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Al afirmar que el conocimiento acerca del valor destruye la experiencia del valor,
se basa en el instinto correcto de que hay una diferencia entre un asunto y el conocimiento de
ese asunto. Que la valoración es cuestión de sentimientos, surge de la confusión de la
valoración con el sentimiento al pensar que este no es algo arbitrario. Finalmente, que los
fenómenos concretos sólo pueden conocerse mediante la observación concreta, es un
prejuicio empírico y que por tanto es falaz porque son las ideas más abstractas las que
resuelven los problemas más concretos.
A partir del análisis anterior, Hartman descubrió que la analogía entre la ciencia y la
ética no debe hacerse materialmente, sino sólo formalmente porque el valor no es hecho y el
método científico es el del hecho y no el valor. Dicha confusión de la ciencia moral con su
contenido, hace desaparecer toda posibilidad de una ciencia moral. "Puesto que el hecho y el
valor son fundamentalmente diferentes, el hecho es conocido por la ciencia de una manera que
excluye al valor, y, por tanto, sea cual fuere el medio por el cual se ha de conocer el valor, ese
medio no puede ser la ciencia."[1] Y sin embargo es necesario elevar la teoría del valor al nivel
de la ciencia, más cómo alcanzar esto, cómo construir una teoría del valor, ése es el problema
que Hartman habrá de resolver.
A pesar de la posibilidad que tiene la ciencia moral, Hartman dice que la ética carece de
un concepto básico eficiente. "Todavía descansa sobre los primeros productos del análisis,
abstracciones que son obvias, y no pueden trascender al sentido común."[3] Por ello lo
importante que es el avance de la ciencia de conceptos analíticos a conceptos sintéticos, no
sólo en los hechos sino también en los valores. Por lo tanto, la ciencia del valor debe venir a
ser una construcción, al igual que la ciencia del movimiento. Debe progresar de lo analítico a lo
sintético, de lo material a lo formal, de conceptos abstraídos a conceptos construidos, es decir,
de cualidades secundarias a cualidades primarias.
Según Hartman, "la ciencia del valor debe basarse en términos primarios de valor al
igual que la mecánica se basa en términos primarios de movimiento."[4] Sin embargo, muchos
autores se aproximan al estudio de la ciencia del valor y descubren la diferencia entre el hecho
y el valor, pero no lo bastante para poder construir un nuevo sistema, autónomo, puramente
valorativo y no-naturalista.
Es en el sistema axiológico donde Hartman encuentra la posibilidad de la ciencia ética,
parte del axioma del valor que define lo bueno como un término lógico, es decir, el predicado
de cualquier sujeto que cumple la comprensión de su concepto. Y en palabras de Hartman,
dice: "este axioma posee las dos propiedades que lo hacen científico, a saber, tanto el alcance
sistemático como el empírico."[5] Dichos elementos constituyen la base de un sistema formal
porque consiste en concepciones sintéticas deducido del axioma mediante relaciones
formales.
Hartman define lo bueno como una relación formal, "la correspondencia entre las
propiedades que posee un sujeto y los predicados que contiene la comprensión del concepto del
sujeto."[6] El axioma es una lógica en miniatura para explicar el valor. Una cosa que es lo que
es, es lo que es, a ahí termina el asunto. Pero una cosa que es cabalmente lo que es, no sólo es
lo que es, sino además es bien lo que es: el valor ha sido añadido a su realidad. Y aunque se
diga de una cosa que buena, el que parezca ser lo mismo se debe a una característica
fundamental del lenguaje, no reconocida aún en su universalidad.
Con la clasificación axiológica, Hartman propone que debemos escoger lo que es bueno
y no lo que es malo, y lo que es mejor y no lo que es peor. “Es bueno para nosotros escoger lo
que es bueno para nosotros y no lo que es malo para nosotros, puesto que una cosa existente
tiene más propiedades que una cosa no-existente, la existencia es mejor que la no
existencia."[8]