órdenes que
recibí -dijo el cura-, que desde que Apolo fue Apolo, y las
musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan dis-
paratado libro como ese no se ha compuesto, y que por
su camino es el mejor y el más único de cuantos deste gé-
nero han salido a la luz del mundo...” y púsolo aparte con
grandísimo gusto.
Y habría escuchado su voz -la voz del amo-, cuando en
su segunda salida don Quijote exclamó: “Aquí, aquí, vale-
rosos caballeros. Aquí es menester mostrar la fuerza de
vuestros valerosos brazos”. Pero no. El perro no siguió
sus pasos. Quizás por ello mismo don Quijo se empeñó
en buscar un escudero de lo que convenció al bueno de
Sancho Panza un humilde labrador ingenuo como ningu-
no, no obstante que desde un principio ambicionó ser
gobernador de alguna ínsula de las que don Quijote se pro-
ponía conquistar. Y el perro no habría puesto condicio-
nes. Silencioso y mohíno habría seguido al amo, sin espe-
rar recompensa de índole alguna.
Muchas, pero muchísimas son las aventuras de que fue
protagonista el famoso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Y que bueno le habría sido que además del honrado labra-
dor Sancho Panza, el borrico de éste, y la flaca cabalgadu-
ra de aquél, hubiese estado el perro siguiéndole los pasos.
Además de guardián le habría servido de emisario de sus
pesares y cuitas cuando de ellos quisiera hacer partícipe a
la moza Aldonza Lorenzo, en buen romance, la sin par
Dulcinea del Toboso, la dueña de sus sueños y de la gran-
deza que pensaba conquistar. O cuando osó arremeter vio-
lentamente contra aquellos molinos, pues con la intuición
propia de los perros daríase cuenta del peligro que afron-
taba el amo, y se habría interpuesto de alguna manera, máxi-
me cuando le escuchó decir: “Non fuyades, cobardes y vi-
les criaturas; que un solo caballero es el que os acomete”.
280 El ensayo en Antioquia/Selección

De aquí en adelante, don Quijote estuvo sometido a


bastantes peripecias. Buscaba aventuras a diestra y sinies-
tra, y veía enemigos por todas partes. Más en ninguno de
los lances tuvo ayuda efectiva. Entre tantísimas aventuras
cabe recordar la del temeroso espanto cencerril y gatuno
que recibió en el discurso de los amores de la enamorada
Altisidora. Sucede que de un corredor que daba sobre la
reja en la que don Quijote entonaba un romance, derra-
maron sobre él un gran saco de gatos. Y volviéndose a
ellos que andaban por el aposento, les tiró muchas
cuchilladas, pero uno le saltó al rostro y le asió de las nari-
ces con las uñas y los dientes. Y en calzas prietas se vio
don Quijote para librarse de los felinos. Si el perro hubie-
se estado presente, de aquellos habría dado cuenta en un
dos por tres, y librado a su señor de tan mal rato y de
tantos gatos.
Es curioso, muy curioso, que don Quijote no hubiese
llevado consigo para emprender sus aventuras, a su galgo
corredor! Qué ideal compañero le habría sido! Cabe tener
en cuenta que el perro es no sólo amigo de los niños a
muchos de los cuales ha librado de peligros, sino también
de adolescentes, adultos y viejos. A los ciegos les sirve de
lazarillo y los cuida de males y peligros. Por salvar la vida
de un ser querido, el perro no escatima esfuerzos, ni mide
consecuencias. Suele hacer de la amistad un culto fervoro-
so y ardiente en donde gentes mal pensadas no les es dado
oficiar. Nunca, pues, el perro abandona al amo, y es de
imaginar, por tanto, las luchas que al efecto tuvo que li-
brar hasta darse por vencido y permanecer en encierro
mientras su amo salía por los caminos de Montiel, lanza
en ristre, dispuesto a defender el mundo de espoliques y
follones y gentes de mala crianza. Porque don Quijote sólo
creía que el mundo únicamente debía ser para los buenos,
y por eso, un día le dijo a Sancho: “La libertad, Sancho, es
uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
El ensayo en Antioquia/Selección 281

los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que


encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad así como
por la honra se puede y debe aventurar la vida, y por el
contrario el cautiverio es el mayor mal que puede venir a
los hombres”.
Cómo habría sufrido el perro, de estar junto a él, cuan-
do el Manchego cayó enfermo, y el cura pidió al escriba-
no, –¿con qué derecho?– que le diese por testimonio como
Alonso Quijano el bueno, en lugar de don Quijote de la
Mancha, cuando con este nombre dio realce a sus aventu-
ras y se hizo a la fama. Dando testimonio de esto, el bachi-
ller Sansón Carrasco colocó sobre su tumba el siguiente
epitafio:

“Yace aquí el hidalgo fuerte,


Que a tanto extremo llegó
De valiente, que se advierte
Que la muerte no triunfó
De su vida con su muerte.

Tuvo a todo el mundo en poco;


Fue el espantajo y el coco
Del mundo en tal coyuntura,
Que acreditó su ventura,
Morir cuerdo y vivir loco”.

Ya despojado de sus locuras -los locos son los que han


hecho historia-, en los preámbulos de la agonía, habría es-
tirado su mano huesosa, la habría colocado sobre la cabe-
za del galgo, y él -don Quijote- que tantísimas luchas y
decepciones padeció en sus aventuras cuando arrojaba
lanzazos a malandrines, porque de ellos y otras gentuzas
de igual calaña, quería librar al mundo, habría podido de-
cir: “Mientras más conozco a los hombres, más quiero a
mi perro”.
282 El ensayo en Antioquia/Selección

Lástima que don Quijote no hubiese emprendido una


tercera salida, y esta vez acompañado de su perro. Qué
nombre le habría puesto? ¡Vaya alguien a saberlo! Lo cier-
to es que hubiesen sido tres los adalides de la epopeya,
don Quijote, Sancho, y el perro. Y éste habría librado a
los dos de tantos males y peligros en que se vieron envuel-
tos, y de los que escaparon con suerte por obra y mila-
gros.
Suplemento El Colombiano, junio 28 de 1981
CARLOS EDUARDO MESA. C.M.F.

El alma de España
En agosto de 1942 se cumplió uno de los sueños dorados
y pertinaces de mí vida: conocer a España.
Procedente de Roma, cabeza de la latinidad y de la
catolicidad, entré al solar de España por la frontera catala-
na de Port Bou. Y la España que entonces me fue dado
conocer fue la mediterránea del norte: Ampurias, con sus
reliquias y prestigios de mercadería helénica; Gerona, ciu-
dad vetusta, engastada en campos verdes y jugosos; Barce-
lona, metrópoli europea, circundada de fábricas; el medi-
terráneo, mar azul, mar bello y jocundo, que parece invi-
tar siempre a la vida y a la alegría.
De Cataluña me habían repetido que era la región de
los comerciantes despiertos, en donde la bolsa sona y por
eso es bona. Años después comprobé que en Cataluña,
además de la bolsa, suena la lira, y que si es tierra de fabri-
cantes y de millonarios, lo es también de Verdaguer, de
Maragall y de Rubió y Lluch, el gran humanista amigo de
Colombia. Por lira entiendo la música y la poesía, la sardana
con su melodía y su danza multisecular, y el cultivo de la
lírica en cantidad y calidad superior a muchas otras pro-
vincias de España.
Sólo en 1944 pude internarme en España y llegar a
Castilla. Sin saberlo imité a los hombres de la generación del
98 que desde la periferia, desde sus nativos rincones provin-
cianos, avanzaron hacia Madrid a tomarse por asalto el co-
razón y las preocupaciones de su agridulce España.
A Madrid me dirigí, para allí arraigar por años largos y
felices, en plena estación veraniega. Implacable es el sol
estival de Castilla; pero creo que es la estación más apro-
284 El ensayo en Antioquia/Selección

piada para verla y sentirla en su ambiente. Un gran hispa-


nista irlandés, Mr. Starkie, ha dicho que Azorín es el guía
más simpático y veraz para el viajero de España y particu-
larmente de Castilla. Azorín, levantino de cuna, ha sido
absorbido por Castilla. Y es el compañero ideal para el
viaje solitario; para la visión y la degustación amorosa. El
no grita sus opiniones y descripciones; él se limita a seña-
lar, a matizar, a sugerir. El nos dibuja sobriamente los cam-
pos, el cielo con sus nubes blancas, con sus nubes redon-
das, las posadas con el tic-tac de su arcaico reloj, los pue-
blos silenciosos y polvorientos. El nos hace mirar con ojos
de poeta el paisaje escueto, las nubes viajeras, la viejecita
castellana invariablemente enlutada, la llanura a la puesta
del sol, la ciudad vieja agrupada en torno a la mole de su
catedral vetusta. Recuerda uno la torre de la Catedral de
Segovia, vista desde los montes de La Granja, perfilada allá
lejos sobre el incendio del ocaso remoto.
Así me soñaba yo mi Castilla del alma, gracias a las pá-
ginas leves de Azorín, y así me la encontré en el verano de
1944.
Es tarea compleja y expuesta a desaciertos y
desenfoques el interpretar el alma de un pueblo. No es ese
mi intento por lo que toca a España. Quiero tan sólo apri-
sionar en la levedad de este ensayo algunos matices de ese
pueblo tan opulento de historia y de cultura, tan proteico
en sus manifestaciones.
Se repite por ahí, con sentido peyorativo e insultante
para España, que África empieza en los Pirineos, como si
allí empezara la barbarie. El que entra en España por la
frontera de Cataluña o por San Sebastián percibe en segui-
da la ligereza y la malevolencia de esa imputación. Aque-
llas son ciudades y comarcas netamente europeas, con la
uniformidad de lo cosmopolita. En un sentido más histó-
rico y como resultado de escudriñes culturales, Keyserling
habló del africanismo español. Geográficamente, Castilla
P. Carlos E. Mesa
Óleo de Rafael Pedros
286 El ensayo en Antioquia/Selección

y Andalucía tienen mucho de los climas desérticos africa-


nos. Racial e históricamente, África -dijo Pemán en alguna
ocasión- está metida por los fondos españoles, está en cier-
ta vitalidad profunda y humana de la raza, que en toda
gran ocasión emerge a la superficie por los entresijos de
un romanismo y una europeidad menos seguros que en
otros países. lo más rico de España es eso: su vida, sus
arranques...”
El viaje desde la periferia a Castilla tiene para el caminan-
te observador una ventaja: la de comprender esa variedad
en la unidad que es peculiar de España. Alguna vez le he
aplicado a ésta aquellas palabras de la Escritura: circumamicta
varietatibus. Diríamos que España es un ayuntamiento de
reinos y que a su unidad y totalidad contribuyen varios cli-
mas, varias lenguas, riquísimas tradiciones y costumbres. No
es que ello sea exclusivo de España. En la vecina Francia
todavía es posible distinguir, por la riqueza y fuerza de sus
matices regionales, a bretones, normandos, picardos,
gascones, bordoñeses, provenzales y saboyanos. Unos años
de permanencia en España permiten conocer a las primeras
de cambio a catalanes, gallegos, aragoneses, andaluces o na-
varros. A cada paisaje corresponde un tipo de hombre; pero
la suma y la integrante de esas tierras y de esos habitantes da
por resultado esa cosa tan simpática, tan bella y entrañable
que llamamos España.
Cifra y síntesis de España es Madrid, ciudad bella, con
su zona vieja, el Madrid de Lope y de Calderón; su zona
popular castiza, la cantera de don Ramón de la Cruz; y su
parte nueva, magníficamente trazada y urbanizada, que sabe
aunar la simplicidad y el funcionalismo de las construccio-
nes norteamericanas con el sobrio y elegante estilo madrile-
ño de los tiempos de Carlos III. Ciudad de azul y de sol, por
sus calles discurren hombres cordiales, francos y abiertos
de corazón, y en sus hogares se ilumina la vida con las virtu-
des tradicionales y la belleza proverbial de sus mujeres.
El ensayo en Antioquia/Selección 287

De su clima se ha dicho que cuenta con nueve meses


de invierno y tres de infierno; sin embargo, en cualquier
estación encandila a sus visitantes y les enhechiza los áni-
mos. En los últimos años se ha observado un cambio de
preferencias en los turistas, particularmente hispanoame-
ricanos. Antes, la meca de sus ensueños era París y desde
esta ciudad del refinamiento hacían su escapadita a la Ma-
dre Patria. Ahora Madrid retiene a sus visitantes y los suel-
ta para una escapadita, para un asomarse veloz por los
países vecinos. ¿Qué habrá en todo ello? ¿Sólo la belleza y
alegría de la ciudad? ¿Sólo la facilidad de comunicarse en el
mismo idioma? Uno cree que más bien es que al llegar a
España, aunque sea por primera vez, se tiene la sensación
de volver al hogar y se percibe un mismo ritmo de corazo-
nes fraternales. Lo que sucede es que en España vive un
pueblo de calidades humanas muy recias, un pueblo de
espíritu altivo y abierto, que dice su verdad a gritos, pero
que también a gritos saluda y convida a la intimidad de su
amistad y de su hogar.
Es bien sabido que españoles y franceses no simpati-
zan en maldita la cosa. Alguna vez oí exclamar: ¡Qué sim-
pática sería Francia, pero poblada por españoles! Sin em-
bargo, hay una escuela de franceses hispanófilos que han
dicho de España las cosas más nobles y laudatorias. Difí-
cilmente se leerá un libro tan empapado de hispánica emo-
ción como el de Maurice Legendre. Y no es común encon-
trar apreciaciones tan bellas como éstas de Eduardo
Herriot: “Lo que nos seduce ante todo en España es la
continuidad de su grandeza. No es, como tantas otras na-
ciones, una burguesía ennoblecida. Hay toda una majes-
tad primitiva en esta tierra sometida a los más violentos
contrastes, descarnada, inundada por la luz de un cielo no
azul sino verde... Ancha es Castilla, dijo Miguel de
Unamuno. ¡Y qué belleza en la tristeza en calma de este
mar petrificado y lleno de cielo! El campesino, frecuente-
288 El ensayo en Antioquia/Selección

mente silencioso y taciturno, si habla, es con una flema de


rey destronado...”
De la tierra pasemos al hombre. ¿Cuáles son los distin-
tivos del alma española? Por lo que uno ha visto, por lo
que ha leído y observado, ellos podrían ser: el humanis-
mo, el realismo, el sentido religioso.
Y primero de todo el humanismo. En el discurso fun-
cional de la Falange Española, José Antonio dijo: “Noso-
tros consideramos al hombre como portador de valores
eternos”. Este pensamiento que es teología pura, es tam-
bién pensamiento e historia de España.
En España lo que vale ante todo es el hombre. Y sus
grandes empresas como sus cruzadas de siempre se han
debido primariamente, no a la técnica o a la maquinaria,
sino al simple valor y a la capacidad de resistencia de la
raza. En sus laboratorios no estará el último invento ni en
sus cuarteles el último artefacto bélico, pero hay hombres
con un enorme sentido de la dignidad y de la responsabili-
dad. Frente al Alcázar de Toledo estaban todas las baterías
del odio y de la prepotencia; pero Moscardó y los suyos
tenían la conciencia de su hombría y de su españolidad. Y
por eso triunfaron y se perpetuaron para la historia del
mundo. Porque la gesta del alcázar es gloria de la especie
humana. Y porque el hombre se magnifica cuando se so-
mete tan bellamente a las supremas exigencias del espíritu.
Adoctrina sobremanera leer el capítulo que al huma-
nismo español dedica Ramiro de Maeztu, mártir de la Cru-
zada, en su Defensa de la Hispanidad. Este humanismo, nos
dice, consiste en una fe profunda en la igualdad esencial de
los hombres. Dorotea, el famoso personaje de Lope de
Vega, dice por ahí: “el valor de las almas siempre es uno...”
En realidad, a los ojos del español todo hombre, sea
cualquiera su posición social, su deber, su carácter, su raza,
es siempre un hombre. Este humanismo español es de ca-
rácter religioso, pero lo aceptan todas las conciencias. No
El ensayo en Antioquia/Selección 289

hay nación más reacia que la española para admitir la su-


perioridad de unos pueblos sobre otros. Todo español cree
que lo que hace otro hombre lo puede hacer él también.
Es clásico el ejemplo de Ramón y Cajal. Siendo estudiante
se sintió molesto al comprobar que no había nombres es-
pañoles en los textos de medicina. Y sin encomendarse a
Dios ni al diablo, se agarró a un microscopio y no lo soltó
de las manos hasta que los textos, aun los del extranjero,
tuvieron que citarlo entre los grandes investigadores en el
campo de la histología.
Recientemente, en la historia de esta España de hoy,
renaciente de cultura, uno ha podido observar casos se-
mejantes. Hacia 1940, un teólogo español, doctorado en
el Angelicum de Roma, se percató de que en los textos de
teología de las Universidades extranjeras no eran citados
más teólogos españoles que los del siglo de oro, muchos
de ellos todavía no superados. Acotose el campo de la
mariología, fundó en Zaragoza una Sociedad Mariológica
Española de grandes ambiciones y ha logrado con sus asam-
bleas anuales y sus veinte volúmenes de estudios podero-
sos que el nombre de los mariólogos españoles torne a
sonar y figurar con prestigio en los círculos intelectuales
católicos del extranjero.
El sentido español del humanismo quedó maravillosa-
mente formulado cuando don Quijote de la Mancha dijo a
su escudero Sancho: “Repara, hermano Sancho -y repa-
ren mis lectores en ese tratamiento de hermano dado por
el caballero al escudero-, repara que nadie es más que otro
si no hace más que otro”. Es decir: el español acepta la
desigualdad de posición: hay infantes de Aragón y
pecheros, duques y criados; pero en lo esencial son iguales
y sólo se diversifican por sus obras. El duque puede ser
malo y el criado, bueno. El Padre Rodríguez en su clásico
y siempre sabroso Ejercicio de perfección y don Quijote en
una de las conversaciones comparan a los hombres con
290 El ensayo en Antioquia/Selección

los actores de una comedia: unos hacen papel de empera-


dor, otros de criados, pero al final todos quedan iguales y
el aplauso va al que mejor lo hizo. Y Sancho asemeja a los
hombres con las piezas del ajedrez, que en acabando la
partida, todas paran en el mismo saco.
Hay en el español un cierto sentido igualitario.
Velásquez y Goya, reyes de la pintura, no se acomplejan
cuando toman como modelos a los reyes de España. Pare-
ce como si dijeran para sus adentros la célebre frase: Nos
que valemos tanto como Vos. Y no ahorran el ridículo y
la deformidad. Y como en el caso de Goya, el retrato se
convierte en grotesca perpetuidad de unos tarados a quie-
nes les cupo la suerte de disfrutar de la real corona y de
acelerar la ruina del imperio...
De este humanismo del pueblo español hay indicios y
botones de muestra en las actividades del hombre del pue-
blo y en los gestos más trascendentes, Unamuno refirió
varias veces en sus escritos el caso de aquel mendigo de
Salamanca que un buen día se le acercó a pedirle una li-
mosna.
—¿Y para qué quieres esas pesetas?
—Para comprar un sombrero.
—¿Tanta falta te hace el sombrero?
—Si, Señor, respondió, lo necesito para saludar a la gen-
te que pasa.
Es decir, para hacer un homenaje de caballero al tran-
seúnte, su hermano.
Y a un turista francés le decía el taxista español en Ma-
drid:
—Mire usted, señor, todos somos hijos de Adán y Eva;
sólo nos diferencian la seda y la lana...
En el respeto por el hombre, considerado como porta-
dor de valores eternos y al mismo tiempo como esencial-
mente igual, ha visto Andrés Maurois la predilección tan
acentuada de los artistas españoles por el retrato. El paisa-
El ensayo en Antioquia/Selección 291

je, la decoración, son accesorios. Si alguna vez pintan ciu-


dades les ponen un alma intensa. El Toledo del Greco es
un alma más que una ciudad...
Dos manifestaciones soberanas del humanismo espa-
ñol son las que se dieron en la conquista y civilización de
América. El español no dudó en bautizar y por lo tanto en
reconocer como hermano de raza al indio americano y
posteriormente al esclavo de África. Cuando en 1509
Alonso de Ojeda desembarcó en las Antillas, dijo textual-
mente: “Dios Nuestro Señor, que es único y eterno, creó
el cielo y la tierra y un hombre y una mujer, de los cuales
vosotros, yo y todos los hombres que han sido y serán en
el mundo, descendemos...”
Y para que de esa verdad no hubiera duda, el español
además de proclamarla y de bautizar al indio, se acercó a
sus hijas y las tomó por esposas y así nació América, de la
convicción y del humanismo cristiano de los españoles que
no les hicieron ascos a las indias nativas, de ellas guapas, de
ellas deformes, ni a las negras transportadas de África y
bautizadas en Cartagena de Indias por San Pedro Claver,
misionero español.
Manifestación del humanismo español es el sentido de
la caballerosidad, la exaltación del honor, el respeto a la
dama.
Se ha dicho que en cada español hay un rey. Y que por
eso es tan difícil gobernar a España. A veces en los gestos,
en los ademanes de los campesinos o labriegos españoles,
se descubre algo de majestad real. Recuerdo la apostura
del cuerpo y el gesto señorial del brazo con que un labrie-
go me decía, allá por las tierras de Carrión de los Condes,
cantadas en los romanceros:
—Pues, mire usted, señor Cura, la cosecha es buena y
tanto que no nos la merecemos. Parece que Dios nos ha
dicho este año a los labriegos de Castilla: tomad, hombres,
y hartaos...
292 El ensayo en Antioquia/Selección

Muchas veces, nosotros los hispanoamericanos usamos


una frase que suena a desacato, pero que tiene un recio
trasfondo racial. Es aquella de: no me da la real gana, o
simplemente, no me da la realísima... Es un brote pura-
mente español, con todas sus ventajas y sus desventajas,
con lo que entraña de personalidad y lo que entraña de
rebeldía y de indisciplina. Alguien cantó así a la “Real gana”:

“Cielo bravo de Castilla!


Tierra brava! Roja arcilla
para las siembras mejores...
Sus trigales, qué semilla!
Sus Labriegos, qué señores!

En su barbechera adusta,
Cid o espiga, todo grana.
De su raza, austera y justa,
es la frase más augusta:
no me da la real gana...

Alcalde de Zalamea:
tu real gana flamea
contra la real persona.
Toda Castilla garbea
en su alcalde sin corona.

Ángel Ganivet en su Ideario Español hace ver cómo la


proliferación de los llamados “fueros” llevaba en sí la ne-
gación de la ley. El fuero, dice, se funda en el deseo de
diversificar la ley para adaptarla a pequeños núcleos socia-
les. Y en España los tuvieron y aún los reclaman las diver-
sas provincias, entonces reinos, y hasta ciudades y clases
sociales. En la Edad Media, concluye Ganivet, España es-
tuvo a dos pasos de realizar su ideal jurídico: que todos los
españoles llevasen en el bolsillo una carta foral con un solo
El ensayo en Antioquia/Selección 293

artículo, redactado en estos términos breves, claros y con-


tundentes: “Este español está autorizado para hacer lo que
le dé la gana...”
De la caballerosidad con la mujer sería largo el discur-
so. Ya Lope de Vega, que tantas ocasiones fue la voz casi
oceánica de España, escribía: “Oigo decir y he leído que
ninguna nación del mundo ama tan dulcemente a las mu-
jeres ni con mayor determinación pierde por ellas la vida”.
Y el francés Andrés Maurois ha escrito bellamente: “La
mujer española es la obra maestra de este país. De gran
belleza natural el rostro, los ojos y los cabellos admira-
bles, tiene una inteligencia espontánea y un gusto por las
artes que parece innato en ella. Yo no conozco, decía un
francés, ningún país donde haya mujeres más bonitas. De
cada veinte, hay veinticinco encantadoras, porque las hay
que valen por dos...” El español reserva para sus mujeres
los nombres más bonitos de la Virgen. Carmen, Concha,
Pilar, Dolores, Covadonga, Almudena... Hasta en el baile
español, según opinan los entendidos, se percibe el respe-
to a la mujer. El bailador gira en torno a su pareja y ella
responde con signos breves y mesurados. Lo cierto es que
en los últimos años, las danzas españolas, sus “coros y dan-
zas”, han recorrido triunfalmente el mundo arrancando
aplausos y cariños para la Madre Patria.
Pero el humanismo español tuvo su culminación, a mi
modo de ver, de un lado en la floración del hidalgo o hijo de
alguien, y de otro en esa concreción de heroísmos múltiples
que fue el descubrimiento y la civilización de América.
Cuando una cultura alcanza madurez suele aparecer
su tipo selecto. Así surgieron, como tipos de selección
humana, el gentiluomo, el cortigiano, el gentleman y el
hidalgo español, cuyo distintivo con respecto a los demás
tipos similares, se ha visto en que se formó de dentro afue-
ra y en su fundamental fidelidad consigo mismo, con una
norma de vida que es superior a la propia vida y que se
294 El ensayo en Antioquia/Selección

remonta a una tradición caballeresca y a la fe católica hon-


damente sentida y vivida. En el hidalgo español confluyen
y vienen a hacerse una sola cosa, el espíritu del castillo y el
espíritu de la catedral, las dos grandes creaciones de la edad
media. De ahí su dimensión caballeresca y religiosa.
Valdecasas ha formulado en cuatro rigurosos principios
el estilo vital de los hidalgos de España. Primero: La nobleza
no consiste sino en la virtud. Donde haya virtud habrá no-
bleza. Toda otra condición es secundaria. Hay un prover-
bio español que alguna vez me he complacido en aplicarlo a
nuestro coterráneo don Marco Fidel Suárez: No hay en el
nacer oprobio si hay virtud para enmendarlo.
Segundo: La ascendencia noble no arguye nobleza, sino
obligación de ser noble y a lo más, es un crédito de con-
fianza.
Tercero: La virtud se prueba por las obras y cada cual
es hijo de sus obras.
Cuarto: Por obras entiende el hidalgo la acción
esforzada, y no precisamente el resultado o el éxito. El hi-
dalgo se preocupa ante todo del ser, más que del parecer.
Y a eso se refería el clásico del Pulgar cuando para elogiar
a sus hombres decía de ellos que eran esenciales y
derecheros.
El tipo del hidalgo pervive hoy en todo el mundo his-
pánico y uno lo ha encontrado y lo ha saludado en pue-
blecitos de Castilla, en haciendas de la sabana de Bogotá,
por los caminos y las fondas de Antioquia o de los dos
Santanderes.
A nuestra América llegó España cuando ésta llegaba a
su dorada plenitud cultural e histórica. Y aquí realizó la
más humana y la más soberana de sus empresas. Toda esa
epopeya obedeció a la idea dogmática, admitida por todos
en España, de la unidad fraternal de la especie humana. Y
todo aquello se realizó como la cosa más sencilla y natural
del mundo. A la sabana de Bogotá los expedicionarios de
El ensayo en Antioquia/Selección 295

Jiménez de Quesada subieron, sin darle importancia, por


despeñaderos y parajes que hoy mismo no transitamos los
colombianos. Y los cronistas de la época, casi todos ellos
hombres del pueblo, soldados de la tropa y ejecutores de
esas hazañas, las refirieron en sus crónicas con una prosa
tan poco exaltada y con una sencillez tan deliciosa que el
lector de hoy se queda pasmado tanto de los heroísmos de
la conquista como de la falta de asombro de sus actores e
historiadores. Es que ellos podían también apropiarse, y
esta vez para su grandeza, aquello del poeta latino:

homo sum et nihil humanum a me alienum puto.


Hombre soy y nada humano es ajeno a mi español talante.

Pero pasemos a la segunda nota distintiva que uno ha


creído encontrar en el español: el realismo.
El español es un ser muy con los pies sobre la tierra.
Sabe dónde pisa y hacia dónde va. Manifestaciones de rea-
lismo abundan en sus místicos, que cualquiera podría ima-
ginarse abstraídos ensimismados o encastillados en su
intramundo o en su trasmundo; abundan en sus artistas
del pincel, del cincel o de la pluma.
San Juan de la Cruz, el místico de las tremendas negacio-
nes, sabe también escaparse de la cárcel conventual en que
lo tienen recluido los Carmelitas que Santa Teresa llama
donosamente del paño. Es la madrugada y se dirige al con-
vento que en Toledo tienen las Carmelitas Descalzas refor-
madas. Y allí, mientras en el locutorio toma unas peras asa-
das, con canela, que le sirven, les paga la caridad leyéndoles
algunas estrofas del Cántico espiritual que en la cárcel com-
pusiera y que como poesía y como mística son de lo más
alto que haya pasado por pensamiento humano.
Santa Teresa fue mujer muy divina y muy humana.
—Daos cuenta, decía a sus monjas, de que también entre
los pucheros anda el Señor...
296 El ensayo en Antioquia/Selección

Algún día, nos cuentan sus biógrafos, un caballero prin-


cipal de la ciudad de Ávila se acercó al locutorio del con-
vento de la Encarnación y preguntó por la Madre Teresa,
pues tenía especial interés en conocerla.
—He venido a verla, decía el caballero a la santa, porque
me han dicho que Vuestra Merced es lista, santa y hermosa.
A lo cual, sin inmutarse para nada, la gran mística y
gran señora respondió amable y discretamente, como cum-
plía a su ingenio:
—Pues mire, Señor caballero, en cuanto a lista, reco-
nozco que no soy tonta; en cuanto a santa, Dios lo sabe; y
en cuanto a hermosa, Vuestra Merced lo vea...
Ahí está el genio castellano, alianza maravillosa de rea-
lismo, discreción e idealismo.
La santidad, según el español, es para todos, y elevan-
do, no deshumaniza.
El gran defensor, en los últimos tiempos, del llamamien-
to universal a la santidad, es un fraile español, el dominico
Padre Arintero.
Aun cuando se hace santo o héroe, el español que ja-
más puede perder el sentido primigenio de lo real, arrastra
consigo jirones de humanidad, según, lindamente lo ha ex-
puesto el hispanista alemán Karl Vossler, quien prueba
sus tesis con aquella comedia de Tirso de Molina “Santo y
Sastre”, en que San Homobono, que era sastre en Cremona,
sube al cielo llevando en la mano derecha la cruz y en la
izquierda las tijeras.

“Esta historia nos enseña


que para Dios todo es fácil,
y que en el mundo es posible
ser un hombre Santo y Sastre...”

Cervantes en sus novelas nos ha mostrado que cono-


cía como pocos el mundo de la picaresca, pero supo ser a
El ensayo en Antioquia/Selección 297

su hora el héroe de Lepanto. Y en el Quijote nos diseñó


con rasgos inmortales los prototipos del idealista y del rea-
lista, pero de un idealista que acaba implantándose en la
realidad de lo humano y de lo divino, y de un realista que
acaba elevándose al mundo ideal y soñando en nuevas aven-
turas cuando su señor se muere como cristiano cuerdo. El
realismo de Sancho fue simple sentido de la cautela y de la
sensatez. Fue llamar al pan, pan y al vino, vino, fue ver
molinos y no gigantes, rebaños y no ejércitos cuando así
lo pedía la realidad de las cosas. Pero fue también decirle a
su señor: —Para ir derechos a la gloria el camino es que
nos convirtamos en santos...
El realismo es una de las peculiaridades del arte español.
En la literatura se manifiesta mediante la descripción de los
medios populares, incluso los más bajos, que se advierte en
la Gesta de los Infantes de Lara, en la historia del Lazarillo, de
Guzmán de Alfareche, de Rinconete y Cortadillo o del Bus-
cón; en pintura campea en los cuadros famosos de Ribera,
de Murillo, de Velásquez y de Goya. La imaginería españo-
la no alcanza la cantidad y la universalidad de la pintura;
pero los escultores españoles han labrado algunas de las pie-
zas más patéticas y bellas de que puede ufanarse el arte reli-
gioso de todos los países y tiempos. Y esa imaginería está
llena de firme y sano aliento realista y por eso recibió y
sigue recibiendo del pueblo, ante los retablos y en las proce-
siones, el amor y la devoción irrestricta. Los ejemplos acu-
den en enjambre: esculturas de Martínez Montañés, como
su San Ignacio de Loyola, Cristo de la Agonía de Juan de Mesa, el
San Diego de Alcalá de Alonso Cano, el San Bruno que Gregorio
Fernández labró para la Cartuja de Aniago. Es este San Bru-
no un tipo rural, moreno, fuerte, con todos los rasgos caste-
llanos. Los Cartujos de Aniago eran labradores y su monas-
terio, hoy en ruinas, se elevaba entre pinares, en la soledad
del campo. Al mirar esa estatua es fácil identificarla con el
paisaje de Castilla.
298 El ensayo en Antioquia/Selección

Y pasemos ya al tercer distintivo del alma española: su


religiosidad. Desde los días del Idearium español de Ángel
Ganivet es mucho lo que se ha discurrido sobre el
senequismo del alma española. Ganivet al someter a su
examen de pensador y de ensayista, la constitución ideal
de España, su más recóndita interioridad, topó con un
subfondo de estoicismo; no el brutal y heroico de Catón,
ni el sereno y majestuoso de Marco Aurelio, ni el rígido y
extremado de Epicteto, sino el natural. y humano de ese
español por esencia que fue Séneca.
Toda la doctrina de Séneca, según Ganivet, se cifra en
esta enseñanza: “no te dejes vencer por nada extraño a tu
espíritu; piensa en medio de los accidentes de la vida, que
tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indes-
tructible, como un eje diamantino al rededor del cual giran
los hechos mezquinos que forman la trama del vivir dia-
rio”. Esto, concluye el genial y malogrado ensayista, esto
es español y tanto que Séneca no tuvo que encontrarlo
porque lo encontró inventado ya. Es inmensa la parte que
al senequismo toca en la conformación religiosa y moral y
aún en el derecho consuetudinario de España...” Hay en
la actitud fundamental del español un cierto desprecio de
las vanidades humanas, una pasmosa capacidad para el su-
frimiento, la preocupación por la muerte y por lo eterno.
Para conocer el alma española hay anécdotas intensamen-
te reveladoras. En una madrugada de noviembre viajaba
yo desde un pueblecito de la sierra de Gredos hacia una
posada de la carretera que conduce a Madrid. Lo que en-
tonces me sucedió quedó expresado en este breve cromo
poético:

“Las tres de la madrugada,


entre encinas, una senda.
Y agobiando el llano todo
la espesura de la niebla.
El ensayo en Antioquia/Selección 299

Junto a una encina, un pastor


que, de pie, embozado, vela.
—¿Mucho frío?

—Pse! Igual da...


Nos ha de comer la tierra...
Las tres de la madrugada.
Castilla. Invierno. Entre nieblas.

Habría que escribir, a imitación de la clásica obra del


Abate Bremond, la historia del sentimiento religioso de
España. Tarea ciertamente abrumadora, propia de un sa-
bio de la capacidad de entendimiento y de trabajo de
Menéndez Pelayo o de un equipo de especialistas.
Posee el español, ante todo, una maravillosa capacidad
para lo trascendente. Así lo ha intuido un pensador ale-
mán, Karl Vossler. Estudiando algunas obras de los gran-
des dramaturgos españoles ha encontrado la enorme pre-
disposición inconsciente que hay en los españoles para lo
trascendente. Pasan con la mayor naturalidad de lo tem-
poral a lo eterno, del sueño a la vida y viceversa y de la
anécdota a la categoría. Hay un indicio de soberana elo-
cuencia al respecto. Y es que no pocos autos sacramentales
de Calderón primero fueron simples comedias y luego la
convirtió en símbolos, en filosofía o teología dialogada y
rimada. Ahondan mucho los hombres de este pueblo cuan-
do se dan a discurrir. Ahí está toda la biblioteca filosófica
del Padre Francisco Suárez.
Otro indicio de su religiosidad es la actitud radical del
español ante las postrimerías. Desde Jorge Manrique, pa-
sando por Quevedo, hasta los poetas de hoy como José
Hierro y Manuel Alcántara, la preocupación por la muer-
te traspasa de fugacidad y de eternidad la mejor poesía es-
pañola.
300 El ensayo en Antioquia/Selección

“Nuestras vidas son los ríos


que van a dar a la mar
que es el morir”.
nos dice el de las Coplas. Quevedo nos dice estupenda-
mente:
“Medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán cenizas, más tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado...”
José Hierro, con voz grave, le recuerda a un esteta:
“Tu fin no está en tí mismo. “Mi obra” dices. Olvidas
que vida y muerte son tu obra...”
Y Manuel Alcántara ha dicho recientemente con
punzadora verdad:

“Dentro de poco se dirá que fuiste,


que alguien llamado así, vivió y amaba...
Ser hombre es una larga historia triste
y un buen día se acaba...”

Dos de las más famosas manifestaciones del arte espa-


ñol son monumentos a la muerte. Así el Escorial, a cuyo
panteón de reyes el pueblo llamó simplemente el
pudridero; así el cuadro del entierro del Conde de Orgaz,
en Toledo, que para algunos críticos es la obra cumbre de
la pintura española. Allí mismo en Toledo, un gran Carde-
nal de España ordenó poner sobre la lápida de su enterra-
miento en el piso de la catedral: Hic jacet cinis, pulvis, nihil. Y
uno de los mejores escultores castellanos dictó en su testa-
mento: “Quiero que se me entierro a la puerta de la iglesia
para que todos al entrar en ella, me pisen”.
El ensayo en Antioquia/Selección 301

Todo esto es austeridad, desdén por las cosas de abajo


que son terrenas, caducas y transitorias.
Pero este desdén se explica porque el español otorga su
preferencia a lo esencial: la vida transitoria pero tomada
como camino y preparación para la de arriba que es la
verdadera. Así decía Santa Teresa: Aquella patria de arriba
que es la patria verdadera...
Con lo cual el español sostiene la interpretación católi-
ca de la vida. José Antonio proclamó paladinamente y no
ve uno qué objeción pueda ponerse en nombre de la polí-
tica a esa proclamación: La interpretación católica de la
vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, his-
tóricamente la española”.
El hombre, considerado como portador de valores eter-
nos; el mundo mirado como tránsito y preámbulo para
otro mundo que no fenece; el hogar conservado como re-
fugio del honor y forja de cristianos morigerados; la fe y la
santa iglesia, servidas con fidelidad y lealtad indeclinables;
la espada de sus guerreros blandida para empresas trascen-
dentes como la civilización de América y la Cruzada
anticomunista de 1936, todo eso y mucho más es sentido
católico de la vida y todo eso lo ha realizado España du-
rante siglos, unas veces como iniciativa oficial y otras como
imposición del pueblo.
Por dos motivos fundamentales, a mi parecer, por la
convicción de su fe y por la sinceridad y autenticidad de su
espíritu, una porción mayoritaria del pueblo español ha
querido y exigido siempre de sus gobernantes la profesión
pública y solemne de su credo católico. En algunas nacio-
nes, carcomidas de liberalismo, esa tesis y esa postura sólo
inspira repugnancias y sonrisas de compasión. Pero en la
actitud de España no hay más que acatamiento a la lógica
y a la verdad del supremo y total señorío de Dios.
Lope de Vega tiene un auto sacramental que se llama
El misacantano. Jesucristo va a decir su primera misa. Con-
302 El ensayo en Antioquia/Selección

vocando a ella tocan las campanas a vuelo. Y acuden de-


votos Portugal, Castilla, Toledo, Vizcaya y las Indias, nues-
tra América. Todos estos personajes políticos, -hace ver
con acierto Vossler- rinden homenaje y alaban a Jesucris-
to en su lengua materna. Regocijo, uno de los simbólicos
personajes, calma donosamente las rivalidades entre Por-
tugal y Castilla. Incredulidad, otro personaje, está allí pre-
sente y termina convirtiéndose. Madrid es presentado al
Señor por el reino de Toledo. Y Vossler se pregunta: ¿es
esto un drama laico, o religioso o político o eclesiástico?
Para Vossler es un buen ejemplo de la unidad religiosa que
alienta en los dos géneros, profano y religioso, del teatro
español. Pero ahondando mucho más es un síntoma de la
impregnación de lo religioso y aún más de lo católico en
toda la vida española, aún en la oficial y política.
El servicio de España a la Iglesia tiene, a mi humilde
manera de ver, cuatro contribuciones de primerísima cali-
dad: la primera el bautismo y la cristianización de casi todo
el continente americano. Cuando extensas zonas de la vie-
ja Europa se desgajaban de la Iglesia, España le iba entre-
gando en América y en Asia tribus y reinos enteros. Basta
saber lo que encierran los solos nombres de Javier, de
Claver, de Luis Beltrán, de Francisco Solano.
La segunda: su aportación al pensamiento católico, con
la filosofía de Suárez, con la teología de Laínez y de los
Dominicos de Salamanca, lumbreras del Concilio de
Trento; con la ascética del Padre Granada y la legión de
escritores y maestros de espíritu como Ignacio de Loyola,
La Puente, La Palma o Fray Diego de Estella y sobre todo,
con las doctrinas y los esclarecimientos de Santa Teresa y
de San Juan de la Cruz; que continúan siendo los oráculos
insuperados de la mística.
La tercera: la fundación de insignes órdenes y congre-
gaciones religiosas como la Reforma del Carmelo, la Or-
den Dominicana, la Orden Calasancia, la Compañía de
El ensayo en Antioquia/Selección 303

Jesús y la Congregación de los Claretianos, por sólo citar


algunas y sólo de varones. La Iglesia conoce muy bien lo
que en su historia y en sus luchas han significado estas
legiones creadas por el celo católico y proselitista de egre-
gios españoles.
La cuarta contribución es la del santoral hispánico. Se
podría labrar un pórtico de gloria, en el templo de su gran-
deza católica, con una teoría de santos portentosos, desde
sus mártires de todos los siglos y sus doctores, como San
Ildefonso y San Isidro, hasta las máximas figuras de su edad
de oro y de los últimos tiempos: Santo Domingo de
Guzmán, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San
Francisco Solano, San Juan de Ávila, el Beato Diego de
Cádiz, San José de Calasanz, San Antonio María Claret y
varias eminentísimas santas y fundadoras españolas y lue-
go toda la innumerable legión de sus mártires y de sus as-
cetas y apologistas, de sus misioneros que también cultiva-
ban tierras y fundaban ciudades y de sus guerreros, descu-
bridores y aventureros que sabían predicar a Cristo, como
Cortés y Jiménez de Quesada y, llegada la ocasión, depo-
nían la espada en tierra para bautizar al indio.
En resumen: negar el sentido religioso de España es
desconocer su raíz y su alma, su savia y su floración.
Dos mujeres a mi parecer, simbolizan y representan a
España: Isabel la Católica, mujer de hogar y beligerante,
mujer que sabía hilar, que estudió latín y que se sintió
madre misionera del mundo descubierto. Así España. Y la
otra es Teresa de Jesús, andariega, mística, escritora y fun-
dadora, con un alma en que le cabía la entera catolicidad.
De ella, tan humana y tan celestial, se ha tejido un breve
elogio que podría ser el de su patria: ad terram pedes, ad
sidera vultus. Teresa y España tenían los pies muy bien
asentados sobre la tierra y la frente muy levantada hacia
las estrellas.
JAIME JARAMILLO URIBE

Etapas de la filosofía
en la historia intelectual
colombiana
Para que en un país exista una tradición de pensamiento
filosófico no se requiere que la producción haya sido vo-
luminosa en el número de escritos, ni que quienes hayan
cultivado este tipo de saber brillen por su originalidad en
la historia del espíritu. Lo indispensable es que siempre, y
en cada momento, un grupo de hombres cuya influencia
se hace sentir en el contorno social haya mantenido el con-
tacto con el saber filosófico de su tiempo y con el saber
filosófico del pasado. No importa para este efecto el con-
tenido mismo de ese saber. Ha existido en Europa activi-
dad filosófica continuada durante más de dos milenios,
aparte de las consideraciones que puedan hacerse sobre
las escuelas, tendencias o tesis que han predominado en
las diversas épocas. Del diálogo, crítica y negación de sus
diferentes corrientes vive y se hace fecundo el pensamien-
to. Cada etapa de su historia presupone otra antecedente
de la cual parte toda nueva actividad, no importa, muchas
veces, que dicho antecedente sea pobre o equivocado a
juicio de quienes lo han recibido y se han hecho cargo de
la misión de mantener el saber filosófico, de enriquecerlo
y hacerlo más apto para explicar los enigmas del universo
o para resolver los problemas de la vida espiritual propios
de una cultura o de una generación. Desde este punto de
vista es que todo saber –y en primer lugar el saber filosó-
El ensayo en Antioquia/Selección 305

fico– es un saber histórico que debe contar con lo que se


hereda, es decir, con la tradición. Por eso toda etapa y toda
manifestación del pensamiento filosófico tiene un valor y
no puede considerarse como algo inútil. Así, en la historia
del pensamiento occidental –que es la nuestra– la Escolás-
tica presupone la filosofía del mundo antiguo y la filoso-
fía moderna no puede prescindir de la Escolástica aunque
sólo sea para negarla. Los dos intentos que el pensamiento
filosófico occidental ha realizado para cortar ese continuo,
para desechar el saber tradicional y comenzar a filosofar
ex nihilo, el intento de Descartes en el siglo XVII y el de
Husserl en nuestro tiempo, no pudieron realizarse plena-
mente.
Sirvan estas indicaciones generales para preparar la res-
puesta al interrogante de si tenemos en Colombia una tra-
dición filosófica. Creemos que tal interrogante debe res-
ponderse afirmativamente. Los maestros que a comienzos
del siglo XVII empezaron a dar las primeras lecciones de
filosofía escolástica en los seminarios, colegios y universi-
dades de Santa Fe, eran los depositarios, mantenedores y
cultivadores de una parte muy considerable del saber filo-
sófico tradicional. Es posible –y lo podemos dar por seguro-
que no hubieran aportado nada nuevo a ese saber, que lo
hubieran conservado con todas sus deficiencias de conte-
nido que el espíritu moderno puede anotar a la Escolástica
de aquel tiempo; pero, con todo y eso, mantuvieron la
preocupación por los problemas de la filosofía. Si las es-
cuelas escolásticas y sus maestros no hubieran existido en
la Nueva Granada, tampoco habría surgido la necesidad
de suplantarlas por nuevos maestros y por un nuevo tipo
de pensamiento.
Estas mismas observaciones nos pueden servir para
valorar la función histórica que para nuestro medio des-
empeñaron en el siglo XIX el benthamismo y el positivis-
mo incompleto que se dio entre nosotros. Quienes se de-
306 El ensayo en Antioquia/Selección

dicaron a divulgar estas tendencias del pensamiento repre-


sentaron, además, la clase intelectual, la Intelligenzia, que
como cuerpo social es indispensable para que existan todo
saber y toda cultura.

LA ÉPOCA COLONIAL

La Escolástica
Los colegios, seminarios y universidades coloniales (Si-
glos XVII y XVIII), basaron su enseñanza filosófica en la
Escolástica. Hubo, sin embargo, dentro de la orientación
escolástica por lo menos tres matices. La Universidad
Tomista de los padres dominicos y el Colegio Mayor de
Nuestra Señora del Rosario, siguieron las huellas de Santo
Tomás y de los comentadores tomistas como Cayetano,
al paso que los jesuitas de la Universidad Javeriana se aco-
gieron a Suárez, y los franciscanos a Escoto1. Pero el mé-
todo de trabajo y enseñanza era común a todos. La última
ratio eran los autores consagrados por la tradición. Los
textos de Aristóteles decidían en última instancia las du-
das, no sólo en metafísica sino en física. Cuando el profe-
sor de la Academia Javeriana José de Urbina S.J., en su
curso de Física dictado en 1647, se pregunta a qué cosas
convenga el concepto de naturaleza, dirá: Esta dificultad
quedará dilucidada respondiendo a las siguientes dificulta-
des previas: 1. Si a la materia primera convenga la razón de
naturaleza; respuesta afirmativa con Santo Tomás (2, de
los físicos, text. 2); con Suárez (Methphys. Disp. met. 15,
sect. 11); y es común entre los autores2. Ni la experiencia
1 Sobre la Universidad colonial V. Fray José Abel Salazar, Los Estudios
Eclesiásticos Superiores en el Nuevo Reino de Granada. Consejo Superior
de Investigaciones Científicas, Madrid, 1946.
2 Juan David García Bacca, Antología del Pensamiento Filosófico en
Colombia, Biblioteca de la Presidencia, Bogotá, 1955, p.120.
El ensayo en Antioquia/Selección 307

en el campo de la Ciencia Natural, ni la razón en las disci-


plinas meramente teóricas tuvieron, pues, cabida en la en-
señanza que impartían los centros docentes de nuestra
época colonial.
Los problemas que constituían el contenido de la acti-
vidad filosófica eran los que fueron típicos de la filosofía
medieval: en metafísica, el problema de la sustancia y la
relación entre materia y forma en los seres individuales; en
lógica y teoría del conocimiento, la cuestión de los univer-
sales; en ética, la definición del sumo bien y el problema
de la libertad. En física, lo relacionado con el movimiento,
con el concepto de naturaleza y con las distinciones entre
seres vivos y no vivos, entre lo orgánico y lo inorgánico.
En definitiva, los problemas perpetuos de la filosofía, re-
sueltos a la luz de la autoridad de Aristóteles y los grandes
pensadores escolásticos del pasado3.
Tuvo la Colonia insignes maestros escolásticos. En
las bibliotecas del Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario, del Seminario de los Padres Jesuitas y en los ar-
chivos de la Academia de Historia y de la Biblioteca Na-
cional se conservan los manuscritos en lengua latina de
los cursos profesados en los Siglos XVII y XVIII. Hoy,
gracias a las traducciones de Juan David García Bacca,
poseemos un volumen en castellano que recoge impor-
tantes aspectos de ellos. Agustín Alarcón y Castro ense-
ñó dialéctica y metafísica en el Colegio del Rosario; los
jesuitas José de Urbina, Mateo Mimbela y Juan Antonio
Varillas profesaron cursos de física aristotélica, los dos
primeros, y de ética el último, en la Academia Javeriana.
El dominicano Jerónimo Marcos y el franciscano Fr. Ja-
cinto de Buenaventura nos legaron extensos cursos de
metafísica y Moral.
3 Para una visión de conjunto sobre el contenido de la enseñanza filosófica
en Colegios, Seminarios y Universidades en los Siglos XVII y XVIII, V.
García Bacca, op. cit.
308 El ensayo en Antioquia/Selección

El saber escolástico nutrió todavía la mente de la gene-


ración precursora de la Independencia. Zea, Caldas, Nariño,
Torres, los Restrepo, recibieron su formación juvenil den-
tro de este espíritu, pero tuvieron ya oportunidad de oír a
Mutis exponiendo la física de Newton y pronunciando
sus acres invectivas contra la enseñanza tradicional4. En el
Papel Periódico don Manuel del Socorro Rodríguez habla-
ba de las “cadenas del peripato”;y Zea invitaba a la juven-
tud a “dirigirse en pos de la verdadera ciencia a la naturale-
za, para estudiar sus secretos y olvidar en su seno los ergos
de las ciencias políticas que hasta entonces habían cultiva-
do”5. En esta generación se produjo el conflicto entre el
viejo y el nuevo saber, y con ella empezó la polémica y el
esfuerzo por superar la Escolástica. Colocados sus miem-
bros ante nuevas circunstancias históricas y ante nuevas
exigencias vitales –explorar la naturaleza, desenvolver la
riqueza con técnicas adecuada, ordenar la sociedad y el es-
tado sobre nuevas bases políticas y constitucionales– que
exigían una orientación nueva, aparecieron entonces las
primeras manifestaciones de la Ilustración granadina y se
insinuaron los primeros brotes de una mentalidad positi-
vista.

Influencias de la Ilustración
En la segunda mitad del siglo XVIII, tanto en España
como en las colonias, surgió un espíritu renovador que
allá como aquí debió gran parte de su impulso a la obra de

4 V. Su defensa ante el Tribunal de la Inquisición, en Crónica del Colegio


Mayor de Nuestra Señora del Rosario, publicada por Guillermo
Hernández de Alba, Bogotá, 1949, vol. 11, pp. 142-45. También Archivo
Epistolar del Sabio Naturalista José Celestino Mutis, Bogotá, 1947, vol. I,
pp. 247-48, la carta de Mutis al Virrey Mendinueta.
5 Vergara y Vergara. Historia de la Literatura Colombiana, Bogotá, 1931,
vol. 1, pp. 428-429.
El ensayo en Antioquia/Selección 309

Feijoo. La enseñanza tradicional basada en la filosofía es-


colástica y en el espíritu retórico y filológico del barroco,
entró en crisis. España no podía sostener su condición de
potencia política sin transformar su economía y sin elevar
el nivel de su técnica. En una palabra, sin formar hombres
educados en los métodos e ideas de la ciencia moderna. La
física de Aristóteles debió ser cambiada por la de Newton;
las matemáticas ocuparon gran parte del tiempo que antes
se dedicaba a la gramática; y el ideal educativo del Jurista
letrado se vio sustituido en gran medida por el ideal del
técnico científico.
En el mundo español y en el incipiente medio cultural
de la Nueva Granada se presentó entonces el conflicto que
desde los albores de la época moderna había afrontado el
pensamiento europeo. El saber tradicional, el saber de la
Edad Media era suplantado por el pensamiento moderno,
la ciencia antigua por la nueva. Ahora bien, tanto en Eu-
ropa como en la Nueva Granada lo que empezó por ser
un antagonismo en el método de conocer y acercarse a la
naturaleza, terminó por ser un conflicto en todos los cam-
pos del conocimiento y por plantear serios problemas de
conciencias. Si se aplicaba la experiencia en el campo de la
física y la razón en las matemáticas, ¿por qué no aplicarlas
en el campo de la moral y de la religión? ¿Y en el de las
ciencias jurídicas y políticas, y en el más vasto y decisivo
campo de la historia? Atenerse a los resultados de la razón
y la experiencia en materias de física y filosofía y guiarse
por la tradición y la fe en religión, moral y política, como
lo había pretendido hacer Descartes en el Siglo XVII, ya
no era posible. La ciencia moderna y sus nuevos métodos
crearon un grave conflicto de conciencia al hombre euro-
peo cristiano, conflicto que fue más dramático en el hom-
bre de formación española, porque en el español –y en
sus vástagos hispanoamericanos– era más intensa y tradi-
cionalista la actitud religiosa. Cuando se estudia este trán-
310 El ensayo en Antioquia/Selección

sito en una figura como Francisco José de Caldas –lo que


haremos más adelante– se evidencia la realidad de esta lu-
cha entre el espíritu científico ilustrado y la conciencia re-
ligiosa tradicional.
La primera respuesta a estas nuevas exigencias dela his-
toria en la Nueva Granada fue la reforma de los estudios
propuesta por el Fiscal de la Real Audiencia de Sante Fe
Francisco Antonio Moreno y Escandón a instancias del
Virrey Guirior6. El plan de Moreno y Escandón era tradi-
cionalista por muchos aspectos. Los autores recomenda-
dos para el estudio del derecho, la teología, la historia ecle-
siástica, la ética y la física eran todos católicos aunque ca-
tólicos franceses, y muchos de ellos galicanos7. Mas lo que
había de nuevo y hasta revolucionario en el plan era el
método de estudio que recomendaba. Y aquí vemos cómo
en la historia del pensamiento colombiano de la segunda
mitad del siglo XVIII, lo mismo que en la historia del pen-
samiento europeo, la transformación comienza con un
cambio en el método más que en el contenido de las ideas.
En efecto Moreno y Escandón aconseja el abandono del
método silógistico y del criterio de autoridad como origen
del conocimiento. No sólo por sus constantes y a veces
exagerados ataques a la “jerigonza escolástica” y las inúti-
les disputas, sino por su insistencia en que para algunas
materias es conveniente estudiar varios autores y dejar que
el alumno escoja, sus recomendaciones conducían a un
tipo de pensamiento muy cercano al que se basaba en el
libre examen de la razón. Conducían por lo menos a la
antesala del pensamiento moderno. El concepto de eclec-
ticismo que se repite con tanta frecuencia en el Plan, las

6 Publicado en el Boletín de Historia y Antigüedades de la Academia


Colombiana de Historia, Vol. XXIII, pp. 644 y ss.
7 Fray José Abel Salazar, op. cit., pp. 434 y ss., sobre todo las notas
marginales 121 a 138.
El ensayo en Antioquia/Selección 311

recomendaciones que hace sobre la crítica bíblica –que


seguían las tendencias de tipo erasmista de la Universidad
de Alcalá– y la reacción que provocaba en su autor la exi-
gencia del juramento de lealtad a la doctrina de Santo To-
más que exigía el Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario, indican que por su actitud, el Fiscal de la Real
Audiencia no era ajeno al movimiento ilustrado de la Es-
paña borbónica8.

El conflicto entre la tradición y el pensamiento moderno


Bajo la influencia de Mutis y de los autores franceses
de la Enciclopedia cuyas obras existían en las bibliotecas
privadas de Santa Fe, la generación de fines del Siglo XVIII
inició la tarea renovadora. En ella correspondió un papel
principal a dos figuras: Caldas y José Félix de Restrepo.
Este último como maestro en el Seminario de Popayán y
en el Colegio de San Bartolomé comenzó la transforma-
ción de la enseñanza en el campo directamente filosófico.
Caldas dio su contribución en el campo de la ciencia natu-
ral. Ambos fueron espíritus piadosos en quienes la tradi-
ción religiosa evitó posiciones radicales. En uno y otro
caso se muestra el esfuerzo por conciliar la ciencia moder-
na con la fe religiosa.
José Félix de Restrepo muestra su admiración exaltada
por la ciencia moderna, por Newton y por todas las pro-
mesas de progreso que la técnica representa para el hom-
bre. Es adversario de Aristóteles, a quien casi considera el
padre de las herejías. Sin embargo, rechaza las tendencias
materialistas de la Ilustración francesa, las que, según sus
palabras, pretendiendo elevar la carne sobre el espíritu, han
resucitado en nuestros días las impías máximas de Lucrecio,

8 Boletín de Historia y Antigüedades de la Academia Colombiana de


Historia, Vol. XXIII, pp. 644 y ss.
312 El ensayo en Antioquia/Selección

Espinoza, Bayle y otros nombres execrables9. Por eso se


guía por la obra de un pensador en quien tradición y espí-
ritu moderno se unen en una síntesis de tipo ecléctico, pero
en quien el entusiasmo por la cultura, por la ilustración,
era muy grande. Nos referimos al filósofo Christian Woff10.
En la obra de este popular maestro alemán del siglo XVIII,
recomendado ya para la enseñanza de las matemáticas en
el plan de Moreno y Escandón, se unían la metafísica de
Leibniz –a su turno impregnada de ideas aristotélicas – y el
método racional de Descartes.
Woff no sólo trató de unir la tradición religiosa con los
anhelos ilustrados del Siglo XVIII, sino que llegó a dar
nueva vida, dentro de un contenido diferente, al
esquematismo formal de la lógica escolástica. A este aspec-
to de la obra de Wolff se refiere Restrepo cuando dice: “Se
atribuye sin razón a los filósofos modernos la falta de silo-
gismo; pero es evidente que esta objeción es un idiotismo,
y los que la hacen no han leído las obras de los modernos
a quienes seguimos. Sobre enseñarse a los estudiantes cuan-
to hay de útil en la lógica peripatética y muy
menudamente, la naturaleza y uso del silogismo, el estu-
dio de la geometría y demás partes de la matemática es un
continuo ejercicio de la racionalización y del silogismo”11
El entusiasmo por la educación, por la ilustración del
hombre como misión que le ha dado la divinidad, el opti-

9 Vida y Escritos del Dr. José Félix de Restrepo, publicados por Guillermo
Hernández de Alba, Bogotá, Imprenta Nacional, 1935, pp. 137-138.
10 Algunas de esas materias –dice uno de sus discípulos refiriéndose a las
matemáticas, la lógica, la metafísica- nos las enseñaba el doctor Restrepo
por la edición latina de la obra del profesor alemán Cristian Wolff. Juan
Francisco Ortiz, Reminiscencias, Biblioteca Popular de Cultura
Colombiana, Bogotá, 1946, p. 82.
11 Oración para el ingreso de los estudios, pronunciada en el Colegio
Seminario de Popayán, octubre de 1791. Vida y Escritos del Dr. José Félix
de Restrepo, ed. cit., p. 146.
El ensayo en Antioquia/Selección 313

mismo, el intento de unir la revelación religiosa con la ra-


zón, ideas centrales del pensamiento de Wolff, y hasta ca-
racteres formales de su obra como el orden, el rigor de las
pruebas, la minuciosidad clasificadora, la claridad, el espí-
ritu de sistema, en una palabra, lo que Windelband deno-
mina su “modo arquitectónico de pensar”, todo esto cons-
tituía también el ideal de la enseñanza que José Félix de
Restrepo quería transmitir a sus discípulos de la Nueva
Granada12.
En Francisco José de Caldas se da con mayor claridad
el conflicto entre la tradicional conciencia religiosa y el
método y fines de la ciencia moderna. En toda su obra se
observa esta lucha entre la lealtad a la fe religiosa y las con-
clusiones de una ciencia basada en la observación y en la
casualidad empírica. Sus estudios de Antropología y de
Geografía humana lo llevan a plantearse la pregunta que
desde su aparición se hacen las modernas ciencias basadas
en la observación y en la causalidad empírica. ¿Su hombre
en términos de factores naturales? ¿O en otras palabras,
puede un fenómeno de la vida espiritual explicarse en fun-
ción de causas naturales? Para un hombre de educación
profundamente religiosa, como Caldas, una respuesta po-
sitiva, aunque fuese parcialmente, tenía que desencadenar
un conflicto de conciencia. En sus obras este conflicto
queda apenas esbozado pues para intentar darle una solu-
ción especulativa, la formación filosófica de Caldas era in-
suficiente. Pero eso mismo hace más agudo el drama y más
ejemplar su caso de lo que fue para su generación el anta-

12 W. Windelband, Historia de la Filosofía Moderna, ed. Nova, Buenos


Aires, 1951, pp. 382 y ss. Windelband destaca tanto la deuda de Wolff
con la Escolástica, que llega a llamarlo “un escolástico moderno” (p.
388). También lo considera como el maestro del pensar alemán ordenado,
sistemático, lógico, sin cuya labor educativa no se habría producido una
generación de hombres de pensamiento que tuvo representantes como
Kant.
314 El ensayo en Antioquia/Selección

gonismo entre la educación tradicional y la ciencia moder-


na. Vamos a limitarnos a transcribir dos textos suyos en
que se presenta el conflicto entre naturaleza y la gracia, es
decir, entre la acción causal de los factores naturales y la
voluntad humana libre o determinada por Dios en el cam-
po de la acción moral.
En su Discurso sobre la educación, ensalzando a ésta como
factor de perfectibilidad del hombre, no puede evitar que
el problema del pecado original choque con sus ideas opti-
mistas bebidas en los pensadores de la Ilustración: En las
tristes meditaciones que devoraban mi ánimo –dice Cal-
das– al contemplar el exceso de pobres que advertía en las
calles y plazas de Santa Fe, y aun de los demás del Reino,
recorría la cadena que liga a los hombres que viven en ne-
cesidad, por si encontraba en sus eslabones la causa que
motivaba aquella tan notable desproporción, y decía: Si la
mucha pobreza de esta ciudad no tiene su origen en aque-
lla virtud que desprecia lo terreno para correr más libre a
la perfección, sin duda proviene la de tantos infelices de la
inacción perezosa, del fastidio al trabajo, de una insensibi-
lidad extravagante por las incomodidades de la vida; en una
palabra, de la ignorancia criminal de aquella ley divina que
condenó al hombre a mantenerse de su trabajo aun a cos-
ta del sudor de su rostro. Es verdad –continuaba– que en
el hombre, por su desobediencia al primero y único pre-
cepto que le impuso su Creador, quedaron desordenadas
sus pasiones y su ciencia convertida en una grandísima ig-
norancia; ¿pero acaso no lo es también que la bondad del
mismo Ser Supremo proveyó a la necesidad que tenía el
hombre, en semejante estado, de un auxilio extraño que le
ayudase a dirigir y recibir sus ideas, ilustrar su razón oscu-
recida, y buscar por medio de ella alguna parte de la felici-
dad que había perdido? ¿Para esto no lo creó con una ten-
dencia decidida a vivir en sociedad con sus semejantes, para
que de esta mutua reunión resultase la comunicación de
El ensayo en Antioquia/Selección 315

luces, de consejos, de enseñanza; en una palabra, lo que


llamamos educación?13.
En el ensayo El Influjo del Clima sobre los Seres Organiza-
dos se hace todavía más claro y extremo el conflicto entre
la mentalidad ilustrada y el espíritu de su educación reli-
giosa, entre ciencia moderna y tradición escolástica. Exa-
minando la conexión que puede existir entre la vida mo-
ral y factores naturales como el clima, cree poder resol-
ver el problema a la luz de la ciencia positiva y guiado
por sus métodos. Deponiendo todo espíritu de partido –
afirma en los primeros párrafos de su escrito– y toda au-
toridad, examinaremos con la sonda en la mano y siem-
pre guiados por la antorcha de la observación, cuál es el
poder del clima, y hasta donde llega su imperio sobre los
seres organizados. La autoridad, la simple autoridad, des-
nuda de apoyos, no tiene ninguna fuerza en esta materia.
Y agrega esta frase que podría haber pronunciado el más
soberbio y radical de los filósofos de la Ilustración: Mis
rodillas no se doblan delante de ningún filósofo. Que
hable Newton o el Caribe; que Saint Pierre halle armo-
nías en todas las producciones de la naturaleza; que Buffon
saque la tierra de la masa del sol; que Montesquieu no vea
sino el clima de las virtudes, en las leyes, en la religión y
en el gobierno; poco importa si la razón y la experien-
cia – conceptos subrayados por el mismo Caldas– no lo
confirman. Éstas son mi luz, éstas mi apoyo en materias
naturales, como el código sagrado lo es de mi fe y de mis
esperanzas14.
Pero tras esta declaración de fe en la razón y en los
resultados de la experiencia, los principios de la ciencia

13 Francisco José de Caldas, Semanario del Nuevo Reino de Granada,


Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1942, vol. 11, pp. 71-
72.
14 Caldas, op. cit., p. 137.
316 El ensayo en Antioquia/Selección

chocan con las convicciones religiosas. La moralidad hu-


mana no puede explicarse en términos de causas natura-
les o sociales, sino que, también la voluntad divina pare-
ce guiarla. La libertad es el más grande privilegio del hom-
bre y la base de su existencia moral. Pero la libertad es un
don, una gracia. La problemática de la oposición entre la
libertad y la gracia que caracterizó el siglo XVII, que se
prolonga en el pensamiento de la Ilustración, aparece tam-
bién en Caldas. ¿En qué lugar de mi discurso –dice– he
dicho que el clima tiene tanto influjo sobre el hombre
que le quite la libertad de sus acciones? El clima influye,
es verdad, pero aumentando o disminuyendo solamente
los estímulos de la máquina, quedando siempre nuestra
voluntad libre de abrazar el bien o el mal. La virtud o el
vicio serán el resultado de nuestra elección en todas las
latitudes y en todas las temperaturas. Demasiado sé que
los principios de la justicia son eternos, que ninguna con-
vención, ningún ejemplo, ningún influjo pueden alterar.
Sé también que para justificarnos no bastan la educación
y los ejemplos; es necesaria la Gracia. Pero un profano
no puede entrar en el Santuario, y esta materia, digna de
Bossuet y de Pascal, es demasiado sublime y está fuera de
mi alcance15.
Observemos de paso que el propio Caldas subraya la
palabra gracia y que los nombres que cita, Bossuet y
Pascal, indican que no ignoraba la controversia religiosa
que se libró en el seno del pensamiento del Siglo XVII a
propósito de la relación entre la libertad humana y la gra-
cia divina.

15 Ibid., p. 140.
El ensayo en Antioquia/Selección 317

LA EPOCA REPUBLICANA
Bentham y la reacción antibenthamista
La generación que siguió a la Independencia se alimen-
tó de dos fuentes filosóficas: el utilitarismo de Bentham
en la ética y la teoría de la jurisprudencia y el sensualismo
de Destutt de Tracy en la teoría de las ideas, es decir, en
la teoría del conocimiento. Ezequiel Rojas fue la figura
de mayor relieve en este período de nuestra historia de
las ideas. Como casi todos los colombianos que a comien-
zos del Siglo XIX habían leído las primeras obras de Au-
gusto Compte (p.e. José Eusebio Caro en su primera ju-
ventud) estigmatizó como “teológico” y “metafísico” todo
lo que no fuera explicar las formas y funciones del pen-
samiento como resultado de una combinación de sensa-
ciones. Repetía incansablemente la afirmación de Destutt
de que la primera función del hombre era sentir, y recha-
zaba toda ética y todo derecho basados en un principio
diferente al de la mayor felicidad para el mayor número,
como rezaba la regla benthamista. En los años compren-
didos entre la primera presidencia del General Santander
y 1870, aproximadamente, el benthamismo y la filosofía
sensualista de Tracy se mezclaron en forma abigarrada
con las más diversas doctrinas: el eclecticismo de Victor
Cousin (p.e. en Manuel Ancízar), ideas románticas como
la de armonía de la naturaleza y otras como la de la evo-
lución, progreso indefinido, etc. El auge del pensamiento
liberal en política y economía creaba un ambiente propi-
cio para el desarrollo de estas tendencias que en general
venían a suministrar una base filosófica a las ideas de li-
bertad, equilibrio espontáneo de la sociedad e inutilidad
del Estado, idea esta última que en forma abierta o su-
brepticia proclamaban las corrientes románticas del me-
dio siglo. Contribuyó a popularizar el utilitarismo y el
318 El ensayo en Antioquia/Selección

sensualismo de Tracy la circunstancia de ofrecer estas


tendencias del pensamiento una doctrina simple y sim-
plista, con apariencias de verdad científica, a una genera-
ción que había abandonado la formación clásica y que
buscaba afanosamente la ciencia natural como solución
pragmática a los problemas de la nación16.
La unilateralidad de las doctrinas benthamistas y
sensualistas y su vinculación a las tendencias políticas ra-
dicales de la época, engendraron pronto un movimiento
de ideas contrario. Esta reacción tuvo dos direcciones y se
encarnó en dos figuras intelectuales descollantes: Miguel
Antonio Caro y Rafael María Carrasquilla. El primero se
apoyó sobre todo en el pensamiento del filósofo español
Jaime Balmes –secundariamente en otras tendencias de
ideas con implicación filosófica como el Tradicionalismo
francés– y el segundo en la neoescolástica de la escuela de
Lovaina. Caro combatió el utilitarismo con argumentos
lógicos y con argumento históricos. En su opúsculo de-
nominado. Estudio sobre el utilitarismo, publicado en
1866, apoya su crítica en un argumento de carácter lógico:
la felicidad del mayor número, que el benthamismo colo-
ca como finalidad de la conducta moral y del derecho, es
un sentimiento, un elemento relativo que como tal no
puede elevarse a la categoría de norma universal, es decir,
valedera para todos los individuos y en todos los tiempos
y lugares. No puede por ende sustituir el concepto de bien
que es indispensable para la misma clasificación de los pla-
ceres, pues estos pueden ser buenos o malos. Por otra par-
te, decía Caro pasando a presentar un argumento históri-
co, el espíritu utilitario es incompatible con los “altos y

16 V. nuestro estudio Positivismo, Romanticismo y Utopismo en el


Pensamiento Político Colombiano del Siglo XIX. La obra de José Eusebio
Caro, en Revista Bolívar, nos. 55-58, pp. 117-144.
El ensayo en Antioquia/Selección 319

magnánimos sentimientos” que caracterizan a los pueblos


de origen latino17
Para sus críticas al sensualismo de Destutt, Caro se ins-
piró en los filósofos de la escuela escocesa. Contra la teo-
ría de la sensación como fuente de las ideas, repitió las
objeciones que dicha escuela había opuesto a las doctri-
nas de Locke. Las funciones básicas del pensamiento como
el juicio, la abstracción, la imaginación, no pueden expli-
carse como sumas de sensación. El juicio particularmente
es un elemento completamente diferente de la sensación.
Los conceptos de verdad y falsedad que se aplican al jui-
cio, dice Caro, carecen de sentido como predicados de las
sensaciones. Las formas globalizadoras del entendimiento
son innatas. Tienen el origen divino que la filosofía cristia-
na les atribuyó siempre 18
Rafael María Carrasquilla fue el mentor del movimien-
to neoescolástico que se desarrolló hacia fines del siglo
XIX en la facultad de Filosofía del Colegio de Nuestra Se-
ñora del Rosario. Siguiendo los pasos de la escuela de
Lovaina intentó remozar la enseñanza del tomismo po-
niéndola a tono con la ciencia moderna de la naturaleza y
asumiendo una actitud de gran liberalidad al exponer otras
tendencias de la filosofía. Contra el positivismo dominan-
te insistió Carrasquilla en los estudios de metafísica y con-
tra el sensualismo revivió los estudios de lógica formal es-
colástica. Se esforzó además por mantener el vínculo en-
tre la filosofía de Santo Tomás y la tradición de la filosofía

17 Miguel Antonio caro, Estudio sobre el Utilitarismo, Imprenta de Foción


Mantilla, Bogotá, 1868. Sobre el pensamiento filosófico de Miguel Antonio
Caro véase nuestro ensayo Obra y Formación Filosófica de Miguel Antonio
Caro, en la Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional de Colombia, Studium, n. 1, pp. 7.26.
18 V. Miguel Antonio Caro, Informe sobre la adopción del texto Ideología
de Tracy por la Universidad Nacional, publicado en Anales de la
Universidad, Tomo IV, Bogotá, 1870.
320 El ensayo en Antioquia/Selección

cristiana occidental como un conjunto. En un discurso


pronunciado en el Colegio del Rosario sintetizó en esta
forma sus orientaciones: Creo en aquellas ciencias que
profesó Platón, que perfeccionó el grande Aristóteles, que
elevaron los Padres de la Iglesia, y que llegó al ápice de su
gloriosa carrera en las obras de Santo Tomás y que hoy el
sabio pontífice que nos gobierna ha propuesto al mundo
como segurísimo modelo. Quiero la filosofía escolástica
según la mente del ángel de las escuelas, pero estudiada sin
el exclusivismo que antes censuré, con la misma prudente
libertad con que la practicó el doctor angélico, con la que
profesó el ilustre Suárez, a mi juicio el más grande de los
filósofos españoles 19.
En las aulas del Colegio del Rosario y bajo la rectoría
espiritual de Carrasquilla se formó un pequeño grupo de
estudiosos de la filosofía tomista que alcanzó a producir
algunos trabajos de valor como La filosofía Positivista de
Samuel Ramírez Aristizábal, Santo Tomás ante la Cien-
cia Moderna de Francisco M. Rengifo y las Lecciones de
Antopología de Julián Restrepo Hernández 20.

El positivismo speceriano y la crítica de la ciencia


A partir del 1870 fue la obra de Spencer la que atrajo el
entusiasmo de quienes, sintiendo alguna preocupación por
los problemas de la filosofía, mantenían sin embargo su
prevención contra el pensamiento escolástico que veían

19 Discurso de clausura de estudios del Colegio Mayor de Nuestra Señora


del Rosario, en Rafael María Carrasquilla, Estudios y Discursos, Biblioteca
de Autores Colombianos, Bogotá, 1952, pp. 28.29.
20 A manera de información bibliográfica damos los datos referentes a
publicaciones de estos autores: Samuel Ramírez Aristizábal, La Filosofía
Positivista, Bogotá, 1896; Francisco M. Rengifo, Santo Tomás ante la
Ciencia Moderna, Imprenta de San Bernardo, Bogotá, 1918; Julián
Restrepo Hernández, Lecciones de Antropología, Casa Editorial de
Arboleda Valencia, Bogotá, 1917.
El ensayo en Antioquia/Selección 321

revivir con el movimiento neotomista. La obra del filóso-


fo inglés respondía muy bien a las necesidades y caracte-
rísticas del ambiente espiritual reinante en Colombia al fi-
nalizar el Siglo XIX. Los espíritus cultivados se habían dado
cuenta de la simplicidad y pobreza de la filosofía
benthamista y de las doctrinas de Tracy. Además, estas
dos tendencias de ideas habían estado ligadas a las luchas
de los partidos políticos, porque de su enseñanza se ha-
bían hecho bandera y contrabandera ideológica. El país,
por otra parte, estaba fatigado de posiciones radicales y
buscaba estados de compromiso no sólo en el orden polí-
tico y social, sino también en el plano de las controversias
intelectuales. La filosofía spenceriana ofrecía precisamen-
te esta posibilidad. Su idea de lo incognoscible dejaba el
campo abierto para que prosperase el espíritu religioso y
su empirismo en el terreno de lo fenomenal satisfacía a
quienes pedían una ciencia experimental. Sus ideas socia-
les y políticas, su entusiasmo por el industrialismo, su apo-
logía del individuo frente a la colectividad y sus ideales fa-
vorables a la propiedad privada, satisfacían ampliamente a
quienes habían admirado el positivismo de Augusto Comte,
por su exaltación de la ciencia, pero desconfiaban de algu-
nas posturas suyas frente a la religión y a la sociedad. A
quienes tenían preocupaciones filosóficas Spencer ofrecía
una doctrina que conciliaba la ciencia con la religión. Como
lo afirmaba entonces Carlos Arturo Torres, “su concep-
ción de la relatividad, su afirmación de lo incognoscible, la
amplitud de su criterio político y su concepto de que la
ciencia y la religión no son inconciliables, serenaban los
espíritus fatigados de la esterilidad de la lucha sin tregua y
sin piedad entre dos extremos igualmente dogmáticos” 21.
Torres se refiere a la lucha que sostuvieron durante cerca

21 Carlos Arturo Torres, Idola Fori, Biblioteca Popular de Cultura


Colombiana, Bogotá, 1944, p. 155.
322 El ensayo en Antioquia/Selección

de un siglo el utilitarismo benthamista y la filosofía que


Caro llamó católica y Carrasquilla perenne.
Los Primeros Principios –dice el mismo Carlos Arturo
Torres en Idola Fori– fueron tomados literalmente como
el evangelio de las ideas modernas. Nicolás Pinzón, Herrera
Olarte, J. D. Herrera Iregui, fueron los apóstoles conven-
cidos y militantes de la filosofía spenceriana. Así como en
México extractos de los Principios de Etica de Spencer y
de la Lógica de Stuart Mill, sirven de textos universitarios,
en nuestro Externado de Bogotá, sintetizaciones de la Moral
y de los Primeros Principios, hechas, y bien hechas, por
Tomás Eastman e Ignacio V. Espinosa, servían de textos
de Ética y Psicología 22.
La crítica a los diversos matices del positivismo que hi-
cieron Miguel Antonio Caro y los neotomistas del Cole-
gio del Rosario se apoyó en elementos del pensamiento
filosófico tradicional. Mas al finalizar el siglo surge un nue-
vo frente de crítica al espíritu positivista que no procede
de los campos del pensamiento clásico, sino que se alimen-
ta del espíritu romántico. Caro y Carrasquilla son
antipositivistas, pero admiten la función histórica de la cien-
cia moderna y la admiran, aunque ambos, fieles a su for-
mación religiosa, le señalan límites. Los representantes de
la tendencia que acabamos de mencionar, en cambio son,
generalmente poetas y han pasado por la experiencia po-
sitivista. Tal es el caso de José María Samper y de Rafael
Núñez 23.

22 Torres, op. cit., pp. 155-156.


23 De José María Samper, Filosofía en Cartera, Imprenta de la Luz, Bogotá,
1887. Los escritos filosóficos de Rafael Núñez se encuentran en los
diferentes volúmenes de La Reforma Política, publicados por la Biblioteca
Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1945 y ss. La mayor parte de
los que presentan interés filosófico se hallan compilados en los volúmenes
IV y VII.
El ensayo en Antioquia/Selección 323

El primero, al final de sus días, es un desilusionado ab-


soluto del valor de la ciencia como camino de conocimien-
to. El segundo admite la ciencia y cree en ella, pero la con-
sidera impotente para dar respuesta a los interrogantes fi-
losóficos más radicales. ¿Qué es la ciencia?, se pregunta
Núñez. Y responde que está hecha de un cúmulo de incer-
tidumbres:
Escala vacilante en que pasamos de un error a otro error 24.
Samper, por su parte, en su libro Filosofía de Cartera,
publicado hacia finales de su vida, enjuicia así los resulta-
dos de las ciencias modernas, al hacerse la pregunta, ro-
mántica y roussoniana por excelencia, de si ellas han con-
tribuido a resolver los problemas más intrincados que se
presentan al espíritu humano: “…¿Han determinado la
naturaleza de las relaciones del hombre con la fuente su-
prema de donde emana? ¿Han inventado algo que reem-
place el poder de las religiones positivas que rechazan o de
las cuales prescinden? ¿Han podido crear o suprimir los
cuerpos, la materia, la inteligencia o los objetos que les
sirven de asunto para sus investigaciones? ¿Han hallado
en la naturaleza algún principio (salvo el principio vital,
siempre inexplicable) que les sirva en lugar del espíritu, del
cual parecen renegar en obsequio de la razón también
irreductible?… ¡Nada de eso! Todo está por resolver y nin-
guna solución, en ningún ramo científico, es hasta el mo-
mento satisfactoria” Luego agrega, a manera de confesión:
Así de todo lo que me alucinaba cuarenta años ha, poco,
poquísimo, queda intacto en mi corazón. Todo está en
escombros o cuarteado. Y lo que hace cuarenta años falta-
ba, es lo único que ahora tengo; la única luz con que ilumi-
no tantas ruinas: ¡la Fe Religiosa! 25

24 V. Escepticismo, en La Reforma Política, ed. cit., vol. IV, p. 123.


25 Ibídem, p. 310.
324 El ensayo en Antioquia/Selección

El Siglo XX
He aquí las grandes líneas de las orientaciones que ha
seguido el pensamiento filosófico en Colombia desde la épo-
ca colonial hasta fines del Siglo XIX. En las primeras déca-
das del Siglo XX se continúan las tendencias del Siglo XIX.
El Colegio de Nuestra Señora del Rosario sigue siendo el
centro de irradiación del neotomismo. El positivismo de tipo
spenceriano es todavía la más atractiva corriente de ideas
para quienes aspiran a dar una solución científica a los pro-
blemas de la sociedad o para quienes consideran que las pre-
guntas referentes al origen del mundo o la constitución de la
materia son las propias de la filosofía. Es decir, para quienes
en alguna forma identifican filosofía y ciencia.
Será necesario esperar hasta la década comprendida
entre 1930 y 1940, para que, gracias sobre todo al estímu-
lo de Ortega y Gasset, las nuevas generaciones comiencen
a orientarse hacia tipos más depurados de pensamiento fi-
losófico y a captar con mayor precisión los problemas
auténticos de la filosofía. Particularmente hay que otorgar
parte muy considerable de la paternidad de este nuevo
impulso a las obras de Edmundo Husserl, con quien la
filosofía del Siglo XX volvió a ser lo que en esencia había
sido en sus mejores momentos: pensamiento del pensa-
miento o reflexión sobre el pensar. Del desarrollo de los
gérmenes aparecidos a raíz de este contacto es del que po-
demos esperar resultados fecundos en el futuro. A la di-
rección señalada por Husserl se agregará sin duda un ma-
yor sentido histórico. Pensando sobre los problemas de
siempre de la filosofía, los nuevos amigos de la sabiduría
volverán a tomar el hilo del pasado. Y así, por caminos
diferentes, se encontrarán con quienes entre nosotros
mantuvieron vivo el interés por los problemas del pensa-
miento en las dos centurias anteriores.
Febrero de 1960
ANTONIO PANESSO ROBLEDO

Pornografía:
un lío insoluble
¿Quién me dirá si un huevo es de
torcaza o de víbora?
(Guillermo Valencia, Anarkos).

La palabra pornografía nació tiznada. Es virtualmente impo-


sible tratar el tema, sobre todo con respecto a la literatura
o al arte, sin provocar reacciones emocionales, semejantes
a las que se suscitan con los temas religiosos y políticos.
Por la misma razón, es temerario pretender colocarla al
lado de las demás palabras de su misma formación, como
geografía y estenografía, paleografía y ortografía, que de-
signan disciplinas intelectuales perfectamente frías. Un
sociólogo norteamericano propuso limpiar la palabra de
toda connotación de insulto o de valoración moral, con el
objeto de poder hablar de pornografía con el mismo des-
apego y objetividad que podemos asumir cuando habla-
mos de cualquiera otra disciplina.
Pero el esfuerzo intelectual que eso implica parece su-
perior a los hábitos y costumbres de la cultura judeo-
cristiana, aun en sus estratos superiores. El resultado ha
sido que quienes aceptamos esa idea y usamos la palabra
pornografía con el simple sentido de “descripción de cos-
tumbres relativas al sexo”, sin calificar para nada moral o
estéticamente, la obra en referencia, no hemos podido
hacerlo en la práctica, sin suscitar malentendidos de al-
mas sensibles.
326 El ensayo en Antioquia/Selección

El origen de la palabra es el término griego que de-


signaba a la prostituta. Y ya esa misma etimología es in-
adecuada, por cuanto muchísimas obras pornográficas se
refieren simplemente a la vida sexual, que no implica nece-
sariamente la prostitución. Así lo entienden de manera
natural y obvia los orientales, que no tienen los viejos com-
plejos de nuestra cultura. Y por la misma razón el arte
oriental no ligado al judaismo ni al cristianismo, como en
India, Japón, China; la descripción pura, directa y clara de
la vida sexual es un tema común y corriente, que no se
separa de la lírica amorosa sino que forma parte de la poe-
sía erótica. A los griegos les pasaba lo mismo, dentro de su
concepción estética, casi completamente falseada después
por la interpretación cristiana.
Pornografía ha llegado a ser, inevitablemente, sinónimo
de suciedad. Y es frecuente que en los periódicos y órganos
comunes de información y comentario se empleen indis-
tintamente las palabras sucio, pornográfico, sexual, impuro. La
cultura judía llama impuro al cerdo, una denominación
que no tiene relación ninguna con el animal, ni científica,
ni histórica, sino solo ritual, o sea irracional. Y es impura
una persona por los actos más inocentes, a veces
involuntarios y que por lo tanto no pueden reprocharse
desde el punto de vista moral.
Una manera de definir términos sería adoptar otra pa-
labra más neutra pero que no fuera equívoca, por ejemplo
sexografía, con la aclaración inequívoca de que designa un
concepto meramente intelectual, aplicable al arte y a la li-
teratura, como se puede decir cine infantil, literatura ro-
mántica, pintura paisajista, sin más complicaciones. De esa
manera se podrá afirmar, sin provocar una guerra litera-
ria, que a la sexografía pertenecen, en todo o en parte, es-
critores, artistas, aun científicos y sociólogos, como el
Marqués de Sade y Alfred Kinsey, Picasso y Laurence
Durrell, Georges Bataille y Dalí, el Kamasutra y El Últi-
Antonio Panesso Robledo
Fotogrfía Lope Medina. Revista Semana
328 El ensayo en Antioquia/Selección

mo Tango, Boccaccio y Giovanni Pisano, Boucher y


Henry Miller. Y si me apuran un poco, Safo y
Sheherazada1.
La naturaleza misma del lenguaje, tautológico en gran
medida, es la causa profunda de la imposibilidad de defini-
ciones “neutrales”. Cuando se pregunta “¿qué es porno-
grafía?”, se contesta, como en la jurisprudencia inglesa: “es
la presentación de material sexual de tal manera que la res-
puesta a ello es de carácter negativo”. Si se pregunta: “cómo
se sabe que esa respuesta tiene valor negativo”, contestan:
“porque causa daño síquico”. Y si se pregunta: “cómo se
demuestra que causa daño síquico”, la respuesta es: “por-
que es pornografía”. Se ha dado la vuelta completa. Se puede
seguir indefinidamente la interrogación, como ha sucedi-
do en los juicios ingleses sobre libros pornográficos, en
otra época, y preguntar: “cómo se sabe que es pornogra-
fía”, la única respuesta posible es: “porque tiene valor ne-
gativo”.
No son mejores las discusiones, ya infinitas, que se han
empeñado oralmente y por escrito en publicaciones, jui-
cios, polémicas de prensa, defensas de empresas editoria-
les y ataques de organizaciones morales, religiosas y de
beneficencia alrededor de este tema, que tienen la virtud
de sacar de quicio a la gente más reposada.
La atribución de “valor positivo” o “valor negativo” a
diversas obras, literarias o plásticas, incluyendo el cine en
nuestra época, obedece a otro problema, creado por los
intelectuales que se empeñan en la definición de lo que es
arte y lo que no es arte. Para el efecto suponen que la res-
puesta a las obras de arte es positiva, esto es, que no puede
ser sexual, y que en cambio la pornografía produce una
respuesta negativa, que sí es sexual. Es patente el sofisma,

1 Morse Peckham, Art and pornography, An Experiment in Explanation, Icon


Editions, Harper & Row, New York. 1971.
El ensayo en Antioquia/Selección 329

más o menos inconsciente. Lord Clark, el autor de la exce-


lente serie Civilización creada en la televisión inglesa, tuvo
el valor de afirmar que no es buen desnudo el que no pro-
voca alguna especie de excitación sexual. Se proponía con
ello evidentemente destruir otro mito, común a nuestra
cultura, la división entre estímulo y respuesta cuando se
trata de la vida íntima. En la civilización cristiana occiden-
tal es obligatorio condenar en público el estímulo y acep-
tar en privado la respuesta. Esta curiosa dicotomía, desco-
nocida para el hombre normal y para culturas diferentes,
es la raíz de innumerables situaciones absurdas, que salen
a flote precisamente cuando la sociedad se ve obligada a
analizarse a sí misma, como en este caso, arte y pornogra-
fía, que existen una con otra a veces en la misma obra,
pero que el intelectual, el jurista, el moralista, aun a veces
el artista mismo, se sienten obligados a separar. Un hom-
bre normal, o una mujer para el caso, de cierta formación
mental, sabe que la respuesta sexual es sana y necesaria.
Empero, al mismo tiempo condena su estímulo, que con-
sidera inmoral, antiestético o antisocial. De esa
esquizofrenia intelectual nacen las posiciones completa-
mente contradictorias, frecuentemente ridículas, de perso-
nas inteligentes que aceptan de manera natural y obvia la
vida sexual en la vida íntima, con altas calificaciones, y la
condenan en la vida artística. O recurren al fácil argumen-
to de que “no es arte”. O de que si es arte “no produce
excitación”, contra toda evidencia. Una vez más, se conde-
na hipócritamente el estímulo de algo que se acepta como
respuesta.
Ciertas modas femeninas, claramente excitantes, no se
condenan, aunque están a la vista de todo el mundo, en la
vida social y en las calles. O más exactamente, se conde-
nan de otro modo, sin esa violenta indignación que se
emplea para los libros o el cine. La razón es que no se
considera arte a la moda, Algunos moralistas llegan a justi-
330 El ensayo en Antioquia/Selección

ficar su condenación del cine llamado pornográfico o


sexográfíco, no por el contenido mismo sino por la natu-
raleza del cine, que analizan con interminables considera-
ciones técnicas, que no son triviales ejercicios de sociolo-
gía para la clase media intelectual.
La discusión de las palabras emocionales es imposible,
porque esos términos no son definitorios. Contienen un
mandato anterior. una actitud previa de quien las usa. Por-
nografía es un caso claro, en casi todos los idiomas de nues-
tra cultura. Se puede ver más claramente aún la cuestión si
se la compara con otros vocablos, extraídos de la política,
otra zona altamente inflamable. Cuando una persona, ha-
bla de un liberal o de un comunista como de un rojo, la
palabra ha perdido toda concebible relación con su ori-
gen: es en realidad un insulto o una defensa, no una defini-
ción. Quien usa la palabra pornografía, aun en los códigos
penales o en estudios sociológicos aparentemente imper-
sonales, está haciendo idéntico juicio, aunque inconscien-
te, sobre lo mismo que pretende definir: lo condena de
antemano.
Es concebible, por lo tanto, que esa palabra no exista,
porque no existe su equivalente emocional, en culturas que
admiten la descripción y exhibición de la vida sexual con
la misma naturalidad que atribuyen a otros actos huma-
nos, como comer, jugar, dormir. Es seguro aunque no muy
bien estudiado, que para las culturas orientales la vida sexual
íntima tiene un significado completamente distinto, a ve-
ces ritual y religioso, como lo tiene, también sin duda, en
culturas antiguas indígenas que se han mantenido todavía
al margen de la corriente cristiana occidental.
Es este uno de los muchos casos, intuidos ya por los
sofistas griegos, en que la palabra es engañosa y por lo
mismo crea discusiones que no tienen nada que ver con
ideas. Son completamente verbales. Lo que solemos lla-
mar bizantinas, aludiendo a una cultura eminentemente for-
El ensayo en Antioquia/Selección 331

malista, esto es, más apegada a las palabras mismas que a


su significado real. Si propongo la palabra sexografía y por
hipótesis se generalizara en el idioma, es posible que en el
transcurso de algún tiempo, no muy largo, se contamina-
ra ella misma de la carga emocional que ya tiene pornografía
y por lo tanto fuera necesario reemplazarla, a su vez, por
otra más objetiva, que a su turno se inficionaría más o
menos rápidamente. Ese proceso lingüístico, muy conoci-
do en semántica histórica, se registra en todos los idiomas
con las palabras tabúes, que la comunidad prohíbe por
alguna razón, las reemplaza por otras que sugieren a las
prohibidas, y a su vez se convierten en tabúes, reemplaza-
das por otras, indefinidamente. Las palabras de “cuatro
letras”, como las llaman los ingleses, y que tenemos tam-
bién en nuestro idioma, muy castizas y expresivas, se des-
tierran a veces de los mismos diccionarios, hechos por aca-
démicos muy sometidos a los rituales de la sociedad, preci-
samente porque suelen pertenecer a sus clases más tradi-
cionalistas. La última edición del diccionario Appleton in-
glés-español no trae la palabra inglesa cunt, que sin embar-
go figura ya en los manuales lexicográficos comunes y
corrientes para las personas de habla inglesa. Los redacto-
res de la parte española simplemente siguen su propia tra-
dición. no ensuciar el diccionario con “palabras feas”, una
actitud provinciana y algo ridícula, pero explicable en tér-
minos de la cultura tradicional de nuestras gentes de habla
española.
Lo que se plantea, pues, tiene doble filo: a) si es posible
referirse a la conducta sexual y sus representaciones de
una manera neutra, o sea sin interés creado por parte de
quien habla o escribe; b) si es posible percibir esa conduc-
ta sexual sin interés por parte del espectador o lector.
Desde que escribió Kant parece imposible resolver
positivamente esas dos cuestiones. Si los significados fue-
ran inmanentes, no habría variaciones en nuestra inter-
332 El ensayo en Antioquia/Selección

pretación del mundo. Por lo mismo, cualquier definición


de pornografía (o de cualquier fenómeno cultural) depende
de los intereses de quien define. Es el problema de fondo
que plantea el tema.
En el esfuerzo intelectual por definir la pornografía, el
antintelectual lleva ganada la partida. La razón es simple:
quien no tiene el problema intelectual sabe qué es porno-
grafía y, por lo tanto, no se preocupa por la definición, así
como el buen cristiano no necesita definición alguna de
los misterios religiosos. En varios procesos sobre porno-
grafía se ha presentado ese caso, entre los jurados. Mien-
tras más ignorantes, tanto más seguros están de lo que juz-
gan. En cierta forma tienen razón, si la pornografía se defi-
ne de manera emocional y no intelectual. En un juicio cé-
lebre sobre “libros malos” en los Estados Unidos, que im-
plicaba obras de muy distinta índole, desde Lady Chatterley
hasta Candy, un honrado ciudadano de una población de
Ohio, que formaba parte del tribunal popular, declaró
rotundamente: “Cualquier cosa que a mi me excita es por-
nografía, y se acabó el cuento”.
Como al señor de Ohio lo excitaba de la misma mane-
ra la lectura de las aventuras de Candy y de la señora
Chatterley, para él era igualmente condenable la obra de
Lawrence y de un escritor de cuarta categoría. Y de la mis-
ma manera había que evitar poner a la vista de los niños
cualquier desnudo, ya fuese de Playboy o de Miguel Án-
gel. Y se acabó el cuento.
Esa es la razón de que las disputas sobre pornografía
generalmente acaben por ser un enfrentamiento contra los
intelectuales, mucho más que contra los moralistas. La Igle-
sia, de cualquier denominación, generalmente aparece con
menos frecuencia e importancia que los “profesores” o el
“establecimiento intelectual”, como se le llama a menudo
en la prensa popular democrática de los países
anglosajones. El intelectual es el enemigo natural de las bue-
El ensayo en Antioquia/Selección 333

nas costumbres, de las ideas establecidas, de la tradición,


de la autoridad. Por lo mismo, es sospechoso de ser tam-
bién defensor de la pornografía. Y como tal aparece inva-
riablemente en los juicios sobre “libros peligrosos”, exac-
tamente como en sociedades cerradas políticas el mismo
intelectual resulta ser el mayor peligro para las ideas sanas,
literarias o políticas.
La cuestión se complica cuando los intelectuales mis-
mos recurren al argumento emocional. Un caso ha sido
alegar que la censura, como recorte de la libertad intelec-
tual, crea un ambiente imposible para la creación artística.
En otras palabras, que la censura o el recorte de la libertad
hace imposible la obra de arte. Es un argumento atractivo,
a simple vista, y que sirve excelentemente de martillo con-
tra los antintelectuales. Pero es patentemente falso. Mu-
chas grandes obras de arte han surgido en épocas de mu-
cha restricción de las libertades. La Divina Comedia floreció
en el apogeo mismo del dogmatismo religioso, y las gran-
des novelas rusas han sido escritas bajo regímenes tiránicos.
Se pueden citar casos innumerables. Pero es claro que no
se puede alegar, en reversa, la ventaja de la censura como
estímulo del arte. Aunque podría hacerse, forzando un
poco las situaciones. Diciendo, por ejemplo, que una nor-
ma estricta favorece la calidad del arte y que la desapari-
ción de la norma estimula una anarquía muy cercana al
charlatanismo, como sucede en nuestro tiempo con la “pin-
tura abstracta” y el “verso libre”. La estructura rígida del
soneto exige mucho más artesanía literaria que un poema
nadaísta, así como la música, el arte más exigente, es tam-
bién el más difícil de falsear. No es buena idea jugar tenis
sin red.
Cuando se mezclan los argumentos y las actitudes se
crea un caos, un aire viscoso imposible de penetrar. Y es
lo que pasa justamente con las discusiones, interminables
ya, sobre la pornografía, que ha logrado despistar intelec-
334 El ensayo en Antioquia/Selección

tualmente a los mismos intelectuales, fenómeno que no


sucede sino cuando la inteligencia se pone al servicio del
prejuicio. Se registra claramente en el intelectual vendido a
un régimen político, o que simplemente simpatiza con el
autoritarismo. O en el hombre de ciencia que consciente
o inconscientemente quiere demostrar una cuestión reli-
giosa. Y nada falsea tanto al espíritu humano como esa
oscura y violenta fuerza que combina el amor con el sexo.
Si se considera a la sexografía como uno de los elemen-
tos que pueden formar parte de una novela, de una pelícu-
la, de una obra de arte en general, o aunque no sea artísti-
ca, se aclara considerablemente la tarea del crítico y aun
del moralista o de quien se preocupe realmente por los
valores sociales. De esa manera, una novela o una película
pesadamente cargada, innecesariamente, de elemento
sexográfico, se considera como un error artístico o de
método de expresión, así como constituye una falla el ex-
ceso de color, o el exceso de batallas, o el exceso de imáge-
nes cercanas, llamadas close-up, fatigosas para el espectador,
o el exceso de lenguaje barroco, o el exceso de metáforas.
Introducir un elemento político en una novela o en
una película, innecesariamente, por hacer propaganda o
atraer el escándalo social, es una falla artística. De la mis-
ma manera se puede considerar un exceso sexográfico.
Pero así como no se aplica censura política a una obra,
visual o literaria, por contener elementos políticos, aun-
que sean excesivos, de la misma manera es abusivo, peli-
groso y contraproducente entregar a un grupo de perso-
nas, cualesquiera que sean, el poder del Estado para juzgar
si hay o no exceso sexográfico en una película y además
tener el poder de veto sobre ella.
Quien haya hecho el esfuerzo intelectual de seguir es-
tas notas puede ver claramente, si se ha logrado vencer el
punto de vista emocional instintivo, que la natural reac-
ción contra los excesos no debe conducir a otro exceso: el
El ensayo en Antioquia/Selección 335

uso del poder del Estado en un caso, cuando se condena


en los demás. Si aceptamos que el peligro, si lo hay, de la
vida sexual no es mayor que el peligro del alcohol o del
tabaco, hay que aceptar también que las defensas sociales
deben ser de la misma clase, no excepcionales para la
sexografía, como si esa zona de la vida humana fuera abso-
lutamente distinta de las otras. El Estado recurre a ciertos
métodos, como los altos impuestos, para disminuir cos-
tumbres que considera viciosas, como el uso del alcohol o
del tabaco, pero no los prohíbe. La experiencia enseñó,
en la época de la Prohibición en los Estados Unidos, que
la mejor manera de hacer propaganda a la bebida espiri-
tuosa es relegarla a la clandestinidad. Si se considera vicio-
so el exceso de elemento sexográfico en una película, se
puede aplicar el mismo sistema, un alto impuesto, que au-
menta lo que se debe pagar por verla, pero no, por su-
puesto, a favor de los exhibidores sino del Estado. Aún
así, existe el problema de decidir qué es realmente un exce-
so. Sería, en todo caso, un juicio más de tipo estético que
moral. De todas maneras, se llega a la conclusión fría y
racional de que la pornografía, en el sentido de sexografía
que hemos tratado, no puede considerarse como un peli-
gro especialmente grave que por lo mismo merece un tra-
tamiento excepcional. Menos aún que su juicio se entre-
gue a ciudadanos particulares, sean cuales fueren sus califi-
caciones, como delegados del Estado, con todo su poder,
para tratar a los demás miembros de la sociedad como in-
capaces o interdictos judiciales.
La reacción más justificada de la gente culta se suele
referir, explicablemente, más a la explotación comercial
que al contenido mismo sexográfico. Es el mismo proble-
ma que se suscita con los vicios permitidos. El cáncer que
produce o puede producir el cigarrillo es mucho más gra-
ve que el mal, real o posible, de un elemento sexográfico,
en cualquiera de sus formas. Sin embargo, el cigarrillo no
336 El ensayo en Antioquia/Selección

produce las violentas reacciones emocionales que suscita


la pornografía en defensa de la juventud y de las buenas cos-
tumbres. Obras de arte, como varios Bouchers 2 que pintó el
artista para la alcoba de Madame Pompadour, tienen ele-
mentos sexográficos inequívocos, con otros de tipo neu-
tral, el dibujo exacto de un tejido, la representación de an-
gelitos barrocos, la técnica excelente del color y del am-
biente. Su prohibición en las exposiciones de pintura equi-
vale a centrar la atención en una parte y alejarla del resto,
un fenómeno claramente neurótico.
Quien haya realizado el pequeño esfuerzo intelectual
de seguir estas notas habrá podido sacar consecuencias
perfectamente racionales, sin ofender a las almas sensibles
y sin contradecir sus propios puntos de vista, sea los que
fueren, y aunque sean claramente antintelectuales. Una
sociedad abierta no puede entregar a un grupo privado el
juicio sobre el alcohol que puede consumir un ciudadano.
Simplemente, impone altos impuestos. La censura previa
de material sexográfico, literario o de cine, implica una for-
ma de neurosis social, que además tiene el peligro demos-
trado de servir como antecedente, pretexto y jurispruden-
cia para cualquiera otra censura, de tipo intelectual, reli-
gioso o político.
Eso no quiere decir, en forma alguna, que la crítica re-
nuncie a su derecho, simplemente por tratarse de sexografía.
En el caso del cine, que tiene implicaciones sociales mayo-
res, comparado con la literatura, por su impacto de masas,
es evidente que el mayor elemento sexográfico se incluye
muchas veces por motivos comerciales, no estéticos ni his-
tóricos. Pasolini, que hizo una maravilla con el Evangelio
de Mateo, se ha entregado a la versión para la pantalla de
obras literarias muy propicias para la sexografía en ima-
gen, como el Decamerón, lo que hizo con mucho éxito co-

2 Cary Von Karwath, Die erotik in der kunst, Leipzig, 1908.


El ensayo en Antioquia/Selección 337

mercial, sin duda para explotar a la sociedad burguesa, que


debe detestar, como marxista. Ahora mismo está empeña-
do en otra de dudosa ortografía, llevar al cine los Cuentos de
Canterbury, de Chaucer, una obra maestra de literatura me-
dieval que no tiene el mismo valor si se presenta como
imagen sexográfica. Es imposible defender a Pasolini, des-
de el punto de vista estético, en estos casos, aunque por
supuesto está en su derecho de comercializar su arte, como
lo hizo Picasso a su manera y como lo hacen también al-
gunos “poetas oficiales”.
El caso Bertolucci, con El último tango, y que ha ocasio-
nado esta pequeña tempestad en una pantalla, es semejan-
te. La película, que corresponde a la clase media, más bien
alta, es notoriamente inferior a lo que tradicionalmente se
entiende como “gran cine”, Eisenstein o Chaplin, Griffith
o Fellini. Su éxito publicitario se debe exclusivamente al
elemento sexográfíco, empleado con exceso y en dos esce-
nas, por lo menos, con evidente mal gusto. Es un juicio
estético, que no afecta para nada a otros valores que quie-
ren confundirse, como la moral de grupos sociales, muy
respetable, pero que no se pueden erigir en medida colecti-
va, menos aún respaldada obligatoriamente.
En nuestro país no se ha sabido nunca qué pasó. Du-
rante dos años, al menos, de una administración liberal-
conservadora se toleró la sexografía, a veces excesiva, sin
mal social apreciable. De repente, sin previo aviso, se echa
hacia atrás, ciento ochenta grados, sin comentario alguno
de las oficinas de información del Estado ni de los minis-
tros que tienen la responsabilidad de estas medidas. Se dice,
blandamente que es una medida administrativa como cual-
quiera otra. Los funcionarios, al decirlo, saben muy bien
que no es cierto. Pero el mero hecho de no encontrar ex-
plicación racional demuestra que se trata de una actitud
antintelectual, neurótica, y por lo mismo síntoma de in-
madurez, cultural o política.
338 El ensayo en Antioquia/Selección

En otras palabras: se toleró la sexografía de peor cali-


dad, hasta el exceso, en nombre de una sociedad permisiva.
No es fácil calcular el efecto total social, pero parece ser
sencillamente demostrar que la franqueza, aun grosera, es
preferible a la hipocresía, aun cubierta por el manto de las
buenas costumbres. Luego se hizo mover el péndulo al
lado opuesto, con el efecto de contrariar un fenómeno,
sano en sí mismo, como es reconocer la existencia de la
sexografía y crear la vacuna contra sus excesos. Esa vacu-
na es la indiferencia social, imposible en una comunidad
represiva que regresa a los errores de la clandestinidad y
por el mismo hecho presta el mejor servicio posible a los
mercaderes del sexo. Así se enriqueció la mafia del alcoho-
lismo en tiempos de la Prohibición, cuando floreció el
gangsterismo, un producto de los Puritanos.
PEDRO RESTREPO PELÁEZ

Autorretrato (Fragmento)
En un lugar de Antioquia, en una fecha de la cual no quie-
ro acordarme, “nació” (según decía el periodiquito local)
un hermoso niño cuyos padres Juan Antonio Restrepo
Ruiz y María Luisa Peláez García bautizaron con el nom-
bre de Pedro Pablo. Fueron sus abuelos -paternos- Anto-
nio María Restrepo Velilla y Juana María Ruiz Londoño.
Maternos; Félix Peláez Mejía y Amelia García Uribe.
El niño Pedro Pablo fue el doceavo hijo de una familia
de quince, algo muy común por aquellos tiempos en que
no se usaba jugarle sucio a la inseminación. La familia es-
taba dividida en ocho varones y siete hembras, todos ellos
normales física y mentalmente. (Al menos eso pienso yo,
quizás por un arrebato de egoísmo filial).
El lugar de nacimiento de tan numerosa prole fue en la
parroquia de San José de los Andes, provincia de Suroes-
te, departamento de Antioquia. Allá contrajeron matrimo-
nio mis padres, allí corrieron los avatares de su pulcra vida
y allí descansan sus cenizas en el cementerio local, bajo la
cruz en la cual creyeron ciegamente.
Andes fue fundado a mediados del siglo pasado por
Pedro Antonio Restrepo Escobar, padre del presidente
Carlosé, quien se había aventurado por aquellos riscos en
la búsqueda de minas de oro. El pueblo está situado en
una de las estribaciones de la cordillera occidental y es y
ha sido rico en agricultura, especialmente en café.
En la época en que nací, Andes era una verdadera joya
del colonial antioqueño. Con una topografía agresiva y
rodeada por el río San Juan y la Quebrada la Chaparrala;
su plaza principal empedrada -lo mismo que todas sus ca-
340 El ensayo en Antioquia/Selección

lles- y con enormes ceibas, daba la impresión de pertene-


cer a un burgo castellano. Toda su arquitectura era un
muestrario de austeridad y elegancia, por el uso de la cal
en sus tapias, de la teja de barro en sus cubiertas, de la
madera en sus puertas y ventanas, pilares y balcones
volados. Y quienes lo habitaban eran gentes sanas que go-
zaban del trabajo o del ocio, bajo la admonición del párro-
co y el sonido pastoral de las campanas. Todas sus edifica-
ciones eran blancas en sus paredes y verde o carmelita en
sus puertas, balcones y ventanas. Y familia que se respeta-
ra debía tener en el patio principal de su morada un verda-
dero jardín. El contraste de luz sobre sus bardas y aleros
simulaba el juego vistoso de algún pintor impresionista. Y
la piedra redonda del río en sus calles y plaza principal era
un dechado de esmero y armonía.
Pero he aquí, que un día llegó el progreso. El progreso
oficial. Y entre un alcalde emprendedor y un personero di-
námico, resolvieron embellecer y modernizar, o mejor, po-
ner a tono el poblado con el siglo XX: empañetar sus tapias
y paredes con cemento, asfaltar las calles empedradas para
darle vía libre a buses y camiones. Y en cuanto a sus balco-
nes y pilares plantados sobre el mismísimo andén de ladrillo
tablón, era imprescindible sustituirlos con algo más moder-
no para así acabar con la monotonía de antaño. El baldosín
de cemento se tomó el pueblo entero: los patios se decora-
ron con vistosos colores “art nouveau” y el blanco de sus
paredes y el verde y el carmelita de sus balcones y ventanas
trajeron la libertad del ocre excremental y el violeta litúrgi-
co. Además, un día cualquiera apareció el tocadiscos con
altos decibeles, lo cual permitió que cafés y cantinas inva-
dieran la plaza principal, en la que suele, el campesino local,
llorar sus desdichas todos los domingos y días de fiesta, con
aguardiente y alguna canción desesperada.
Hoy Andes, como todos los municipios prósperos del
país, es una gran cantina. Cuando no, un campo de batalla
El ensayo en Antioquia/Selección 341

en donde la criminalidad entretiene sus ocios con el olor


de la pólvora y del bazuco. “La patria así se forma”, como
dijera el pensador de El Cabrero...
La vida de ese Andes desaparecido, era un oasis de paz.
Nuestra casa era un inmueble de esquina (en la calle Restre-
po Escobar y frente al presuntuoso “Teatro Minerva”) com-
puesto de sala, dos patios, cocina, varias habitaciones (como
debía ser para tan numerosa familia), cuarto de sirvienta, un
zarzo o cuarto de San Alejo, sanitario de cajón con rotos o
círculos de diverso tamaño, y baño de alberca. El patio prin-
cipal era empedrado con pequeñas piedras del río de diver-
sos colores con los cuales se enmarcaban las eras repletas de
matas y flores diversas. Era una construcción de tapia pisa-
da, con puerta de entrada principal -para la gente de pro- y
puerta de salida en la pesebrera por la cual entraban las va-
cas, (que se ordeñaban para el consumo diario) y los caba-
llos y mulas que mi papá usaba para el transporte de perso-
nas y carga hacia las varias fincas que poseía. También esta
modesta pero bella casona había de asimilar el impacto del
progreso. Las ventanas de madera con sus barrotes
torneados cambiadas por unas de hierro y el piso de patios
empedrados y corredores de ladrillo tablón se cubrieron con
baldosines de cemento. Y para que la austera mansión estu-
viera a tono con los nuevos tiempos, el mobiliario, camas,
escaparates, alacenas, etc., de comino crespo, obras del maes-
tro Eladio, desaparecieron para dar cabida a muebles de hie-
rro, marca “Elospina”. “¡Oh tempora! ¡Oh mores!” que di-
jera el poeta latino.
Nuestra familia, como la mayoría en aquellos tiempos,
era un dechado de armonía y decencia. Bien nacidos, para
usar un dicho que implicaba la obligación de cumplir es-
trictamente principios éticos que venían de un sano
ancestro campesino.
Mis primeros recuerdos se remontan a iniciales años
de escuela pública, tan deficiente y pobre como sus maes-
342 El ensayo en Antioquia/Selección

tros, pero sana y alegre como nuestra niñez. En ella apren-


dí a leer y escribir, la más importante hazaña para quien
apenas sí se está asomando a la vida. La impronta de esas
vivencias escolares conformarán una rica e inolvidable
experiencia.
Nuestros primeros amigos y la sombra tutelar de al-
gún maestro que nos legó, con su precaria pedagogía, la
axiomática sentencia de que nada es nuevo bajo el sol.
Fui un alumno aprovechado como se decía entonces
en todas las materias, exceptuando las matemáticas. Tanto
es así, que al cabo de los muchos años apenas sí he logrado
llegar a la suma y a la resta. Para mí las matemáticas siem-
pre serán un misterio. Como el universo que está confor-
mado por ellas.
A la escuela principal asistíamos más de trescientos
alumnos, de los más diversos estratos sociales y económi-
cos, de los cuales, tres o cuatro usaban zapatos diariamen-
te. Y ello porque algún médico a palos los recetara, ignoro
contra qué dolencia o enfermedad. Sólo los domingos y
días de fiesta era obligatoria llevarlos, no como una necesi-
dad sino como parte del atuendo formal para ir a misa so-
lemne.
Las clases se iniciaban en la mañana y terminaban a
eso de las cinco de la tarde, descontando el tiempo de re-
creo y el almuerzo en nuestros respectivos hogares.
En cierta ocasión, el director de la escuela, don Eduar-
do Vásquez, -personaje pintoresco y contradictorio-, re-
solvió fundar una república escolar con el objeto de pre-
miar al mejor alumno con la presidencia. Esta primera
magistratura me correspondió a mí, con banda tricolor y
discurso programa. Ya desde aquellos tiempos se nos esta-
ba preparando para las promesas incumplibles y la retóri-
ca de turno... Aquel memorable día hube de calzar zapatos
y el mejor vestido que el maestro Arango me confeccionó
achicando un traje de un hermano mayor. El discurso me
El ensayo en Antioquia/Selección 343

fue corregido por don Santiago Martínez Mejía -intelec-


tual y poeta clandestino- quien siempre mantuvo estrecha
amistad con el alcohol y las musas.
Terminados los cinco años escolares de rigor fui matri-
culado en el colegio de San Luis, que más tarde había de
convertirse en el Liceo Juan de Dios Uribe, el célebre “In-
dio” Uribe, nacido en Andes y pariente de todos los Uribes
y Restrepos del Suroeste antioqueño. Porque en Andes,
por aquellas calendas, todos éramos parientes: las cinco,
seis familias grandes, se habían cruzado de tal manera que
algún ingenio local acuñó la frase de que entre nosotros
no existía el matrimonio sino el incesto; los Uribe, los
Mejía, los Escobar, los Tobón, los Restrepo, los Toro, los
Peláez, los Aramburo, los González, todos eran fruto de
un árbol genealógico común, árbol tan fructífero si nos
atenemos a que en casa de mi tía Ana hubo 18 hijos, en la
mía 15 y en la de un primo de mi papá, apenas 22.
Mis aficiones artísticas fueron descubiertas por uno de
mis maestros de escuela, un Restrepo venido del norte de
Antioquia y que al residenciarse en Andes se casó con una...
Restrepo Restrepo. Se llamaba Juan de Dios y en sus ratos
de descanso de la clase, solía practicar la escultura mode-
lando en barro. Una de mis primeras obras fue una copia
de un Ricaurte en San Mateo, tomada de aquellas vitelas
que se usaban en la escuela para la enseñanza de la historia
patria. Posteriormente, mi segunda obra fue un retrato de
Aura Gutiérrez Villa, -la primera Miss Colombia-, el cual
copié de una revista, pero eso sí, agregándole la encanta-
dora cursilería que es y será usual en tal ambiente, lo cual,
de contera, nos ha permitido tener más coronas reales que
la Europa medieval.
La casa nuestra tenía tres locales que se alquilaban para
diversas funciones. En uno de ellos estuvo por cierto tiem-
po la Notaría, en otro una tienda y en el tercero el maes-
tro Luis Felipe Correa montó su taller de carpintería. Este
344 El ensayo en Antioquia/Selección

artífice de la suela y la garlopa lo era también del arte de


Apeles. Su estilo de muebles art moderne a la andina, tenía
al mismo tiempo el toque vanguardista de su pincelada. En
su taller copié con admiración y temor muchos de sus se-
cretos y escarceos pictóricos. Posteriormente el maestro
Lipe, como se le llamaba, viajó con una beca a estudiar a
Medellín en la Escuela de Bellas Artes. Algunas de sus crea-
ciones aparecieron en la revista Claridad que auspiciaba
Quico Villa López. Pasados varios años lo encontré en
Pereira en donde, amén de dedicarse a la pintura y a la
carpintería, suplementaba sus ayunos obligados con los
secretos de una exótica secta religiosa. Era un artista extra-
viado en los vericuetos de la “angustia existencial”, según
su versión.
Los cambios operados en Colombia en los últimos cin-
cuenta años -reflejo negativo de los mundiales- sólo los
puede explicar quien haya vivido su infancia en la provin-
cia pueblerina. Siendo niño, y eso fue ayer, no por el al-
manaque, sino por el curso veloz de la existencia, me tocó
asistir a la llegada del primer automóvil a Andes: “La Chi-
va de Cheo”, (como referencia a su dueño don Cheo
Arredondo, marido de doña Teresa Vélez, insuperable
partera del pueblo y aledaños). La primera victrola -la del
perro de la Víctor- la llevó mi hermano Agustín quien, a
pesar de su ignorancia en materias musicales, acertó a com-
prar discos clásicos de Caruso, la Tetrazzini, Tito Schipa y
hasta el Danubio Azul de la Viena Imperial. Aquello fue el
mejor regalo que recibimos, pues nos enseñó a gustar la
buena música y el “bel canto” y a no aceptar toda la basu-
ra grabada que ha ido bestializando a la gran masa de oyen-
tes del mundo entero. También me tocó oír en el Club
Luna Park de Cuco (así como suena) el primer radio, en el
cual escuché entre interferencias y ruidos la voz del tenor
Luis Macías trasmitida desde la emisora Schenectady de
Nueva York. No debemos olvidar que para comunicar-
El ensayo en Antioquia/Selección 345

nos de Andes con Jericó se requería paciencia y, sobre todo,


de la sabiduría dactilar de don Paco Arango; el mejor
telegrafista del Suroeste y alrededores. Y para ir de la
Chaparrala al parque de Berrío -menos de 150 kilómetros-
se gastaba el día entero, transbordando de bus a mula y de
esta al ferrocarril de Antioquia.
Andes, como todos lo pueblos sin comunicaciones, era
un micro-Estado. Todo debía resolverlo el municipio: agua,
luz, escuelas, hospital, policía, juez, cárcel y carceleros. La
capital, Medellín, para no hablar de Bogotá, era una urbe a
la cual se iba a comprar regalos y mercancías del extranje-
ro, a vender café, o si se era importante, a ver al arzobispo
y al general Berrío. El Gobierno local se lo repartían el
párroco y el Alcalde, con prelación del primero. Todos
allí éramos una familia: desde Menena y Carabina –bobos
oficiales– hasta Patesebo, Sieteculos, Patesera (el policía
de la escuela), Güifarito, Petaco, José Nalgas, Nano y la
Patagonia. Y oradores como don Rafael Restrepo Vélez,
literatos como don Santiago Martínez, juristas como el
Negro Zuleta y recitadores como el Mono Garcés, cuyo
“Brindis del Bohemio”, apenas sí podía compararse con el
arte de las tablas bajo la experta dirección de Chata. Y por
último, Juan de Jesús Martínez Mejía (Cuco) dueño del
café y del hotel Luna Park, amo y señor de todo lo que
tuviera que ver con festejos y vida social. Don Martín Po-
sada (Batacazo) era el alquimista y su botica se especializa-
ba -además de las mejores panelitas de leche- en pomada
para curar el carranchil y cualquier enfermedad que tuvie-
ra que ver con el daño de estómago y el dolor de espalda.
RENÉ URIBE FERRER

León de Greiff
Con la edición de Obras Completas de León de Greiff1, Al-
berto Aguirre ha entregado al público colombiano y ex-
tranjero la producción del más grande de nuestros poetas
vivos. De uno de los más intensos poetas de la lengua es-
pañola.
A pesar de ello, León de Greiff es un poeta mal conoci-
do. Porque una buena parte del público letrado tiene de él
una impresión desfigurada. Se le considera poeta de van-
guardia, poeta hermético, escritor ininteligible. Y nada más
falso. Desgraciadamente, la crítica colombiana todavía no
nos ha dado el estudio fundamental y acertado sobre su
obra. Sólo conozco un magnífico ensayo de Sanín Cano
al comentar la publicación de Variaciones al redor de nada2 y
otro de Hernando Téllez3. Lo demás son comentarios de
ocasión.
El que se tome el trabajo de leerse íntegra la obra poéti-
ca de León de Greiff, fuera de que en ese trabajo encontra-
rá la recompensa, verá que nada hay en toda ella que la
acerque a las escuelas de vanguardia. A lo que hace cuaren-
ta años se viene llamando vanguardismo. Ni el hermetis-
mo ni la depuración de la poesía pura, pues se trata de un
poeta desaforadamente sentimental. Ni la oscuridad onírica
de los suprarrealistas, ya que la razón no deja de estar pre-

1. León de Greiff. Obras completas (Aguirre editor-Medellín -Colombia. Prólogo


de Jorge Zalamea. 750 página).
2. La Defensa, diario de Medellín, 30 de enero de 1937.
3. Revista Semana, Bogotá, 14 de enero de 1950.
René Uribe Ferrer
Dibujo de Sergio Sierra
348 El ensayo en Antioquia/Selección

sente en su creación poética. Ni el atrevimiento y disloca-


ción metafóricos del ultraísmo o el creacionismo: sus me-
táforas e imágenes son bellísimas pero no se apartan fun-
damentalmente de la tradición inmediata. El sentido de su
obra y sus obras es claro y preciso para el que se tome el
trabajo de desentrañarlo.
Lo que a muchos lleva a juzgar erróneamente al autor,
es la increíble riqueza de su lenguaje, que abunda en pala-
bras desuetas pero admirablemente recogidas, y en voces
por él creadas pero dentro de las leyes evolutivas de nues-
tra lengua. Por una explicable pereza mental, hay muchos
lectores que al no entender un buen número de vocablos
en una página, pretenden que ésta carece de sentido racio-
nal. Y no hay tal cosa. Si comparamos el caso de De Greiff
con el del Góngora de las Soledades, por ejemplo, veremos
que en éste la complejidad subsiste cuando hemos desen-
trañado el sentido de todas y cada una de sus palabras,
porque queda el retorcimiento latino de la frase y queda el
salto difícilmente seguible de la metáfora. Y si de Góngora
pasamos a los poemas herméticos de Mallarmé y Valery o
a las composiciones suprarrealistas de Neruda, vemos que
en estos casos la claridad del sentido es imposible de alcan-
zar, porque tales poetas buscaron precisamente lo contra-
rio. Por ello puede hablarse de la oscuridad de Mallarmé,
de Valery o del Neruda de Residencia en la tierra. Pero carece
de sentido hablar de la oscuridad del poeta colombiano.
En el volumen de Obras completas, fuera de dos libros en
prosa que poco significan dentro de su labor, se incluyen
los cuatro libros de poesía que llevaba publicados, y un
quinto inédito. A través de ellos vemos surgir la imagen de
un gran poeta que comienza a manifestarse en Tergiversacio-
nes (1925); culmina en El libro de signos (1930) y Variaciones
al redor de nada (1936); comienza a decaer en Fárrago (1954),
y se despeña en un erotismo senil, del que sólo logra sal-
varse su potencia verbal, en Velero paradójico (1957).
El ensayo en Antioquia/Selección 349

Tergiversaciones
En este su primer libro, publicado cuando el autor tie-
ne treinta años pero que contiene composiciones muy
anteriores, vemos al gran poeta surgir de en medio de va-
rias influencias. No falta la del primer Juan Ramón Jiménez,
tan extendida por esos años:

Hoy he estado en el parque y he traído


violetas blancas y violetas lilas ...4;

ni el recuerdo de Darío:

Orfeo que taña su lira.


Trine su arpegio Filomela.
Sople Bouvard, sin ton ni son,
y tú, Psique, tréma y suspira ...:
yo voy ritmando mi canción

y voy tocando mi vihuela


mientras el mundo loco gira!5;

ni más moderna, la de Luis C. López:

Aquel tipo azaroso que se bebe sus tragos


y que fuma en su pipa con humor displicente,
a pesar de sus trazas no es un tipo corriente ...
y a pesar de su gesto no es uno entre los vagos!6.

Pero se trata de influencias que en nada amenguan su


originalidad y que, por otra parte, pasan pronto. Las in-
4 Aríeta. (Obras completas, p. 68).
5 Balada del trovero trashumante. (Obras completas, p.42).
6 Tipos... (Obras completas, p. 93).
350 El ensayo en Antioquia/Selección

fluencias que han de perdurar a través de su obra son las


de un grupo de poetas que gira al rededor de la inmensa
figura de Baudelaire (Carolus Baldelarius escribe León):
Blake y Poe que lo anuncian, y Verlaine, Rimbaud,
Corbiére. Lautréamont y Laforgue que lo siguen en el tiem-
po y en las direcciones estéticas. Todos estos nombres
aparecen repetidamente a través de la obra de nuestro poe-
ta. Pero tampoco disminuyen su pujante originalidad. Por-
que tal vez, más que de influencias, habría que hablar de
similitud de temperamentos.
La primeramente nombrada, la de Darío y los poetas
modernistas y posmodernistas, ya se dijo, duró poco pero
le sirvió como acicate para continuar la renovación for-
mal y profunda del verso castellano. Renovación que tie-
ne el mismo punto de partida que la de Rubén -la poesía
francesa- pero que habrá de llevarlo a comarcas descono-
cidas por éste.
En Tergiversaciones, además, encontramos los fundamen-
tales temas líricos de De Greiff. Los que culminan en algu-
nos de los sonetos alejandrinos del comienzo; en la Balada
egótica en tono teatral; en la Balada del mar no visto; en algunos
rondeles y en una her mosa Divagación noctur na en
eneasílabos.

Libro de signos
En esta segunda obra encontramos el mismo humor
sarcástico y la misma sensibilidad romántica de Tergiversa-
ciones, pero con más intensidad y logro estético. Y encon-
tramos también dos elementos nuevos: uno formal y otro
temático.
La métrica del primer libro, a pesar de sus audacias,
estaba todavía dentro de las normas del modernismo. Ahora
De Greiff intenta lograr un verso libre en el que la medida
de las silabas y la colocación de los acentos no respondan
El ensayo en Antioquia/Selección 351

a la tradición sino que busquen asemejarse al ritmo de la


música. Antes de él también se habló de musicalidad de los
versos, y no fue poco lo que Rubén pretendió en este cam-
po. Pero él y todos juzgaron que quedaba siempre una
distancia insalvable. Esa distancia es la que León ha inten-
tado saltar. Con audacia y, en parte, con acierto:

Su voz es como el eco de inauditas


músicas, ni en los sueños sospechadas.
¿Tañer de amorosas guzlas
moriscas? ¿de sacabuches y de flautas
pastorales, y de violas de amor?
O el jadear ciclópeo del órgano
Que tientan los dedos o las zarpas
de Bach y Haendel y de Frank? ¿O el prodigio
insólito que logra de la nada
el milagro de la sinfonía
donde no se funden y todas las voces cantan?
Su voz es como el eco de inauditas
músicas ni en los sueños sospechadas;
o de músicas mútilas
urdidas en la propia fábrica
loca, de su cabeza7.

Esa fusión de poesía y música aparece hasta en los mis-


mos títulos: Fantasía cuasi una sonata, en do mayor: Sonatina en
la bemol y Esquema de un quatuor elegíaco en do sostenido menor,
que constituye una de las cumbres de nuestra poesía.
El elemento temático nuevo es el del paisaje tropical.
Aparentemente extraño en un bardo de sangre sueca y ale-
mana, nacido casi que por equivocación en Colombia. Pero
aquel irrumpe victoriosamente en su obra cuando el poe-
ta reside durante algunos meses en Bolombolo, a orillas

7 Sonatina en la bemol. (O.C. pág 206)


352 El ensayo en Antioquia/Selección

del Cauca, como empleado de la construcción del Ferro-


carril de Antioquia. No era mera impresión de turista. Es
el paisaje incorporado como estado de ánimo a la poesía:

Oh Bolombolo, país de tedio


badurnado de trópicos, país de tedio,
país que cruza el río bulloso y bravo, o soñoliento:
país de ardores coléricos e inhóspites.
de cerros y montes
mondos y de cejijuntos horizontes
despiadados. País de vida aventurera.
País de rutilantes playas
(de esmerilado cobre
–tortura de mi ojos zarcos y cuasi nictálopes–,
país de hastiados días y días turbulentos, y de noches
que alargan los recuerdos insomnes8.

Variaciones al redor de nada


Este tercer libro de versos señala, tal vez, la culmina-
ción poética de León de Greiff. Encontramos aquí los mis-
mos elementos poéticos del Libro de signos, pero más acen-
drados, más intensos, más altos. En casi todas las composi-
ciones que forman las secciones Musurgia y Mitos de la noche
encontramos supremas alturas líricas:

Cantes desde la cofa de tu leño:


todo en sus brazos nervudos el viento se lleve,
se lleve...
todo así sea fugaz, nugaz, efímero y transitorio...!
Tornátiles sirenas: vuestro hechizo no dura sino
cuando es un sueño ...!

8 Fanfarria en sol mayor. (O.C. p. 191).


El ensayo en Antioquia/Selección 353

Sólo es eterno lo ilusorio ... ?


Si amantes y rendidas, y si aciagas y pérfidas,
-el hechizo es el breve
transito de la nube sobre el terso zafiro,
tornátiles sirenas,
gacelas agarenas?
Si pérfidas y aciagas.
si rendidas y amantes, -todo no es sino el giro
loco de las falenas
tornátiles sirenas?
.............................................................................................
Todo en sus brazos nervudos el viento se lleve,
se lleve...
todo así sea fugaz, nugaz. efímero y transitorio...!
Tornátiles sirenas: vuestro hechizo no dura ni cuando
es sólo un sueño...!
Nada es eterno, ni siquiera lo ilusorio...!
Amantes y rendidas o pérfidas y aciagas,
la testa del greñudo
se fundirá en el plato
como un balón de nieve ...9.
En el Libro de relatos, en cambio, lo más original si no lo
más grande de su producción, encontramos armoniosa-
mente fundidos sus temas líricos con el sentido del paisaje
y de la raza antioqueños, y con todos los temas que le su-
ministra su asombrosa cultura literaria y humana.

Farrago y velero paradójico


En estos dos libros de su vejez aparece la inevitable
decadencia. Subsiste sí su mágico dominio del verbo, pero
9 Mitos de la noche. (O.C. pág. 388)
354 El ensayo en Antioquia/Selección

su uso degenera en charlatanería sin contenido. Del pri-


mero se salvan algunos maravillosos sonetos de sentido
amargo y desesperado y otras composiciones como la be-
lla Canción nocturna. En cambio el Velero paradójico, ya se ano-
tó, es una mera recopilación de lubricidades que se tornan
ridículas en su monotonía, fuera de una larga serie de
sonetos punitivos contra los poetas de Piedra y Cielo. Inge-
nio y dominio métrico pero nada más.

Forma poética
1. Lo que primero llama la atención del lector es su
increíble riqueza verbal. Y en ella radica la no muy acerta-
da acusación de oscuridad:

Quiero palabras: palabras... ! para urdir una canción.


Con duras, finas palabras rosas de luz, adamantes,
sardónices y berilos, hefestitas, crisoparsas y granates
rosas de luz, peridotos, ópalos, rubíes, jades-,
con finas palabras, dale
—Xeherazada a Aladino- amor, poderío, alcázares,
y de ello ya no se infiere si horas o días o años
o siglos o instantes hace:
de otro prodigio -tamaño-, nadie, orsado ni tonto,
nadie sabe10.

No faltan los lectores ingenuos que consideran lo ante-


rior absolutamente ininteligible. Pero si se tomaran la bre-
ga de consultar un buen diccionario, verían que es una
mera enumeración de piedras preciosas y menos precio-
sas. Y he buscado un ejemplo extremo. Pero a través del
rico lenguaje de León de Greiff lo que encontramos es el
feliz hallazgo de hermosas palabras castellanas olvidadas

10 Sonata alla breve. (O.C. pág 327)


El ensayo en Antioquia/Selección 355

por muchos. Hojeando sus páginas saltan al azar las si-


guientes: zahareña, escandir, ferial, azagaya, virote, acidia, calino,
lueñe, singlar, espelunca, etc.
Otras veces se trata de un neologismo, pero formado
de acuerdo con el genio asimilador de nuestra lengua, o
por medio de derivaciones raras de palabras comunes:
penseriosa, nugaz, belísono. caricioso. Cuando el lector ha pene-
trado el sentido del vocabulario greiffiano, ha logrado un
intenso placer estético, y descubre que la idea que las pala-
bras recatan, es clara y nítida.
2. Y ahora conviene analizar un poco su métrica. En
Tergiversaciones predominan los versos y las estrofas tradi-
cionales del modernismo: el soneto alejandrino; el
eneasílabo, asonantado y aconsonantado; los alejandrinos
pareados; los tercetos de varia factura, etc. Pero en esas
construcciones tradicionales se observan descoyuntamien-
tos intencional y frecuentemente buscados, que rompen
el sonsonete, pero que no anulan sino, al contrario, real-
zan la profunda armonía verbal.
Y en el Libro de signos y en Variaciones, el poeta ha logra-
do su absoluta independencia, en la cual no rechaza sino
que aprovecha las conquistas del pasado, pero poniendo a
las estrofas y metros antiguos, cuando los usa, el sello de la
recreación personal. Generalmente usa en la misma com-
posición una gran variedad métrica, y un verso aparente-
mente libre, pero cuyo ritmo formal está logrado con sa-
biduría y perfección:

Y hay otros que concluyen por decir que el hombre es


duro, sórdido, avaro:
y yo dilapidé mi fortuna de ensueños como si fuera un
nuevo rico.
y yo dilapidé mi invaluable Tesoro
de Pasión, cuyo grito resonará en las edades...
Doné mi corazón, y de adehala mi vida misma,
356 El ensayo en Antioquia/Selección

y para que con él -endurecido- zurcieran


calcetines en la paz hogareña...!11.

3. En el ejemplo anterior, y en muchos otros, el poeta


prescinde de la rima. Pero tiene todo el derecho a hacerlo
quien con ella ha jugado, y quien ha sabido utilizarla como
pocos:

¿Qué se hizo la frágil avena?


En el silencio ocultaría
su aceda voz sin alegría
la flauta lontana que un día
trabó su oscura cantinela
con el canto de la folía?
Qué se hizo la frágil avena?
Ha tiempo esa flauta no suena...12.

4. Con tales recursos rítmicos el poeta se lanza a imi-


tar las formas musicales. Hasta donde esa imitación es po-
sible. En sus composiciones con títulos de Sonatina o Prelu-
dio o Variaciones, las primeras líneas nos dan un tema que se
repite, elaborado cada vez en forma distinta, en los perío-
dos o estrofas siguientes. Claro que no hay que tomar muy
a lo serio la fidelidad a las diferentes formas de composi-
ción musical, y sería inútil buscar una exacta adaptación
de la forma sonata. Si se intenta ser estricto, lo que De
Greiff realiza en tales imitaciones es lo que en teoría musi-
cal llamaríamos “tema con variaciones libres”.
5. El análisis de sus procedimientos formales quedaría
incompleto sin hacer referencia a los mitos y nombres sim-
bólicos y no simbólicos que emplea a cada momento, y

11 Relato de Skalde (O.C. pág. 413).


12 Triple rondel (O.C. pág. 315).
El ensayo en Antioquia/Selección 357

que son otra de las causas de aparente oscuridad. La resu-


rrección de la mitología en la lengua poética española fue
obra de Darío, pero el público se acostumbró a ella, y cree
que entiende un poema del nicaragüense a pesar de que la
mayoría de los lectores no sepa quien es Filomela ni Sirinx,
ni Cleopompo ni Heliodemo. Pero cuando los nombres
no han sido oídos antes, como ocurre con los que De Greiff
emplea, entonces sí manifiesta su desconcierto, aunque la
falta de comprensión sea igual en ambos casos.
Porque las citas de mitología griega y romana son esca-
sas en nuestro poeta. Apenas, sí menciona de vez en cuan-
do a Venus o a las sirenas o a Medea. En cambió usa y
abusa de Xatlí, Budur. Lilith, Loreley, Melusina, Morgana,
Bibiana, Ulalume, Iseo. Y cuando quiere desdoblar su per-
sonalidad, crea a Matías Aldecoa, Gaspar von der Nacht,
Erik Fjordsson, Gunnar Tromholt o Sergio Stepansky.
Cuando el lector no se asusta e inquiere de dónde ha
salido tanta gente, se da cuenta de que se trata de creacio-
nes de la mitología nórdica y medieval; o de los poetas fa-
voritos de De Greiff, como Poe; o cuando no, de la imagi-
nación nórdica y poeana de León. Y se da cuenta también
de que el valor simbólico o, en el peor de los casos, mera-
mente rítmico, es espléndido.

Contenido poético
Si De Greiff no fuere más que lo que he intentado des-
cribir y analizar, sería ya una alta figura de nuestras letras.
Pero ocurre que esa riqueza formal recata a uno de los más
intensos poetas, por su alto humor, por su sentido racial y
por su profundidad y variedad líricas.
Desde las primeras páginas de Tergiversaciones aparece un
ironista sardónico y un poco amargo, como en su descrip-
ción de la Villa de la Candelaria. Pero en sus mejores mo-
mentos logra las cimas del verdadero humor, al unir la son-
358 El ensayo en Antioquia/Selección

risa burlona con la ternura comprensiva. Esta actitud es


más notoria en muchas de sus composiciones de los dos
libros siguientes, en especial en los Relatos del tercero:

Cambio mi vida por lámparas viejas


o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil:
—por lo más anodino, por lo más obvio,
por lo más fútil:
por los colgajos que se guinda en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota nubia,
la pálida morena, la amarilla oriental,
o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por un anillo de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno:
para echar a rodar la bola...13.

Otras veces se limita a reír, a reír con toda la boca, como


en la famosa Farsa de los pingüinos peripatéticos, sátira desco-
munal contra los que se asustaban con su obra poética. Y
otras veces, en sus poemas de tono más serio y desgarra-
do, mezcla rasgos de humor y gracia, que resaltan el efecto
lírico.
Es también un poeta racial. De la raza antioqueña.
Aunque tenga poca sangre criolla, el ambiente y la tierra
donde transcurrieron sus primeros años, se le impusieron.
Y ello es visible en su poesía, como se anotó, sobre todo
después de su estada en Bolombolo. Es un poeta del paisa-
je antioqueño en los diversos poemas que ha consagrado a
nuestro Cauca y a su región. Y lo es de la raza, sobre todo,
en el magnífico Relato de Ramón Antigua, donde su barro-

13 Relato de Sergio Stepansky (O.C pág. 426).


El ensayo en Antioquia/Selección 359

quismo formal casi que desaparece para dejar al narrador


costumbrista, que escoge la forma tradicional del roman-
ce, elaborado con sencillez y perfección:

Bajaron al corredor,
subieron a las hamacas.
Ahora llegó el recuento
balance de la jornada:
mientras sirven el condumio
gozosamente se parla:
mientras se parla se fuma;
se bebe mientras se yanta;
se conversa en hiperbólico
cuasi mentir, mientras canta
la marmita en el fogón,
mientras sueña la montaña
sueño de ceibos robustos
y de esbeltísimas palmas14.

Pero lo culminante de nuestro poeta lo encontramos


en su inspiración lírica. Su sensibilidad, humana y estética,
agudizada por la mezcla de razas, se oculta a veces a través
de los recursos formales analizados anteriormente, pero el
lector atento la siente latir bajo la pompa verbal. Otras
veces se desnuda y estalla en grito de incontenible roman-
ticismo. Porque De Greiff es un poeta esencialmente ro-
mántico, si damos a esta palabra su sentido más amplio: lo
dionisíaco, por oposición a lo apolíneo.
¿Cuáles son los temas fundamentales de su inspiración
lírica? Conviene destacarlos un poco. En primer lugar el
amor que ocupa un amplio espacio en su producción. Pero
debe anotarse que se trata del amor etéreo y soñado o del
amor carnal: Poe o Baudelaire. Nunca aparece en sus ver-

14 Relato de Ramón Antigua (O. C. p. 406).


360 El ensayo en Antioquia/Selección

sos esa pasión total humana, de plenitud a la vez corporal


y espiritual, que, justo es reconocerlo, no son muchos los
poetas que han logrado expresar. Oigamos el primero:

Y lloremos un poco por lo que tanto fue ...


por el amor sencillo, por la amada tan buena,
por la amada tan buena, de manos de azucena ...
Corazón mentiroso! si siempre la amaré!15.

Y el segundo:

Tú me dijiste, oh Mía, palabras muy profundas ...


pero efímeras cuánto!
¿Qué pueden nuestros frágiles designios ante el
amor turbulento?
¿Qué pueden nuestras débiles voces delante al vocerío
ululador de nuestra sangre, que me hace tuyo y
te hace mía?16.

En segundo lugar hay que destacar su profundo senti-


miento de la naturaleza. El paisaje antioqueño, ya mencio-
nado, pero recreado líricamente, como compenetrado con
el corazón del poeta. Después de su viaje a Bolombolo, el
paisaje nunca desaparecerá de su imaginación ni de su sen-
sibilidad:

Cuando vivía en Bolombolo


—recuerdas, Erik, esos días caldeados,
recuerdas, Aldecoa, aquellas noches cribadas,
decantadas, hechas polvo finísimo de orbes,

15 Rondel (O.C. pág. 57).


16 Fantasía cuasi una sonata (O.C. pág. 348).
El ensayo en Antioquia/Selección 361

y aquesas otras, Proclo, aquesas otras jadeantes,


eléctricas, densas noches de tempestad?17.

Y en tercero, el sentimiento de la vida y la muerte, con


toda su gama de manifestaciones, que recorre desde el gozo
y la plenitud, pasando por la melancolía, hasta la desespe-
ración y la absoluta negación. En este tono el poeta logra
sus páginas perdurables:

¿Es ésta, es ésta,


ánima mía,
corazón mío, espíritu mío -jamás, jamás saciados!-,
corazón mío, espíritu mío -satisfechos nunca!-.
¿es esta entonces la ávida vida de mis sueños,
la ávida vida soberana
de toda la cosa terrena y sideral o que ideó mi cogitar?
¿Es esta?
¿Es esta?
¿Y aquí pensé encallar?18.

Y eso que soñé grande, cómo fue diminuto!


Ah! qué febril afán para tan poca
fragancia! y tanta sed para un minuto
de saciedad con zumos de esa boca!19.

En cambio está excluido totalmente de su obra el senti-


miento religioso, que es fundamental en la inspiración de
todo gran poeta: como presencia o como ausencia. La des-
esperación greiffiana nunca toma un carácter de angustia
religiosa o antirreligiosa: termina en la Nada consoladora:

17 Relato del Skalde (O.C. pág. 409).


18 Trova del cazador de efímeros arreboles (O.C. pag. 359).
19 Canción nocturna (O.C. pág. 491).
362 El ensayo en Antioquia/Selección

¡Viene! Ya viene la noche preclara,


la noche compasiva
la noche lauta:
-para las sienes atediadas
lustral linfa trayendo:
esa es la Tácita
Sirena ineluctable,
la Quieta Danzarina de la Perenne Danza...!20.

Y ahora, al terminar, conviene volver sobre el plantea-


miento inicial: ¿hay algo en De Greiff de poeta de van-
guardia? Evidentemente, nada fundamental. Es un conti-
nuador de la revolución modernista, que supo llevar hasta
sus últimas y lógicas consecuencias. Por ello los poetas
que más definitivamente influyeron en su obra, son los
que se han considerado como iniciadores del simbolismo,
y que quedaron mencionados al principio de este ensayo:
Baudelaire, sus precursores y sus seguidores. El modernis-
mo quiso implantar en nuestra lengua las conquistas del
parnasianismo y del simbolismo, pero tomó mucho más
de los primeros que de los otros. Este último aspecto es el
que León ha completado, y lo ha hecho con pleno éxito.
Pero conviene recalcar que se trata de los poetas iniciado-
res del simbolismo; no de los propiamente simbolistas, ya
que nada hay en su obra del exclusivismo de Mallarmé, en
sus últimos poemas, o de Valery.
En todo caso, como nos lo entregan sus tres libros fun-
damentales, León de Greiff es uno de nuestros máximos
poetas. El que ocupa hoy el lugar que antes José Eusebio,
Pombo, Silva, Valencia y Barba-Jacob.

20 Nocturno número 9 (0. C pág. 369).


JOSÉ GUERRA

Reflexiones
sobre la sencillez
Si mal no recordamos, fue Mallarmé quien en una ocasión
feliz y por demás oportuna, se empeñó en acumular sesu-
das palabras acerca de la sencillez, haciéndonos ver en for-
ma suasoria que infinidad de escritores, por ejemplo, no
paran mientes en oscurecer sus escritos, en volverlos un
verdadero galimatías, a fuer de aparecer interesantes.
En realidad, existe un equívoco bastante generalizado,
tremendamente estúpido, en virtud del cual solemos dar
inusitada importancia a todas aquellas obras del intelecto
por su difícil comprensión, la cual en manera alguna atri-
buimos a nuestras exiguas capacidades, sino a la sabiduría
del autor.
Sin embargo, en las más de las veces no ocurre precisa-
mente lo que nosotros pensamos, esto es, insuficiencia
mental para comprender lo que leemos, sino que lo que se
opera es el “milagro” de que nos hablara Mallarmé, es de-
cir, el escritor deseoso de singularizarse, de volver abstru-
so e incomprensible aquello que se pudiera decir en forma
diáfana, elemental si sé quiere, se ha salido de quicio, y no
estaríamos del todo equivocados si afirmáramos que al fin
de cuentas ni el mismo autor logra comprender aquellas
horribles cosas escritas en momento desafortunado.
Hemos de aclarar, a pesar de todo, que muchísimos
han podido y pueden darse el lujo de ostentar un orgullo a
veces exagerado en el campo de las letras.
A otros, por el contrario, apenas sí les es dable rastrear
por lo mas abrupto, pues de intentar cosa distinta, de salir-
364 El ensayo en Antioquia/Selección

se de su órbita de acción e invadir- esferas más empinados


correrían el riesgo, como estamos viendo a diario, de ha-
cer el ridículo ante los lectores. En síntesis, si llevamos esto
a las estrictas normas valorativas, si esto que pudiéramos
llamar extremos los bautizamos con sus respectivos nom-
bres habremos de sacar en claro la existencia de dos perso-
najes ambos interesantes, dentro de sus muy alejadas posi-
ciones: son ellos el cretino y el genio.
Estos dos mundos, tanto más anchurosos cuanto más
interesantes, se prestan a diversidad de conjeturas. En tan-
to que allí vemos al que nos hemos dado en llamar genio
auscultando su íntimo sentir, indagando su propia e inti-
ma realidad, más allá, mucho más allá, advertimos al creti-
no empeñado no precisamente en reflexionar sobre sí mis-
mo, sobre aquellas cosas que no han sido dichas por los
hombres y que él las pudiera decir desplegando algún es-
fuerzo imaginativo, sino que su ocupación consiste en ca-
ricaturizar en forma pésima, claro está, lo que otros han
conseguido de manera armoniosa y feliz.
Esta circunstancia, como es obvio, deja traslucir clara-
mente que quienes no tienen capacidad pera manejar la
grácil arcilla de los estilos elevados, de las palabras y de las
imágenes vastamente estéticas, se diluyen en un piélago de
incomprensiones, de obscurantismo, por sustentar una
pretendida elevación del estilo y de la idea para lo cual no
están preparados. Entre los dos tipos de sencillez, la senci-
llez que peca de torpeza y la sencillez que permanece mati-
zada de ternura, el cretino ha escogido la segunda, la que
maneja el genio, y no ha querido, como debiera hacerlo,
empeñarse en burilar la suya, en darle forma y contenido,
a fin de realizar y realizarse en esas rutas luminosas por
donde transitan los que aferrados a su íntimo sentir, salen
fervorosamente en busca de si mismo.
Un impulso espontáneo -como nos lo dijera un nota-
ble crítico literario- arrastra al cultor de las letras a la mag-
El ensayo en Antioquia/Selección 365

nificencia y al fausto de los estilos suntuosos, ricos y ar-


moniosos y quién no sueña con la gracia, no exenta de
lujo de un Valle Inclán, con la marmórea y noble elegan-
cia, el color y la precisión de Eça de Queiróz, con la impe-
cable armonía de Anatole France, con el musical y mórbi-
do sensualismo del Gabriel D’Annunzio de «El Inocente».
Pero nuestra humildad, el torcerle el cuello a la elocuen-
cia -que dijera Verlaine- el despojarnos de todo vanidoso
alarde, toparon un límite que es necesario respetar, pues
una mínima existencia de gracia y de elegancia se impone
hasta en homenaje a ese mismo pueblo al que intentamos
llegar y cuya capacidad no es tan nula, es preciso cuidar y
tratar de elevar y enriquecer”....
Es indudable que mañana, quien intente escribir un
denso tratado acerca de la sencillez, de la difícil sencillez,
habrá dotado al mundo de las letras de una de las obras
que de seguro pueden resultar fundamentales. Ojalá se aco-
metiera la creación de tan feliz monumento, de la inteli-
gencia, en el cual encontraríamos motivos de meditación,
hitos verticales hacia el surgimiento del escritor positivo,
jubilosamente logrado, o sea de aquel que une a la agudeza
de su contemplación la elemental ternura de una sucesión
verbalista que nos amigue con esos mundos metafísicos
que suelen ofrecerse tan angustiosamente oscuros y
ofuscantes.
En verdad, la sencillez, la difícil sencillez, es quizá el
más difícil de los artes.
366 El ensayo en Antioquia/Selección

Elogio del silencio


Si intentamos hacer un somero inventario de todas aque-
llas cosas inherentes al ser que parecen agonizar en nues-
tro siglo, en este siglo XX de la vertiginosidad y del avión,
de la nevera y del radio, llegaremos a la conclusión de que
una de ellas, quizá la que con su muerte nos depara más
angustias, es aquella que denominamos silencio.
Evidentemente, nuestra época caracterizada por el ho-
rrísono ruido de los clippers, por ese enjambre de artefac-
tos cuyo nervio, cuyo sustento vital es precisamente el
ruido, no ha dejado que esa paz, que esa dulce tranquilidad
que nos depara el silencio, la podamos gozar sin peligros
de acabamiento.
En medio de ese continuo sucederse, al sentirnos ago-
biados por ese cúmulo de vicisitudes que por todas partes
nos asedia, todos buscamos un sitio desolado, ausente de
los hombres y de las cosas, para buscar en nosotros mis-
mos, en la quietud y en el reposo, ese silencio que nos aísla
de cuanto existe y propicia la fuga a insospechados mun-
dos, en donde todo se ofrece más generoso y bueno.
Pero hogaño es cosa de temer, algo verdaderamente
imposible, heroico, intentar ese supremo esfuerzo de so-
breponemos a cuanto nos rodea, aun a nuestros amigos,
para buscar ese sitio que idealizamos cuando se nos ago-
tan las fuerzas y todo parece indicar que sobre nuestra leve
humanidad pesa toda la aparatosidad del universo.
Es en nuestro aislamiento, en nuestro “propio silen-
cio”, en donde podemos encontrar a cualquiera hora, co-
piosamente, esas inéditas fuerzas que nos impulsan a aco-
meter con varonil empuje las tareas que competen a cada
cual. Lo difícil es pues, zafarnos de ese tráfago insomne,
encontrarnos con nosotros mismos, pues que luego de
haber logrado el milagro, así nos hayamos reconciliado in-
El ensayo en Antioquia/Selección 367

teriormente, vemos con risueña complacencia cómo en


nosotros mismos podemos encontrar algo que ni el mejor
de nuestros amigos nos podría proporcionar.
-Soportamos en rigor el silencio aislado, nuestro pro-
pio silencio- como lo sentencia Maeterlinck- pero el silen-
cio de muchos, el silencio multiplicado, y sobre todo el
silencio de una muchedumbre, es un fardo sobrenatural
cuyo peso inexplicable temen las almas más fuertes. Usa-
mos una gran parte de nuestra, vida rebuscando los luga-
res en que no reina el silencio. Cuando dos o tres hombres
se encuentran, no piensan sino en desterrar al invisible ene-
migo; porque ¿cuántas amistades ordinarias no tienen más
base que el odio al silencio?
A decir verdad, todos somos víctimas de la paradoja,
del absurdo, pues en la mayor de las veces queremos
ahincadamente encontrar en la compañía de alguien, de
ese alguien que es tan imposible de hallar, el lenitivo que
venga a mitigar nuestra humanidad desfallecida.
Y decimos que somos víctimas, pero víctimas excep-
cionales, condenatorias, pues que cometiendo ese angus-
tioso error de ignorar lo que irremediablemente debiéra-
mos conocer, nos alejamos de ese hontanar de los goces
elementales y puros que se deriven del silencio, para bus-
car una compañía, lo que significa, de hecho, un atentado
en contra precisamente de lo que buscamos, un radical ale-
jamiento de esos mundos interiores, íntimos, en donde está
el “hombre” solo que sonríe y espera.
“En ningún acto importante de la vida -al decir de un
sagaz escritor- se hace necesario el conversar. Generalmente
se conversa cuando no se tiene nada que hacer. Sin la pala-
bra se han elaborado las estatuas, se han construido los
ferrocarriles, se han hecho las guerras, se han fabricado
los explosivos, se ha amado en las alcobas.
El cine sonoro comprueba la inutilidad de las lenguas,
de las cien lenguas de un solo planeta. Hablan los persona-
368 El ensayo en Antioquia/Selección

jes para darle una sombra de ruido a sus silencios. Las es-
cenas trágicas y cómicas son inexorablemente mudas.
Hablan los ojos (hemisferios verdes de ira, hemisferios azu-
les de pasión); hablan las manos crispadas en raíces de es-
panto; habla mudamente la boca en muecas de grandeza o
de ridículo”.
En definitiva, el verdadero encanto de la vida se halla
en aquella palabra no proferida, en aquella frase que ha
permanecido inédita para no quebrar con sus estridencias
la oquedad de nuestro silencio, el placentero disfrute de
ese ambiente grácil en el cual los hombres resultan más
generosos y amables.
No existe la menor duda de que cuando aprendamos a
callar, cuando nuestras palabras alcancen la exacta dimen-
sión del silencio, seremos inmensamente felices y dicho-
sos, porque entonces, sólo entonces, habremos conquis-
tado esa paz espiritual que todos soñamos a cada hora, a
cada minuto, para hacer menos penoso nuestro cometido
existencial.
HÉCTOR ABAD GÓMEZ

Hace quince años estoy


tratando de enseñar
Hace quince años estoy tratando de enseñar. Creo que he
enseñado muy poco, aunque creo que una cosa sí he lo-
grado: hacer pensar libremente. ¿Es esto bueno o malo?
Yo creo que bueno. El pensamiento libre -fuera de ser una
gran satisfacción personal- es lo que ha permitido que la
humanidad haya adelantado. El pensamiento libre nos
permite crear mejores esquemas y aspirar a cosas mejores.
Es difícil enseñar cuando no se quiere imponer un pen-
samiento, sino estimular el pensamiento ajeno, libremen-
te. La gente se siente insegura cuando no le dicen lo que
debe creer. Y ese sentimiento de inseguridad lo refleja a
veces en contra del maestro que no le da una directiva cla-
ra. Debe ser esa una de las causas -por lo menos así me
gustaría a mí considerarla- por la que tantos “discípulos”
se han vuelto en contra mía. Los más caracterizados de
mis “discípulos” han sido más bien mis enemigos que mis
amigos.
Alguna vez dije que yo no había creado una escuela
sino una “antiescuela”. Y esa es una situación peculiar que
no he visto descrita en ninguna parte. Los maestros que
perduran, por supuesto, son los que crean su escuela, su
capilla, su círculo, su imperio, su iglesia. Pero muchas ve-
ces me he puesto a pensar que no envidio a esos maestros;
ni aun a los grandes Maestros de la historia de la humani-
dad. Es verdad que han creado seguidores por millares, por
millones. ¿Pero que han hecho sus seguidores con sus ideas?
370 El ensayo en Antioquia/Selección

Creo que, en general, las han desvirtuado. Han creado ca-


pillas, círculos, iglesias, religiones, aun naciones, que en
nombre de los más altos ideales, se han dedicado a matar, a
conquistar, a perseguir, a adquirir prestigio personal, glo-
ria y poder para ellos y sus seguidores, siempre en nom-
bre del maestro, o de la religión o del movimiento nacio-
nal o político que dicen seguir.
¿Qué han hecho el Cristianismo y el Islam? ¿Qué está
haciendo ahora el comunismo? ¿Qué han hecho, aun los
que hablan de la libertad y de la propia determinación de
las naciones? Han hecho guerras, dizque para defender esos
principios de paz y de tolerancia. Tal vez Confucio y Buda,
en el Oriente, han sido más afortunados. Sé muy poco de
estos dos maestros. Pero me parece que Confucio creó
una sociedad muy pasiva. Demasiado aceptadora de la ley
y del orden, y demasiado resignada
De Buda, sé mucho más poco todavía. Pero por lo que
he oído, parece que sus enseñanzas fueron más bien de
tipo ético, de una maravillosa ética universal que ha per-
durado, a través del tiempo y de los conflictos, en muchas
partes del Asia. Sus enseñanzas, según entiendo, se refie-
ren sobretodo al equilibrio. A hallar el equilibrio en todo.
Es una enseñanza de flexibilidad, de acoplamiento, de tole-
rancia. - Y este tipo de enseñanza parece ser eficaz, por lo
menos para la felicidad de las personas. Me contaban que
los monjes budistas, por ejemplo, en Camboya y Laos,
hacen de su función el mejor servicio a la comunidad y
aceptan nuevas cosas, como por ejemplo las prácticas
modernas de la salud, con gran alegría, porque benefician
a sus comunidades. Los budistas -que yo sepa- nunca han
salido a hacer la guerra para imponer sus ideas. Se han de-
dicado a enseñar con el ejemplo, de manera que su vida
ejemplar sirva de modelo a los demás. En esa forma su
influencia ha sido permanente y estable en muchas socie-
dades.
Héctor Abad Gómez
372 El ensayo en Antioquia/Selección

Pero no estamos hablando de maestros de religión, sino


de cosas más terrenas, como la salud pública. Es increíble
lo que he cambiado, en estos veinte años en que he estado
practicando esta nueva profesión acerca del concepto mis-
mo de salud pública. Al principio era un fanático de la
salud pública. Me había propuesto difundirla e imponerla
a donde quiera que fuera. Para mí era como un nuevo evan-
gelio, como una nueva forma de vida, como una misión
que me había impuesto y que debería cumplir, pasara lo
que pasara.
A través del tiempo y de las experiencias fui cambian-
do de idea. En un momento llegué creer que la salud públi-
ca no servía para nada, o peor aún, que era perjudicial para
la humanidad. Pensé que la economía, la sociología o la
política, eran los verdaderos instrumentos para hacer feli-
ces a los hombres. Me desengañé de la salud pública, como
me había desengañado antes de la medicina, cuando a ésta
la dejé por la salud pública. Pero últimamente estoy lle-
gando -creo- al punto de equilibrio, aquel que los budistas
reclaman para todo. En esta materia - mi profesión - tam-
bién se necesita buscar el equilibrio.
Es evidente que la salud -la mera ausencia de enferme-
dad- es un gran bien en sí mismo para cualquier individuo.
Todo lo que hagamos para que una persona tenga salud,
es bueno para esa persona. Pero cuando consideramos las
cosas colectivamente, ¿en qué medida se debe buscar la
salud de todos, y a qué costo? ¿Hay otras cosas más im-
portantes que la ausencia de enfermedad? Evidentemente
sí. El “completo bienestar físico, mental y social” de que
habla la Constitución de la Organización Mundial de la
Salud, como la definición de salud, es el ideal al cual quere-
mos que lleguen todos los seres humanos. Pero a ese bien-
estar se llega por muchos otros caminos, y por muchas
otras vías, fuera de la salud pública. Muchas otras condi-
ciones, fuera de la mera ausencia de enfermedad, son nece-
El ensayo en Antioquia/Selección 373

sarias, también, para adquirir el bienestar. En todas las cul-


turas, el trabajo adecuado a las circunstancias y a la perso-
nalidad de cada cual; los sentimientos de los demás hacia
uno mismo; la vida familiar, el amor, la religión, la seguri-
dad económica y social, son tan importantes como la sa-
lud.
Por eso el celo desmedido por hacer sanos a todos, o
por erradicar una enfermedad de determinado lugar, no ha
hecho, necesariamente, más felices a las personas en ese lu-
gar. A veces esas acciones unilaterales han traído problemas
peores. Como todas las acciones unilaterales en cualquier
sentido. Los fanáticos de la alimentación también creen que
con darle comida a todos, estarán así más felices. Y los faná-
ticos de la religión, lo mismo. Y los fanáticos de la educa-
ción, de la misma manera. Y, así los fanáticos de la vivienda,
del vestido, de la recreación del deporte, de la salud mental,
de la economía. Muchos creen que el dinero es la respuesta
a todos los problemas. Pero estos “fanatismos” unilaterales
-aun por cosas en sí mismo buenas- no han traído sino más
dolores y más problemas a la humanidad.
Alcanzar la sabiduría es llegar a encontrar el equilibrio
entre cantos llamados o vocaciones. El ser humano es un
ser muy complejo. No lo podemos mirar desde un solo
ángulo. Debemos tratar de comprenderlo, íntegramente,
y así deberíamos mirar a la sociedad ya las culturas. De allí
la sabiduría de los antropólogos, los científicos sociales
modernos que más promesas pudieran hacer concebir a la
humanidad. Ellos toman el punto de vista de la integridad
de las culturas y la línea ética del gran respeto por todas
ellas... Porque todos los elementos de la cultura de un pue-
blo son muy imbricados entre sí y tratar de modificar uno,
sin modificar los demás, es imposible, y muchas veces
–aunque parezca conveniente– puede ser perjudicial.
¡Con qué gran respeto se debe mirar a cada persona, a
cada comunidad, a cada sociedad, a cada nación! ¡Con qué
374 El ensayo en Antioquia/Selección

gran cuidado nos deberíamos abstener de dar consejos para


cambios que creemos buenos, en sentimientos, acciones y
conceptos! ¡Con qué humildad deberíamos exponer lo que
consideramos nuestros valores! Poniendo siempre de pre-
sente, desde el principio, que podemos estar equivocados,
y que la libertad de escoger debe quedar en manos de cada
individuo y de cada sociedad. Qué tremendos errores co-
metidos por quienes hemos tratado de enseñar y de con-
vencer de que hay cosas buenas en sí mismas, que deben
seguirse. Con razón dice la religión católica que de buenas
intenciones está lleno el infierno.
Mis discípulos de hace quince años es posible que no
me reconozcan hoy. Pues aunque siempre traté de ense-
ñar en forma indirecta, era obvio que había cosas en las
que creía con firmeza profunda, como la primacía de la
salud pública en toda sociedad, por ejemplo, lo cual creo
que infundí en muchos de ellos. ¡En qué diferente forma
enseñaría hoy en día! Debería haber una ley que prohibie-
ra enseñar antes de que se adquiriera la sabiduría.
Los maestros, los “gur” de la India, deben ser o precoz-
mente maduros o ya viejos sabios. Porque la vida enseña a
quien quiera aprender de ella, a quien se deje guiar por ella.
Los jóvenes maestros y profesores que quisimos imponer
nuestras ideas demasiado prematuramente, cometimos
demasiados errores. Por eso veo con horror que mis discí-
pulos están cometiendo los mismos errores que cometí en
mi juventud. Están predicando e imponiendo, a otros más
jóvenes y más inmaduros que ellos, que la salud pública
debe ser su única preocupación, haciéndolos olvidar de
todo lo demás. Sólo cuando se puedan abarcar todas las
cosas, se debería permitir que se enseñara una. Sólo a los
humildes de corazón se les debería permitir enseñar. Sólo
a los que sepan que nada saben.
Cuando a Sócrates se le dio a beber la cicuta, probable-
mente los atenienses tenían razón. No por lo que enseñó
El ensayo en Antioquia/Selección 375

en su ancianidad, o por lo que creía cuando ya había al-


canzado la sabiduría, sino por lo que , enseñó antes, en sus
años mozos. Qué gran cantidad de equivocaciones las que
cometemos los que hemos pretendido enseñar, sin haber
alcanzado todavía la madurez de espíritu y la tranquilidad
de juicio que las experiencias y los mayores conocimien-
tos van dando al final de la vida. Cuando la profesión del
maestro, que debería incluir solamente a antropólogos,
científicos, sabios y hombres buenos, sea la más alta, más
respetada y mejor escudriñada profesión de la tierra, esta
civilización y estas sociedades occidentales habrán alcan-
zado la sabiduría y la maduración, que algunas sociedades
orientales alcanzaron.
Los movimientos estudiantiles de los países occidenta-
les, que pretenden aprender más del oriente, creo que van
en dirección correcta. No es que tengamos que volver al
fatalismo, al atraso, a la miseria, a la superstición y a la
magia. Por el contrario, debemos buscar por modernos
caminos al sabiduría y la bondad. Podemos y debemos
utilizar las nuevas herramientas de la humanidad, la técni-
ca y la ciencia, pero debemos utilizarlas con cuidado, con
humildad, con responsabilidad y con un gran conocimiento
del inmenso peligro que representa usarlas indiscriminada-
mente y a toda costa, aún con las mejores intenciones.
La ciencia y la técnica son caminos, seguramente, más
adecuados para alcanzar la felicidad terrena que la misma
religión. Las religiones -las grandes religiones- llegaron a la
conclusión de que la felicidad terrena era imposible, y que,
por tanto, había que alcanzar la felicidad en “la otra vida”.
Las ciencias físicas, psicológicas y sociales, la antropolo-
gía, por encima de todas, parecen llegar a la conclusión de
que la felicidad es posible, dentro de ciertos límites. Yo lo
creo así. No estoy predicando el regreso indiscriminado
hacia lo antiguo. Por el contrario. estoy tratando de apren-
der lo que lo moderno nos ha enseñado. Pero los técnicos
376 El ensayo en Antioquia/Selección

y científicos son a veces también fanáticos -como los anti-


guos y aún actuales fanáticos religiosos y políticos- que
tampoco han alcanzado la sabiduría.
El mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría sola
tampoco basta. Son necesarios la sabiduría y la bondad
para enseñar y gobernar a los hombres. Aunque podría-
mos decir que todo hombre sabio, si verdaderamente lo
es, tiene también que ser bueno. Porque la sabiduría y la
bondad son dos cosas íntimamente entremezcladas. Lo que
deberíamos hacer los que fuimos alguna vez maestros sin
antes ser sabios, es pedirles humildemente perdón a nues-
tros discípulos por el mal que les hicimos.
El ensayo en Antioquia/Selección 377

El subdesarrollo mental
El subdesarrollo mental no es sólo consecuencia del subde-
sarrollo económico y social sino que es una de sus principa-
les causas. La educación colombiana tiene por productos
mentes subdesarrolladas, de estrecho criterio, fanáticas reli-
giosas, económicas y políticas, que no han contribuido prác-
ticamente con nada a la cultura universal. Al estudiante y al
profesor colombiano se les atemoriza si piensan libremen-
te, y se desestímula su creatividad y su independencia. Los
maestros y profesores tienen que ser conformistas y some-
terse al sistema si quieren sobrevivir. Este es un criterio con-
servador dé la cultura y de la educación. Debemos rescatar
a la educación colombiana de este lastre que está impidien-
do nuestro desarrollo económico, cultural y social.
El liberalismo colombiano debe proclamar valientemente
la libertad de enseñanza y la cátedra libre y liberar a la edu-
cación de toda tutela religiosa o política. La educación pú-
blica debe ser apolítica y arreligiosa. Los padres pueden edu-
car a sus hijos como a bien tengan, pero el Estado no debe
imponer criterios políticos o religiosos en la educación pú-
blica. Esto es esencial para el avance científico, cultural y
social del país. La ciencia no puede tener partido o religión.
La ciencia y la investigación deben ser absolutamente libres,
sin más limitación que la ética humana.
Al estudiante debe enseñársele que debe buscar el bien
por el bien mismo y no por un pretendido bienestar so-
brenatural. Al estudiante debe infundírsele patriotismo y
hermandad entre los hombres, no porque esto lo procla-
me ninguna religión, sino porque la humanidad ha llegado
en su desarrollo a aceptar esto como un más alto nivel
ético. Sólo con plena libertad de conciencia puede desa-
rrollar el hombre su creatividad y puede salirse de los lími-
tes artificiales que le impone un pasado de fanatismo y de
378 El ensayo en Antioquia/Selección

errores. La humanidad tiende a liberarse de toda coyunda


doctrinaría y la ciencia y la cultura son los principales ins-
trumentos para esta liberación. Toda la ciencia y la cultu-
ra universales deben ponerse a disposición del hombre
colombiano, y no sólo aquellas partes que un grupo haya
decidido arbitrariamente que son las que le convienen o
que son las verdaderas. La libre búsqueda de la verdad y
no una pretendida “verdad” impuesta desde arriba debería
caracterizar a la educación colombiana.
Para el conservatismo la educación debe ser tradiciona-
lista, destinada a conservar las actuales estructuras econó-
micas y sociales y supervigilada, si no dirigida total y
totalitariamente por la Iglesia Católica.
El liberalismo debe adoptar la posición de que la educa-
ción debe ser libre. El estado colombiano no tiene ningún
derecho a imponerle a los niños y a los jóvenes colombia-
nos ninguna filosofía histórica, política o religiosa. El fin
primordial de la educación debe ser el de formar una perso-
nalidad que mire con criterio científico los fenómenos his-
tóricos y sociales y que con una perspectiva universal asu-
ma la posición de miembro de un país subdesarrollado con
el criterio de que una de sus misiones en la vida es contri-
buir a hacer salir del subdesarrollo a su país. La educación
debe contribuir al avance social y cultural del país, y esta
mira debe tenerse presente a todos los niveles: primario,
secundario, vocacional, universitario y superior.
Este sería el criterio liberal de educación que, en resu-
men, podría concretarse así:
Primero: Libre búsqueda de la verdad.
Segundo: Libertad de investigación científica y académica.
Tercero: Estímulo de una ética humanitaria universal.
Cuarto: Patriotismo dirigido hacia el desarrollo cultural.
Quinto: Apertura a todas las corrientes de pensamiento
del pasado y del presente culturales de la huma-
nidad.
BELISARIO BETANCUR

Antioquia
en busca de sí misma*

1. El subsuelo histórico
Haríamos a Antioquia el mejor homenaje si, aprovechan-
do que estamos entre antioqueños, aplicáramos sinceridad
al repaso de nuestro presente, al fin de indagar si seguimos
siendo los mismos y continuamos guardando el compás,
para de allí extraer alguna lección útil a nuestro futuro.
Ante el país aparecemos como un Departamento líder,
poseedores de un patrimonio cultural amasado con viejas
virtudes y guardianes de una tradición hazañosa de esfuer-
zo y de grandeza.
Examinada a fondo la realidad, nosotros más conscien-
tes y mejor versados en nuestros propios asuntos que el
resto de nuestros compatriotas, vemos descarnadamente,
sin embargo, que en este diagnóstico hay una superposi-
ción de imágenes: sobre la realidad de nuestros días, flota
el velo de un pasado rico en realizaciones, tan prestigioso
que puede plantear un riego de engaño y tergiversación.
Lo que importa es, entonces, separar del primer man-
to de nuestro subsuelo histórico, los fenómenos contem-
poráneos, y ver fríamente los problemas de hoy con ópti-
ca realista.

* Foro en el Recinto Quirama, Carmen de Viboral. Publicado en el


suplemento literario de El Colombiano, Medellín, octubre 14 de 1973.
380 El ensayo en Antioquia/Selección

2. Esta fue la odisea


Antioquia hizo lo que hizo, agobiada por toda suerte
de limitaciones. Superarlas fue su odisea.
Cabe preguntarse si tan atrevido gesto, capaz de alla-
nar la adversidad, hubiera hecho y estaría haciendo más,
ahora cuando los ingredientes del momento son un esce-
nario enteramente propicio; o, en otras palabras, si lo bue-
no que vemos en presente se debe más al tradicional im-
pulso, afianzado por el poderío de la voluntad que crea y
organiza, o quizá, en mayor medida, a factores nuevos,
representados en la acumulación y capitalización ingente
de un caudal heredado.
Me atrevería a responder, y lo afirmo como quien plan-
tea una inquietud objetiva, que la vieja Antioquia tal vez
hubiera aprovechado mejor el concurso de los nuevos
tiempos para incrementar y enriquecer de mil maneras los
anales de su vida colectiva, que lo que estamos haciendo
nosotros.
Es una constante histórica que tras los esfuerzos crea-
dores vienen las tareas de la administración; tras la aureola
de los héroes desfila la inteligencia burocratizada.
Y ello no solamente aquí.
Importa que en esto se medite para que, si hay algún
ápice de razón, lo apreciemos con el ánimo de aumentar el
sentido creador de la tarea que corresponde a toda clase
auténticamente dirigente.

3. Una verdad deficiente


Es pertinente apuntar aquí algo que se relaciona con
los caracteres más peculiares de toda comunidad, y frente
a lo cual existe la tendencia de tomarlo como calidades
congénitas o históricamente invulnerables.
El ensayo en Antioquia/Selección 381

La verdad es un poco diferente.


Cuando sobrevienen hechos nuevos, cuando esas co-
munidades se mezclan, cuando se pone fin a su primer
encierro y su mundo se abre a influencias externas, los
rasgos más típicos tienden a atenuarse.
A la idea de la Antioquia clásica, mítica y legendaria,
hay que proyectarle ahora realismo: las especiales circuns-
tancias que le sirvieron de cuna, están siendo sustituidas
por grandes fuerzas transformadoras.
No hay que soñar con la supervivencia de un modelo
eterno: la más ligera observación de nuestra vida cotidiana
señala a uno y otro lado, ininterrumpidamente, manifesta-
ciones inéditas del comportamiento. Y lo más importante
no consiste en mantenerse atados a una idea de cómo la
realidad es, sino en seguir sus evoluciones para ir tradu-
ciendo sin cesar el acervo considerado mejor, al lenguaje
de los nuevos hechos.

4. Nuestra mayor reserva


Al conjuro de esta convicción, quiero invitarlos a en-
focar un interrogante: ¿Cuál ha sido en el pasado nuestra
mayor reserva, aquella fuente de donde siempre fluyó nues-
tra fuerza creadora más grande? ¿El itinerario de nuestros
comportamientos demuestra que, de veras, estamos ape-
lando a este eje de nuestro desarrollo, para aprovecharlo
en las empresas del futuro?
Permítanme formular al respecto un diagnóstico sin
adulaciones: en el pasado nuestros padres y abuelos hicie-
ron a Antioquia pensando en Antioquia; hoy la quere-
mos hacer pensando en su epicentro, Medellín.
Parece como si nos hubiéramos propuesto construir
una capital. Exprimir la esponja para edificar una gran ciu-
dad o una poderosa área metropolitana. Ello como si todo
fueran corrientes tributarias, orientadas por el sentido de
382 El ensayo en Antioquia/Selección

un proceso de desarrollo convergente, que se nutre de las


últimas energías de un organismo exhausto en cuyo latir
resuenan ecos de una decadencia.
A medida que las cifras en que fundamos nuestro opti-
mismo se suceden y expanden, se hace más visible que
dilapidamos, no por deliberación sino por desenfoque y
por descuido, el mejor venero de nuestras energías; y mal-
gastamos ese rico caudal que hoy desmaya frente a una
urbe desmesurada, bella y próspera, que amamos entraña-
blemente, pero en cuya ola de crecimiento va envuelta se-
cretamente la segregación de la Antioquia de siempre.

5. En los campos y pueblos


¡Reitero mi profesión de amor a nuestra capital! ¡Pero
me declaro pueblerino!
Antioquia se hizo en los campos, en los pueblos y en
los caminos: ¡dónde estaba la gente que era todo su nervio!
La sustancia de su mística, de su emoción y de su pen-
samiento; el ascenso de su proceso histórico; las peculia-
res maneras y estilos de su trabajo, todo aquello positivo
en que se asienta la aureola que nos circunda, viene de allí
y está denunciando este fenómeno.
Cualquier modo de acción que, en forma directa o in-
directa, pretenda o lleve a la pretensión de sustituir con los
recursos del capital, del management y de la planeación, el
gran tesoro de los antioqueños, su gente (¡su gente donde
ella esté!) expandida por todos los entreveros y rincones
de nuestra geografía, estará llevando a un error y a un des-
perdicio.
Las luces y las facilidades que brindan las técnicas y los
saberes adoptados deben ser apenas un continente adicio-
nal. No debe tratarse de restar y de reemplazar, descartan-
do, sino de sumar y buscar el punto de equilibrio, que es el
que expresa nuestro mejor parámetro de posibilidades.
El ensayo en Antioquia/Selección 383

Porque en la historia se avanza por las vías de las gran-


des síntesis: no barriendo sin clemencia, sino parándose
sobre el minuto precedente para más claro y más lejos,
aumentando así, con nuestra estatura, el alcance de la mi-
rada y las posibilidades del horizonte que está siempre ade-
lante, esperándonos.

6. Cultura paisa
Un Carrasquilla, un Rafael Uribe, un Efe Gómez o
Tulio Ospina, un Pedro Nel Gómez, un Fernando
González, un Barba o un León de Greiff, hablando del
cuerpo increíblemente vivo de nuestra cultura paisa, tan
profundamente antioqueños todos, son esencia de la
esencia de los antioqueños, de las virtudes recónditas
que quedan aún pero que hoy están asediadas por el
cosmopolitismo.
No son esas virtudes literarias, o artísticas, o filosóficas
o políticas. No, no son eso sólo: dimanan de allí mismo,
de donde vienen los capitanes de empresa, los pioneros de
nuestra industria, los organizadores de nuestra abundan-
cia. Se palpa que sus páginas y sus cuadros están hechos
de la misma greda de que están hechos los productos de
nuestros telares, ¡del fruto de la tierra!
De la misma capacidad que hoy anda desparramada por
todos los lugares, a los cuatro vientos; a donde hay que ir
a recogerlos y a mostrarles el camino que restablezca la
comunicación y coherencia de sus afanes frustrados, con
la empresa común de crear un idioma compartido de solu-
ciones vitales para el común de nuestros conciudadanos.
Los españoles de la era romana sentían que, si bien
no podían dar nada en impuestos, entregaban, sin em-
bargo, el caudal de sus grandes hombres, de sus unidades
más egregias.
384 El ensayo en Antioquia/Selección

Volvamos los ojos a esta realidad, resueltamente, a ver


si por allí encontramos cómo retomar el curso extraviado
de nuestro crecimiento integral.
Porque es urgente que este avance de Antioquia no
sea un fenómeno capitalino sin armonía ni congruencia,
sino todo un simétrico desplazamiento que, al incorpo-
rar en forma orgánica el conjunto de su problemática, le
traiga también, en compensación, el regalo de toda su
potencia.

7. Larga investigación
Estos son temas para una larga investigación, para in-
vocar en su apoyo todo el laboratorio de los datos y de las
estadísticas.
No dejo, por eso, de mencionarlos, ya que vinimos aquí
a dejar semillas y preocupaciones; porque, a lo mejor, pue-
da cada cual rememorar en forma rápida algunas eviden-
cias que indiquen que no todo anda tan bien, y que debe-
mos ponernos a la tarea de detectar nuestras deficiencias y
a buscar cuáles son, concretamente, las medidas aconseja-
bles para llegar a un golpe de timón y a una corrección de
rumbo.
Volvemos sobre Antioquia amorosamente, y es bue-
no enunciar algunas ocurrencias, pensando que quizá re-
sulte oportuno llamar nuevamente la atención, por ejem-
plo hacia la necesidad de reivindicar en los programas y en
las metas de la administración, el papel y la importancia de
nuestra periferia.
El espíritu descentralista es tanto más respetable cuan-
to responda mejor a una filosofía: la de que debe irrigarse
la corriente de los recursos de todo orden en toda escala,
para que no haya centro ni subcentro, ciudad o pueblo,
que pretenda absorberlo todo, sin dar adecuada participa-
ción a las zonas más alejadas, y en la medida que se alejan
de los mecanismos de acción, y de capacitación y consu-
mo de recursos.
Antioquia debe llevar a sus últimas consecuencias su
lema descentralista: aplicarlo internamente y volcarse,
como un apremio de la hora, a reconstruir los canales de
su vitalidad provinciana, si no quiere ver a Medellín con-
vertida en un vampiro que la succiona para rodearse de
espectros.

8. La vida municipal
Mi conclusión consiste en que hay que revivir la vida
municipal y comarcana. Que hay que propugnar por de-
volverle su autonomía y su propia capacidad, la plenitud
de sus medios, a la angostada vida provinciana.
Antioquia fue siempre municipalista. Los fueros natu-
rales de las localidades eran siempre un postulado que no
venía de la teoría ni de los manuales de la buena adminis-
tración o de la buena política, sino de las implicaciones de
la realidad y de su más genuino contexto. Era un saber
innato, una exigencia visceral y entrañable, que se levanta-
ba en todos los puntos cardinales para reclamar la ubicui-
dad del buen gobierno y de la buena providencia pública.
Si Antioquia volviera a tomar ante el país esta bandera
hoy a media asta, pero que sigue izada desde lo más hondo
de nuestra idiosincrasia, aunque ya con asomos de amarga
desilusión; si Antioquia se empinara con este gesto, ha-
bríamos de ver entonces cuántas voces en coro se levanta-
rían para secundarla, sintiéndose interpretadas y capitanea-
das en un impulso de indudable emergencia.

9. Reforma constitucional
Quiero agregar que en estos campos hay mucho por
hacer desde todos los extremos: lo que requiere una refor-
386 El ensayo en Antioquia/Selección

ma de la Constitución, hacerlo, aunque puede llevarse a


cabo con la ley; lo que el Gobierno Nacional podría reali-
zar dentro de la ley con simples reglamentos; y así, en se-
rie, descendiendo, lo que pueden las ordenanzas por sí
mismas y aun las simples administraciones seccionales apli-
cando criterio de mera política.
En el campo de la tecnificación y sentido práctico de la
educación primaria rural; de la administración de las zonas
campesinas; de la participación ciudadana en la administra-
ción municipal; de la sectorización o nucleación de ciertas
órbitas intermunicipales para fines de administración autó-
noma y delegada; de la mejor colaboración con los peque-
ños municipios, los distritos zeta que hay en todos los de-
partamentos; en materia de regionalización, para ciertas miras
prácticas de planeación y administración; en una efectiva
mejora y tecnificación de los administradores municipales:
en la intensificación de la asesoría y orientación de los mu-
nicipios, en todo esto hay grandes tareas por hacer.
Como las hay en la utilización del tiempo muerto, más
que libre, de las mujeres, de los ancianos y de los niños en
nuestros pueblos, mediante el fomento de sistemas espe-
ciales de ocupación financiada e industrialmente utilizable.
Sé que esta preocupación no está ausente de las cabe-
zas rectoras del Departamento. Y también, que se han fun-
dado instituciones cuya labor es encomiable al respecto.
Mi insinuación quiere subrayar que ésta es la senda por
donde Antioquia debe marchar, si quiere reencontrarse con
las grandes posibilidades de su destino histórico; y que a
esta luz es a donde hay que mirar, para recuperar el tiem-
po perdido.

10. La joven inteligencia


Y finalmente, una insistencia en la importancia de esti-
mular y proteger, por todos los medios al alcance, el papel
El ensayo en Antioquia/Selección 387

de la joven inteligencia antioqueña: de sus escritores, de


sus pensadores, de sus investigadores, de sus artistas, de
todos los que manejan la materia prima de las emociones y
de las ideas.
Porque si en alguna parte del país estas capas intelec-
tuales están centradas en su ambiente y trabajan con mate-
riales de la realidad, es en Antioquia: donde la cultura siem-
pre ha tenido vocación por la vida cuotidiana y por los
problemas dentro de los cuales la gente se debate; y que,
por eso, se mueve también dentro de un público recepti-
vo, ansioso de asimilar los productos de su laboratorio
mental.
Esas vanguardias independientes pueden procesar y
elaborar muy útiles orientaciones y aconsejar derrotero,
en una época fluida y cambiante, que quiere una gran rapi-
dez de maniobra si no se quiere quedarse atrás o ir a la
zaga, a merced de tardías rectificaciones.
Antioquia los necesita, para estar constantemente pre-
guntándoles por su futuro. Ellos representan una precio-
sa oportunidad para controlar la marcha según los dicta-
dos de una democracia efectiva.
ALFONSO GARCÍA ISAZA

La velocidad,
signo del presente
I. Preámbulo
¿Cuál será la característica que podemos determinar como
distintiva de la edad contemporánea, como la que la sintetiza
y define? Quizás esta inquietud, esta actitud inquisitiva no
quede satisfecha con despachar una respuesta apretada en una
palabra o al menos en una frase corta sino que habrá de
desentrañarse el complejo de la modernidad posiblemente con
varias hipótesis y verificaciones para hallar la contestación al
abrumador interrogante. Y de todas formas el empeño que
ella suscita tiene la dimensión de toda una empresa intelectual
tan vasta como presumiblemente múltiple en sus resultados,
si es que puede llegar a conclusiones rigurosas y ciertas o ape-
nas acotar el espacio donde se mueven mil sugestiones que
dejan de ser respuestas para tornarse en otras tantas pregun-
tas. Pensemos por lo demás, que todas las tentativas estarán
marcadas con la ondulación de cada pensamiento filosófico,
científico o sociológico donde ellas toman peso, y las diferen-
cias en las respuestas serán más acentuadas que sus semejan-
zas o coincidencias con distancias tan grandes como las que
van del existencialismo, el marxismo, la física de los cuanta,
de la relatividad a las concepciones cristianas, idealistas, a una
sociología behaviourista, al pensamiento estructuralista.
De lo que no cabe duda es que si la velocidad no es la
respuesta concluyente, totalizadora, sí se manifestará como
una de las raíces con inmensas ramificaciones que susten-
tan nuestro mundo de hoy.
El ensayo en Antioquia/Selección 389

El hombre veloz podría llamarse el representativo de


nuestra época por la transformación que le ha impuesto
en su propia naturaleza la velocidad, por lo que le ha crea-
do de su actual circunstancia y cuanto de nuevo e insospe-
chado le traerá en un futuro inmediato.
Cualquier porción temporal del siglo presente confron-
tada con cualquiera del pasado muestra una diferencia en
el proceso del avance técnico y en su influjo en todos los
estudios de la cultura mayor que antes.
Las comunicaciones, el desarrollo industrial, el mundo
científico y hasta la guerra han llegado hoy donde están
con una rapidez que en mucho retrospectivamente, diga-
mos en cien años, su perspectiva tiene para el hombre de
hoy la sensación de lejanía como hace un siglo sería la que
se obtenía contemplando tres o cuatro centurias hacia atrás.
Y hacia el futuro, ¡ah! el abismo que se abre es vertiginoso.
Ahí están ya los ordenadores como signos de otro mundo
muy diverso del de ahora y que está “ad portas”.
¿Podría pensarse que al hombre le han nacido alas?
Quizás la vieja, la milenaria imagen sea ya tan anacrónica
que ha de ser reemplazada por la exhalación de la onda
luminosa o sonora: así será nuestra versatilidad. Para en-
tonces la velocidad habrá devorado este presente alucinante
y empezaremos de nuevo a recrear, a restaurar el mundo
otra vez, paso a paso. Mientras todo esto puede acontecer
o puede quedarse en el mundo de los sueños, vale la pena
meditar un poco sobre la velocidad, continuar estar re-
flexión no en el plano de la física sino escarbando así sea
un poco en lo trascendente de su omnipotente presencia
en el hombre y en las cosas.

II. Naturaleza y velocidad


Todo se mueve, todo fluye en el mundo. Parece que
esta afirmación radical no sufre duda. El sentido común la
390 El ensayo en Antioquia/Selección

presupone. Pero averiguar su razón, la razón de esta ver-


dad ya es un nuevo tema que conlleva una complejidad
mayor y difícil. En la subordinación universal de unos se-
res a otros en escala ascendente de perfección y a favor de
una perfección del ser superior podrá hallarse la explica-
ción del movimiento dentro de esa unidad cósmica que va
desde el átomo, el protón, hasta el hombre y su espíritu.
Así, el ser humano, las cosas, no están ahí, sin más, tienen
una finalidad, una especie de intencionalidad hacia la que
se mueven buscando su integración. Es el tránsito, el mo-
vimiento, el paso de lo que todavía no es a lo que es, de lo
que es mera potencia, facultad, principio, a lo que es acto,
plenitud, perfección.
Del silencio a la expresión oral, de la detención al cami-
nar, de lo que pienso hacer al hacer mismo, de la semilla al
árbol, del huevo al ave, del niño al hombre.
La velocidad no es otra cosa que el movimiento en pro-
porción mayor o menor con relación con otro movimien-
to y que supone su mayor o menor desarrollo y potencia.
En las cosas y los animales la velocidad interna y exter-
na de su crecimiento y relación de un movimiento con el
resto de la naturaleza física pudiéramos decir que obedece a
un ritmo sólo alternado de tiempo en tiempo por las gran-
des manifestaciones y transformaciones telúricas, no tienen
una autonomía, un dominio sobre su propio movimiento
para aumentarlo o disminuirlo y los animales apenas si lo
desarrollan para huir o perseguir bajo el imperio del instin-
to. Ni las cosas hallaron un método al cual acomodarse para
manejar la aceleración del movimiento fuera del que les dio
la naturaleza desde un principio, ni el animal inventó nada
nuevo diferente a lo suyo a este respecto. De no aparecer el
hombre la realidad física del movimiento sería hoy como en
los días del génesis. Las leyes físicas de la velocidad están,
pues, ahí manifestándose espontáneamente dentro de la in-
mensa maquinaria de la naturaleza.
El ensayo en Antioquia/Selección 391

III. Hombre, velocidad y técnica


Aparece el hombre y la realidad se vuelve otra. Va a
crear y a inventar. El mundo es cada vez más extenso y el
tiempo es corto y urge vivir dentro de esos dos extremos
satisfaciendo necesidades cotidianas que le imponen la na-
turaleza y su propio avance. Presumiblemente todo el que-
hacer primitivo fue obra de la fuerza física para vencer las
iniciales resistencias naturales a la vida humana. Pero ya
por entonces se imponía la rapidez echando mano de ins-
trumentos y dispositivos que aligeraran la tarea, v. gr., del
hacha sin conocer las leyes de las palancas pero aplicándo-
las en un hallazgo muy probablemente ocasional. Golpear
con la piedra afilada agarrada directamente por la mano
producía su efecto buscando cortar, desmenuzar pero len-
tamente. Incrustándola a un mango, a un trozo de madera,
resultaba la fuerza del impacto mayor y el efecto más rápi-
do. No era lo mismo, entonces, desbrozar, destrozar, la-
brar con la natural acción de la mano y el brazo que con el
nuevo artefacto. Y así, de seguro, fue con el remo y con
cualquier instrumento que sirviera de palanca. La flecha
sirvióle de defensa para apresurar con alguna certeza y sin
mayor riesgo el éxito de su lucha con la fiera o con el hom-
bre mismo, su semejante, contrarrestando precisamente
con ella la velocidad del ataque enemigo o para cazar el
animal que huye o vuelva aprovechándose de su mayor
rapidez que la del hombre en la carrera pero que es atrapa-
do cuando la velocidad del proyectil supera la de la fuga o
el vuelo animal.
Hay, pues, ya algo nuevo sobre la tierra que empieza a
cobrar fuerza y a transformarla. Los instrumentos que se
ingenia el hombre para su trabajo empiezan a ahorrarle
esfuerzo y de contera a aligerar y perfeccionar la labor. De
la unión de la simple fuerza humana con el dinamismo de
las cosas nace la creatura poderosa del cambio.
392 El ensayo en Antioquia/Selección

Las mismas consecuencias hoy se consiguen con me-


dios más perfectos, con máquinas infinitamente superio-
res, y fantásticas comparadas con las rudimentarias del
período paleolítico o del bronce pero que al fin y al cabo
están en la misma línea de los principios mecánicos que las
primitivas aplicaron en la ejecución del trabajo mismo pri-
migenio. La rueda de hoy se moviliza con medios diferen-
tes, pero es la misma dinámica la que opera, las palancas
tejen con sus leyes la mecánica básica hoy como ayer. Sin
aquella y sin éstas no habría el complejo cultural y civiliza-
dor que palpamos.
El tejido a mano de un paño apenas si daría un rendi-
miento para vestirse el manufacturero y su familia con una
elaboración dispendiosa si pensamos que entonces no ha-
bría ni telar y quizás ni agujas o lengüetas y él mismo ela-
boraría la fibra para tejer la urdimbre. Cuando inventó el
telar primitivo el hombre aumentó el rendimiento y se li-
beró de un trabajo minucioso: la lanzadera, las palancas y
el torno le hicieron más rápida la elaboración de la tela que
ahora sale de las máquinas de las fábricas textileras moder-
nas con una velocidad en la fabricación cada vez superior.
Ahorro del trabajo para hacerlo más veloz y velocidad
en el efecto mismo es decir necesidad de ganar tiempo para
atender otras solicitudes. Si todo el día había que emplear-
lo tejiendo no se podría pescar, ni pastorear, ni cultivar la
tierra. El tiempo es corto y son muchas las cosas a las que
el hombre tiene que enfrentarse en su supervivencia; el
mundo es grande y el trabajo está en domeñarlo y ha de
hacerlo necesariamente, de lo contrario el hombre sucum-
be. Ahí está la creatura humana para hacer todos los días
más en poco tiempo; sobre un ámbito extremamente dila-
tado tiene que correr, tiene que volar.
Y a medida que responde a sus urgencias, su satisfac-
ción supone otras necesidades previas naturales o creadas.
La fabricación de la tela exige el telar, éste un eficaz siste-
El ensayo en Antioquia/Selección 393

ma mecánico, el metal, la madera elaborados adecuadamen-


te; la caza no existe sin el transporte y éste sin los medios
del acarreo. La cadena indefinida de causas y efectos se
halla en la atención de cada necesidad satisfecha. Hoy esa
cadena de causas y concausas trata de ser suprimida. Se
busca el efecto último de inmediato, y las fuentes de ener-
gía en gran parte hacen el milagro.
Si el primer modo de transporte del hombre es cami-
nar con sus pies, para grandes distancias una vez dominó
el caballo, el elefante, el camello, el buey como vehículo se
dejó de las grandes jornadas pedestres como hoy con el
automotor que relegó definitivamente cualquiera otro sis-
tema de transporte anterior.
Debe contarse, además, con la competencia de diferen-
tes sistemas en una misma época que solicitan la curiosi-
dad y el deseo. Desde luego es más cómodo viajar en avión
que en barco o automóvil, ferrocarril, oír la noticia por la
radio que leerla en los periódicos.
De repente el hombre al salir de su primitivismos se
vio envuelto en la velocidad de sus propios medios, crea-
ciones e inventos. Se encontró en su medio creado en
mucho por él mismo. Y últimamente las cosas le servirían
más, cada vez más, pero cada vez lo nuevo se tornaba más
rápidamente obsoleto con la aparición de otras cosas simi-
lares y mejores, otros sistemas más perfectos, más ágiles,
más para hoy. De tal forma el hombre se excitó para redu-
cir el espacio a un punto y el tiempo a un instante. Por eso
vuela y no camina, acorta los viajes, acelera permanente-
mente todo proceso para obtener los más perfectos bie-
nes “hic et nunc” y quiere ver, oír, y hablar de todo y de
todas partes y de todo tiempo y en todo el mundo.
Tener, trasladarse y comunicarse rápidamente, he ahí
lo que lo atrae sin remedio, con un deseo vehemente pero
contenido al través de unas decenas o centenas de siglos,
que satisfacía poco a poco; con un alado desasosiego en
394 El ensayo en Antioquia/Selección

las últimas décadas de este siglo. El ser sediento, afanoso


como la doctrina budista considera al hombre hoy agoniza
exhausto con un inmenso caudal que no le apaga el fuego
de su sed. La potencia quiere hacerse de inmediato acto, el
principio convertirse en plenitud. La fatal condición que
impulsa al hombre a “tener que llegar a…” tiene dos estímu-
los, el instinto y la razón que obran simultáneamente con la
prevalencia del primero. Pero dejemos para más adelante el
desarrollo de estas ideas que surgen de esta consideración.
El interés del momento era describir como el hombre apre-
tado por el tiempo y el espacio, urgido de necesidades usa
de la velocidad para moverse, tener y comunicarse. Es la
manifestación agónica muchas veces de la herida metafísica
que lo parte en dos: una potencia, un acto; una proyección,
una realidad; algo que puede ser, y el ser.

IV. Continuación
Esta condición de urgida apetencia ha hecho del hom-
bre un técnico. Posiblemente para subvenir de inmediato
la necesidad natural o para atenuarla cuando se presente o
evitarla en lo posible, si es el caso, todo sin afrontar direc-
tamente la lucha cuerpo a cuerpo con ella, sino creando
los medios, la técnica, la estrategia que obren por él. Los
inventos y descubrimientos no tendrían razón de ser si la
eficacia de sus virtudes y propiedades no alejaran al hom-
bre de la pelea, inerme, por la vida. La técnica es la
escafandra del hombre en su buceo vital con lo que trata
de evitar trabajo, riesgo y lograr rapidez hasta donde más
le sea posible.
Sería muy dispendioso calzar el pie primitivamente. La
imaginación crea mil procesos, todos ellos más o menos
complicados y más o menos pesados para hacer un calza-
do hace tres mil años de los mismos que por entonces se
usaban. Cazar el animal de buen cuero, separárselo, mace-
El ensayo en Antioquia/Selección 395

rarlo, cortarlo, extraer el correaje, reunir todo lo necesa-


rio para fabricar las sandalias o más tarde los coturnos hoy
parécenos fácil tarea porque instintivamente trasladamos a
ese lejano pretérito la facilidad con que hoy lo hacemos,
pero cuánto dista realmente el pesado trabajo de la obra
primitiva de la facilidad y rapidez de la técnica con que hoy
se fabrica un zapato italiano o inglés, colmos de la perfec-
ción y la elegancia y suavidad que los caracterizan. Dentro
del tiempo gastado para la hechura del calzado prehistórico
o primitivo, son millones de zapatos que hoy perfectamen-
te se fabrican para atender la demanda de un artefacto de esa
especie que satisfaga la cobertura del pie sin mermarle rapi-
dez y movilidad al paso y hasta donde es posible agilizarlo.
Y así de lo demás en la máquina, en la máquina más elemen-
tal o en la de mayores complicaciones.
Pero hay algo más notable e importante. No es posi-
ble pensar en un complejo de alta mecánica dedicado a
elaborar artefactos por perfectos y acabados que sean si
su producción es por naturaleza tardía y de pocas unida-
des. No tiene sentido esa hipótesis. La técnica es no más
que una aceleración y perfección mayores en los resulta-
dos de los elementales principios de la física como ya se
advirtió. Toda fuente de energía suministra la potencia para
hacer más, mejor y velozmente. Este es el objetivo a que
tira todo el quehacer físico humano en cualquier tiempo y
con cualquier medio. Las transformaciones científicas y
técnicas, no han reemplazado los principios elementales
de las palancas, de la rueda, los hacen más dinámicos y su
aplicación más variada.

V. Velocidad, economía y competencia


Las últimas décadas, ya ello se anotó, han creado un
ámbito de desasosiego, de vértigo para el hombre y son
precisamente los años de la era industrial donde la técnica
396 El ensayo en Antioquia/Selección

ha alcanzado mayor significación con el desarrollo de las


posibilidades de su rapidez, su colosal fuerza de produc-
ción y de perfección de la obra. Ello no es una coinciden-
cia. Siendo sin duda alguna por sí misma incalculable la
importancia en el tema de la aparición de las máquinas
modernas que tuvieron capacidad para avanzar desmesu-
radamente con las nuevas fuentes de energía, lo que ad-
quiere relevancia imponente es la incidencia de la compe-
tencia en el proceso económico e industrial y de contera
en la velocidad que aparece ya desatada e incontenible.
El objetivo de la economía es subvenir la carencia de
bienes y servicios, atender la demanda de necesidades y
hacerlo, claro está, rápidamente. El hambre no puede dar
espera. Producción y distribución eficiente y veloz es una
verdad entrañada en cualquier teoría económica. Pero es
ahí donde se origina, estimulada por el lucro, la competen-
cia, la lucha comercial e industrial que al producto que acaba
de aparecer hay que superarlo con el que ha de salir den-
tro del breve tiempo al mercado. Más y mejor son sus no-
tas para cubrir las zonas de demanda y crear otras para
ganar la aceptación con una rapidez insólita para no llegar
cuando un tercero ha ganado la partida. Quien más tiene
hará más, mejor y rápidamente. Es el poder del capital
unido a la industria. Es la era capitalista. Se montan siste-
mas de producción y distribución que implican nuevas
cosas, nuevas necesidades. Si el servicio de la aviación se
perfecciona con el jet pues hay que volar en jet, no se pue-
de pensar cubrir el viaje en un avión de 1914 y cruzar el
Atlántico en una goleta del siglo XVIII, es una aventura
exótica cuando está a la mano el servicio de los grandes
trasatlánticos.
¿Cabe pensar en solazarse hoy escuchando el disco de
mi predilección en una ortofónica de 1920?
A ese instinto de mejora, de utilidad todos los días más
creciente, atienden velozmente la industria, el comercio,
El ensayo en Antioquia/Selección 397

lo modelan, lo estimulan, lo educan para bien o para mal.


Allí está pues el monstruo: velocidad en la fabricación,
velocidad en la oferta, velocidad en crear la necesidad…
Todo esto es más que averiguado y se trae a cuento
para que el concepto de la velocidad quede peraltado.
En los campos de la competencia es cabalmente donde
la invención se aguza y perfecciona. Hoy los hallazgos téc-
nicos y científicos se han producido en la confrontación
económica, principalmente, como en la bélica o de pode-
río internacional y pocos acontecimientos científicos se-
rán los que se salgan de esa circunstancia o no deriven ha-
cia ella. Así, por ejemplo cualquier innovación repentina
en los medios de comunicación creada por un científico
preocupado sólo por su afán de tal, la absorbe la compe-
tencia económica, la internacional, y, obviamente, dicho
avance puede hacer ganar una guerra.
Siempre hubo competencia y desde un principio como
motora de la industria económica de inventos; la necesi-
dad es madre de la industria y la competencia tiene esa ur-
gencia, es necesaria. Nada más inevitable que la necesidad
de sobrevivir. Está metida en toda confrontación desde la
guerra donde el hombre afronta de inmediato y físicamen-
te la muerte hasta el juego donde la derrota notifica su-
brepticiamente que la existencia carece de ciertos grados
de plenitud vital.
Con todo esto la competencia actual desbordó el rit-
mo de la creación al desatar la máquina la velocidad de su
producción y lo que antes fue un proceso casi a tono con
la naturaleza pautado y acompasado y las más de las veces
retardado, en la actualidad ha quedado casi libre de limita-
ciones. Es la velocidad escapada de las manos del hombre,
entregada a su propia dinámica inimaginablemente proteica.
El hombre primitivo satisfizo sus pocas necesidades,
elementales todas ellas, él mismo individualmente enfren-
tado a la naturaleza. En un principio esas necesidades lo
398 El ensayo en Antioquia/Selección

eran casi todo, y las formas de afrontarlas no son ahora ni


siquiera subsidiarias de la técnica moderna, cuando ésta le
ha construido íntegramente el sistema asistencial de sus
necesidades y apetencias. Ante un apagón nocturno por
falla en el suministro de energía eléctrica, el fuego, la lum-
bre que la reemplaza no los podríamos elaborar como hace
diez mil años. La cerilla que se enciende supone muchos
procesos para su elaboración.

VI. Velocidad, tenencia, traslación y comunicación


¿Pero el hombre no es más que velocidad? ¿Todo es
veloz, huracanado? ¿A eso podrá reducirse la existencia?
Este conjunto de preguntas no es sino parte de la manifes-
tación de una angustia existencial que presiente al menos
otras posibilidades en la naturaleza diferentes a que todo
sea velocidad. La experiencia enseña que si todo es movi-
miento no siempre estuvo bajo la acción de la velocidad y
que hay cosas y aconteceres que se desarrollan mejor den-
tro de un proceso tardígrado o pausado. Todavía la natu-
raleza física es una inmensa máquina que elabora sus pro-
ductos parsimoniosamente y ella le impone en cuanto tal
su acción pausada al hombre, v.gr. gestarse, nacer, crecer,
el ritmo del día y de la noche no ha sido alterado y mucho
menos el curso de astros y planetas, como tampoco la cir-
culación del a sangre ni el sistema respiratorio. El movi-
miento en ellos ni se detiene ni es veloz, cuando esto suce-
de, algo anormal anuncia la alteración de la salud o la proxi-
midad de la muerte. En contraposición el mundo sicológico
y espiritual padece de una gran aceleración como nunca la
tuvo. El hombre está atrapado por la velocidad y su alma
sufre un movimiento continuamente acelerado como cual-
quier cuerpo físico. La maquina cogió de los cabellos al ser
humano y lo arrojó a su vorágine. El hombre necesaria-
mente está en las cosas y con ellas, son su habitáculo, su
El ensayo en Antioquia/Selección 399

circunstancia, su explicación, su vida misma. El hombre


sin las cosas: ¿cómo podría pensarse semejante
desnaturalización? Para él fueron hechas, algo más, son él.
Inevitablemente es que se ha trastrocado el orden natural:
las cosas para el hombre. Ahora es el hombre para las co-
sas. Cómo fue ello posible nos lo dice la historia de la téc-
nica y la economía industrial en estos últimos cien años,
historia suficientemente sabida y analizada ya por histo-
riadores, pensadores, sociólogos, políticos, economistas.
Tener, trasladarse y comunicarse prontamente. Volva-
mos a estas realidades para afianzar las posteriores consi-
deraciones.
El hombre “tiene que llegar a…”, es el estímulo de su
vida total, su meta. La vida es conquista de las cosas sin las
cuales, ya se dijo, no hay existencia para el hombre, sin
cuya apropiación el hombre sería un expósito de la natu-
raleza, de donde el desarrollo de su ser, el llegar a ser impo-
ne fatalmente el tener. La hacienda del hombre no se le da
una vez coloca su planta en este mundo, apenas si lo indis-
pensable para su defensa elemental y acaso por unos po-
cos momentos. La sola respiración sin él buscar y succio-
nar el pecho materno sería inútil. Nacer es empezar a ha-
cerse porque es empezar a morir. Cada necesidad en cierta
forma es un preaviso de la muerte, la necesidad supone
una limitación de la existencia que hay que superarla. Por
eso lidiar con cada necesidad y vencerla es vida en acción,
vida creadora. La necesidad solicita cosas, es una llamada a
las cosas sea que la naturaleza en su condición prístina lan-
ce el alarido, sea que lo exprese espoleada por la presión
de las necesidades que el hombre crea en plena civilización
y cultura. Hace mucho tiempo que no podemos salir a la
calle con un taparrabo solamente, creo que no se ha pen-
sado tornar a esa costumbre, ni los más arriscados movi-
mientos de protesta en el mundo de Occidente la tienen
dentro de sus desplantes.
400 El ensayo en Antioquia/Selección

Deslizándonos en el plan inclinado de las necesidades


percibimos su longitud casi ilímite. Pensemos que para
vestirnos son otras muchas las necesidades que se han aten-
dido, la de su hechura, de los instrumentos para hacer el
vestido, de sus materias primas, etc.
A mayor tenencia y posesión hay necesidad de más co-
sas. Las cosas nuevas apuntan a cosas desconocidas o aje-
nas que las complementan y de por sí el solo tener espolea
la libido lucrandi e imperandi causas de la competencia. El
tener supone lo demás: trasladarse y comunicarse.
Porque las cosas primitivamente para nosotros no nos
vienen de por sí, muchas están lejos de nosotros, hostiles
no nos obedecen si no vamos a ellas y las domesticamos.
Hay que ir hacia ellas. Un ir físico, un trasladarse en su bús-
queda y para su conocimiento, eso fue lo primero que hará
el hombre y lo que sigue haciendo, viajar de un punto a
otro cuando la longitud de sus extremidades no le fue sufi-
ciente para alcanzar el objeto distante que habrá que captar.
El comercio, la industria le han traído al hombre con su
desarrollo muchas cosas pero es él quien las lleva y las trae.
Viajar, ir a otros lugares, es además, una instintiva for-
ma de ejercer la libertad de locomoción sin la cual la espiri-
tual apenas si sería precaria y enteca, careciendo del con-
tacto con lo demás, hombres y cosas. Así, movilizarse físi-
camente es una urgencia de lo que el hombre no podrá
prescindir sino que todos los días perfecciona e inventa
medio y formas los mejores para viajar. Por lo demás “via-
jar es descubrir nuevos mundos” y hacerlos haciéndonos
en la tierra que hollamos y en el espacio que cruzamos.
El afán de trasladarse sin duda alguna es el impulso de
los primeros medios de comunicación con el universo pero
a su vez fue el más aventurado y lo sigue siendo. Cuando
el oído o la vista percibieron señales extrañas y ajenas allá
se moviliza el homúnculo para situarse en el mismo plano
o nivel físico del otro o de lo otro y luego aguzar todos sus
El ensayo en Antioquia/Selección 401

naturales medios comunicantes: oído, vista, tacto, olfato


que asimilan la realidad transformándola en cosa propia a
su manera. Es la primera acción superficiaria pero la más
audaz, el preámbulo de la comunicación con lo que está
más allá de la longitud de mis extremidades. Nos situamos
así en la inmediatez física de las cosas.
Sin la traslación física del mundo de las comunicacio-
nes hubiera sido extremamente precario y circunscrito, sus
avances escasos y casi elementales, el mundo no sería nues-
tra aventura todos los días más arriesgada por ser más ve-
loz. Con los demás medios entramos a saco en las cosas,
las aprehendemos, las comprendemos, la corriente de nues-
tra vida las pule como cauce por donde ella necesita fluir.
Con los medios modernos de comunicación hacemos que
las cosas estén a nuestra mano, vengan a nosotros; de cier-
ta manera sucede lo contrario cuando nos trasladamos fí-
sicamente, llegan hasta nosotros sin que tengamos que ir
hacia ellas una vez creado el gran sistema comunicante de
la técnica avanzada. Ahora las cosas nos buscan, nos ase-
dian, nos anegan. Con la comunicación el hombre ha cons-
truido su mundo pero ahora es este mundo el que nos
hace, nos construye y modela.
Sólo una parte, una mínima parte de mi yo lo hago, el
resto, todo lo demás lo hace la comunicación con los hom-
bres y las cosas. Eso no es nada nuevo, pero el solo decirlo
suscita ideas, sugiere inquietudes: somos los que hereda-
mos y lo que asimilamos, un proceso milenario, un acer-
vo de raíces que se entierran en la entraña humana primiti-
va. Y mientras más comunicación, más tenemos; hoy por
ejemplo todo está a nuestras manos, hartándonos. La ve-
locidad ha minimizado las distancias y todos estamos pre-
sentes en todas partes y cualquier parte del planeta está
presente con hacer uso de un medio moderno de comuni-
cación. El mundo se redujo a la pequeña pantalla de televi-
sión, al diminuto receptor de radio.
402 El ensayo en Antioquia/Selección

VII. Llegar a ser


La traslación y la comunicación vertiginosa es, realmen-
te, lo que vuelca el mundo sobre nosotros abrumándonos
y desfigurándonos.
Antiguamente, con lo que quiero decir hace uno o dos
siglos, el hombre tenía hasta ese entonces un tácito esque-
ma de lo que era y lo que debía ser el desarrollo de su vida.
El hombre conforme a una tradición que se la suministra-
ba una sociedad, una comunidad, una tribu, clan o familia
en pleno, se hacía su existencia sobre leyes, usos, costum-
bres, mores que irradiaban una definida manera de vivir
que conformaba un tipo específico de hombre. Un pen-
samiento reflexivo podía establecer en cualquier momen-
to hacia dónde, hacia qué ideal humano apuntaba una cul-
tura, una civilización. ¿Hoy, en Occidente estamos en ca-
pacidad de indicarlo? Es manifiesta la perplejidad de quie-
nes tratan de auscultar el porvenir, un porvenir así sea a
diez o veinte años. Antes, la vida humana estaba compro-
metida en ser alguien, hoy en ser algo. Antes estaba la vida
dentro del hombre, hoy está fuera de sí, en virtud de la
velocidad técnica, una velocidad centrífuga. La máquina
con su vertiginosidad le succiona al hombre su alma y se la
llena, en cambio de cosas que a su vez, al poco momento
tornan a ser expulsadas para ser reemplazadas por otras
en mayor número y en diversas formas.
Esto de saber lo que uno va a hacer e ignorar lo que uno
va a ser enloqueció la brújula que orienta la vida, borró su
norte o por lo menos lo ha cubierto de nubosidades; ya
hacia delante hay poca visibilidad. ¿Estamos de regreso a
un primitivismo? Entonces fue primero saber lo que se
iba a hacer, luego con el desenvolvimiento humano lo
importante era saber cómo se podía ser. Hoy sabemos
hacer pero estamos olvidando ser.
El ensayo en Antioquia/Selección 403

Una confrontación de las dos fases en las que actúa el


hombre, acción y contemplación, podrá darnos mayor
cercanía al nervio de la cuestión de la velocidad hoy. Vale
la pena intentarlo.

VIII. Acción y contemplación


Podrá notarse cómo el desarrollo del tema ha corrido
sobre las cosas materiales primordialmente, es decir, sobre
lo externo del hombre. Ya nos detuvimos por breves mo-
mentos sobre la suerte en este mundo del hombre y de las
cosas, son su reino, el reino terrestre el que le va su salva-
ción por cuanto en él se hace con ellas para este y para…el
otro. Ahí están las cosas moviéndose por sí o siéndolo por
el hombre, enérgicas y veloces.
Es la pura acción externa, el hacer, el fabricar físico. El
mundo exterior fue lo que primero se le puso al ser huma-
no de presente, lo que continúa circundándolo, lo que
permanece como un instrumento siempre más perfeccio-
nado, dándole los mejores partidos. Con lo que inmediata-
mente vive, actúa. Vivir es actuar, es acción ante todo. “En
el principio era la acción”. El hombre con ella se descubre
a sí mismo en los albores de la historia. La presencia de las
cosas lo atrajo por necesidad y por deseo. Entonces, hace
tiempo, era un movimiento natural, espontáneo; hoy, ya
artificioso e impuesto por el hombre mismo. Manos y pies,
todo él estaba conformado para que por esos medios flu-
yera la acción hacia las cosas. Instintivamente primero,
luego con inteligencia instintiva.
No se paró a contemplar en un principio, fue después
de un largo proyecto, de una acción elemental pero fecun-
da cuando empieza a contemplar. Ante todo vio, palpó,
hizo suyas las cosas hasta donde le fue posible, luego al
trabársele, al volvérsele problemas, razonó sin saberlo y
mucho después contempló y abstrajo, dióse cuenta de su
404 El ensayo en Antioquia/Selección

capacidad de razonar. ¿Cómo fue ese empalme de etapas?


¿Cuándo? La noche de milenios todo eso se lo cubre sin
desvelarlo completamente. Cuando los pensadores
presocráticos iniciaban sus formidables cogitaciones, pro-
bablemente recogían un impulso filosófico de anteceden-
tes ya entonces sin historia.
Queda en pie la tesis que nuestra propia experiencia
valida, pues es lo cierto que todo lo vemos y captamos
primero para darnos cuenta que tenemos que pensar sólo
ante la complicación de las relaciones entre cosas y los
hombres. Las soluciones generalizadas para el mismo tipo
de problemas, permanecen como datos experimentales que
sólo una mente privilegiada destila y purifica en la alqui-
mia de la abstracción. La meditación, la contemplación no
debió aparecer con el hombre primitivo sino que viene a
coronar el proceso histórico del razonamiento.
Meditar y contemplar es algo más que actuar. Es la re-
flexión un volverse sobre sí mismo para ver mejor las co-
sas. Es la fuerza del espíritu pero que se alimenta de las
cosas mismas; sin las cosas no habría reflexión, pese a que
ellas frustran la reflexión. Una paradoja del pensamiento,
un despiste que encubre una verdad. La reflexión nos lle-
va a hallar la verdad de las cosas, es un descubrimiento
para el cual necesitamos desembarazarnos de lo
inconducente a este propósito, es ni más ni menos, que
limpiar la vía de las cosas, de obstáculos. Hacemos a un
lado las cosas para encontrarlas.
La velocidad moderna nos arroja todos los días saldos
de cosas y más cosas que se acumulan sobre el horizonte
del pensamiento. Ocurre que “el bosque no deja ver los
árboles”.
Por otra parte la capacidad de reflexión sin el ajetreo
propio de toda potencia se debilita y sufre de raquitismo.
La contemplación, la meditación, toda reflexión nos
sumerge en el ser de la cosa, tiene mucho de labor geológica,
El ensayo en Antioquia/Selección 405

roturar con la mirada intelectual todas las capas que en-


vuelven al objeto para revelarnos su verdad. La tarea mu-
chas veces es hercúlea y su avance es lento y penoso; difí-
cil actividad es intimar con el fondo de las cosas y con el
mío mismo.
En cambio la acción es, hasta cierto punto, algo dife-
rente, emerge, corre sobre la exterioridad de las cosas, más
mecánicamente, diversamente de la libertad con que actúa
la inteligencia, una libertad de búsqueda, de propósito, una
libertad de movimiento que –otra paradoja– se hace más
espiritual en el sondeo de las cosas. La mecánica de la ac-
ción es más guiada y conducida de cabestro a pesar de su
agilidad y ligereza; previamente está impulsada por la re-
flexión mediata o inmediata. La reflexión domina. La cien-
cia, la técnica, obra es de su poder sin lo cual la acción
sería en mucho frustránea. “Sin el pensamiento de
Aristóteles no tendríamos motocicletas ni turbinas”, dijo
Heidegger.
Pero el hombre quiere actuar ante todo. En ello le va el
goce de su cuerpo que es lo que primero percibe y vive
para completarlo y cultivarlo con las cosas. Necesita el
hombre del movimiento, su ejercicio es la mayor prueba
de su existencia.
El movimiento lo hace oriundo de sí mismo. Por eso la
acción vuélvese voluptuosa cuando se hace más fácil, más
ligera, es decir más veloz. No es esta la única razón de la
supremacía de la acción. La acción hace cosas, les da exis-
tencia, del fondo teorético hace emerger las cosas, aparece
como creadora y lo es sin duda en compañía de la reflexión,
pero ella les da el toque final y las pone a marchar. Es una
labor de síntesis práctica, todo está ahí pero la acción une
e impulsa. La reflexión descubre existencias, realidades,
mira la complejidad de sus relaciones y categorías en tanto
que la acción las arroja a la luz del día. La acción es la par-
tera del mundo y en ello se complace, no se aquieta en ver
406 El ensayo en Antioquia/Selección

qué hace, ha de hacer siempre más. No se detiene, su natu-


raleza se lo impide. No así la contemplación. Tengo que
detener la acción eterna y la disipación mental para ver lo
otro, lo que está fuera de mí, pero con todo dentro de mí.
Verlo en todo su ser, en todos sus movimientos e
implicaciones exige detenerse. Si ambos, cosa y yo, nos
movemos poco o nada capto. Nada más expresivo de esta
realidad que la dinámica y creadora inquietud del pensa-
dor de Rodin. Todo él forma un circuito cerrado donde la
cabeza como central eléctrica irradia sobre todos los mús-
culos la luminosidad e intensidad de su fluido. Es una uni-
dad biológica comprometida en la abstracción. El hombre
solo, desnudo de impedimentos, de cosas se torna un arco
tenso para disparar la saeta del pensamiento con vigor y
con certeza. La fuerza dilapidada en la acción está allí con-
centrada y purificada. Es el contacto nudo, el acercamien-
to natural del pensamiento y la cosa.
No puede delimitarse exactamente dónde termina la
reflexión y empieza la acción, lo cierto es que mientras
más puras sean mayormente se distancian, es decir, a ma-
yor acción, a más velocidad la reflexión es menor, está más
distante y la contemplación pura paraliza muchas veces la
acción.

IX. La nueva selva


La fertilidad del tema posiblemente ha hecho crecer al
lado de cada una de las consideraciones anteriores otras
más propias para tratar en apuntes posteriores o en una
conclusión final si rigurosamente se hubiese conducido el
tratamiento que se ha hecho en este breve estudio de la
velocidad.
Pero podemos sintetizar la preocupación general que
alienta en estas consideraciones si decimos que el hombre
está ante una nueva selva.
El ensayo en Antioquia/Selección 407

Huyendo de los poderes primitivos que lo asediaban


inmisericordiosamente fue haciendo la técnica. Con todo
su poder creó un mundo nuevo de maravilla. Era el mila-
gro del hombre que, contrastado con el de la naturaleza, la
vencía y la aprovechaba. Pero increíblemente en esa huida
del poder primitivo se está encontrando con la nueva sel-
va, la de su artificio, la de la velocidad técnica que todo lo
crea aquí y ahora lo apabulla con la veloz superproduc-
ción y le disloca la noción del tiempo. El presente y el
futuro se unen con el pasado, casi serán una misma uni-
dad. La mente humana entonces vuelve al pensamiento
alógico y a la adaptación instintiva. Lo estamos viendo
ahora mismo.
No hay necesidad de pensar en los hippies, ni en cier-
tos existencialismos, ni en la explosión de las masas para
afianzar esta realidad porque ya personalmente, unos más,
otros menos, la hemos experimentado. La vida común tie-
ne que estar acompasándose vinculada a esa formidable
circunstancia para no quedar extrapolada.
La velocidad técnica; he ahí el nuevo mito de la nueva
selva; así, la desmitologización traída por las ciencias expe-
rimentales y técnicas últimas ha sido, obviamente contra-
producente. Con el agravante de que el placer que produ-
ce es mecánico, técnico. Quiero decir que la ilusión de lo
distante que tanto creaba, de lo que iba a alcanzarse, el
ensueño, el castillo en el aire han sido asediados, saquea-
dos, destruidos. Todo se satisface, todo se alcanza y he
aquí entonces que todo llega y pasa fugazmente. Nunca
fue más verdadera la frase sagrada sobre la fugacidad de las
cosas que hoy en esta aparente eternidad del mito de la
velocidad.
¿Esta nueva época primitiva destruye al hombre? Muy
aventurado sería responder con una afirmación tajante; lo
que parece es que la situación puede tornarse cada vez más
inextricable y la maquina trabarse del todo sin que al hom-
408 El ensayo en Antioquia/Selección

bre le quede otro recurso que volver a empezar… y a empe-


zar a huir de lo que hizo, desprenderse de la máquina, dismi-
nuir la velocidad, volver a las cosas en la contemplación.
Lo que está ocurriendo es una pérdida increíble de la
vinculación esencial del hombre con las cosas mismas. Está
más alejado de las cosas en sí mismas, de su ser, sólo le
interesa su utilidad en cuanto produzca más y más rápida-
mente dentro de un sistema una mecánica donde ya el
hombre poco hace y crea. La inteligencia está siendo con-
ducida por ese complejo, cabestreada por la fuerza que ella
misma desató.
Dentro de estas consideraciones se insinúa otra afirma-
ción que a la par que es una síntesis puede ser un diagnós-
tico; vivimos dentro de una civilización distraída. Por lo
que le cabe el reclamo del Señor: “solícita es”. Es su más
grave dolencia. Más y más cosas con rapidez increíble atraen
al hombre sin que le den tiempo de escoger y dentro de un
esquema prefabricado por el mundo capitalista y su socie-
dad de consumo, de un lado, por el hondo desencanto de
la vida que han dejado dos guerras colosales en menos de
un cuarto de siglo y para el hombre común todo está he-
cho y descubierto, bástale unos pesos para vivir sin es-
fuerzo y sin fatiga pues toda necesidad tiene su satisfac-
ción. ¿Viajar? Nunca fue más rápido y fácil; ¿Comunicar-
se? Todo esta concentrado en la pantalla del televisor o en
el auricular o micrófono del teléfono. ¿Espectáculo? Des-
de el cinematógrafo y el fútbol, las grandes orquestas hasta
un safari en plena manigua africana, y todas las destilacio-
nes le suministran el grado de whisky, champaña, brandy,
vinos añejos y extraños licores que necesita para embria-
garse y la mesa más opípara, la más rara joya, el último
modelo en el vestir, como el más movido baile donde ca-
beza, manos, vientre y pies tratan de arrojar de sí en con-
torsiones y trepidaciones geológicas el alma…el alma de la
danza, ¡oh Valery!
El ensayo en Antioquia/Selección 409

La trascendencia está aquí, el futuro no tiene explica-


ción, el dolor físico cada vez se controla, el saber se da en
dosis y en nuevas formas de alucinación. Pero, así y todo,
el hombre exige más y más raudamente, lo último en no-
vedades a poco es un trabajo inútil y superado y he aquí
cómo a la vez es inmensamente rico y poderoso e
inmensamente pobre y desvalido.
Ya no existe espacio sobre la tierra y el tiempo a medi-
da que el hombre se hace más veloz se vuelve más incon-
mensurable, por eso hay que llenarlo, colmarlo de cosas,
de hechos. El mundo es pequeño, se ha agotado; el tiem-
po, en cambio, es inagotable. Todo sucede de diferente
modo como en un principio: el mundo era la inmensidad
y el tiempo era la cortedad, ahora, al revés, por eso las
cosas, los hechos, el saber nos llenan, nos atascan pero se
nos van también de las manos, llegan y huyen.
¿Pertenecemos, entonces, más al tiempo que al espacio?
¿Creamos ya más sobre el tiempo que sobre las cosas?
Sobre la cruz del tiempo y el espacio, el hombre ha
estado clavado, pero ahora el tiempo tira de él y lo desco-
yunta.
El hombre está desaforado y se precipita de cabeza so-
bre el abismo del tiempo. ¿Qué busca con ello? Nada. No
puede tener propósito ya que está dominado por la poten-
cia de la velocidad que le inhibe detenerse, que lo devora y
lo destruye.
1970
MANUEL MEJÍA VALLEJO

María, Novia de América


Indudablemente don Jorge Isaacs fue un hombre de extra-
ñas dimensiones. Un pionero en todo sentido. Buscó mi-
nas, insinuó el trazado de algunos ferrocarriles, realizó es-
tudios de tierras, fue coronel de las guerras civiles y actuó
como militante político. Hasta alcanzó a dar un golpe de
estado que tan sólo duró dos días, pero lo dio. Era un hom-
bre de verdad, limpio y arrojado. Un romántico que desa-
fió al destino y que vivió dignamente a la enemiga. Con él
se han equivocado muchas personas que no han podido o
no han querido valorarlo en su extraordinaria dimensión
humana, inclusive como escritor. Se equivocó hasta don
Miguel Antonio Caro. Un humanista como él, inteligente
y culto, pero injusto con Isaacs. Porque Isaacs representó
en su tiempo lo que algunos de nosotros somos ahora:
seres humanos para quienes la dignidad consiste en
jugárnosla íntegros contra la vida.
Un día, hace ya muchos años, acompañado de unas
viejas amigas, fui a visitar la tumba de Isaacs en el cemente-
rio de San Pedro, aquí en Medellín. La memoria del autor,
del hombre que fue Isaacs, me empujaba al cementerio.
Pues sus restos, como él lo pidió, reposan en Medellín. Y
allí, delante de aquel monumento,(me recordó el que exis-
te allá en Cali) rememoré de nuevo ese cariño de Isaacs
por lo antioqueño. Algo muy especial y evidente. En Ma-
ría existen párrafos enteros dedicados a pintar la vida de
José el antioqueño, su casa en la montaña y sus hijas fres-
cas, olorosas a pájaros y a frutas. Ese par de montañeras
que asomaban sus ojos entre los bejucos y enamoradas
del joven Efraín, enceladas en él. ¡Cómo las pinta!
Manuel Mejía Vallejo
Fotografía de Jairo Osorio
412 El ensayo en Antioquia/Selección

Pero aquí no estamos en el costumbrismo, sino en un


verdadero y hondo regionalismo anticipado. María se anti-
cipó al regionalismo en toda América. No sólo al romanti-
cismo, ni a las pocas muestras del costumbrismo, sino al
regionalismo. Don Tomás Carrasquilla seguramente debe
mucho a Jorge Isaacs. En María palpita, tiembla todo aque-
llo que permite la identidad de un sitio: ahí las plantas con
sus nombres propios, sus usos y sus recuerdos, ahí los
animales con sus sonidos y sus cantos, ahí ese murmullo
del Sabaletas, el brillo de sus pozos y de sus remansos. Se
nombra la guacharaca, el titiribí, el oso, el tigre, la violeta,
la rosa, el lirio. Tal vez por eso Rubén Darío dijo: uno
queda adorando el Valle del Cauca después de leer María.
Además de Rubén Darío, muchos intelectuales han
escrito sobre ella. Y existe el consenso de que se trata de
una obra maestra. ¡Esos diálogos! Una novela americana
publicada en 1867 con ese manejo magistral del diálogo.
María fue un éxito no tanto de la industria editorial sino de
los valores culturales de entonces. Y, con el paso del tiem-
po, comenzaron a aparecer pequeños Jorge Isaacs. Se pro-
dujo una verdadera cosecha de novelas románticas que
imitaban a María, aunque sin el genio de Isaacs. Carecían
del estilo y de la calidad poética de su prosa. No hablo de
la calidad poética entendida como cargazón lírica sino como
esencia del paisaje, de lo humano fundamental condensa-
do en la palabra. Hace dos años, cuando leí María por últi-
ma vez, confieso que lloré. No podría explicar por qué
pero lo hice siendo un hombre, como lo soy, de muchos
combates y de corazón acorazado. Me conmovió aquel
universo desgarrado que aún hoy vive, con esa extraña
vigencia, en la historia de Isaacs. No era la lágrima por la
lágrima, sino el desespero que de repente sentí ante el des-
garramiento humano que allí encontré. Esa soledad, aque-
lla premonición de la muerte, esa manera de enfrentarse al
destino, el ave negra anunciando la herida.
El ensayo en Antioquia/Selección 413

Antes de la novela de Isaacs el nombre de María era


común, pero después de su edición invadió el mundo.
Todas las muchachas querían llamarse María. Hace mu-
chos años vi una película argentina que obtuvo un pre-
mio. Si la memoria aún me acompaña creo que allí trabaja-
ba Mirta Legrand, junto a un tal Carlos. La cinta se llama-
ba: “Los Martes, Orquídeas”. La protagonista era una jo-
ven que no hacía otra cosa que leer María. María por la
noche, por la mañana y en el medio día. Siempre la mu-
chacha con una edición de María bajo el brazo: en el come-
dor, en la cama, asomada en el balcón, encima de las fraza-
das de lujo. Una joven muy linda hija de un viejo muy
rico. Pero ella tenía la ilusión de ser diferente: aspiraba a
un verdadero amor, desgarrado y generoso como la vida
misma. La pobre vivía triste, ensimismada en su sueño.
Preocupado, el viejo le ordenó a uno de sus empleados,
ligeramente bobo, que todos los martes le enviase a la
muchacha un ramo de orquídeas, pues su hija, que no ha-
cía sino leer María, había terminado prisionera de esa espe-
ranza, adorando el lenguaje de las flores y pensando en el
Valle del Cauca, en Colombia como un paradigma de su
pensamiento sentimental. Obediente, el muchacho comien-
za a enviar las flores y la joven empieza a enamorarse de él
de una manera loca. He olvidado cómo termina la histo-
ria, pero ahora que pienso en ese recuerdo me pregunto:
¿tuvimos alguna vez exacta conciencia de lo que fue María
en su momento para las letras americanas, para nuestra
cultura? Tal vez no. Estoy hablando de una cinta argenti-
na de 1938, 1940 aproximadamente, donde se pinta la his-
toria de una joven del sur que resultó hipnotizada por María
y por el lenguaje floral del texto. Ese palabreo silencioso y
cómplice de la rosa, de la violeta, de los pétalos en el agua
del baño, de los ramos sobre la mesa de noche de Efraín.
Pues las flores decían por los amantes aquello que era pre-
ciso decirse, en un espacio del diálogo donde la censura no
414 El ensayo en Antioquia/Selección

conseguía su propósito. Sobre todo las flores en el mo-


mento del baño, que dieron oportunidad al comentario de
aquel curita malicioso publicado en La Nación, en Buenos
Aires y que conocimos según la versión de don Baldomero
Sanín Cano: “Yo no entiendo cómo se pueda recomendar
tanto una novela tan peligrosa como María” —decía el
curita. Y para sustentar su juicio agregaba: “Cuando Ma-
ría se está bañando y le llueven pétalos al agua, estando
desnuda y como Dios la trajo al mundo, ¿dónde está Efraín?
¡Escondido, mirándola!; Diablo malicioso aquel curita, ima-
ginando desde Buenos Aires el boyerismo de Isaacs a pro-
pósito de las flores que llovían en el estanque del baño de
María. Hermoso lenguaje de las flores dicientes. Aquella
presencia parlante de las rosas, de los lirios. Todo esto lo
vuelvo a pensar ahora, tomando ron, al lado de este fuego
encendido.
Por todas estas virtudes y muchas otras María supera a
Átala. Inclusive a Graziella, de Lamartine. Pues mientras en
la novela romántica francesa el paisaje es exótico, en María
el paisaje constituye una vivencia personal e históricamen-
te vigente del autor. La naturaleza en el romanticismo euro-
peo conduce generalmente al pintoresquismo exótico, como
si se tratase de un retorno a lo perdido que en un tiempo fue
mejor. Isaacs recorrió a caballo todo el país, siguiendo la
peligrosa ruta de caminos y trochas. Conoció los. ríos creci-
dos y el susto de los caballos encabritados en la noche por
la gracia de los riesgos. De modo que ese supuesto paisaje
no era en realidad un paisaje, sino el escenario de una lucha
real que hacía parte de un determinado proyecto de vida. La
naturaleza en Isaacs no es para contemplarla en el reposo
del crepúsculo o de la aurora, sirio para luchar contra ella y
dominarla. Puesto que María hace parte de lo mejor de la
tradición literaria universal, y en cuanto don Jorge Isaacs
conocía bien la literatura, es posible hallar en la novela algo
que también usaron algunos escritores desde comienzos del
El ensayo en Antioquia/Selección 415

género hasta nuestros días: insertar pequeños novelines den-


tro del texto principal. ¿Recuerdan aquella hermosa histo-
ria incorporada por Isaacs sobre el origen de los negros Nay
y Sinar, hasta situarlos allí en El Paraíso? ¡Linda historia! De
este modo el autor pinta la presencia de las negritudes en el
Valle del Cauca y la importancia de los elementos cultura-
les africanos en nuestra cultura popular. Se trata de un pe-
queño novelín, casi autónomo pero magistralmente necesa-
rio al texto principal, recurso utilizado por lo mejor de la
literatura de entonces. Ahora recuerdo la conversación que
sostuve un día en Bogotá con Rubén Azócar, hermano de
quien fuera por siempre la novia ideal de Pablo Neruda.
Azócar escribió una novela como resultado de un apuesta
con Neruda. Las cosas ocurrieron así: Rubén Azócar vivía
interno en una isla de Chile. Un día, Neruda le dijo que se
saliese de esa isla porque vivir así en el olvido y en un sitio
tan lejano era algo que no daba para nada. Azócar le res-
pondió que su vida allí daba para una novela. Ambos apos-
taron, y Rubén escribió Gente en la Isla, una novela extraor-
dinaria donde se cuenta la historia del Caleuche, un barco
fantasma que se pasea por el mar sin que nadie lo tripule.
Aquel barco fantasma arrima a los puertos, sale y entra sin
tripulación, y durante las noches de niebla se observan sus
luces encendidas y se escuchan sus silbidos de pavor. Den-
tro del barco suenan voces extrañas, como de habitantes
del pasado. Corría el año de 1945 , y encontrándome en
Bogotá le pregunté a Rubén Azócar: «Me llamó la atención
la existencia de dos novelas dentro de Gente en la Isla. Azócar
me miró a los ojos, movió sus cejas espesas y respondió:
«Me gusta hacer lo que hace Cervantes en su Quijote: poner
novelitas dentro de la novela». Y eso mismo hace Isaacs en
María, y se observa en muchas novelas románticas de su
tiempo. La historia de la negritud en el Valle del Cauca le
mereció a Isaacs la incorporación de un novelín llamativo
dentro del texto principal.
416 El ensayo en Antioquia/Selección

Pero María no sólo es una novela romántica por sus


contenidos amorosos y por la utilización de estos recur-
sos técnicos, sino también, y de un modo no menos im-
portante por la actitud vital de Isaacs. En su vida personal
existen parámetros éticos que se transparentan en su Ma-
ría y que tienden entre el autor y su obra un puente de
sólidos tejidos. Los románticos son rebeldes, siempre lo
hemos sido. Hombres hechos para la lucha, para vivir a la
enemiga con dulzura. Lord Byron quiso morir y lo consi-
guió en Grecia. Y cuando Efraín, luego de su retorno a
casa, decide acatar la decisión paterna de marcharse hacia
Londres para continuar sus estudios a sabiendas de que
María habría de derrumbarse para siempre, se la está ju-
gando contra la vida que le muestra ese riesgo, ese trago
amargo desde el otro lado, ese universo de las cosas posi-
bles. Y Efraín asume aquel riesgo, lo paladea. Tal gesto, de
la más pura tradición romántica, es al mismo tiempo un
gesto de rebeldía y de valor delante del dolor eventual. Pero
también ese gesto romántico consiste en posponer la feli-
cidad apostando a perderla para siempre, como finalmen-
te sucedió. Se trata de un típico acto heroico de un román-
tico americano del siglo XIX ejecutado en su escenario don-
de el paisaje de selvas y peligros otorga a ese gesto una
impronta especial. Aquí los tigres ya no son para contem-
plarlos del otro lado de las barreras invisibles que los ha-
cen inofensivos como ocurre en el paisaje de los parques y
de las reservas naturales. Se trata de fieras verdaderas que
destrozan terneros, caballos y toros, y cuyos rugidos se
escuchan en la manigua como reales señales de peligro. El
cóndor se extinguió porque los indígenas de las cumbres
debieron exterminarlo. Se trataba de una lucha por la su-
pervivencia que no ofrecía ni ofreció otra alternativa. Aquel
ave portentosa bajaba de su caverna helada y se llevaba los
corderitos, las cabras, las alpacas pequeñas y las crías de
las llamas. Todos los días el cóndor bajaba por su presa. Y
El ensayo en Antioquia/Selección 417

los indígenas no lo veían como el hermoso paisaje que era


sino como su enemigo declarado por que también lo era.
Lo hacían correr por las extensiones sin darle oportuni-
dad de elevar su vuelo, porque el cóndor precisa de un
campo propicio y de una cierta estabilidad natural para
alzar su vuelo después de un prolongado impulso. En su
carrera de ave perseguida el cóndor padecía la inutilidad de
sus enormes alas hasta que al final rodaba por el suelo con
su corazón roto. Moría con el corazón reventado por el
esfuerzo. Luego los indígenas lo remataban con sus garro-
tes para poder hacer más purificadora su sed de venganza.
Era la única manera, puesto que con caucheras era impo-
sible y antes de la llegada de los conquistadores no existían
en América armas de fuego.
El romanticismo es entonces una conducta, un gesto,
una concepción ética, una actitud delante de una sociedad
insulsa y convencional. Como ya lo dijimos, el romántico
vive a la enemiga. Así vivieron Lamartine, Chateaubriand
y todos los grandes románticos como Novalis y don Jorge
Isaacs. Por lo que ahora vuelvo a pensar en Byron, a verlo
como un niño dulcemente rabioso, y me pregunto: ¿Cuán-
tos enemigos tuvo? Tal vez ya nadie recuerde hoy que
Byron fue a hacerse matar en Grecia, por amor a Grecia y
nada más y aunque de fiebres, murió luchando por el sue-
ño que él tenía en su pensamiento acerca de ese país.
A veces se escucha decir que María es una novela afemi-
nada donde los hombres lloran por cualquier cosa. Nada
más equivocado. He conocido hombres de verdad, guerre-
ros, que han amado María. Me encontraba en Guatemala
cuando el derrocamiento de Jacobo Arbenz. Y allí entrevis-
té a Luis Cardoza y Aragón, un hombre verdadero de ar-
mas tomar. Fue una conversación acerca de Porfirio Barba-
Jacob, lo había conocido de cerca. Pues bien, aquel román-
tico que fue en realidad un luchador valeroso escribió un
hermoso ensayo sobre María. Cardoza y Aragón admiró
418 El ensayo en Antioquia/Selección

siempre la novela de Isaacs tanto como admiró la vida del


autor. En María no hay sensiblería barata sino un profundo
y valeroso desgarramiento humano. Este aspecto del roman-
ticismo, entendido como actitud de rebeldía y de lucha sin
cuartel contra lo establecido, es algo que debe rescatarse no
sólo como la ética de nuestros días sino como la condición
moral de los luchadores de siempre, como lo fue don Jorge
Isaacs. Ignorar esto, o callarlo, hace que muchos piensen en
María como en un texto azucarado sin mayor importancia
para los jóvenes de nuestro tiempo. Pues en el fondo de
nosotros los hombres existe un Efraín y en el fondo de to-
das las mujeres del mundo existe una María. Se trata de una
historia de amor, universalmente válida, pero también de
mucho más. Como en todos estos casos, quien sólo percibe
lo anecdótico está negado para la literatura.
A veces pienso si el hilo que conduce de Isaacs a Rubén
Darío no consiste sólo en la coincidencia de que Rubén
Darío hubiese nacido exactamente en 1867, año en que se
publicó María por primera vez. Es cierto que Darío sólo
escribió en prosa algunos cuentos y crónicas, jamás una
novela. Pero toda su poesía fue renovadora y fundadora
en un sentido auténticamente romántico. Darío se enfren-
tó a lo establecido en cuanto lo establecido era el lenguaje,
y produjo en ese territorio de las palabras una verdadera
revolución. Después de Rubén Darío, el idioma español
ya no pudo volver a ser el mismo de antes. Pero ahí no se
termina la longitud del puente: Rubén Darío escribió uno
de los más hermosos prólogos a María. Tuve muchas edi-
ciones de María, publicadas en diferentes países de Améri-
ca, ¡qué lindas eran! Las perdí cuando por cerca de nueve
años estuve fuera de Colombia. Todo aquello, mis perte-
nencias y mis libros quedaron por ahí, tirados al descuido,
todo vuelto miseria. Recuerdo una edición chilena con flo-
res y dibujos, prologada por aquel conocido escritor aus-
tral, Alberto Blest Gana.
El ensayo en Antioquia/Selección 419

Tal vez ya dije que leí María cuando tenía sólo dieciséis
años. Era una buena edad para esas cosas, para comenzar
esta pasión de la literatura. En casa había unas cosas de mi
abuelo, entre ellas algunos libros. Recuerdo La Imitación de
Cristo, de Tomás de Kempis: “Ha mucho tiempo que es-
toy enfermo,/ ha mucho tiempo que vivo triste—/ y es
por el libro que tu escribiste”— dijo Nervo. Y pensar que
aquellos místicos de verdad, humanos y vitales, se perdie-
ron para siempre sustituidos por catecismos y reglas. Y al
lado de Kempis y el Quijote estaba María. La había traído
el tío culto de la familia, que fue magistrado, en uno de sus
viajes desde Bogotá. Era hermano de mi padre. Recuerdo
que siempre llevaba en las alforjas de viaje las prosas de
Rufino J. Cuervo y otros libros, para leer a caballo o en
las fondas en momentos de descanso. Estamos hablando
de 1930 aproximadamente. Entonces yo tenía siete años y
conservo frescos aquellos recuerdos de los libros que traía
en sus viajes mi tío el magistrado. Uno de aquellos libros,
María fue el que leí varios años más tarde, cuando me co-
menzó la soledad. Venía en una edición hermosa, llena de
flores y con el dibujo de una mujer hermosa en el centro.
¡Como una muñeca, caramba! Aún veo aquel rostro ro-
deado de flores, de pétalos. En realidad, ahí estaba presen-
te el lenguaje de las flores de que antes hablé. Y en la mitad
de aquellas flores parlantes la imagen de María. Se trataba
de una edición bogotana, o mexicana, no lo sé exactamen-
te. Porque las ediciones de María se contaron casi por mi-
les en América. Alguien me aseguro un día que sólo en
México circularon cerca de doscientas diferentes. Y pen-
sar que don Jorge Isaacs nunca recibió un peso por todo
aquello y que murió en la miseria. A él no le importaba.
Escribía porque quería, y punto. Por supuesto, es impor-
tante que los escritores reciban dinero por su trabajo, pero
tampoco se trata de volver eso un negocio. No es para
tanto. Escribir, en sí mismo, constituye un gesto románti-
420 El ensayo en Antioquia/Selección

co de desprendimiento y rebeldía, y tiene un precio que es


preciso asumir cuando se es digno en la escritura, cuando
se va hasta el fondo del riesgo desde donde a veces es im-
posible el regreso. Pienso que somos ya muy pocos los
que nos la jugamos así, simplemente porque hay que escri-
bir, en el entendido de que se trata de una urgencia interior
sin precio ni retribución, como cantar con los amigos cuan-
do hay buena voz, guitarra y fuego encendido.
Seguramente Rivera leyó y releyó María, pues el modo
como Isaacs pinta el paisaje agresivo del Pacífico es el que
después encontramos en aquel y hasta en Carrasquilla. Los
escenarios del Pacífico, violentos y cruzados de peligros y
en cuanto escenarios de las luchas de negros y nativos en
medio de las selvas habitadas por fieras y serpientes, de-
muestran que Isaacs, maestro en aquellas pinturas como
fue en María, aportó a Rivera lo que este último desarrolló
de modo magistral en La Vorágine. El delirio de Arturo
Cova en medio de la selva conserva el estilo de Isaacs. Se
trata de un paisaje delirante donde los árboles y los peli-
gros hablan, murmuran, tienen entidad propia. Porque en
realidad aquella naturaleza original e intocada por la mano
del hombre no constituye paisaje propiamente dicho, en
el sentido del espacio de la contemplación para la mirada,
sino selva agresiva contra la que es preciso luchar. Ahí una
de las diferencias entre lo romántico americano y lo ro-
mántico europeo, pues en este último el paisaje y la natu-
raleza son motivos de contemplación distante, placentera
y recuperadora de una supuesta tranquilidad perdida a ma-
nos de la civilización y del desarrollo de las ciudades. En el
romanticismo europeo, por regla general, el paisaje es casi
algo para enmarcar, es aquello que el hombre contempla
desde la altura como resultado de su propia intervención
creadora, es lo domado mismo, lo humanizado. Por el con-
trario, en el romanticismo americano la naturaleza es el
lugar de una contienda a muerte, de un debate rebelde don-
El ensayo en Antioquia/Selección 421

de el héroe apuesta la vida al todo o nada y en donde so-


brevivir es un verdadero milagro. Un verdadero desafío al
destino. Ahora recuerdo algo que un día dijo Borges: «pien-
so que La Vorágine es más importante que Don Segundo Som-
bra». Y yo le pregunté en qué se fundaba para hacer aque-
lla afirmación, y Borges me respondió: “porque el barro-
co en Rivera se justifica mientras en Güiraldes no”. Con
todo, en esto de los desafíos románticos uno de los mayo-
res aciertos americanos se consiguió en el episodio de la
muerte del Negro Cruz, en esa segunda parte magistral del
Martín Fierro.
En América, venimos haciendo cosas importantes des-
de hace mucho tiempo. ¿Ustedes recuerdan aquello de los
indios pampas, el Poema del Viento Errabundo? “Por aquí es-
tuvo el viento, yo también estuve. Por aquí pasó el viento,
yo también. Por donde esté el viento estaré yo”. ¡Qué lin-
do! Desde ese tiempo venimos haciendo cosas bellas en
América. América toda ha tenido extraordinarios artistas.
Pero el caso colombiano resulta especial. He escuchado a
muchas personas renegar del país y minimizar lo nuestro,
burlarse de todo lo producido entre nosotros. Hasta de
María se han burlado, sin saber que la novela de Isaacs fue
la obra literaria más importante de la América Española
en su momento. Cierta vez, en Guatemala, donde me en-
contraba empeñado en escribir aquellas crónicas sobre
Barba-Jacob, dialogando con las personas que lo habían
tratado a él de manera directa, los intelectuales consulta-
dos fueron unánimes en afirmar que Colombia había sido
fundamental para Centroamérica desde el punto de vista
del desarrollo en algunos aspectos de su cultura. Mucho
más que México, me decían. Y me costaba trabajo creerlo.
Pero ellos me explicaron: aquí nos llegaron los exiliados
de las guerras civiles desde fines del siglo pasado. Vinieron
los Ospina, Candelario Obeso, el Indio Uribe, Avelino
Rosas, Julio Florez, en fin. Y traían las canciones colom-
422 El ensayo en Antioquia/Selección

bianas donde se transparentaba aquella visión honda de


entonces. Por allí pasaron Franco y Marín, Pelón
Santamaría y otros compositores y cantantes iluminados.
Para nosotros, insistía Arévalo Martínez, Colombia fue más
importante que México. Y explicaba: aquí en Guatemala
nos llegó María. Arévalo Martínez fue un verdadero devo-
to de María. Y allá conocí cómo la primera gran hacienda
de café la hicieron los colombianos. El primer colegio im-
portante lo fundaron unos colombianos de apellido
Ospina, antioqueños. Los poetas que se leían y que influ-
yeron en la creación de los artistas fueron Candelario
Obeso y Julio Florez. El autor más leído fue Vargas Vila.
Y los gramáticos de cabecera don Rufino J. Cuervo y don
Miguel Antonio Caro. Y pasado el tiempo llegó La Vorági-
ne, decía Arévalo Martínez, antes Diana Cazadora, de Soto
Borda, aquella primera novela modernista de América es-
crita por un bogotano y que comenzaba: «Serían las seis
de la tarde cuando el reloj de la aldea tocó las siete». El son,
que es el aire nacional de Guatemala, se deriva directamen-
te de la música colombiana. Por Centroamérica pasaron
los Álvarez, Franco y Marín y otros. En Guatemala se es-
cribió una novela sobre Porfirio Barba-Jacob y que se lla-
mó El hombre que parecía un caballo, de Rafael Arévalo
Martínez. Y de complemento aquella otra sobre Pelón
Santamaría, El hombre que parecía un perro. Hablo de Pelón
Santamaría, el autor de Invernal: “cubrió la niebla al mon-
te/y esparce invierno por doquier congoja.../van cayen-
do, cayendo las hojas...”. Lloraba con eso don Tomás
Carrasquilla. A Centroamérica llegaron los Álvarez, que
hoy son de los cafetaleros y terratenientes más importan-
tes de El Salvador, descendientes del inolvidable cantante
colombiano. Quizá por todo esto Guty Cárdenas, el mexi-
cano, dijo un día: “Yo aprendí a componer de los colom-
bianos Franco y Marín y no de los mexicanos como se
cree. Y también de Álvarez”. La Lira Antioqueña recorrió
El ensayo en Antioquia/Selección 423

toda América. Después sus integrantes se dispersaron por


diferentes países. Pero hoy toda aquella hermosa aventura
se ignora, se la silencia de un modo vergonzante o simple-
mente se la olvida. María fue pieza fundamental de esa que
podríamos llamar avanzada cultural colombiana en el con-
tinente, junto con la obra de Silva, de Barba-Jacob, de Ri-
vera, Carrasquilla, Julio Florez, Vargas Vila, Candelario
Obeso y muchos más.
Pero el valor de Isaacs no puede reducirse al descubri-
miento del paisaje americano ante el mundo, salvaje y rús-
tico, donde fuese posible que habitase El Buen Salvaje. La
interioridad humana en María es tan honda, tan importan-
te como el paisaje mismo. Más aún: lo humano es lo fun-
damental. El paisaje es apenas el resultado de la necesidad
de situar los personajes en un determinado espacio y un
tiempo históricos. María es la amante universal. Ella pudo
ser la novia de Chateaubriand, de Lamartine o de Lord
Byron. El común de las gentes que desconocen María ima-
ginan que ella era bobita, indefensa, y que no sabía hablar,
escuchar y ni siquiera llorar. No, señores: María era capaz
de monólogos hermosos y sabía pensar con inteligencia.
Y cómo lloraba de limpio, de humano. Por eso María es,
como muchas otras mujeres en la literatura, la amante
universal. Esa dimensión universal del amor estaba en la
conciencia de Isaacs. Por ese motivo Isaacs dijo un día «Por
la aldea se llega al universo, pues en literatura no existe
región pequeña». Y pensar que de esta idea fundamental y
cierta arrancó después, en este siglo y casi cien años más
tarde, toda la concepción literaria y estética de Luis Alber-
to Sánchez y sus seguidores.
María sigue siendo una novela en la que todavía puedo
aprender mucho como escritor. Picasso aprendió en los
grandes pintores de siglos anteriores y se jactaba hasta de
haberlos copiado. Porque él tenía una especie de locura
que le permitía ver aquello que había de magistral en lo
424 El ensayo en Antioquia/Selección

aparentemente viejo. Muchos consideran María un texto


agotado, que ya cumplió su papel. Otros piensan que es
un esperpento, una novelita que inunda con sus lágrimas
sensibleras. Pues no es así. Siento, como una verdad nece-
saria, recuperar el elevado sentido del llanto humano. El
hombre tiene que aprender de nuevo a llorar, aquel llanto
me ayudaba a recuperar lo mejor de mí. Y eso precisa-
mente es lo que consiguen las buenas novelas: ayudan a la
humanidad a recuperar su pasado, todo su tiempo olvida-
do o perdido, o simplemente censurado. Escribí La tierra
éramos nosotros cuando tenía 20 años. Y ahora de regreso a
María he descubierto que mis diálogos estaban influidos
por los de Isaacs. Diálogos no superados todavía por na-
die en la literatura colombiana, y creo que ni en
Latinoamérica. Los escritores jóvenes y maduros debería-
mos leer y volver a leer aquellos diálogos de María. Sobre
todo esos sobre el amor, tan propicios para el ridículo en
que jamás cayó Isaacs, pues el amor como la madre son
temas que se prestan a lo cursi inmarcesible. Por el contra-
rio, lo que Isaacs logra es la inefable dimensión de la ternu-
ra. Es preciso rescatar la ternura en cuanto valor humano
fundamental. El mundo se ha vuelto duro, insensible y,
sobre todo, vergonzoso de lo tierno. A muchos les da ver-
güenza manifestar el cariño, evidenciarlo. Las pequeñas
cosas que le confieren sentido a la vida han sido sepultadas
como indebidas, como síntomas de debilidad o dependen-
cia, o simplemente como anticuadas. Los dichos de los
abuelos, que deberían hacer parte de nuestra cultura, nos
avergüenzan. Se debe cargar y arrullar a los niños en pú-
blico y llevarlos luego dormidos hasta sus cunas. Es preci-
so volver a ser galantes con las personas, hombres y muje-
res, porque la delicadeza aún es un valor recuperable. Lo
humano habita siempre en las palabras galantes, cuando
ellas retratan afectos verdaderos. No estoy hablando del
protocolo que da asco, por interesado. Hablo de expresio-
El ensayo en Antioquia/Selección 425

nes limpias como decir: “me has hecho mucha falta”, “es-
toy muy solo”. Tal vez por eso volver a María sea tan alec-
cionante, es una novela de lo tierno, de lo galante, de lo
sincero de verdad, de la vida austera e inteligente. María
retrata a su autor. Porque Isaacs fue todo esto en su pro-
pia vida. No un llorón, como podría creerse, sino un sa-
bio y un guerrero limpio, inteligente y desprevenido. Un
romántico, ya lo hemos dicho. Y modesto como nadie.
Isaacs supo en vida que la crítica literaria de su tiempo lo
consideraba el mejor novelista en lengua española. Pero él
insistía en recorrer los caminos del pavor y las trochas,
adquiriendo fiebres, trazando ferrocarriles, descubriendo
minas y participando en nuestras revoluciones políticas.
Un verdadero ejemplo de vida. Hizo una casa y le puso
iluminación, porque él conocía la ciencia y la técnica que
le permitían hacer eso. Don Jorge Isaacs sabía perfecta-
mente que su obra era una obra maestra, reconocida como
tal por la crítica de su tiempo. Una obra sobre el amor,
asunto difícil.
¿Qué Efraín y María lloraban? Pues si. ¿Y qué? ¿No es
acaso humano el elevado sentido del llanto por amor, por
dolor de vivir?. Ahora el ron y el humo del fuego me ayu-
dan a ver de nuevo a María. Ella mueve sus pestañas, sus
labios, y siento que los cuerpos suenan extrañamente al
caer. Qué ojos tan grandes, me digo: parecen almas. ¡Ahí
tienen ustedes a la novia de América!
SAMUEL SYRO GIRALDO

La adhesión popular
al régimen federal
A partir de los primeros días del pasado mes de febrero
(1972), después de varios años de estudio y de cuidadoso
análisis en torno a las características del régimen federal,
decidí empezar a escribir y a hablar sobre la conveniencia
de adoptar dicho sistema para Colombia. En tan corto
período se han producido hechos de significación, los cua-
les me confirman en la opinión que desde un principio me
había formado, consistente en que existe entre nosotros
un ambiente propicio para estudiar con serenidad, con
interés y con altura un asunto de tan singular importancia
para el futuro del país.
Los colombianos, en su gran mayoría, estamos con-
vencidos de la ineficacia de la actual estructura centralista
de nuestra Constitución, la cual hace imposible el desarro-
llo equilibrado de las regiones, fomenta el crecimiento gi-
gantesco de la burocracia en la capital de la nación, ha traí-
do consigo el tráfico de influencias y la corrupción admi-
nistrativa, eliminó en las provincias toda clase de estímu-
los para la formación de nuevos equipos de dirigentes pú-
blicos, implica un peligroso alejamiento entre los gober-
nantes y los ciudadanos, ha determinado que la mayor parte
de nuestros ingresos públicos se destine a gastos de fun-
cionamiento y es permanente factor que amenaza la con-
servación de la libertad y la plena vigencia de las institucio-
nes democráticas.
Los hechos nuevos a que me refiero, producidos entre
los primeros días de febrero y la fecha actual, son en sínte-
El ensayo en Antioquia/Selección 427

sis los que menciono en seguida. Se creó en Antioquia la


Corporación Pro-Régimen Federal, en la cual participan
más de cien destacados profesionales afiliados al liberalis-
mo y al conservatismo, adictos al régimen democrático y
defensores de la libertad, pertenecientes a las más diversas
actividades, entre quienes hay ingenieros, abogados, arqui-
tectos, economistas, sacerdotes, administradores de nego-
cios, industriales, comerciantes, agrónomos, médicos y
profesores universitarios. El objeto de la Corporación es
el estudio y análisis del sistema federal en todos sus aspec-
tos, la amplia difusión de las conclusiones de esos estudios
y la creación de los medios que permitan adoptar para
Colombia tal sistema. En segundo lugar, el Colegio de
Abogados de Medellín, que es indudablemente la más pres-
tigiosa asociación profesional y académica del país, a la
cual se debe de manera primordial el derrocamiento de la
dictadura que padeció Colombia entre 1953 y 1957, y cuya
brillante trayectoria se ha caracterizado por la defensa asi-
dua de las instituciones democráticas, por sus campañas a
favor de la dignidad de la persona humana y el enalteci-
miento de la justicia, y por sus estudios para mejorar la
administración pública, organizó el 25 de febrero un deba-
te memorable sobre el régimen federal, al cual fui invitado
en la ilustre compañía de los doctores Abel Cruz Santos,
Joaquín Londoño Ortiz y Jorge Restrepo Uribe. Como
consecuencia de dicho foro, el Colegio de Abogados de
Medellín expidió su histórica declaración de esa fecha, en
la cual recomienda el régimen federal. Dice así la primera
parte de esa declaración:
“EL COLEGIO DE ABOGADOS DE
MEDELLÍN ha llegado a la convicción sobre la necesi-
dad de adoptar un régimen federal para Colombia,
mediante la respectiva reforma constitucional que re-
conozca la descentralización política, fiscal y adminis-
trativa a que tienen derecho las regiones, sobre la base
428 El ensayo en Antioquia/Selección

de conservar para la nación su soberanía y competencia


en los asuntos que son propios de su naturaleza, entre
ellos la organización y distribución de las Fuerzas Ar-
madas, el manejo de la política exterior y la regulación
del comercio internacional, de la moneda y del crédi-
to; la expedición de normas orgánicas en materia de
impuestos destinados a gravar las rentas, el consumo
de artículos de producción nacional y las importacio-
nes y exportaciones”.
“Las regiones en que ha de dividirse el país para
efectos de la implantación del régimen federal que se
propone, deben corresponder a núcleos de población
con características homogéneas desde el punto de vista
histórico y por el aspecto sociológico, además de re-
unir los requisitos indispensables sobre grado de desa-
rrollo, superficie territorial y número de habitantes,
que permitan y aseguren de antemano el buen funcio-
namiento del sistema”.
“Considera el Colegio que el régimen federal, ade-
más de procurar el desarrollo equilibrado de las regio-
nes en forma acorde con la idiosincrasia y los recursos
naturales y humanos de cada una de ellas, constituye el
medio por excelencia para preservar la libertad, conso-
lidar la unidad nacional sobre bases firmes y reales,
mantener la plena vigencia de las garantías individuales
y del régimen democrático, y dar al país un gran im-
pulso hacia nuevas formas de vida en que se asegure el
cumplimiento de la justicia distributiva y de la igual-
dad de oportunidades tanto para los ciudadanos como
para las entidades territoriales”.
Además de los dos hechos que acabo de anotar, ambos
ocurridos en el transcurso del mes pasado, quiero referir-
me en tercer lugar a los comentarios favorables que se han
publicado en la prensa y a los mensajes que he recibido de
otras regiones distintas de Antioquia, en los cuales se ex-
El ensayo en Antioquia/Selección 429

presa profundo interés, entusiasmo y adhesión por las te-


sis que analicé en el ensayo publicado en el periódico “El
Colombiano”, en su edición extraordinaria del 6 de febre-
ro, relativas al régimen federal y al fracaso de la fórmula de
Núñez sobre “centralización política y descentralización
administrativa”, en busca de cuyo irrealizable cumplimiento
ha perdido el país 86 años de su existencia.
Núñez, quien en 1858, cuando se expidió la Consti-
tución Federal de ese año, sancionada por Mariano
Ospina Rodríguez, fue decidido federalista, tal como lo
demostró el Dr. Abel Cruz Santos en su magistral expo-
sición del 25 de febrero en el Colegio de Abogados de
Medellín, por razones de carácter personal se convirtió
después en furibundo centralista, un poco antes de 1886,
e hizo todo lo posible para que los delegatarios que inter-
vinieron en la elaboración de la Constitución de ese año,
por cuyos preceptos nos hemos regido hasta ahora, fue-
ran adictos a sus tesis de ese momento, aunque muchos
de ellos no eran oriundos de las provincias que decían
representar ni tenían vínculos reales con esas regiones.
En verdad, la Constitución de 1886 fue la Carta del señor
Núñez y del señor Caro, mas no la expresión fiel de la
voluntad de la república. Pero de todas maneras y para
fortuna del país, ya no existe diferencia entre liberales y
conservadores demócratas, en torno a las tesis centralis-
tas o federalistas. El régimen federal, en la forma como se
ha concebido en el Derecho Público contemporáneo, por
medio de una descentralización fiscal, administrativa y
política a favor de las regiones, cuyos preceptos queden
consagrados directamente en la Constitución para que
en vez de depender de la voluntad del gobernante de tur-
no sean siempre de obligatorio cumplimiento para éste,
no es hoy factor de diferencia sino de unión entre el
liberalismo y el conservatismo. Prueba de ello es la Cor-
poración Pro-Régimen Federal a cuya reciente fundación
430 El ensayo en Antioquia/Selección

me referí antes, en la cual participan liberales y conserva-


dores, así como los grupos de estudio que se han empe-
zado a formar en otras regiones con motivo de la exhor-
tación hecha por el Colegio de Abogados de Medellín,
grupos también bipartidistas.
Cuando hablo ahora de federalismo no se trata, pues,
como en el siglo pasado, de confederación de estados
independientes con ejército propio, barreras aduaneras
y constitución específica para cada provincia, sino de
una nación colombiana descentralizada, donde la unión
se consolide sobre bases reales, y dentro de cuya estruc-
tura constitucional sea posible que cada región se ma-
neje de acuerdo con su estilo peculiar, en tal forma que
no sólo se descentralicen las provincias respecto de la
capital del país sino también los pequeños municipios
en relación con las ciudades importantes de cada re-
gión. Porque la descentralización debe ser general, debe
abarcar todos los aspectos. Es indispensable que los
colombianos residentes en las zonas rurales, en las al-
deas y en los pequeños poblados, disfruten allí mismo,
en el lugar de su origen y de sus afectos, de las posibili-
dades de un mejor nivel de vida, sin obligarlos, como
hoy acontece, a buscar la ilusoria comodidad de las gran-
des ciudades para satisfacer el anhelo de educar a sus
hijos, adquirir vivienda y obtener empleo, deseos que
muy pocas veces logran realizar.
Colombia no puede continuar en su actual estructu-
ra centralista porque es evidente que ella entorpece el de-
sarrollo armónico de las regiones y su libertad de iniciati-
va, y porque en muchos aspectos es similar a la situación
que prevalecía en el antiguo régimen colonial, bajo la de-
pendencia de la metrópoli española, cuando se aplicaban
las encomiendas, las capitulaciones y las cédulas reales.
Es necesario respetar la idiosincrasia de cada región, pres-
cindir del falso halago de los auxilios especiales cada vez
El ensayo en Antioquia/Selección 431

que una provincia aspira a una relativa autonomía y crear


el ambiente favorable para que se cumplan los principios
democráticos sobre igualdad de oportunidades y justicia
distributiva, aplicables no sólo a los ciudadanos en par-
ticular, sino a las diversas regiones de Colombia.
Si otros países de la América Latina como México, Ar-
gentina, Brasil e inclusive Venezuela, adoptaron desde hace
varios años el sistema federalista, y si no obstante ser en
ellos muy imperfecto y muy tenue, les ha permitido un
mejor grado de desarrollo del que ostentaban antes, no se
ve cuál sea la razón para considerar que nosotros no este-
mos preparados para ese sistema. ¿Somos acaso inferiores
a los mejicanos, venezolanos, argentinos y brasileños?
Evidentemente se trata de un sofisma de distracción, simi-
lar al de los auxilios especiales a que hice alusión antes,
destinado a desviar el justo anhelo de las provincias. Por
nuestra parte, en la compañía de muy ilustres ciudadanos
de los dos partidos tradicionales, seguiremos insistiendo
en la conveniencia de adoptar un régimen federal para
Colombia, como el mejor medio para asegurar el progre-
so equilibrado y preservar la libertad y la democracia.

(Medellín, 12 de marzo de 1972).


URIEL OSPINA

La novela en Colombia
(Un capítulo)
Aproximadamente un millar de novelas, calculadas “a ojo
de buen cubero”, se han escrito en Colombia hasta ahora.
La cifra es baja si se tiene en cuenta el prestigio de buenos
letrados de que dispone el país, prestigio que no conviene
someter a reexamen para arriesgar llevarse un buen chas-
co. Ese mismo millar es de calidad bastante desigual. Entre
nosotros ha sido más fácil -más fácil y por consiguiente,
más abundante-, escribir en verso que escribir en prosa,
por paradójico que ello parezca. En todo colombiano si-
gue habiendo un versificador que no se atreve -o que está
resuelto- “a mostrar lo suyo”. Para colmo de males, los
novelistas inéditos, los que sufren por experiencia propia
aquello de que en la literatura dar a luz no es necesaria-
mente darle vida a algo, son también legión. Quién sabe si
por ahí en el fondo de muchas gavetas o en los entrepaños
de cualquiera modesta biblioteca familiar, no haya nove-
las susceptibles de dejar muy atrás sobre las cuales ha caí-
do como el premio gordo de una lotería literaria, la abru-
madora garantía del prestigio.
Escasa, pues, en cantidad y ligeramente superior a lo
modesto en calidad, la novela colombiana -aunque mejor
sería decir la novela que se hace en Colombia, puesto que
todavía no existe de manera específica una novela colom-
biana-, es una entidad orgánica algo desarticulada que ha
llevado una vida a tumbos y a porrazos. No existe una
tradición de prosa novelística como sí existe por ejemplo,
una tradición poética. O histórica. Aquí también el verso
El ensayo en Antioquia/Selección 433

ha derrotado a la prosa. O al menos lo hizo hasta hace


algunos años por cuanto ya empieza a darse la circunstan-
cia que deja de tener como las dos máximas ambiciones de
un colombiano ser presidente de la República o poeta. O
ambas cosas al mismo tiempo. Ya el oficio de versificador
empieza a ser mirado como una actividad sospechosa, de
la misma manera que hasta hace poco tiempo el era tenido
como un privilegio intelectual.
Reducida en producción, esta novela hecha en Colom-
bia tampoco ha sido muy abundante en calidad, obliga in-
sistir en ello. Hay excepciones brillantes, ya cualquiera,
puede suponerlo, además de saber qué nombres las cons-
tituyen. El hecho es que en Colombia no ha existido prác-
ticamente el novelista profesional, y solamente ahora em-
pieza a darse, tímidamente por lo demás, este personaje
cuya actividad depende de una industria editorial sólida-
mente establecida. No la tiene aún Colombia, pero Espa-
ña, Argentina y México la poseen en gran manera, siendo
estos dos países los que más a fondo han explotado la obra-
literaria de novelistas colombianos, obra que de otra ma-
nera no habría podido pasar el cabo tormentoso de los
consabidos mil ejemplares iniciales, todos ellos arrumados
en los depósitos de un librero o en los sótanos de la casa
editora.
El ritmo de la novela colombiana sigue una dirección
paralela a la de la novela hispanoamericana, quedándose
atrás en ocasiones, pugnando por colocarse en la punta,
en otras, raras veces adelantándose. Romanticismo inicial
leído y adaptado de los autores románticos preferencial-
mente franceses; costumbrismo importado de España;
pocas manifestaciones de realismo, y desde luego un te-
rror pánico por la novela naturalista, son sus carácteres
iniciales. Entre estas expresiones hay que situar algunas
cuñas que tienen sobradas .razones para reclamar su ori-
gen continental: el indigenismo, la novela negra, tal cual
434 El ensayo en Antioquia/Selección

expresión de novela política y seguramente un afán nacio-


nalista un tanto parroquial como reacción lógica frente a
la imitación europea. Allí cabe todo el tema, y en esas for-
mas es preciso escoger lo que en el género llamado novela
ha dado hasta ahora Colombia.
Una novela de creación propiamente dicha no ha exis-
tido prácticamente entre nosotros, así haya excelentes
novelas en las que salen espléndidos personajes creados en
todas sus piezas. El espíritu de nuestras gentes, dado extra-
ñamente a la creación en verso, es refractario a la creación
en prosa cuando se trata de novelar. Se tiene la impresión
con las debidas excepciones desde luego, que la novela se
confunde con los tiempos heroicos de la fotografía cuan-
do esta se limitaba a reproducir con la mayor fidelidad
posible un objetivo situado frente a la cámara. La manía
por la fidelidad representativa ha sido una obsesión entre
los novelistas colombianos muy pocos de los cuales han
sabido o han querido sugerir algo antes que reproducirlo. Sur-
gida en su mayor parte del periodismo, dominada ya en su
cuna por la objetividad o por el comprometimiento, esta
novela puede ser un documental permanente, por lo gene-
ral escrito con muy buena ortografía, sintaxis y régimen
sobre la vida exterior de un país, pero menos sobre su vida
interior, y aún mucho menos sobre la vida imaginaria de
algunos personajes creados por sus propios autores. La
mejor prueba de ello es la llamada novela de la violencia en la
cual, con algunas excepciones, las cosas se presentan con
crudeza de documental cinematográfico. Como excusa se
aduce aquello de que la realidad no puede falsearse.
Admítase en gracia de discusión. Aunque como refutación
podría argüirse que la literatura, en tanto que arte de ex-
presión, tiene el derecho de tratar cualquier tema en una
forma distinta a la del simple relato reducido a reproducir
lo que exhibe la naturaleza o lo que exteriormente hacen
los hombres.
El ensayo en Antioquia/Selección 435

Queda el recurso del escape marginal, esto es, el de ha-


cer retratos ligeramente retocados como para que el origi-
nal no se llame a iracundia dando así la sensación de una
novela-clave en la que el disfraz es tan burdo -inclusive en
la denominación patronímica de los personajes-, que el
procedimiento deja ver su cobre bajo un ligero barniz de
pintura moderna. En muchas ocasiones. novelas colom-
bianas sólo han pretendido insultar a alguien, burlarse de
alguien, o saldar cuentas pendientes con alguien, no im-
porta que ellas sean personales o políticas. Es una especie
de novela-venganza en la que hay que liquidarse un saldo a
quien fuere, persona, animal o cosa. No en vano la gran
mayoría de los escritores de novela en Colombia proce-
den del periodismo, o han estado vinculados a él, y ya se
sabe que en Colombia el periodismo ha tenido entre sus
características esenciales las de estar polemizando por un
dácame esas pajas. Es la dictadura de realismo entendido
como una expresión de fidelidad al paisaje y a las gentes.
Por ello puede decirse que la novela de los colombianos es
algo así como cierto primitivismo artístico capaz de con-
tar, antes de pintarlas, cuántos pelillos hay en las cejas de
una mujer al pretender hacer su retrato.
No es propiamente imaginación lo que hace falta. Un
colombiano, como un latinoamericano en general, posee
una imaginación sorprendente en la vida real, pero es inca-
paz de verterla en una novela. Lo propio ocurre con el
teatro. En la escena el autor nuestro -con las inevitables
excepciones-.se muestra corto, embarazado, se apabulla,
se encoge. En la vida real, para salir de un mal paso ante un
acreedor o para justificar alguna pilatuna, se convierte en
un actor profesional inigualable. Cuando hay alguien ca-
paz de excusarse diariamente ante su jefe o ante su mujer-
cita y lo hace sin repetir dos veces la misma excusa, es por-
que se trata con alguien de imaginación sorprendente. Pero
cuando se trata de situar esto en relativa buena prosa les
436 El ensayo en Antioquia/Selección

ocurre lo que a las gentes que, actores maravillosos en la


calle, si les ponen los pies y las manos como si tuvieran
plomo en ellas cuando están en escena, quedándose a mi-
tad de camino, si es que inician algún camino.
No se trata, por consiguiente, de una novela que piense
en líneas generales. Se trata más bien de una novela que cuen-
ta lo que ve. De ahí su atroz carencia de psicología y en
cambio la superproducción de paisajes y de descripciones.
Ni extensa en producción, ni muy rica en calidad, mor-
tifica, insistir en ello, la novela de Colombia se ha debatido
en algunos frentes que han frenado ambas cosas a pesar de
una buena veintena de títulos. En primer lugar el editorial,
por ser país que tiene muchos impresores y muy grandes
imprentas pero que desconoce ese personaje -a pesar de
algunas tentativas hechas en este sentido- que se llama edi-
tor, y que en tantos otros países, en Francia inclusive, ni
siquiera son dueños de una modesta imprenta de chivaletes,
lo que no les impide ser editores de estupendos alcances
comerciales y literarios. Colombia insiste en ser uno de
los pocos países del mundo en el que dar a luz un libro no
significa necesariamente darle la vida. Su crianza es proble-
mática y el hijo arriesga morirse a poco de nacido, bien sea
en el fondo de una gaveta porque su denodado autor es
capaz de no tenerla. El novelista que va con su manuscrito
bajo el brazo donde un impresor —así se jacte él mismo de
llamarse editor—, se les enfrenta a dos cosas: una, la de que
ni siquiera se acepte realizarle el trabajo, y otra, de que si
se le acepta no tiene quien le venda su edición para verse
obligado a conservarla sin saber qué diablos hacer con ella.
Segundo frente es el de escribir una novela “a ratos li-
bres” que por lo general les son robados a otras ocupacio-
nes que nada tienen que ver con la literatura. Sólo ahora
en Colombia empieza a aparecer, tímidamente, el novelis-
ta profesional, o aproximadamente profesional, ese mis-
mo que aspira a vivir, no de lo que le producen sus nove-
El ensayo en Antioquia/Selección 437

las, sino que puede escribir porque al menos esto le permi-


te ganar la vida en un trabajo intelectual honorable. Que
por lo menos no tenga que dejar la ventanilla de un banco
para correr a su casa a luchar con sus personajes. Que por
lo menos pueda disponer de algún tiempo en el que no
haya que dar clases de aritmética para pagar el casero y
cumplir la función de escritor. O así por el estilo. Porque
son estas cosas, y muchas más aún, las que se han unido
para darle a la novela de Colombia esa palidez anémica de
que hasta ahora no ha podido salir totalmente.
Novela, por ejemplo, hecha a retazos, compartiendo
el tiempo que se debería dedicar a la actividad creadora
exclusivamente literaria, con una oficina de abogado, un
gabinete de odontología, un consultorio de médico, una
curul el Congreso, un juzgado municipal, o una vida de
cesante en la que tampoco queda tiempo para escribir por-
que hay que pensar ante todo en volver a conseguir un
empleo, así este tampoco permita escribir. Novela hecha,
pues, abriéndose campo a codazos con la vida sin que la
vida deje pasar. Novela que a diferencia de la pintura -o de
las artes plásticas en general- no tiene esa clientela snobista
y no poco loba que compra cuadros malos y caros para
adornar casas elegantes, y que al mismo tiempo le permi-
ten a su autor vivir un año sin pensar en trabajar, al paso
que si un novelista, vende mil ejemplares de lo que ha es-
crito ya puede darse por bien servido.
Novela dominada por la poesía, por los temas de la
violencia política y por cierto academismo verbal hasta no
hace mucho, y por una relativa libertad de expresión inde-
pendiente, desde hace poco. Novela en fin de cuentas que
todavía no ha encontrado su verdadera vía. Que camina a
tanteos. Que hace ensayos. Que avanza como ciego sin
lazarillo pero que al fin y a la postre avanza, así sea peno-
samente, sin caer, que es lo importante. Pocos, por otra
parte, son los países hispanoamericanos que le han halla-
438 El ensayo en Antioquia/Selección

do el cauce definitivo a su novela como lo han podido ha-


cer para su poesía. Es lógico que mal de muchos se identi-
fica con el consuelo de quienes sabemos. Pero no queda
por demás agregar que en este campo de la novela se han
hecho ya buenos ensayos, se siguen haciendo, y que con
todo ello ya se tiene un respaldo cuyo capital aumenta día
a día. No así, por desgracia, sus dividendos.
Novela, finalmente, sometida al dominio de casas edi-
toras extranjeras por la carencia de una auténtica industria
editorial en Colombia, que quiera jugar al azar con la lite-
ratura, no necesariamente para perder, pero sí para inten-
tar ganar alguna vez. El novelista colombiano necesita to-
davía ser editado en el exterior, traer la etiqueta foránea
para que se le lea (sin olvidar que las editoriales extranjeras
son las que mejor difunden y esto es esencial para el lanza-
miento de un libro o de una cacerola al mercado intelec-
tual o en el doméstico), a consecuencia de lo cual nuestros
escritores de novela tienen que caer en el consabido cepo
del concurso de novela. Felizmente estos concursos están
desapareciendo de Colombia. Pero las editoriales españo-
las, esas mismas que pugnan por continuar su expansión
entre las grandes casas argentinas y mexicanas en la parte
central del Continente, han descubierto la mina: el con-
curso. Y en él caen como moscas colombianos, paname-
ños, ecuatorianos, etc. Es claro que entre todo lo que se
envía algo ha de tener valor. Se le escoge. Se le publica. Se
le lanza y naturalmente el autor queda feliz con algún di-
nero recogido en la aventura. por su novela premiada, por
el reportaje a todo vapor hecho en una revista literaria de
gran tiraje, reportaje que naturalmente es «insinuado» por
la casa editora, satisfecho de ver que se habla de él y en el
colmo de la felicidad al ver su libro, al fin, impreso. Por
desgracia es la única forma en que muchos novelistas del
Tercer Mundo Latinoamericano tienen de salir al público.
Desde que se introduce la hoja en la máquina de escribir
El ensayo en Antioquia/Selección 439

ya se tiene en mientes el concurso, es decir ganárselo. A


tanto ha llegado la manía del concurso en Colombia que
es el único país del mundo donde un concurso de novela
ha sido ganado por un muerto1.
Esto, cualquiera lo adivina, no es culpa sino del subde-
sarrollo editorial en materia de literatura, ya que Colom-
bia posee una industria gráfica de buena calidad, pero ca-
rece totalmente de ese editor-tahúr que esté resuelto a ju-
garse anualmente quince o veinte malos autores contra uno
bueno y que este pueda resarcirle las inversiones o pérdi-
das que haya podido tener con aquellos. En París, para no
citar sino un ejemplo, donde hay editores que carecen de
imprenta, se recuerda el caso de René Julliard que entre
una abundante colección de fracasos novelescos dio al fin
con una mina que lo resarció de pérdidas en asunto de
meses: Françoise Sagan. Entre nosotros, por desgracia, to-
davía no existe el editor-jugador con la suficiente audacia
para forzar la fortuna en beneficio suyo. Y en el de sus
pupilos.
También puede adscribirse esta relativa anemia de no-
vela colombiana a diversas circunstancias de orden social
interior, al capítulo de las guerras civiles, por ejemplo, al
de los pronunciamientos en que tan fecundo fue el país a
todo lo largo del inefable siglo XIX, una especie de Patria
Boba prolongada desde Julio de 1810. Solamente cuando
en el último cuarto siglo, colombianos, granadinos,
gólgotas, mochuelos, liberales y regeneradores dejaron de
reñir, la novela empezó a tener algo de ambiente. Ni si-
quiera en el siglo pasado Jorge Isaacs se dio cuenta cómo
escribió su novela lo que exactamente constituye la excep-
ción que confirma la regla. Mucho más fácil era entregarse

1 Es el caso de Jesús Zarate Moreno, los originales de cuya novela, La cárcel,


fueron enviados por su viuda a un concurso literario español, habiendo
obtenido el primer premio y habiendo desatado, como era de esperarse,
la consabida polémica.
440 El ensayo en Antioquia/Selección

en cuerpo y uniforme a las delicias de los madrigales, de


los sonetos, o de la poesía hecha al calor del entusiasmo.
La composición de una novela es de por sí ya más elabora-
da. O sea que tanto irse a las manos impidió tener una
buena novela desde hace más tiempo. El fenómeno es, al
mismo tiempo, sintomático del Continente, como que en
todo el Continente a lo largo del dichoso siglo XIX no se
hizo sino pelear.
El torbellino de las llamadas guerras civiles -así en una
de ellas, en la batalla de cierto “general” se hubiera comba-
tido con libras de panela- causó la pérdida de más de un
buen escritor en una marejada implacable. El atraso de la
novela en este siglo que huele a pólvora y a axilas de mili-
tar en plena campaña, se explica en parte, por lo que a los
colombianos respecta, por su pasión por la política y la
tremenda urgencia de derrocar al gobierno. Al que fuere.
Al de turno. Los intelectuales comprometidos hasta los
tuétanos se escapaban de la literatura hacia el periodismo
político que además era más fácil. Se salvaba algo la poesía
y en cierto modo, el teatro. Ya hizo notar Isidoro Laverde
Amaya la proliferación de autores teatrales que hubo por
Santa Fe en la segunda mitad del siglo pasado. Además las
compañías que llegaban hasta el altiplano incluían a los
autores caseros en sus representaciones. Bogotá tenía un
teatro estupendo, pero no tenía una buena casa editorial a
pesar de todo cuanto debió haber sudado la imprenta de
vapor de Echeverría Hermanos para sacarnos del subde-
sarrollo prosístico y anotando de pasada que Colombia
tuvo más periódicos de los que tiene ahora, con diez veces
menos habitantes.
CARLOS JIMÉNEZ GÓMEZ

La Antioquia
de nuestros amores
Antioquia es gesta popular y campesina. Brotó en los sur-
cos de los sembradores al mismo tiempo que se forjaba en
las fraguas de los pueblos, se iba hilando por los caminos,
brillaba en las manos de los mineros y se arrumaba en las
tiendas y almacenes vivanderos y cambistas. Había un es-
píritu comunal, que tenía raíces en cada pedazo de terrón
y en cada teja de los aleros. La organicidad, la vivacidad, la
contextura de esta empresa fueron algo increíble, allí mis-
mo nunca jamás repetido. La solidaridad y la mística reco-
rrían todo el mapa físico y todo el orden espiritual como
la savia al árbol: sin dejar de visitar puntualmente, la mis-
ma, cada renuevo, cada hoja, cada nudo sarmentoso, para
llamarlos a la vida.
¿Quién convocó a esta romería? ¿Quién concertó esta
marcha verdaderamente sinfónica? Sin la connotación de
ciertas peculiaridades étnicas, el fenómeno resultaría inex-
plicable. Ellas fueron las que pusieron en movimiento este
inmenso molino en el cual iban siendo reducidos a polvo,
uno a uno, los diques de las adversas circunstancias. Y ello
aquí y allá y en todas partes. Con la participación del peón
y del patriarca. Había alegría, francachela. El trabajo era
una fiesta. La vida se repartía en espigas de igualdad, de
altruismo, de bienandanza. Los jefes eran máximas explo-
siones de energía; habían surgido de la gleba. Las jerarquías
eran naturales. Había un ritmo humano en la marcha; los
frutos iban de casa en casa. No humillaba la pobreza, ni
fatigaba la labor, ni desengañaba la lucha. Había un ideal
442 El ensayo en Antioquia/Selección

compartido y todo el mundo se sentía ligado a una


cuotidiana hazaña colectiva. Todos eran entonces prota-
gonistas. Se sentía seguramente pasar la voluntad popular
en efluvios, ya encorvándose sobre el arado, ya remon-
tando las cordilleras. Por sutiles venas circulaba, de la base
al vértice de la pirámide, una misma gana, un deseo desata-
do de llevar adelante la odisea.
Llegó, sin embargo, un momento en que se agravó la
transferencia de los recursos de la periferia al centro. A
medida que el proceso se iba acentuando, fueron apare-
ciendo los síntomas de un letargo sin fondo y de una dolo-
rosa decadencia. Fueron desangrándose campos y pueblos.
La tendencia centrífuga del proceso social se acentuó
peligrosamente. La sensación de estar luchando estérilmen-
te fue apoderándose del cuerpo social, antes tan erguido y
soberbio. Fueron desmantelándose las bases de la epope-
ya. La empresa común fue siendo suplantada poco a poco
por un espectáculo con escenario de protagonistas y gale-
ría de grises testigos, impotentes y ensimismados. Donde
antes hubo un solo plano de la acción, la vida social se
bifurcó después en dos planos separados, cada vez más
lejanos: los creadores y los cesantes. Se perdió la raíz po-
pular. El pueblo se quedó sumido en sus provincias remo-
tas mientras la burguesía, la gente del gran burgo, empeza-
ba a progresar a toda vela. Se abrió una profunda brecha
entre ambas vertientes. La locomotora siguió sola, poten-
te y espléndida, y los vagones, antes tibios y halagadores,
se volvieron oscuros furgones de tercera y se quedaron
varados en los barrancos y comidos por la maleza. Este
desenganche fue el momento mortal. Los de abajo perma-
necieron estacionados; los de arriba fueron perdiendo su
vocación e inspiración de pueblo. Se fue olvidando a la
masa ignara: sigue sin pagar su cuenta.
Pero un día las deficiencias de la acumulación de capi-
tal mostrarían los desajustes de un entable empresarial crea-
El ensayo en Antioquia/Selección 443

do a manera de superestructura sin cimientos en la econo-


mía local. Por ahora los crujidos del agrietamiento perma-
necerían asordinados y el paisaje sombrío, bajo el ala de la
prosperidad naciente. Los valores de la vieja sociedad, vir-
tudes humanísimas primero que todo, irían en progresivo
marchitamiento, a medida que se entró por el camino equi-
vocado de desaprovechar las grandes energías que en el
pasado habían nutrido su garra y su fiereza. Como candil
sin sebo, la vieja cultura se apagó cuando expiraba la so-
ciedad que la había mantenido luminosa y radiante, enci-
ma del celemín. Cuando el progreso se volvió obra de
minorías, discriminatoria y elitista, con convidados de pie-
dra al fondo, la tónica general de la vida descendió y empe-
zaron a incubarse el caos y el resentimiento.
Sería interesante investigar las cifras, componer los cua-
dros y diseñar los gráficos relativos a este fenómeno y a
esta época. Pero ello no haría seguramente otra cosa que
ilustrar este proceso de deterioro cuyas oleadas se ven sal-
tar por todas partes, espontáneas y potentes.
Hace tiempos que Antioquia anda mal, y ello por
desconyuntamiento. Va a paso inseguro. No acierta a orien-
tarse en casi ningún plano. Perdió su ritmo. Por ganar el
mundo olvidó su alma y los raudales de su preciosa ener-
gía. ¿Atinará a reencontrarse, reencontrándolos? Lo que
ha ocurrido es bien simple de explicar.
No hay una Antioquia. Hay dos: la clásica y la moder-
na. El modelo de la Antioquia grande, de la Antioquia clá-
sica, quedó atrás. ¿Agotado? ¿Abandonado? Si su clase di-
rigente no supo o no pudo mantenerlo, esa es alternativa
muy complicada. Pero lo perdió. Ese es un hecho. No lo-
gró poner a salvo el presupuesto indispensable de una con-
tinuidad de la historia: de propósitos, de estilos, de siste-
mas. Sufre los males de una grave desarticulación históri-
ca: no haber insertado los patrones de su gesta campesina
en los esquemas de su desarrollo industrial; haber dejado
444 El ensayo en Antioquia/Selección

al campo los azares de la pobreza y aplicado los rendimien-


tos capitalistas solamente a la superestructura industrial.
Así dejó desmayar su vieja sociedad y la vieja cultura, que
andan por ahí decaídas, frustradas. Hoy tiene una sola
disyuntiva de superación: o reinsertarse en el gran tronco
de la Antioquia clásica, o dejar esa época atrás, como retra-
to en el fondo del muro, para transformar vigorosamente
toda la sociedad y la economía decidiéndose a edificar, glo-
riosamente también, la era industrial. Pero una era para
todos.
El fenómeno no es reciente. Empezó con el auge del
capitalismo industrial y financiero y con su fatal concomi-
tante, la centralización de los recursos y las inversiones.
Cuando la economía periférica –agrícola, minera, comer-
cial- empezó a mustiarse por desamparo, la vieja Antio-
quia empezó a agonizar por inanición. Sin vías de comuni-
cación, sin sociedades locales, sin educación, sin halagos.
Sólo que la industrialización y la economía errátil de
mercado dieron durante su primer estadio pingües divi-
dendos, mientras su superioridad sobre el resto del País les
aseguraba una virtual situación de monopolio. También
si los hubiera continuado rindiendo sin pausa habría se-
guido siendo profundamente cierto el fenómeno subya-
cente y silencioso de la crisis popular. Pero éste habría con-
tinuado inadvertido, mientras la industrialización se expan-
día sin irrigarse sobre la base para devolverle la vida que
había bebido en ella. El fenómeno estuvo desapercibido
hasta cuando el crecimiento y los impactos profundamen-
te lesivos de la modernización del País y de la competencia
internacional empezaron a angostar los balances y a debi-
litar la vida regional en conjunto a partir del centro.
Entonces sí se pregunta: ¿En dónde está Antioquia? ¿La
vieja Antioquia dónde está? Grande e injusta paradoja: No
hay honesta sinceridad en la homilía descentralista. La des-
centralización administrativa, económica y financiera, la
El ensayo en Antioquia/Selección 445

relocalización industrial y de las inversiones solamente


surgieron como el idearium de nuestra clase dirigente cuan-
do ésta necesitó un paliativo para todos los excesos en que
por su propia culpa se ahogaba el centralismo. Si éste se
curara de sus actuales dolencias, correría nuevos peligros
la bandera de la descentralización.
¿Es éste un fenómeno de decadencia? Hay que distin-
guir. Globalmente apreciados, los rendimientos de su so-
ciedad y de su economía muestran un innegable debilita-
miento. Ya no rinden lo que antes, lo oímos decir todos
los días. Si este decaimiento es coyuntural o estructural,
ese es interrogante que hay que responder apuntándose al
diagnóstico de estructura. Evidentemente la gestión ha
fallado y no por sus circunstancias sino por sus premisas
y términos constitutivos. Se quiso construir una econo-
mía sin pueblo.
Pero hay un segundo interrogante absolutamente dis-
tinto y que abstenerse de formular por separado es ya por
sí mismo un gran sofisma: ¿Está extinto el viejo espíritu de
la familia paisa, la capacidad para concurrir a una nueva
convocatoria de participación solidaria y comunal? Si se
corrigieran, supongámoslo, cosa que seguramente no va a
ocurrir, si se corrigieran los rumbos que lo alejaron de la
hazaña, ¿encontraríamos un pueblo vivo, intacto, capaz
de similares empeños? Obviamente que la respuesta tiene
que ser un poco intuitiva y adivinatoria, porque, al fin y al
cabo, se está preguntando por una realidad pretérita y hace
tiempo inutilizada. Con estas necesarias salvedades, yo res-
pondería afirmativamente. Porque lo que parece es que
estamos, no frente a la crisis del pueblo antioqueño sino
ante la de su clase dirigente, que hizo caso omiso de la ver-
dadera fuente de las creaciones colectivas.
Preguntemos más: ¿Hay en todo ello alguna culpa de
los pioneros de la Antioquia moderna y de sus séquitos,
que deba dar lugar a un debate recriminatorio y a un enjui-
446 El ensayo en Antioquia/Selección

ciamiento? ¿O estuvieron ellos frente a un modelo agota-


do que era necesario abandonar sin dilaciones? ¿Había la
historia doblado aquella página para siempre? ¿Qué había
para hacer en campos y pueblos, en la faena agrícola, co-
mercial, doméstica y minera, que pudiera proyectar la ha-
zaña popular hasta la vera misma de nuestros días? Evi-
dentemente Antioquia es tierra yerma, abrupta,
antieconómica. Eso no se remite a duda. Pero no tanto
como para que el abandono de todos los criterios de fo-
mento de la economía popular se justificara económica-
mente, ni menos aún desde los puntos de vista de la políti-
ca social.
Hay que responder que el error no es, por sí solo, to-
talmente inculpable. Los principios inspiradores de la vie-
ja grandeza de Antioquia no estuvieron alentando y orien-
tando las bases de la Antioquia moderna, y ésta debió na-
cer raquítica y hemipléjica. Con el tiempo, el robusteci-
miento de las restantes economías regionales habría de
ponerlo en evidencia. Y gracias al yerro imperdonable fue
posible e inevitable escindir el clásico tejido social para
construir dos pisos incomunicados: boyancia y prosperi-
dad centralizada arriba, sobre un terreno en depauperi-
zación y miseria invisibles. La gran paradoja de los antioque-
ños. Falta de dirigentes. Antioquia está reclamando a gri-
tos hace tiempos una jefatura, que antes debió ser de con-
tinuidad y edificación y que hoy tiene que ser de profun-
das reconstrucciones espirituales. Pero en la vida de un
pueblo cinco o más décadas nada representan. El que fue
grande como pueblo se retrajo frente al gesto de las mino-
rías. Hay que democratizar la vida nuevamente.
Yo resumo el problema gráficamente en dos afirma-
ciones. Hablando en jerga deportiva, diríase que nuestra
clase dirigente no está marcando récords por físico y espi-
ritual agotamiento; el pueblo antioqueño tampoco, pero
porque está hace tiempos “en la banca”. Por eso llamaría
El ensayo en Antioquia/Selección 447

al del liderazgo, un seudoproblema: equivale a una receta


de competencias de atletismo para un pueblo que tiene
perdida la salud y que está necesitando de andaderas para
volver a caminar. Lo importante, lo decisivo, es la recupe-
ración. Lo demás vendrá por sobra de energía, cosa de la
que tanto estamos careciendo. La dirección no es un pro-
grama sino una resultante biológica de la capacidad de pre-
dominio. Los males no se curan por sus efectos sino por
sus causas.
Nadie se baña dos veces en el mismo río. Desde los
griegos se repite esta sentencia con profunda sabiduría. Si
las viejas virtudes y valores del paisa siguen vivos pese a su
desuetud, capaces de lanzarlo a una nueva hazaña, la re-
construcción después del diluvio, sus manifestaciones se-
rán fatalmente distintas. Los tiempos han cambiado y hay
que hacer a nuevos idiomas una traducción meticulosa.
Lo que no podemos es seguir apostados a un camino sin
rumbo fijo, esperando al azar el hecho que nos haya de
llevar en sus estribos. La historia hay que construirla. La
otra, la fortuita, esa no es tal, sino apenas una pobre cróni-
ca sin espíritu ni grandeza, la de cómo somos estrujados
innoblemente por los acontecimientos.
¿Puede Antioquia esperar sensatamente un renacimien-
to? El problema es primordialmente económico, y, por
consecuencia, político y social. La palabra “política” no
nos obnubile, aunque tal debiera, porque de los políticos
y de nuestra inteligencia, profundamente burocratizada,
es la responsabilidad primera en esta marcha de reversa.
Hablo de los grandes empeños. Hay que reconstruir la
economía. Suscitar las vocaciones subregionales y los ám-
bitos comarcanos, para que vuelva a haber vida colectiva.
Hay que rehacer la sociedad campesina y las sociedades
locales. Para que haya un ente orgánico y total, vigorosa y
profundamente periférico. La noción de Departamento
hoy es en Antioquia un concepto puramente administra-
448 El ensayo en Antioquia/Selección

tivo. Como Departamento ya ni siquiera somos de la pri-


mera categoría. Tenemos, sí, una capital, o sea una cabeza,
pero izada sobre un organismo roto y descosido. Hay que
recomponerlo. Sólo entonces vendrá nuevamente la salud.
¿Es todo esto posible? Petición de principios: de lo que
sea depende la respuesta acerca de las posibilidades de un
resurgimiento. Pero una forma de imposibilidad habría ya,
previa e insuperable: que no haya la clarividencia, el te-
són, y el ideal para dar un salto semejante. Ello sí haría de
tal propósito un incurable gesto contra la historia.
¿Por qué fue Antioquia grande en un País pequeño y
moderna en un País medieval? Se necesita volver a emojonar
el campo de trabajo. Cómo aprovecharía confrontar el
tiempo presente con el inventario de los grandes valores
de la Antioquia clásica, para saber cuáles de entre ellos han
ido siendo abandonados sobre la marcha.
Hay una sofística frase de cajón, ambulante por calles
y cafés, acerca de estos problemas. Dice o pretende ver
que se agotaron en la base las viejas virtudes y que el pue-
blo antioqueño ha mostrado tal deshilachamiento de su
moral con su comportamiento frente a la crisis
socioeconómica y política del país, que nos fuerza a con-
cluir que está deshecho. Yo creo que si puede sostenerse
que lo está es por otras razones, no por éstas, que obede-
cen a simples circunstancias. Ellas no prueban nada sobre
los asuntos de sustancia, que son los que nos interesan.
La sociedad traumática, la sociedad intermedia, la de
transición entre la égloga pastoril y el mundo moderno,
con su saldo de atraso, miseria, conflictos y forcejeos, ha
encontrado a un pueblo en estado de vieja aunque ignora-
da frustración y lo ha amontonado sobre el dramático
horizonte, lleno de privaciones y de anhelos elementales
siempre acariciados. ¿Habría reaccionado igual si las dia-
nas de la gesta hubieran continuado resonando en su alma
y traduciéndose en un ritmo general de conquista y pro-
El ensayo en Antioquia/Selección 449

greso? Ello sí que diría lo que ahora se está predicando. El


mayor papel aquí es el de las circunstancias. Desposeído
de ideales, no podía reaccionar como el que tiene un em-
peño colectivo robusto y a él se aplica en busca de com-
pensaciones. Acéfalo y sin propósitos comunes, ¿qué más
podía esperarse sino que lo envolviera la avalancha para
depositarlo como resaca en uno cualquiera de los recodos
de la época? La moral y todas las cosas del alma necesitan
un cuerpo en qué vivir, tanto a nivel individual como co-
lectivo, y a la hora del asedio no tienen otra cosa a qué
apelar sino a sus intrínsecas defensas. Toda esta turbia y
confusa situación habla no del pueblo de Antioquia y de
la muerte de sus valores sino de la imposibilidad en que
por obra de una mala dirección económica y de una polí-
tica sin seso ni grandeza, se lo puso, de continuarlos prac-
ticando, al acoso de un proceso de graves equivocaciones.
Pero es lo cierto que con el desdibujamiento de la cul-
tura paisa está el país perdiendo uno de sus más puros y
acusados perfiles. Antioquia esculpió en la fisionomía na-
cional más de un rasgo extraordinario y buena parte de su
identidad lo debe a este acicato formativo. Qué a las claras
y a los ojos se va despersonalizando un País. ¡Cómo la
identidad nacional va rodando aguas abajo, a los golpes de
una mala cimentación de su proceso socioeconómico!
Vamos llegando al final de una travesía apasionante.
Pero no solamente como quien canta la elegía de una dora-
da edad media y de sus soberbias catedrales, sino también
rastreando en torno a los orígenes del tiempo presente para
tratar de insinuar un principio de respuesta a las preguntas
por nuestro futuro. Vengan muchos estudios serios, que
nos digan de la verdad o error que haya en estas afirmacio-
nes. Nos hemos contentado aquí con recoger evidencias
históricas, juzgadas tales por sus manifestaciones
actualísimas, tratando de organizar las razones de su expli-
cación más profunda. Pero quede en todo caso la tesis.
450 El ensayo en Antioquia/Selección

Evidentemente estos personajes que aquí nos sirvieron


de puntos de entrada, han fraguado una visión: una visión
selectiva, tomando aquí y allá, del pasado, del presente y
del futuro, y descartando para construir unos términos de
referencia. ¿Pasadismo, acaso? ¿Vana nostalgia? ¿Históri-
ca inadaptación? No creo. Sin vanas y complejas teorías,
sin proponérselo siquiera, ellos fueron construyendo una
síntesis, la suya, y han resultado predicando una tabla de
valores. Sin construcciones como éstas, la buena marcha
no es posible a las sociedades, que necesitan
reaprovisionarse de tiempo en tiempo, en aguas frescas y
saludables. La mejor prueba de su necesidad y utilidad es
el espectro del pasado, nuestro mal pasado, que se debe en
buena parte a lugareñismo y a la falta de toda autocrítica,
eso que sólo la cultura da y ha querido dar incansablemen-
te allí, donde se la desoye por sistema como cosa de
lunáticos. En Antioquia puede usted cantar una nueva
Ilíada o volver a narrar un Don Quijote. Se le permite.
Nadie va a impedírselo. Pero para sí mismo. Para su cole-
to. No hay en sus circunstancias ondas propagadoras. Ni
receptividad que permita aguzar los romos instrumentos
de la creación social.
La lección que estos personajes nos dejan es futurista y
creadora: volver a las fuentes, no esperar a que éstas se
resequen ni a que acaben de morir las viejas cepas. Regre-
sar a la raíz popular, que es realmente, en síntesis, la única
respuesta posible a este interrogante tremendo: ¿Cómo an-
helar un resurgimiento, el de la Antioquia de nuestros
amores?…
GONZALO ARANGO ARIAS

La ciudad y el poeta
A Camilo y Patricia
La ciudad nocturna me reconcilia con los hombres. Si de
día me espanta su presencia, de noche me arrodillo ante ese
milagro que ha fabricado en sus manos. La ciudad es sagra-
da. Mi adoración no es para rezarle, sino para bendecirla.
Si me preguntaran qué es lo que más me admira de este
mundo, diré que una ciudad iluminada, de lejos. Esta ad-
miración no es pura, no es feliz, está llena de terror. Me
anonada el poder del hombre, su loca voluntad de ser y de
permanencia. Pues la ciudad es como un campo de honor
donde el hombre se cita con el destino. Allí afirma su amor
a este mundo, su fuerza, su poder de dominio, su horror al
aniquilamiento. Allí testimonia su ser efímero que se niega
a morir; se arraiga desesperadamente a la tierra, se anuda
con lazos de amor y de terror a la eternidad.
Sí. La ciudad es la gloria pasajera del hombre, su gran-
deza, su miseria, el botín de su victoria contra la muerte, la
dignidad de su combate, la historia que le sobrevive. Por
eso la admiro más que al cielo estrellado; más que al mar
inmenso; más que al desierto con sus oasis y dunas móvi-
les; más que a las montañas coronadas de relámpagos; que
a los cráteres de fuego; que a las selvas vírgenes, casi como
a Dios...
Toda ciudad es una aventura religiosa. El hombre le-
vanta su morada para el amor, el trabajo y los sueños.
Frente a su morada funda un templo para orar a sus
dioses y consagrarles sus ilusiones o sus terrores. En tor-
no a este templo crecen nuevas moradas, infinitud de mo-
452 El ensayo en Antioquia/Selección

radas. Este animal solitario que no soporta la soledad, se


congrega, se une a otros para defenderse de sí mismo. He
aquí la ciudad pequeña, grande, colosal, que resplandece,
que no cesa de crecer, y se agiganta bajo los dominios del
cielo. Ella misma es un cielo donde se refugian los hom-
bres, donde se salvan de la soledad. Semeja, sobre la ruda
costra de la tierra, un arañazo de Dios o su caricia. Semeja
una interrogación de piedra al misterio. Es rumorosa como
un vientre, en su dolor y en su dicha; en su gemido de
hierro, en sus cantos líricos; asombrosa en su silencio o en
el estruendo. La ciudad es este planeta desesperado y an-
helante, hecho por el hombre para rivalizar en belleza con
los planetas de Dios. El espíritu del hombre iluminando
da sentido al barro, haciéndole poesía y oración. ¡Oh, la
ciudad! En cada piedra de sus cimientos vive en silencio la
historia. Nada en ella se hizo para el olvido.
Recuerdo un atardecer en los cerros de Cali donde subí
con una amiga a contemplar la ciudad. ¿Era realmente a
contemplar? Ya no lo sé. Sólo recuerdo que el aire era puro,
oloroso a pinos, a pradera, saludable al espíritu. Creo que
era en busca de ese placer desinteresado que consiste en ir
junto a una mujer que huele bien, y con la cual uno no
hace ningún esfuerzo por existir. Basta ser, respirar el aire
grávido de perfumes, mirar los quietos paisajes, sentir esa
punzada maravillosa de estar vivo, oír el viento, el silencio
furtivo de otra alma, no pensar, olvidar, lo que para mí
constituye la mejor de las glorias posibles.
Diré algo del crepúsculo: era de una belleza melancóli-
ca, opresiva. La luz se querella con la noche en un sitio del
horizonte. El combate dura, pero el día se extingue. Antes
de la derrota, la luz exige una tregua para descansar y mo-
rir con honor, o sea, en la lucha, como mueren los dioses.
El crepúsculo se arrastra con lentitud, definitivamente la
luz agoniza. La noche nacerá, cubrirá el cielo con su esca-
rapela de sombras y estrellas victoriosas. El sol, como un
Gonzalo Arango
454 El ensayo en Antioquia/Selección

guerrero invencible, chorrea sus rayos póstumos, se


desangra. Esa sangre es su luz. Ya no es roja de amapola,
ni amarilla de girasol. Es azul, gris, acero, naranja de arre-
bol. ¡Ah, qué bello este crepúsculo moribundo, cómo qui-
siera detenerlo, eternizarlo, pues colma mi alma de una
tristeza más dulce que la miel! Momento frágil como el
amor, transitorio como la pena, y que huye de nosotros
hacia el olvido. Ya las sombras tejen la inmensa tela de
negrura en el cielo. Pronto su red caerá sobre nosotros.
Dura el combate. La noche embiste como un toro terri-
ble, abre grietas mortales en el pecho del sol. Ya no cho-
rrea sangre, sólo burbujas, ondas efímeras. La cálida cari-
cia del día me abandona. Detrás de las nubes, sobre el ce-
rro de Las Tres Cruces, se destapa una luna de cobre. Aún
no está oscuro, pero esta luna que se esparce sobre el va-
lle, prepara el cielo para una fiesta.
El sol se rinde, se pacta el armisticio. La luna naciente
cobra la victoria, su botín es el cielo. Llega la noche. Cae la
noche sobre Cali, la colina de Mónaco, esta mujer y yo.
La contemplación de los paisajes nos había colmado
de tal embriaguez, que vino la noche de repente. Ahora
íbamos en la oscuridad incipiente, más densa aún por los
pinos y el miedo.
Nos preguntamos si no sería peligroso viajar por aque-
lla negrura, que era una terraza sobre la ciudad. Sin duda
era peligroso pero estábamos felices. Se nos hacía imposi-
ble que algo viniera a perturbar aquella dicha casi religiosa,
hecha de inocentes placeres, de silencios: una colina, un
cielo que empezaba a ponerse pecoso de estrellas, el vien-
to, una o dos palabras para elogiar el paisaje, los matices,
los perfumes, las flores, ese humo gris allá lejos hundién-
dose en el cielo como el arrebol de un cuchillo, un pegajo-
so aroma de molienda, pero sin duda lejano.
Olvidamos el peligro y nos quedamos. No era por co-
raje, pero algo se cerraba sobre nosotros, como la coraza
El ensayo en Antioquia/Selección 455

de un dios. Tal vez un silencio místico que sólo quebraba


el viento, la fugacidad de un cocuyo, algún recuerdo que
estallaba en la sien.
Escalamos la más alta, la más lejana, la más desierta cum-
bre. Allá, tan cerca del cielo, el terror y la usura de los
hombres no podrían alcanzamos. Era imposible que un
ladrón asaltara una estrella.
Ella estacionó el auto en un recodo de la carretera, al
borde del abismo. De lejos debía semejar una nariz. Sali-
mos a contemplar la ciudad iluminada: era soberbia, un
milagro. Por un tiempo permanecimos allí quietos como
dos santos en espera del éxtasis, olvidados de nosotros
mismos. Más tarde recordamos que nuestra alma tenía un
cuerpo. Porque el viento pegaba en ráfagas negras, helaba
la carne. Entonces regresamos al auto y nos encerramos
allí como en una alcoba tibia y acogedora. Nuestro peque-
ño refugio flotaba sobre el abismo, entre un cielo de estre-
llas y un cielo de neones.
Aquella soledad, aquella altura, aquella mujer hermosa
y mi muerte, me llenaron el alma de una dulzura melancó-
lica. La ciudad y el cielo serían eternos, yo no. La naturale-
za, en este grado de plenitud, es oprimente, inhumana como
todo lo sublime.
Nos sentimos tan solos que nos abrazamos, puesto que
era inútil hablar. Si nada era nuevo bajo el sol, como se
dice, nos quedaba esta noche única, eterna, y dos cuerpos
que ahora mismo podían rodar al vacío y no ser más. No
era la felicidad lo que buscábamos, era la piedad. Entonces
nos abandonamos a un deseo tierno, casi desdichado...

Cromos (2.505), Bogotá, 13 de septiembre de 1965, p. 72.


456 El ensayo en Antioquia/Selección

Elogio de los celos


(a mi mujer)
Si Erasmo, que era un sabio cuerdo, hizo un bello elogio
de la locura, ¿por qué yo, que soy un loco enamorado, no
puedo hacer el elogio de los celos? De todos modos lo haré,
con perdón del psicoanálisis, o sin él.
Empezaré diciendo que el amor no es una pasión inte-
lectual, ni una pasión moral, lo cual es absurdo. El amor,
para mí, es como un incendio, una hecatombe, una insu-
rrección de todas las potencias vitales del ser, no sólo del
espíritu, sino de la carne. El amor es también una enferme-
dad sagrada que todo lo embellece, todo lo glorifica, todo
lo crea y todo lo aniquila. Es esa frontera paradisíaca que
divide el cielo del infierno, que los mezcla, que nos arroja
en uno o en otro para salvarnos o perdernos.
En el hecho de amar hay egoísmo, un tierno y bárbaro
egoísmo, pues amamos en otro lo que amamos en noso-
tros mismos, y también aquello de que carecemos. Por eso
resulta que el amor es una afirmación de nuestro narcisis-
mo, y un rechazo de nuestra imperfección. El amor es un
narcisismo que se encarna en otro.
En el amor hay una ruptura de la personalidad, la
irrupción de una fuerza violenta que desgarra la concien-
cia, la invade como un torrente de sensaciones paradóji-
cas, románticas e irracionales. Pone a los amantes frente
al mundo, en un terrible desafío, como dos guerreros,
como dos enemigos, para salvar una batalla de la que re-
sultará un profundo acuerdo de sus vidas frente al desti-
no.
En el amor no hay tregua, no hay reposo, sino el que
concede el triunfo o la derrota. Y aún en el caso de un
El ensayo en Antioquia/Selección 457

acuerdo, la lucha no cesa, pues hay que vigilar y defender


la victoria.
No sé si este sentido del amor es válido para ustedes,
pero para mí no tiene nada de idealista. En mí es una lucha
interior que concierne a mi cuerpo, a mi alma, a mi situa-
ción en el mundo, a la totalidad de mi ser viviente. Compa-
ro esa lucha a la de una primavera negra que asciende de
las profundidades del tiempo por entre sólidos bloques de
hielo y muerte hacia la luz. Que asciende ciegamente, fe-
rozmente, hacia su destino en la flor, en el fruto, en la ra-
diante plenitud de la vida.
El amor es en mí la invasión del «enemigo» que llega a
salvarme, un apocalipsis de terror que precede al renaci-
miento. Colma mi vida de sentido, la irradia con su energía
creadora, fecunda mis sueños con su misterio, despierta
con su caricia los dioses dormidos, apacigua mis furores, y
por un segundo el tiempo se detiene, se desgarra como un
Sésamo y alumbra el arcano reino celeste. Soy rey en ese
reino terrible y fugitivo como el relámpago, donde el hom-
bre, exaltado por el amor, se descubre dios.
¿Cómo no amar hasta el terror, hasta la locura, y aun
hasta los delirios infernales de los celos a un ser que signi-
fica la única gloria de vivir, en torno al cual giran los astros
y la tierra con su carga de muertos, de dioses, de siglos y de
espumas?
Mientras exista, me declaro súbdito de ese reino en que
la espuma me oculta la muerte con su rostro desafiante y
desdeñoso.
Yo, con perdón de los lógicos y de los psiquiatras, soy
vulnerable a los celos según la magnitud de mi amor, y en
la medida en que el amor ilumine mi razón de vivir. Por
eso no creo en estos psiquiatras racionalistas que afirman
que “los celos son un síntoma de enfermedad mental”. Yo
diría más bien que no son los celos, sino el amor, la “enfer-
medad” de la cual derivan los celos como la razón de ser
458 El ensayo en Antioquia/Selección

del amor. Pero hasta donde sé, los que sufren de amor no
son pacientes del psicoanálisis.
En mí, la relación entre el amor y los celos es la misma
que hay entre causa y efecto. Y si pensara “curarme” de
los celos tendría primero que “curarme” del amor.
Incluso, pienso que unos celos “razonables” son salu-
dables al amor, son parte de su naturaleza irracional, y no
hay en esto nada de morboso ni anormal. Sinceramente,
no creo que el amor exista si no paga su tributo a los celos,
esa punzada fascinante y secreta que hace las veces de cen-
tinela del corazón, que tiene la clave del tesoro.
Sucede que los celos no gozan dentro de nuestras con-
venciones sociales del prestigio de los sentimientos. Ellos
están catalogados en la categoría siniestra de los “bajos ins-
tintos”, y en torno a ellos resplandece una aureola negra y
maldita. Pero esto es culpa de una moral idealista que aspi-
ra despojar al amor de su carácter animal. Esa moral con-
dena los celos como una aberración vergonzosa, como una
inquietud del corazón. Pero yo pregunto: ¿dónde está esa
escala de valores científicos en que la fidelidad está consa-
grada como una virtud elevada y los celos como un instin-
to innoble?
(Si existe, seguramente fue redactada por un célibe, por
un fraile, por un filósofo eunuco, o por un psiquiatra que
estaba de atar).
En general estos científicos del corazón son unos char-
latanes, unos curanderos doctorados por la vanidad del
racionalismo moderno. Presumen alumbrar todos los mis-
terios de la vida con un catálogo de hipótesis de fórmulas a
priori elaboradas por una mente sorda y especulativa. Pero
la vida los desborda infinitamente con sus arcanas verda-
des, vedadas a los teóricos y moralistas.
Hace ya un siglo que un poeta iluminado y demente,
Arthur Rimbaud, dijo que la moral es la debilidad del cere-
bro. Yo digo, un siglo después, que los celos son la fuerza
El ensayo en Antioquia/Selección 459

del amor. ¿Qué piensan de esto los moralistas y los


retóricos del alma?
Que los celos sean “un síntoma de enfermedad mental”
es una calumnia y una abyecta mentira. Los celos pueden
ser tan dignos como el amor mismo. Pero la moral social los
ha deshonrado, les ha robado su calidad de fuerza vital.
El celoso se siente indigno, no se atreve a confesar su
“debilidad” por temor de la burla y el ridículo. Este miedo
demuestra que los celos se han convertido en un complejo
de culpa, en razón de un prejuicio social. Juro que ningu-
no de ustedes se siente orgulloso de sus celos, como se
siente de su romanticismo. Para ser franco, admiro más en
un amante sus celos, esa desesperación que lo desgarra
poniendo en conflicto todo su ser con el mundo, víctima
de su violencia viril, que ese acto cursi y trasnochado que
se llama una serenata. Este galán nocturno exhibe su amor
con cinco canciones románticas que por lo general termi-
nan en los abrazos de una damisela.
El celoso, en cambio, se desliza en la noche como un
reptil, perseguidor perseguido por la mirada de los otros,
ocultándose en los vericuetos infernales de la pesadilla,
soportando el peso intolerable de un terrible complejo de
culpa, acosado por la pena y el delirio.
El celoso, en vez de comunicar sus celos “lo que ya
sería un principio de liberación” prefiere encerrarse en ellos
como en un infierno por temor de ser juzgado y condena-
do por el invisible tribunal de las convenciones reinantes.
Es falso que una mujer, o un hombre, si verdaderamente
se aman, se sientan degradados si por alguna razón se re-
claman una mutua fidelidad. Al contrario, yo creo que esta
solicitud exalta a los amantes, aviva su fuego y tensa los
sentimientos para que no cedan a la rutina mortal de la
indiferencia. Ese reclamo, en el fondo, revitaliza la pasión,
reanuda el diálogo ardiente de los cuerpos y la eterna lu-
cha dolorosa de los amantes.
460 El ensayo en Antioquia/Selección

No hay que temer ni despreciar el estallido de estas fu-


rias irracionales. El amor vive de esta lógica sangrienta. A
la larga, ese grito animal y salvaje de los celos, libera y nos
devuelve la dicha. Los amantes que no sufren tampoco
gozan, y los que no son celosos tampoco aman. Todo amor
vivo está en ebullición como un volcán, y una de esas sus-
tancias que avivan su lenta y fulgurante combustión, son
los celos. Estos son, en última instancia, el síntoma revela-
dor de la luz que agoniza, de la pasión que se extingue, de
una hecatombe que amenaza destruirlo todo. La presen-
cia de una crisis que puede ser mortal o presagio de resu-
rrección.
Pero los volcanes, como el amor, también se apagan, y
si la materia que los inflama ya no arde, se convierten en
tumbas. Si los celos desaparecen, se vuelven la ceniza de
un amor muerto, la lejía de una llama que encendió la vida,
que le dio un sentido maravilloso a la tierra.
Y ahora, para escandalizar a los psiquiatras y
desquiciarles su pomposa ciencia del alma, afirmo que
Otelo únicamente amó a Desdémona a partir de ese ins-
tante en que el buitre de los celos empezó a roerle las en-
trañas.
He aquí que también incurro en el prejuicio odioso de
comparar los celos con el picoteo de un buitre, animal
despreciable de nuestra zoología moral. Entonces rectifi-
co: afirmo que Otelo únicamente amó a Desdémona a
partir de ese instante en que la celosa ave Fénix empezó a
torturar sus entrañas y desvelar sus sueños de amor eter-
no. Antes del suplicio, la desidia había matado su amor. Y
un buitre fétido festinaba sobre sus despojos. Pues donde
anida la indiferencia y la quietud, allí ronda la muerte.
Y para borrar de un teclazo las presunciones de la psi-
cología clásica y ultramoderna, desde Sófocles hasta José
Gutiérrez, diré que los celos no son “un síntoma de enfer-
medad mental” como afirma mi compatriota, sino la ra-
El ensayo en Antioquia/Selección 461

zón de ser del amor, así como el misterio es la razón de ser


de Dios, y como la poesía es la razón de ser de la vida. Y
ustedes saben, mis queridos psiquiatras, que un poeta es un
hombre que ha sacrificado la razón para ganar el sueño.
Desde los celos hasta Dios nos movemos en una escala
de valores metafísicos y poéticos donde los psiquiatras lo
ignoran todo del hombre. Si no fueran tan lamentablemen-
te razonables, habría que tomarlos por locos. Pero la locu-
ra es un honor que no concede la Academia, ni se recibe
como un doctorado Honoris Causa en los laboratorios del
espíritu.
Y ahí les regalo, de consuelo, la frase de un poeta que no
era ciertamente razonable: el hombre cuando piensa es un
mendigo, y cuando sueña es un dios. Hölderlin, este rebel-
de de la razón, murió loco. Era un celoso de los dioses.

Cromos (2.537), Bogotá, 16 de mayo de 1966, p. 72.


462 El ensayo en Antioquia/Selección

Homenaje al silencio
Hoy puse fin a dos meses de errancia por el mar. Todavía
mi alma se estremece con el júbilo del trópico y mis ma-
nos sudan el recuerdo de amigos y mujeres que amé.
Volver a este cuarto forrado de soledad y silencio es
morir para aquel mundo de sensaciones en que el acto vi-
tal más puro era olvidar que somos razonables y que un
día moriremos. Pues somos animales que participamos de
la naturaleza de la flor y del fruto con esa fidelidad del ár-
bol a la raíz, del ave al imperio del aire: “el hombre es un
árbol invertido, sus raíces están en el cielo”.
Abro la ventana para contemplar la ciudad embalsa-
mada en luz y niebla y la tarde que agoniza. El frío es pun-
zante, de cuchillo, pero mi piel se defiende con la coraza
dejada por el sol y el mar. La tristeza de este atardecer es
romántica, y un viento atracador deshoja los árboles del
parque; los pájaros emigran lejos de cláxones y ruidos ha-
cia el silencio.
No me atrevo a despertar de la felicidad reciente que
hoy me parece un sueño. Sería una inmensa desdicha sa-
ber que ese sueño ya no existe. Y sin embargo, era necesa-
rio que terminara. ¿Cómo rendir los ardores del verano en
el seno de esta tarde melancólica sin ser sacrílego?
En la nostalgia de esta palpitación del sol que se extin-
gue, el perfume del cerezo y la onda de luz que me acaricia,
comprendo que la felicidad no es mi reino, que existe algo
mejor que la felicidad: el suplicio de ser creador.
Todo aquello que amé y viví hasta el delirio me oculta-
ba en su esplendor mi verdadera vocación: ésta de no po-
der vivir sino forjando mis sueños en el yunque de la sole-
dad. Mi alma. sin duda trágica, debe gozar secretamente los
deleites sutiles del sufrimiento. No soy consciente de esta
El ensayo en Antioquia/Selección 463

debilidad de mi naturaleza, pero me niego a alumbrar el


misterio con la lámpara mágica del psicoanálisis. Qué sería
de mí si no fuera asaltado por el terror para excitar mi espí-
ritu a la creación. Sólo sé que huyo de los dioses felices
para entregar mi espíritu a las tinieblas creadoras. De ella
surjo iluminado por la llama oscura del arte a la conquista
de mí mismo y del mundo.
Recuerdo que regresé de lo más feliz a lo más desespe-
rado; de esa alegre irresponsabilidad que inspira la natura-
leza, a la responsabilidad de ser creador. Ensayo sobre las
teclas furtivos pensamientos o nostalgias, pero mi máqui-
na se resiste a la vieja caricia literaria. El ocio la oxidó, yo
también me oxidé en la felicidad y el abandono. Me digo
con angustia que hay que empezar de nuevo, partir del
olvido, embarazarme, vencer esta impotencia con el silen-
cio.
No sé qué decir, resbalo, zozobro al elegir las palabras,
me pierdo en la libertad. Tal el desconcierto que me pro-
duce esta hecatombe de sol en la piel, nulo para los ardo-
res del espíritu, purificado por las violencias del trópico,
pleno de amor y de embriaguez... Y más tarde, harto del
placer y la voluptuosidad del mar, darme sereno a la con-
templación del cielo, y oír el susurro de la sangre encendi-
da por el verano.
Divorciado de mi alma por la felicidad, debo reconci-
liarme en una tregua de dulzura melancólica en que aho-
rraré por igual la desesperación y la esperanza. Cederé un
tiempo a la nada hasta que la ansiedad y el recuerdo cesen
de atormentarme. Abandonar el espíritu a un reino neu-
tro de emociones hasta alcanzar ese limbo donde toda ten-
sión se amansa, toda furia se apacigua, lo mismo las del
corazón que las de la mente.
Ya casi sube hasta mi ventana la fría noche de enero.
Allá lejos, contra el muro, me contemplo como una som-
bra que me proyecta y me niega. ¿Qué haré de mi vida este
464 El ensayo en Antioquia/Selección

año? La pregunta es dramática, pero más dramática es aún


mi indiferencia por el porvenir. Me siento abatido por una
inercia infeliz, embrutecido.
En esta antesala de la noche, como todos los eneros de
mi vida, me asalta la inquietud del destino: ¿qué hacer? ¿Qué
rumbos elegir? ¿Cuáles las palabras o los posibles rostros
de la verdad? Este terror me desangra. Ahora mismo estoy
tentado de renunciar al coraje y claudicar mis luchas en
los fulgores fríos de esta luna naciente que evocan mi
errancia por el río Cali, las tibias colinas de Medellín, el
fulgor plateado de las mareas del Atlántico cuyas olas de
espuma lunar mecían mis sueños en Tolú, o me empuja-
ban a la locura de los besos en Cartagena, rones y cumbias
en La Boquilla en una orgía de estrellas besando la pánica
belleza del mar.
En cuanto a mí, sé que soy de este planeta, capital del
dolor, y no eludo ese grado de responsabilidad y milagro
que me une entrañablemente al recuerdo y al destino del
mundo: una mujer; el puñado de polvo donde una flor
realiza su prodigio de color y de aroma; el silencio donde
un pájaro canta su melodía; el coraje y la ilusión de los
hombres para fundar al fin la patria de sus sueños de liber-
tad y justicia.
Entonces pienso que este terror de expresar el destino
no es ajeno a los conflictos del artista: la sensación de duda
y desamparo en cada mañana el pan de su vida, el trágico
alimento de su oración y su delirio.

Cromos (2.623), Bogotá, 19 de febrero de 1968, p. 58.


JAIME SIERRA GARCÍA

Las cinco frustraciones


antioqueñas
Estudiadas ya las frustraciones colombianas, vea-
mos las de Antioquia, las cuales presentaré haciendo
una recapitulación crítica de la historia de nuestra co-
marca y buscando, en cada ciclo, aquel reto que se que-
dó sin su respuesta real adecuada. Así, parapetados en
la historia, podremos disponer de una perspectiva que
nos ayude a predecir el futuro.

Primera frustración
El choque primigenio entre la estructura indígena preco-
lombina y la del pueblo español, tronchó el desarrollo del
estadio natural de los Catíos, sustituyó el sistema indígena
que apenas se proyectaba en la búsqueda de la sedentariedad
colectiva y lo reemplazó por un “Feudalismo importado”.
Los valores nativos fueron cambiados coercitivamente por
otros valores del continente europeo. En esa primera frus-
tración desaparece el culto por la naturaleza y es reempla-
zado por la explotación irracional de la minería en la épo-
ca colonial y principios de la República. El culto a los bos-
ques es eliminado por el uso irracional del hacha, para for-
mar las primeras dehesas de ganado en zonas aledañas a
Medellín y a las vertientes del oriente antioqueño, lo cual,
con el tiempo, permitió la caracterización de una ganade-
ría regional.
Esta destrucción de los bosques de las tribus indígenas
antioqueñas, y su reemplazo irracional por la minería,
466 El ensayo en Antioquia/Selección

configuran la primera frustración, que podemos denomi-


nar “La Frustración Geográfica”, la cual se agudiza en la
Provincia colonial y en el Departamento republicano, cuan-
do la región de Urabá estuvo separada de Antioquia.

Segunda frustración
El afán mercantilista por el oro, aportó desde la Co-
lonia el sistema esclavista negrero del Africa, con cuya
mano de obra tampoco se resolvieron las necesidades
de la época. Este afán llevó a muchos gobernantes al
extremo de pensar que se hacía indispensable cambiar
el cauce de los ríos o secar las aguas para extraer el des-
lumbrante metal que posteriormente arruinó a España.
Nos encontramos en presencia de una nueva frustra-
ción: “Frustración del Mercantilismo en América”, que
impidió el desarrollo de nuestras fuerzas telúricas. De
una parte vemos la sustitución paulatina del trabajo in-
dígena asalariado por la mano de obra gratuita de los
esclavos, conformando una yuxtaposición de sistemas
en donde el feudalismo importado coexistió en las insti-
tuciones esclavistas, produciendo en América el desa-
rrollo de un proceso social peculiar, que se aparta de la
evolución lineal del sistema social europeo. Por otra
parte, el intercambio del oro, creó tendencias mercanti-
les que dificultaron el desarrollo de un capitalismo in-
dustrial, puesto que generaron en la práctica simples
relaciones de comercio, so pretexto de la vocación na-
cional por la producción de materias primas, en oposi-
ción a la creación de la industria metal-mecánica.

Tercera frustración
En el año de 1781, con el mulataje de blancos y negros y
el mestizaje de blancos e indios, los mazamorreros y
Jaime Sierra García
Fotografía Hernán Vanegas. El Mundo
468 El ensayo en Antioquia/Selección

barequeros libres, unos libertos y otros criollos, se levantan


contra el sistema succionador impositivo de la Colonia en
Guarne y promueven el movimiento comunero, como sus-
titución de aquélla. En Sopetrán también un liberto, en
compañía de su señora, reclama liberta para sembrar; sin
embargo, los monopolios reales no permitieron que aflorara
la satisfacción de las necesidades populares. El Gobernador
Buelta Lorenzana, acompañado de la élite chapetona, de-
fendió los monopolios de la metrópoli y segó las ambicio-
nes comuneras. No estaba el pueblo preparado para des-
truir la economía colonial, basada en la simple exportación
de materias primas, y dar a éstas un procesamiento inicia-
dor del desarrollo industrial. Esta es la tercera frustración
colectiva que bien pudiéramos denominar “La Frustración
del Pueblo”.
La lucha de clases iniciada por los comuneros, con el
apoyo soterrado de los esclavos, la reemplazó el Goberna-
dor Buelta por una lucha racial, en la cual la élite chapetona
tuvo las de ganar.
Las peticiones comuneras se dirigían al Rey de España
y de las Indias, pero como dicen los cantos populares “El
Rey está muy lejos”.
Con la llegada del Oidor Mon y Velarde, este ilustre
Inquisidor español da los primeros pasos, por lo menos
teóricamente, para una interpretación sociológica del de-
sarrollo de la provincia; propone la tecnificación de la
minería; aboga por la reforestación; defiende la participa-
ción de la mujer en el trabajo textil; aboga por el trabajo
artesanal; funda nuevas poblaciones de altiplanicie para
buscar el desarrollo agrícola como complemento de la
extracción minera de las regiones cálidas. Desgraciadamen-
te las limitaciones restringen las ambiciones del Oidor.
En las ideas de Mon y Velarde, es cierto que se encontra-
ba expuesto el porvenir económico de la Provincia, pero
faltaba en ellas la satisfacción de las necesidades popula-
El ensayo en Antioquia/Selección 469

res. El plan Mon y Velarde beneficiaba a los monopolios


metropolitanos, sin favorecer al pueblo; como tampoco
permitía el desarrollo económico de las colonias porque
“Su Majestad el Rey” no estaba interesado en el proceso
industrial de las Indias. Fue al propio Oidor Mon y
Velarde a quien le correspondió firmar la sentencia que
acabó con las ambiciones de los Comuneros que desde
Santa Fe de Bogotá, Guarne y Sopetrán exigían un mejor
reparto de la riqueza. Frustradas las ideas del Oidor y los
deseos comuneros, comienza a crecer Antioquia una
población de comerciantes de oro, mazamorreros y pe-
queños barequeros libres, pequeños propietarios, arrie-
ros e intermediarios del capitalismo comercial, que se
aglutinan en torno a las ideas liberales y comerciales im-
portadas de Francia y Norteamérica.

Cuarta frustración
Estamos en la época de la Independencia, la cual ade-
más de la financiación inglesa, recibe la participación de
antioqueños libres, enriquecidos por el intercambio del
oro, de arrieros comerciantes, que de fonda en fonda, de
vereda en vereda, habían hecho fortuna al comunicar una
agricultura naciente, con la industria minera existente en
la Colonia. En esta época es cuando sobreviene el derrum-
bamiento del sistema chapetón español que es sustituido
por las ideas burguesas importadas, inspiradas en el libera-
lismo formal característico de la época. Hubo declaración
de los derechos inalienables del hombre y de las libertades
que le son connaturales, propósito que José Félix de Res-
trepo puso de presente en el Congreso de Cúcuta, abo-
gando por la libertad de los esclavos. Se consagraron, pues,
las libertades políticas, pero no se pusieron ni la educa-
ción ni los medios económicos que en la práctica conduje-
ran a hacerlas efectivas. Si la libertad se entiende como una
470 El ensayo en Antioquia/Selección

superación de necesidades humanas, no puede ser com-


prendida sino dentro del esquema de una libertad con pan.
Es la cuarta frustración, se ha caminado a medias en el pro-
ceso de la democracia, se ha frustrado la democracia libe-
ral.

Quinta frustración
A fines de la Colonia y a principios de la República, el
pueblo antioqueño emprendió la colonización del Viejo
Caldas; es un movimiento espontáneo popular de clases
medias, que a la postre cambia las exportaciones de oro de
los aluvionales ríos por una economía de vertientes de
parcelas en donde el latifundista señorial de la Colonia es
reemplazado por los colonos libres de la República. Las
tierras realengas adjudicadas a los Villegas, Aranzazus y a
los Palominos, y no sé a cuántos más señores que nunca
las trabajaron, pasan a ser ocupadas por los colonos li-
bres del pueblo antioqueño.
La revolución del Viejo Caldas es uno de los primeros
pasos hacia la democratización de la tierra por parte de los
colonos y labriegos que ocuparon los departamentos de
Caldas, Valle y norte del Tolima; fue una incipiente “re-
forma agraria” que permitió a los grupos cafetaleros aho-
rrar divisas para financiar posteriormente la revolución de
la industria. Aparecieron la industria de consumo y la in-
dustria textilera del Valle de Aburrá, cuyo objetivo no es
el de producir máquinas paras nuevas empresas, sino bie-
nes de consumo inmediato para el resto del país. Además,
sus materias primas indispensables no se encuentran en el
departamento. Es la quinta frustración: la de la industria
de invernadero, así llamada por la precariedad a la que la
someten su aprovisionamiento foráneo de materias primas
y su ninguna producción de bienes de capital que le den
trascendencia.
El ensayo en Antioquia/Selección 471

Enseñanza de las frustraciones


La Frustración Geográfica, enseña al pueblo antioque-
ño a conservar y mejorar la arboleda primitiva, a recons-
truir su medio ambiente, como un nuevo derecho ecológico
para que desde los bosques sagrados de los Catíos, Tahamíes
y Nutabes, vuelva a correr el agua silenciosa, vivificadora
de las cosechas de la revolución verde, y las aguas
torrentosas que producen la energía básica para el progre-
so industrial. Antioquia por todos los medios debe defen-
der su unidad geográfica.
La segunda frustración, Frustración del Mercantilismo
de América, deja como experiencia la creación de “una
nueva minería” que sustituya los oscuros yacimientos de
petróleo, y con una nueva materia prima, entre en el cam-
po de la termoeléctrica mediante empresas departamenta-
les que exploten las riquezas carboníferas y otros minera-
les necesarios para las industria metal-mecánica. Hay que
abandonar el endiosamiento de un solo metal, impuesto
por la deslumbrante Revolución Amarilla de la Colonia y
ello se consigue con una política intervencionista por par-
te del Departamento que entre a superar la Frustración
Mercantilista.
La tercera y cuarta frustración (Frustración Popular y
de la Democracia Formal), nos enfrenta a temas políticos
colombianos, la cual solamente puede ser superada me-
diante la defensa real y consciente de una democracia or-
gánica, fundamentada sobre partidos responsables con una
programática adecuada a la solución de los problemas co-
lombianos, en donde la meta final sea la “Libertad con pan”
(Derechos humanos + Satisfacción de Necesidades del
hombre = Democracia orgánica).
La Quinta frustración, la Industria de Invernadero, será
superada con un nuevo desarrollo industrial, que nos sa-
que adelante de la supuesta Ley del Trabajo Internacional,
472 El ensayo en Antioquia/Selección

que únicamente señala a los países subdesarrollados como


productores de materias primas para la exportación. Sin
desarrollo industrial metal-mecánico no habrá salida de esta
encrucijada.
Por último, hay que superar también los monopolios
industriales y financieros que deforman el proceso colom-
biano al estrangular las ambiciones populares.
Esta es la enseñanza que se puede sacar de la crítica
histórica del desarrollo sociológico de Antioquia.
DARÍO RUIZ GÓMEZ

El juglar destruido
Uno podría pensar, de pronto, que Tartarín aún vive. Pero
nadie podría imaginar que un alma como la suya fuese ca-
paz de aguantar tanta ofensa, durante tanto tiempo. En
contra de lo que se dice, uno se muere cuando le hace fal-
ta. Al final de sus días y para disimular la flacura y palidez,
se ponía dos cauchos entre la boca y se untaba polvo de
ladrillo. Y uno se fija o recuerda, y cae en la cuenta de que
el sombrero lo llevaba ladeado hacia la izquierda, cuando
lo usual era que se llevara ladeado hacia la derecha. Alguna
vez, por eso de mirar siempre hacia arriba, se cayó a una
zanja. Un transeúnte le preguntó: “Te caíste, Tartarín?” Y
él respondió; “No hijueputa, yo nací aquí”.
Impugnaba pues la vida buscándole a la vida un ripio de
sentido. Ya su seudónimo lo indica: se asume el despropósi-
to, para que el dolor que nace de toda impugnación pueda
darle algún sentido a la existencia. En ese sentido su
escogencia del fracaso se contrapone a los valores del éxito
económico. Se contrapone su gesto, su oficio, a lo que va a
denominarse como la normalidad y la virtud. Porque surgía
entonces -año de 1936 en adelante- un concepto de la vida
típico de toda economía mercantilista; irrumpen como cla-
se los comerciantes, los industriales. Ciertos apellidos pasan
a ser sinónimo de aristocracia. Medellín, comienza a absor-
ber la vida de los pueblos que hasta entonces, tuvieron una
vida propia. Y en los pasillos y oficinas, en los claustros
universitarios, esta galería de próceres del cambalache, em-
pieza a figurar como la nueva galería de patricios. Como los
ejemplos a seguir en un camino donde la marrulla, el agio,
se convierten de repente en las “virtudes de la raza”
474 El ensayo en Antioquia/Selección

De ahí que empiece, entonces a desaparecer la imagen


de la verdadera Historia, del verdadero protagonista, para
instalar en su lugar la imagen de una arcadia dulzarrona y
tranquila, lejana a peripecias y a conflictos. De ahí que los
escritores, artistas, músicos, que llegaron a identificar aque-
lla gesta, que rompieron en un momento dado, con los
términos de una cultura metropolitana, fueran lógicamen-
te anatematizados. Unos se quedan en sus calles solitarias,
otros inician el camino del exilio: Ricardo Rendón, León
de Greiff, Uribe Piedrahita, Sanín Cano. Otros, asumen el
vagabundaje delirante, como Barba-Jacob.
La diáspora subsiste aún: el ojo tembloroso del colono,
no puede olvidar su nube, su cañada; el rencor aumenta la
intensidad de ese recuerdo. AI fin y al cabo en nada se está,
desarraigado, en nada se identifica. Y el recuerdo obsesivo
de una calle triste, de un páramo, parece más ser parte de
una pesadilla que de una nostalgia. Nada hiere y a la vez
atrae tanto: seguramente porque esa necesidad de nuevos
paisajes no constituye en realidad una necesidad interior,
sino que es el resultado de una zozobra que jamás desapare-
cerá. Que, que ni siquiera podrá borrar la muerte. El “Judío
errante”, como castigo al fracaso hace parte fundamental de
la moral que esta nueva economía instituye.
Porque lógicamente a esta economía corresponde una
moral: las virtudes de la iniciativa personal, el fetichismo
del trabajo, la santificación del éxito. Como en Locke, “la
pobreza es sinónimo de fracaso”. Pero antes de esta era
económica, antes de este zanjamiento histórico, está la ver-
dadera epopeya popular: la creación de una cultura, de
una geografía. Es decir, la que realizan el minero, el campe-
sino, el colono que dilató hasta horizontes geográficos pa-
recidos, el límite de la provincia. Lo que quiere decir que
ese tipo de religiosidad primitiva, sigue igual en ese rostro
que aún observa la melancolía de la niebla. Y lo que quiere
decir que la moral del comerciante, del industrial, nada tie-
El ensayo en Antioquia/Selección 475

nen que ver con áquel corazón creado en la necesidad y la


pobreza.
De este modo y en un mismo saco, vienen a quedar
metidos el pueblerino, el pobre, y por supuesto el artista.
Y de este modo la disyuntiva se hace más dramática: quien
deambula por los cafés, absorto, aterido de soledad, es pro-
porcionalmente identificable a quien se queda en su linde-
ro pueblerino: ninguno de los dos existen. Porque lo pri-
mero que necesita borrar esta clase, es precisamente toda
referencia al pasado real.
Y al salir a la luz del día, al someterse a la mirada neutra
del triunfador, crece entonces la más honda de las desespe-
ranzas. El principio básico del negociante radica en la eli-
minación del sentimiento como mediador. Enfrente no hay
hermanos o familiares, sino clientes eventuales: la mujer
se hace, entonces, tan remota que se transfigura en los re-
covecos del aguardiente. La tranquilidad parece ya un es-
pejismo. La lágrima se sorbe y la palabra que se escribe
surge como el mismo desamparo. La racha de suicidas que
caracteriza a esta generación, es una muestra, es una for-
ma en que el desamparo, la sensación de inutilidad se ex-
presan: esa clase de vida que se propone -normal, hueca-
se hace tan monstruosa que se prefiere el silencio, la muer-
te. Porque entre otras cosas, aquí se inicia la muerte no
sólo de esa realidad, de esos valores humanos que la defi-
nían, sino también la muerte de la literatura y el arte de la
música. Como si toda esa realidad descrita a través de ca-
minos, de horganales, de caseríos y extramuros, hubiera
desaparecido de repente, porque ya esos rostros no exis-
ten, porque ya ese proceso se detuvo, porque ya el verda-
dero protagonista carece de palabras. Y porque lo que a
renglón seguido viene es la prosa camandulera de la seño-
ra que aconseja, del censor que idealiza su abyección, del
nuevo académico que pretende inmortalizar sus tonterías
familiares.
476 El ensayo en Antioquia/Selección

Los madrigales de Pelón Santamarta -que va por


Centroamérica. llega a ser lugarteniente de Pancho Villa y
crea con Marín la canción yucateca- destilan ese dolor del
destierro: lo convierten en imagen del invierno. Marín, aso-
cia el barco que se hunde con su propia derrota: “no sien-
to el barco que se perdió/ siento el piloto y la tripulación/
pobres muchachos, pobres pedazos del corazón/ y la mar
brava se los tragó...” ¿De dónde podían brotar esas diáfa-
nas palabras? Uno podría hacer una comparación entre
los millones de malos versos que se han escrito entre no-
sotros -y con los cuales se sigue escribiendo nuestra His-
toria- y estas palabras, para asombrarse de la belleza de
estas canciones. De su grandeza para expresar una situa-
ción, para darle nombre a un sentimiento. Para darse cuenta
de la ductilidad y riqueza de un lenguaje que, sin normas
que lo coaccionen, no teme nombrar estados de alma. Re-
currir y rescatar viejas palabras.
¿Qué tenía que hacer pues un juglar ante la ley de la
oferta y la demanda? ¿Cuál podía ser su lugar en este nue-
vo sistema de producción? Ay, querámoslo o no, al poeta
siempre le toca pagar los platos rotos de la Historia. Por-
que al fin y al cabo la laboriosidad que exige la novela o la
pintura, sirven para racionalizar la amargura, para hacer
llevadera la pena. Pero a un ser, invariablemente expulsa-
do desde Platón hasta el último mitin estudiantil, de todos
los convites de la Historia, ¿qué se le puede pedir? Y sin
embargo, en esa alma que se asusta del poder de las abs-
tracciones, de las precariedades de las verdades políticas, se
suelen romanzar todas las desesperanzas, todos los abati-
mientos, de quienes son únicamente piel de ciudadano
común, soñador de mejores días.
El primer tango que se escribe en Colombia, lo escribe
Tartarín. Y en él -antes que en los poetas cultos- se eviden-
cia esta orfandad, este “nuevo estado de cosas”: “esta no-
che por lo visto/cuántas luces encendidas/qué armonioso
El ensayo en Antioquia/Selección 477

se presenta el bonito carnaval/ para aquellos que no su-


fren amarguras en la vida para aquellos, que sonríen que
jamás les faltó pan/. Disfrazado con mi traje de miseria/
yo bebí incansablemente en la copa del dolor...” (en la voz
de otro gran fracasado: Agustín Magaldi). Aun cuando la
paradoja es cruel, porque, precisamente el juglar que es el
disfraz mismo, carece de disfraces, Ya que el dolor y la
soledad han imprimido a su rostro un aire característico,
de manera que su rostro es una, página abierta donde cual-
quiera lee. Claro está que otros, como León de Greiff, fue-
ron capaces de buscarse, un pueblo aficionado a la arqueo-
logía lingüística, y disfrazarse de un Mallarmé mujeriego e
irle bien en la vida, pero eso también lo sabemos, son las
clásicas excepciones. A los demás, uncidos al dolor como
la misma saliva , ninguna salida les queda: ni siquiera esa
forma encubridora y muchas veces mentirosa en que pue-
de convertirse la literatura.
Ahí, reside otra sutil separación entre quien mantiene
la literatura como una especie de compensación del ho-
rror, y quien sólo representa en la degradación, la soledad
y el olvido. Porque ¿quién puede recordar hasta el rostro
de los suicidas? ¿Quién puede recordar el gesto asombra-
do de quienes de repente se vieron marginados de la vida?
Todos los códigos de la amistad, del respeto, de la capa-
cidad de renuncia, desaparecen: frente al código del dine-
ro, aquello queda como algo remoto, espurio. La nostalgia
remite a lo que hace falta: señala pues, una ausencia de ser.
Porque en el mundo del comerciante no existe ni la sonri-
sa, ni la nube, ni por supuesto el ave que da sentido a la
tarde. Y estos elementos aparentemente superfluos, vie-
nen a convertirse en los símbolos de esa dignidad por la
cual se lucha- del modo en que Adorno, señala el floreci-
miento de la lírica en los períodos en que el intento de
deificación es más intenso. Recuérdese a Emily Dickinson
-la imagen de la amada, lejana, imposible porque la mujer
478 El ensayo en Antioquia/Selección

es lo primero que se deifica y el amor es lo primero que se


aliena- antes que señalar una evasión, señala una proposi-
ción: fustiga en el delirio, corta la calma posible, llena los
vacíos de las calles anónimas: “Como el sol en los ríos va
mi alma en tus venas/ y tu amor que es el mío aunque tú
no lo quieras/vivirá mientras vivas/vivirá cuando mueras.
No podrás olvidarme me amarás en secreto”. La mujer, el
ave, se convierten en símbolos del país que no es del país
que ya nunca será.
Porque el país que dejó de ser, es precisamente ese que
traiciona el comerciante. Y porque el pasado que duele es
ese que este comerciante trata de convertir en su arcadia,
ese de cuyos muertos se ha apoderado esta casta económi-
ca. Por eso, como en Oseas, aquí se podría decir que “tú
eres mi no pueblo”, “mi no amada”, la dimensión total del
dolor. De manera que esa ausencia no es añoranza super-
flua, mitificación de un pasado, sino medida de una pérdi-
da. Constancia de un dejar de ser, de una degradación de lo
humano.
De ahí que morir por un país, por lo que se sabe y
presiente de un país, constituye, en cierto modo, una for-
ma de muerte no inventariada hasta ahora. Y, por supues-
to, no debe confundirse con la idea bobalicona del héroe
que muere envuelto en la bandera tricolor. Un país en este
caso resume todo: la imposibilidad de la palabra, la impo-
sibilidad del amor, el deterioro de la relación humana. So-
lamente que todo esto -que constituye una medida de lo
absoluto- se suele encarnar en casos como éste, en estos
pobres cuerpos, en estos asombrados ojos. De manera que
un país ni siquiera es ya una zona geográfica, ni una ban-
dera, sino la constatación del dolor, la certidumbre de la
derrota secular.
“Y por el caminito va llorando mi pena”. En una cultu-
ra donde el civilismo, la reverencia a las formas, determina
tan hondamente la conducta de la gente, es claro que esco-
El ensayo en Antioquia/Selección 479

ger la canción como forma de dar sentido a esta crisis, de


poner ilustración a una pena -como diría Mejía Vallejo-
piénsese en Homero Manzi, en Cátulo Castillo, en
Atahualpa, que se niegan a ser “poetas”, “profesores”, para
componer y cantar canciones populares. Hasta Borges llega
a decir que su sueño es que algún día alguien pase por la
calle cantando una de sus milongas lo que significa escoger
una forma de expresión despreciada.
Una forma de expresión que no cuenta con sillones
académicos ni olimpos propio, y que en su expresión mis-
ma de vida, implica y supone la persistencia de la anorma-
lidad: el licor, la bohemia, la sinrazón. Aun cuando -hay
que decirlo, porque entre nosotros lo popular, lo vital, si-
guen siendo actitudes vergonzantes- estas formas despre-
ciadas se constituyan en una forma secreta de desahogo de
las minorías cultas, en el momento en que la vida los gol-
pea, en que necesitan de estas referencias. Y hay que darse
cuenta, además, que, de esos oficios tenebrosos, hasta el
poeta ha sido incorporado a la consideración social. Y ya
no es el peludo casposo que asustaba niños, sino -como lo
pusieron en evidencia los muchachos nadaístas- el perso-
naje que hasta podía certificar el ansia de vivir de los hijos
de aquellos viejos comerciantes.
Sin embargo, el músico continúa en la sombra, como
una especie de subproletario. Y a pesar de que aquellos
viejos patricios, y sus nuevos hijos, y los ejecutivos y
los mafiosos, lloran hoy con sus canciones, nadie se atre-
ve a mover un dedo para sacarlos del cuarto de los
rebrujos.
De ahí esa línea de sombra doliente que acompaña aún
a todos ellos, a lo largo y ancho de nuestra geografía. Tal
vez porque su pureza, su adhesión a lo verdaderamente
popular, los hacen impermeables a todo intento de asimi-
lación. Y el hecho de que aún existan a nivel de fonda, de
prostíbulo, en el alma estrujada de las muchachas campe-
480 El ensayo en Antioquia/Selección

sinas; y de que aún nombre nuestra desesperanza demues-


tra que siguen presentes en el corazón de la verdadera gente.
Porque como en la voz de Goyeneche, hay que decir
con esa voz quejumbrosa: “no ves que vengo de un país/
que está de olvido todo gris tras el alcohol/ Contáme tu
fracaso, decíme tu condena...”
Sobre su muerte no ha caído el reposo. Como Pelón o
como Blumen, sigue siendo Tartarín un hueso inconsola-
ble. Porque las palabras de su música doliente continúan
señalando esa presencia del “país que no es”, de la “amada
que no está”. Ya que sólo cuando los sueños sean posi-
bles, será posible el juglar. Pero seguimos en un mundo
que todavía lo niega.

Estravagario 1978
JORGE YARCE

La sociedad permisiva
Desde la Revolución Francesa las sociedades occidentales
optaron por un tipo de libertad que las lleva hoy por ca-
minos difíciles y amenaza su configuración democrático-
liberal. Poco a poco surge la llamada sociedad permisiva
opuesta en apariencia a la sociedad represiva de los Esta-
dos totalitarios. Huyendo de un extremo –la represión–
se toca con otro –el permisivismo–, cuando sus mecanis-
mos de organización y poder se apartan de las finalidades
éticas de la persona y de la sociedad.

Crisis de la democracia
La crisis de la sociedad permisiva es una crisis de fon-
do, que revela crisis parciales. Por ejemplo, la del liberalis-
mo individualista a través del capitalismo económico, o la
del colectivismo marxista, a través del revisionismo sobre
la tesis del poder y del Estado o del internacionalismo co-
munista. Ambas posiciones ideológicas –de idéntica raíz
idealista– llegan por caminos diferentes a una negación de
la ética del Estado, al subjetivismo moral, y a la elabora-
ción de una nueva ética basada en el Estado mismo. Uno y
otro reflejan, a su manera, las contradicciones actuales de
la sociedad que pretenden construir.
Sociedad permisiva que hace gala de diálogo, apertura,
coexistencia y espíritu democrático. Envuelve en sí la con-
testación y la rebeldía –expresiones liberalizadoras– con la
más firme protesta ante el peligro inminente en que se en-
cuentran los valores fundamentales de la vida humana: la
salud amenazada por la contaminación, la paz por la gue-
482 El ensayo en Antioquia/Selección

rra, la dignidad por la opresión, la libertad por la violencia.


Sociedad que profesa culto a la libertad sin saber exacta-
mente el quién, el qué y el para qué.
El permisivismo es un fenómeno que se vive sin pen-
sarlo. Quizás nos hayamos acostumbrado a pensar como
vivimos en lugar de vivir como pensamos. Esto último re-
quiere unos principios permanentes, enraizados en la con-
cepción del hombre y de la sociedad, la existencia de unos
fines que no dependen de los factores vitales inmediatos,
garantizados por la sociedad y por el Estado, y reconoci-
dos y aceptados por la política. De lo contrario se abre
progresivamente la brecha de la inseguridad y se cede a la
tentación permisivista, de signo subjetivista o absolutista.
No son represivos o permisivos únicamente los go-
biernos. La represividad o la permisividad invaden los
puntos vitales de la organización jurídico-política deno-
minada Estado. La invasión ideológica condiciona al go-
bernante o se fortalece con sus actitudes y procedimien-
tos. Como orientación o tendencia, el permisivismo pe-
netra más fácilmente en los países de estructura demo-
crática, por ser un tipo de sociedad abierta, tolerante,
liberalizada, lo cual ocurre con la mayoría de las socieda-
des occidentales. Donde el poder se detenta menos de-
mocráticamente y el Estado asume posiciones drásticas
en la determinación de las costumbres y normas, se pre-
senta incluso una orientación de signo contrario. Sin em-
bargo, puede darse una conexión ideológica inadvertida
entre el permisivismo democrático y ciertas teorías tota-
litarias. Es el caso del materialismo marxista cuyas direc-
ciones permisivistas –piénsese en el socialismo sexual de
Reich y Marcuse– ejercen una fuerte atracción sobre las
democracias liberales. Esta tendencia a humanizar el so-
cialismo por medio de la liberación sexual supone –se-
gún sus bases originarias, ahora desechadas– una caída
en el permisivismo, una involución burguesa que revela
El ensayo en Antioquia/Selección 483

el fracaso de la interpretación de la historia por parte del


materialismo, síntoma de su descomposición interna.

¿Qué es una sociedad permisiva?


Una sociedad es permisiva en la medida en que ha renunciado a
los fines éticos personales y sociales. Bien porque el Estado se
convierte en fin ético, o porque el tipo de fines que garan-
tiza son subjetivos, relativos, cambiantes con las circuns-
tancias históricas. Comparten esta tesis teorías del más puro
ancestro liberal y teorías radicalmente materialistas, distan-
ciadas entre sí en la concepción de la sociedad y del poder
político. La crisis de la sociedad permisiva es particular-
mente reveladora en democracias de tipo liberal e inspira-
das en la moral cristiana, afectadas de una cesión progresi-
va de sus valores en aras del pragmatismo, de la fe ciega en
el progreso tecnológico y del materialismo. A veces éste
último se acepta sin sus tesis absolutistas. Se recibe la éti-
ca, no la política, que equivale, tarde o temprano, a admitir
una contradicción intrínseca: la política separada de la
moral.
El permisivismo se vive primero como realidad de he-
cho. Después se expresa en teorías. Lo viven las personas
y se convierte en fenómeno social, y como tal influye a su
vez en las personas, sin que necesariamente se den cuenta.
La realidad obra sobre el pensamiento y viceversa, en di-
recciones insospechadas. Las modas, los hábitos sociales,
las ideas predominantes, deben su éxito muchas veces a la
habilidad de un comerciante, al oportunismo de un pensa-
dor o de un divulgador. Por muy inmediatas o pragmáti-
cas que sean, no dejan de generar una corriente teórica
que influye en la actitud de las personas, en su lenguaje, en
su comportamiento diario y en su concepción del mundo.
Hay una crisis de valores morales. En jóvenes y viejos,
obreros e intelectuales, solteros y casados, campesinos y
484 El ensayo en Antioquia/Selección

hombres urbanos, y en tantas otras condiciones de vida.


Fallan los resortes familiares, los de la amistad y del amor.
Flaquea la fe religiosa de mucha gente y también la espe-
ranza en lo humano. No es necesario profetizar desgracias
porque se viven dramas y catástrofes conocidas por to-
dos. Las que no se conocen, no son por eso menos graves
y elocuentes. Hay una tentación de “siniestrosis” futura, a
cuyo extremo contrario se coloca la ingenua confianza en
el progreso tecnológico por sí mismo.
Drogas, pornografía, inmoralidad, violencia, descom-
posición familiar son, entre otros, frentes decisivos de la
sociedad democrática permisiva. Para evitar el mote de re-
presiva, defiende su dejación moral como un fenómeno
de libertad. Al mismo tiempo –paradójicamente– es repre-
siva a través del control natal, del aborto, de la discrimina-
ción racial, de la violencia política y de la opresión econó-
mica de unos sectores sobre otros. El afán de justicia, de
verdad y de convivencia, se ahoga en la anarquía de con-
ductas y en la ausencia de autoridad social y política. Es
todo un espectáculo de infidelidad al destino superior del
hombre. Sería una simpleza reducir todo esto a un proble-
ma de la juventud. Ella participa en la crisis y la padece.
Además, la expresa clamorosamente. Nadie puede ser es-
pectador neutral o atemporal de este acontecimiento. La
indiferencia y la apatía son formidables armas de justifica-
ción de los males presentes.

Permisivismo y política
El frente de las ideologías y de los partidos políticos es
muy poco claro a este respecto. Como parte de la socie-
dad democrático-tecnológica, sufren la crisis de permisivi-
dad asumiendo sus factores a un nivel más práctico que
teórico. Ofrecen un gran vacío de pensamiento y de ver-
dad social. La insatisfacción de la juventud no halla una
El ensayo en Antioquia/Selección 485

respuesta adecuada. Los liberalismos y conservadurismos


imperantes en el medio, carecen de atractivo por perma-
necer atados a la vieja filosofía liberal individualista, tron-
co común de ambos.
Entre los electores hay poco para escoger ideológica-
mente. Las declaraciones de las directivas y de las conven-
ciones políticas son vagas y confunden los medios con los
principios. Se limitan a afirmar que su fin es la democracia
o el pueblo. La adhesión a las personas prima sobre la ad-
hesión a los principios. De ahí las continuas divisiones y
la carencia de programas de acción bien definidos. A lo
más, llegan a una amalgama con opiniones de actualidad, a
incorporar sentimientos de los sectores más permisivos de
la sociedad, o a garantizar la defensa de la democracia fun-
dada en el principio de la propiedad y de la libre empresa
en su forma más capitalista. Y en su esfuerzo de audacia,
asustan a sus partidarios con el espantajo del comunismo
o de la dictadura, a través del dilema patente de escoger
entre el bien y el mal.
Para estar al día, estos partidos acuden a la publicística
moderna y presentan las figuras de siempre con otra cara.
No existe una revisión ideológica de fondo porque los
ideólogos brillan por su ausencia. Destinar gente a pensar
es un lujo que no se dan los partidos. Es más “necesario”
el desarrollo turístico que el fomento de las humanidades
o del pensamiento filosófico y político. Los países progre-
sistas nos muestran que el desarrollo integral únicamente
se da donde hay pensamiento nacional, historia crítica e
ideologías enraizadas en el medio. El pensamiento confie-
re trascendencia a los mecanismos políticos y les descubre
su sentido ético. En lugar de esto, parece que la tendencia
en boga es la de fijar criterios a la política desde la sociolo-
gía y la estadística. Así la ética termina al servicio de los
métodos variables, y todo orden se vuelve precario e in-
consistente.
486 El ensayo en Antioquia/Selección

Ética y Política
Por este camino la democracia liberal –permisivismo
de derecha– concluye en la separación de la ética de los
asuntos del Estado. Su máximo logro es el orden público
y el bienestar económico. La democracia colectivista
–permisivismo de izquierda– concluye en la necesidad de
una nueva ética creada por el Estado y al servicio de la
política. Por tanto, sin principios permanentes acordes con
el ser del hombre. Estamos ya en el materialismo. Por dos
vías distintas llegamos a lo mismo: negar la ética objetiva y
trascendente. Damos paso a un nuevo totalitarismo de tipo
científico–pragmático, con una moral vitalista, cuyo ex-
tremo más cercano es la liberación sexual. El liberalismo
naturalista de Rousseau coincide con el socialismo sexual
de Marcuse. ¿No será que está naciendo un nuevo indivi-
dualismo de signo antidemocrático?
Otra manifestación del permisivismo democrático es
la fallida promesa de libertad. Ocupa su lugar la manipula-
ción del hombre por las técnicas psicológicas y sociológi-
cas, por los medios de opinión, por los partidos y gobier-
nos. Flavio Capucci sintetiza así esta cesión constante de
los valores morales, que evidencia la pérdida de libertad
personal y social: “Divorcio de política y virtudes civiles,
reducción de la democracia a su acepción puramente for-
mal de conteo de votos como medida de la verdad, corrup-
ción de las costumbres, invasión del erotismo y de la por-
nografía, negación de la indisolubilidad de la institución
natural del matrimonio, legalización de prácticas
infrahumanas como el aborto, recurso a la violencia como
el instrumento más seguro para dirimir los conflictos so-
ciales: desviaciones y pecados capitales tolerados en espíri-
tu de obediencia a los nuevos tabúes a los cuales el
permisivismo inmola la dignidad del hombre”.
El ensayo en Antioquia/Selección 487

La sociedad permisiva es la última fase de la cancela-


ción de los valores éticos trascendentes. Encarna históri-
camente la impotencia del hombre para autodeterminarse
al fin. Por eso juega al abandono de toda regla como única
esperanza de que surja la felicidad por medio de una inte-
gración –violenta o pacífica– de las energías de los grupos,
culturas, individuos, naciones. De esta manera todo está
permitido. En efecto, ¿quién podrá –pregunta Capucci–
tomarse la responsabilidad de decidir aquello que es bue-
no o lo que es malo?

Filosofía liberal y permisivismo


Buena parte de la situación se debe al liberalismo indi-
vidualista. En su formulación clásica –Rousseau– sostuvo
el descondicionamiento interior del individuo, su “auto-
nomía” como objeto de las leyes, el libre juego de los inte-
reses –capitalismo económico– y el libre mecanismo de
poderes –sociedad democrática–, con todas sus
implicaciones. Su “buen salvaje” y “el hombre, lobo para
el hombre” de Hobbes se encarnan en hechos actuales, y
expresan el afán de preocupación por la propia supervi-
vencia, dando lugar a una moral de sentimientos basada en
el interés personal, el bienestar, la tranquilidad, y la ley de
la mayoría. Cuando el libertinaje amenaza acabar con la
sociedad es porque el liberalismo individualista se traicio-
na a sí mismo.
Estamos ante un dilema peligroso: El Estado como fin
ético de la persona –marxismo–, o la ética relativa y cam-
biante, determinada por el utilitarismo, el pragmatismo y
el positivismo. Es el dilema central de la sociedad permisiva.
Restrictiva y olvidada de los valores morales, entregada al
“dejar hacer, dejar pasar”. Los hechos cumplidos y las es-
tadísticas por sobre los principios. La fuerza de las ideas
sustituida por la violencia de los sentimientos. Lo psicoló-
488 El ensayo en Antioquia/Selección

gico, sociológico y tecnológico como condición de los va-


lores morales. La neutralidad religiosa utilizada como cul-
to social del libertinismo. La vieja teoría del progreso inde-
finido enganchada al evolucionismo. Y por todas partes el
optimismo científico tratando de llenar el vacío de una teo-
ría de la libertad humana como conquista y construcción
de la historia.
La política democrática, así vista, crea una sociedad
permisiva y ésta su propia ética, Costumbres, normas y
criterios estandarizados. No hay verdades a las cuales se
subordine el sentido del quehacer político, sino opinio-
nes. La propiedad asegura la paz y el orden. Pero también
lo “aseguran” el aborto, el divorcio y otras vías represivas.
Todo dentro de una tolerancia “absoluta”. Lo que suena a
limitación o censura es malo porque atenta contra la liber-
tad de hacer lo que cada uno quiera. Y la postura de en-
frente: propiedad no, aborto no, porque atentan contra la
sociedad socialista. En la sociedad permisiva –de signo de-
mocrático o totalitario– está permitido lo que se hace.
Únicamente va quedando este criterio.
La tan ansiada liberación se busca a través de manipu-
laciones psicológicas o sociológicas. Con la “tranquilidad
social” y “las modas de consumo”. Allí donde no se justifi-
can las prohibiciones, y lo “correcto” no existe, la sociedad
ha renunciado a los fines éticos. No es extraño que vengan
a coincidir la utopía marxista de la historia y la utopía de la
sociedad democrático-liberal, cuando abandonan la ética
objetiva al intentar construir una sociedad justa.
Una forma de fatalismo es pensar que los procesos
políticos de la sociedad permisiva son irreversibles. Se
puede oponer perfectamente al liberalismo individualista
y al colectivismo materialista una teoría de la construcción
social que garantice los valores éticos de la persona y de la
sociedad. Sin una teoría realista de la libertad –modo de ser
y de convivir, independencia y compromiso– no es posi-
El ensayo en Antioquia/Selección 489

ble ningún orden ético ni, por ende, político. Las utopías
que piensan que la capacidad de mal termina con las nue-
vas leyes de la producción o con el bienestar igualitario,
están fuera del ámbito realista de la libertad. Lo mismo
pasa con quienes separan derecho y política de la moral,
aunque sean órdenes distintos.
La sociedad permisiva se limita a asegurar “formalmen-
te” los derechos. Una sociedad y un Estado que no ayu-
dan a realizar fines éticos objetivos, los imponen de una u
otra manera, siempre en sentido contrario a la libertad. Se
trata del consabido juego democrático de la liberación
inauténtica –dejar hacer– y de la represión disfrazada de
permisividad. Una de las razones del desinterés por la polí-
tica –en muchas personas– es porque no encuentran vesti-
gios de actitudes basadas en la conciencia. Pero su “contes-
tación” de lo presente no se resuelve positivamente. Arries-
ga ser una aceptación del orden de cosas o una reacción en
la misma dirección permisiva y regresiva de la sociedad que
critican.

Política permisiva y colonialismo ideológico


El pensamiento político se inspira ideológicamente en
una concepción del hombre, de la sociedad y de la histo-
ria, en una filosofía de la vida. Estas cosas trascendentales
condicionan lo práctico, la acción. La ideología necesita
de la teoría, que refuerza la validez de su compromiso. No
hay teoría sin pensamiento real, objetivo o metódico: pen-
sar la propia realidad y expresarla en verdad o en opinión,
esta última una forma de verdad imperfecta propia de la
política. El lenguaje político, si tiene el pensamiento que
lo respalde, convence y atrae. Hoy es común la falta de
plataformas políticas definidas, y el lenguaje permanece en
el plano de los sentimientos, dado que la fuerza de los par-
tidos es la fuerza de sus caudillos y no de sus ideas. Estos
490 El ensayo en Antioquia/Selección

hombres viven preocupados más de las reacciones que de


las causas, y por cambio y libertad entienden cosas muy
diferentes de las que entiende el común de la gente.
Gritan mucho porque sus ideas son débiles y sus con-
vicciones pobres. No hay profundidad ni recato en las
palabras. Viven del conteo de sus votos y del recuerdo de
sus campañas, pero no tienen memoria de sus errores. Su
sinuoso pasado político se les hace un buen fundamento
de la inconsistente democracia que dirigen. La fuerza se les
va por la boca. Piensan, estudian y leen muy poco. Po-
seen una ciencia de café y de salón social, de pasillo parla-
mentario y de lectura de periódico.
Los personajes connotados en política fomentan con
su actitud la colonización ideológica. La falta de pensamien-
to nacional y la ocultación de las condiciones reales de la
sociedad facilita que se planteen soluciones abismales como
la de optar por uno de los dos imperialismos mundiales.
Opción paradójica de quienes viven más ocupados con lo
ajeno que con lo propio, o de quienes buscan ingenua-
mente en la sociología importada una tabla de salvación
para la decadencia ideológica, política y moral del país. No
invertimos en crear valores pero invertimos los valores que
darían una pauta para el desarrollo integral.
En último término, lo que ocurre no es fruto de la deci-
sión libre de construir nuestro futuro sino de los
condicionamientos foráneos, tecnológicos e ideológicos.
La política es permisiva y decadente porque la sociedad lo
es primero: en sus clases dirigentes, en sus empresarios, en
su universidad, en sus sindicatos, en su prensa. Mientras
menos se piensa por cuenta propia, más se depende de las
ideas ajenas. Los núcleos “intelectuales” están alejados de
los demás sectores y éstos entre sí. Es curioso observar
cómo a ciertos empresarios les ha dado por “descubrir” su
vocación política y toman una bandera de acción política
para defender a la sociedad de los “excesos” y “peligros”
El ensayo en Antioquia/Selección 491

que la amenazan. Es la cara defensiva de la democracia


permisivista.
Es posible que, en estas circunstancias, lleguemos a una
corrupción democrática de la sociedad. Esta se convierte
en reinado de pasión y violencia. Es oligarquía y
pornocracia. Mercado de rebeldía –que también se com-
pra y se vende– y de opresión ejercida a través de los me-
dios masivos. Ámbito de diálogo aparente y de intoleran-
cia. Reducto de una política verbalista, fundada en el
caudillismo, que va represando cada vez más los proble-
mas sociales. Sociedad en la que parece que aumentan los
factores que separan a sus gentes y los que señalan un cla-
ro avance hacia el permisivismo, es decir, hacia la renuncia
de unos valores morales situados muy por encima del
egoísmo personal o de grupo. Cabe, como es lógico tam-
bién, pensar que tal sociedad tiene y necesita remedio.
Buscar la salida airosa e inteligente, positiva y difícil, de
enfrentarse al permisivismo. Es indispensable superar tan-
to el fatalismo como el optimismo ingenuo, el individua-
lismo como el colectivismo materialista. Partir de una con-
cepción ética realista basada en la libertad, comprometida
de la persona, de la sociedad y del Estado, con todas sus
consecuencias, la principal de ellas la de facilitar la búsque-
da de la felicidad total del hombre.
JORGE ORLANDO MELO

Las perspectivas de cambio


futuro en Colombia:
mucho más de lo mismo,
algunas cosas nuevas
Las dudas
Pocas cosas inquietan más a los historiadores que el es-
fuerzo de predecir o anticipar el futuro. Su tarea se ha re-
ducido normalmente a tratar de predecir el pasado, con
variable éxito, y si este esfuerzo menos exigente tiene du-
dosos resultados, la idea de hablar de aquello que ocurrirá
parece de una soberbia ilimitada. En efecto, los teóricos de
la historia han reaccionado con creciente energía contra la
pretensión positivista de que el desarrollo histórico está
regido por leyes que permitan deducir los comportamien-
tos futuros o la evolución futura de la historia.
La mayoría de las cosas que se pueden decir del futuro
escasamente superan las puras suposiciones del sentido
común, basadas usualmente en nada más que la inercia de
la realidad social: casi toda predicción con alguna probabi-
lidad de cumplirse se reduce a afirmar, para un período
más bien reducido, que lo mismo que ha estado ocurrien-
do continuará haciéndolo, y esto además no es aplicable
usualmente sino a los sectores de la vida social en los cua-
les la información disponible acerca de los principales ele-
mentos es suficientemente amplia y repetitiva para cons-
El ensayo en Antioquia/Selección 493

truir modelos medianamente precisos del comportamien-


to, como ocurre en la economía o en algunas variables
estadísticamente mensurables, basadas en comportamien-
tos repetitivos y que son el resultado de infinitud de accio-
nes individuales poco orientadas, como puede ocurrir con
las tasas de natalidad o la expectativa de vida. Si se miran
con algún detalle las predicciones que se presentan en bue-
na parte de los modelos llamados prospectivos, se limitan
a estos aspectos o concluyen, como en un ejemplo de Mark
Twain sobre el pronóstico del tiempo, afirmando que hay
probabilidad de vientos del sur, del norte, del occidente o
del oeste, lluvias o sol, tempestades, sequías o terremotos.
Pero, ¿quién habría podido prever en 1950 que el país
entraría en una fase de modernización cultural y social tan
rápida como la que se presentó en los 30 o 40 años si-
guientes? ¿Quién advirtió entonces la crisis que enfrenta-
ría la Iglesia? ¿O el éxito de los programas de control de la
natalidad? ¿O los tortuosos desarrollos de la violencia que
nos correspondería enfrentar? Algunos de los más impor-
tantes libros y estudios de historia social -y piadosamente
nadie se ha tomado el esfuerzo de inventariar los centena-
res de ejemplos de que el saber, la teoría o la ciencia poco
ayudan en estos terrenos- con los cuales crecimos resulta-
ron de una abrumadora inexactitud. Todos los científicos
sociales de más de cuarenta años creyeron alguna vez en la
solidez de las demostraciones de Arrubla de que el sistema
no tenía posibilidades de desarrollo económico, y muchos
pronosticaron en un momento u otro la inevitabilidad de
un golpe militar o un desarrollo autoritario del Estado. Y
recientemente, ¿quién habría podido prever el desarrollo
de la constituyente y la composición que parece irá a te-
ner, sino unos pocos que avanzaron de error en error has-
ta el acierto final? Por supuesto, peor les fue a todos los
que hicieron pronósticos en el terreno internacional: los
pocos que previeron algo de lo que pasó recientemente en
494 El ensayo en Antioquia/Selección

Europa Oriental fue por ilusos o fantasiosos, y no por


seguir los métodos de las ciencias sociales o políticas en
forma seria.
Y sin embargo, todos vivimos anticipando, apoyándo-
nos en alguna medida en la limitada información de que
disponemos sobre la sociedad para formarnos una idea del
futuro posible. Raras veces, por las dudas e incertidum-
bres a que aludía, se atreve uno a dejar por escrito este
testimonio que puede parecer ahora de audacia y que casi
seguramente en 5 o 10 años será una prueba simple y con-
tundente de incompetencia.

En dónde estamos
Para iniciar mi especulación sobre el futuro próximo,
que mezcla inevitablemente deseos, intuiciones y los me-
canismos más elementales de predicción, debo apoyarme
en primer término en lo más sencillo: lo que probable-
mente seguirá ocurriendo como ha venido ocurriendo. Es
necesario subrayar algunos de los aspectos que me pare-
cen más significativos de la sociedad actual colombiana.
a) La sorprendente estabilidad de los procesos de de-
sarrollo económico, que mantienen casi irremediablemen-
te un modesto pero seguro ritmo de desarrollo, claramen-
te distinto a la experiencia latinoamericana. Varios facto-
res influyen en mi opinión en esta estabilidad, como la
descentralización relativa en la localización de los agentes
económicos, la dispersión del poder económico, gremial o
sindical, la debilidad del Estado y su incapacidad para in-
fluir demasiado lo que pasa en la realidad, la gran variedad
de condiciones, culturales, sociales y de recursos de dife-
rentes sectores y lugares de la geografía económica del país.
Estos aspectos refuerzan la capacidad de decisión empre-
sarial de amplios sectores de población, por un lado, y por
el otro han impedido al Estado iniciar cualquier clase de
El ensayo en Antioquia/Selección 495

política económica decidida y orientada en un sentido trans-


formador muy preciso: no hemos sido capaces de tener ni
socialismo, ni populismo, ni peronismo, ni grandes infla-
ciones y ni siquiera esfuerzos estatales de desarrollo real-
mente vigorosos, como los del Brasil.
(La cifra que dan las Naciones Unidas para el crecimien-
to del PNB per cápita colombiano entre 1980 y 1987 es
del 0.9%, sólo superada en Suramérica por la del Brasil).
b) En las tres últimas décadas, el fenómeno central es
en mi opinión el de la transformación extremadamente
rápida de las mentalidades y de las estructuras de vida so-
cial. Ningún país de la Europa clásica tuvo un ritmo de
urbanización o una transición demográfica tan acelerada,
y en ninguno se dio un cambio en los valores tan claro en
tan poco tiempo. Igualmente veloz fue el incremento en la
escolaridad formal.
Para Braudel y los teóricos de la escuela francesa, en su
metáfora un tanto estratigráfica de la sociedad, las estruc-
turas más profundas y que más lentamente cambian son
las mentalidades, sobre las cuales, sujetas a cambios de len-
ta duración, se apoyan las realidades económicas o demo-
gráficas, coronadas por el mundo de la coyuntura, que es
el mundo de la acción política. Por eso se entretienen tra-
tando de mostrar la continuidad entre la mentalidad del
campesino medieval y el pequeño propietario urbano del
siglo XX. Creo que pocos se atreverían, habiendo pasado
por la historia reciente de Colombia, a mantener esta vi-
sión, y muchos estarían tentados a pensar que la mentali-
dad, como la política, es volátil y variable.
Por supuesto, no hay que exagerar, y el ritmo de cam-
bio en algunas zonas es lento o inexistente. Y por supues-
to muchos de los nuevos valores y creencias. se reconstru-
yen sobre bases más o menos arcaicas, que ayudan a
conformarlos. Pero quien haya leído los testimonios que
recoge Alfredo Molano en sus recientes libros podrá en-
496 El ensayo en Antioquia/Selección

contrar cómo en los más alejados y remotos rincones de la


geografía nacional y en todo el espectro político, el mun-
do que rige la vida personal es el del capitalismo salvaje, el
del individualismo más radical, el del consumo frenético
de lo que pueda conseguirse, el de la violencia latente o
visible.
En el terreno social, son conocidos los indicadores más
obvios, y aunque no son un índice siempre aceptable de
calidad de vida, son lo mejor que tenemos al respecto: la
tasa de crecimiento demográfico pasó del 3. % hacia 1970 a
1.8 % en la actualidad, la población urbana pasó del 48 %
en 1960 al 70% hoy, la fuerza laboral en la agricultura bajó
del 45% en 1965 al 25% hoy, los gastos en educación pasa-
ron del 1.7% del PNB en 1960 al 2.8% en la actualidad, las
mujeres igualaron y superaron a los hombres, a más de la
esperanza de vida, en indicadores como la educación pri-
maria y secundaria y, parece, universitaria. La tasa de alfa-
betización llegó al 85% (en las mujeres era ya del 88% en
1985), la mortalidad infantil descendió del 148 al 68% en-
tre 1960 y 1988, mientras la esperanza de vida subió 10
años, de 55 a 65, entre 1960 y 1987. (Datos de Desarrollo
Humano, Informe 1990). Por otra parte, vale la pena
subrayar que los estudios más recientes sobre distribución
del ingreso muestran un mejoramiento substancial de la
tendencia que habían detectado los estudios de hace años:
según reportan las Naciones Unidas, el coeficiente de Gini
bajó del 0.57 en 1971 al 0.45 en 1988.
c) El tercer aspecto que creo debe subrayarse es el de
las complejas paradojas del sistema político, casi imposi-
bles de describir y analizar. ¿Es un sistema político que ha
fracasado o triunfado? ¿Es sólido o débil? ¿Se trata de un
estado fuerte o de un estado débil? En casi todas partes
hay algún consenso sobre preguntas como éstas, pero en
Colombia puede uno encontrar ejemplos de textos acadé-
micos serios donde se defiende una posición u otra. En mi
El ensayo en Antioquia/Selección 497

opinión, lo más significativo tiene que ver con la legitimi-


dad de fondo del sistema político, la aceptación de los va-
lores fundamentales del régimen liberal representativo y
más o menos democrático por toda la población, y con la
ilegitimidad de sus instituciones concretas. La primera le-
gitimidad ha hecho impensable un desarrollo de la guerri-
lla fuera de ciertos nichos ecológicos muy determinados,
y la segunda ha llevado a que una proporción muy eleva-
da de colombianos crea que aunque el sistema es bueno,
sus promesas no se cumplen o quienes tienen el poder se
aprovechan de todos para actuar como seguramente ellos
actuarían si tuvieran la oportunidad, buscando el enrique-
cimiento personal y sin ninguna visión del bienestar de la
sociedad. Por eso los colombianos acabaron votando, en
marzo y mayo, como lo hicieron: mezclaron el voto casi
unánime contra los políticos con un voto también igual-
mente sólido por los políticos que estaban de candidatos a
corporaciones. Y por ello quizás dan un apoyo tan alegre
a las guerrillas arrepentidas: con su lucha armada habían
dado aliento a la desconfianza y el desprecio de los colom-
bianos por los políticos, pero al entrar al juego electoral y
legal satisfacen la fascinación de los colombianos por las
elecciones, las discusiones políticas y el mundo de la de-
mocracia representativa.
d) Aunque el sistema político pudo tener un éxito re-
lativo, pues si se compara con los demás países de Améri-
ca Latina es, con Venezuela, Costa Rica y México, el más
notable y el que ha tenido un desarrollo institucional más
gradual, el único, con los mismos países, que se ahorró
largos años de dictadura, y uno que ha permitido legal-
mente una amplia participación política, con algunas res-
tricciones que fueron levantadas en lo fundamental ya hace
16 años, aunque, repito, haya tenido ese éxito relativo, ha
sido también el que ha tenido un fracaso más estruendoso
en su obligación de proteger la vida de los ciudadanos. Es-
498 El ensayo en Antioquia/Selección

tos años de desarrollo económico, mejoramiento de las


condiciones de vida de los ciudadanos, modernización so-
cial y cultural, han visto también el incremento casi
exponencial de la violencia. Y esa violencia ha estado liga-
da fundamentalmente a condiciones y conflictos políticos,
(así la mayoría de los casos individuales no puedan
clasificarse razonablemente como delitos políticos o como
casos de estricta violencia política) lo que ha hecho que las
limitaciones al ejercicio de la acción política que la ley no
imponía fueron impuestas por el amedrentamiento, la gue-
rra privada, las violaciones de derechos de los ciudadanos
hechas con complicidad agentes estatales. No quiero abun-
dar en este tema de la violencia, en el que son muchos los
estudios a fondo que ayudarán a entenderlo mejor que esta
caricatura que puedo hacer en el momento, pero no hay
más remedio que suscribir el lugar común de que la conso-
lidación del poder de los traficantes de estupefacientes se
convirtió en un importante factor en la vida política na-
cional y en el desarrollo de la violencia.

Las posibles tendencias


A partir de esta situación es posible intentar aproxima-
ciones a las que podrían ser alternativas de desarrollo posi-
bles y algunas líneas arguméntales en la trama del drama
nacional. En el terreno económico, no creo que se vayan
a presentar cambios significativos, fuera de procesos más
o menos normales de modernización, desregulación e
internacionalización, que no serán probablemente tan dra-
máticos ni tan novedosos como algunos los presentan.
Nuestro producto interno per cápita probablemente
será, para fines del siglo, entre un 25 y un 35% superior al
actual, a menos que una combinación favorable de bue-
nas estrategias económicas y una excelente, pero no previ-
sible, coyuntura internacional nos ayude a lograr tasas
El ensayo en Antioquia/Selección 499

superiores al 5% de crecimiento del producto anual. Pero


aún manteniéndonos por debajo de este nivel, teóricamente
sería posible utilizar, sin afectar los niveles de vida del res-
to de los colombianos, todo este incremento para aumen-
tar el ingreso del 40% de los habitantes en peores condi-
ciones, lo que permitiría sacar la totalidad de la población
de la línea definida como de pobreza absoluta y presentar
un país con indicadores sociales excelentes: alfabetismo
completo, una tasa bruta de educación secundaria supe-
rior al 80%, una tasa de educación universitaria alrededor
del 25%, una esperanza de vida cercana a los 75 años, una
mortalidad infantil inferior al 20 por mil, acceso de toda la
población a servicios médicos y agua potable, supresión
de la desnutrición infantil, etc.
Pero es poco probable que el mejoramiento de los ni-
veles de vida de los colombianos vaya a ser tan radical. Las
decisiones políticas para una reorientación drástica de los
objetivos del crecimiento son difíciles de tomar y muchas
veces la búsqueda de claros objetivos sociales está acom-
pañada por políticas económicamente improvisadas, lo que
las ha arruinado en la opinión de muchos, que, aunque
hoy sea posible, en 10 años, acabar con la pobreza colom-
biana, siguen creyendo que es preferible dejar que el resul-
tado mismo del desarrollo económico resuelva, en forma
automática, los problemas de miseria. Para muchos la sal-
vación nacional parte ante todo del puro crecimiento, pues
no hay todavía suficiente para redistribuir o si se
redistribuye se afecta la tasa de crecimiento. Lo que no
hay que olvidar es que países con un ingreso
substancialmente igual o inferior al de Colombia, como
Costa Rica, tienen una situación social muy superior, han
eliminado casi por completo la miseria y satisfacen las ne-
cesidades básicas de la población, mientras que países como
Estados Unidos tienen situaciones de miseria peores, una
esperanza de vida menor y otros indicadores centrales
500 El ensayo en Antioquia/Selección

menos aceptables que países con mucho menos o algo


menos de ingreso, pero mucho más de socialdemocracia,
como España o los países escandinavos. Colombia puede
decidir, y no propiamente en el marco de la constituyente,
aunque algo puede influir en ello la nueva constitución,
cuáles van a ser las políticas del gasto público, el nivel de
apoyo que se le dará a programas muy redistributivos
como la universalización de la secundaria o la generaliza-
ción del acceso a la salud y otros mecanismos de
redistribución del ingreso. Yo pienso que la decisión que
tomarán los colombianos (pero esto no es irreversible, y
los aspectos políticos, a los que me referiré luego, mues-
tran un gran nivel de libertad en las líneas del proceso) no
será tan firme en este sentido, y que las presiones de los
sectores de clase media para emular en algunos aspectos
los niveles de consumo más altos, estimulados por una
sociedad cada vez menos solidaria, triunfarán, apoyadas
en su mejor organización política, sindical, gremial, profe-
sional, etc., para que el país gaste la mayor parte de este
ingreso en un consumo más diversificado para los secto-
res medios, que ya empiezan a tener acceso al carro, el
whisky y el betamax. (Por supuesto, podría alegarse que
el mejoramiento de quienes están por debajo de la línea de
pobreza no debe hacerse a costa del eventual crecimiento
del ingreso de los sectores medios de ingreso sino de la
disminución del ingreso de los sectores altos, pero si es
difícil congelar la capacidad de consumo de los grupos con
algún grado de poder, es casi, imposible, sin una polariza-
ción social que no resulta ni manejable ni previsible, redu-
cir en términos absolutos el ingreso de todo un grupo so-
cial relativamente poderoso).
Por ello, creo que llegaremos al fin de siglo con algunas
mejoras substanciales de la situación de vida de los colom-
bianos, pero no tan amplias como sería factible: nos que-
dará algo de analfabetismo, andaremos por el 75 u 80% de
El ensayo en Antioquia/Selección 501

cubrimiento de la población escolar preuniversitaria, la


esperanza de vida estará por los 70 años y las demás cosas
estarán así: estaremos donde hoy están países como Chile
o Costa Rica, en términos de calidad real de vida de la po-
blación.
Culturalmente, no tengo dudas y no dejo de lamentar-
lo, creo que el país se homogeneizará con más rapidez de
lo que ha hecho en las últimas décadas, bajo el impulso de
la incorporación acelerada de elementos centrales de la
cultura de masas contemporánea. Aunque confío en la
capacidad e inventiva de nuestros creadores literarios y
artísticos, dudo que la población que está ingresando a
chorros en la modernidad les atienda demasiado, y me temo
que preferirán los productos prácticamente industrializados
de los medios de comunicación.
Cualquier análisis de la calidad de vida debe tener en
cuenta un aspecto esencial de ella, que tiene que ver con lo
más volátil e impredecible de la sociedad, cual es el cambio
político. Por supuesto, no creo que nuestras instituciones
legales o jurídicas básicas se modifiquen substancialmente.
La reforma constitucional que ,creo y espero saldrá de esta
constituyente, va a reflejar un consenso ya muy obvio de
lo que el país desea, y esto no requiere grandes modifica-
ciones en nuestra forma de funcionar: cambios en el con-
greso, más derechos humanos, más participación popular
y más descentralización o, si se quiere, federalismo.
Como yo no creo que el estado colombiano haya sido
realmente muy centralista ni autoritario (por falta de re-
cursos, aunque no de ganas), ni que la constitución fuera
una gran traba (la traba estaba en los partidos y sus repre-
sentantes en el congreso) el cambio institucional no será
muy dramático, pero en el conjunto tengo cierta confian-
za en que estos cambios menores en el ordenamiento cons-
titucional reforzarán otros procesos de cambio de moder-
nización del sistema político de los cuales se veían indicios
502 El ensayo en Antioquia/Selección

hace ya algún tiempo, y que sin duda se están acelerando.


¿Tendremos una crisis del clientelismo en su sentido tradi-
cional? ¿El voto se hará en forma más libre e independien-
te? ¿Responderá algo mejor el sistema político a las prefe-
rencias de la población? Yo creo que sí, y que en ese senti-
do vamos, sin grandes revoluciones, hacia una política prác-
ticamente moderna, que pudo haber sido generada sin re-
forma constitucional, pero ante la ceguera de nuestros
congresistas hubo que apelar al constituyente primario,
siempre que resolvamos el problema de la violencia, lo que
requiere algunas medidas difíciles, sobre todo las que tie-
nen que ver con la justicia y en las que, contra lo que sería
quizá deductible de mi empleo actual, un elemento central
es el mejoramiento de su eficacia, es decir la capacidad de
descubrir, capturar y condenar a los culpables. Pienso que
si la constituyente no crea las bases para un sistema judi-
cial vigoroso, nos arriesgamos a que todos los progresos
que sin duda habrá en el terreno económico y social, e
incluso en el político, sigan conviviendo, como hasta aho-
ra, con un elevadísimo nivel de violencia para el cual ya
están sembradas las semillas y creadas las condiciones, aun-
que políticas específicas de corto plazo puedan generar
arreglos provisionales.

Bogotá, noviembre 23 de 1990.


EDUARDO ESCOBAR

Bohemia,
antibohemia y regresión
En un artículo sobre Poe publicado en 1855, Baudelaire
hace un retrato patético del artista bohemio que coincide,
guardadas las proporciones de genio, tiempo y lugar, con
el del más conspicuo de nuestros borrachos: el poeta, vio-
linista y cantante Julio Flórez: azares, belleza física,
esteticismo, miserias. Y cascadas de alcohol.
Flórez no fue el único poeta bohemio en la historia de
la literatura colombiana. Sería injusto excluir del olimpo
de nuestros despilfarros a Barba-Jacob, que disputa con
Flórez el campeonato de los malos ejemplos entre noso-
tros, porque no era hermoso. A Eduardo Castillo, que
paseaba por la Bogotá de su tiempo una enorme nariz de
pájaro carroñero en letargos de morfina. A Darío Lemos,
que consagró una mitad de la vida a construir su idea del
dandy moderno y la otra a la impasibilidad de degradarla
con precisión de relojero.
Baudelaire adoraba las ciudades como refinamientos del
espíritu. A Poe le fascinaban los mobiliarios y el lujo, aun-
que declaró al mismo tiempo que debemos vivir al aire li-
bre para ser felices. Flórez acaba en la remota Usiacurí.
Barb- Jacob, ciudadano de América, padece a todo lo largo
de su vida el martirio incurable de los espíritus errantes: la
nostalgia de los paisajes de la aldea natal. Eduardo Castillo
fue ave urbana a su modo, aunque fuera en una ciudad
precaria cómo la capital de Colombia entonces. Y Darío
Lemos no soportaba la ciudad. Ni el campo.
504 El ensayo en Antioquia/Selección

A pesar de las contradicciones y las diferencias los unen


el gesto romántico de rebelión contra las amarguras de la
vida mecánica, el tedio y el asco por el tedio, que identifi-
can a los miembros de esa cofradía internacional dedicada
a la santificación por el estrago.
Concedemos cada vez mayor atención a los estratos
nocturnos y primitivos del individuo, la sociedad y la ma-
teria. A la locura, las descomposiciones y el desorden.
Después de siglos de veleidades solares y de la primacía de
lo obvio, empezamos a entendernos con las sombras del
horizonte consciente. Con la opulencia sobreabundante
y oculta donde estamos sembrados. Con el informe hervi-
dero de la intimidad oceánica de las cosas.
Cómo serán las cosas por dentro, si por fuera son tan
profundas. Me dijo una vez un noctámbulo, manco de la
mano derecha, que le habían cercenado por torcido.
La antropología, la astrofísica, la espeleología, el psi-
coanálisis, la simbología, la bacteriología, la historia de las
religiones y los mitos, conforman una vasta exploración
en el hechizo escondido bajo las máscaras de lo aparente.
La búsqueda nos deja por lo pronto un juego de revelacio-
nes desalentadoras. Un mono perdulario en la familia. Un
pasado de pavores, canibalismos bestiales y parricidios, que
permanecen agazapados y amenazantes de terrores en las
capas más antiguas del cerebro. Incongruentes con un ori-
gen divino. Y con un confuso sentimiento de libertad.
Ahora nos hallamos más desnudos, solos e inciertos bajo
el ciclo ebrio.
Los laberintos de dudas voraces infectados de eterni-
dad de la metafísica, soportables por la esperanza, y el mie-
do del infierno de ayer y antier, no fueron más desdicha-
dos que la incertidumbre, que el vado creciente de las ver-
dades muertas, de los paradigmas en cambio perpetuo que
habitamos ahora. Queda el consuelo de pensar que con el
desgarramiento redimimos vastos territorios de lo irracio-
Eduardo Escobar
506 El ensayo en Antioquia/Selección

nal, arrancados a la indiferencia por las palabras. O como


dijo Sartre en sus tiempos bohemios del Café de Flora,
somos más desgraciados, pero más simpáticos.
Las menciones de Sartre y el café de Flora resultan in-
evitables. El autor de El aplazamiento y A puerta cerrada fue
de un modo impreciso el papa remoto y gris de una bohe-
mia heterodoxa, la de mi generación, la conciencia alerta
en la ceremonia mortal del siglo veinte. Y el Café de Flora
el Vaticano ateo que ratificaba el desaliento, la gloria y la
soledad irreductible en la náusea y la derrelicción. Todo
aquello que confundimos con razón o sin razón con una
revuelta bárbara. Y más tarde con la esperanza. Y que des-
pués ha sido un hervidero de decepciones y podredum-
bres.
Mientras las razones descansan y el orden del día cierra
sus pétalos comienza otro protocolo en el que somos el
invitado dormido, el intruso en su propia casa. En los
zarzos, en la humedad de los sótanos, en los intersticios de
los objetos, en el interior las fábricas, en los aguazales y las
cisternas, en el trasfondo de las cosas, entre los seres y sus
sombras, un tumulto de formas ávidas prolifera de los re-
pliegues hacia las superficies. Escatófilos, xilófagos,
hematófagos, famélicos y diligentes. Cosas voladoras, que
se arrastran, que suben por las paredes, que asoman las
cabezas por los agujeros y los labros repugnantes en la
boca de las gavetas, extienden sensores sutiles hacia noso-
tros esperando que el sueño nos desvanezca para realizar
sus propios deberes mientras dormimos. Un desfile de
hocicos exactos, masas de trompas pulsatiles, horizontes
de dobles hileras de dientes esperan. Las materializaciones
que deja sospechar la metáfora, de lo soterrado en los pla-
nos inferiores de la conciencia.
Los amantes furtivos se abrazan. Los cobardes se jun-
tan para planear sus arreglos dañados. Los muertos escu-
chan detrás de las puertas. Los ladrones cuelgan lazos en-
El ensayo en Antioquia/Selección 507

tre los patios como arañas. Las lobas se maquillan. Los


lupanares abren. Y se reparten la sopa de anzuelos de la
creación los espectros del bien: el pobre diablo y el bohe-
mio. Esos animales soberbios y ociosos destinados a la
derrota, que se desperezan al mediodía, pero nunca se des-
piertan del todo hasta el crepúsculo, ni se encuentran bas-
tante cansados hasta la aurora.
En 1895 se suicida Silva, suave caballero del páramo
bogotano que presidió hasta su muerte una bohemia de
letrados aburridos en su casa de La Candelaria: rimas, ciga-
rrillos árabes, vinos europeos, mucha cháchara de sobre-
mesa. Y un helaje espantoso. En 1900 muere Nietzsche,
paralítico, después de recibir la visita de Guillermo Valen-
cia. En 1931 comienza la dictadura de Ubico en Guatema-
la, Alfonso XIII abandona España y nace Gonzalo Arango,
el último hijo de don Paco, un conservador pobre pero
honrado, minifundista y telegrafista en Andes, Antioquia.
La madre: Magdalena Arias.
En las Memorias de un Presidiario Nadaísta el hijo de don
Paco y doña Nena hace un retrato del padre lleno de tier-
nos remordimientos que pinta al sesgo el ambiente de la
bohemia misérrima y vomitiva de la ciudad de su juven-
tud, antes de la invención del nadaísmo.
La crónica de la vida nocturna de Colombia en este
siglo es una comedia de contrastes, en varias partes, cada
una con su propia extensión, velocidad, color, fauna y flo-
ra, que cuenta también la historia de las pobres ciudades
nuestras desde las agrestes aldeas descalzas del principio
solferino -la Bogotá de Rin Rin Renacuajo y changua con
dos huevos, el Medellín del bobo Majija, rosario en fami-
lia, chocolate con arepa y el que reza y peca empata-, hasta
las aglomeraciones preindustriales, la irrupción de los
cocacolos y los nadaístas y la arcangélica orgía final, de
claveles y flautas, de los jipis. Y luego, todo se desvanece
sin pena ni gloria, en medio de una guerra, en la involutiva
508 El ensayo en Antioquia/Selección

indolencia del zafarrancho rosa del gomelo de hoy, de alma


de plástico como sus tarjetas de crédito.
El color predominante en la primera parte del
dulciamargo novelón es el morado plácido de las berenje-
nas oxidadas. Un corbatín su emblema: la pajarita. El tono,
denso y depresivo en un medio de inmensas limitaciones.
Imágenes: un poeta borracho de treinta años con grandes
agujeros en las medias y grandes ojos, mostacho y voz
amarga, recita unos versos difusos: los suyos. Le hace el
coro y el contracoro un pederasta pensionado de la aristo-
cracia municipal, mientras declama durante la guerra de
los Mil Días, durante la Primera Guerra Mundial, durante
la segunda y durante la violencia generalizada y las sevicias
nacionales que siguieron, versos adversos de Bécquer, de
Caro, de Campoamor, Pombo o Barba-Jacob, según los
tiempos. Pero siempre desde la estigia de la misma laguna
crónica.
El escenario es pobre: un granero alumbrado con una
lámpara de kerosén en una repisa ha sido convertido en
una corte. Una corte donde un grupo de ebanistas,
mamposteros y sastres y doctores en derecho y matasa-
nos titulados, lectores de Vargas Vila, se llaman entre sí y
se dejan tratar de cualquiera, de príncipe y de prócer, y se
descrestan con citas por el estilo de: hubo que inventar la
gloria para que sirviera de piso a la calumnia. La clámide,
de caspa. El folclor: bambucos de fonda, destemplado
tiplerío, pasillos (en ascenso) o danzones y contradanzas
si la cosa se anima y la orquesta mejora. Hacen de
metrónomos los hipos consuetudinarios de los agonistas
que intentan dormir echados sobre una mesa como un
montón de ropa oscura.
Hay un adjetivo para el rito: deplorable. El héroe cul-
tural de la liturgia es Julio Flórez. El complejo, el de Edipo.
El clima general del país, guerra civil, analfabetismo,
amibiasis y atraso.
El ensayo en Antioquia/Selección 509

Es la parte más larga y también la menos ligera en la


comedia. Por lo lúgubre, por lo repetitivo de los temas y la
consiguiente monotonía. Y abarca un período mayor del
gatuperio del siglo en la memoria.
En efecto, la figura del bohemio permaneció más o
menos inalterable durante cincuenta años. El mismo som-
brero o la boina, el mismo mostacho, corbatín, chaleco
oscuro, y paraguas o bastón simbólicos de nada. Debió
ser la invención del champú la que volvió innecesarios los
funerales sombreros. Y en todo caso los chalecos, esas
prendas escuetas, calabozos de abotonar, pasaron de moda
con la aromática aparición de los desodorantes en las nue-
vas droguerías que reemplazaron en Colombia las boticas
calcinadas el nueve de abril
Mucho me huele, por sobre las lilas del tiempo y de la
azul distancia, que la cosmética y el mejoramiento de los
servicios públicos pesaron en la superación del bohemio
en la vaciedad higiénica de la generación de vanidosos que
puso al día los rudos bluyines yanquis, las medias de
rombos de colores y los mocasines italianos de plantisuela:
los cocacolos. Cuya más vidriosa manifestación narcisista
se dio en el mariposo. Lucho Gatica comenzaba a balar en
las radiolas.
Hawai es convertido en el estado número cincuenta de
los Estados Unidos. Inglaterra reconoce a China comunis-
ta e Israel. Los mau mau provocan disturbios sangrientos.
Estalla la primera bomba de hidrógeno como sucia adver-
tencia universal. Los cocacolos toman Coca Cola. Fuman
cigarrillos Viceroy. Se aburren.
Había dos clases principales de cocacolos. La más nu-
trida la conformaba una masa de esponjosos y ufanos ve-
getales, oficiantes de una bohemia crepuscular que comen-
zaba a languidecer a las once de la noche cuando salían de
nocturna y terminaba del todo cuando las campanas repi-
caban las doce. Era rarísimo encontrarlos de este lado del
510 El ensayo en Antioquia/Selección

espejo. Casi siempre se estaban peinando. Sus fetiches eran


los rechonchos frascos de gomina. Sus ídolos, algún ciclis-
ta sudoroso o un galán de tercera de Hollywood que imi-
taban cuando estaban borrachos. Y hallaban sus más ar-
duas oposiciones intelectuales frente al teorema que se
derrite de una banana split de tres órbitas.
Los otros eran, si se puede decir así, menos anodinos,
tal vez, pero igual de tibios y ambiguos. Con adherencias
de un pasado de comodidades al que no se decidían a re-
nunciar componían un rebaño turbio por las barbas y es-
tentóreo. La pompa insufrible de superioridad libresca que
ostentaban, los vozarrones que subían en sus discusiones
eruditas, en realidad comentarios superficiales, cuando no
vacíos de sentido del todo, a la folletinería estalinista que
leían, los hacían notorios en los cafetuchos de garaje, gre-
ca y empanadas recalentadas con un bombillo, próximos
a las facultades de derecho.
Por norma petulantes -solemnes y antipáticos sin lle-
gar a odiosos-, estos pimpollos de abogado vivían aparta-
dos de sus padres, pero de ellos, en apartamentos con las
ventanas condenadas, donde las litografías inglesas de bo-
degones y escenas de caza y de polo, colgaban cabezabajo,
por el prurito de originalidad que fue el nombre de época
de las eternas ganas adolescentes de joder.
La única isla de orden en el caos de sus habitaciones,
llenas de basura, botellas, ceniceros a reventar, humo y
bandejas arrasadas de electro plata, era el escaparate de
copete, procedente de Francia. Herencia de una tía rica.
Allí guardaban sus corbatas de mimados y los vestidos de
paño hacían cola detrás de las camisas impecables. Admi-
radores de Neruda, recitaban tramos amazónicos del Can-
to General. Ateístas militantes y públicos y devotos de Lenin
y de la combinación de las formas de lucha, la disciplina de
partido y las reuniones clandestinas en la finca de un tío
ausente, no les impedían las juergas democráticas que ar-
El ensayo en Antioquia/Selección 511

maban en sus guaridas. Ni usar el seguro de salvación del


escapulario de la Virgen del Carmen que ostentaban sobre el
pecho rizado de zarzuelistas (cantaban con voz de zarzuelistas
canciones de la guerra civil española) por si los filósofos del
materialismo dialéctico fallaban y sucedía algo imprevisto,
según confesaban con cinismo casi moderno ya. Palabra fa-
vorita: craso. Unos pocos se hacían acompañar los domin-
gos, en el parque, a la hora de la retreta, por un bastón de
contera de plata, legado de un abuelo liberal, como si camina-
ran con dificultad, muy orgullosos de su gota simulada.
Había otras cuerdas de dilapidadores sacerdotales de
su tiempo paralelas a las galladas coloridas de los cocacolos.
Cónclaves de hípicos que escrutaban de lunes a sábado el
caballo de Troya de sus sueños del concurso del 5 y 6.
Conciliábulos de autodidactas sin partido que abarcaban
todos los matices entre el rojo requemao, el púrpura trosco
y el rosa Luxemburgo. Ligas de freudianos de varias eta-
pas, los más de la oral, que hablan hasta de los codos. Logias
de sentimentales. Pandillas de desvelados no tan comunes
y corrientes ni tan raros a pesar del aire kafkiano. Que no
se confundían del todo con los simples trasnochadores,
por más que se mezclaran.
No cualquier embrollo de borrachos consuetudinarios,
ni de insomnes que se frecuentan, forman una bohemia.
La marca es la pasión, la brega por reconciliar el deseo y la
vida, la oposición a los efectos embrutecedores de la ruti-
na que a veces se confunde con la realidad.
Durrel termina Clea. Gonzalo Arango su segunda obra
de teatro, Nada bajo el cielorraso. Surgen del abejorreo con-
fuso de los bares de los cocacolos los colinos, opuestos a
los arrogantes zanahorios de la página anterior. Algo alte-
ra el raudo sentimiento indefinible de todo y de nada. Es el
humo acre de la marihuana.
El que sigue es el capítulo menos gris en estos anales.
Aunque no le falta el ingrediente trágico, tiene un toque
512 El ensayo en Antioquia/Selección

ácido y alegre. Tal vez debería llevar por subtítulo alguno


empalagoso, como Rebelión en las Pastelerías, o uno me-
nos hostigante, como Revolución al Servicio de la Barba-
rie, o más vistoso, como los Camisas Rojas. O descriptivo
como La Quimera Nadaísta. Pues recuperó tantas y tan
pocas cosas.
Medellín contaba con un millón escaso de almas cor-
tas. Había guerras en Argelia, Camboya, Mongolia, y el
Bajo Magdalena. Titilaban en el cielo los primeros satéli-
tes artificiales. Fidel Castro entra en La Habana. Estallan
motines raciales en los Estados Unidos. Kennedy es ase-
sinado. El mundo se descose. Apesta. Sin que nadie se
entere en la llanura del alma de la cocacolería cuyo cora-
zón hubiera cabido con aspiraciones y todo por el
tragamonedas de una rocola. Indiferente a la agonía de
Dios. Al torbellino fantástico de las transformaciones que
se aproximaban.
Nunca fuimos el que nos acordamos. La memoria
agranda, encoge, concentra, consuela. Es mera hipótesis
de pasado. Sin embargo, sin el vasto almacén de estorbos
de los recuerdos careceríamos de las ilusiones más necesa-
rias y urgentes y del sentimiento de la duración y la identi-
dad. Es probable que el joven aprendiz de profeta llamado
gonzaloarango, con la palidez de quien goza, piensa y su-
fre en exceso, así le gustaba predicar, fuera consciente al
elegir un limbo en eterna primavera para hacer el Satán y
divulgar su proclama de enconos, la propuesta de una nueva
oscuridad, una nueva estética y la reivindicación de los ins-
tintos contra la injusticia de la muerte.
El diablo me ha enviado, asegura, entre burlón y con-
vencido.
A pesar del aire de hundimiento interior que difunde,
del que sólo tiene dos vestidos, nadie cree que sea el porta-
voz del Patas. Es frágil y tierno. El secreto se descubre des-
pués de muerto: era un cordero con piel de lobo, en plan
El ensayo en Antioquia/Selección 513

de aterrorizar para sentirse existir. Muchos lo siguen de


todos modos.
No fue milagro en la parca parroquia pacata donde las
únicas diversiones consistían en darle vueltas al Parque de
Bolívar lamiendo helados de colores, la retreta dominical
de la banda de la Universidad de Antioquia con destrozos
de Rossini en el Parque de Bolívar, sentarse en las bancas
del Parque de Bolívar a mirar las palomas y a regar chismes
mezquinos, jugar billar en los salones de billar próximos al
Parque de Bolívar, la visita vespertina a la Biblioteca Públi-
ca Piloto expurgada por el arzobispo, arriba del parque de
Bolívar, oír discos desgastados en la heladería Manhatan,
en el barrio Bostón, sinfonías de Beethoven y Dvorak y
asistir a la Santa Misa de cuando en cuando para contem-
plar “las muchachas ocultas en los hollines de las mantillas
y hacer que coincidieran el apetito y el pecado, y juniniar,
provincianismo que significaba haraganear por la carrera
Junín, una callecita de pulcritud aldeana y cielo azul en el
centro de la ciudad, que desembocaba en el Parque de Bo-
lívar.
Esplendor banal. Orden de apariencia inmutable. Ale-
goría de la felicidad del acomodamiento. Chismes, dijo un
poeta, catolicismo y una total inopia en los cerebros. Pe-
queños almacenes de zapatos y telas, baratijas y telas, tra-
jes y telas, santos de bulto y telas, telas y telas. Los
maniquíes anémicos sonríen entre telas, inmóviles, ama-
rrados con disimulos de alambre. Hugo el librero pone en
la vitrina una Biblia de lujo rodeada de corrosivos de Kafka,
Moravia y Abagnano. El cielo luce arriba sin arrugas, azul
como un mantel. Un olor de pan recién horneado flota en
la puerta de una pastelería. Pasa una monja a la caza de un
huérfano.
Nadie hubiera jurado que esa calle de aspecto trivial,
donde se mezclaban y entrecruzaban y estorbaban un
bizancio falso y una falsa cúpula, una casona francesa y el
514 El ensayo en Antioquia/Selección

alero español de una agenda de viajes, el art nouveau de un


teatro rosado y el eclecticismo y el candor por todas par-
tes fuera premonitoria de algún desperdicio razonable. De
una realización no perecedera. De padecimientos reales.
A medida que calentaba el día, sin embargo, sin renun-
ciar a su vocación fenicia, el sector se poblaba con la fauna
estrafalaria de un circo de desconsuelos, contrastante con
la agitación de los compradores hechizados, los transeún-
tes embebidos en problemas de plata, los que van o vienen
de su trabajo y la inmovilidad de los mendigos llenos de
carangas, echados en los umbrales, con las piernas reven-
tadas por la elefantiasis. Jóvenes dandies, adolescentes es-
cabrosos. Amílcar Osorio con el pelo teñido de verde pa-
sea un narguilé apagado, dariolemos un libro que combi-
na con el color de la bufanda raída adrede por fidelidad
con el aire de descuido que promulga. Un espléndido ejem-
plar de camaján esperpéntico, distribuidor de marihuana
y barbitúricos, un disco traslúcido de Elvis Presley que ha
robado y que vende. Un poética de catorce años sus
embelecos en un rollo de papel de pruebas de imprenta y
su cara de falso serafín abstemio. Y sus amigas el escánda-
lo del negro: pulóver negro, faldas negras, medias negras,
cabellos negros, ojos negros. Como personajes de una
novela existencialista de fracasos, una tribu adventicia, in-
esperada, entreverada en un millón escaso de almas católi-
cas y cortas, conservadoras y proclives a los negocios re-
dondos.
Después de ser educados para santos fuimos arrojados
en el asombro, en medio de los materialismos del siglo vein-
te: capitalismo y comunismo. La amenaza de la guerra to-
tal. Retumbos de jazz y ametralladoras. Stravinski y Juliette
Greco. El Che Guevara.
Fuimos, tanto como se pudo, implacables en palabra y
obra con la tradición atildada de los señoritos de los días
cuando Guillermo Valencia visitó a Wilde y los despojos
El ensayo en Antioquia/Selección 515

de Nietzsche que su hermana exhibía como un trofeo de


familia. La palabra bohemia evocaba en nosotros un mon-
tón de defectos. Pusilanimidad, engolamiento, inauten-
ticidad, grecoquimbayismo, impostura, grandilocuencias,
derrotismos, vaharadas de orinal y valses valseados. Bohe-
mia para nosotros era una sordidez que sucedía entre alco-
hólicos de tabernas incalificables de Armenia y Manizales
con nombres anacrónicos como Osiris, don Quijote, bar
Minerva. O en el famoso Automático de Bogotá, agoniza-
dero de las penúltimas glorias nacionales de la cultura, gor-
das y orgullosas como pavos de nochebuena. Donde por
alguna sincronía prodigiosa, gonzaloarango pronunció su
primera conferencia bogotana escrita en un rollo de papel
higiénico, clausurando alegóricamente y en la realidad un
estado del alma, con el anuncio de la llegada de una actitud
nueva ante el vivir y de una literatura nueva que alguien
señaló mucho más tarde, con el nombre de literatura de
alcantarilla, sin razón.
Seamos ecuánimes. Toda bohemia resume un montón
de derrotas prácticas y de triunfos poéticos relativos.
La apariencia bohemia de irresponsabilidad, encubre
un añejo proyecto: aspira a transformar la existencia en
ritual. En todo tiempo y en todas partes. Con variaciones
de forma. Son permanentes las viscosidades uva de las oje-
ras, banderas intemporales del libertino, el indiscreto pesi-
mismo y la ironía.
Mientras Gonzalo Arango agita, con su prédica atroz,
en el As de Copas de Chapinero y la Gruta Simbólica so-
breviviente a la de Flórez, por los lados del cementerio de
Teusaquillo, se extinguen sin pena ni gloria los últimos
tenores de afición que gritaban Granada y Siboney hin-
chados como embutidos y los declamadores de Salento y
Salamina, Caldas, de los poemas de Carmelina Soto y Ja-
vier Arias Ramírez, revoloteando alrededor de las botellas
abiertas como las moscas del vinagre,
516 El ensayo en Antioquia/Selección

La historia de la bohemia desde la corte de Polícrates


que vio danzar a Anacreonte y los prostíbulos parisinos
de los poetas malditos, los antros parnasianos de la Bogotá
del centenario como La Gata Golosa, Las Fosas o lo de
Pacho Angarita, la bobohemia de la cocacolería. El Cisne
bogotano de los sesenta y la dorada carrera Junín
antioqueña perfumada de orquídeas, expresa bajo disfra-
ces distintos la misma desazón atávica de anciana novedad,
exhibe el mismo rictus roñoso y antiguo del inconformis-
mo contra la existencia vulgar. Representa el drama de la
misma rebelión de los mitos de la poesía contra la prosa
del mundo, tiene el mismo propósito oculto de hacer de la
vida una infancia indesgastable.
Lo que hace al bohemio pintoresco de lejos y trágico
de cerca es el cansancio que difunde. Aunque intente disi-
mularlo como un esplendor indeseado.
Balzac dividió la sociedad en tres clases: los que traba-
jan, los que piensan y los que no hacen nada. Es inútil
buscar un bohemio en la primera. Como el artista de
Sartre, el bohemio es un consumidor puro. Una inutili-
dad de apariencia repelente y seductora. Un lujo sinies-
tro.
Insidioso, intrigante, el bohemio despierta admiración
y rechazo. Resplandece como el héroe de una ardiente aris-
tocracia, la del culto a la molicie. Pero no necesita ser ad-
mirado. Busca la intimidad relativa de la camaradería para
entregarse a sus maceraciones rituales, al sacrificio de sí
mismo. Y sus reservas aumentan el misterio gitano. Pero
no es superfluo.
En la poesía mística del Islam la embriaguez es metáfo-
ra del éxtasis y la taberna es templo, lugar de reunión del
individuo con la divinidad. Del mismo modo en nuestras
cantinas occidentales en vías de extinción, todavía se refu-
gian la verdad y la fantasía y se glosa el periódico. Límite
moderno de lo maravilloso y lo creíble. La cantina no es
El ensayo en Antioquia/Selección 517

tan sólo, pues, el escenario y la tumba del tiempo perdido.


También es añoranza del paraíso.
La vida bohemia soslaya y acentúa al mismo tiempo la
amargura ante la impotencia del placer para salvarnos. El
mimo de la felicidad perpetua de apariencia subversiva,
debe purgarse al final. Toda trasgresión merece un castigo.
Y cuando del reino de lo utilitario pasan la factura, des-
pués de la gloriosa, el bohemio está obligado a pagar la
deuda. Con muerte temprana de cirrosis o tisis, o con es-
plín, que es peor. Y si se le reserva la venturosa cobardía
de llegar a viejo, en mugre y ostracismo y la propina de los
tormentos morales. No son raras las crisis de contrición
en el bohemio. Las conversiones ruidosas al bien. Pienso
en Baudelaire y Verlaine.
No siempre coinciden por desgracia la crisis interior, el
guayabo y el talento. De todos modos, sea drama o simple
sainete, la experiencia del bohemio ha de ir hasta el fin. No
debe terminar, como se dice, en punta. Tiene que cumplir
con el requisito el fracaso personal. Y convertirse en mora-
leja. A fin de evitar el escándalo del mal, ha de refrendar la
verdad y el poder de las sanciones sociales. Y el bohemio
cumple a sabiendas el holocausto ridículo. Y porque su pa-
pel es redentor en este sentido, la sociedad lo mantiene y lo
soporta. Para que se encargue de las miserias de la sensuali-
dad y la culpa. Y se desgarre en nombre de todos.
La proscripción voluntaria, fuera del círculo: de lo ra-
zonable, por fidelidad con sus vicios que consiente como
heridas de honor, es el ascetismo del bohemio, en busca
de la beatitud por el aturdimiento. El santo marcha por
sendas de espinas y yermos premiados con vislumbres. El
bohemio tambalea entre brumas de hachís, destilados co-
rrosivos, desnudeces, desórdenes, rosas verdaderas y du-
das artificiales. Ambos se abrazan en la esperanza de un
nirvana. Cínicos y heroicos y aparte. Frente a la resigna-
ción monolítica del propósito colectivo.
518 El ensayo en Antioquia/Selección

Los diccionarios asocian la palabra bohemia con el des-


orden y la disipación. Omiten la elegancia, el rigor, la inte-
ligencia y la coherencia interna, la sensibilidad, el buen
humor y la capacidad para el espanto propios de este arte
neblinoso de desvivirse. También acostumbramos pensar
que es una negligencia exclusiva del caos de nuestras urbes
modernas. Como si la angustia mortal de la carne, el ho-
rror por la rigidez del orden y la preeminencia de lo útil, la
aspiración a la plenitud y la búsqueda de lo sagrado fueran
su monopolio sublime. La enfermedad lunar cruza la his-
toria y la leyenda. Khayyam, cantor del vino, Alcibíades y
Sócrates, amante de la belleza, Petronio, que pasaba el día
durmiendo y las noches entregado a la ciencia de los place-
res, el lama voluptuoso que abandonaba el monasterio por
la puerta trasera para irse de putas a la posada, los
enamoradizos jeques musulmanes que corrían los zocos
de sus capitales para tomar el pulso del reino y hasta el
inefable Nerón con sus infames peregrinaciones de atro-
pellos en las noches de la descomposición imperial, mere-
cen figurar entre los protagonistas de la historia frondosa
y larga de la bohemia universal.
Nosotros no lo sabíamos. Si alguien hubiera llamado
bohemia nuestro frenesí, nuestros afanes contestatarios
esos días, habría causado una ofensa a nuestros bluyines
inocentes, a nuestras camisas de popelina de colores, des-
abotonadas para que se notara que carecíamos de corazón
y de hígados, a nuestras boinas, que constan en las foto-
grafías, tan distintas de las del inquilino del atelier del pasa-
do con tres meses cumplidos de arriendo, galardonadas con
una estrella guerrillera de cinco puntas.
Sí sabíamos que la aventura, que reputábamos sagrada,
trascendía el pesimismo decadente de la bohemia románti-
ca que Vargas Vila llamó fangal equívoco.
El nueve de abril quemaron entre otras inutilidades re-
publicanas de museo los metederos coloniales de los nue-
El ensayo en Antioquia/Selección 519

vos, los piedracielistas y los cuadernícolas. Mi generación


tuvo que conformarse con establecimientos más alegres,
higiénicos y luminosos: clubes de billares levantados so-
bre las cenizas de la nación recién purificada por el incen-
dio, salones de té con claveles amarillos y rojos en solita-
rios de vidrio como lágrimas, espaciosas heladerías airea-
das con ventiladores dorados aspeando en los cielorrasos
de cartón piedra, todos de nombres inocentes: San Fran-
cisco, Santa Clara, Donald, Bambi, Monteblanco, Tout Va
Bien, la Sixtina. Pero cuando la inocencia se cansaba y ce-
rraban aquellos establecimientos olorosos a limbo y a ja-
bón, nos íbamos a purgar las viejas razones de la decencia
y el orden establecido en tabernuchas de barrio y en canti-
nas lumpenescas de la ciudad caliente, con sobredosis de
tangos agusanados como remordimientos, mambos estri-
dentes y guarachas africanizantes. La clientela. Mendigos
ciegos, idiotas felices, tragafuegos flacos, matasietes en
Villadiego al primer disparo, voceadores de periódicos vi-
nagres, loteros falsarios, esos tipos cuyo oficio carece de
nombre, que ofrendan descargas eléctricas de un cajón con
manivela, policías en busca de la propina de la vista gorda
y otros seres exentos de virtudes extraordinarias que crían
las ciudades bajo los enlosados. Obreros. Desempleados.
Atracadores. El Tropicana, el Cuba, Armenonville. San-
gre y vómitos. Y desalientos. Y duelos de malevos.
El nadaísmo lanzó a la fama internacional el Metropol
de Medellín y el Cisne de Bogotá, a donde acudieron los
fotógrafos del mundo para dar fe de la nueva inquietud.
Aquél era una especie de hangar desabrido, fuera de sitio,
un club de billares inmenso con la mejor Wurlitzer de la
ciudad rellena con música heterogénea: canciones de Car-
los Gardel junto al Sueño de Amor de Liszt, blues de los
Platters junto a pasillos de Olimpo Cárdenas, Mario Lan-
za y Celia Cruz hombro con hombro. Estallan las caram-
bolas. Resopla un ajedrecista jaqueado. Es Herbert, el pa-
520 El ensayo en Antioquia/Selección

trón. El viejo gozó una fama de putañero inmerecida, se-


gún creo. Porque lo vimos jugar ajedrez quince años en el
mismo rincón, sin comer, ni dormir.
El Cisne ofrecía por su parte espaguetis viscosos y
abundantes y unas tazas enormes de café, un café malo,
pero barato. Por la noche después de la nocturna con
películas de Fellini, Bergman, Visconti, Godard, Truffaut,
el lugar atestaba, a tono con la época épica e impura, de
intelectuales aterrizados de cualquier disparate, intérpre-
tes delirantes de Artaud, amigos de Marta Traba y de lo
ajeno, de Feliza Bursztin y las chatarras. Santiago García,
el teatrero, Enrique Grau, el pintor, Hernán Díaz, el fo-
tógrafo. De cuyas conspiraciones resultaba invariable el
proyecto izquierdo de otro bochinche con marihuana
rubia de la Sierra Nevada, balsámicas canciones france-
sas y aguardiente y vino de mala clase. Todo estaba per-
mitido. Menos prohibir. Se versifica. Se copula. Se bebe.
Alguien se tira por la ventana. Otro se corta las venas
con una cuchilla vieja. Todo termina con la protesta de
un vecino que debe madrugar, la contraprotesta de un
cuentista de Bucaramanga al que le importa un pito a qué
hora se levanta, un poeta antioqueño de vanguardia apro-
vecha la confusión de los insultos para alzar con la cáma-
ra fotográfica del anfitrión, sirenea una radiopatrulla y
hay dispersión de sabios y genios en la madrugada capi-
talina calada hasta los huesos.
Satanizamos el sacrosanto soma de los antiguos arios
como solemos hacer desde las cruzadas con todas las cosas
de los otros, la beata marihuana que sembró Barba-Jacob
con devoción misionera entre Lima y Nueva York, la mis-
ma tal vez que fumó Simone de Beauvoir en el Plaza con
unos bohemios negros del Village en un viaje a los Esta-
dos Unidos. Pero ésta no ha dejado de influir en la marcha
de la mística mundial por eso. Es evidente que su apari-
ción entre la juventud de las clases medias colombianas
El ensayo en Antioquia/Selección 521

afectó el talante bohemio tanto como otros productos para


la cabeza como la gomina y el champú.
La pobre yerba de los pobres, el opio del pueblo para
el nadaísta Jotamario, conservaba un carácter criminal
como todas las cosas de los pobres cuando no están traba-
jando. Su pésima fama obligaba a sus usuarios a esconder-
se en descampados suburbanos, atajos, callejones, pina-
res, mangadas, casonas en derrumbe de bisabuelas muer-
tas que se les vienen encima de la traba, burguesas fincas
de parientes en su tour europeo, cuya cava secábamos,
cuya nevera murmurante parasitábamos, en cuya piscina
donde se miraba el cielo azul revivíamos la última novelucha
de Françoise Sagan traducida por Amílcar Osorio mien-
tras fumaba cigarrillos turcos hallados en el nochero del
dueño de casa con el ademán de quien hace humo alguna
ilusión práctica. Vivíamos una elevada vida, para nosotros
muy cerca del milagro. Mientras nuestros padres se entre-
gaban a los paraísos artificiales de la televisión en blanco y
negro de entonces, proponíamos la filosofía de lo maravi-
lloso cotidiano. Sabíamos que no éramos inmortales. Que
la vida no tiene sentido. Que el mundo está loco. Y lo
celebramos sin arrepentimiento ni vanagloria.
Sin saber preparamos el advenimiento fantasioso de los
jipis. Comedores de hongos. Profetas del LSD. Del haga el
amor y no la guerra.
En la enciclopedia humosa de la centuria pasada entre
gozos y carnicerías, banquetes y revueltas, los jipis fueron
la última forma del desasimiento y la resistencia al embru-
tecimiento masificador.
Los caminos rebosan esperanza. Pueblos de niños flo-
ridos de buena voluntad disfrazados de papagayos, envuel-
tos en abalorios, embrujados de amuletos, unidos por el
amor a la naturaleza, se abren a la inocencia animal. Como
en un preestreno del reino de los cielos. La borrachera
desesperada del pasado había sido el remedo de la embria-
522 El ensayo en Antioquia/Selección

guez del arrobamiento, el búdico exotismo de la ilumina-


ción, banalizado en sonetos insulsos. Ahora era la hora
del éxtasis auténtico, de reunirse con lo inexpresable, de la
unidad del cuerpo y el alma y la divinidad en el silencio. La
última utopía. La revolución del fin de las razones.
Había sucedido, quizás por una alquimia arrevesada,
pero era cierto. El oxidado pensamiento occidental se
sublimaba en el oro madre de la sabiduría, en un dan-
dismo de cielo abierto y de amor indiscriminado. La alu-
cinación era la realidad. El prodigio, lo corriente. Flore-
ció el afecto, del humus de los egoísmos muertos, de la
úrea de los mingitorios amoniacales de los antros
centenaristas plagados de reconcomios y tirrias, donde
con tanta frecuencia se pasaba del epigrama al botellazo,
del vacío imperfecto de los cocacolos, del resentimien-
to de los primeros nadaístas en perdidumbre barbitúrica.
Era tiempo de angelizar la tierra. De purificar las ciuda-
des de Caín con el ahorro de energía del Apocalipsis.
Entrábamos en la promesa de un reino musical de liber-
tad y maravilla.
Fue un hermoso espejismo. Otro sueño, otra vez la
antigua, soberana propuesta, que sofocó, una vez más, la
miseria irredimible del mundo.
Nadie se arrepiente de haber sido feliz ni siquiera si lle-
gó a serlo por error. Ni nosotros podemos culparnos por-
que la esperanza enmascaraba la monstruosidad del pre-
sente. Tal vez el destino de todas las noblezas es marchitar-
se en el museo de las buenas intenciones. Tal vez la since-
ridad, de nuestro ideal solar, nuestra aspiración a la desnu-
dez del desapego en un planeta verde y redondo, estaba
determinada a caer en el endurecimiento actual en la codi-
cia, el ruido demoníaco del publicitario y retornamos a la
exasperación cocainómana de Freud, Manolete y Carlos
Gardel, del último petimetre: el mañoso y su calcomanía:
el gomelo. Brutalidad, voracidad, éxito sin alma, a cualquier
El ensayo en Antioquia/Selección 523

precio, incluido el de la vida y la felicidad. Neoliberalismo.


Codicia. Globalización. Y control.
Entre las pujas y los deslumbramientos de utopía, el
camino fue sembrado con las tumbas de un montón de
mártires. El padre Camilo Torres, el Che Guevara, John
Lennon, Hendrix, Janis Joplin, Malcom X, son los más
notables. Pero hubo un millón de víctimas anónimas sa-
crificadas en el esfuerzo arcaico por construir una tierra
de felicidad y justicia.
Rayando los años ochenta, un par de distinguidos em-
presarios paisas de la cultura y el conjunto de sus esposas
fundaron en Bogotá el Café de los Poetas con el fin de
restaurar la bohemia urbana, con los jipis sobrevivientes
y los nadaístas que quedaban. El resultado, igual de efíme-
ro, fue la renovación del experimento fecundo de los años
sesenta. Música de vanguardia, poesía entre todos, pintura
experimental, teatro de arrabal, manifestación política: todo
se dio. Por desgracia la cosa acabó en un pleito pintoresco
entre sus propietarios, no por la línea artística ni la ideolo-
gía, ni siquiera por disturbios eróticos, sino por
malentendidos en la contabilidad. De acuerdo con el espí-
ritu del futuro que ya se oía entrar con pasos de animal
grande.
Ya que no habrá de mejorar nada, existen razones de
humanidad para lamentar que el progreso galopante de
nuestras aglomeraciones urbanas haya borrado las basíli-
cas de los bebedores de ajenjo y chicha en la vida real (en
las elegías, fúlgidos vinos venenosos del Rin), los cafés de
los tiempos de la hegemonía conservadora donde se
rumiaba el periódico con terror razonable y se oían en la
vitrola óperas italianas y en los radios RCA los discursos
de los políticos que alentaron las discordias civiles, los abre-
vaderos, llamados así por los mismos contertulios, de los
modernistas, depredadores del verso libre, las cantinas con
billares de la cocacolería, abiertas con honestidad a las ace-
524 El ensayo en Antioquia/Selección

ras, las umbrías suburbanas de los nadaístas y los ríos de


miel y hongos de los jipis. De todo eso, ahora ausencia,
pueden contemplarse vestigios en la Casa de Poesía de
Bogotá donde Silva se pegó el tiro: un bastón, un pipa,
unas antiparras, una libreta de apuntes, con los números
de sus teléfonos descolgados, técnicamente hablando, una
baraja de fotografías.
(Ahora nos quedan a los pobres ciudadanos, cansados,
hartos y sin ilusiones, estos establecimientos de hoy, sin
sabor, donde triunfa la esterilidad mercantilista, la belleza
interior es imposible y nadie expía con sus desórdenes la
ausencia de vida de la gente sin propósitos. Cavernas
acrílicas a la norteamericana para consumir de prisa y tra-
gar sin indulgencia sufridos caballos molidos y pollos arti-
ficiales y para beber café en cucuruchos de parafina des-
pués de pagar en la máquina...)
Los autores

BALDOMERO SANÍN CANO. Rionegro 1861. Bogotá


1957. Uno de los prestigios más sólidos y respetados en Colom-
bia como escritor. Profesor, periodista, diplomático, miembro
de la Academia de la Lengua. En 1977 Colcultura publicó una
selección de sus obras por Juan Gustavo Cobo Borda. La ma-
yor parte de sus libros siguen siendo actuales. Conservan el in-
terés y la belleza inmarcesible de la mejor literatura. Obras como
De mi vida y otras vidas mantienen además un encanto inolvidable.
Se le reconoce como un clásico. No se requiere más.
LAUREANO GARCÍA ORTIZ. Rionegro 1867. Bogotá
1945. Periodista (Director de El Liberal), profesor, historiador,
diplomático. Ministro de Relaciones Exteriores, Embajador en
Buenos Aires, Rio de Janeiro y Santiago de Chile. Miembro de
número de las academias colombianas de la Lengua y de la Histo-
ria. Fue Presidente de la Sociedad de Agricultores y Director del
Banco de la República. Comendador de la Real Orden de Carlos
III. Obras importantes como la de Laureano García Ortiz pasan
al segundo plano, desplazadas por escritorzuelos insulsos y su-
perficiales que logran flotar sobre la ignorancia y la mala fe en
una época decadente de farándula, crimen y entretenimiento.
ALEJANDRO LÓPEZ. Medellín 1876. Fusagasugá 1940.
Ingeniero civil, catedrático, político, periodista, escritor, tra-
ductor. Es célebre su tesis de grado, a los 23 años, sobre la nece-
sidad y factibilidad del túnel ferroviario de La Quiebra. Fue
director de la famosa mina de El Zancudo. Inventor de la pri-
mera desfibradora para fique. Inaugura la cátedra de Estadística
en la Universidad de Antioquia. La lista de sus importantes rea-
lizaciones resulta asombrosa para su época y su medio. Aten-
diendo a sus deseos fue sepultado en el túnel de La Quiebra.
526 El ensayo en Antioquia/Selección

LUIS LÓPEZ DE MESA. Donmatías 1884. Medellín 1967.


Médico, profesor, político, diplomático, fundador del Colegio
Máximo de Academias. Autor de extensa e importante obra,
entre las más destacadas del siglo en Colombia. Su originalidad
está vinculada a una serie de anécdotas, reales o inventadas, que
desfiguran su personalidad. Sin embargo, no disminuyen su
prestigio ni el respeto con que siempre se le honró. En contra
de la imagen falsa que dispersan quienes no le conocieron, era
hombre asequible, cordial, sencillo, generoso. Como médico,
muy prudente con los invisibles.
FERNANDO GONZÁLEZ. Envigado 1895 – 1964. Abo-
gado, diplomático ocasional y pensador, aunque suene raro
(por esto llamado Brujo de Otraparte). Viajero, no turista.
Dejó fama de ocioso, porque se dedicaba a escribir y a publi-
car una revista personal. Dice Javier Arango Ferrer: “Fernan-
do González no cabe en las nomenclaturas usuales; sintetizar-
lo sería decir que es el eco de Rabelais”. Tercer Mundo inició
(1967) con Viaje a pie (prólogo de Gonzalo Arango), una colec-
ción denominada Antología del pensamiento colombiano. Sólo apare-
ció el primer volumen.
JOSÉ MANUEL MORA VÁSQUEZ. Medellín 1896 –
1961. Abogado, profesor. Delegado de Colombia en la
UNESCO. Miembro de la Academia de Historia. Su libro Sem-
blanzas memorables fue editado en 1964 por la Universidad Pontificia
Bolivariana, Medellín.
FERNANDO GÓMEZ MARTÍNEZ. Santa Fe de An-
tioquia 1897. Medellín 1985. Abogado, periodista, político, es-
critor. Director de El Colombiano. Alcalde de Medellín, Diputa-
do, Representante a la Cámara, Senador, Diplomático, Canci-
ller, miembro de las Academias Colombiana de la Lengua y
Antioqueña de Historia. Dijo Silvio Villegas: “Temperamento
sereno, reposado, equidistante, ajeno a la adulación y al panfle-
to, interpreta el buen sentido de la raza antioqueña”. Un bron-
ce suyo está anclado en el centro del corazón de Medellín.
El ensayo en Antioquia/Selección 527

LUIS TEJADA. Periodista. Barbosa 1898. Girardot 1924.


Vivió 26 años, 7 meses, 10 días. Lo atacaron la sífilis, el arzobis-
po Caicedo, la tuberculosis, y le falló el corazón. Se le considera
como cronista por el título del único volumen que publicó:
Libro de crónicas (130 Págs.) y la indefinición entre géneros pareci-
dos. En 1977 Colcultura publica su obra completa en un tomo
de 420 páginas, con excelente prólogo de Juan Gustavo Cobo
Borda.
ABEL GARCÍA VALENCIA. Santa Bárbara 1904. Medellín
1964. Abogado, profesor, político y periodista. Padre de Juan
José García Posada. En el prólogo a El profesor de literatura (Colec-
ción Autores Antioqueños, Vol. 98), se lee: “El ensayo docu-
mental y la tesis, la conferencia y el discurso, la evocación de los
protagonistas geniales, el juicio exacto sobre la obra nueva, en-
riquecen los textos elaborados por él en jornadas de paciente
escudriñamiento de archivos, de acopio febril de datos ciertos,
de confrontación interpretativa de las motivaciones y los am-
bientes propicios para la inspiración estética”.
JAVIER ARANGO FERRER. Santa Fe de Antioquia 1905.
Medellín 1984. Médico cirujano y oftalmólogo. Profesor y di-
plomático. Historiador y crítico. Viajero, no turista. Inteligen-
cia superior. Hombre de vasta cultura y estilo elegante e incisi-
vo. Post mortem se le reclama por su escasa producción. En su
época, la retribución al trabajo intelectual era casi nula. No te-
nía vocación de mártir de las letras.
ANTONIO ÁLVAREZ RESTREPO. Sonsón 1906. 2003.
Economista, periodista, profesor, parlamentario, Diplomático,
Ministro de Estado. Figura en la Biblioteca de autores caldenses, como
podría figurar Otto Morales Benítez en la de antioqueños. Di-
rector del diario La Patria y primer gerente del Banco Cafetero.
De las academias colombianas de la Lengua y de la Historia.
Muestra de su carácter y de su relación con la literatura es el
juicio que da sobre Marcel Proust: “Para mí las cien páginas de
prosa cerrada que emplea Marcel Proust para describir una ve-
528 El ensayo en Antioquia/Selección

lada en la casa de la señora Verdurin, son insoportables. Es cla-


ro que él ha llegado a la inmortalidad hundiéndose en la noche
de la introspección, a pasos lentos, con sandalias de seda y luces
amortiguadas. Pero aquello es un suplicio. De cada volumen
suyo se sale como de la celda de una prisión en la cual hayamos
estados detenidos muchos años. La buena prosa debe estar im-
pregnada de brío, de calor, de sangre nueva”.
FÉLIX ÁNGEL VALLEJO. Rionegro 1908. Abogado,
periodista, profesor universitario, parlamentario. Diplomático,
escritor, novelista. Viajero, no turista. Sus temas: política, so-
ciología, filosofía, artes plásticas, literatura, ensayo crítico. Al-
gunos de sus libros: Hacia una sociedad nueva. Política: misión y destino.
Viajes de un novicio con Lucas de Ochoa. Monólogos de un moribundo. El
secreto de Borges.
LUIS GUILLERMO ECHEVERRI ABAD. Jericó 1908.
Bogotá 1963. Doctor en Derecho. Político moderado. Alcalde
de Medellín. Ministro de comunicaciones. Fundador del Fon-
do Ganadero. Periodista. Viajero, no turista. Sus obras com-
pletas, en dos tomos, testimonian su vocación por el campo, su
auténtico patriotismo y su sensibilidad social. Estilo correcto,
claro y elegante, su obra merece ser releída porque conserva
visionaria actualidad, o porque Colombia se estancó a causa de
la violencia, como parece deducirse de sus ensayistas.
CAYETANO BETANCUR. Copacabana (Ant.) 1910. Bo-
gotá 1982. Abogado, profesor, filósofo, escritor. Anota René
Uribe Ferrer: “ Fue una de las inteligencias más poderosas que
han existido en Colombia. Tal vez el talento filosófico más grande
que nuestro país ha producido”. El ensayo en este volumen hace
parte de Sociología de la autenticidad y la simulación (Autores antioqueños,
1988).
ABEL NARANJO VILLEGAS. Abejorral 1910 - 1992.
Filósofo, sociólogo y jurista. Catedrático, periodista, escritor,
diplomático. Miembro de número de las academias colombia-
El ensayo en Antioquia/Selección 529

nas de la Lengua, de Historia y de Jurisprudencia. Fue rector


de la Universidad Nacional, Ministro de .Educación, Embaja-
dor en Chile y delegado a las asambleas generales de la UNESCO
en París. Su nombre está asociado a la fundación de las universi-
dades Bolivariana en Medellín y de Los Andes en Bogotá. Di-
rector de la importante Revista de Indias y de la Radio Nacional.
E. LIVARDO OSPINA. Andes, 1912. Periodista. Repre-
sentante y Senador. Escribió para El Colombiano, El Espectador, El
mundo, El Correo, Relator. Redactor jefe y director de El Diario
durante 25 años, y director de la revista Semana. Tuvo a su cargo
un segmento sabatino de opinión en Caracol Radio. Libros
publicados: La vida apasionante de don Jesús Mora (1955). Una vida, una
lucha, una victoria (1966). Una vida al aire libre (1974). Miembro de la
Academia antioqueña de Historia. Nombre completo: Enrique
Livardo Ospina Arias. Primo de Gonzalo Arango.
JOAQUÍN VALLEJO ARBELÁEZ. Rionegro 1912. In-
geniero civil y de minas. Profesor, escritor, político, parlamen-
tario, ministro de Estado. Tratadista de temas políticos y eco-
nómicos. Obras: El misterio del tiempo. Fronteras de la libertad. Filosofía
del espacio. Concepción del Universo. La educación en Antioquia. La educación
en Colombia. Padre del escritor Fernando Vallejo.
ARTURO ESCOBAR URIBE. Andes 1913. Periodista,
folclorista, escritor, profesor. Autor de obras indispensables
como Mitos de Antioquia (1950), Rezadores y ayudados (1959), Salvo
Ruiz, el último juglar (1965), El mester de arriería, Pactos con el diablo,
Antioquia épica, Epigramáticos y repentistas, El divino Vargas Vila (Bio-
grafía en dos tomos, 1968), así como también estudios y narra-
tiva. En los años 40 editó en Andes el semanario El yunque, en
imprenta de tipos sueltos. Al lado de sus chibaletes, con la ele-
gancia del dandy tipo Tartarín Moreira, componía una imagen
típica del suroeste antioqueño en aquella época. En una reseña
se dice de él: “Narrador y prosista castizo, vigoroso, claro y
agradable”.
530 El ensayo en Antioquia/Selección

ALFONSO JARAMILLO VELÁSQUEZ. Guadalupe


1913. Político y administrador de negocios. Diputado a la Asam-
blea de Antioquia. Representante a la Cámara. Sus aficiones:
Economía, Sociología, Filosofía política. Autor de Socialismo de-
mocrático, una propuesta para Colombia y ¿Paz?. Erudito en el campo
de sus intereses intelectuales, su estilo apasionado demuestra su
sensibilidad social y su amor romántico por Colombia. Uno de
los últimos y pocos caballeros, a los que sigue la estampida po-
pular.
ROBERTO CADAVID MISAS (Argos). Andes 1914 –
Medellín 1989. Ingeniero civil, profesor, periodista. Miembro
de número de la Academia Colombiana. Obras: Cursillo de historia
sagrada. Cursillo de mitología. Refranes y dichos. El lenguaje en las exageracio-
nes paisas. Fue famosa su columna Gazapera, sobre crítica del len-
guaje.
FROILÁN MONTOYA MAZO. Urrao 1914. Periodista,
político. En el prólogo a su volumen Columnas de prensa, (Impren-
ta departamental de Antioquia, 1982), escribe el ex-gobernador
Jaime Sierra García: “El mejor homenaje que se le puede hacer
es la lectura metódica y cuidadosa de este libro, que con tan
profundo sentido humano ha escrito Montoya Mazo para to-
dos los colombianos”. Por considerarlos de interés se incluyen
dos textos que estarían más cerca del artículo periodístico que
del ensayo, según como se mire.
CARLOS EDUARDO MESA. Pueblorrico 1915 –
Medellín 1989. Sacerdote claretiano y escritor. Viajero, no tu-
rista. Miembro de varias academias. Autor de muchos libros de
diversos temas y géneros. Se destacó como historiador, biógra-
fo, ensayista, traductor, hagiógrafo, poeta y excelente prosista.
Sus méritos se reconocen internacionalmente. Menos en
Pueblorrico. Lo borraron por ser sacerdote: el padre mesa.
JAIME JARAMILLO URIBE. Abejorral 1917. Aboga-
do, sociólogo, profesor, historiador. Su libro El pensamiento co-
El ensayo en Antioquia/Selección 531

lombiano del siglo XIX (1956), está catalogado como uno de los
veinte estudios más sobresalientes en el XX, según informe de
la revista Semana (1999 – 03). Escribe Silvio Villegas: “Puede
afirmarse que con él se inicia a fondo el estudio de la cultura
colombiana”.
ANTONIO PANESSO ROBLEDO. Sonsón 1918. Di-
rector del diario El Correo, Medellín. Obras: La espada en el
arado (Tercer Mundo 1975). Torre de marfil (Colcultura 1979).
RENÉ URIBE FERRER. Medellín 1918 – 1984. Jurista,
teólogo, catedrático, escritor. Historiador y crítico, no criti-
cón. Miembro de las academias de la lengua y de jurispruden-
cia. Desempeñó con decoro importantes posiciones públicas.
Entre sus libros se cuentan Modernismo y poesía contemporánea, La
crisis del arte contemporáneo, Antioquia en la literatura y en el folclor, Proble-
mas fundamentales de la Filosofía. Se incluye su ensayo sobre León de
Greiff por ser éste uno de los temas importantes de la literatura
antioqueña.
PEDRO RESTREPO PELÁEZ. Andes 1919. Pintor y
escritor. Viajero, no turista. En ambas profesiones obtuvo un
éxito parejo, no resonante pero sólido. Estudió pintura, restau-
ración e historia del arte en diversos países de América y Euro-
pa. Estableció su última residencia en una casona del barrio La
Candelaria en Bogotá, entre selectas amistades. Su discreción no
mermaba su señorío, propio del carácter antioqueño en casi todas
sus regiones antes del descalabro a fines del siglo XX.
JOSÉ GUERRA. Medellín, ca. 1920. Obras publicadas en
1945: Visión del mundo. Por los caminos de Latinoamérica. En la solapa
de éste, con retrato a pluma, se lee: “Pertenece a la más recien-
te generación de autores antioqueños. Su producción, abun-
dosa y felizmente lograda, lo exhibe como uno de los ensayis-
tas más afirmativos dentro de las letras nacionales de la presen-
te época”. Su lugar de nacimiento y fecha se dan sin confirma-
ción.
532 El ensayo en Antioquia/Selección

HÉCTOR ABAD GÓMEZ. Jericó 1921. Medellín 1987.


Médico, catedrático, escritor. Viajero, no turista. Asesor de sa-
lud pública en Indonesia y Filipinas. Realizó en Colombia im-
portantes proyectos de salud. “Piénsese sólo en algunas de las
ideas concebidas y emprendidas por Héctor Abad Gómez: el
año rural obligatorio para los médicos recién graduados; las
promotoras rurales de salud, cuya difusión en algunas áreas ha
logrado que la tasa de mortalidad infantil se divida por tres en
pocos años; las primeras campañas masivas de vacunación
antipoliomelítica; la fundación de la Escuela Nacional de Salud
Pública, centro de estudios reconocido en todo el Continente”
(“El Espectador”. Homenaje con motivo de su muerte). Un
pueblo que asesina a sus mejores hombres mal futuro tiene.
BELISARIO BETANCUR. Amagá 1923. Abogado, pro-
fesor, periodista, escritor, editor, Presidente de la República
(1982-1986).
ALFONSO GARCÍA ISAZA. Marinilla 1923. Abogado,
sociólogo, profesor, periodista. Miembro de la Academia
antioqueña de Historia. Obra: Temas de ayer y temas de siempre.
MANUEL MEJÍA VALLEJO. Jericó 1923. Medellín 1998.
Narrador, ensayista y viajero, no turista. Poeta, más que por
sus versos, por su vida y su visión del mundo. El poeta está en
todos sus escritos y en el recuerdo de sus amigos. Los catorce
volúmenes de sus obras incompletas testimonian la abundancia
de su corazón. Recibió numerosos reconocimientos, pero la
fama no afectó su actitud democrática. Su carácter recio no era
arbitrario. Por eso se le quería y se le respetaba. Era una de esas
personas contra quienes la muerte nada puede, porque en el
Medellín de comienzos del XXI sigue tan vivo como siempre.
SAMUEL SYRO GIRALDO. Rionegro 1924. Medellín
1983. Abogado, catedrático, periodista. Representante a la Cá-
mara y Senador. Rector de la Universidad de Antioquia. Alcalde
de Medellín. Gestor de la Corporación Pro-régimen Federal.
El ensayo en Antioquia/Selección 533

URIEL OSPINA. Medellín 1925 – 1991 Licenciado en le-


tras por La Sorbona. Periodista, escritor, biógrafo, traductor.
Trabajó durante treinta años en El Tiempo, Bogotá. Obras:
Problemas y perspectivas de la novela americana. Cuatro historias de bribones.
Sesenta minutos de novela en Colombia. Medellín tiene historia de muchacha
bonita. El léxico popular en la obra de Tomás Carrasquilla. Bolívar en París:
la apasionante historia del año misterioso 1804 - 1805. Su segundo apellido es
Londoño.
CARLOS JIMÉNEZ GÓMEZ. El Carmen de Viboral
1930. Abogado, Diputado, Representante a la Cámara, Sena-
dor. Procurador General de la Nación. Algunos de sus libros:
Notas y ensayos. Viejo y nuevo país. Colombia en el proceso de cambio. Retrato
de familia (sobre el pueblo antioqueño).
GONZALO ARANGO ARIAS. Andes 1931. Tocancipá
1976. Fundador del Nadaísmo. Narrador, periodista, ensayis-
ta, polemista y poeta, más que por sus versos, por su actitud
ante la vida, por haber renovado la poesía en Colombia, y por-
que él siempre se definió como poeta. Era un iluminado, un líder
natural, un hombre de fuego, aunque su aspecto lo encubría. Es-
cribió novelas y obras de teatro con variable fortuna. Su princi-
pal obra es el Nadaísmo, como impulso transformador. El final
de su vida origina una discusión nacional. Se dice que la cosecha
no correspondió a la siembra. Los historiadores lo dirán.
JAIME SIERRA GARCÍA. Medellín 1932. Abogado. Go-
bernador de Antioquia. Cofundador de las universidades de
Medellín y Autónoma Latinoamericana. Algunas de sus obras:
Colombia: realidad y destino. Antioquia: pasado y futuro. Cronología antioqueña.
Diccionario folklórico antioqueño. Refranero antioqueño.
DARÍO RUIZ GÓMEZ. Anorí 1938. Profesor universita-
rio, escritor, poeta. Crítico de artes plásticas. Especialista en
temas urbanos. Viajero, no turista. Obra: Para que no se olvide su
nombre (Cuentos). La ternura que tengo para vos (Cuentos). Hojas en el
patio (Novela). Para decirle adiós a mamá (Cuentos). De la razón a la
534 El ensayo en Antioquia/Selección

soledad (Ensayos). Proceso de la cultura en Antioquia. Tarea crítica (Com-


pilación). Señales en el techo de la casa y Geografía (Poemas).
JORGE YARCE. Envigado 1940. Doctor en Filosofía y
Letras. Periodista y catedrático. Codirector con Jaime Sanín
Echeverri de la revista Arco. Obras: La comunicación personal. Crisis
del hombre actual (1981).
JORGE ORLANDO MELO. Medellín 1942. Historiador,
catedrático. Algunos de sus libros: Historia de Colombia: estableci-
miento de la dominación española (1977). Sobre historia y política (1979).
Reportaje de la historia de Colombia (1989). Raíces (1989). Predecir el pasa-
do: ensayos de historia de Colombia (1992).
EDUARDO ESCOBAR. Envigado 1943. Narrador, perio-
dista, poeta todos los días de su vida. Cofundador del Nadaísmo,
su principal ensayista y su representante actual con Jotamario
Arbeláez. Sus apuntes autobiográficos muestran un hombre a
quien atormenta su lucidez, como a Fernando González. Pue-
de decirse que todos sus ensayos y artículos son antológicos.
Decidirse por uno resulta imposible. El que se incluye en este
volumen se ha escogido por su tema, motivo de permanente
inquietud entre escritores y artistas.
Impreso por
L. Vieco e Hijas Ltda
PBX 255 96 10
e-mail lvieco@geo.net.co

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