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La Universidad que NO queremos

Por Yolanda Molina Serrano, PhD


Catedrática Auxiliar
Departamento de Pedagogía y Ciencias Sociales
UPR-Utuado

9 de septiembre de 2010

Debemos juntos evaluar el fruto de la cosecha del “uso y costumbre”. Este refrán
particular de la Universidad de Puerto Rico ha servido para detener la conciencia, justificar
la inercia, respaldar la intransigencia, tolerar el abuso, obviar la necesidad, permitir el
nepotismo, aprobar el amiguismo, ignorar la malversación, hundir lo académico, descartar
la escolaridad, atender a los comadreos y consentir la politiquería, entre otros.

Nos preguntamos ¿es ésta la función de la Universidad? ¿Hemos sido contratados para
alentar y perpetuar prácticas contrarias a lo académico? La verdadera y única función de
la Universidad es crear conocimiento nuevo y difundirlo i, dentro de un ambiente que
promueva la investigación y los debates guiados por la sapiencia. Pero qué conocimiento
novel estamos difundiendo cuando nos congraciamos con el status quo y permitimos las
acciones deplorables de unos representantes del gobierno, que utilizan la ley para
desacatar los derechos fundamentales de los seres humanos: el respeto, la dignidad y
la igualdad, e imponen su criterio por encima de los servicios a los estudiantes y la
comunidad académica a la que nos debemos. Que con nuestro silencio nos hacemos
cómplices de un sistema político que estimula la intromisión en instituciones que
representan a todos los sectores del país; de un pueblo que clama por justicia, respeto y
dignidad. Dignidad que no guardamos ni para nosotros, ni para nuestros estudiantes que
son la razón de nuestro trabajo diario y a quienes defraudamos cuando consentimos en
hábitos antagónicos a nuestra mayor función como universitarios: crear conocimiento
nuevo y difundirlo.

Notamos como desde la presidencia hasta las oficinas más simples, se da un proceso
engorroso de ver a funcionarios forzados súbitamente a presentar cartas de renuncia, y
justificar su abrupta salida como algo natural. Escuchamos frases dudosas como “Me voy
a otros rumbos.”, “Exploraré algo diferente.”, “Ya me cansé y necesito un respiro.”, “Mi
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salud está afectada”, entre otras. Pero detrás de esa bambalina de humo se esconde la
verdadera razón de las renuncias forzadas. Hay que dar paso a otros que son leales y
responden a la línea partidista de turno, a otros que son de “confianza”. Invariablemente
nos preguntamos si el día de nuestra juramentación no fue suficiente para certificarnos
como académicos en quienes se puede confiar. ¿O es que acaso el contrato que
firmamos tenía una cláusula oculta que delimitaba lo que es la verdadera confianza? ¿Es
esa la confianza que está subordinada a la afiliación con el partido de turno? Muy penoso
es presenciar el espectáculo de como nuestras credenciales, calificaciones, experiencias
y dedicación son echadas a un lado por no responder a la adhesión fanática de políticos
itinerantes que pululan los pasillos de la Universidad, buscando mediocres que se presten
a sus mezquindades.

Este fanatismo se ha tolerado por muchas décadas hasta convertirse en la orden del día.
Nos reiteran, “que “siempre ha sido así”, que “otros lo han hecho igual o peor”, que “nada
se puede hacer”, que “ese es el uso y costumbre”. Hay que detener esta letanía de
justificaciones injustificables y reflexionar: ¿Qué vamos a hacer para frenar esta
indiferencia acumulada por una veintena de años viendo a los desalmados practicar sus
vilezas y quedar impunes?

Esta es la hora de levantarnos y pararnos en el camino. Despertemos del letargo de la


indiferencia que ha anestesiado nuestra conciencia y buen juicio y exijamos la verdad.
Exijamos sinceridad, verticalidad y transparencia en el liderato de aquellos que han
atribuido el compromiso de representarnos. De los que se olvidan que una vez fueron
estudiantes y luego profesores y desdeñan su vocación primaria. Quienes por obra y
gracia, no de sus méritos, sino de recompensas y deudas a favores de antaño, tienen
ahora en sus hombros el manto del privilegio y prestigio que se le otorga a los
funcionarios de la Universidad. Siendo estos los que deben darle prioridad a la institución
a la que sirven, que no necesariamente los eligió pero que sí espera un comportamiento
probo y un intachable servicio a la Academia y no un desleal coqueteo con los políticos
locales que imponen sus criterios, en la elección de funcionarios, sin mediar la evaluación
de sus cualidades profesionales e ignorando la voz de la comunidad universitaria.

Lo que hoy plantemos será la cosecha del mañana. Que la cosecha sea la fiscalización
abierta y contundente de aquellos que hoy están y de los otros que vendrán e intentarán
pisotear nuestra inteligencia tratando de endilgarnos una vez más que “ese es el uso y
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costumbre”. ¡Repudiemos “el uso y costumbre”! Saquemos los elementos que nos tienen
en bancarrota académica. No importa el que esté, menos importa el que venga, porque
como académicos velaremos y denunciaremos hasta el cansancio las vilezas que se
practican en contra de nuestra Universidad y nos desacreditan ante los ojos del pueblo.
¡Volvamos a las prácticas naturales de la Universidad: investigar, debatir, crear
conocimiento nuevo y difundirlo!.ii
i
Mario Bunge. La verdadera función de la Universidad. Revista Plural, ene-dic 1986
ii
Esta reflexión es el resultado de una consulta editorial con colegas de la UPRU.

*La Prof. Yolanda Molina Serrano es miembro de la Asociación Puertorriqueña de Profesores en Utuado (APPU-Utuado)

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