La abuela la veía con amor, ternura, y una mirada que pretendía enseñarle la responsabilidad que debe tener una señorita. A la vez, la nieta abría sus ojos reflejando en ellos su aprecio por todo lo nuevo, tratando de darle sentido a esas palabras. La abuela le sonreía y le decía lo hermosa que estaba; que estaría con ella todo el tiempo, y lo que todos en la familia la querían, augurándole una vida llena de alegrías. La nieta, con ojos como luceros que reciben al amanecer la primera luz del día, le respondió con una gran sonrisa y sabiduría, con un discurso de elocuencia que dominó a todos los presentes al grado de dejar caer una lágrima por la mejilla de la abuela; un impecable balbuceo canónico: ta, ta, ta, da, da ,da, agu agu agu. Octavio Colmenares Febrero 12, 2018