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INTRODUCCION2
Se dice que las víctimas de Hiroshima y Nagasaki vagaban a ciegas por las calles,
arrastrando su propio pellejo hecho jirones. Tengo miedo por mi pellejo y aún más
por el de mis hijos. Y por el de ustedes. Quiero salvar mi pellejo. Lo necesito, y
usted a mí, para salvarnos. Debemos construirnos en comunidad. Nos
necesitamos mutuamente.
Son muy pocos los que poseen el sentido de comunidad y muchos los que saben
que la primera prioridad de la civilización es la paz; por eso, el título que elegí
inicialmente para este libro es “pacificación y comunidad”. Después comprendí que
eso era poner el carro delante de los caballos. Porque no entiendo cómo los
norteamericanos nos comunicaremos de manera efectiva con los rusos (o con
cualquier otro pueblo de cultura distinta de la nuestra, si no sabemos
comunicarnos con el vecino de al lado, ni hablar del vecino de otro barrio. La
comunicación es como la caridad; bien entendida, empieza por casa. Tal vez la
militancia por la paz debe comenzar en escala pequeña. No quiero decir con ello
que debemos abandonar los esfuerzos por la paz mundial. Pero me parece difícil
que avancemos hacia la comunidad mundial -la única manera de llegar a la paz
internacional– sin aprender los principios elementales de la comunidad en
nuestras propias vidas y esferas de influencia.
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mía es aceptar la suya. Y que en el espíritu comunitario, que incluye todas las
confesiones y culturas sin eliminarlas, está la cura del “meollo de los grandes
problemas contemporáneos”.
Las comunidades son únicas. Como los individuos. Sin embargo, todos
participamos de la condición humana. Por eso los grupos que se reúnen con el
propósito de realizarse como comunidades siguen por lo general un proceso
dividido en varias etapas. Éstas son, en su orden: Seudo comunidad, caos,
vacío y Comunidad. No todos los grupos que se convierten en comunidades
siguen este paradigma. Por ejemplo, las comunidades que se forman ante una
crisis suelen saltar una o más etapas. Yo no trato de imponer- le esta fórmula al
proceso. Pero cuando se forma una comunidad por artificio, el orden natural y
habitual de los hechos es el mencionado.3
Pero faltaba algo. Al principio pensé: "esto sí que va a ser fácil, no hay
absolutamente ningún problema". Pero conforme pasaban las horas empecé a
sentir una vaga inquietud, sin poder identificar el problema. El ámbito comunitario
siempre despertaba en mí una maravillosa sensación de alegría que me faltaba en
esta ocasión. En todo caso, me sentía un poco aburrido. Sin embargo, la conducta
del grupo era la de una verdadera comunidad. No sabía qué hacer. Ni siquiera
sabía si era conveniente hacer algo, así que los dejé actuar hasta el final del día.
Esa noche dormí mal. Hacia el amanecer, sin tener la menor idea sobre qué era lo
más conveniente, decidí expresar mis sentimientos. La segunda mañana, cuando
nos reunimos, dije: "Ustedes son un grupo de personas de altísimo nivel
intelectual. Es por eso, creo yo, que aparentemente nos constituimos en
3
Otros conductores de grupos que se han realizado como comunidades han descubierto que
existen etapas en el proceso. Incluso tienen una fórmula para recordarlas: “formación, agresión,
normación, función". Pero ésta, aunque no del todo inútil, es incompleta en el mejor de los casos.
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comunidad ayer con tanta facilidad y rapidez. Pero me pareció demasiado fácil y
rápido. Tengo la extraña sensación de que nos falta algo: que todavía no somos
una verdadera comunidad. Hagamos un período de silencio, a ver cómo
reaccionamos".
Esta historia tiene dos moralejas. La primera es: cuidado con las comunidades
instantáneas. El proceso necesita tiempo, además de esfuerzo y sacrificio. No es
fácil. La segunda es que se puede construir una comunidad con gente menos culta
con la misma facilidad que con aquéllos. El proceso más rápido y efectivo que he
vivido fue el de un grupo de dirigentes cívicos de un pueblo del medio oeste cuyos
conocimientos de psicología eran escasos, por no decir nulos. Por el contrario, los
sectores más cultos suelen ser más hábiles para fingir.
Una vez que se permite y se alienta que afloren las diferencias individuales, el
grupo avanzará casi inmediatamente a la segunda etapa del proceso: el caos.
Caos: El caos siempre gira en tomo de los intentos de curación y conversión que
ensayan algunas personas, de buena fe pero equivocadas. Daré un ejemplo
prototípico. Comienza con un período de silencio incómodo, después del cual
alguien dice:
-Vine a este taller porque tengo tal y tal problema y pensé que
hallaría la solución aquí.
- Conozco ese problema por experiencia propia- dice -. Hice
esto y aquello y lo resolví.
- Yo lo intenté dice el primero-, pero no solucioné nada.
- Cuando acepté a Jesús como mi Señor y mi Salvador –tercia
otro- resolví ese problema y en realidad, todos mis problemas.
- Perdóneme, pero eso de que Jesús es el Señor y el Salvador,
para mí es cháchara -insiste el primero-. No me interesa.
- A mí en cambio me da asco, dice un cuarto.
- Pero es la verdad -exclama un quinto-. Así empieza.
La mayoría de las personas resiste los cambios. Por eso unos insisten en curar y
convertir a los otros y éstos a los primeros, para fastidio de todos. Es un verdadero
caos. El caos, más que una situación, es parte esencial del proceso de creación
de la comunidad. Por eso, a diferencia de la seudo comunidad, no basta adquirir
conciencia de él para que desaparezca. Después de un período de caos, cuando
yo digo que "aparentemente no hacemos muchos progresos como comunidad",
alguien dirá, "en efecto, y es por esto", y otro responderá, no, se debe a esto otro",
y vuelta a empezar.
El caos es una etapa tan desagradable, que los miembros se agreden entre ellos y
también al conductor del grupo. "Estas riñas indican una falta de conducción
efectiva -dicen-. Merecemos una mejor conducción que la que nos brindas tú,
Scotty". En un sentido, tienen razón; el caos es una reacción natural ante la
relativa falta de conducción. Un líder autoritario -un dictador- que les asignara
tareas y objetivos concretos evitaría el caos fácilmente. El problema es que un
grupo dirigido por un dictador no es ni puede ser una comunidad, que es
incompatible con el totalitarismo.
Vacío: Existen sólo dos maneras de superar el caos -diré yo después de un buen
período de discusión estéril-. Una de ellas es la organización. Pero ésta nunca
conduce a la realización de la comunidad. La otra es en y por medio del vacío. En
la mayoría de los casos, el grupo hace caso omiso de mi intervención y sigue su
disputa. Dejo pasar un lapso y vuelvo a intervenir:
El vacío es lo más difícil del proceso, ya la vez la etapa crucial. Es la transición del
caos a la comunidad. Por fin, cuando me preguntan qué significa vacío, les
explico que deben despojarse de todos los obstáculos que impiden la
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espíritu misionero como pocos. Todos querían hablar sobre Dios; cada uno tenía
su propia concepción de Dios y estaba convencido de saber quién era Él. En poco
tiempo se inició un caos de proporciones. Treinta y seis horas más tarde, después
de la milagrosa transición del caos a la comunidad les dije:
Al entrar en la etapa del vacío, los miembros del grupo empiezan a comprender
-gradual o bruscamente, según los casos- que el deseo de curar, convertir al otro
o "resolver" de alguna manera las diferencias interpersonales no es más que un
deseo egoísta de sentirse bien mediante la eliminación de éstas. Entonces se les
ocurre que existe el camino opuesto: respetar e incluso festejar esas diferencias.
Ningún grupo la comprendió más rápidamente que esos ingenuos dirigentes
cívicos. Debido a la falta de tiempo, les dije a boca de jarro: "Nuestro objetivo al
reunimos es constituimos en comunidad, no resolver los problemas de la ciudad.
Sin embargo, aquí nadie habla de sí mismo sino de las soluciones que propone.
Las ideas me parecen muy buenas, pero ustedes las esgrimen como garrotes,
para aplastar al vecino. Ahora bien, podemos seguir así durante las próximas
veinticuatro horas, pero me parece que eso no los beneficiará a ustedes ni a la
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El sacrificio duele porque es como una muerte, la clase de muerte que requiere la
resurrección, y no basta comprenderlo en el plano intelectual, porque la muerte es
un salto aterrador hacia lo desconocido. En esta etapa, muchos participantes
quedan paralizados, atrapados entre el miedo y la esperanza, porque cometen el
error de no concebir el vacío como el paso previo a un renacimiento sino en
términos de la "nada" o la aniquilación.
La demostración más espectacular del terror que suele provocar esta experiencia
la proporcionó el "renacimiento" de Martín. Éste era un sexagenario de aspecto un
tanto rudo y ánimo deprimido, un obseso del trabajo que había triunfado e incluso
adquirido fama en su especialidad. En un taller del que participaron él y su mujer,
cuando el grupo trataba de asumir el vacío en el plano intelectual, Martín empezó
a estremecerse y a temblar. Por un instante pensé que sufría un ataque. Pero
entonces empezó a gemir y a repetir, como si estuviera en trance:
Cesaron sus temblores. Lo rodeamos unos cinco minutos más, hasta que nos dijo
que su miedo del vacío, su terror ante la muerte, habían cesado. En menos de una
hora, su rostro trasuntaba serenidad. Sabía que había sufrido un quebranto y
había sobrevivido. Y que gracias a ese quebranto, había ayudado al grupo a
realizarse como comunidad.
En medio del dolor que provoca el vacío, hay dos preguntas que casi siempre se
formulan. "¿Existe un camino hacia la comunidad que no pase por el vacío?" La
respuesta es no. "¿Se puede llegar a la comunidad sin sufrir y compartir ese
quebranto?" Nuevamente, no.
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En ocasiones el grupo descubre por sus propios medios que está bloqueando las
expresiones de dolor y sufrimiento, y que para aprender a escuchar, debe
despojarse incluso del fastidio que provocan las “malas nuevas". Si no sucede,
entonces debo intervenir para mostrarles cómo desalientan las expresiones de
quebranto. Algunos grupos reaccionan al instante y se despojan de su
insensibilidad. Pero otros levantan las últimas barreras para resistir el avance
hacia la comunidad. La típica expresión de ello es la siguiente:
He hablado de la etapa de vacío como algo que sucede en las mentes y las almas
de los individuos que componen el grupo. Pero la comunidad es más que la suma
de los individuos presentes. Seudo comunidad, caos y vacío no son etapas
individuales sino grupales. La transformación del grupo, de una suma de
individuos en una auténtica comunidad, requiere muchas pequeñas muertes
individuales, pero también grupales. La sensación más profunda que me embarga
durante la etapa de vacío no es tanto el dolor de los individuos que sufren sus
pequeñas muertes y renacimientos como el de la agonía mortal del grupo en sí,
que parece estremecerse y gemir colectivamente. En ocasiones, un individuo
habla en nombre del grupo:
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Así como algunos individuos sufren la muerte física de manera rápida e indolora
mientras otros sufren agonías prolongadas, lo mismo sucede con el proceso de
entrega emocional de los grupos. Pero sea brusca o gradual, todos los grupos que
he conocido han logrado llevar a cabo, realizar esta muerte. Todos han atravesado
la etapa del vacío, el tiempo de sacrificio, para llegar a la comunidad. Esta es una
revelación extraordinaria del poder del espíritu humano. Significa que, dadas las
circunstancias adecuadas y el conocimiento de las reglas, en cierto nivel los seres
humanos somos capaces de morir los unos por los otros.
Comunidad: Una vez realizada su muerte, cuando está abierto y vacío, el grupo
se constituye en comunidad. En esta etapa final, reina una suave quietud, una
especie de paz. Esta paz impregna todo el salón. Una participante empieza a
hablar sobre sí misma. Se muestra muy vulnerable, habla de su ser más íntimo. El
grupo aguarda cada palabra. Nadie la creía capaz de tanta elocuencia.
No hay una respuesta única a estas preguntas. La larca principal de los grupos
que se han reunido para hacer una vivencia comunitaria breve será simplemente
disfrutar esa experiencia y beneficiarse con la curación que la acompaña. Pero
tienen la larca adicional de disolverse. Tiene que haber un cierre. Hombres y
mujeres que han aprendido a amarse profundamente necesitan tiempo para
despedirse, para expresar el dolor de volver a una vida cotidiana sin comunidad.
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Una comunidad que resuelve seguir adelante como tal -con todos o algunos de
sus participantes- tendrá muchas tareas. Mantener una comunidad significa tomar
o modificar muchas decisiones de gran peso y a largo plazo. En ocasiones recaerá
en el caos, incluso en la seudo comunidad. Deberá sufrir el proceso de vacío una
y otra vez. Es aquí donde muchos fracasan. Por ejemplo, muchos conventos y
monasterios se autotitulan "comunidades", pero en realidad son organizaciones
rígidas y autoritarias. Cumplen funciones útiles en la sociedad, pero lo hacen sin
alegría y no constituyen un "lugar seguro" para sus miembros. Han olvidado que la
primera tarea de toda comunidad verdadera es conservarse como tal.
Después de este elogio tan encendido de sus virtudes, temo que alguien piense
que la vida en comunidad es más fácil o más cómoda que la vida cotidiana fuera
de ella. No es así. En todo caso, es más vivaz, más intensa. El sufrimiento es
mayor, pero también la alegría lo es. Sin embargo, la vivencia de la alegría en
comunidad no viene de suyo. En momentos de conflicto, los miembros no sienten
alegría; por el contrario, prevalecen la ansiedad, la frustración, la fatiga, y aunque
predomine la alegría, algunos miembros no compartirán el espíritu comunitario
debido a sus preocupaciones o conflictos individuales. Sin embargo, la reacción
emocional más frecuente al prevalecer el espíritu de comunidad, es la alegría.
En estos casos, la vida comunitaria puede llegar a algo aún más profundo que la
alegría. Algunos tratan de realizar sucesivas experiencias breves de comunidad,
como si fueran "inyecciones" vivenciales. Eso no es de lamentar. Todos
necesitamos "inyecciones" de alegría en nuestras vidas. Pero lo que a mí me atrae
una y otra vez a la experiencia de comunidad es algo más. Cuando participo en un
grupo de seres humanos dispuestos a seguir adelante en medio de las agonías y
las alegrías de la comunidad, tengo la vaga sensación de compartir un fenómeno
para el que existe una sola palabra. Vacilo antes de escribirla. La palabra es
"gloria".
Para darle su verdadero significado, se debe aplicar a “un grupo de individuos que
han aprendido a comunicarse honestamente entre ellos, cuyas relaciones van más
allá de la máscara de indiferencia y que han asumido un compromiso profundo de
festejar juntos, llorar juntos a nuestros muertos, además de “mirarnos con buenos
ojos y asumir como propios los problemas ajenos”. ¿Qué aspecto tiene ese grupo
tan extraño? ¿Cómo funciona? ¿Cuál es la verdadera definición de comunidad?
Sólo podemos definir o explicar correctamente las cosas de magnitud menor que
la nuestra. Por ejemplo, yo tengo en mi oficina un calentador eléctrico muy
práctico. Si fuera ingeniero electricista, podría desarmarlo y explicar -definir- su
funcionamiento. Salvo un aspecto: el cable y la ficha que le conectan con algo
llamado electricidad. A pesar de las leyes físicas conocidas, la electricidad
presenta aún ciertas incógnitas, incluso para el ingeniero electricista más
avanzado. Porque la magnitud de la electricidad es mayor que la nuestra.
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Hay muchas “cosas” por el estilo: Dios, el bien, el amor, el mal, la muerte, la
conciencia, muchas más. Son tan grandes y multifacéticos que apenas podemos
describir o definir una faceta por vez. Nunca podemos aprehenderlas en toda su
profundidad: tarde o temprano chocamos con un núcleo en el que no podemos
penetrar.
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Bellah, R. y Cols.: Habits of the heart. Berkeley, University of California Press, 1985. pg. 286.
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En Friends Seminary, la primera comunidad que conocí, las barreras entre los
grados, entre alumnos y maestros, entre menores y mayores, eran siempre
“blandas”. No había exclusiones de grupos ni personas. Todos podían asistir a las
reuniones sociales. No había presiones a favor del conformismo. La inclusividad
de la comunidad abarca todos sus parámetros. Su carácter es “integral”. No se
trata solamente de sexos, razas y confesiones. También incluye toda la gama de
las emociones humanas: las lágrimas como la risa, el miedo como la fe. Lo mismo
con los estilos: belicistas y pacifistas, héteros y homos, idealistas y materialistas,
locuaces y silenciosos. Se incluyen todas las diferencias humanas. Todas se
nutren del individualismo “blando”.
Si hacemos ese esfuerzo, generalmente descubrimos que con el tiempo “lo áspero
se allana”. Un amigo del autor de estas líneas define correctamente la comunidad
como un “grupo que ha aprendido a trascender sus diferencias individuales”. Pero
ese aprendizaje requiere tiempo y este a su vez sólo puede ser producto de un
compromiso. “Trascender” no significa “eliminar” ni “demoler”, sino, literalmente,
“pasar por encima”. Llegar a la comunidad es comparable a alcanzar la cima de
una montaña.
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Con todo, cabe preguntarse cómo se puede llegar al consenso en un grupo donde
se fomenta la individualidad y florecen las diferencias individuales. Aunque
enriquezcamos el vocabulario del funcionamiento comunitario, me parece dudoso
que podamos elaborar una receta para el proceso consensual. El proceso en sí es
una aventura, con algo de místico, mágico. Pero funciona. Las demás recetas de
la comunidad permiten entrever cómo lo hace.
a una solución más realista que la que obtendría cualquiera de los dos sin el otro.
Aunque más no fuera por esto, me parece sumamente difícil que un padre o una
madre solteros tomen una decisión correcta. En el peor de los casos, cuando
nuestros puntos de vista divergen, al menos se modulan entre sí. El proceso es
más efectivo en las comunidades más grandes. En una comunidad de sesenta
suelen aparecer hasta una docena de puntos de vista divergentes. De allí surge un
guiso consensual mucho más creativo que cualquier sopa hecha con dos
ingredientes.
5 Soctt Peck, M., Peope of the Lie. The hope for Healing Human Evil. Nueva York, Simon and Schuster, 1983.
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Ninguna comunidad puede aspirar a una buena salud perpetua. Sin embargo, por
ser un organismo contemplativo, la auténtica comunidad reconoce rápidamente su
mala salud y toma las medidas curativas apropiadas. Más aún, cuanto más se
prolonga la vida sana de la comunidad, mayor es su eficiencia en este proceso de
recuperación. Por el contrario, los grupos que no aprenden a ser contemplativos,
no llegan a ser comunidades o bien se desintegran rápida y definitivamente.
6
Traducción al ingles de Ira Progoff. Nueva Cork, Julian Press, 1969. pág. 92
7
Platón. Apología.
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me fue inculcado de manera tan efectiva que aún hoy sólo puedo llorar en público
si me encuentro en un lugar seguro. Cuando vuelvo a la comunidad, una de mis
alegrías es la recuperación del “don de las lágrimas”. No soy el único. Cuando un
grupo se realiza como comunidad, la frase más frecuente que repiten los
participantes es: “Aquí me siento seguro”.
suelen creer que lo consiguen. Sin embargo, la experiencia les enseña luego que
carecen del poder de sanar. Al mismo tiempo, reconocen su poder de escuchar al
paciente, aceptarlo, establecer con él una “relación terapéutica”. Por eso, sus
esfuerzos no se dirigen a curarlo sino a hacer de su relación un lugar seguro
donde el paciente pueda curarse a sí mismo.
Una vez, cuando hablaba sobre comunidad al organismo dirigente de una iglesia,
uno de los miembros hizo el siguiente comentario: “Entonces, usted afirma que
para realizar la comunidad es necesario confesar la propia debilidad”. Tenía razón,
pero aquí quiero destacar el hecho de que es necesario “confesar” la debilidad.
Concebimos la confesión como un acto que se realiza en secreto, en la oscuridad
del confesionario, con la garantía del secreto sacerdotal o psiquiátrico. Ahora bien,
la realidad es que todos los seres humanos son débiles y vulnerables. ¡Qué
extraño es que cada uno se sienta obligado a ocultar sus heridas, si todos
estamos heridos!
vez de ser afectado, herido, por las heridas ajenas. Esta es la “mirada amistosa”
de que hablaba esa mujer. Habían caído las barreras y, en verdad, le parecía algo
hermoso. Hay dolor en las heridas. Pero lo importante es el amor que surge entre
nosotros cuando compartimos recíprocamente nuestra vulnerabilidad. Es
innegable que en nuestra cultura, este acto de confesión recíproca conlleva un
riesgo: el de violar la norma de mostrarnos invulnerables. Para la mayoría es una
conducta novedosa, que aparentemente, tiene sus peligros.
Comunidad: reto para luchar con gracia: A primera vista puede parecer extraño
que la comunidad, un lugar seguro y un laboratorio donde experimentar con el
desarme, sea también un lugar de conflictos. Para explicarlo mejor, recurriremos a
una historia. Un maestro sufí paseaba por las calles con sus discípulos. Llegaron a
la plaza central de la ciudad en momentos en que las tropas del gobierno y las
fuerzas rebeldes libraban una batalla encarnizada.
No es casual que suceda así. La comunidad es una arena donde los gladiadores
han depuesto las armas, se han despojado de su armadura, han aprendido a
escuchar y comprender, a respetar los dones y aceptar los defectos ajenos, a
festejar sus diferencias y vendarse mutuamente las heridas, donde se
comprometen a lugar juntos en lugar de unos contra otros. Es en verdad un campo
de batalla de lo más extraño. Pero por eso mismo es el más efectivo para la
resolución de los conflictos.
En ese lugar seguro, los líderes compulsivos se sienten en libertad –a veces, por
primera vez en sus vidas- para no dirigir. A su vez, los individuos tímidos y
recatados se sienten libres para ejercer sus dotes latentes de liderazgo. Por eso la
comunidad es el organismo ideal para tomar decisiones. La expresión “el camello
es un caballo creado por un comité” no significa que las decisiones tomadas en
grupos son invariablemente torpes e imperfectas, sino que los comités rara vez
son comunidades.
decisiones con rapidez y eficacia. Y puesto que los participantes se sentían libres
de expresarse, pudieron ofrecer sus dotes individuales al proceso decisorio en el
momento oportuno. De este modo, uno aportó la primera parte de la solución. Al
reconocer que era acertada, la comunidad la aceptó sin vacilaciones y así, de
manera casi mágica, otro miembro se sintió en libertad para aportar la segunda
parte. Y así sucesivamente.
Nadie puede poner en tela de juicio que el espíritu que predomina cuando un
grupo se convierte en comunidad es el de la paz. Empieza a reinar una serenidad
desconocida. Los participantes bajan el tono de voz, sin embargo, por extraño que
parezca, las voces se escuchan más claramente que antes. Se producen
silencios, pero jamás son incómodos. Al contrario, es un silencio agradable,
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La “Atmósfera” de amor y paz es tan tangible, que casi todos los participantes la
viven como un espíritu. Los propios miembros agnósticos y ateos suelen referir la
experiencia de construir una comunidad como unja vivencia espiritual. Lo que
varía, en cambio, es la interpretación de la experiencia. Los que tienen una
conciencia secular tienden a considerar el espíritu comunitario como una creación
del grupo, algo hermoso pero nada más que eso. En cambio, para la mayoría de
los cristianos, se trata de un fenómeno más complejo.
amor, la disciplina y el sacrificio que requiere el espíritu comunitario –el que Jesús
exaltó y mostró- estará reunido en su nombre y él estará con ellas.