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Últimas irrupciones bárbaras: Liquidación violenta y sanguinaria de estados improvisados; en esta segunda
oleada de invasión y de conquista con abundancia de ruinas y amenazas de anarquía. La historia de las invasiones
en occidente, se dividen así: Infiltración, irrupción, estabilización de algunos reinos, rápida decadencia de los
primeros estados bárbaros y la llegada y expansión de los francos y los longobardos. De estos sucesos y trastornos
nacerán dos grupos física y moralmente distintos: germánico-latino y eslavo-helénico.
Características de los bárbaros: los hunos (jinetes expertísimos) los alanos (Guerreros) los visigodos
(acomodarse a las conveniencias de la civilización romana) suevos y ostrogodos (gusto por la independencia); no
son salvajes; instintos bélicos, gusto por las aventuras de guerra, ambición y deseo de apoderarse de todo;
Germanos (Embriagarse y gusto por la violencia); Convicciones religiosas: arrianismo pujante, pero servido por
la ignorancia de un clero ignorante y sectario; el pueblo seguía con relativa facilidad al jefe que se convertía; no
era una conversión verdadera. Lo que pensaban los romanos a cerca de los bárbaros: Una bestia en figura
humana, un enemigo al que hay que exterminar, son una amenaza, son violentos y con todo arrasan; algunos
piensan que son equitativos y con benevolentes disposiciones. Los romanos tenían hacia ellos más temor que
odio; los más afectados por su actuar son los intelectuales y los aristócratas, la población medio e inferior no ha
sido afectada en el mismo grado. Opinión de los bárbaros sobre los romanos: Admiraban su legislación, los
llamaban “patricios” permanecían como reyes, son una aristocracia exigente; otros no quieren asimilarse en nada
a ellos por conservar sus costumbres, idioma y religión. La solución al problema de la división, se ve influenciada
por la frecuencia de los matrimonios y la supremacía del catolicismo.
Papel defensivo de los obispos: Acuden, despreciando los peligros que les amenazan, siempre que se ofrece una
posibilidad o se impone un deber de persuadir o excitar a piedad a un jefe bárbaro y aliviar la suerte de los
desgraciados. Son defensores de las ciudades, asegurando su avituallamiento y su acción defensiva, impidiendo
el desorden y reprimiendo el pánico. El rescate de los cautivos será una de las grandes obras cristianas de este
tiempo y su reintegración a los derechos familiares o religiosos.