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El derecho penal bíblco

JUSTICIA

La justicia es una virtud que inclina a mantener o administrar lo que es recto de


manera equitativa e imparcial y según una norma. Las palabras hebreas tsé·dheq y
tsedha·qáh, así como la griega di·kai·o·sý·nē, transmiten la idea de “honradez” o
“rectitud”, e implican la existencia de una norma o patrón que determina lo que es
recto. El término “justicia” se utiliza con frecuencia en un contexto legal. (Sl 35:24;
72:2; 96:13; Isa 11:4; Rev 19:11.) En Levítico 19:36 se utiliza tsé·dheq cuatro veces en
conexión con transacciones comerciales: “Debe resultar que tengan balanzas exactas
[tsé·dheq, “justas”, DK, FS, Val], pesas exactas, un efá exacto y un hin exacto”. La
palabra hebrea misch·pát, que suele traducirse “justicia” y “juicio” (NM; Val, 1960),
también puede transmitir la idea de un plan (Éx 26:30), costumbre (Gé 40:13), regla
(2Cr 4:20) o procedimiento (Le 5:10) determinados.

La palabra griega que se traduce “en armonía [o, conformidad] con la justicia” (NM)
hace referencia a una cosa que es “justa” (CI, Val) o merecida. (Ro 3:8; Heb 2:2.)
“Juicio” y “venganza” son los significados básicos de otros dos vocablos griegos que a
veces también se traducen “justicia”. (Mt 12:20, CI, HAR, NM; Lu 18:7, NC, NM, Val.)

Elohim fija la norma. El helenista Kenneth S. Wuest dice: “Elohim es la norma objetiva
que determina el significado de dikaios [justo], y al mismo tiempo mantiene ese
significado constante e inmutable, ya que Él es el Inmutable”. Luego añade la siguiente
cita de Cremer: “En el sentido bíblico, la justicia es una condición de rectitud de la que
Elohim es la norma, que se valora según la norma divina, que se conforma a Elohim
en comportamiento, y tiene que ver sobre todo con su relación con Elohim y con el
modo de andar ante Él. Es y se la llama dikaiosune theou (justicia de Elohim) (Rom.
3:21, 1:17), justicia como la que pertenece a Elohim, y es de valor ante Él, justicia
divina, véase Ef. 4:24; con esta justicia así definida, el evangelio (Rom. 1:17) viene al
mundo de las naciones, que estaba acostumbrado a medir con una norma diferente”.
(Studies in the Vocabulary of the Greek New Testament, 1946, pág. 37.)

Lucas muestra lo que significa ser justo cuando dice que el sacerdote Zacarías y su
esposa Elisabet, los padres de Juan el Bautista, “eran justos delante de Elohim porque
andaban exentos de culpa de acuerdo con todos los mandamientos y requisitos
legales de Yahvéh”. (Lu 1:6.) La justicia se mide en conformidad con la voluntad de
Elohim y sus mandatos. Sus mandatos específicos pueden variar de un tiempo a otro y
de una persona a otra. Por ejemplo: su mandato a Noé de edificar un arca nunca se ha
repetido, y el mandato sobre la circuncisión tampoco aplica a los cristianos. No
obstante, las normas personales de Elohim, su personalidad, lo que Él es, según se
expresa en sus palabras y en su modo de actuar, siempre permanecen constantes,
por lo que suponen una norma perfecta, ‘como una roca’ en firmeza y estabilidad, con
la que medir la conducta de todas sus criaturas. (Dt 32:4; Job 34:10; Sl 92:15; Eze
18:25-31; 33:17-20.)

La bondad y la justicia. Cuando el apóstol Pablo habla de la muerte en sacrificio de


Cristo, hace una distinción entre la bondad y la justicia, diciendo: “Porque apenas
muere alguien por un hombre justo; en realidad, por el hombre bueno, quizás, alguien
hasta se atreva a morir. Pero Elohim recomienda su propio amor a nosotros en que,
mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Ro 5:7, 8.) A un
hombre se le puede considerar “justo” si cumple con sus obligaciones, es imparcial,
honrado, no es culpable de mala conducta o de inmoralidad, es decir, si se le conoce
por su conducta íntegra y su rectitud. Sin embargo, en la declaración de Pablo se
observa cierta superioridad en el caso del hombre “bueno”. Ser “bueno” implica ser
“justo”; sin embargo, son otras las cualidades que distinguen al hombre bueno del que
simplemente es justo. El uso del término griego indica que la persona que se destaca
por su bondad es benévola (muestra buena voluntad o afecto a otros) y benefactora
(hace bien a otros). Esta persona no está interesada únicamente en hacer lo que es de
justicia, sino que va más allá, se siente movida por un interés sincero hacia otros y por
el deseo de beneficiarlos y ayudarlos. (Compárese con Mt 12:35; 20:10-15; Lu 6:9, 33,
35, 36; Jn 7:12; Hch 14:17; Ro 12:20, 21; 1Te 5:15.)

Por consiguiente, el argumento de Pablo es que aunque el hombre que se destaca por
ser “justo” puede ganarse el respeto y hasta la admiración de otros, quizás no haga
una impresión tan fuerte en el corazón de los demás como para impulsar a alguien a
morir por él. Sin embargo, el hombre que se destaca por su bondad, que es cariñoso,
servicial, considerado, misericordioso y que se interesa activamente en beneficiar a
otros, se gana su afecto, y su bondad puede tocar el corazón de otra persona lo
suficiente como para que esté dispuesta a morir por él.

Nótese que en las Escrituras se contrasta lo que es “bueno” con lo que es “vil” (Jn
5:29; Ro 9:11; 2Co 5:10), “inicuo” (Mt 5:45; Ro 12:9) y “malo” (Ro 16:19; 1Pe 3:11; 3Jn
11); y al “justo” se le contrasta con el “pecador” (o injusto) (Mr 2:17; Lu 15:7). Igual que
alguien puede ser un pecador (porque no cumple con las normas justas) y sin
embargo no ser llamado o clasificado necesariamente como “vil”, “inicuo” o “malo”, así
también una persona puede ser “justa” y sin embargo no ser llamada o clasificada
necesariamente como “buena” en el sentido que acabamos de explicar.

Se conocía a José de Arimatea como un hombre “bueno y justo”, términos que


siempre se utilizan en un sentido relativo cuando se aplican a seres humanos
imperfectos. (Lu 23:50; compárese con Mt 19:16, 17; Mr 10:17, 18; véase BONDAD
[La bondad de Yahvéh].) El mandamiento de la ley que Elohim dio a Israel era “santo
[por ser de Elohim] y justo [por ser perfecto en justicia] y bueno [por ser provechoso en
todo respecto para quien lo observaba]”. (Ro 7:12; compárese con Ef 5:9.)
Yahvéh el Justo. Las palabras hebreas tsé·dheq y tsedha·qáh y la griega
di·kai·o·sý·nē aparecen frecuentemente con referencia a la rectitud de los caminos de
Elohim: como Soberano (Job 37:23; Sl 71:19; 89:14), al administrar y ejecutar juicio y
justicia (Sl 9:8; 85:11; Isa 26:9; 2Co 3:9), al castigar al pueblo que profesaba ser suyo
(Isa 10:22), al vindicarse a sí mismo en el juicio (Sl 51:4; Ro 3:4, 5) y al vindicar a su
pueblo (Miq 7:9).

Yahvéh mismo se llama “el lugar de habitación de la justicia”. (Jer 50:7.) Por lo tanto,
es el Justo, y la justicia de sus criaturas depende de su relación con Él. Yahvéh acata
su propia norma de justicia sin desviarse. Yahvéh Elohim, el Juez y Dador de
Estatutos supremo (Isa 33:22), “es amador de justicia y derecho” (Sl 33:5). “El derecho
y la abundancia de justicia él no menosprecia.” (Job 37:23.) Esto garantiza que nunca
abandonará a sus leales. (Sl 37:28.) Por lo tanto, sus criaturas pueden tener la
máxima confianza en Él. De Él está escrito: “Justicia y juicio son el lugar establecido
de tu trono”. (Sl 89:14.)

Mantiene la justicia mientras ejerce misericordia. Yahvéh no muestra parcialidad al


tener tratos con sus criaturas, sino que acepta a todos aquellos que le temen y
practican la justicia, y les otorga su bendición. (Hch 10:34, 35.) Las personas o las
naciones enteras reciben castigo o recompensa según sus actos. (Ro 2:3-11; Ef 6:7-9;
Col 3:22–4:1.) La justicia, la equidad, la santidad y la pureza de Yahvéh son tales que
no puede minimizar ningún pecado. (Sl 5:4; Isa 6:3, 5; Hab 1:13; 1Pe 1:15.) Por
consiguiente, no podría perdonar los pecados de la humanidad sin satisfacer la
justicia, es decir, sin una base legal. Sin embargo, gracias a su bondad inmerecida,
hizo esta provisión justa al ofrecer a su Hijo en sacrificio, con el fin de propiciar o cubrir
los pecados. De esta manera puede ejercer misericordia para con los pecadores que
aceptan esta provisión sin pasar por alto la justicia. Pablo lo expresa de la siguiente
manera: “Mas ahora, aparte de ley, la justicia de Elohim ha sido puesta de manifiesto,
[...] sí, la justicia de Elohim mediante la fe en Yeshúa el Ungido [...]. Porque todos han
pecado y no alcanzan a la gloria de Elohim, y es como dádiva gratuita que por su
bondad inmerecida se les está declarando justos mediante la liberación por el rescate
pagado por Cristo Yeshúa. [...] Para que [Elohim] sea justo hasta al declarar justo al
hombre [pecaminoso por herencia] que tiene fe en Yeshúa”. (Ro 3:21-26.) De modo
que la justicia de Yahvéh está equilibrada con la misericordia, y da la oportunidad a
hombres y naciones de volverse de sus caminos inicuos y escapar de la ejecución de
sus juicios adversos. (Jer 18:7-10; Eze 33:14-16; véase DECLARAR JUSTO.)

Hay que buscar la justicia de Elohim. Yeshúa instó a sus oyentes: “Sigan, pues,
buscando primero el reino y la justicia de Elohim, y todas estas otras cosas les serán
añadidas”. (Mt 6:33.) Toda persona ha de seguir buscando el Reino; tiene que desear
ese gobierno y ser leal a él. Pero no puede olvidar que es el reino de Elohim; ha de
conformarse a la voluntad de Elohim, a su norma en cuanto a lo que es conducta
correcta e incorrecta, y debe ‘rehacer su mente’ continuamente para que toda faceta
de su vida esté en armonía con la justicia de Elohim. (Ro 12:2.) Tiene que “vestirse de
la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Elohim en verdadera
justicia y lealtad”. (Ef 4:23, 24.)

Los judíos pensaban que estaban salvos y que recibirían el reino de Elohim gracias a
establecer su propia justicia, pero no se sujetaron a la justicia de Elohim. (Ro 10:1-3.)
Por esta razón Yeshúa dijo a sus discípulos: “Porque les digo a ustedes que si su
justicia no abunda más que la de los escribas y fariseos, de ningún modo entrarán en
el reino de los cielos”. Estos hombres manifestaban una medida de justicia al obedecer
ciertos requisitos de la Ley y sus tradiciones añadidas. Pero en realidad habían
invalidado la palabra de Elohim por causa de su tradición, y habían rechazado a
Cristo, el camino provisto por Elohim por medio del cual hubieran podido obtener la
verdadera justicia. (Mt 5:17-20; 15:3-9; Ro 10:4.)

La sabiduría de Yahvéh es muy superior a la de los humanos imperfectos, y es el


hombre, no Elohim, quien debe adquirir conocimiento de la senda de la justicia. (Isa
40:14.) Por lo tanto, el hombre no está en posición de juzgar si los actos de Elohim son
justos o injustos, sino que debe aprender a conformar su pensar a las normas de
justicia que Yahvéh ha revelado en su Palabra. Elohim dijo a los israelitas: “En cuanto
a mis caminos, ¿no están bien ajustados, oh casa de Israel? ¿No son los caminos de
ustedes los que no están bien ajustados?”. (Eze 18:29.) Además, el hecho de que
Yahvéh sea el Creador descarta toda base para dudar de lo justo de sus actividades.
(Ro 9:20, 21; véase también Job 40:8–41:34.)

Por lo tanto, Yahvéh siempre ha requerido, con toda razón, que los que desean
conseguir su aprobación se familiaricen con su norma de justicia y la sigan. (Isa 1:17,
18; 10:1, 2; Jer 7:5-7; 21:12; 22:3, 4; Eze 45:9, 10; Am 5:15; Miq 3:9-12; 6:8; Zac 7:9-
12.) Al igual que Elohim, tienen que ser imparciales, pues el fallar en este respecto
sería injusto y violaría la ley del amor. (Snt 2:1-9.)

La justicia no se consigue por medio de obras personales. Por consiguiente, está claro
que los hombres imperfectos nunca podrían conseguir la verdadera justicia, es decir,
alcanzar la altura de la justicia de Elohim, si dependieran de las obras de la ley
mosaica o de sus propias obras de justicia. (Ro 3:10; 9:30-32; Gál 2:21; 3:21; Tit 3:5.)
Los hombres a quienes Elohim ha llamado “justos” han sido los que han ejercido fe en
Él y no han confiado en sus propias obras, sino que han respaldado esa fe con obras
que estaban en armonía con Su norma justa. (Gé 15:6; Ro 4:3-9; Snt 2:18-24.)

La Ley era justa. Esto no significa que la Ley dada por medio de Moisés no se ajustase
a la norma de justicia de Elohim. Al contrario, el apóstol razona: “De manera que, por
su parte, la Ley es santa, y el mandamiento es santo y justo y bueno”. (Ro 7:12; Dt
4:8.) La Ley cumplió con el propósito de Elohim al poner de manifiesto las
transgresiones, servir de tutor que llevara a los judíos sinceros a Cristo y de sombra de
las cosas buenas por venir. (Gál 3:19, 24; Heb 10:1.) Pero no podía traer una justicia
verdadera y completa a los que estuviesen bajo ella. Todos eran pecadores; no podían
guardar la Ley a la perfección; además, su sumo sacerdote no podía quitarles los
pecados con los sacrificios que ofrecía y el servicio que desempeñaba. Por lo tanto,
solo podrían alcanzar la justicia si aceptaban la provisión que Elohim había hecho: su
Hijo. (Ro 8:3, 4; Heb 7:18-28.) A los que aceptaban a Cristo se les declaraba justos, no
como algo que hubiesen ganado, sino como una dádiva, y Cristo llegó a ser para ellos
“sabiduría procedente de Elohim, también justicia y santificación y liberación por
rescate”. Por consiguiente, la verdadera justicia solo puede venir por medio de Cristo.
Este hecho ensalza a Yahvéh, dándole a Él, en lugar de al hombre o a sus obras, el
crédito como la Fuente de toda justicia, “para que sea así como está escrito: ‘El que se
jacta, jáctese en Yahvéh’”. (1Co 1:30, 31; Ro 5:17.)

Los beneficios de la justicia. Elohim ama a los justos y se interesa en ellos. David
escribió: “Un joven era yo, también he envejecido, y sin embargo no he visto a nadie
justo dejado enteramente, ni a su prole buscando pan”. (Sl 37:25.) Salomón dijo:
“Yahvéh no hará que el alma del justo padezca hambre, pero rechazará el deseo
vehemente de los inicuos”. (Pr 10:3.) Él juzgará a toda la Tierra habitada con justicia
por medio de Yeshúa el Ungido, y creará “nuevos cielos y una nueva tierra” en la que
la justicia ha de morar. (Hch 17:31; 2Pe 3:13.) A los justos se les promete que
finalmente poseerán la Tierra; los inicuos serán eliminados de la Tierra como un
“rescate” por los justos, pues mientras los inicuos dominen, los justos no podrán tener
paz. Y las posesiones de los inicuos pasarán a los justos, como dice el proverbio: “La
riqueza del pecador es algo que está atesorado para el justo”. (Pr 13:22; 21:18.)

A la persona que persevera en la justicia se le asegura que tendrá la buena voluntad


de Elohim y la aprobación de los hombres de corazón recto, tanto ahora como hasta
tiempo indefinido, pues “al recuerdo del justo le espera una bendición [y existirá “hasta
tiempo indefinido”], pero el mismísimo nombre de los inicuos se pudrirá”. (Pr 10:7; Sl
112:6.)

Además, el ejercer justicia según la norma de Elohim no es una carga; la felicidad del
hombre realmente depende de ello. (Sl 106:3; compárese con Isa 56:1, 2.) El famoso
jurista inglés, Blackstone, reconoció esta verdad: “[Elohim] ha vinculado tan
estrechamente, ha entretejido tan inseparablemente, las leyes de justicia eterna con la
felicidad de cada persona, que esta última no se puede alcanzar sin observar la
primera; y si la primera se obedece puntualmente, no puede inducir más que a la
segunda”. (Chadman’s Cyclopedia of Law, 1912, vol. 1, pág. 88.)
Debe respetarse e imitarse a los justos. El respetar a aquellos a quienes Yahvéh
considera justos y obedecer su consejo y reprensión es el proceder de la sabiduría,
pues solo puede resultar en bien. David recibió reprensión de Yahvéh por medio de
hombres justos, los siervos y profetas de Elohim, y dijo: “Si me golpeara el justo, sería
una bondad amorosa; y si me censurara, sería aceite sobre la cabeza, que mi cabeza
no querría rehusar”. (Sl 141:5.)

De igual manera, el debido ejercicio de la justicia por parte de la autoridad


gubernamental contribuye a la felicidad y al bienestar de sus súbditos. (Compárese
con Pr 29:4.) Dado que Cristo Yeshúa, como rey del reino de Elohim, y todos los que
sirvan en puestos administrativos bajo él, siempre ejercerán justicia, sus súbditos
leales se deleitarán en someterse a su régimen justo. (Isa 9:6, 7; 32:1, 16-18; 42:1-4;
Mt 12:18-21; Jn 5:30; compárese con Pr 29:2.)

Concerniente a la administración de la justicia y los principios implicados, véanse


CAUSA JUDICIAL; LEY; TRIBUNAL JUDICIAL.

“La coraza de la justicia.” Debido a que la Biblia dice: “Más que todo lo demás que ha
de guardarse, salvaguarda tu corazón, porque procedentes de él son las fuentes de la
vida”, los cristianos han de llevar puesta “la coraza de la justicia”. (Pr 4:23; Ef 6:14.)
Como el corazón del hombre caído y pecaminoso es traicionero y desesperado, el
seguir la justicia de Elohim es esencial como protección para que no se vuelva malo.
(Jer 17:9.) El corazón necesita mucha disciplina y formación. El cristiano únicamente
puede recibir dicha ayuda si se adhiere estrictamente a las Escrituras, que, como dice
el apóstol Pablo, son “[provechosas] para enseñar, para censurar, para rectificar las
cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Elohim sea enteramente
competente, y esté completamente equipado para toda buena obra”. El cristiano
debería aceptar con agradecimiento la disciplina que proviene de hombres justos que
utilizan la Palabra de Elohim de esta manera. (2Ti 3:16, 17.)

“La ley de Yahvéh es perfecta”

1, 2. ¿Por qué menosprecian muchos ciudadanos la ley, y qué podemos sentir por las
leyes de Elohim?

“LA LEY es un pozo sin fondo, [...] todo lo devora.” Esta aseveración apareció en un
libro de 1712 que deploraba la existencia de un régimen jurídico cuyos procesos
llegaban a demorarse años en los tribunales, lo que conducía a la bancarrota a
quienes demandaban justicia. Hoy, los sistemas legales y judiciales de muchas
naciones son tan intrincados y se ven plagados de tantos abusos, prejuicios e
incongruencias, que la ley ha caído en el descrédito general.
2 En contraposición, fijémonos en unas palabras redactadas hace unos dos mil
setecientos años: “¡Cómo amo tu ley, sí!” (Salmo 119:97). ¿Por qué eran tan intensos
los sentimientos del escritor? Porque la legislación que elogiaba no emanaba de un
gobierno civil, sino de Yahvéh Elohim. Si estudiamos sus disposiciones,
compartiremos cada día con más convicción el pensar del salmista y, además,
entenderemos mejor a la mayor mente judicial del universo.

El Legislador Supremo

3, 4. ¿Cómo ha resultado ser Yahvéh un Legislador?

3 “Uno solo hay que es legislador y juez”, dice la Biblia (Santiago 4:12). En efecto,
Yahvéh es el único y verdadero Legislador. Hasta los movimientos de los cuerpos
siderales se rigen por “las leyes de los cielos” (Job 38:33, Biblia de América). Las
miríadas de santos ángeles siguen igualmente los preceptos divinos, pues son
ministros del Supremo que le sirven dentro de un orden jerárquico (Salmo 104:4;
Hebreos 1:7, 14).

4 Yahvéh también ha legislado para el ser humano. Toda persona está dotada de una
conciencia, la cual es un reflejo del sentido divino de la justicia y una especie de ley
interna que le facilita discernir el bien del mal (Romanos 2:14). Dado que a nuestros
primeros padres se les bendijo con una conciencia perfecta, solo necesitaban unos
pocos preceptos (Génesis 2:15-17). En cambio, el hombre imperfecto precisa de más
leyes para que lo orienten en el cumplimiento de la voluntad de Elohim. Patriarcas
como Noé, Abrahán y Jacob recibieron disposiciones divinas y las transmitieron a sus
familias (Génesis 6:22; 9:3-6; 18:19; 26:4, 5). Yahvéh hizo que él mismo llegara a ser
Legislador de un modo sin precedentes al transmitir mediante Moisés a la nación de
Israel un código, el cual nos permite entender más a fondo Su sentido de la justicia.

Las líneas generales de la Ley mosaica

5. ¿Era la Ley mosaica una colección de preceptos voluminosa y enmarañada, y por


qué contesta usted así?

5 Aunque muchos creen que la Ley mosaica era una colección de preceptos
voluminosa y enmarañada, no es así, ni mucho menos. Contenía algo más de
seiscientas disposiciones, cifra que pudiera parecer elevada, pero que no lo es tanto
en comparación con otros códigos, como el federal de Estados Unidos, que a finales
del siglo XX comprendía más de ciento cincuenta mil páginas y que cada dos años
incorpora unas seiscientas leyes más. De modo que, atendiendo solo al volumen, las
legislaciones humanas dejan pequeña a la Ley mosaica. Pese a ello, esta gobernaba
aspectos de la vida de los israelitas que el derecho moderno ni siquiera se plantea.
Notemos lo singular que era este código examinando sus líneas generales.

6, 7. a) ¿Qué distingue a la Ley mosaica de los demás códigos, y cuál es su mayor


mandato? b) ¿Cómo demostraba el israelita que aceptaba la soberanía de Yahvéh?

6 La Ley mosaica exaltaba la soberanía de Yahvéh. En este particular, ningún código


la iguala. Su mayor mandato estipulaba: “Escucha, oh Israel: Yahvéh nuestro Elohim
es un solo Yahvéh. Y tienes que amar a Yahvéh tu Elohim con todo tu corazón y con
toda tu alma y con toda tu fuerza vital”. ¿De qué manera probaban los siervos del
Altísimo que lo amaban? Sirviéndole y acatando su soberanía (Deuteronomio 6:4, 5;
11:13).

7 El israelita demostraba que aceptaba la soberanía de Yahvéh al someterse a las


autoridades constituidas. Entre los representantes del poder divino se contaban los
padres, los principales, los jueces, los sacerdotes y, con el tiempo, el rey. Elohim
consideraba toda rebelión contra ellos como una sublevación contra su propia
persona. Por otro lado, las autoridades se exponían a sufrir su cólera si daban a su
pueblo un trato injusto o arrogante (Éxodo 20:12; 22:28; Deuteronomio 1:16, 17; 17:8-
20; 19:16, 17). De modo que ambas partes tenían la obligación de respetar la
soberanía divina.

8. ¿Cómo respaldaba la Ley la norma de santidad de Yahvéh?

8 La Ley respaldaba la norma de santidad de Yahvéh. Contenía las palabras santo y


santidad más de doscientas ochenta veces y ayudó al pueblo de Elohim a distinguir
entre limpio e inmundo, entre puro e impuro, ya que mencionaba unas setenta causas
de contaminación ceremonial. Sus disposiciones incidían en la higiene corporal, en la
dieta y hasta en la eliminación de residuos. Aunque tales preceptos conllevaban
enormes beneficios para la salud,* cumplían un cometido más elevado: mantenían al
pueblo en el favor de Yahvéh, dado que lo separaban de las prácticas pecaminosas de
las naciones corruptas de su entorno. Veamos un ejemplo.

9, 10. ¿Qué preceptos sobre las relaciones sexuales y el parto contenía el pacto de la
Ley, y qué beneficios ofrecían?

9 Las prescripciones del pacto de la Ley indicaban que las relaciones sexuales y el
parto, aunque tuvieran lugar dentro del matrimonio, ocasionaban impureza temporal
(Levítico 12:2-4; 15:16-18). Tales disposiciones no rebajaban estas limpias dádivas
divinas (Génesis 1:28; 2:18-25). Por el contrario, respaldaban la santidad de Yahvéh al
mantener inmaculados a sus adoradores. Cabe destacar que las naciones vecinas de
Israel solían incluir en el culto actos eróticos y ritos de la fertilidad. En la religión
cananea, sin ir más lejos, se prostituían hombres y mujeres, lo que llevó a que se
generalizara la más espantosa degradación. La Ley, en cambio, establecía que la
adoración de Yahvéh estuviera completamente libre de elementos sexuales.* Pero
había otros beneficios.

10 Aquellos preceptos recalcaron una enseñanza fundamental.* Pensemos: ¿cómo se


transmite la mancha del pecado adánico de una generación a otra? ¿No es mediante
las relaciones sexuales y el parto? (Romanos 5:12.) Así pues, la Ley de Yahvéh
recordó a su pueblo la constante realidad del pecado. En efecto, todos nacemos
pecadores y necesitamos que se nos perdone y redima para poder acercarnos al
Elohim santo (Salmo 51:5).

11, 12. a) ¿Qué importantísimo principio de la justicia invocaba la Ley? b) ¿Qué


salvaguardas contra las deformaciones de la justicia contenía la Ley?

11 La Ley respaldaba la justicia perfecta de Yahvéh. Invocaba el principio de


equivalencia, o correspondencia, en la administración de la justicia. De ahí que dijera:
“Alma será por alma, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”
(Deuteronomio 19:21). Por consiguiente, al juzgar los delitos, el castigo que se
imponía tenía que ser proporcional a su gravedad. Este aspecto de la justicia divina se
manifiesta por toda la Ley, y aun hoy resulta esencial para comprender el sacrificio
redentor de Cristo, como veremos en el capítulo 14 (1 Timoteo 2:5, 6).

12 La Ley también incluía salvaguardas contra las deformaciones de la justicia.


Examinemos algunos ejemplos. Se precisaba un mínimo de dos testigos para que una
acusación tuviera validez. El perjurio se castigaba con penas severas (Deuteronomio
19:15, 18, 19). La corrupción y el soborno eran objeto de prohibiciones estrictas
(Éxodo 23:8; Deuteronomio 27:25). Incluso en los negocios, el pueblo de Elohim debía
guiarse por las elevadas normas de justicia de Yahvéh (Levítico 19:35, 36;
Deuteronomio 23:19, 20). Este noble y equitativo código fue una gran bendición para
Israel.

Leyes que destacan la misericordia y la equidad al juzgar

13, 14. ¿Cómo fomentaba la Ley el trato equitativo del ladrón y su víctima?
13 ¿Era la Ley mosaica un código rígido e implacable? De ningún modo. El rey David
escribió por inspiración divina: “La ley de Yahvéh es perfecta” (Salmo 19:7). Como
bien sabía él, fomentaba la misericordia y la equidad. ¿De qué manera?

14 En la actualidad, hay países donde se diría que el sistema legal trata con mayor
indulgencia al delincuente que a la víctima. Por citar un caso: el ladrón tal vez pase
una temporada en la cárcel, mientras que el afectado, que quizás continúe privado de
sus bienes, tiene que seguir pagando los impuestos que sufragan el hospedaje y la
alimentación de tales malhechores. En el antiguo Israel, sin embargo, no existían
centros penitenciarios como los actuales. Las reglas relativas a la severidad de los
castigos eran muy estrictas (Deuteronomio 25:1-3). El autor del robo tenía que
compensar al propietario por lo que le había sustraído y, además, hacerle un pago
adicional. ¿Cuánto? Era variable. Por lo visto, los jueces disponían de cierta libertad
para evaluar varios factores, como el arrepentimiento del pecador. Este hecho tal vez
explique que la compensación impuesta al ladrón según Levítico 6:1-7 sea mucho
menor que la que estipula Éxodo 22:7.

15. ¿Cómo garantizaba la Ley la misericordia y la justicia en el caso de los homicidas


involuntarios?

15 La Ley manifestaba misericordia al reconocer que no toda ofensa era deliberada.


Por ejemplo, quien cometía un homicidio involuntario no tenía que pagar alma por
alma, siempre que cumpliera con la debida exigencia de huir a una de las ciudades de
refugio repartidas por todo Israel. Una vez que jueces capacitados examinaban su
causa, el homicida estaba obligado a residir en dicha localidad hasta la muerte del
sumo sacerdote, y entonces quedaba libre para irse a vivir a donde estimara oportuno.
Esta disposición le permitía beneficiarse de la misericordia divina y al mismo tiempo
hacía hincapié en el gran valor de la vida humana (Números 15:30, 31; 35:12-25).

16. ¿Cómo salvaguardaba la Ley algunos derechos individuales?

16 La Ley salvaguardaba los derechos individuales. Veamos cómo protegía al


ciudadano que había incurrido en una deuda. Al acreedor se le prohibía entrar en casa
de este y tomar en prenda alguna propiedad como garantía de la devolución. Más
bien, debía quedarse fuera y permitir que él le trajera la prenda, respetando así la
inviolabilidad de su domicilio. Si la prenda en cuestión era el manto del deudor, tenía
que devolvérselo al atardecer, pues probablemente lo necesitara para abrigarse de
noche (Deuteronomio 24:10-14).
17, 18. ¿Qué diferencia había entre Israel y otras naciones en materia de guerra, y por
qué?

17 La Ley regulaba hasta los conflictos bélicos. No autorizaba al pueblo de Elohim a


combatir para saciar su sed de poder o conquista, sino para actuar como agentes
suyos en “las Guerras de Yahvéh” (Números 21:14). En muchos casos, los israelitas
tenían que ofrecer al enemigo la rendición. Si este rechazaba sus condiciones, podían
asediarlo, pero de acuerdo con las disposiciones divinas. A diferencia de muchos
soldados a lo largo de la historia, los combatientes israelitas no tenían permitido violar
a las mujeres o realizar matanzas indiscriminadas. Incluso debían respetar el medio
ambiente y no talar los árboles frutales del enemigo,* restricciones inexistentes en el
caso de otros ejércitos (Deuteronomio 20:10-15, 19, 20; 21:10-13).

18 ¿Le repugna el hecho de que en algunos países se adiestre para la milicia a los
niños? En el antiguo Israel no se reclutaban varones menores de 20 años (Números
1:2, 3). Hasta los adultos quedaban exentos si los dominaba el miedo. Además, al
recién casado se le dispensaba del peligroso servicio un año completo, lo que tal vez
le permitiera ver el nacimiento de su heredero. Así, explicaba la Ley, tenía la
oportunidad de “regocijar” a su esposa (Deuteronomio 20:5, 6, 8; 24:5).

19. ¿Qué medidas orientadas a la protección de las mujeres, los niños, las familias, las
viudas y los huérfanos contenía la Ley?

19 La Ley también protegía a las mujeres, los niños y las familias, y dictaba medidas
orientadas a su cuidado. Ordenaba que el padre y la madre brindaran a los hijos
atención y educación espiritual constantes (Deuteronomio 6:6, 7). Proscribía todo tipo
de incesto, so pena de muerte (Levítico, capítulo 18). Asimismo prohibía el adulterio,
que tantas veces acaba con las familias, así como con su seguridad y dignidad.
También se ocupaba de las viudas y los huérfanos, y condenaba con los términos más
enérgicos su maltrato (Éxodo 20:14; 22:22-24).

20, 21. a) ¿Por qué permitió la Ley mosaica la poligamia entre los israelitas? b) En
cuestiones de divorcio, ¿por qué difería la Ley de la norma que Yeshúa restituyó más
tarde?

20 En este particular, algunos tal vez pregunten: “¿Por qué permitía la Ley la
poligamia?” (Deuteronomio 21:15-17). Es preciso analizar preceptos como este en el
contexto de su época. Quienes juzgan la Ley mosaica desde la óptica de los tiempos y
las culturas actuales están condenados a malinterpretarla (Proverbios 18:13). La
norma divina, expuesta ya en Edén, disponía que el matrimonio fuera una unión
duradera entre un solo hombre y una sola mujer (Génesis 2:18, 20-24). Sin embargo,
para el tiempo en que Yahvéh entregó la Ley a Israel, la poligamia y otros usos
llevaban siglos arraigados. Él sabía muy bien que aquel “pueblo de dura cerviz”
desobedecería con frecuencia aun los mandamientos más esenciales, como las
prohibiciones de la idolatría (Éxodo 32:9). Por consiguiente, actuó con sabiduría al no
elegir aquella época como el momento para reformar todas sus costumbres maritales.
Tengamos presente, no obstante, que Elohim no instituyó la poligamia. Lo que sí hizo
fue valerse de la Ley mosaica para regularla entre su pueblo y prevenir así algunos
abusos.

21 De igual modo, la Ley mosaica permitía que el hombre se divorciara de su esposa


por una serie de causas graves bastante amplia (Deuteronomio 24:1-4). Yeshúa
señaló que se trataba de una concesión divina “en vista de la dureza del corazón” del
pueblo judío. Sin embargo, tales concesiones fueron temporales. Cristo restituyó para
sus seguidores la norma matrimonial que Yahvéh había establecido al principio (Mateo
19:8).

La Ley fomentaba el amor

22. ¿De qué maneras fomentó la Ley mosaica el amor, y hacia quiénes?

22 ¿Nos imaginamos un régimen jurídico que promueva hoy el amor? Pues eso era
sobre todo los demás, lo que hacía la Ley mosaica. Solo en el libro de Deuteronomio
aparecen más de veinte veces las palabras amor y amar en sus diversas formas. El
segundo mandamiento más importante de la Ley era este: “Tienes que amar a tu
prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18; Mateo 22:37-40). Los siervos de Elohim no
solo debían amarse unos a otros, sino también al residente forastero que vivía entre
ellos, conscientes de que en otro tiempo también ellos habían residido en el extranjero.
Debían tratar con amor al pobre y al afligido, ayudándoles materialmente y rehusando
aprovecharse de su triste situación. Hasta recibieron órdenes de ser bondadosos y
considerados con las bestias de carga (Éxodo 23:6; Levítico 19:14, 33, 34;
Deuteronomio 22:4, 10; 24:17, 18).

23. ¿Qué se sintió impulsado a hacer el escritor del Salmo 119, y qué resolución
podemos adoptar?

23 ¿Qué otra nación ha sido bendecida con un código así? No es de extrañar que el
salmista escribiera: “¡Cómo amo tu ley, sí!”. Su amor, sin embargo, no era un mero
sentimiento. Lo movía a la acción, ya que procuraba obedecer dicha ley y vivir según
sus preceptos. Más adelante añadió: “Todo el día ella es mi interés intenso” (Salmo
119:11, 97). En efecto, solía dedicar tiempo a estudiar las disposiciones del Padre
celestial. No cabe duda de que al hacerlo sentía cada vez más cariño por ellas, así
como por el Legislador, Yahvéh. Sigamos estudiando la ley divina, pues puede
ayudarnos a sentirnos cada vez más cerca del Gran Legislador y Elohim de la justicia.

Por ejemplo, las disposiciones que exigían enterrar las heces humanas, mantener en
cuarentena a los enfermos y lavarse después de tocar un cadáver se adelantaron por
muchos siglos a su época (Levítico 13:4-8; Números 19:11-13, 17-19; Deuteronomio
23:13, 14).

Mientras que en los santuarios cananeos había cámaras dedicadas a los actos
carnales, la Ley mosaica hasta prohibía el acceso al templo a quienes se hallaban en
estado de inmundicia. Dado que las relaciones sexuales conllevaban impureza
temporal, nadie tenía la opción legítima de convertirlas en parte del culto de la casa de
Yahvéh.

Un objetivo primordial de la Ley era enseñar. De hecho, el término hebreo para “ley”
(toh·ráh) significa “instrucción” (Diccionario del Judaísmo).

La Ley planteaba esta significativa pregunta: “¿Acaso es el árbol del campo un


hombre, para que lo sities?” (Deuteronomio 20:19). Filón, docto judío del siglo primero,
se refirió a este precepto y explicó que a los ojos de Elohim “es absurdo que la cólera
contra los hombres se descargue sobre cosas que ningún mal han causado”.

Preguntas para meditar

Levítico 19:9, 10; Deuteronomio 24:19 ¿Qué sentimientos nos inspira el Elohim que
estableció tales disposiciones?

Salmo 19:7-14 ¿Qué opinaba David de “la ley de Yahvéh”, y cuánto valor debemos
conceder a los preceptos divinos?

Miqueas 6:6-8 ¿Cómo nos ayuda este pasaje a ver que no debemos considerar una
carga los mandamientos de Yahvéh?

Mateo 23:23-39 ¿De qué manera demostraron los fariseos que no entendían el
espíritu de la Ley, y qué advertencia nos da este hecho?
LEGISLADOR

Aquel que da o establece leyes. La Biblia centra la atención en Yahvéh como el


Legislador fundamental del universo.

Yahvéh, el Legislador. Yahvéh es en realidad el verdadero Legislador del universo. A


Él se le deben las leyes físicas que rigen la creación material, las cosas inanimadas
(Job 38:4-38; Sl 104:5-19) y la vida animal (Job 39:1-30). También el hombre, como
creación de Yahvéh, está sometido a sus leyes físicas. Por ser una criatura racional,
con capacidad moral y espiritual, está igualmente sujeto a sus leyes morales. (Ro 12:1;
1Co 2:14-16.) Además, la ley de Yahvéh gobierna de la misma manera a las criaturas
celestiales, los ángeles. (Sl 103:20; 2Pe 2:4, 11.)

Las leyes físicas de Elohim son inquebrantables. (Jer 33:20, 21.) Por todo el universo
conocido sus leyes son tan estables y confiables que los científicos, valiéndose de las
leyes que conocen, pueden calcular los movimientos de la Luna, los planetas y otros
cuerpos celestes, con una precisión de fracciones de segundo. El que contraviene las
leyes físicas sufre las consecuencias inmediatas de esa violación. De igual manera,
las leyes morales de Elohim son irrevocables y no pueden evadirse o violarse con
impunidad. Son tan ineludibles como sus leyes naturales, aunque puede que el castigo
no sea tan inmediato. “De Elohim uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que
el hombre esté sembrando, esto también segará.” (Gál 6:7; 1Ti 5:24.)

Antes de que Elohim diese su ley a Israel, ¿cómo determinaba una persona lo que
Elohim esperaba de él?

Aunque desde la rebelión de Adán hasta el Diluvio la maldad fue en aumento entre la
mayoría de sus descendientes, algunos hombres fieles “[siguieron] andando con el
Elohim verdadero”. (Gé 5:22-24; 6:9; Heb 11:4-7.) Los únicos mandatos específicos
registrados que Elohim dio a tales hombres son las instrucciones a Noé con relación al
arca, que este obedeció a cabalidad. (Gé 6:13-22.) No obstante, había principios y
precedentes que guiaban a los humanos fieles mientras ‘andaban con el Elohim
verdadero’.

Sabían que al hombre se le habían dado generosas y abundantes provisiones en


Edén, y tenían muestra palpable del altruismo e interés amoroso de Elohim. Además,
no ignoraban que desde el mismo comienzo había existido el principio de la jefatura:
jefatura de Elohim sobre el hombre y jefatura de este sobre la mujer. Tampoco
desconocían el trabajo que Elohim había delegado en el hombre, ni su deseo de que
cuidara apropiadamente de aquello que Él le había dado para uso y disfrute. Por
ejemplo: sabían que las relaciones sexuales tenían que mantenerse entre hombre y
mujer, y que aquellos que se unieran tendrían que hacerlo constituyéndose en
matrimonio, es decir, ‘dejando padre y madre’ para unirse en un enlace duradero, no
de carácter temporal (como ocurre en la fornicación). Asimismo, el mandato de Elohim
concerniente a los árboles del jardín de Edén, en particular el relativo al árbol del
conocimiento de lo bueno y lo malo, hacía que apreciaran tanto el principio de los
derechos de propiedad como el respeto que estos merecen. Naturalmente, se dieron
cuenta de los malos resultados que fueron consecuencia de la primera mentira.
También sabían que Elohim había aprobado la adoración de Abel y desaprobado la
envidia y el odio de Caín a su hermano, y no ignoraban que Elohim le había impuesto
un castigo a Caín por el asesinato de Abel. (Gé 1:26–4:16.)

De esta manera, sin más declaraciones específicas, decretos o estatutos procedentes


de Elohim, aquellos hombres podían recurrir a estos principios y precedentes para que
les sirvieran de guía en otras situaciones similares que pudieran presentarse. Así fue
como vieron los acontecimientos anteriores al Diluvio Yeshúa y sus apóstoles siglos
más tarde. (Mt 19:3-9; Jn 8:43-47; 1Ti 2:11-14; 1Jn 3:11, 12.) Una ley es una regla de
conducta. Por las palabras y acciones de Elohim, ellos podían tener algunas nociones
sobre su manera de hacer las cosas y sus normas, y estas deberían constituir para
ellos la regla de conducta o ley que habrían de seguir. Si obraban así, podían ‘seguir
andando con el Elohim verdadero’. Los que no lo hacían, pecaban, es decir, ‘erraban
el blanco’, aunque no hubiera ningún código de leyes que los condenase.

Después del Diluvio, Elohim le dio a Noé una ley —que obligaba a toda la
humanidad— según la cual se le permitía comer carne, pero se le prohibía comer la
sangre; además, enunció el principio de la pena capital por asesinato. (Gé 9:1-6.) En
los comienzos del período postdiluviano, hombres como Abrahán, Isaac, Jacob y José
mostraron un interés genuino por la manera de obrar de Elohim, es decir, por sus
reglas de conducta. (Gé 18:17-19; 39:7-9; Éx 3:6.) A pesar de que Elohim dio ciertos
mandamientos específicos a hombres fieles (Gé 26:5), por ejemplo, la ley de la
circuncisión, no hay ningún registro de que les transmitiese un código de leyes
detallado para que lo observasen. (Compárese con Dt 5:1-3.) No obstante, no solo
contaban con la guía de los principios y preceptos del período antediluviano, sino
también con otros principios y preceptos extraídos de las expresiones de Elohim y de
su relación con la humanidad en el período posterior al Diluvio.

Así que si bien Elohim no había dado un código de leyes detallado, como dio más
tarde a los israelitas, los hombres no estaban sin medios para determinar lo que era
propio e impropio. Por ejemplo, todavía no se había enunciado una ley que condenase
específicamente la idolatría; sin embargo, como muestra el apóstol Pablo, tal práctica
era inexcusable en vista de que “las cualidades invisibles de él se ven claramente
desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas,
hasta su poder sempiterno y Divinidad”. Venerar y rendir “servicio sagrado a la
creación más bien que a Aquel que creó” era completamente irrazonable. Aquellos que
siguieran un proceder tan necio después se desviarían hacia otras prácticas injustas,
como, por ejemplo, la homosexualidad, cambiando ‘el uso natural de sí mismos a uno
que es contrario a la naturaleza’. De nuevo, aunque no se había dado ninguna ley
específica, esta práctica era obviamente contraria a lo que había hecho el Creador,
como se desprende de la misma configuración del varón y de la hembra. Por haber
sido hecho a la imagen de Elohim, el hombre tenía suficiente inteligencia para ver
estas cosas. Por lo tanto, era responsable ante Elohim si obraba en contra de Su
manera de hacer las cosas: pecaba o ‘erraba el blanco’, aunque no hubiese una ley
explícita que le imputase culpa. (Ro 1:18-27; compárese con Ro 5:13.)

El pacto de la Ley. Antes del éxodo de Egipto, Yahvéh ya había sido un Dador de
Estatutos para su pueblo Israel. (Éx 12:1, 14-20; 13:10.) Pero un ejemplo sobresaliente
de su papel como Legislador para con la nación fue la institución del pacto de la Ley.
Por primera vez había una recopilación de leyes en forma de código que controlaba
toda faceta de la vida. Este pacto, que hacía de los israelitas un pueblo exclusivo, una
nación especialmente suya, los distinguía de todas las otras naciones. (Éx 31:16, 17;
Dt 4:8; Sl 78:5; 147:19, 20.)

En un mensaje profético en el que se anunciaba la salvación de parte de Yahvéh, el


profeta Isaías declaró: “Yahvéh es nuestro Juez, Yahvéh es nuestro Dador de
Estatutos [“Legislador”, BJ, DK, SA, Val], Yahvéh es nuestro Rey; él mismo nos
salvará”. (Isa 33:22.) Por consiguiente, en Israel Yahvéh constituía el poder judicial,
legislativo y ejecutivo; las tres ramas de la gobernación se combinaban en Él. De
manera que la profecía de Isaías garantizaba que la nación recibiría protección y guía
completas, ya que resaltaba que Yahvéh era, en todo aspecto, el gobernante
soberano.

Cuando Isaías dijo que Yahvéh era el Dador de Estatutos o Legislador, empleó una
forma del término hebreo ja·qáq, cuyo significado literal es “tallar” o “inscribir”. El léxico
hebreo de W. Gesenius comenta sobre esta palabra lo siguiente: “Ya que la inscripción
de decretos y estatutos en tablillas y monumentos públicos era competencia del
legislador, quedó adscrito al término el concepto de emitir decretos”. (A Hebrew and
English Lexicon of the Old Testament, traducción al inglés de E. Robinson, 1836, pág.
366.) En diversas versiones de la Biblia el término hebreo se ha traducido por
“comandante”, “príncipe”, “jefe”, “legislador”, “capitán” y “gobernante”. (Gé 49:10; Dt
33:21; Jue 5:14; Sl 60:7; 108:8; compárense BAS; Mod; NM; Val, 1960; VP.) Por
consiguiente, la traducción de este vocablo por “Dador de Estatutos” concuerda con
una de las acepciones de la palabra hebrea, y sirve de punto de referencia adecuado y
más completo en Isaías 33:22, donde se halla en el mismo pasaje que títulos como
“Juez” y “Rey”.
Elohim no había dado una ley tan detallada a ninguna otra nación o pueblo. Sin
embargo, había creado al hombre justo y le había dotado con la facultad de la
conciencia. A pesar de la imperfección inherente en el hombre caído y la tendencia al
pecado, aún era manifiesto que había sido hecho a la imagen y semejanza de su
Creador y que tenía la facultad de la conciencia. De hecho, aun entre las naciones que
no eran israelitas se fijaron ciertas reglas de conducta y decretos judiciales que
reflejaban hasta cierto grado los principios justos de Elohim.

El apóstol Pablo comentó acerca de ello en su carta a los Romanos, donde dijo: “Por
ejemplo, todos los que hayan pecado sin ley, también perecerán sin ley; pero todos los
que hayan pecado bajo ley serán juzgados por ley. Porque los oidores de ley no son
los justos ante Elohim, sino que a los hacedores de ley se declarará justos. Porque
siempre que los de las naciones que no tienen ley hacen por naturaleza las cosas de
la ley, estos, aunque no tienen ley, son una ley para sí mismos. Son los mismísimos
que demuestran que la sustancia de la ley está escrita en sus corazones, mientras su
conciencia da testimonio con ellos y, entre sus propios pensamientos, están siendo
acusados o hasta excusados”. (Ro 2:12-15.) En consecuencia, aunque estas naciones
no estaban en pacto con Elohim, no eran inocentes de pecado, o lo que es lo mismo,
‘de errar el blanco’ con relación a las normas perfectas de Yahvéh. (Compárese con
Ro 3:9.)

Al dar el pacto de la Ley a Israel, Elohim puso de manifiesto que todas las personas,
no únicamente los paganos idólatras, sino también los propios israelitas, eran
culpables de pecado. La Ley sirvió para que los israelitas tuviesen plena conciencia de
que no satisfacían las normas elevadas de Elohim en muchos respectos. De ese
modo, ‘toda boca se cerraría y todo el mundo quedaría expuesto a castigo ante Elohim
[...] porque por ley es el conocimiento exacto del pecado’. (Ro 3:19, 20.) Aun cuando el
israelita no practicase idolatría, se abstuviese de la sangre y no tuviese culpa alguna
por asesinato, el pacto de la Ley lo consideraba culpable de pecado, pues calificaba
de pecaminosas una gran cantidad de acciones y actitudes personales. Por esa razón
Pablo, desde la perspectiva de sus antepasados anteriores al pacto de la Ley, dice:
“Realmente, yo no habría llegado a conocer el pecado si no hubiera sido por la Ley; y,
por ejemplo, no habría conocido la codicia si la Ley no hubiera dicho: ‘No debes
codiciar’. [...] De hecho, yo estaba vivo en otro tiempo aparte de ley; mas cuando llegó
el mandamiento, el pecado revivió, pero yo morí”. (Ro 7:7-9.)

Otros legisladores. Cuando el Hijo de Elohim vino a la Tierra, reconoció a Yahvéh


como su Legislador y Elohim. Como judío, había nacido bajo el pacto de la Ley, y
estaba obligado a obedecerla completamente. (Gál 4:4, 5.) Él, a su vez, promulgó
leyes para sus seguidores, tanto de palabra como por medio de la influencia del
espíritu santo sobre los que escribieron las Escrituras Cristianas. Al conjunto de estas
leyes se le conoce como “la ley del Cristo”. (Gál 6:2; Jn 15:10-15; 1Co 9:21.) Esta ley
rige al “Israel de Elohim”, su “nación” espiritual. (Gál 6:16; 1Pe 2:9.) Sin embargo,
Cristo no fue el originador de estas leyes, sino que las obtuvo de Yahvéh, el gran
Legislador. (Jn 14:10.)

Moisés. Aunque la Biblia menciona repetidas veces “la ley de Moisés” (Jos 8:31, 32;
1Re 2:3; 2Cr 23:18; 30:16), también reconoce que Yahvéh es el verdadero Legislador
y Moisés fue tan solo su instrumento y representante a la hora de dar la Ley a Israel.
(2Cr 34:14.) Incluso los ángeles participaron en representar a Elohim en esta cuestión,
pues la Ley “fue transmitida mediante ángeles por mano de un mediador”. Sin
embargo, a Moisés se le llama el legislador porque Yahvéh le nombró mediador del
pacto entre Él e Israel. (Gál 3:19; Heb 2:2.)

Gobernantes humanos legisladores. Elohim no ha establecido a los gobiernos


humanos ni les ha dado su autoridad, pero les ha permitido existir. En algunas
ocasiones ha quitado a ciertos gobiernos y, en armonía con su propósito, ha permitido
que otros diferentes alcancen el poder. (Dt 32:8; Da 4:35; 5:26-31; Hch 17:26; Ro
13:1.) Algunos de estos gobernantes llegan a ser legisladores para su nación, estado o
comunidad, pero sus leyes y estatutos solo son apropiados si están dentro del marco
de la ley del Gran Legislador, Yahvéh Elohim, y en armonía con ella. El famoso jurista
británico Sir William Blackstone dijo con referencia a la ley de Elohim que rige las
cosas naturales: “Es preceptiva en todo el orbe, en todos los países y en todas las
épocas. Ninguna ley humana será válida si la contradice; y, si es válida, habrá de
derivar toda su fuerza y autoridad, directa o indirectamente, de esta ley original”.
Asimismo, “todas las leyes humanas dependen de estos dos fundamentos: la ley de la
naturaleza y la ley de la revelación [que solo se halla en las Santas Escrituras]; lo que
equivale a decir que no se debería tolerar que ninguna ley humana estuviera en pugna
con ellas”. (Chadman’s Cyclopedia of Law, 1912, vol. 1, págs. 89, 91; compárese con
Mt 22:21; Hch 5:29.)

En la congregación cristiana. Santiago, el medio hermano de Yeshúa, escribió a


algunos cristianos que se estaban volviendo orgullosos, jactanciosos y críticos para
con sus hermanos cristianos: “Dejen de hablar unos contra otros, hermanos. El que
habla contra un hermano o juzga a su hermano habla contra ley y juzga ley. Ahora
bien, si juzgas ley, no eres hacedor de ley, sino juez. Uno solo hay que es legislador
[gr. no·mo·thé·tēs] y juez, el que puede salvar y destruir. Pero tú, ¿quién eres, para
que estés juzgando a tu prójimo?”. Santiago continúa hablando de aquellos que se
vanagloriaban de lo que iban a hacer en el futuro como si fueran ajenos a cualquier
circunstancia, en lugar de decir: “Si Yahvéh quiere”. (Snt 4:11-16.) Santiago había
hablado de la “ley real”: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. (Snt 2:8.)
Como estos cristianos mostraban falta de amor al prójimo y hablaban en contra de él,
estaban erigiéndose en jueces de la ley divina, haciendo y promulgando sus propias
leyes.
En su carta a los Romanos el apóstol Pablo había dado un consejo similar
concerniente a aquellos que estaban juzgando a otros sobre aspectos relacionados
con el comer y el beber: “¿Quién eres tú para juzgar al sirviente de casa ajeno? Para
su propio amo está en pie o cae. En verdad, se le hará estar en pie, porque Yahvéh
puede hacer que esté en pie”. (Ro 14:4.)

A la luz de lo mencionado antes, ¿cómo se han de entender las instrucciones de Pablo


con respecto a un caso serio de fornicación en la congregación de Corinto? Él dijo:
“Yo, por mi parte, aunque ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ciertamente
he juzgado ya, como si estuviera presente, al hombre que ha obrado de dicha manera
[...]. ¿No juzgan ustedes a los de adentro, mientras Elohim juzga a los de afuera?
‘Remuevan al hombre inicuo de entre ustedes’”. Luego habló de juzgar los asuntos de
esta vida, así como de aquellos que habían sido puestos “en la congregación [...] por
jueces”. (1Co 5:1-3, 12, 13; 6:3, 4; compárese con Jn 7:24.)

Por la autoridad que le había sido conferida como apóstol de Yeshúa el Ungido, Pablo
era responsable de la limpieza y bienestar de la congregación (2Co 1:1; 11:28); por
ello escribió a aquellos que tenían autoridad sobre la congregación por nombramiento
del cuerpo gobernante. (Hch 14:23; 16:4, 5; 1Ti 3:1-13; 5:22.) Ellos tenían la
responsabilidad de mantener la buena reputación de la congregación para que fuese
pura a los ojos de Elohim. Cuando estos hombres se sentaran para juzgar el caso
mencionado —una violación pública y flagrante de la ley de Elohim— no se eregirían
en jueces de la ley divina, ni harían leyes según su voluntad. Tampoco irían más allá
de los límites de la ley dada por Elohim. Simplemente actuarían en armonía con la ley
otorgada por el Gran Dador de Estatutos y denunciarían la fornicación como algo
inmundo. Según esta ley, los que practicaran tal inmundicia no podrían entrar en el
reino de Elohim (1Co 6:9, 10) y no serían dignos de permanecer en asociación con la
congregación de Cristo. Sin embargo, aun cuando expulsaran a los inmundos, los
hombres responsables de la limpieza de la congregación no ejecutarían la pena que
solo Elohim mismo, el Legislador, ejecutará sobre los que persistan en tal proceder sin
arrepentirse: la pena de muerte. (Ro 1:24-27, 32.)

Pablo también dice a los cristianos que “los santos juzgarán al mundo” y que
“juzgaremos a ángeles”. En esta ocasión no hablaba del presente, sino del futuro,
cuando aquellos que reinen con Cristo en el Reino se sienten como jueces celestiales
para aplicar la ley de Elohim y ejecutar juicio sobre los inicuos. (1Co 6:1-3; Rev 20:6;
compárese con 1Co 4:8.)

La bendición de Moisés sobre Gad. Cuando Moisés bendijo a todas las tribus de Israel
poco antes de morir, “en cuanto a Gad dijo: ‘Bendito es el que ensancha los confines
de Gad. [...] Y [Gad] escogerá la primera parte para sí, porque allí está reservado el
lote asignado del dador de estatutos’”. (Dt 33:20, 21.) En este caso, el uso del término
“dador de estatutos” puede tener el siguiente significado: que bajo la dirección de
Josué y Eleazar, el sumo sacerdote, la mayoría de las tribus recibieron la asignación
de su herencia echando suertes. No obstante, poco tiempo después de la derrota de
los madianitas, las tribus de Gad y Rubén solicitaron el territorio que se encontraba al
E. del río Jordán. Como estas tribus tenían una gran cantidad de ganado, la tierra
solicitada era idónea para sus manadas. Moisés escuchó su solicitud de manera
favorable y les concedió esta parte de la tierra. (Nú 32:1-5, 20-22, 28.) Por lo tanto, su
porción fue un “lote asignado del dador de estatutos”, Moisés, el legislador de Israel.

LEY

“Precepto dictado por la suprema autoridad, en que se manda o prohíbe una cosa en
consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados [...]. Conjunto de las
leyes, o cuerpo del derecho civil [...]. Todo aquello que es arreglado a la voluntad
divina y recta razón.” (Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española.)
“Nombre abstracto aplicado al conjunto de normas creadas por los hombres para
regular sus relaciones.” (Diccionario de Uso del Español, de María Moliner.) “Conjunto
de preceptos que provienen de la voluntad de Elohim y que han sido manifestados por
una revelación.” (Nueva Enciclopedia Larousse.)

En las Escrituras Hebreas, la palabra “ley” se traduce principalmente del término


hebreo toh·ráh, término relacionado con el verbo ya·ráh, que significa “dirigir; enseñar;
instruir en”. En algunos casos se traduce de la voz aramea dath. (Da 6:5, 8, 15.) Otros
términos que se traducen por “ley” en la Versión Moderna son misch·pát (decisión
judicial; juicio) y mits·wáh (mandamiento). En las Escrituras Griegas se traduce por
“ley” la palabra nó·mos, que proviene del verbo né·mō (repartir; distribuir”).

Se dice que Yahvéh Elohim es la Fuente de la ley, el Legislador Supremo (Isa 33:22),
el Soberano que delega autoridad (Sl 73:28; Jer 50:25; Lu 2:29; Hch 4:24; Rev 6:10) y
sin cuyo permiso o concesión no se puede ejercer la autoridad o mando. (Ro 13:1; Da
4:35; Hch 17:24-31.) Su trono está establecido sobre la justicia y el juicio. (Sl 97:1, 2.)
La voluntad expresada de Elohim llega a ser ley para sus criaturas. (Véase CAUSA
JUDICIAL.)

Leyes dadas a los ángeles. Los ángeles, superiores al hombre, están sujetos a la ley y
a los mandamientos de Elohim. (Heb 1:7, 14; Sl 104:4.) Yahvéh incluso dio órdenes y
restringió a su adversario Satanás. (Job 1:12; 2:6.) El arcángel Miguel acató la
posición de Yahvéh como Juez Supremo cuando dijo, al disputar con el Diablo: “Que
Yahvéh te reprenda”. (Jud 9; compárese con Zac 3:2.) Yahvéh Elohim ha colocado a
todos los ángeles bajo la autoridad del glorificado Yeshúa el Ungido. (Heb 1:6; 1Pe
3:22; Mt 13:41; 25:31; Flp 2:9-11.) Por mandato de Yeshúa, a Juan se le envió un
mensajero angélico. (Rev 1:1.) En 1 Corintios 6:3 el apóstol Pablo dice que los
hermanos espirituales de Cristo ‘juzgarán a ángeles’, lo que debe responder al hecho
de que participarán de algún modo en la ejecución de juicio sobre los espíritus inicuos.

La ley de la creación divina. Otra definición de la palabra “ley”, que aparece en la


Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana (Espasa-Calpe), es la siguiente:
“Cada uno de los principios invariables por que se rige el mundo físico”. Como Creador
de todas las cosas en el cielo y en la Tierra (Hch 4:24; Rev 4:11), Yahvéh ha
establecido leyes que rigen todas las cosas creadas. En Job 38:10, se hace mención
de una “disposición reglamentaria” sobre el mar; en Job 38:12, de ‘dar órdenes a la
mañana’, y en Job 38:31-33, se dirige la atención a las constelaciones estelares y a
“los estatutos de los cielos”. Este último capítulo también menciona que Elohim
gobierna la luz, la nieve, el granizo, las nubes, la lluvia, el rocío y los relámpagos. En
los Job capítulos 39 al 41 se muestra el cuidado de Elohim por el reino animal, y se
atribuyen el nacimiento, los ciclos de la vida y los hábitos de los animales a las leyes
que Elohim ha dictado, no a ninguna “adaptación” evolutiva. De hecho, cuando Elohim
creó las diversas formas de vida, las sujetó a la ley de reproducirse “según su género”,
lo que excluía la evolución. (Gé 1:11, 12, 21, 24, 25.) El hombre también produjo hijos
“a su semejanza, a su imagen”. (Gé 5:3.) En el Salmo 139:13-16 se habla del
crecimiento embrionario de un niño en la matriz y se dice que todas sus partes están
escritas en el “libro” de Yahvéh antes de que ninguna de ellas viniera a la existencia.
En Job 26:7 se dice que Yahvéh es Aquel que está “colgando la tierra sobre nada”. En
la actualidad, los científicos atribuyen la posición de la Tierra en el espacio
fundamentalmente a la interacción de la ley de la gravedad y la fuerza centrífuga.

Leyes dadas a Adán. En el jardín de Edén, Adán y Eva recibieron algunos mandatos
de Elohim relacionados con sus deberes: 1) llenar la Tierra, 2) sojuzgarla y 3) tener en
sujeción a todas las otras criaturas terrestres, marinas y voladoras. (Gé 1:28.) También
se les dieron leyes en cuanto a su dieta: podrían comer la vegetación que da semilla y
la fruta. (Gé 1:29; 2:16.) Sin embargo, Adán recibió un mandato que prohibía comer
del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo (Gé 2:17), y este mandato se le
transmitió a Eva. (Gé 3:2, 3.) A Adán se le presenta como un transgresor, debido a
que violó una ley explícita. (Ro 5:14, 17; 4:15.)

Las leyes dadas a Noé y la ley patriarcal. A Noé se le dieron mandamientos


relacionados con la construcción del arca y la salvación de su familia. (Gé 6:22.)
Después del Diluvio, también recibió leyes, según las cuales el hombre podía incluir
carne en su dieta alimentaria; se declaraba la santidad de la vida y de la sangre, en
donde radica la vida; se prohibía comer la sangre; se condenaba el asesinato, y se
instituía la pena capital por este delito. (Gé 9:3-6.)

El patriarca era a la vez cabeza de familia y gobernante. Se dice que Yahvéh es el


gran Cabeza de Familia o Patriarca: “El Padre, a quien toda familia en el cielo y en la
tierra debe su nombre”. (Ef 3:14, 15.) Noé, Abrahán, Isaac y Jacob son ejemplos
sobresalientes de patriarcas. Yahvéh trató con ellos de manera especial. A Abrahán se
le dio el mandato de circuncidar a todos los varones de su casa como una señal del
pacto que Elohim había hecho con él. (Gé 17:11, 12.) Abrahán observó los
“mandatos”, “estatutos” y “leyes” de Yahvéh. Conocía cómo hacía justicia y juicio
Yahvéh, y ordenó que los miembros de su casa guardasen esos estatutos. (Gé 26:4,
5; 18:19.)
Por lo general, las leyes que rigieron la vida de los patriarcas también eran
reconocidas y hasta cierto grado estaban reflejadas en las leyes de las naciones de
aquel tiempo, naciones que provenían de los tres hijos del patriarca Noé. Por ejemplo:
el Faraón de Egipto sabía que era impropio tomar la esposa de otro hombre (Gé
12:14-20), como hicieron los reyes de los filisteos en los casos de Sara y Rebeca. (Gé
20:2-6; 26:7-11.)

En los días de Moisés, los israelitas eran esclavos en Egipto. Se habían trasladado
voluntariamente a Egipto en tiempos de Jacob, pero una vez muerto José, el hijo de
Jacob y primer ministro del país, se les esclavizó. De hecho, se les vendió en
esclavitud sin ninguna compensación a cambio. De acuerdo con la ley patriarcal de
redención y la ley de la primacía del primogénito, Yahvéh le dijo al Faraón por boca de
Moisés y Aarón: “Israel es mi hijo, mi primogénito. Y yo te digo: Envía a mi hijo para
que me sirva. Pero si rehúsas enviarlo, ¡mira!, voy a matar a tu hijo, a tu primogénito”.
(Éx 4:22, 23.) Para esta redención no era necesario que se pagase un precio, y nada
se le dio a Egipto a cambio. Cuando finalmente los israelitas abandonaron a sus amos
egipcios, “Yahvéh dio favor al pueblo a los ojos de los egipcios, de modo que estos les
concedieron lo que se pidió; y ellos despojaron a los egipcios”. (Éx 3:21; 12:36.)
Habían entrado en Egipto con la aquiescencia del Faraón, como un pueblo libre, no
como prisioneros de guerra sometidos a esclavitud. Dado que su esclavizamiento
había sido injusto, Yahvéh se había asegurado de que al salir se les retribuyese por
todo su duro trabajo.

A toda la familia se la consideraba responsable de las violaciones de la ley que


cometiera alguno de sus miembros. El cabeza patriarcal era el representante
responsable, a quien se culpaba por los errores de su familia y de quien se requería
que castigase a cualquier malhechor de su familia. (Gé 31:30-32.)

El matrimonio y la primogenitura. Los padres eran los que concertaban el matrimonio


tanto de sus hijos como de sus hijas. (Gé 24:1-4.) Era común pagar un precio por la
novia. (Gé 34:11, 12.) Entre los adoradores de Yahvéh, el casarse con idólatras era
mostrar desobediencia e ir en contra de los intereses de la familia. (Gé 26:34, 35;
27:46; 28:1, 6-9.)

La primogenitura le correspondía al hijo mayor, y a él le pertenecía por herencia.


Además, la primogenitura conllevaba recibir una porción doble de los bienes. Sin
embargo, el padre, como cabeza de familia, podía transferirla. (Gé 48:22; 1Cr 5:1.) Por
lo general, el hijo mayor se convertía en el cabeza patriarcal cuando moría el padre.
Después de casarse, los hijos podían fundar sus propias casas fuera de la jefatura del
padre y llegar a ser ellos mismos cabezas de familia.
Moralidad. La fornicación era vergonzosa y se castigaba, especialmente en los casos
de personas prometidas o casadas (adulterio). (Gé 38:24-26; 34:7.) Se practicaba el
matrimonio de levirato cuando un hombre moría sin tener descendiente varón. En ese
caso, su hermano tenía la responsabilidad de tomar por esposa a la viuda, y el
primogénito de esa unión heredaría los bienes del hombre muerto y conservaría su
nombre. (Dt 25:5, 6; Gé 38:6-26.)

Propiedad. En líneas generales, parece que no se tenía propiedad privada, aparte de


unas pocas pertenencias personales, pues los rebaños y los enseres de la casa eran
posesión común de la familia. (Gé 31:14-16.)

Sobre la base de algunos testimonios históricos relacionados, hay doctos que opinan
que cuando se realizaba la venta de un terreno, existía la costumbre de mostrarle la
tierra al comprador desde un lugar elevado y señalarle desde allí las lindes exactas.
En el momento en que el comprador decía “la veo”, daba su conformidad legal.
Cuando Yahvéh le prometió a Abrahán que le daría la tierra de Canaán, primero le dijo
que mirara en dirección a los cuatro puntos cardinales. Abrahán no dijo “la veo” quizás
porque Elohim le había dicho que daría la Tierra Prometida más tarde a su
descendencia. (Gé 13:14, 15.) A Moisés, el representante legal de Israel, se le dijo “ve
con tus ojos” la tierra, lo que indicaría —si la costumbre aquí expuesta responde a la
realidad— que aquella tierra se le entregaba a Israel, una tierra que ellos ocuparían
bajo el acaudillamiento de Josué. (Dt 3:27, 28; 34:4; considérese también el
ofrecimiento que Satanás le hizo a Yeshúa en Mt 4:8.) Otra acción que al parecer
también tenía un carácter legal parecido era atravesar la tierra o entrar en ella con el
objeto de significar que se tomaba posesión. (Gé 13:17; 28:13.) Hay documentos
antiguos en los que se hace constar el número de árboles que había en un
determinado terreno cuya compra se efectuaba. (Compárese con Gé 23:17, 18.)

Custodia. Cuando un individuo prometía cuidar o ‘guardar’ a una persona, un animal o


una cosa, recaía sobre él responsabilidad legal. (Gé 30:31.) En el caso de la
desaparición de José, Rubén, como primogénito de Jacob, fue el responsable. (Gé
37:21, 22, 29, 30.) El que quedaba al cuidado tenía que mostrar suficiente interés por
aquello que se había dejado a su cargo. Por ejemplo: debía restituir los animales
robados, pero no los que morían de muerte natural o se habían perdido por razones
ajenas a su control, como en el caso de que ladrones armados robasen ovejas. Si un
animal moría despedazado por una fiera, tenían que presentarse pruebas de que el
animal había sido despedazado para librar de responsabilidad al guardián. (Gé 37:12-
30, 32, 33; Éx 22:10-13.)

Esclavitud. Los esclavos podían ser comprados para tal propósito, o simplemente serlo
por haber nacido de padres esclavos. (Gé 17:12, 27.) Como ocurrió en el caso de
Eliezer, el siervo de Abrahán, podían ser muy estimados en la casa patriarcal. (Gé
15:2; 24:1-4.)

La Ley de Elohim dada a Israel: la Ley de Moisés. En 1513 a. E.C., Yahvéh le dio a
Israel la Ley por medio de Moisés en el desierto de Sinaí. Cuando se inauguró el pacto
de la Ley en el monte Horeb, hubo una impresionante demostración del poder de
Yahvéh. (Éx 19:16-19; 20:18-21; Heb 12:18-21, 25, 26.) Se dio validez al pacto con la
sangre de toros y cabras. El pueblo presentó ofrendas de comunión y escuchó la
lectura del libro del pacto, después de lo cual concordaron en obedecer todo lo que
Yahvéh había hablado. Muchas de las leyes patriarcales anteriores se incorporaron en
la Ley dada por mediación de Moisés. (Éx 24:3-8; Heb 9:15-21; véase PACTO.)

A menudo a los primeros cinco libros de la Biblia (de Génesis a Deuteronomio) se les
llama la Ley. En otras ocasiones, este término se usa con referencia a todas las
Escrituras Hebreas inspiradas. Sin embargo, los judíos normalmente consideraban
que todas las Escrituras Hebreas se componían de tres secciones: “la ley de Moisés”,
“los Profetas” y “los Salmos”. (Lu 24:44.) Asimismo, en Israel también eran obligatorios
los mandatos que transmitían los profetas.

En la Ley se reconocía a Yahvéh como Soberano absoluto y también como Rey de


una manera especial. Por consiguiente, puesto que Yahvéh era Elohim y Rey de
Israel, la desobediencia a la Ley era una ofensa religiosa y un delito de lesa majestad,
es decir, una afrenta contra el Cabeza del Estado: el Rey Yahvéh. Se dijo de David, de
Salomón y de los sucesores al trono de Judá que se sentaban en el “trono de Yahvéh”.
(1Cr 29:23.) Los reyes humanos y los gobernantes de Israel estaban bajo la Ley, y
aquellos que se volvían déspotas, eran violadores de la Ley y tenían que rendir
cuentas a Elohim. (1Sa 15:22, 23.) La monarquía y el sacerdocio estaban separados,
lo que permitía que hubiese un equilibrio de poder y protegía al pueblo de la tiranía.
Este hecho recordaba a los israelitas que Yahvéh era su Elohim y su verdadero Rey.
La Ley determinaba la relación que cada individuo mantenía con Elohim y con su
prójimo, y toda persona podía acercarse a Elohim por medio del sacerdocio.

La Ley dio a los israelitas la oportunidad de convertirse en un “reino de sacerdotes y


una nación santa”. (Éx 19:5, 6.) El que la Ley exigiese devoción exclusiva a Yahvéh, la
prohibición absoluta de cualquier forma de unión de fes y las regulaciones
concernientes a la limpieza religiosa y a la dieta alimentaria, constituían un “muro” para
mantener a la nación bien separada de las otras naciones. (Ef 2:14.) Difícilmente un
judío podría entrar en una tienda o casa gentil, o comer con gentiles, sin hacerse
inmundo religiosamente. De hecho, cuando Yeshúa estuvo en la Tierra, se creía que
con solo entrar en una casa o edificio gentil, un judío ya quedaba inmundo. (Jn 18:28;
Hch 10:28.) Se protegía la santidad de la vida y la dignidad y el honor de la familia, del
matrimonio y de la persona. Otros efectos de la separación religiosa que produjo el
pacto de la Ley eran los siguientes: beneficios en la salud y protección de
enfermedades comunes a las naciones vecinas. El obedecer las leyes de limpieza
moral, higiene física y dieta alimentaria sin duda tenía efectos muy saludables.

Pero el verdadero propósito de la Ley era, como dijo el apóstol Pablo, “poner de
manifiesto las transgresiones, hasta que llegara la descendencia”. La Ley era un ‘tutor
que conducía a Cristo’, y señaló hacia él como objetivo principal: “Cristo es el fin de la
Ley”. También reveló que todos los humanos, lo que obviamente no excluía a los
judíos, eran pecadores y que la vida no se podía obtener por medio de “obras de ley”.
(Gál 3:19-24; Ro 3:20; 10:4.) La Ley era “espiritual” y “santa”. (Ro 7:12, 14.) En Efesios
2:15 se le llama la “Ley de mandamientos que consistía en decretos”. En realidad, era
una norma de perfección, y señalaba como perfecto y merecedor de vida a aquel que
pudiera guardarla. (Le 18:5; Gál 3:12.) El hecho de que los humanos imperfectos no
pudiesen cumplir la Ley demostró que “todos han pecado y no alcanzan a la gloria de
Elohim” (Ro 3:23); solo Yeshúa el Ungido la cumplió intachablemente. (Jn 8:46; Heb
7:26.)

La Ley también era “una sombra de las buenas cosas por venir”, y las cosas
relacionadas con ella eran “representaciones típicas”, de manera que tanto Yeshúa
como los apóstoles a menudo hicieron referencia a ellas para explicar cosas
celestiales y asuntos concernientes a la doctrina y conducta cristianas. Por lo tanto, la
Ley proporciona un campo de estudio esencial y necesario para el cristiano. (Heb 10:1;
9:23.)

Yeshúa dijo que toda la Ley pendía de dos mandamientos: amar a Elohim y amar al
prójimo. (Mt 22:35-40.) Es interesante el hecho de que en el libro de Deuteronomio
(donde se modificó un poco la Ley para tener en cuenta las nuevas circunstancias del
pueblo de Israel cuando se establecieran en la Tierra Prometida) las palabras hebreas
que se traducen “amor”, “amado”, etc., aparecen más de veinte veces.

Las Diez Palabras (Éx 34:28) o Diez Mandamientos constituían la parte básica de la
Ley, pero estaban combinados con unas 600 leyes más, cuya observancia era de igual
obligatoriedad para los israelitas. (Snt 2:10.) Los cuatro primeros de los Diez
Mandamientos definían la relación del hombre con Elohim; el quinto, con Elohim y con
los padres, y los últimos cinco, con el prójimo. Estos últimos cinco se mencionan en
orden de gravedad en función del daño causado al prójimo: asesinato, adulterio, robo,
dar falso testimonio y codicia o deseo egoísta. El décimo mandamiento hace que la
Ley sea única en comparación con las leyes de todas las demás naciones, pues
prohíbe el deseo egoísta, algo que únicamente Elohim puede sancionar. En realidad,
este mandamiento revela la causa por la que se violan los otros mandamientos. (Éx
20:2-17; Dt 5:6-21; compárese con Ef 5:5; Col 3:5; Snt 1:14, 15; 1Jn 2:15-17.)
La Ley contenía muchos principios y estatutos orientadores. No obstante, los jueces
tenían libertad para investigar y analizar los motivos y la actitud de los transgresores,
así como las circunstancias relacionadas con la transgresión. Un transgresor que
obraba de manera deliberada y que era irrespetuoso o no estaba arrepentido recibía la
pena máxima. (Nú 15:30, 31.) En otros casos, se podía dictar una sentencia más
liviana. Por ejemplo, mientras que se debía ejecutar sin falta a un asesino, se podía
mostrar misericordia a un homicida involuntario. (Nú 35:15, 16.) En el caso de que un
toro que tuviese la costumbre de acornear matase a un hombre, su dueño debería
morir o pagar el rescate que le impusiesen los jueces. (Éx 21:29-32.) Parece ser que la
diferencia de castigos que se puede apreciar al comparar Éxodo 22:7 con Levítico 6:1-
7 dependía de que el individuo en cuestión fuese un ladrón deliberado o un malhechor
que confesaba voluntariamente.

La ley de la conciencia. Esta se debe a que las personas tienen la ‘ley escrita en el
corazón’. Aquellos que no están bajo una ley directa de Elohim, como la Ley dada por
medio de Moisés, son “una ley para sí mismos”, pues sus conciencias hacen que sean
“acusados o hasta excusados” en sus propios pensamientos. (Ro 2:14, 15.) Muchas
leyes justas de las sociedades paganas reflejan esta conciencia con la que se dotó
originalmente a Adán, nuestro antepasado común, y que se transmitió por medio de
Noé. (Véase CONCIENCIA.)

En 1 Corintios 8:7 el apóstol Pablo menciona que la falta de conocimiento cristiano


exacto puede resultar en una conciencia débil. La conciencia puede ser para la
persona tanto una buena guía como una guía pobre, todo dependerá del conocimiento
y la formación que la persona reciba. (1Ti 1:5; Heb 5:14.) La conciencia puede
corromperse y, en consecuencia, descarriar a la persona. (Tit 1:15.) Debido a que
obran constantemente en contra del dictado de su conciencia, algunos terminan
insensibilizándola, como el tejido cicatrizal, y su conciencia deja de ser una guía fiable.
(1Ti 4:1, 2.)

“La ley del Cristo.” Pablo escribió: “Sigan llevando las cargas los unos de los otros, y
así cumplan la ley del Cristo”. (Gál 6:2.) Mientras que el pacto de la Ley terminó en
Pentecostés de 33 E.C. (“ya que se está cambiando el sacerdocio, por necesidad llega
a haber también un cambio de la ley”, Heb 7:12), los cristianos llegan a estar “bajo ley
para con Cristo”. (1Co 9:21.) Esta ley se llama la “ley perfecta que pertenece a la
libertad”, “la ley de un pueblo libre”, “la ley de la fe”. (Snt 1:25; 2:12; Ro 3:27.) Por
medio del profeta Jeremías, Yahvéh predijo esta ley cuando habló de un nuevo pacto y
de escribir su ley en los corazones de su pueblo. (Jer 31:31-34; Heb 8:6-13.)

Al igual que Moisés, el mediador del pacto de la Ley, Yeshúa el Ungido es el mediador
del nuevo pacto. Moisés escribió la Ley en forma de código; pero Yeshúa no puso por
escrito personalmente ninguna ley. Él habló y puso su ley en la mente y en el corazón
de sus discípulos, quienes tampoco pusieron por escrito leyes en forma de código para
los cristianos, ni clasificaron las leyes en categorías y subdivisiones. Sin embargo, las
Escrituras Griegas Cristianas están llenas de leyes, mandamientos y decretos
preceptivos para el cristiano. (Rev 14:12; 1Jn 5:2, 3; 4:21; 3:22-24; 2Jn 4-6; Jn 13:34,
35; 14:15; 15:14.)

Yeshúa mandó a sus discípulos que predicasen las ‘buenas nuevas del reino’. Su
mandato se halla en Mateo 10:1-42 y en Lucas 9:1-6; 10:1-12. En Mateo 28:18-20 dio
un nuevo mandamiento a sus discípulos: ir, no solo a los judíos, sino a todas las
naciones, para hacer discípulos y bautizarlos con un nuevo bautismo, “en el nombre
del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que
yo les he mandado”. Por consiguiente, con autorización divina, Yeshúa enseñó y dio
mandamientos, tanto cuando estuvo en la Tierra (Hch 1:1, 2) como después de su
resurrección. (Hch 9:5, 6; Rev 1:1-3.) Todo el libro de Revelación se compone de
profecías, mandamientos, admoniciones e instrucciones para la congregación
cristiana.

La “ley del Cristo” abarca todos los aspectos de la vida y el trabajo de un cristiano. Con
la ayuda del espíritu de Elohim, el cristiano puede apegarse a sus mandatos, a fin de
ser juzgado favorablemente por esa ley, pues es “la ley de ese espíritu que da vida en
unión con Cristo Yeshúa”. (Ro 8:2, 4.)

La “ley de Elohim”. El apóstol Pablo habla de la lucha que sostiene el cristiano al verse
influido por dos factores: por un lado, la “ley de Elohim” —o la “ley de ese espíritu que
da vida”—, y por otro, la “ley del pecado” —o la “ley del pecado y de la muerte”—.
Pablo describe el conflicto diciendo que la carne caída, infectada con el pecado, está
esclavizada a la “ley del pecado”. “El tener la mente puesta en la carne significa
muerte”, pero “Elohim, al enviar a su propio Hijo en la semejanza de carne pecaminosa
y tocante al pecado, condenó al pecado en la carne”. Gracias a la ayuda del espíritu
de Elohim, el cristiano puede ganar la pelea, ejerciendo fe en Cristo, dando muerte a
las prácticas del cuerpo y viviendo en armonía con la dirección del espíritu. Con este
proceder conseguirá la vida. (Ro 7:21–8:13.)

La ley del pecado y de la muerte. El apóstol Pablo dice que debido al pecado de Adán,
el padre de la humanidad, “la muerte reinó” desde Adán hasta el tiempo de Moisés
(cuando se dio la Ley), y que la Ley puso de manifiesto las transgresiones, al hacer a
los hombres culpables de pecado. (Ro 5:12-14; Gál 3:19.) Como esta regla o ley del
pecado obra en la carne imperfecta, ejerce poder sobre ella y hace que tienda a violar
la ley de Elohim. (Ro 7:23; Gé 8:21.) El pecado provoca la muerte. (Ro 6:23; 1Co
15:56.) La ley de Moisés no podía vencer el dominio de estos dos reyes: el pecado y la
muerte. Sin embargo, la libertad y la victoria vienen por medio de la bondad
inmerecida de Elohim dada a través de Yeshúa el Ungido. (Ro 5:20, 21; 6:14; 7:8, 9,
24, 25.)

La “ley de la fe”. La “ley de la fe” se contrasta con “la de obras”. El hombre no puede
alcanzar la justicia mediante sus propias obras o las de la ley de Moisés, como si
consiguiese la justicia como pago por su proceder, sino que la justicia viene por la fe
en Yeshúa el Ungido. (Ro 3:27, 28; 4:4, 5; 9:30-32.) No obstante, Santiago dice que
esta fe va acompañada de obras, que en realidad son el resultado de esa fe y que
están en armonía con ella. (Snt 2:17-26.)

La ley del esposo. La mujer casada está sujeta a la “ley de su esposo”. (Ro 7:2; 1Co
7:39.) El principio de la jefatura del esposo aplica en toda la organización de Elohim y
ha estado en vigor entre sus adoradores y en otros muchos pueblos. Elohim ocupa la
posición de esposo de su “mujer”, la “Jerusalén de arriba”. (Gál 4:26, 31; Rev 12:1, 4-
6, 13-17.) La organización nacional judía estaba en una relación de esposa de
Yahvéh, su esposo. (Isa 54:5, 6; Jer 31:32.)

En la ley patriarcal, el esposo era el cabeza incuestionable de la familia, y la esposa


estaba en sumisión, aunque podía hacer recomendaciones, que estaban supeditadas
a la aprobación del esposo. (Gé 21:8-14.) Sara llamó a Abrahán “señor”. (Gé 18:12;
1Pe 3:5, 6.) La mujer llevaba una cobertura sobre la cabeza como señal de sujeción a
su cabeza marital. (Gé 24:65; 1Co 11:5.)

Bajo la Ley dada a Israel, la esposa estaba en sujeción. Cuando hacía un voto, el
esposo podía aprobarlo o invalidarlo. (Nú 30:6-16.) Ella no heredaba, sino que se la
consideraba parte de la herencia de la tierra, y en caso de que un pariente recomprase
la herencia, también quedaba incluida. (Rut 4:5, 9-11.) Aunque no se podía divorciar
de su esposo, este tenía el derecho de divorciarse de ella. (Dt 24:1-4.)

En la congregación cristiana la mujer debe reconocer la posición del hombre y no


usurparla. El apóstol Pablo dice que la mujer casada se encuentra bajo la ley de su
esposo mientras él vive, pero añade que queda libre cuando él muere, de modo que
no es una adúltera si se casa de nuevo. (Ro 7:2, 3; 1Co 7:39.)

La “ley real”. La “ley real” ocupa con toda justicia entre todas las demás leyes que
gobiernan las relaciones humanas, el lugar prominente que ocuparía un rey entre sus
súbditos. (Snt 2:8.) El tema fundamental del pacto de la Ley era el amor. El segundo
de los mandamientos de los que pendía toda la Ley y los Profetas decía: “Tienes que
amar a tu prójimo como a ti mismo” (la ley real). (Mt 22:37-40.) Aunque los cristianos
no están bajo el pacto de la Ley, se encuentran bajo el nuevo pacto y están sujetos a
la ley del Rey Yahvéh y de su Hijo, el Rey Yeshúa el Ungido.

[Recuadro en las páginas 219-225]

ASPECTOS DEL PACTO DE LA LEY

GOBIERNO TEOCRÁTICO

Yahvéh Elohim es el Soberano Supremo (Éx 19:5; 1Sa 12:12; Isa 33:22)

El rey se sienta en el “trono de Yahvéh” en representación de Elohim (1Cr 29:23; Dt


17:14, 15)

Se escoge a otros hombres responsables (principales de las tribus, jefes sobre


millares, centenas, cincuentenas y decenas) en función de su temor reverente a
Elohim, confiabilidad e integridad (Éx 18:21, 25; Nú 1:44)

Todo aquel a quien Elohim ha conferido autoridad merece respeto: funcionarios,


sacerdotes, jueces, padres (Éx 20:12; 22:28; Dt 17:8-13)

OBLIGACIONES RELIGIOSAS

(El mandamiento más importante de la Ley resume estas obligaciones: amar a Yahvéh
con todo el corazón, mente, alma y fuerzas; Dt 6:5; 10:12; Mr 12:30)

Solo se puede adorar a Yahvéh (Éx 20:3; 22:20; Dt 5:7)

En la relación de la persona con Elohim, el amor debe ser el motivo dominante (Dt 6:5,
6; 10:12; 30:16)
Todos deben temer a Elohim a fin de no desobedecerle (Éx 20:20; Dt 5:29)

No se debe tomar el nombre de Elohim de manera indigna (Éx 20:7; Dt 5:11)

Solo es posible acercarse a Elohim de la manera que Él aprueba (Nú 3:10; Le 10:1-3;
16:1)

Todos están obligados a guardar el sábado (Éx 20:8-11; 31:12-17)

El pueblo debe congregarse para adorar (Dt 31:10-13)

Todos los varones han de reunirse tres veces al año: con ocasión de la Pascua y la
fiesta de las tortas no fermentadas, de la fiesta de las semanas y de la fiesta de las
cabañas (Dt 16:16; Le 23:1-43)

El hombre que desatendiera deliberadamente la observancia de la Pascua tenía que


ser “cortado” (Nú 9:13)

Manutención del sacerdocio

Las demás tribus daban a los levitas el diezmo de los productos de la tierra (Nú 18:21-
24)

Los levitas tenían que darle al sacerdocio una décima parte de lo más selecto del
diezmo que recibían (Nú 18:25-29)

Presentación de sacrificios (Heb 8:3-5; 10:5-10)

La Ley determinó la presentación de diversas ofrendas: ofrendas quemadas periódicas


(Le 1; Nú 28), ofrendas de comunión (Le 3; 19:5), ofrendas por el pecado (Le 4; Nú
15:22-29), ofrendas por la culpa (Le 5:1–6:7), ofrendas de grano (Le 2), libaciones (Nú
15:5, 10) y ofrendas mecidas (Le 23:10, 11, 15-17)
Prácticas de la religión falsa que estaban prohibidas

Idolatría (Éx 20:4-6; Dt 5:8-10)

Hacerse cortaduras en la carne por un alma difunta o tatuajes (Le 19:28)

Plantar un árbol como poste sagrado (Dt 16:21)

Introducir en el hogar propio cosas detestables que hubiesen sido dadas por entero a
la destrucción (Dt 7:26)

Instar a la sublevación en contra de Yahvéh (Dt 13:5)

Abogar por la adoración falsa (Dt 13:6-10; 17:2-7)

Desviar a otros a la adoración falsa (Dt 13:12-16)

Entregar a los hijos como ofrendas a deidades falsas (Le 18:21, 29)

Espiritismo, hechicería (Éx 22:18; Le 20:27; Dt 18:9-14)

DEBERES DEL SACERDOCIO

(Los levitas ayudaban a los sacerdotes en el cumplimiento de sus deberes; Nú 3:5-10)

Enseñar la Ley de Elohim (Dt 33:8, 10; Mal 2:7)

Servir de jueces, aplicando la ley divina (Dt 17:8, 9; 19:16, 17)


Ofrecer sacrificios a favor del pueblo (Le 1–7)

Inquirir de Yahvéh mediante el Urim y el Tumim (Éx 28:30; Nú 27:18-21)

PERTENENCIA A LA CONGREGACIÓN DE ISRAEL

Ser parte de la nación de Israel no está limitado a los que nacen en el territorio
nacional

Las personas de otras naciones pueden hacerse adoradores circuncisos

Los residentes forasteros estaban obligados a cumplir con todas las condiciones del
pacto de la Ley (Le 24:22)

No se podía admitir en la congregación de Israel a:

Los varones a los que se hubiese castrado, aplastándoles los testículos o que tuviesen
amputado el órgano viril (Dt 23:1)

Los hijos ilegítimos o sus descendientes, hasta la “décima generación” (Dt 23:2)

Los varones ammonitas o moabitas, por tiempo indefinido, debido a que no recibieron
hospitalariamente a Israel, sino que se le opusieron al tiempo del éxodo de Egipto (Dt
23:3-6)

Los hijos de egipcios podían ser aceptados a partir de la “tercera generación” (Dt 23:7,
8)

SISTEMA JUDICIAL
(Las leyes que regulan los casos judiciales ponen de relieve la justicia y misericordia
de Yahvéh. A los jueces se les concede la libertad de mostrar misericordia, según las
circunstancias. Estas leyes contribuyen a mantener a la nación incontaminada, así
como a proteger el bienestar de todos y cada uno de los israelitas)

Jueces

Sacerdotes, reyes y otros varones del pueblo sirven en calidad de jueces nombrados
(Éx 18:25, 26; Dt 16:18; 17:8, 9; 1Re 3:6, 9-12; 2Cr 19:5)

Comparecer ante un juez es como comparecer ante Yahvéh (Dt 1:17; 19:16, 17)

Audiencias

Los jueces atienden los casos ordinarios (Éx 18:21, 22; Dt 25:1, 2; 2Cr 19:8-10)

Si un tribunal inferior no puede decidir sobre un caso judicial, lo trasladará a uno


superior (Éx 18:25, 26; 1Re 3:16, 28)

Los casos excepcionales o muy difíciles se llevan ante los sacerdotes:

Casos de celos o infidelidad de una esposa (Nú 5:12-15)

Acusación de sublevación contra otro (Dt 19:16, 17)

Casos de violencia, de derramamiento de sangre o de decisión difícil (Dt 17:8, 9; 21:5)

Cuando se encuentra el cadáver de una persona en el campo, pero no se puede


determinar quién le dio muerte (Dt 21:1-9)

Testigos
Es preciso que la verdad se establezca por boca de al menos dos testigos (Dt 17:6;
19:15; compárese con Jn 8:17; 1Ti 5:19)

Las manos de los testigos serán las primeras en ejecutar la sentencia de muerte
contra la persona culpable. Esta medida podía disuadir al que intentara dar testimonio
falso, precipitado o inexacto (Dt 17:7)

Falso testimonio

Se prohíbe rigurosamente el perjurio (Éx 20:16; 23:1; Dt 5:20)

Si alguien acusa falsamente a otro, recibirá el mismo castigo que pretendía para el
acusado (Dt 19:16-19)

Soborno y parcialidad en el juicio

Se prohíbe el soborno (Éx 23:8; Dt 27:25)

Se prohíbe cualquier intento de pervertir la justicia (Éx 23:1, 2, 6, 7; Le 19:15, 35; Dt


16:19)

Solo se puede retener en custodia a una persona cuando el caso es difícil y la decisión
depende de Yahvéh (Le 24:11-16, 23; Nú 15:32-36)

Castigos

Varazos: se limitan a 40 con el fin de evitar un daño irreparable (Dt 25:1-3; compárese
con 2Co 11:24)

Lapidación: se puede colgar el cadáver en un madero en señal de que ha sido


declarado maldito (Dt 13:10; 21:22, 23)
Retribución: el castigo de pagar ojo por ojo (Le 24:19, 20)

Daños a la propiedad: si el animal de una persona ocasiona daños en una propiedad


ajena (Éx 22:5; 21:35, 36); si una persona prende un fuego que daña una propiedad
ajena (Éx 22:6); si alguien mata el animal doméstico de otro (Le 24:18, 21; Éx 21:33,
34); si alguien se apropia involuntariamente de algo “santo” para uso personal, como
diezmos o sacrificios (Le 5:15, 16); si una persona engaña a su compañero respecto a
algo que se le ha encargado o respecto a un depósito puesto a su cuidado o por un
robo o por algo que ha sido hallado y jura falsamente respecto a estas cosas (Le 6:2-7;
Nú 5:6-8)

Ciudades de refugio

El homicida involuntario puede huir a la ciudad más cercana (Nú 35:12-15; Dt 19:4, 5;
Jos 20:2-4)

El juicio ha de celebrarse en el lugar del incidente

El homicida involuntario tiene que permanecer en la ciudad de refugio hasta la muerte


del sumo sacerdote (Nú 35:22-25; Jos 20:5, 6)

El asesino tiene que ser ejecutado (Nú 35:30, 31)

MATRIMONIO, RELACIONES FAMILIARES, MORALIDAD SEXUAL

(La Ley protege a Israel al proteger la santidad del matrimonio y de la vida familiar)

Yahvéh celebra el primer matrimonio (Gé 2:18, 21-24)

El marido es dueño de su esposa, pero es responsable ante Elohim por cómo la trate
(Dt 22:22; Mal 2:13-16)
Se permite la poligamia, pero queda regulada con el fin de proteger a la esposa y a su
prole (Dt 21:15-17; Éx 21:10)

El matrimonio es obligatorio en casos de seducción (a menos que el padre de la


muchacha lo prohíba) (Éx 22:16, 17; Dt 22:28, 29)

El matrimonio de levirato hace posible que la mujer que enviude sin haber tenido hijos
pueda casarse con el hermano de su esposo; el hombre que no cumpla con esta
responsabilidad será repudiado (Dt 25:5-10)

Se prohíben las alianzas matrimoniales con extranjeros (Éx 34:12-16; Dt 7:1-4), si bien
está permitido casarse con una cautiva (Dt 21:10-14)

Las mujeres que son herederas solo pueden casarse con alguien de su propia tribu
(Nú 36:6-9)

Divorcio

Solo al esposo le está permitido divorciarse (si la esposa incurriese en un


comportamiento indecente); es preceptivo que le entregue un certificado de divorcio
(Dt 24:1-4)

No se permite el divorcio si el matrimonio es consecuencia de una seducción (Dt


22:28, 29)

Un hombre no puede casarse de nuevo con una mujer de la que se ha divorciado si


esta se casa de nuevo y su segundo marido se divorcia de ella o muere (Dt 24:1-4)

El adulterio se sanciona con la pena de muerte para ambos transgresores (Éx 20:14;
Dt 22:22)

Incesto
Un israelita no puede casarse con: su madre, madrastra o esposa secundaria de su
padre (Le 18:7, 8; 20:11; Dt 22:30; 27:20); una hermana o medio hermana (Le 18:9,
11; 20:17; Dt 27:22); una nieta (Le 18:10); una tía (Le 18:12, 13, 14; 20:19, 20); una
nuera (Le 18:15; 20:12); una hija, una hijastra, una hija de su hijastra, una hija de su
hijastro, su suegra (Le 18:17; 20:14; Dt 27:23); la esposa de un hermano (Le 18:16;
20:21), salvo en el caso del matrimonio de levirato (Dt 25:5, 6); una hermana de su
esposa, en tanto viva su esposa (Le 18:18)

Una israelita no puede casarse con: un hijo o un hijastro (Le 18:7, 8; 20:11; Dt 22:30;
27:20); un hermano o un medio hermano (Le 18:9, 11; 20:17; Dt 27:22); su abuelo (Le
18:10); un sobrino (Le 18:12, 13, 14; 20:19, 20); su suegro (Le 18:15; 20:12); su padre,
padrastro, el padrastro de su madre o de su padre, un yerno (Le 18:7, 17; 20:14; Dt
27:23); un hermano de su esposo (Le 18:16; 20:21), salvo en el caso de matrimonio de
levirato (Dt 25:5, 6); el esposo de su hermana, en tanto viva su hermana (Le 18:18)

La condena por incesto es la muerte (Le 18:29; 20:11, 12, 14, 17, 20, 21)

El acto sexual durante la menstruación

Si una pareja tiene relaciones sexuales deliberadamente durante la menstruación,


ambos han de ser ejecutados (Le 18:19; 20:18)

El esposo que tenga relaciones sexuales con su esposa durante la menstruación


involuntariamente (tal vez debido a que el período menstrual se ha adelantado
inesperadamente), debe permanecer inmundo por siete días (Le 15:19-24)

La relación entre padres e hijos

La enseñanza de la Ley de Elohim a los hijos recae sobre los padres (en particular
sobre el padre) (Dt 6:6-9, 20-25; 11:18-21; Isa 38:19)

Los hijos deben honrar a sus padres (Éx 20:12; 21:15, 17; Le 19:3; Dt 5:16; 21:18-21;
27:16)
Se prohíbe que una persona se vista con ropa del sexo opuesto (con fines inmorales)
(Dt 22:5)

La sodomía está castigada con la muerte (Le 18:22; 20:13)

Tanto el animal como la persona que participen en un acto de bestialidad deben ser
ejecutados (Éx 22:19; Le 18:23, 29; 20:15, 16; Dt 27:21)

Ha de amputarse la mano de la mujer que agarre a un hombre por sus genitales (por
hallarse este luchando con su esposo); no se le hará pagar igual por igual debido al
respeto de Yahvéh por sus facultades reproductoras y el derecho de su esposo a tener
hijos con ella (Dt 25:11, 12)

PRÁCTICAS COMERCIALES

(La Ley propugna tanto la honradez en las relaciones comerciales como el respeto al
hogar y la propiedad ajenos)

La propiedad de la tierra

Se asigna la tierra por familias (Nú 33:54; 36:2)

La tierra no se puede vender a perpetuidad, sino que tiene que ser devuelta en el
Jubileo; el precio de la venta temporal se determina en función de la cantidad de
cosechas que pueda producir la tierra hasta el Jubileo (Le 25:15, 16, 23-28)

Si una tierra sale a venta, el pariente más cercano tiene derecho a comprarla (Jer
32:7-12)

El Estado no puede apropiarse de una herencia de tierra para destinarla a fines


públicos, simplemente pagando una compensación (1Re 21:2-4)

La herencia de los levitas consiste en ciudades con sus dehesas


De las cuarenta y ocho ciudades asignadas, trece son sacerdotales (Nú 35:2-5; Jos
21:3-42)

La dehesa de una ciudad levita no puede venderse; pertenecía a la ciudad, no a las


personas (Le 25:34)

Si un hombre santifica (aparta el producto o dispone del uso de) una parte de su
campo para Yahvéh (para el uso del santuario o del sacerdocio), el criterio para
evaluar el valor del campo es el siguiente: una extensión de terreno que pueda ser
sembrado con un homer de cebada tendrá un valor de 50 siclos de plata; el valor
disminuirá en proporción al número de años que resten para el siguiente Jubileo (Le
27:16-18)

Si el hombre quiere recomprarlo, tiene que pagar un 20% más sobre el valor estimado
(Le 27:19)

Si no lo recompra, sino que lo vende a otra persona, llegará a ser propiedad del
sacerdocio en el Jubileo como algo santificado, apartado para Yahvéh (Le 27:20, 21)

Si un hombre santifica a Yahvéh parte de un campo que ha comprado, se le devuelve


en el Jubileo a su primer propietario (Le 27:22-24)

Si un hombre ‘da por entero’ algo de su propiedad (las cosas ‘dadas por entero’ eran
para el uso exclusivo y permanente del santuario o se destinaban a la destrucción; Jos
6:17; 7:1, 15; Eze 44:29), no puede venderlo ni recomprarlo; es de Yahvéh (Le 27:21,
28, 29)

La redención de la propiedad

En el Jubileo se devuelven a sus propietarios originales todas las herencias (salvo las
excepciones ya comentadas) (Le 25:8-10, 15, 16, 24-28)

Los levitas pueden redimir sus casas, ubicadas en ciudades levitas, en cualquier
tiempo (Le 25:32, 33)
El año del Jubileo comienza con el Día de Expiación del año quincuagésimo; se
cuenta a partir del año de entrada de los israelitas en Canaán (Le 25:2, 8-19)

Herencia

El primogénito heredará dos partes de toda la herencia familiar (Dt 21:15-17)

Si un hombre no tiene hijos varones, la herencia ha de pasar a sus hijas. (Nú 27:6-8.)
Si tampoco tiene hijas, la herencia ha de pasar a sus hermanos, tíos paternos o al
pariente consanguíneo más próximo (Nú 27:9-11)

Balanzas, pesos y medidas

Yahvéh exige honradez y exactitud (Le 19:35, 36; Dt 25:13-15)

Yahvéh detesta el fraude (Pr 11:1)

Deudas

Cada siete años se ha de exonerar de sus deudas al hermano hebreo (Dt 15:1, 2)

Es lícito apremiar al extranjero para que pague sus deudas (Dt 15:3)

Fianzas en los préstamos

Si una persona deja en fianza por un préstamo una prenda exterior de vestir, no se le
debe retener durante la noche (la persona pobre solía dormir con sus prendas de
vestir debido a que carecía de ropa de cama) (Éx 22:26, 27; Dt 24:12, 13)
Una persona no puede entrar en la casa de otra con el fin de coger algo en prenda o
fianza por un préstamo, sino que debe permanecer fuera de la casa y esperar a que se
la lleven (así se protege la inviolabilidad de la propiedad ajena) (Dt 24:10, 11)

No se puede tomar en prenda un molino de mano o su muela superior (la persona no


podría moler grano para alimentarse a sí misma y a su familia) (Dt 24:6)

LEYES MILITARES

(Estas leyes regulaban las guerras que Israel libró en la Tierra Prometida por mandato
divino. Estaban terminantemente prohibidas las guerras motivadas por el egoísmo o el
afán de conquista más allá de los límites dados por Elohim)

Guerras

Solo se pueden librar las guerras de Yahvéh (Nú 21:14; 2Cr 20:15)

El soldado se ha de santificar antes de ir a la batalla (1Sa 21:1-6; compárese con Le


15:16, 18)

Edad del soldado

De veinte años en adelante (Nú 1:2, 3; 26:1-4)

Según Josefo (Antigüedades Judías, libro III, cap. XII, sec. 4), eran aptos para ir a la
guerra hasta la edad de cincuenta años

Exenciones:

Los levitas, por ser ministros de Yahvéh (Nú 1:47-49; 2:33)


El hombre que aún no ha inaugurado su casa recién construida o cosechado su viña
recién plantada (Dt 20:5, 6; compárese con Ec 2:24; 3:12, 13)

El hombre que se ha comprometido con una mujer y no la ha tomado; el recién casado


puede continuar exento por un año (no se le debe privar del derecho de tener
descendencia y llegar a verla) (Dt 20:7; 24:5)

El hombre que tenga miedo (puede debilitar la moral de los demás soldados) (Dt 20:8;
Jue 7:3)

El campamento debe mantenerse limpio (pues los soldados han sido santificados para
la guerra) (Dt 23:9-14)

Las mujeres no pueden acompañar al campamento; las relaciones sexuales no están


permitidas durante el período de campaña. Esta medida garantiza la limpieza física y
religiosa (Le 15:16; 1Sa 21:5; 2Sa 11:6-11)

No se permite violar a las mujeres de pueblos enemigos, pues equivale a incurrir en


fornicación; tampoco está permitido casarse con ellas durante el período de la
campaña. De este modo se mantiene la limpieza religiosa y se persuade al enemigo a
rendirse, pues se les da la garantía de que sus mujeres serán respetadas (Dt 21:10-
13)

Métodos militares contra ciudades enemigas

Si la ciudad pertenece a una de las siete naciones de Canaán (mencionadas en Dt


7:1), todos sus habitantes tienen que ser dados por entero a la destrucción. (Dt 20:15-
17; Jos 11:11-14; Dt 2:32-34; 3:1-7.) Si se les dejara en la tierra, pondrían en peligro la
relación de Israel con Yahvéh Elohim. Él ya les ha dejado permanecer en la tierra
hasta completar su iniquidad (Gé 15:13-21)

Si la ciudad no pertenece a una de las siete naciones, primero se le anunciarán


condiciones de paz. (Dt 20:10, 15.) Si la ciudad se rinde, se destinará a sus habitantes
a trabajos forzados. De lo contrario, todo hombre y mujer que no sea virgen será
ejecutado; el resto quedará en cautividad. (Dt 20:11-14; compare Nú 31:7, 17, 18.) La
ejecución de todos los varones elimina el peligro de una posterior rebelión y de que se
casen con las mujeres israelitas. Estas medidas contribuyen a evitar la adoración fálica
y el contagio de enfermedades entre los israelitas

No se pueden talar los árboles frutales con el fin de utilizar la madera para construir
muros de asedio (Dt 20:19, 20)

Se han de quemar los carros; los caballos se desjarretarán a fin de inutilizarlos para el
combate, y luego se les matará (Jos 11:6)

LEYES DIETÉTICAS E HIGIÉNICAS

(Servían para mantener a los israelitas separados de las naciones paganas, fomentar
la limpieza y la buena salud y recordar al pueblo que era santo para Elohim; Le 19:2)

Uso de la sangre

Se prohíbe rigurosamente tomar sangre. (Gé 9:4; Le 7:26; 17:12; Dt 12:23-25.) La


violación de este mandato se sanciona con la muerte (Le 7:27; 17:10)

La vida (el alma) está en la sangre (Le 17:11, 14)

La sangre de un animal degollado tiene que derramarse sobre la tierra como agua y
cubrirse con polvo (Le 17:13; Dt 12:16)

No se puede comer la carne de un animal que muera de muerte natural o se le


encuentre muerto (pues es inmundo y no ha sido desangrado apropiadamente) (Dt
14:21)

Únicos usos que la Ley prescribe: derramarla sobre el altar para expiación de
pecados; para propósitos de purificación prescritos (Le 17:11, 12; Dt 12:27; Nú 19:1-9)

Uso de la grasa
No se puede comer ninguna clase de grasa; pertenece a Yahvéh (Le 3:16, 17; 7:23,
24)

Comer la grasa de una ofrenda se castiga con la muerte (Le 7:25)

Los animales degollados

Durante la estancia en el desierto: los animales domésticos que se degüellen tienen


que llevarse al tabernáculo y se comerán como un sacrificio de comunión (Le 17:3-6)

La violación de este precepto se sanciona con la muerte (Le 17:4, 8, 9)

Los animales salvajes limpios capturados en cacería pueden matarse en el acto; se


debe derramar la sangre (Le 17:13, 14)

En la Tierra Prometida: si la persona vive lejos del santuario, puede degollar un animal
en su propia casa para comer su carne, pero deberá derramar la sangre sobre la tierra
(Dt 12:20-25)

Animales que pueden servir de alimento:

Todo animal rumiante, de pezuña partida y hendida (Le 11:2, 3; Dt 14:6)

Todo animal marino con aletas y escamas (Le 11:9-12; Dt 14:9, 10)

Insectos y criaturas enjambradoras aladas que andan sobre cuatro patas y tienen
zancas por encima de sus patas: la langosta migratoria, la langosta comestible, el grillo
y el saltamontes (todos según su género) (Le 11:21, 22)

Mamíferos, peces, aves y criaturas enjambradoras que no estaban permitidos como


alimento:
Mamíferos: el camello, el damán, la liebre, el cerdo (Le 11:4-8; Dt 14:7, 8)

Peces y otros animales marinos que no tienen aletas o escamas (Le 11:10)

Aves y criaturas voladoras: el águila, el águila pescadora, el buitre negro, el milano, el


milano real y el negro, el cuervo, el avestruz, la lechuza, la gaviota, el halcón, el
mochuelo, el búho chico, el cisne, el pelícano, el buitre, el cuervo marino, la cigüeña, la
garza, la abubilla, el murciélago y toda criatura alada enjambradora que anda sobre
cuatro patas (es decir, como los cuadrúpedos). No se indican en la Biblia los criterios
que determinan qué criaturas aladas son ‘inmundas’ ceremonialmente. Si bien la
mayoría de las aves ‘inmundas’ son carroñeras, no es así en todos los casos (Dt
14:12-19; Le 11:13-20; véanse PÁJAROS y los artículos sobre las respectivas aves)

Criaturas enjambradoras de la tierra: la rata topo, el jerbo, el lagarto, el geco de


raquetas, el lagarto grande, la salamandra acuática, la lagartija, el camaleón y toda
otra criatura que se arrastra, que anda sobre cuatro patas o de un gran número de
patas (Le 11:29, 30, 42)

Animales que mueren de muerte natural o que son encontrados muertos o


desgarrados por las fieras (Le 17:15, 16; Dt 14:21; Éx 22:31)

Si se ofrece un animal debido a un voto o se trata de una ofrenda voluntaria, el


sacrificio de comunión se ha de comer en el mismo día o al día siguiente, pero no al
tercer día, bajo pena de muerte. Los sacrificios de acción de gracias se deben comer
en el mismo día, no se puede dejar nada para la mañana (del día siguiente). No se
pueden dejar restos de la Pascua; lo que no se coma ha de quemarse (Le 7:16-18;
19:5-8; 22:29, 30; Éx 12:10)

Causas de inmundicia:

Emisión de semen

La persona tiene que bañarse y permanecerá inmunda hasta el atardecer (Le 15:16;
Dt 23:10, 11)
La prenda manchada con semen ha de lavarse, y permanecerá inmunda hasta el
atardecer (Le 15:17)

La pareja casada que tenga relaciones sexuales deberá bañarse después y quedará
inmunda hasta el atardecer (Le 15:18)

Parto

La mujer que da a luz un varón permanecerá inmunda durante los siguientes siete
días, además de otros treinta y tres días (durante los primeros siete días estaba en
condición de inmunda a todos los efectos, como en la menstruación; los restantes
treinta y tres días, solo con relación a tocar las cosas santas, como las comidas
sacrificatorias, o entrar en el lugar santo) (Le 12:2-4)

Si da a luz una niña, permanecerá inmunda durante catorce días, además de otros
sesenta y seis días (Le 12:5)

La menstruación de la mujer (Le 12:2)

Ha de permanecer inmunda durante el período menstrual normal por siete días;


durante todo el tiempo que dure una menstruación irregular prolongada, más otros
siete días (Le 15:19, 25, 28)

Cualquier cosa sobre la que se siente o acueste durante su inmundicia quedará


inmunda (Le 15:20)

La persona que la toque, toque su cama o cosas sobre las que se ha sentado, tiene
que lavar su ropa, bañarse y permanecer inmunda hasta el atardecer (Le 15:21-23)

Si su impureza llega a estar sobre un hombre, permanecerá inmundo por siete días, y
contaminará cualquier cama sobre la que se acueste (Le 15:24)
Siempre que ella tenga algún flujo estará inmunda (Le 15:25)

Medidas de protección contra enfermedades

Lepra y otras plagas

El sacerdote determina si se trata de lepra o no (Le 13:2)

Se pone a la persona en cuarentena durante siete días y luego se la examina; si la


plaga se ha detenido, se la pone en cuarentena por otros siete días (Le 13:4, 5, 21,
26); si la plaga no rebrota, se le pronuncia limpio (Le 13:6); si se extiende, es lepra (Le
13:7, 8)

El leproso tiene que rasgar sus prendas de vestir, dejarse la cabeza desaseada,
taparse el bigote (o el labio superior) y clamar: “¡Inmundo, inmundo!”. Debe
permanecer apartado y fuera del campamento hasta que se cure (Le 13:45, 46; Nú
5:2-4)

Flujo genital (tal vez patológico) (Le 15:2, 3)

Tanto la cama como otros lugares donde esa persona se siente o se recline son
inmundos (Le 15:4)

Aquel que toque a la persona afectada, su cama o el lugar donde se siente, quedará
inmundo; si la persona afectada escupe a otro, este quedará inmundo (Le 15:5-11)

La vasija de barro que toque aquel que tiene flujo debe quebrarse; si la vasija es de
madera, debe enjuagarse (Le 15:12)

Una vez que el flujo termina, la persona permanece inmunda por siete días (Le 15:13)

Se protege la limpieza del campamento militar exigiendo que se hagan las


necesidades fuera del campamento y se entierren (Dt 23:12, 13)
Normas relacionadas con cadáveres humanos

El que toque un cadáver, hueso o fosa de una persona muerta queda inmundo por
siete días (incluso en campo abierto). (Nú 19:11, 16.) La persona que rehúse
purificarse debe morir (Nú 19:12, 13) (Véase el procedimiento de purificación prescrito
en Nú 19:17-19)

Todo el que se halle en una tienda donde haya un cadáver o entre en ella quedará
inmundo; lo mismo sucede con toda vasija destapada que se halle en la tienda (Nú
19:14, 15)

Normas relacionadas con cadáveres animales

La persona que cargue, toque o coma un animal limpio que ha muerto de muerte
natural quedará inmunda; todo el que toque el cadáver de un animal inmundo se hace
inmundo. Debe purificarse (Le 11:8, 11, 24-31, 36, 39, 40; 17:15, 16)

Si el cadáver de un animal inmundo toca alguna vasija, estante para jarros, horno,
prenda de vestir o tela de saco los hace inmundos (Le 11:32-35)

Botín de una ciudad

Fundir todo aquello que pueda ser fundido (metales), luego debe ser purificado por el
agua de limpieza; se debe lavar todo lo demás (Nú 31:20, 22, 23)

OTRAS OBLIGACIONES HACIA EL SEMEJANTE

(La Ley especifica: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. [Le 19:18.]
Yeshúa dice que este es el segundo de los dos mandamientos más grandes de la Ley;
Mt 22:37-40)

Hacia el israelita
Se debe mostrar amor; el asesinato está prohibido (Éx 20:13; Ro 13:9, 10)

No se debe guardar rencor al semejante ni vengarse de él (Le 19:18)

Atención a los pobres (Éx 23:6; Le 25:35, 39-43)

Atención a las viudas y a los huérfanos (Éx 22:22-24; Dt 24:17-21; 27:19)

Respeto a la propiedad

Se prohíbe robar; la compensación es obligatoria (Éx 20:15; 22:1-4, 7)

Se prohíbe codiciar la propiedad y los bienes ajenos (Éx 20:17)

Consideración a los impedidos

No se puede ridiculizar ni invocar el mal contra un sordo, pues no puede defenderse


de comentarios que no le es posible escuchar (Le 19:14)

Será maldito todo aquel que ponga un obstáculo en el camino de un invidente o lo


desvíe (Le 19:14; Dt 27:18)

Hacia el residente forastero: no se les debe maltratar (Éx 22:21; 23:9; Le 19:33, 34; Dt
10:17-19; 24:14, 15, 17; 27:19)

Hacia los esclavos

Los esclavos hebreos han de quedar en libertad en el séptimo año de su servidumbre


o en el Jubileo, dependiendo de lo primero que llegue. Mientras dure su esclavitud, ha
de tratárseles como asalariados, con consideración (Éx 21:2; Dt 15:12; Le 25:10)
Si un hombre llega a estar en esclavitud con su esposa, a ella se la pondrá en libertad
al mismo tiempo que a su marido (Éx 21:3)

Si durante el período de esclavitud su amo le da una esposa (seguramente una mujer


extranjera), no podrá llevársela cuando se le ponga en libertad; si le da a luz hijos,
tanto ella como sus hijos permanecerán como propiedad del amo (Éx 21:4)

Cuando un amo pone en libertad a un esclavo hebreo, debe darle un regalo en


proporción a los medios de que disponga (Dt 15:13-15)

Un amo puede azotar a su esclavo. (Éx 21:20, 21.) Si lo mutila, debe dejarlo en
libertad (Éx 21:26, 27), pero si muere de la paliza, el amo puede ser condenado a
muerte; los jueces deciden la pena (Éx 21:20; Le 24:17)

Hacia los animales

Si alguien encuentra a un animal en peligro, está obligado a prestarle ayuda, aun


cuando pertenezca a un enemigo suyo (Éx 23:4, 5; Dt 22:4)

No se debe hacer trabajar en exceso a una bestia de carga ni maltratarla (Dt 22:10;
compárese con Pr 12:10)

No se debe poner bozal al toro mientras trilla, pues así puede comer del grano que
trilla (Dt 25:4; compárese con 1Co 9:7-10)

No se debe tomar de un nido tanto a la madre como a los huevos que empolla, pues
supondría el exterminio de esa unidad familiar (Dt 22:6, 7)

No se debe sacrificar a un toro o a una oveja y sus crías en el mismo día (Le 22:28)

OBJETIVOS QUE CUMPLIÓ LA LEY


Puso de manifiesto las transgresiones; mostró que los israelitas necesitaban el perdón
de sus ofensas y que se requería un sacrificio mayor que verdaderamente pudiera
expiar los pecados (Gál 3:19)

Como un tutor, salvaguardó y disciplinó a los israelitas, preparándolos para la llegada


del Mesías, su instructor (Gál 3:24)

Algunos aspectos de la Ley fueron sombras que representaron cosas mayores por
venir; estas sombras ayudaron a los israelitas sinceros a identificar al Mesías, pues
pudieron ver cómo cumplía estos modelos proféticos (Heb 10:1; Col 2:17)

I.- Introducción

No cabe duda de que nuestra cultura occidental tiene profundas raíces en la


judeocristiana que se enmarca en la historia del pueblo de Israel -pueblo de Elohim-.
Esta historia aparece relatada en la Biblia, dividida en dos partes: el Antiguo y el
Nuevo Testamento. Dentro del Antiguo testamento, que comprende los Libros
Sagrados escritos antes de la venida de Yeshúa el Ungido, los más importantes, por lo
que hace referencia al objeto de estudio de este trabajo, lo constituyen los cinco libros
que engloban el denominado Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y
Deuteronomio), donde se encuentran, prácticamente, todas las leyes penales bíblicas,
que recogen las obligaciones de los hombres para con Elohim y para con sus
semejantes y que aparecen codificadas en el denominado Código Mosaico,
compuesto por diez leyes fundamentales (decálogo).

¿Cuándo se realizó la primera autopsia judicial?

En el acto tercero de Julio César, William Shakespeare pone en boca del senador
Casca la frase “¡Hablen mis manos por mi!” con la que un grupo de conspiradores
atacaron al dictador romano, hiriéndole con 23 puñaladas –incluyendo la que le asestó
Bruto– aquel idus [15] de marzo del año 44 a.C., junto al Teatro de Pompeyo, en el
Foro de Roma.

I.- Introducción

No cabe duda de que nuestra cultura occidental tiene profundas raíces en la


judeocristiana que se enmarca en la historia del pueblo de Israel -pueblo de Elohim-.
Esta historia aparece relatada en la Biblia, dividida en dos partes: el Antiguo y el
Nuevo Testamento. Dentro del Antiguo testamento, que comprende los Libros
Sagrados escritos antes de la venida de Yeshúa el Ungido, los más importantes, por lo
que hace referencia al objeto de estudio de este trabajo, lo constituyen los cinco libros
que engloban el denominado Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y
Deuteronomio), donde se encuentran, prácticamente, todas las leyes penales bíblicas,
que recogen las obligaciones de los hombres para con Elohim y para con sus
semejantes y que aparecen codificadas en el denominado Código Mosaico,
compuesto por diez leyes fundamentales (decálogo).

El decálogo de Moisés presenta un perfecto equilibrio entre el deber religioso y el


deber social humano, de tal forma que las cinco primeras leyes vienen referidas a las
obligaciones religiosas del hombre para con Elohim y las cinco siguientes a las
obligaciones sociales para con los hombres.

Estas diez leyes se fundamentan en una serie de principios inalterables, cuya


infracción conlleva sanciones muy graves, que suponen la maldición y el castigo de
quien las quebranta.

II.- El concepto bíblico del delito

1.- Aspectos generales

El Código Mosáico constaba de dos tablas bien diferenciadas. En la primera había


cinco leyes que trataban de proteger los derechos divinos; la otra tabla afirmaba
también en cinco leyes, los derechos fundamentales del hombre. La infracción de
estas leyes daba lugar una serie de delitos, que se agrupaban en dos bloques: los
delitos contra los derechos divinos y los delitos contra los derechos humanos.

Los delitos contra los derechos divinos surgen cuando el hombre incumple sus
obligaciones sagradas que le unen con Elohim, estos delitos lo eran contra la religión,
pero el hombre también tenía unas obligaciones con sus semejantes, pues como parte
de una comunidad estaba sometido a las normas de conducta, que exige la
convivencia humana; la infracción de estas obligaciones sociales daba lugar a los
“delitos humanos”, a los que nos vamos a referir en este trabajo, dejando el estudio de
los “delitos divinos” para otro momento.

En concreto, en el Código de Moisés los “delitos humanos” se derivaban de la


infracción de las cinco leyes sociales siguientes:

1.- No matarás;

2.- No cometerás adulterio;

3.- No robarás;

4.- No levantarás falso testimonio contra tu prójimo;

5.- No desearás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su sierva, ni su buey, ni su asno,


nada de lo que le pertenezca;

Tal y como se referencia, expresamente, en los Libros sagrados Éxodo, Capítulo 20,
versículos 13 a 17 (Ex 20. 13-17) y Deuteronomio, Capítulo 5, versículos 17 a 21 (Dt.
5.17-21).
2.- Los delitos concretos y su castigo ejemplarizante en la Biblia

2.1.- Delitos contra la vida y la integridad física

La vida es de Elohim y Él es quien la da y quien, exclusivamente, la puede quitar, si un


hombre quita la vida a otro hombre, se está atribuyendo funciones divinas, pues
estaría suplantando al mismo Elohim.

La ley mosaica distingue claramente el homicida intencional del que lo es de forma


involuntaria. El castigo que se sigue con el homicida intencional es la ley del Talión,
que se encuentra en numerosos Capítulos de los Libros sagrados, empezando por
el Libro del Génesis: “Si alguien mata a un hombre, otro hombre lo matará a él, pues
el hombre ha sido creado semejante a Elohim mismo” (Gen. 9, 6).

La ley de la venganza privada constituye la primera regla que regula la convivencia


humana. La venganza personal es un derecho y al mismo tiempo un deber, que no
solamente recae sobre los parientes más cercanos del ofendido, pues también alcanza
a la comunidad en pleno. La venganza privada podía en ocasiones extralimitarse por
comprensibles razones revanchistas, difícilmente controlables, por esa razón se reguló
la misma a través de una ley de justicia estricta, como es la ley del Talión. En el Libro
del Éxodo aparece referenciada dicha ley, expresamente, en sus términos cásicos:
“Pero si la vida de la mujer es puesta en peligro, se exigirá vida por vida, ojo por ojo,
diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por
herida, golpe por golpe” (Ex. 21, 23-25).

También en el Libro sagrado del Levítico, encontramos este principio “Talioniano”: “El
que cause daño a alguno de su pueblo, tendrá que sufrir el mismo daño que
hizo: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente. Tendrá que sufrir en carne
propia el mismo daño que haya causado” (Lev. 24, 19-20).

En semejantes términos, lo podemos comprobar también en los Libros del Éxodo y


del Levítico: “El que hiera a alguien y lo mate, será condenado a muerte. “Pero al que
se levante contra su prójimo y lo mate a sangre fría, lo buscarás aunque se refugie en
mi altar, y lo condenarás a muerte. (Ex. 21, 12 y14). “El que quite la vida a otra
persona, será condenado a muerte” (Lev. 24,17).

Como ya hemos apuntado, este principio del Talión está basado en la estricta justicia,
sin posibilidad de compensaciones de ningún tipo, ni de perdón alguno, tal y como lo
podemos comprobar en el Libro de los Números: “No se podrá aceptar dinero como
rescate por la vida de un asesino condenado a muerte; ese hombre debe morir” (Num.
35, 31).

Sin embargo, cuando el homicidio no es intencional la dureza del castigo cambia


considerablemente. El homicida involuntario tiene un castigo mucho más benévolo. Lo
podemos comprobar en algunos Capítulos de los Libros del Éxodo y Deuteronomio: “El
que hiera a alguien y lo mate, será condenado a muerte. Pero si no lo hizo a propósito,
sino que estaba de Elohim que muriese, yo te diré después a qué lugar podrá ir a
refugiarse (Ex. 21, 12-13). “El homicida podrá huir allí y salvar su vida, si demuestra
que lo hizo sin intención y sin que hubiera enemistad entre ellos. Por ejemplo, si
alguien va con su compañero al bosque a cortar leña y, al dar el hachazo, se le escapa
el hacha del mango y alcanza a su compañero y lo mata, podrá huir a una de esas
ciudades, y de esta manera salvará su vida” (Dt. 19, 4-5).

Y es que el autor de una muerte involuntaria podía salvar la vida pidiendo asilo en una
de las ciudades refugio designadas al efecto, como se relata en el Capítulo 35 del
Libro de los Números: “El Señor se dirigió a Moisés y le dijo: “Diles esto a los israelitas:
Cuando crucéis el río Jordán para entrar en Canaán, deberéis escoger algunas
ciudades como ciudades de refugio, donde pueda buscar refugio la persona que sin
intención haya matado a otra. Allí quedará a salvo del pariente del muerto que quiera
vengarlo, y no morirá hasta que se haya presentado ante el pueblo para ser juzgado.
De las ciudades dadas, seis serán para refugio: tres al oriente del Jordán y tres en
Canaán. Estas seis ciudades serán ciudades de refugio, tanto para los israelitas como
para los extranjeros que vivan o estén de paso entre vosotros. Allí podrá refugiarse
todo el que sin intención haya matado a otra persona (Num. 35, 9-15). En términos
semejantes de pronuncia el Capítulo 19 del Libro del Deuteronomio: “Cuando el Señor
vuestro Elohim haya destruido las naciones y os dé posesión de las tierras que ahora
son suyas, y ocupéis sus ciudades y sus casas, apartaréis tres ciudades del país que
el Señor vuestro Elohim os da en propiedad y arreglaréis el camino que lleva a ellas.
Además dividiréis en tres partes el territorio que el Señor vuestro Elohim os da en
posesión, para que todo aquel que mate a una persona pueda refugiarse en cualquiera
de ellas” (Dt. 19, 1-3).

En todo caso, la inocencia del homicida involuntario debía de ser probada con un
proceso de investigación llevado a cabo por la comunidad, como lo podemos
comprobar en el Libro de los Números: “Entonces el pueblo actuará como juez entre el
que causó la muerte y el pariente que quiera vengar a la víctima, según estas
reglas” (Num. 32, 24).

La ley mosaica también castiga las lesiones y, en algunos casos, con una sanción
pecuniaria, como se expresa en el Libro del Éxodo en su Capítulo 21: “En caso de
pelea, si un hombre hiere a otro de una pedrada o de un puñetazo, y le hace caer en
cama, pero no lo mata, el que hirió será declarado inocente tan sólo si el herido se
levanta y puede salir a la calle con ayuda de un bastón, pero tendrá que pagarle las
curaciones y el tiempo perdido. “Si dos hombres se pelean y llegan a lastimar a una
mujer embarazada, haciéndola abortar, aunque sin poner en peligro su vida, el
culpable deberá pagar como multa lo que el marido de la mujer exija, según la decisión
de los jueces” (Ex. 21, 18-19 y 22).

2.2.- Delitos contra la honestidad

El hombre como ser racional debe controlar sus instintos más básicos y primarios,
tiene que reprimir sus naturales apetencias y encauzar correctamente sus pasiones,
no puede quebrantar las leyes de la fidelidad y del parentesco y, mucho menos, actuar
contra natura. La infracción de estas obligaciones siempre conllevaba severos
castigos.
En primer lugar, la ley divina prohíbe cometer adulterio, que es considerado en la
Biblia como un delito muy grave, que llevaba consigo la pena capital, la cual era
ejecutaba a pedradas por la comunidad para que sirviera de escarmiento público. En
el Capítulo 20 del Levítico, lo podemos comprobar cuando dice: “Si alguien comete
adulterio con la mujer de su prójimo, se condenará a muerte tanto al adúltero como a
la adúltera. “Si alguien se acuesta con la mujer de su padre, deshonra a su propio
padre. Por lo tanto, se condenará a muerte al hombre y a la mujer, y serán
responsables de su propia muerte. “Si alguien se acuesta con su nuera, los dos serán
condenados a muerte, y serán responsables de su propia muerte, pues eso es una
infamia (Lev. 20, 10-12). Y en semejantes términos se pronuncia el Deuteronomio: “Si
un hombre es sorprendido acostado con una mujer casada, los dos serán condenados
a muerte. Así acabaréis con el mal que haya en Israel” (Dt. 22, 22).

Por su parte, la violación también era castigada con la muerte, en unos casos del
violador, en otros de la mujer violada y en otros casos de los dos –hombre y mujer-,
según tuviera lugar la violación en un lugar habitado, o se produjera en despoblado,
pues en un caso la mujer podía pedir socorro y en el otro no. Nos lo relata con detalle
el Capítulo 22 del Libro del Deuteronomio: “Si una muchacha virgen es prometida de
un hombre, y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, serán
llevados los dos ante el tribunal de la ciudad, donde serán condenados a morir
apedreados: la joven por no pedir socorro estando en plena ciudad, y el hombre por
deshonrar a la mujer de su prójimo. Así acabaréis con el mal que haya en medio de
vosotros. “Pero si un hombre encuentra en el campo a la prometida de otro y la obliga
a acostarse con él, entonces solo se dará muerte al hombre que se acostó con ella. A
la joven no se le hará nada, porque no ha cometido ningún delito que merezca la
muerte; se trata de un caso semejante al del hombre que ataca a otro hombre y lo
mata; porque él encontró a la joven sola en el campo y, aunque ella hubiera gritado,
nadie habría podido socorrerla” (Dt. 22, 23-27).

También la Ley mosáica castiga a los seductores, que aprovechando sus argucias
engañaban a las jóvenes vírgenes, pues eran obligados a pagar al padre de la
muchacha la dote correspondiente y a contraer matrimonio con la seducida. Lo
podemos ver en sendos Capítulos 22 de los Libros del Éxodo y Deuteronomio: “En
caso de que alguien seduzca a una mujer virgen que no esté comprometida, y la
deshonre, tendrá que pagar la compensación acostumbrada y casarse con ella. Aun si
el padre de la joven no quisiera dársela por esposa, tendría que pagar la dote que se
acostumbra a dar por una mujer virgen (Ex. 22, 15-16).“Si un hombre encuentra a una
muchacha virgen y sin compromiso de matrimonio, y la obliga a acostarse con él, y
son descubiertos, entonces el hombre tendrá que entregar al padre de la joven
cincuenta monedas de plata; y, como la ha deshonrado, tendrá que tomarla por mujer
y no podrá divorciarse de ella en toda su vida” (Dt. 22, 28-29).

Entre los delitos contra la honestidad, tenemos que hacer referencia también a la
prostitución, que estaba prohibida por la ley mosaica, aunque no expresamente
penalizada, parece ser que era algo habitual y consentido en el pueblo de Israel,
previo pago, según podemos comprobar en el Libro del Génesis: “Cuando Judá la vio,
pensó que era una prostituta, pues ella se había cubierto la cara. Entonces se apartó
del camino para acercarse a ella y, sin saber que era su nuera, le dijo: –¿Me dejas
acostarme contigo? –¿Qué me darás por acostarte conmigo? –le preguntó ella. –Te
mandaré uno de los cabritos de mi rebaño –contestó Judá. –Está bien –dijo ella–, pero
déjame algo tuyo en prenda hasta que me lo mandes.–¿Qué quieres que te deje? –
preguntó Judá. –Dame tu sello con el cordón, y el bastón que tienes en la mano –
respondió ella. Judá se los dio y se acostó con ella, y la dejó embarazada. Después
Tamar fue y se quitó el velo que llevaba puesto, y volvió a vestirse sus ropas de
viuda. Más tarde, Judá mandó el cabrito por medio de su amigo adulamita, para que la
mujer le devolviera las prendas; pero su amigo ya no la encontró. Entonces preguntó a
los hombres del lugar: –¿Dónde está aquella prostituta de Enaim que se ponía junto al
camino? –Aquí no ha habido ninguna prostituta –le contestaron. Entonces él regresó a
donde estaba Judá, y le dijo: –No encontré a la mujer, y además los hombres del lugar
me dijeron que allí no había habido ninguna prostituta. Y Judá contestó: –Pues que se
quede con las cosas, para que nadie se burle de nosotros; pero que conste que yo
mandé el cabrito y tú no la encontraste” (Gen. 38, 15-22).

La Biblia menciona algunos episodios famosos en los que son protagonistas las
prostitutas, como es el caso que se relata en el primero de los libros de los Reyes,
conocido como el “juicio de Salomón”: ”Por aquel tiempo fueron a ver al rey dos
prostitutas. Cuando se hallaron en su presencia, una de ellas dijo: –¡Ay, Majestad!
Esta mujer y yo vivimos en la misma casa, y yo di a luz estando ella conmigo en casa.
A los tres días de dar a luz, también dio a luz esta mujer. Estábamos las dos solas. No
había ninguna persona extraña en casa con nosotras; solo estábamos nosotras
dos. Pero una noche murió el hijo de esta mujer, porque ella se acostó sobre
él. Entonces se levantó a medianoche, mientras yo estaba dormida, quitó de mi lado a
mi hijo, lo acostó con ella y puso junto a mí a su hijo muerto. Por la mañana, cuando
me levanté para dar el pecho a mi hijo, vi que estaba muerto. Pero a la luz del día lo
miré, y me di cuenta de que aquel no era el hijo que yo había dado a luz. La otra mujer
dijo: –No, mi hijo es el que está vivo, y el tuyo es el muerto. Pero la primera respondió:
–No, tu hijo es el muerto, y mi hijo el que está vivo. Así estuvieron discutiendo delante
del rey. Entonces el rey se puso a pensar: “La una dice que su hijo es el que vive y
que el muerto es de la otra, y la otra dice exactamente lo contrario” Luego ordenó:–
¡.Traedme una espada! Cuando le llevaron la espada al rey, ordenó: –Partid en dos al
niño vivo y dadle la mitad a cada una. Pero la madre del niño vivo se angustió
profundamente por su hijo, y suplicó al rey: –¡Por favor! ¡No mate Su Majestad al niño!
¡Mejor es que se lo dé a esta mujer! Pero la otra dijo: –Ni para mí ni para ti. ¡Que lo
partan!. Entonces intervino el rey y ordenó: –Entregad a aquella mujer el niño vivo. No
lo matéis, porque ella es su verdadera madre. Todo Israel se enteró de la sentencia
con que el rey había resuelto el pleito, y sintieron respeto por él, porque vieron que
Elohim le había dado sabiduría para administrar justicia (1 Re. 3, 16 -28).

Lo que sí estaba prohibido y penalizado hasta con la muerte era el incesto, entendido
como el hecho de mantener relaciones sexuales entre consanguíneos en todos sus
grados, lo podemos comprobar en los relatos del Levítico en su Capítulo 20: “Si
alguien se acuesta con la mujer de su padre, deshonra a su propio padre. Por lo tanto,
se condenará a muerte al hombre y a la mujer, y serán responsables de su propia
muerte. “Si alguien se acuesta con su nuera, los dos serán condenados a muerte, y
serán responsables de su propia muerte, pues eso es una infamia. “Si alguien toma
como esposas a una mujer y a la madre de esa mujer, comete un acto depravado, y
tanto él como ellas serán quemados vivos. Así no habrá tales depravaciones entre
vosotros. “Si alguien toma como mujer a su hermana, ya lo sea por parte de padre o
de madre, y tienen relaciones sexuales, los dos serán eliminados a la vista de sus
compatriotas, pues tener relaciones sexuales con la propia hermana es un hecho
vergonzoso, y el que lo hace deberá cargar con su culpa. “No tengas relaciones
sexuales con la hermana de tu madre ni con la hermana de tu padre; eso es tenerlas
con una pariente cercana, y los dos deberán cargar con su maldad. “Si alguien se
acuesta con la mujer de su tío, deshonra a su propio tío; los dos cargarán con su
pecado: morirán sin tener descendencia” (Lev. 20, 11-12, 14, 17 y 19-20).

Por lo que se refiere a la homosexualidad se consideraba una perversión sexual


castigada incluso con la muerte, también es aplicada esta pena al onanismo y a la
bestialidad, como lo vemos en distintos versículos del Levítico y del Génesis: “No te
acuestes con un hombre como si te acostaras con una mujer. Eso es un acto
infame” (Lev. 18, 22). “Si alguien se acuesta con un hombre como si se acostara con
una mujer, se condenará a muerte a los dos, y serán responsables de su propia
muerte, pues cometieron un acto infame (Lev. 20, 13). Pero Onán sabía que los hijos
que nacieran no serían considerados suyos. Por eso, cada vez que se unía con la
viuda de su hermano, procuraba que ella no quedara embarazada, para que su
hermano no tuviera descendientes por medio de él. Al Señor le disgustó mucho lo que
Onán hacía, y también a él le quitó la vida (Gen. 38, 9-10). “No te entregues a actos
sexuales con ningún animal, para que no te hagas impuro por esa causa. Tampoco la
mujer debe entregarse a actos sexuales con un animal. Eso es una infamia (Lev. 18,
23). “Si un hombre se entrega a actos sexuales con un animal, será condenado a
muerte. También se matará al animal. “Si una mujer se entrega a actos sexuales con
un animal, tanto a la mujer como al animal se les matará. Ellos serán responsables de
su propia muerte” (Lev. 20, 15-16).

La sanción de los delitos relacionados con la honestidad llegaba incluso a castigar las
relaciones sexuales que no respetaban los periodos marcados por las leyes biológicas
de la mujer, tal y como lo vemos en el Capítulo 20 del Levítico: “Si alguien se acuesta
con una mujer en periodo de menstruación y tiene relaciones sexuales con ella, pone
al descubierto la fuente de sangre de la mujer, y ella misma la ha descubierto; por lo
tanto, los dos serán eliminados de entre su pueblo (Lev. 20, 18).

2.3.- Delitos contra la libertad y la propiedad

No cabe duda que después del derecho a la vida, el derecho a la libertad es el más
importante de los derechos humanos. Elohim hizo libre al hombre, por lo que raptar a
un hombre libre para convertirle en esclavo se sancionaba con la muerte. Lo podemos
comprobar en el Capítulo 21 del Éxodo y en el Capítulo 24 del Deuteronomio: “El que
secuestre a una persona, ya sea que la haya vendido o que aún la tenga en su poder,
será condenado a muerte (Ex. 21, 16). “Si un israelita es sorprendido raptando a un
compatriota para convertirlo en esclavo o para venderlo, se le condenará a muerte,
para acabar así con la maldad que haya en medio de vosotros (Dt. 24, 7).

El derecho a la propiedad privada se considera también un derecho natural del


hombre, cuya violación exigía una reparación. El robo en el derecho penal bíblico
pertenece más bien al derecho privado; el ladón era sancionado únicamente con la
indemnización por los daños causados, como lo vemos en el Libro del Éxodo: “El que
robe tendrá que pagar el precio de lo que haya robado, y si no tiene dinero, él mismo
será vendido para pagar lo robado (Ex. 22, 3).

Las normas de la reparación estaban fijadas, taxativamente, de la siguiente manera:


cuando lo robado es dinero, o un objeto, o un animal cualquiera y se recupera sin
desperfecto o daño alguno, hay que restituir el doble, como se señala en el Capítulo
22 del Éxodo: “Si se le encuentra el animal robado en su poder y con vida, tendrá que
pagar el doble, sea un buey, un asno o una oveja” (Ex. 22, 4). “Si alguien se apropia
de un buey, un asno o una oveja, o de algún vestido, o de cualquier otra cosa que se
haya perdido y que alguna persona reclame como suya, el caso de ambas personas
se llevará ante Elohim, y el que resulte culpable pagará el doble al otro” (Ex. 22, 9).

Si el ganado robado se mata y, por tanto, se no se recupera, entonces la restitución


será mucho mayor, cinco veces más por el ganado mayor y cuatro por el menor: “En
caso de que alguien robe un buey o una oveja, y lo mate o lo venda, tendrá que pagar
cinco reses por el buey y cuatro ovejas por la oveja (Ex. 22,1).

Según este criterio compensador el Rey David dictaminó sobre el hipotético caso que
le presentó el profeta Natán acerca del hombre rico que tenía muchas ovejas y que
robó a un hombre pobre la única oveja que poseía para agasajar a un visitante: “David
se enfureció mucho contra aquel hombre, y dijo a Natán: –Te juro por Elohim que
quien ha hecho tal cosa merece la muerte! Y debe pagar cuatro veces el valor de la
oveja, porque actuó sin mostrar ninguna compasión” (2 Sam. 12, 5-6). Era un símil que
utilizó el profeta Natán para afear la conducta del Rey David, que colocó a su lugar
teniente Urías en el lugar más peligroso de la batalla para que fuera muerto por sus
enemigos y quedarse con su esposa Betsabé, como así ocurrió.

Cuando se trata de una cosecha robada o destruida, solamente, hay obligación de


restituir lo robado o destruido: “Si alguien suelta a sus animales para que pasten en un
campo o viñedo, y sus animales pastan en el campo de otro, tendrá que pagar el daño
con lo mejor de su propio campo o de su propio viñedo. “Si alguien enciende fuego, y
el fuego se extiende a las zarzas y quema el trigo amontonado, o el que está por
recoger, o toda la siembra, esa persona tendrá que pagar los daños causados por el
fuego (Ex. 22,5-6).

La penalidad del robo se ve agravada cuando éste se comete con nocturnidad, hasta
tal punto que esta circunstancia puede conllevar que se pueda matar al ladrón
impunemente: “En caso de que alguien robe un buey o una oveja, y lo mate o lo
venda, tendrá que pagar cinco reses por el buey y cuatro ovejas por la oveja. “Si un
ladrón es sorprendido en el momento del robo, y se le hiere y muere, su muerte no se
considerará asesinato (Ex. 22, 1-2).

2.4.- Delitos contra la fama y el honor

La conducta humana debe discurrir siempre por los caminos de la verdad. Debe existir
una concordancia entre lo que interiormente se es y lo que externamente se hace, por
ello la Ley Mosáica prohíbe todo acto que atente contra el honor y la fama de las
personas. La prohibición se refiere, fundamentalmente, a los falsos testimonios
proferidos en un proceso judicial, pues sin testigos declarantes no podía haber
sentencia condenatoria, como lo podemos comprobar en el Capítulo 5 del Libro de los
Números: “Diles esto a los israelitas: Puede darse el caso de que una mujer sea infiel
a su marido y tenga relaciones con otro hombre sin que su marido lo sepa, y que,
aunque ella cometa este acto que la hace impura, no haya pruebas de ello y la cosa
quede oculta por no haber sido sorprendida en el acto mismo (Num. 5, 12-13).

Es más, cada parte demandante y demandada en un proceso, tenía que llevar por lo
menos dos o tres testigos: “La sentencia de muerte se dictará solo bajo la declaración
de dos o tres testigos, pues por la declaración de un solo testigo nadie podrá ser
condenado a muerte (Dt. 17, 6). “La acusación de un solo testigo no será suficiente
para demostrar que una persona ha cometido un crimen, delito o falta. Solo valdrá la
acusación cuando sea mantenida por dos o tres testigos (Dt. 19, 15). “Solo mediante
el testimonio de varios testigos podrá ser condenado a muerte un asesino. Un solo
testigo no basta para condenar a muerte a nadie (Num. 35, 30).

La importancia de los testigos en la acusación, lleva consigo severas condenas contra


la falsedad testifical, como lo referencia el Deuteronomio en su Capítulo 19: “Si algún
malvado se presenta como testigo falso contra alguien y le acusa de haber cometido
un delito, las dos personas en pleito se presentarán entonces ante el Señor y ante los
sacerdotes y jueces que en aquellos días estén en funciones. Los jueces examinarán
el caso con toda atención, y si resulta falsa la declaración presentada por el testigo
contra la otra persona, se le hará sufrir la misma sentencia que él quería para el otro.
Así acabaréis con la maldad que haya en medio de vosotros. Y cuando los demás lo
sepan, tendrán miedo y no se atreverán a cometer una acción tan mala. No tengáis
compasión: cobrad vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie
por pie” (Dt. 19, 16-21).

La Biblia nos relata algunos procesos trágicos con sentencia de muerte por
testimonios falsos, tal es el caso de Jezabel, la esposa del rey Acab, que buscó
testigos falsos contra Nabot para hacerle condenar a muerte, para conseguir una
propiedad de éste –una viña- que se le había antojado al rey Acab, como lo relata el
primero de los Libros de los Reyes: “Luego sentad a dos testigos falsos delante de él,
y haced que declaren en contra suya afirmando que ha maldecido a Elohim y al rey.
Después sacadlo y matadlo a pedradas.” Los hombres del pueblo de Nabot, junto con
los ancianos y los jefes, hicieron lo que Jezabel les ordenaba en las cartas que les
había enviado: anunciaron ayuno y sentaron a Nabot delante del pueblo. Luego
llegaron dos testigos falsos y declararon contra Nabot delante de todo el pueblo,
afirmando que Nabot había maldecido a Elohim y al rey. Entonces lo sacaron de la
ciudad y lo mataron a pedradas (1 Re. 21, 10-13).

También podemos referir el caso que se relata en el Libro de Daniel (dc), de dos
ancianos perversos que acusaron falsamente a la casta Susana de un acto impuro:
“Entonces los dos viejos, de pie en medio de la gente, pusieron las manos sobre la
cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque en su corazón
confiaba en el Señor. Los viejos dijeron: “Mientras estábamos solos, paseando por el
jardín, llegó esta mujer con dos muchachas, hizo cerrar las puertas del jardín y
despidió a las muchachas. Inmediatamente se acercó un joven que había estado
escondido, y ella se le entregó. Nosotros estábamos en un rincón del jardín, y cuando
vimos esta maldad fuimos corriendo a donde ellos estaban. Los vimos abrazados, pero
no pudimos atrapar al joven, porque era más fuerte que nosotros y abrió las puertas y
se escapó. Entonces la agarramos a ella y le preguntamos quién era ese joven, pero
no nos lo quiso decir. Esto lo declaramos como testigos.” El pueblo que estaba reunido
les creyó, pues eran ancianos del pueblo y además jueces. Así que la condenaron a
muerte” (Dan. 13, 34-41).

2.5.- El deseo de las cosas ajenas

En la Ley mosáica las cosas ajenas deben ser respetadas no solamente externamente
con hechos, sino internamente también con pensamientos y deseos, tal y como relata
el Éxodo en el Capítulo 20 y el Deuteronomio en el Capítulo 5: “No codicies la casa de
tu prójimo: no codicies su mujer, ni su esclavo o su esclava, ni su buey, ni su asno, ni
nada que le pertenezca.” (EX. 20, 17 y Dt. 5, 21).

Y es que en la ley bíblica el solo deseo de apropiación indebida de una cosa de otro
dueño está sancionado, aunque dicha sanción al no pertenecer al derecho público no
sea delito, pero sí que es pecado. Al tratarse de una acción de pensamiento y deseo
no puede estar penada, dado que el derecho penal se mueve en el campo de los
hechos probados. La ley mosáica en este caso sanciona únicamente la conciencia del
hombre en el plano moral.

III.- Conclusiones

Para entender el derecho penal bíblico hay que partir de una consideración previa,
cual es que la legislación bíblica nace y se desarrolla en una esfera de trascendencia
sagrada, es una ley dada por Elohim en el Sinaí, donde es difícil deslindar el delito del
pecado.

En este contexto sacro es fácil entender la severidad de unos castigos que tenían su
justificación en una justicia, que emanaba de un Elohim inmisericorde, que había
expulsado al hombre de su corazón por el pecado original de aquel. Y sin ese Amor de
Elohim, no tenía cabida en el hombre la compasión, ni la piedad hacia sus semejantes,
lo que supone que ante una violación de la ley, se debía aplicar el castigo
correspondiente, sin dar lugar, en el que acusa, a la compasión, al perdón, a la
misericordia; sin dar lugar, en el acusado, al arrepentimiento, a la petición de perdón, a
la posibilidad de reparar el daño cometido. Se comete la falta y se la castiga con todo
el peso de la ley.

Esta justicia bíblica cambia, rotundamente, con el Nuevo Testamento. La venida de


Yeshúa el Ungido al mundo redime al hombre de su pecado y le reconcilia con Elohim,
que se transforma en un Elohim misericordioso, lo que hace que desaparezca el rigor
del castigo por las infracciones que puedan cometer los hombres y, en su lugar,
aparezca la comprensión y el perdón.
El mejor y más claro ejemplo de este cambio lo podemos apreciar en ese pasaje del
Evangelio de San Juan, que se relata en el Capítulo 8: “Pero Yeshúa se fue al monte
de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo. Toda la gente se le
acercó, y él se sentó a enseñarles. Los maestros de la ley y los fariseos llevaron
entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo le
dijeron a Yeshúa:-Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de
adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices? Con
esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero
Yeshúa se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. Y como ellos lo
acosaban a preguntas, Yeshúa se incorporó y les dijo:-Aquel de ustedes que esté libre
de pecado, que tire la primera piedra (Juan 8, 1-7).

Yeshúa, trajo una nueva Ley, la de la caridad, ley cuyo fundamento es el amor
sobrenatural a Elohim y al prójimo, y cuya esencia es la compasión y la misericordia,
una ley que sustituyó a la Ley de Moisés.

DELITO Y CASTIGO

Desde los tiempos más remotos, el hombre, hecho a la imagen del Elohim de
justicia (Gé 1:26; Sl 37:28; Mal 2:17), ha poseído ese mismo atributo. (Isa 58:2; Ro
2:13-15.) La primera ocasión en la que Yahvéh pronunció una sentencia para aplicar la
justicia fue en el caso de la primera pareja humana y de la serpiente, que representaba
al Diablo. La pena por la desobediencia a Elohim, desobediencia que equivalía a
rebelión contra la soberanía del Gobernante del universo, fue la muerte. (Gé 2:17.)
Más tarde, Caín, conocedor del atributo humano de la justicia, se dio cuenta de que
desearían matarle para vengar el asesinato de su hermano Abel. En este caso,
Yahvéh no dio autorización a nadie para que ejecutase a Caín, sino que se reservó
darle la retribución que se merecía. Esto fue lo que hizo al cortar la línea de
descendencia de Caín en el Diluvio. (Gé 4:14, 15.) Unos setecientos años antes de
este acontecimiento, Enoc había predicho que Elohim ejecutaría a todos aquellos que
hubiesen cometido hechos impíos. (Gé 5:21-24; Jud 14, 15.)

Después del Diluvio. Después del Diluvio Yahvéh promulgó otras leyes, que, entre
otras cosas, por primera vez autorizaban al hombre a ejecutar una sentencia de
muerte. (Gé 9:3-6.) Posteriormente, Yahvéh dijo respecto a Abrahán: “Porque he
llegado a conocerlo a fin de que dé mandato a sus hijos y a su casa después de él de
modo que verdaderamente guarden el camino de Yahvéh para hacer justicia y juicio”.
(Gé 18:19.) Se puede ver que la sociedad patriarcal conocía las leyes de Elohim y se
guiaba por ellas.

Yahvéh manifestó su punto de vista sobre el adulterio y la sanción que este merecía
cuando le dijo a Abimélec que por haber tomado a Sara con la intención de hacerla su
esposa (aunque no sabía que era la esposa de Abrahán), se diera por muerto. (Gé
20:2-7.) Judá dictó sentencia de muerte contra Tamar por haberse prostituido. (Gé
38:24.)

La Ley de Elohim a Israel. Cuando se organizó al pueblo de Israel como nación,


Elohim llegó a ser su Rey, Legislador y Juez. (Isa 33:22.) Les dio las “Diez Palabras” o
“Diez Mandamientos”, y así enunció los principios sobre los que se basaban la mayor
parte de las aproximadamente seiscientas leyes restantes. Las “Diez Palabras”
empezaban con esta declaración: “Yo soy Yahvéh tu Elohim, que te he sacado de la
tierra de Egipto” (Éx 20:2), lo que constituía la razón principal para obedecer toda la
Ley. La desobediencia no era tan solo una violación de la ley dada por el Cabeza
gobernante, sino, además, una ofensa contra el Cabeza espiritual, su Elohim, y una
blasfemia contra Elohim era un delito de lesa majestad, una traición.

En la Ley se hallaban los mismos principios que habían gobernado la sociedad


patriarcal, si bien esta era más detallada y abarcaba todo aspecto de la vida cotidiana.
Toda ley enunciada en el Pentateuco era de tal elevada norma de moralidad, que
ningún hombre podía intentar seguirla completamente sin comprobar que la propia Ley
le condenaba como pecador imperfecto. “El mandamiento es santo y justo y bueno”, y
“la Ley es espiritual”, dice el apóstol Pablo. “Fue añadida para poner de manifiesto las
transgresiones.” (Ro 7:12, 14; Gál 3:19.) Era la ley de Elohim para Israel, en la que se
fijaban los principios y los decretos formales de Yahvéh, no simplemente una
recopilación de casos que podrían surgir o que ya habían surgido.

Por lo tanto, las sanciones previstas en la Ley ayudarían a mostrar que el pecado era
“mucho más pecaminoso”. (Ro 7:13.) La ley del talión, de igual por igual, fijó una
norma de justicia exacta. La Ley sirvió para la paz y la tranquilidad de la nación,
salvaguardó a Israel mientras la obedeció y protegió al ciudadano contra los
malhechores, compensándole cuando robaban o destruían su propiedad.

Los Diez Mandamientos, tal como se registran en el capítulo 20 de Éxodo y en el


capítulo 5 de Deuteronomio, no incluyen la sanción que debía imponerse para cada
violación. Sin embargo, estos castigos están explicitados en otros lugares. El castigo
por violar los siete primeros mandamientos era la muerte. En caso de robo, el castigo
era restituir lo robado y compensar a la víctima; un testigo falso recibía un castigo igual
al daño que había pretendido causar. El último mandamiento, que estaba en contra de
la codicia o el deseo incorrecto, no podía ser castigado por los jueces. Trascendía las
leyes humanas, puesto que hacía de cada persona su propio guardián espiritual y
llegaba a la raíz u origen de la violación de los mandamientos. El que se diera rienda
suelta al deseo incorrecto con el tiempo llevaría a que se violase uno de los otros
nueve mandamientos.
Delitos graves bajo la Ley. Delitos capitales. Bajo la Ley se prescribía la pena de
muerte en los siguientes casos: 1) blasfemia (Le 24:14, 16, 23); 2) adorar a cualquier
otro Elohim que no fuese Yahvéh y practicar idolatría en cualquiera de sus formas (Le
20:2; Dt 13:6, 10, 13-15; 17:2-7; Nú 25:1-9); 3) hechicería, espiritismo (Éx 22:18; Le
20:27); 4) profecía falsa (Dt 13:5; 18:20); 5) quebrantar el sábado (Nú 15:32-36; Éx
31:14; 35:2); 6) asesinato (Nú 35:30, 31); 7) adulterio (Le 20:10; Dt 22:22); 8) que una
mujer se casase alegando falsamente que era virgen (Dt 22:21); 9) mantener
relaciones sexuales con una muchacha comprometida (Dt 22:23-27); 10) incesto (Le
18:6-17, 29; 20:11, 12, 14); 11) sodomía (Le 18:22; 20:13); 12) bestialidad (Le 18:23;
20:15, 16); 13) secuestro (Éx 21:16; Dt 24:7); 14) golpear o injuriar a los padres (Éx
21:15, 17); 15) dar falso testimonio en una causa en la que el castigo para el acusado
fuera la muerte (Dt 19:16-21), y 16) acercarse al tabernáculo sin estar autorizado (Nú
17:13; 18:7).

En muchos casos la pena era el ‘cortamiento’, que por lo general se ejecutaba


mediante la lapidación. Además de prescribirse en casos de pecado deliberado o
injurias y habla irrespetuosa contra Yahvéh (Nú 15:30, 31), esta sentencia se dictaba
por muchas otras causas como: permanecer incircunciso (Gé 17:14; Éx 4:24),
abstenerse deliberadamente de celebrar la Pascua (Nú 9:13), pasar por alto el Día de
Expiación (Le 23:29, 30), hacer o emplear aceite santo de unción para fines profanos
(Éx 30:31-33, 38), comer sangre (Le 17:10, 14), comer de un sacrificio hallándose la
persona inmunda (Le 7:20, 21; 22:3, 4, 9), comer pan leudado estando en curso la
fiesta de las tortas no fermentadas (Éx 12:15, 19), presentar un sacrificio en cualquier
otro lugar que no fuese el tabernáculo (Le 17:8, 9), comer de un sacrificio de comunión
al tercer día de su presentación (Le 19:7, 8), desatender la purificación (Nú 19:13-20),
tocar cosas sagradas sin estar autorizado (Nú 4:15, 18, 20), mantener relaciones
sexuales durante la menstruación (Le 20:18) y comer la grasa de las ofrendas. (Le
7:25; véase CORTAMIENTO.)

Castigos impuestos por la Ley. Los castigos prescritos en la Ley dada por Yahvéh a
través de Moisés contribuyeron a mantener la tierra limpia de contaminación a la vista
de Elohim: todo el que practicaba cosas detestables era eliminado. Los castigos
tuvieron un efecto disuasorio, infundieron respeto por la santidad de la vida, la ley del
país, su Legislador (Elohim) y también por el prójimo. Cuando la Ley se obedecía,
protegía a la nación de la pobreza y de la decadencia moral, con sus enfermedades
repugnantes y perjuicio físico.

En la Ley no se prescribían castigos brutales. Ningún hombre podía ser castigado


por los males que otro hubiese cometido. Los principios estaban expuestos con
claridad. A los jueces se les permitía cierta libertad para juzgar cada caso
individualmente, teniendo en cuenta las circunstancias, motivos y actitudes de los
acusados. La justicia tenía que aplicarse con todo rigor. (Heb 2:2.) Así, un asesino no
podía escapar de la pena de muerte ofreciendo dinero, sin importar la suma de que se
tratase. (Nú 35:31.) Si un hombre era homicida involuntario, podía huir a una de las
ciudades de refugio. El confinamiento dentro de los límites de la ciudad le hacía tomar
conciencia de lo sagrado de la vida y de que incluso el homicidio involuntario no podía
tomarse a la ligera, sino que requería una compensación. Por otra parte, como
trabajaba en la ciudad de refugio, no representaba una carga económica para la
comunidad. (Nú 35:26-28.)

La sanción del delito permitía tranquilizar y compensar a la víctima de un ladrón o del


que hubiese ocasionado daños a su propiedad. Si al ladrón no le era posible pagar la
cantidad estipulada, se le podía vender como esclavo, bien a la víctima o a otra
persona. De esta forma, a medida que el delincuente trabajaba para su propio
sustento, podía restituir lo robado y no se convertía en una carga para el Estado, como
ocurre hoy con el sistema penitenciario. Estas leyes eran justas y servían para la
rehabilitación del delincuente. (Éx 22:1-6.)

Bajo la Ley, la sentencia de muerte se ejecutaba por lapidación (Le 20:2, 27) y, en
algunas ocasiones, por la espada, sobre todo si había que ejecutar a muchos. (Éx
32:27; 1Re 2:25, 31, 32, 34.) Si una ciudad apostataba, todos sus habitantes tenían
que ser ejecutados a espada. (Dt 13:15.) En Éxodo 19:13 se hace alusión a la muerte
por la lanza o posiblemente por la flecha. (Véase Nú 25:7, 8.) También se hace
mención de la decapitación, aunque puede que la ejecución se llevase a cabo por otro
medio y luego se decapitase el cadáver. (2Sa 20:21, 22; 2Re 10:6-8.) La Ley
prescribía que se quemase o colgase a los que incurriesen en los delitos más graves.
(Le 20:14; 21:9; Jos 7:25; Nú 25:4, 5; Dt 21:22, 23.) Como se ve en estos textos, estas
sentencias se ejecutaban únicamente después de haber dado muerte a la persona.

Si Elohim decretaba que se diese por entero a la destrucción a los prisioneros de


guerra, se les solía ejecutar con la espada. (1Sa 15:2, 3, 33.) Aquellos que se rendían
estaban obligados a efectuar trabajos forzados. (Dt 20:10, 11.) Las traducciones
antiguas del pasaje de 2 Samuel 12:31 transmiten la idea de que David torturó a los
habitantes de Rabá y Ammón, mientras que las versiones más recientes muestran que
solo les impuso trabajos forzados. (Véanse NM, BJ, VP.)

La ejecución por despeñamiento no estaba recogida en la Ley; sin embargo, el rey


Amasías de Judá hizo ejecutar de este modo a diez mil hombres de Seír. (2Cr 25:12.)
Lo mismo intentaron hacerle a Yeshúa los habitantes de Nazaret. (Lu 4:29.)

Cuando se lesionaba a otra persona intencionadamente, se hacía justicia por medio


de la ley del talión o de desquite, es decir, “ojo por ojo”. (Dt 19:21.) Hay por lo menos
una ocasión en el registro bíblico en la que se ejecutó esta sentencia. (Jue 1:6, 7.)
Basándose en las pruebas, los jueces determinaban previamente si el crimen era
deliberado o simplemente una negligencia o un accidente. Una excepción a la hora de
aplicar esta ley se producía cuando una mujer trataba de ayudar a su esposo en una
pelea, agarrando los órganos sexuales del oponente de su marido. En este caso, en
vez de inutilizar los órganos genitales de la mujer, tenía que amputársele la mano. (Dt
25:11, 12.) Esta ley muestra la importancia que Elohim concede a los órganos
reproductores. Además, puesto que la mujer le pertenecía a su esposo, esta ley
misericordiosamente tomó en cuenta el derecho del esposo a tener hijos por medio de
su esposa.

La Misná menciona cuatro penas de muerte: lapidación, decapitación,


estrangulamiento y abrasamiento; no obstante, las tres últimas no figuraban en la Ley
ni fueron jamás autorizadas por Elohim, sino que las introdujo la tradición,
transgrediendo el mandamiento de Elohim. (Mt 15:3, 9.) Un ejemplo de las atrocidades
que por esta causa cometieron los judíos puede verse en la manera de ejecutar el
abrasamiento: “Ordenación legal respecto a la muerte por abrasamiento. Se hundía al
reo en estiércol hasta las rodillas. Se le ponía un paño fuerte con otro más débil y se le
envolvía en torno al cuello. Uno tiraba hacia su parte y el otro hacia la suya, hasta que
(el reo) abría la boca. Se encendía entonces una mecha [según la Guemara (52a) era
una tira de plomo] y se introducía por su boca, haciéndola bajar hasta las entrañas que
resultaban abrasadas”. (La Misná, Sanedrín 7:2.)

La ley ha regido al hombre desde el principio, bien la ley divina o la ley de la


conciencia implantada por Elohim. Como resultado, cuanto más se han apegado los
hombres a la adoración verdadera, más razonables y misericordiosos han sido los
castigos que dictaban sus leyes, y cuanto más se alejaban de ella, más corrupto
llegaba a ser su sentido de justicia. Este hecho se manifiesta al comparar las leyes de
las naciones de la antigüedad con las leyes de Israel.

Egipto. Se sabe muy poco acerca de los castigos que imponían los egipcios:
prescribían azotes (Éx 5:14, 16); ahogamiento (Éx 1:22); decapitación, después de la
cual se colgaba el cuerpo en un madero (Gé 40:19, 22); ejecución por la espada, y
encarcelamiento. (Gé 39:20.)

Asiria. En el Imperio asirio los castigos eran muy severos: pena de muerte, mutilación
(cortaban las orejas, la nariz, los labios o castraban al reo), empalamiento, privación
de entierro, azotes con vara, imposición de pagos en cantidades determinadas de
plomo y trabajos forzados. La ley asiria entregaba al asesino al pariente más próximo
de la víctima, quien podía escoger entre darle muerte o desposeerlo de su hacienda.
Como el Estado apenas controlaba la ejecución de esta medida y, a diferencia de
Israel, no existían ciudades de refugio, su aplicación daría lugar a enemistades
hereditarias entre familias. Castigar el adulterio era prerrogativa del marido, quien
podía matar a su esposa, mutilarla, infligirle cualquier castigo o dejarla en libertad; se
requería además que castigase del mismo modo al amante adúltero. A muchos
prisioneros de guerra se les desollaba vivos, se les cegaba, se les arrancaba la lengua
o se les empalaba, quemaba o ajusticiaba de otras maneras.

Babilonia. Del llamado código de Hammurabi (que en realidad no es un código desde


un punto de vista estrictamente jurídico) se sabe que es una colección de decisiones o
“repertorios de jurisprudencia” escritos en tablillas de arcilla pertenecientes a una
legislación anterior a su día. Más tarde, estas tablillas se copiaron, quizás en un estilo
diferente de escritura, en una estela que se colocó en el templo de Marduk en
Babilonia. Es probable que se hicieran copias de este código y se depositaran en
diferentes ciudades del imperio. Posteriormente, un conquistador llevó esta estela a
Susa, donde fue descubierta en el año 1902.

¿Se basó la ley mosaica en el código de Hammurabi?

A diferencia de la ley mosaica, el código de Hammurabi no pretendía establecer


principios, más bien, parece que su propósito era ayudar a los jueces a decidir en
ciertas causas dándoles precedentes o mostrando errores de decisiones previas que
indicarían lo que debería hacerse en causas futuras. Por ejemplo, no fija una sanción
para el asesinato, puesto que ya había un castigo admitido para este delito y sin duda
para otros delitos comunes. El código de Hammurabi no trataba de abarcar el entero
espectro de la ley. Cada una de las reglas de este código empieza con las siguientes
palabras: ‘Si un señor hace esto o aquello’. Debido a que tiene que ver con ejemplos
específicos, más bien que formular principios, simplemente expone el juicio para
ciertas situaciones o delitos. El código se basa fundamentalmente en leyes ya
existentes, presentando casos concretos para resolver situaciones difíciles, frecuentes
en la sociedad babilonia de aquel tiempo.

En modo alguno sirvió de modelo para la ley mosaica. Por ejemplo, en el código de
Hammurabi hallamos lo que pudiera llamarse castigo de “interdependencia”. Una de
las reglas dice: “Si un albañil ha edificado una casa [...], pero no ha dado solidez a la
obra y la casa que construyó se ha desplomado y ha causado la muerte [...] al hijo del
propietario de la casa [...], recibirá la muerte el hijo de ese albañil”. (Código de
Hammurabi, traducción de Federico L. Peinado, Tecnos, 1986, sec. XIX, párrs. 229,
230.) Por el contrario, la ley que Elohim dio por medio de Moisés decía: “Padres no
deben ser muertos a causa de hijos, ni hijos deben ser muertos a causa de padres”.
(Dt 24:16.) Cuando se robaban objetos de valor, la sentencia por lo general no era la
restitución, como en la ley mosaica, sino la muerte. En algunos casos de robo se
requería la restitución de hasta treinta veces el valor de lo robado. Si el hombre no
podía pagar, tenía que ser ejecutado. Nabucodonosor utilizó como castigo la
desmembración y el fuego, como en el caso de los tres jóvenes hebreos que fueron
arrojados vivos a un horno ardiente. (Da 2:5; 3:19, 21, 29; Jer 29:22.)
Persia. Durante el reinado de Darío el medo, Daniel fue arrojado al foso de los leones,
pero sus falsos acusadores sufrieron después el mismo castigo junto con sus esposas
e hijos. (Da 6:24.) Posteriormente, el rey Artajerjes de Persia autorizó a Esdras a
ejecutar juicio sobre todo el que no cumpliese con la ley del Elohim de Esdras o la del
rey, “ya sea para muerte o para exilio, o para multa de dinero o para prisión”. (Esd
7:26.) Asuero colgó a Hamán de un madero de cincuenta codos (22 m.) de altura, y
también colgó a los dos guardas que pretendían atentar contra su vida. (Est 7:9, 10;
2:21-23.)

Se han encontrado algunas tablillas de arcilla con leyes decretadas por Darío I de
Persia; en ellas el castigo prescrito para el hombre que atacara a otro con un arma y le
hiriera o matara era de 5 a 200 latigazos, aunque a veces se penaba con
empalamiento. Según explican ciertos autores griegos, en la legislación persa las
ofensas contra el Estado, el rey, su familia o su propiedad por lo general acarreaban la
pena de muerte. La ejecución del castigo acostumbraba a ser despiadada. No existe
mucha información respecto a la sanción por delitos comunes, si bien parece que los
castigos más frecuentes eran la mutilación de las manos o los pies, o cegar al reo.

Otras naciones de Palestina. Con exclusión de Israel, las restantes naciones de


Palestina castigaban con encarcelamiento y cadenas, mutilación, cegar al reo, pasar a
espada a los prisioneros de guerra, rajar a las mujeres encintas y estrellar a sus hijos
contra una pared o una piedra. (Jue 1:7; 16:21; 1Sa 11:1, 2; 2Re 8:12.)

Roma. Además de la ejecución con la espada, que incluía la decapitación (Mt 14:10),
algunos de los métodos de castigo más comunes eran: palizas; el látigo, que a veces
tenía atados huesos, trozos pesados de metal o ganchos; ahorcamiento;
despeñamiento; ahogamiento; bestias salvajes en la arena; luchas de gladiadores, y la
hoguera. A los prisioneros se les solía poner en cepos (Hch 16:24) o encadenar a un
soldado. (Hch 12:6; 28:20.) La ley Valeria y la ley Porcia eximían a los ciudadanos
romanos de ser flagelados: la primera, por apelación del ciudadano al pueblo; la
segunda, sin necesidad de apelación.

Grecia. Los castigos que infligían los griegos eran, por lo general, del mismo tipo que
los romanos. A los criminales se les condenaba a despeñamiento —bien por un
despeñadero o una sima—, azotes hasta morir, ahogamiento, envenenamiento y
ejecución con la espada.

Para más información, véanse los tipos de delitos y castigos por sus respectivos
nombres.

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