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FEBRERO 1, 2018
Miguel Lizana
Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936), premio Nobel de Literatura en 2010,
premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1986 y premio Cervantes en 1994, es
uno de los autores más leídos en nuestra lengua. Su carrera literaria comenzó con la
publicación de La ciudad y los perros (1963), que es considerado como el inicio del
llamado boom hispanoamericano, que supuso un periodo de esplendor para la
narrativa en español. En la década de los sesenta publicó también La casa
verde (1966), Conversación en La Catedral (1969) y Los cachorros (1967). Otras
novelas suyas destacadas son Pantaleón y las visitadoras (1973), La tía Julia y el
escribidor (1977) o La guerra del fin del mundo (1981) y, algo más recientemente, La
fiesta del Chivo (2000), El paraíso en la otra esquina (2003) o Travesuras de la niña
mala (2006). Su última novela publicada es Cinco Esquinas (2016). Además, ha
desarrollado una amplia obra ensayística, que incluye El pez en el agua (1993), donde
repasa su infancia y su juventud y su candidatura a la presidencia del Perú, el ensayo
literario La orgía perpetua. Flaubert y «Madame Bovary» (1975) o La civilización del
espectáculo (2012), donde reflexiona sobre las últimas transformaciones ocurridas
en la cultura y la sociedad. Este primer trimestre publica La llamada de la tribu, un
nuevo ensayo en que explica su itinerario político y literario.
Sin ninguna duda. No sólo escribimos, sino que también leemos por esa
insatisfacción. Detrás de la lectura y de la necesidad de buscar algo en la ficción,
estás expresando un desacuerdo con el mundo y con tu vida tal como es, y para eso
necesitas de alguna manera, aunque sea de manera ilusoria, como es la literatura,
vivir otra vida. En el caso de los escritores, las razones por las que se da esa rebeldía
pueden ser múltiples —generosas, egoístas, altruistas—, pero, sin ese desacuerdo y
esa disconformidad, difícilmente la ficción significaría nada para ti. En cualquier
caso, escritores o no, no abunda la gente que está en perfecto contentamiento con
la vida. Por eso existe la ficción y la vocación literaria, que, por otra parte, implica un
compromiso muy profundo y no es una actividad que exija ciertas horas, sino una
entrega completa. Flaubert decía que escribir es una manera de vivir, y lo cierto es
que, si examinas las vidas de los escritores más importantes, hay una identificación
absoluta con la vocación, pues de otra manera no cabe hacer una obra rica y
original.
Su figura, de algún modo, con la publicación de La ciudad y los perros, con el que
obtuvo el Premio Biblioteca Breve, convocado por Seix Barral, supuso el comienzo
del llamado boom hispanoamericano. A partir de entonces, se universalizaron
muchos otros autores de América Latina y se generó una unidad entre ellos.
Fue un fenómeno cardinal que puso la literatura de nuestra lengua en primer lugar y
consiguió muchos lectores en todo el mundo, aunque, paradójicamente, yo y
muchos otros descubriéramos la literatura latinoamericana en Europa. Lo cierto es
que la comunicación cultural entre los países latinoamericanos entonces era muy
escasa. Leíamos a escritores norteamericanos, ingleses, franceses, pero no
argentinos, colombianos o ecuatorianos, etcétera. En concreto, yo comencé a leer
literatura de nuestro continente sobre todo en Francia, y fue, además, leyéndola
traducida como supe que se estaba haciendo una literatura rica y novedosa en
español. Recuerdo que la primera novela que leí de García Márquez, del que no
sabía nada, fue en francés, El coronel no tiene quien le escriba, que publicaba la
editorial Guillard, y que me llegó porque entonces yo trabaja en una radio. Y a Alejo
Carpentier lo leí por primera vez también en francés, en Les Temps Modernes, la
revista de Sartre, a la que yo estaba suscrito en el Perú, y donde publicaron en dos
números El acoso. Así que fue en París donde empecé a conocer escritores
latinoamericanos y a darme cuenta de que teníamos tradiciones, historias comunes.
En esos años no había artista que no quisiera llegar París: era el gran sueño.
Además, los autores del boom, de los que los exponentes más visibles entonces
fueron usted, García Márquez, Cortázar o Carlos Fuentes, ayudaron a aumentar el
interés en torno a otros escritores de América Latina algo anteriores: Rulfo, Borges,
Bioy Casares, etcétera.
Sí, el de Borges fue quizá el caso más notorio de los que se redescubrieron en
aquella época, años después de que empezara a publicar, y en ese hecho su paso
por Francia resultó también decisivo. Ocurrió en el año 1963, cuando yo vivía en
París, y se produjo un deslumbramiento colosal con su figura: que un
latinoamericano hablara en francés o inglés a la perfección, que conociera con tanta
profundidad la literatura alemana, inglesa o francesa, impactaba, y muchas revistas
le dedicaron números especiales. Ese hallazgo de Borges, que se dio primero en
Europa y, luego, rebotó a América Latina, donde era un autor minoritario, tiene un
componente dramático: se da a conocer universalmente en un momento en que la
parte principal de su obra ya está escrita. Cuando gana el Premio Formentor, junto
con Samuel Beckett, a comienzos de los sesenta, empieza un reconocimiento que
no ha terminado aún, porque es un autor con discípulos y admiradores en diversas
lenguas y muy traducido, un autor muy vivo que genera fascinación en todas partes.
De los autores de aquella época o de las décadas anteriores, ha habido algunos que
han corrido mejor o peor suerte. ¿Qué autor de esos años cree que habría que leer
atentamente o situar en un lugar menos apartado?
La gran diferencia con lo que sucedía entonces es que hoy un escritor puede pasar
un tiempo desapercibido, pero luego es redescubierto, pues la comunicación facilita
el conocimiento. Sin embargo, sigue habiendo grandes escritores, como Onetti, que
apenas son leídos por minorías, quizá por la atmósfera tan deprimente de sus
novelas. Con todo, es un excelente autor, que se adelanta a todo el mundo haciendo
una literatura muy moderna, y su novela La vida breve es una obra maestra, una de
las grandes obras de nuestra lengua en el siglo xx. Ha escrito otros libros
maravillosos, como El astillero, y tiene un talento enorme, por lo que cada vez que lo
lees quedas un poco desmoralizado. Otro autor que quizá no sea tan leído como
merece es el paraguayo Augusto Roa Bastos. De él es muy conocido Yo el
Supremo, que es un muy buen libro, aunque yo creo que la gran novela de Roa
Bastos es Hijo de hombre, una historia terrible sobre la guerra del Chaco, esa guerra
espantosa entre Paraguay y la triple alianza que formaban Brasil, Argentina y
Uruguay donde prácticamente desaparecieron los hombres en Paraguay, dejando el
país apenas habitado por mujeres y niños. Es un libro extraordinario, porque en él
Roa Bastos consigue contar a través de residuos, de lo que ha quedado del país, esa
terrible tragedia, que es, por desgracia, el holocausto de un pequeño Estado en una
guerra monstruosamente injusta en la que tres países se encarnizan contra Paraguay
y lo deshacen, lo trituran. Desde un punto de vista formal, es, además, una magnífica
novela: al principio parecen unos cuentos y después te das cuenta de que están
todos integrados y es una sola historia.
Sin duda, la cultura es determinante para la construcción del individuo, así como
para las sociedades que éstos configuran. Y, en concreto, creo que la literatura es un
elemento de discordia frente a la realidad, algo primordial para que haya progreso,
para que haya evolución, para que haya reformas. Es absolutamente indispensable
para crear ciudadanos que sean independientes, que tengan espíritu crítico, que
sean libres, que entiendan que la libertad es un valor esencial. Eso no es tan
evidente, pero estoy convencido de que una sociedad de lectores competentes,
lectores de buena literatura, es mucho más difícil de manipular y se defiende mejor
contra las dictaduras o las seudodemocracias, que son hoy día el gran problema.
En cualquier caso, su pasión por la lectura y la escritura sigue vigente. Este primer
trimestre de 2018, de hecho, publica un nuevo libro de ensayo.
De lo que no cabe duda es que, después de una vida entera dedicada a este oficio,
siente gratitud hacia la escritura y la lectura.