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El segundo Wittgenstein abandona una concepción referencialista del lenguaje, que deja de designar

un estado de cosas en el mundo, para abrazar una concepción del lenguaje de corte pragmático,
según la cual con el lenguaje queremos hacer más bien hacer cosas que referirnos a un estado de
cosas ( dar órdenes, expresar emociones , emitir juicios de valor....). Más que determinar si nuestro
lenguaje se refiere o no a un estado de cosas en el mundo, sería más conveniente según Wittgenstein
que nos pusiéramos de acuerdo sobre las reglas y los usos que determinan nuestros respectivos usos
del lenguaje, pues sin conocerlas daríamos lugar a múltiples equívocos. Traigo a colación esta
reflexión del filósofo vienés para referirme a la controversia que dos colaboradores de ultimocero
Tomás Guillén y Andres Hombria parece sostener en relación con la cuestión del diálogo relativo
al mono tema catalán. Leyéndoles , uno tiene la impresión de que como bien decía ese segundo
Wittgenstein utilizan “juegos del lenguaje” muy diferentes, pues parecen entender el concepto de
diálogo en términos diametralmente opuestos. El escrito de Tomás Guillén es un ejemplo de
erudición y de sabia reflexión sobre la necesidad de la tolerancia y el diálogo, fijando sus límites y
sus posibilidades según la tradición filosófica, literaria y la experiencia histórica, que demuestra
como el abandono de la senda del mismo no ha traído más que desventuras a un estado o nación de
naciones, como gusta decir ahora, cuya história está marcada por ese desencuentro tan profundo
entre esas dos Españas, a las que se refiere Tomás Guillén y que tantos ríos de tinta ha hecho correr
desde el regeneracionismo de finales del siglo XIX. El diálogo no deja de ser un ejercicio
performativo del lenguaje o mejor dicho de los múltiples lenguajes existentes. Sin normas o
criterios que delimiten de qué hablamos o para qué hablamos, no tiene más sentido que el
chascarrillo del politico de turno, que busca la frase más pomposa, al mismo tiempo que la más
hueca posible. Curiosamente Gustavo Bueno, en su análisis de lo que él llama el fundamentalismo
demócratico reliza un análisis, desde la lógica proposicional, de la borbonada “ hablando se
entiende la gente” y llega a la conclusión de que se pueden colegir varias cosas de esa frase de
marras, algunas de ellas antitéticas.

Algunos de los que apelan al dialogo en realidad lo que apelan es dar la razón absoluta a uno de los
contendientes en este farsa orquestada que es la charchotada neocarlista en la que estamos metidos.
Para unos dialogar era evitar la aplicación del art 155 y postular una reforma de la constitucion al
margen del demos y según las conveniencias de las oligarquías que gobiernan este país , países o lo
que sea ( que ya aburre el bizantinismo nacionalista). Para otros, como parece ser la tesis de Andrés,
dialogar es dar la razón en la forma y en el fondo, al nacionalismo catalán más reaccionario.
Dialogar entonces es admitir como algo “progresista” una independencia a la carta, sobre la base de
los victimismos que alimentan la mitología del nacionalismo catalán, asumiendo el lenguaje
neofeudal en que se apoya el segundo partido más corrupto de Europa. Es la tesis de la falsa
mediación que anida en el fallido octubre morado de Podemos, que está generando, como reacción
en cadena, un resurgir del nacionalismo español. Desde Agustina de Aragón, no había encontrado el
nacionalismo español un personaje, que como Pablo Iglesias Turrión, más hubiera hecho por la
causa de la rojigualda. Es lo que tiene creerse un Lenin, cuando no se pasa de aprendiz de Godoy.

Andrés no defiende un diálogo que nos lleve a una ruptura constituyente, donde la ciudadania lo
decida todo ( organización territorial, república, sistema económico...). Defiende un despotismo
ilustrado del siglo XXI, en el que unas supuestas vanguardias ilustradas asuman el discurso
supremacista del nacionalismo catalán identitario, que se caracteriza por mirar con desdén lo no
catalán como sinónimo de antimoderno, autoritario y casposo. Me niego rotundamente a comprar el
discurso que vende el nacionalismo retrógrado catalán, según el cual hay oprimidos de primera y de
segunda. En el que la cuestión indentitaria debe prevalecer sobre las cuestiones de clase, en el que
feudo se impone al demos.

Ya es hora de que el demos hable y callen los retrógrados nacionalismos, ya sean estos el español o
el catalán.

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