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—Nena… —le habla al oído—, nena.

—Oppa, necesito más.


Pero no responde y la toma de las caderas. Presiona con fuerza una vez más su cuerpo
contra el suyo y la levanta apenas un poco para recostarla sobre el sofá de la cabaña que
habían rentado para la noche. No protesta porque sabe lo que sigue, lo ha anticipado
desde que se besaron por primera vez en el auto antes de salir. Él le besa las mejillas, la
mandíbula y las clavículas, todo en un camino de besos que partió de sus labios hasta
llegar casi a los pechos. Siente la humedad de su boca marcando su piel sobre la suya,
ardiente y exquisita. El corazón le late aún más rápido que, si guarda silencio y presta
atención, sabe que él lo escucharía. Flexiona las piernas para que su cuerpo se
reacomode entre el suyo y Wang acaba removiéndose contra ella, proporcionando roces
intencionales que la descolocan. Él ha sonreído y Nayeon se lame los labios. “Me encanta
volverte loca”, escucha, pero le ignora cuando está tan ocupada observando la dulzura en
sus ojos ocultándose detrás de un deseo irreconocible para lo que era, pero delicioso. Se
pierde por un segundo. “Me encanta tu cuerpo”, vuelve a decir y esta vez lo oye cuando
sus manos se escabullen bajo su falda y bajo sus bragas, tocando la zona y sintiendo su
calor.
Besos inocentes se dieron desde que habían llegado a la habitación después de cuatro
horas de viajar en su auto. Él la sentó en su regazo y se deshizo de su blusa cuando
Nayeon lo provocó con una mordida y una caricia. Ahora, al borde de la locura con una
excitación que veía prontamente desesperándola, estaba bajo su cuerpo, presa y
acalorada, presionándose contra él y creando una fricción de intimidades que, en conjunto
con sus besos, la han guiado hacia un punto en el que quiere desenvolver la situación en
un solo objetivo: que la haga suya. Wang, antes de continuar, llevó sus dedos hacia la
boca de la pelinegra y los introdujo sin nada de escrúpulo, humedeciéndolos con su propia
saliva antes de sacarlos. “Me encantan tus labios”, menciona una vez más y la distrae de
lo que haría después. Abre la boca para decir algo, pero un jadeo suena en su lugar
cuando sus falanges la han acariciado por debajo de la ropa interior. Él separa aún más
sus piernas con la mano libre y siente su cuerpo completamente expuesto a pesar de
llevar la falda cubriendo cada movimiento que ocurriese. Roza con la punta del dedo
corazón la sensibilidad de su clítoris, húmedo, y arquea la espalda apenas un poquito del
placer ocasionado. —¿Más? —le pregunta y observa las reacciones que su cuerpo tiene
con un solo movimiento. Nayeon asiente porque es incapaz de hablar, pero desea más.
Desea con tanta ansiedad que los movimientos ajenos llenen de placer su cuerpo y
culminen con una sensación tan satisfactoria como cada vez que volvía a besarla con una
delicadeza que lentamente desaparecía. Sus dedos se mueven en su sexo con tanta
precisión que los suaves gemidos de la pelinegra vuelven a sonar en cada rincón de la
habitación y repercuten en él en unos roncos que escucha de vez en cuando. Entonces él
la sorprende, e introduce en su interior uno de los dedos con los que estuvo acariciándola
y esconde su rostro entre el hueco de su cuello y pechos y succiona su piel, dejando
marquitas que solo él conocerá. Intenta retener la velocidad de sus movimientos pélvicos
cuando quiere algo más intenso, pero él termina por introducir un segundo dedo.
Entonces los diversos sucesos de su vida antes de él llegan a su mente como ráfagas de
luz. Nayeon no era virgen, pero tampoco estuvo interesada en el sexo hasta que lo
conoció. Ya no era amor lo que sentían el uno por el otro, era esa necesidad de acostarse
juntos y tocarse como cada vez que se veían y la tensión sexual nacía en el ambiente.
Creía que los orgasmos ya los conocía, que la sensación de placer era familiar para su
cuerpo porque se lo regalaba ella misma durante las noches de calor en el dormitorio. Pero
la manera en que él la toca es diferente, mejor. La llena de distintas maneras que no
puede alejarse de su cuerpo hasta recibir todo lo que necesita. —Mmgh —el dedo medio y
anular siguen moviéndose dentro de ella mientras con la libre se sostiene del respaldo del
sofá para no aplastarla. Él se aventura una vez más entre sus piernas, como si se tratase
de algo novedoso. Las paredes vaginales se ciñen alrededor de sus dedos y los siente en
el aumento de velocidad que él toma, dentro-fuera, porque sabe que, mientras más rápido,
mejor, y con lo estrecho de su interior, se siente delicioso. La locura que la desborda del
placer se incrementa cuando decide masajearle con el pulgar el clítoris una vez más en
movimientos circulares y lentos. Su perdición se acercaba. Pero se detiene por un
segundo que Nayeon gruñe bajito en modo de queja—. No, guarda silencio por un
segundo. —cuando habla, deja los dedos inmóviles donde antes tocaba. Aquello le gusta
tanto que gime sin reprimir cerca de su boca—. Quiero que digas mi nombre. —y la mira a
los ojos con esa mirada penetrante y atractiva, con ansiedad y ganas de escuchar lo que
pedía. Él estaba excitado, ya reconocía muy bien el deseo en su mirada. Entonces vuelve
a aumentar la velocidad de sus dedos acariciándola sin vergüenza y como su cuerpo
caliente pedía. A Nayeon le tiemblan las piernas y Wang sonríe malicioso y extasiado de
tenerla bajo su cuerpo una vez más de esa manera, perdida en lo que recibía. Comprendía
los primeros espasmos del orgasmo, estaba por llegar.
—N-no…
—Vamos —y le muerde el cuello.
Un poco más.
—J-Jack…
—En voz alta.
Se muerde el labio y arquea la espalda otra vez. Se sujeta del colchón del sillón y después
vuelve a abrir la boca. Wang ya no es suave y busca más de sus reacciones, pero aún así
le gusta. Le gusta su brusquedad y el cierto cuidado que hay en lo que hace. Estaba cerca
de la cúspide, muy cerca. Cuando vuelve a mover los dedos, otro gemido se escapa de
entre sus labios, uno fuerte, ¡cómo le gustaba!
—¡Jackson!
El orgasmo.
Y Jeongyeon despertándola del primer sueño erótico que ha tenido desde que él decidió
no volver.

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