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Los entomólogos ya habían descubierto que otros insectos eusociales, como las abejas, las
avispas de la familia Vespidae, los trips comunitarios o las termitas disponen de mecanismos
contra bacterias, hongos o levaduras. La lógica de la vida indica que unos seres que viven
apiñados en subsuelos húmedos y tienen una gran afinidad genética, como las hormigas, están
muy expuestos a la propagación de enfermedades. Y si llevan casi un centenar de millones de
años en la Tierra, deben de contar con un potente sistema de inmunidad colectiva.
"Estos resultados apuntan a que las hormigas podrían convertirse en una futura fuente de
nuevos antibióticos para ayudar a combatir las enfermedades humanas", dice el investigador
del Centro de Bioimitación de la Universidad Estatal de Arizona (EE UU) y principal autor de la
investigación, Clint Penick. Aunque la muestra es muy reducida, hay cerca de diez mil especies,
estos resultados confirman los obtenidos en otros estudios con especies concretas. Además,
las hormigas seleccionadas pertenecen a cuatro de las subfamilias más importantes y algunas
divergieron genéticamente hace millones de años.
Los autores de la investigación, publicada en la revista científica Royal Society Open Science,
partían de una hipótesis: cuánto más grandes las colonias que forma una determinada especie,
más expuestas a los patógenos. Así que deberían de segregar agentes antimicrobianos más
potentes. Sin embargo, no encontraron correlación entre dimensiones del hormiguero y
potencia defensiva de su antibiótico.