Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
I. El sentido de la letra
Nota previa: Esta guía es una respuesta a la insistente demanda de quienes se encuentran
día a día con los múltiples obstáculos que este texto opone a sus nuevos lectores:
Al principio: el escrito sorprende por lo hermético del estilo y lo incomprensible de
sus contenidos. Pareciera exigir del lector una inabarcable erudición en temáticas tan diversas
como la lingüística, la retórica, la literatura, la poética, la etnología, la filosofía, la semiología,
el marxismo, la historia social, y obviamente el psicoanálisis freudiano.
Un poco después el lector va captando que esas disciplinas “fuentes” son tomadas sólo
en el recorte preciso que interesan al psicoanálisis. No se trata de ser un experto en todas, sino
de seguir el rastro a las transformaciones que Lacan realiza a partir de ellas, y estar advertido
contra una posible confusión entre los conceptos psicoanalíticos y el saber constituido de otras
ciencias. De paso, digamos que ese trabajo de Lacan no deja de ser un cuestionamiento
implícito a esos saberes, pues pone el dedo en la llaga de sus impasses teóricos.
Finalmente, el lector caerá en la cuenta que “La instancia…” no enseña a través de
definiciones ni de sesudas explicaciones, sino a través de su estilo mismo. El sinsentido de su
retórica barroca es “la nueva didáctica” de Lacan, donde lo científico no se confunde con las
formas de lo académico. ¿Porqué un estilo tan retórico, un método tan rebuscado?
Lacan (como sujeto) no enseña el psicoanálisis (como objeto) con palabras (como
instrumento para expresar las ideas), sino que, en su enseñanza, las palabras mismas son las
que dicen al objeto. Por lo tanto no será él, sino su estilo el que transmitirá los rasgos
esenciales del objeto que está en juego en su enseñanza: el inconciente. Hasta podríamos decir
que en Lacan “el estilo es el objeto”. Ese estilo pretende transmitir el inconciente estructurado
como un lenguaje, no explicando sino hablando como ese inconciente, siguiendo sus mismas
reglas de construcción, siendo en fin, el inconciente mismo, ya que el inconciente no es otra
cosa que un lenguaje estructurado en un discurso retórico, resistente al sentido inmediato. Si el
inconciente es el sinsentido en el hombre, el propio estilo de Lacan demuestra que nada más
pleno de sentido que el sinsentido, si conocemos sus condiciones de producción.
Lacan, como antes Freud, se opone a la posición humanista que piensa al lenguaje
como un instrumento al servicio de la espiritualidad del hombre, donde lo que importa son las
ideas a transmitir y no las palabras. Este texto está escrito para demostrar que el hombre es
siervo del lenguaje, y que sus síntomas son la letra que el inconciente escribe en su alma y en
su cuerpo. De las reglas del desciframiento, es decir del sentido de la letra, se ocupará Lacan en
la primera parte. La segunda: La letra en el inconciente, dará las fórmulas de la metáfora y la
metonimia y demostrará, siguiendo a Freud, el funcionamiento de estos tropos en la retórica del
inconciente. En la tercera: La letra, el ser y el Otro mostrará que no sólo el sujeto, sino también
el Otro está determinado por la letra, y que el kern unseres wessen freudiano (el núcleo de
nuestro ser) es sólo un agujero socavado por el lenguaje en las entrañas de un “ser” imposible
en el plano de lo real.
Si para Lacan, qué es el inconciente no se puede decir, salvo traspuesto en un estilo
barroco de metonimias y metáforas, sepa el lector que gran parte de lo que ganará con las
explicaciones didácticas de esta guía, lo perderá si no otorga todo su privilegio a la lectura de
Lacan.
Ante dudas sobre términos o conceptos que no puedan ser resueltos con esta guía, se
recomienda consultar el Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje 1 de Ducrot y
Todorov y el Diccionario Introductorio de Psicoanálisis Lacaniano 2 de Dylan Evans.
∗
Para utilizar esta guía es imprescindible la lectura simultánea del Escrito de Lacan, y muy conveniente la consulta de la
bibliografía (que se reduce sólo a la citada explícita o implícitamente por Lacan), a medida que vaya apareciendo.
2
1. Del verbo instare: estar por encima. Se refiere a la posición dominante de la letra en el
inconciente.
2. Tiene el sentido de insistencia apremiante. La letra insiste en el inconciente y se hace escuchar
en la “repetición”, así como la vemos repetirse en los títulos de las tres partes del escrito.
3. Evoca también un sentido jurídico: en la instancia de la letra, ella puede decidir sobre el destino
sexuado, sobre el cuerpo, y hasta sobre la vida de un sujeto. Su “aparato jurídico” consiste en
operaciones de sustitución y combinación, que sancionan (localizan) al deseo en las
manifestaciones del inconciente.
O la razón desde Freud: La “o” que conecta ambas partes del título indica que la instancia de la
letra en el inconciente también puede decirse como la razón desde Freud; de una manera “o” de
otra. La función de la letra hace posible que la interpretación analítica deje de ser un acto intuitivo
basado en los significados habituales de las palabras. La letra ofrece un soporte material y una razón
lógica (ratio = medida) a la interpretación.
Si en un sueño aparece por ejemplo el sol y un dado, el analista podría interpretar
eventualmente: “en su sueño hay un soldado”. Una interpretación intuitiva, que se guíe por la
imagen y no por la letra, diría por ejemplo “jugar a los dados hasta que salga el sol”, o cualquier otra
interpretación aleatoria basada en los múltiples y caprichosos significados que evoquen los vocablos
sol y dado.
El título completo, podría leerse así: a partir de Freud, la “razón” (lo que del “logos” es
inteligible) no es otra cosa que la instancia de la letra en el inconciente
.
“Entre lo escrito y la palabra…”
La introducción sitúa a este texto “entre lo escrito y el habla” pues si bien Lacan lo ha redactado,
su origen es una charla con un grupo de estudiantes de letras. En la charla no hubo “preeminencia
del texto”, aquí sí. En esta versión escrita Lacan se obliga a una condensación muy apretada de las
ideas, introduciendo así una dificultad, pero impidiendo al mismo tiempo todo facilismo en la
lectura. Pero debe cuidar que una hipertrofia del texto, no lo aleje demasiado de la palabra, o sea del
uso verbal del lenguaje. Este texto es entonces un “pre-texto” en tres sentidos: 1) aprovecha el
pedido de la revista de psicoanálisis para escribir la charla. 2) detrás de él hay otros textos que le dan
soporte y fundamento, porque es aquí donde Lacan inaugura la pertinencia de recurrir a Saussure,
Benveniste y Jakobson, para entender la estructura de lenguaje que reina en el inconciente. 3) No es
un “verdadero” texto en el sentido que conserva mucho de las condiciones de “la palabra” (se refiere
a la charla) medida esencial para el efecto de formación que busco.
Otra dificultad es que la lectura, para que tenga sentido, debe ubicar el texto “en la escala de
su tópica”, es decir en su lugar diferenciado dentro de la producción total. Y debe tener en cuenta
además a qué “auditorio” fue dirigido ya que para Lacan el que escucha determina al que habla.
Habló a los estudiantes de Letras, precisamente de la letra; aprovechando este auditorio para
restituir en caliente, la relación del psicoanálisis con “las letras”, y mostrar cuán importante fue para
Freud la universitas literarum (el conjunto de lo escrito, en un sentido literario) para la formación de
los analistas.
Lacan critica a los psicoanalistas (aquellos a quienes no me dirijo) que para ponerse a tono
(desde que él comenzó a hablar del lenguaje) se los ve afanosos, desempolvando mamotretos de
lingüística que dan una falsa identidad del psicoanálisis en lo que respecta a la simbolización y al
lenguaje. Ellos quieren ser modernos, estar en la renovación, pero les falta el tono. Su seriedad da
risa porque ellos se aferran a manuales perimidos y orientados en un sentido contrario a lo que es la
letra en Freud. De paso Lacan plantea el divorcio que hay entre la verdad y la seriedad: para el
psicoanálisis nada más verdadero que un chiste. En broma puede decirse todo…hasta la verdad
había dicho Freud.
I. El sentido de la letra.
Esa palabra: la letra, no es una pequeña parte del lenguaje, su funcionamiento implica a
toda la estructura del lenguaje en el inconciente. Lacan privilegia la letra, porque entiende al
inconciente como una escritura, con toda la idea de materialización del lenguaje que la escritura
implica.
La define como soporte material. Con lenguaje Lacan se refiere a lo que Saussure llama la
lengua y con discurso concreto al habla. La diferencia entre discurso y habla es sutil pero de
enorme importancia. Para Saussure habla es el dominio de lo individual, hay un “usuario” que
utiliza la lengua. Para Lacan en cambio, el discurso siempre implica una dimensión social. No sólo
porque siempre se habla a otro, y de ese otro depende el sentido de lo que el sujeto diga, sino
además porque todo el empleo social del lenguaje, por ejemplo de una época, precipita formas y
sentidos lingüísticos que restringen la libertad del sujeto parlante.
3
Si leemos atentamente la definición de Lacan, veremos que es entre estos dos dominios, el
del lenguaje y el del discurso, que se sitúa a la letra.
El sujeto queda marcado por la letra, ya sea que provenga del sistema de la lengua, o de su
empleo en el discurso. Por ejemplo, si un analizante se sueña desnudo ante la que hasta ayer fue su
mujer, no necesariamente el sueño tendrá el sentido de un acto exhibicionista revelador de un deseo
sexual. La organización de la lengua (y no del discurso) proporciona los morfemas “des” como
prefijo privativo y “nudo” como sustantivo, que en este análisis en particular, pero no en otro, se
constituyen en la letra cuya lectura dice: “me estoy desatando de mi ex mujer”. Pero en cambio si el
mismo analizante en un sueño de angustia anterior, es agredido con un arma blanca por la mujer
amada hasta hacerle manar sangre de la cara, aquí ya no es la lengua sino el discurso, es decir la
forma en que la gente dice las cosas aquí y ahora, el que permitirá interpretar, por ejemplo: le resulta
insoportable que le hayan “cortado el rostro”. Lacan no deshecha la vertiente histórico social de la
letra.
Pero lenguaje y discurso no están en el mismo nivel. El acto de discurso depende del
lenguaje en la medida que toma de él (y no del mundo físico) la materia de la letra. Por lo tanto, el
soporte material no se confunde con el sonido ni con las funcionen articulatorias o psíquicas que
intervienen en el lenguaje. Queda así acentuada la absoluta autonomía del lenguaje con respecto a
cualquier función física o mental del sujeto (por la razón primera de que el lenguaje lo preexiste), y
subvertida la noción de soporte material en tanto se opone a toda idea vulgar de “materia”. La letra
como materia, no pertenece al mundo de la sustancia, sino al orden del lenguaje, y sin embargo es
bien real, como lo pudimos ver en el ejemplo del soldado. El modelo de letra que Lacan tomará en el
capítulo II es el jeroglífico, que en sí mismo no significa nada, no tiene ningún sentido propio. Su
representación gráfica, un pájaro por ejemplo, no se lee como el ideograma de “pájaro”. Si
Champollión después de tantos siglos pudo descifrar la legendaria piedra Roseta es porque logró
entender que la letra sólo entregaría su secreto en su enlace con todo el sistema de la escritura
egipcia.
Pero seamos más simples. Imaginemos varios puntos dispersos en un pizarrón. Ninguno de
ellos es letra. Pero un punto al final de una frase escrita sí lo es. ¿Porqué? Porque puede ser leído.
Esto es, se ha convertido en significante. ¿Cómo? Por establecer relación con otros elementos del
lenguaje, en este caso el sistema de puntuación gramatical. ¿Cuál es entonces el soporte material?
¿La imagen física del punto dibujada en el pizarrón? No! Porque los otros puntos diseminados en el
pizarrón son físicamente idénticos y sin embargo ninguno de ellos es letra. El soporte material es lo
que la hace significante, es decir el lugar y la función que la estructura del lenguaje le otorga y que
permite su relación lingüística con otros elementos no menos significantes.
Pero en la realidad funciona también como discurso: esa marca (la letra) establece siempre
alguna relación de contigüidad con otro elemento de la lengua produciendo efecto de significación,
es decir, se convierte en significante. Por ejemplo el apellido Meo que como tal es sólo letra (soporte
material de la diferencia entre familias: están los Meo y los que no son Meo), suele entrar en una
relación de contigüidad tan cercana y evidente con el verbo que designa el acto de la micción, que
asegura a su portador ser víctima de chistes aunque jamás haya padecido de enuresis.
El nombre del sujeto al nacer, no sólo forma parte del lenguaje (como letra), sino de algo aún
más concreto: de un discurso en el movimiento universal; al quedar inscripto allí, el sujeto se
convierte en siervo de la letra (la padece, como el señor Meo), esa marca irreductible que lo
determinará en su propia identidad y en su lugar social. Lo ubicará, por ejemplo, en una genealogía
y en el parentesco edípico, y muchas veces determina aún la profesión de un sujeto.
La falta de algo no es una cosa sino “tan sólo” una significación. Pues no existiría “la nada”,
si no existiera la palabra nada para significar a esa falta.
Como la función del lenguaje no es nombrar a la realidad sino simbolizarla, no hay ninguna
lengua pretendidamente “primitiva” que sea insuficiente para cubrir las necesidades de un grupo
lingüístico dado. El lenguaje es determinante con respecto a lo real y no al revés. Si en una lengua
dada existen las palabras hierba y árbol, pero no arbusto como en la nuestra, la realidad sigue
siendo la misma para ambas lenguas, sólo que categorizada de diferente manera, Simplemente se
trata de que en la primera lengua tanto el conjunto hierba como el conjunto árbol abarcan más
elementos que en nuestra lengua haciendo innecesaria la palabra arbusto.
Lacan dirá entonces que el lenguaje no designa objetos en particular sino conceptos, muy
diferentes a cualquier nominativo (el nombre de un elemento único). Aún para Saussure, su árbol no
es un árbol particularizado, sino un concepto aplicable a todos los árboles.
Así es como la cosa, -preocupación que el filósofo (alusión implícita al libro de Heidegger
La pregunta por la cosa9) se plantea a nivel del ser-, no es estrictamente más que un nombre,
porque su determinación proviene del lenguaje. Más claro: “lo real es imposible
lógicamente”.
Así el lógico positivismo puede aceptar que el significante sea equívoco en cuanto a su
relación con el significado, pero en tren de suponer que para decir algo con sentido hay que remitirse
a la realidad como sentido del sentido, no llega más que a bagatelas. Sus teóricos se preguntan por
ejemplo si la proposición “el rey de Francia es calvo” es verdadera o falsa, llegando a la conclusión
de que tal proposición no tiene sentido (es indecidible) porque no existe rey en Francia. La obra del
señor I.A. Richards mencionada en la nota y escrita con C. Ogden, se titula justamente “Meaning of
meaning” y fue traducida al castellano como “El significado del significado” 10.
Cuando esta escuela, al estilo de Leibnitz, propone para la lógica un lenguaje que tenga
sentido unívoco, llega a la formalización matemática, lenguaje que si no es ambiguo ni equívoco es
porque no tiene ningún sentido. ¿Qué sentido tiene por ejemplo “S es P”, o el binomio de Newton?
“Caballeros Damas…”
La incongruencia que propone Lacan, dimensión a la que el analista no debe renunciar en la
interpretación, es que el significante “caballeros”, si tiene una puerta debajo, no remite al concepto
de hombre, sino al de excusado ofrecido al hombre occidental para satisfacer sus necesidades
naturales fuera de su casa… Pero para que se produzca la sorpresa de esta precipitación de sentido
inesperada es necesaria una relación de contigüidad con otro significante: “damas”. Es la diferencia
entre ambos significantes, (y no entre las puertas, que como es habitual, son idénticas) la que somete
la vida pública a las leyes de la segregación urinaria. Las comunidades primitivas, que como es
sabido no tienen puertas, comparten esta “segregación” demostrando que no juega ningún papel el
concepto de puerta, sino la diferencia de un significante (caballeros) con otro significante (damas).
Con esto Lacan deja patidifuso al tradicional debate nominalismo – realismo. Si los
nominalistas afirman que las palabras “nombran” al objeto de una manera “arbitraria”, mientras que
los realistas sostienen una “motivación” (relación de necesidad) de la palabra con lo que nombra, y
en esa discusión vienen desde hace dos mil años, de pronto Lacan dará su golpe bajo: el
significante no nombra lo real de ninguna manera, ni arbitraria ni motivadamente.
7
“Benveniste publica su artículo en 1962; en él retoma el descubrimiento de la fonología sobre las unidades
formales de la lengua a partir del cual no se puede ya seguir pensando en el fenómeno de la significación como relación
imaginaria entre significante y significado. Con Benveniste la lingüística se hace cargo de la ausencia de biunivocidad
entre los dos planos. A partir de ahí tratará de despejar las relaciones pertinentes a la producción de sentido, en la
organización del significante exclusivamente.
Propone un método extraordinariamente eficaz para el análisis del lenguaje. La eficacia reside en que los
criterios y procedimientos de su método no son exteriores al objeto que analizan sino que, en sus propias palabras, la
realidad del objeto no es separable del método propio para definirlo.
Cuando se trata de hacer justicia a la naturaleza articulada de la estructura y al carácter discreto de sus
elementos, la noción de nivel se impone como esencial al objeto mismo. (…) El procedimiento entero del análisis de
Benveniste tiende a delimitar los elementos o unidades a través de sus “englobamientos crecientes” en unidades de
“nivel” superior. Este análisis consiste en dos operaciones que se gobiernan una a otra y de las que dependen todas las
demás. De las dos (la segmentación y la sustitución), nos interesa sobre todo la primera.
Sea cual fuera la extensión del texto considerado, un fonema por ejemplo (sí, un fonema también puede ser
“texto”, al menos para el psicoanálisis), o todo un largo discurso, es preciso primero segmentarlo en porciones cada vez
más reducidas, hasta hacer aparecer los elementos no segmentables, es decir aquellos que ya no admiten descomposición
en otros de nivel inferior. Así el método alcanza la unidad mínima, que en la lengua es el rasgo distintivo, aunque sólo la
unidad del nivel que le sigue es pronunciable: el fonema.
8
Cada unidad está formada por constituyentes seleccionados en los paradigmas del nivel inferior. Así cada
fonema está constituido por un haz de rasgos distintivos, cuya estructura es capaz de producir en la diversidad de su
combinatoria, todos los sonidos significantes de una lengua.
Cada unidad es a su vez integrante sintagmática de una unidad de nivel superior: una sucesión de fonemas
integra un morfema, primer nivel en el que aparece el sentido (a los fines prácticos podría tomarse “morfema = palabra,
aunque teóricamente esa equivalencia sea incorrecta); una sucesión de morfemas integra una frase. Cada nivel es un
operador porque una unidad de determinado nivel sólo queda definida desde otra unidad de nivel superior. Así el valor
(pero también la significación “de que es capaz”) de un fonema se delimita desde el morfema, y el valor de un morfema
a partir de la unidad de nivel superior: la frase.
El nivel más complejo de la lengua lo traza la frase, que comprende a los morfemas como constituyentes, éstos
a su vez a los fonemas, y éstos a los rasgos distintivos. Estos últimos son elementos indivisibles, no pronunciables, que
pertenecen a la lengua pero no son autónomos, ya que sólo se dan integrados (por simultaneidad) en el fonema,
considerado entonces como la unidad mínima de la lengua.
La frase no puede ser ella misma integrante de un nivel superior. El lenguaje como estructura no tiene unidad
más compleja que la frase, porque ésta no es ni puede ser parte de otra frase que la preceda o la siga. Entre frases existe
sólo relación de consecución. Con la relación entre frases entramos en un nuevo dominio: el del discurso 12”.
Para Benveniste, el discurso parecería definirse recién en el nivel en que las proposiciones
tienen sentido y referencia, es decir en las frases. Para Lacan el discurso remite siempre no a un
sentido sino a un sujeto del inconciente. Por lo tanto, en cualquier nivel en que el lenguaje represente
a un sujeto, podremos decir que hay discurso. Podría ser incluso en el nivel del fonema, en el caso
de que una sustitución fonemática se constituya, como es frecuente, en un acto fallido. Si un marido
cuya mujer se llama “Brígida” se equivoca y dice: “Te presento a Frígida, mi mujer”, la selección de
los rasgos distintivos-opositivos: oclusivo, labial y flojo del fonema “B”, en lugar de lo fricativo,
dental y fuerte de “F”, cambia totalmente el sentido de la frase, y es allí donde localizamos el
discurso de un sujeto inconciente. En la medida que un sujeto está implicado, un humilde fonema,
sin sentido en sí mismo, adquiere función de discurso.
Llegados a esta altura del texto, ordenemos los términos, que como vamos viendo, responden
a esa característica esencial de “dualidad” que Saussure le atribuye a todos los hechos de lenguaje.
Saussure descubre la estructura no fenoménica que organiza al lenguaje: la lengua; a su
empleo en el discurso lo denomina: habla. A las unidades de la lengua, que consisten en la unión de
un significado y un significante las llama signo. Pero luego puede superar el empirismo del signo y
descubre que las relaciones entre sus dos partes, no tienen una determinación en sí, sino que
dependen de las relaciones de valor que establecen los signos entre sí en el seno del sistema de la
lengua: relaciones paradigmáticas y sintagmáticas. Esta división permite ya a Jakobson pensar que si
en la lengua hay sólo paradigmas y sintagmas, el sujeto hablante para construir su discurso, sólo
deberá realizar dos operaciones: seleccionar según la organización del paradigma, y combinar según
las leyes del sintagma.
Con Benveniste avanzamos aún más. Todo el campo del significado se traslada a la frase,
pues antes de esa puntuación, el significado está en estado de vacilación, de no determinación.
Se consolida entonces una nueva dualidad que influirá sobre Lacan: en la lengua sólo hay
significantes; para que se produzca ya no un significado (que no deja de ser unión entre dos partes)
sino un efecto de significación, se requiere del discurso en su linealidad sintagmática pero también
en su espesor paradigmático. Con Benveniste no hay producción de significado sin el “empleo”
concreto del lenguaje en una frase. Lo que queda sin teorizar, es nada menos que el sujeto de ese
“empleo”, relegado por la lingüística al simple papel de usuario. Con Lacan lo que será totalmente
subvertido (con respecto a la lingüística) será justamente el lugar del sujeto en el discurso. El sujeto
no será ya autor sino efecto del discurso (del Otro) en tanto su palabra estará atravesada por el
lenguaje inconciente, cuyas operaciones descubiertas por Freud, la condensación y el
desplazamiento, Lacan, inspirándose en Jakobson, homologará a la metáfora y la metonimia. El
pequeño pasaje de Jakobson, grande en sus consecuencias, es el siguiente:
“En todo proceso simbólico, tanto intrapersonal como social, se manifiesta la competencia entre
el modelo metafórico y el metonímico. Por ello, en una investigación acerca de la estructura de
los sueños, es decisivo el saber si los símbolos y las secuencias temporales se basan en la
contigüidad (para Freud, el “desplazamiento”, que es una metonimia, y la “condensación”, que
es una sinécdoque) o en la semejanza (la “identificación” y el “simbolismo” en Freud) 13
En cuanto a su composición según leyes de un orden cerrado. A estas leyes que permiten
la combinación, Lacan quisiera darles un sustrato topológico formal que aún no tiene, pero que más
adelante tendrá con el descubrimiento de la cadena borromea. Por ahora, por aproximación usa la
imagen de una cadena de collares hechos de anillos que se anuda unos a otros. No es suficiente la
teoría descriptiva de Benveniste, porque las propiedades de la cadena significante son de una
complejidad tal, a pesar de que pueda ser formada hasta por un niño, que sólo una abstracción o
formalización topológica podría dar cuenta de su naturaleza.
Estas dos condiciones: la reducción a unidades diferenciales y las leyes de su combinatoria,
determinan al significante tanto en el dominio de la gramática entendida como legalidad del nivel
discursivo, como en el dominio del léxico entendido como unidades de la lengua. La locución
verbal queda ubicada como fenómeno de lengua y no de discurso, en consonancia con lo que
Saussure había designado como “sintagma estereotipado”: “por lo tanto”, “sin embargo”, “a fuerza
de”, “no hay porqué”, etc. y otras locuciones ya más determinadas por la contingencia del discurso,
que sin embargo han llegado a convertirse en unidades lexicales (formas regulares que al
descomponerse en unidades inferiores pierden totalmente su sentido): “ganar de mano”, “pisar el
poncho”, “soltar la mosca”, ó el más actual “cortar el rostro”.
Lo que el sujeto parlante vivencia como significado, no es un orden autónomo del lenguaje,
es un efecto de la cadena significante. El significado, como lo había expresado antes el lógico
norteamericano Charles Peirce, no es otra cosa que un significante que interpreta lo que otro
significante quiere decir y no puede. Por eso lo llamó interpretante.
Tan poco importa el significado y tanto la relación y diferencia entre significantes, que si
Caballeros y Damas estuviesen en otro idioma (Men y Lady como es frecuente, o simplemente C y
D, o Faunos y Sílfides, etc.), producirían el mismo efecto en el sujeto: encaminarse hacia una u otra
puerta (en sentido metafórico).
Es en esa diferencia donde el sujeto, lo sepa o no, queda ubicado por el significante,
jugándose en el complejo de castración su destino de ser sexuado que no es otra cosa que la renuncia
a la otra patria (o puerta).
Que la palabra diga muy otra cosa que el hecho de transmitir información (como lo hace
muy bien una abeja con su danza), no es una argucia del sujeto para mentir (disfrazar el
pensamiento). Lo específico del lenguaje humano con respecto a “la comunicación animal” es que
aún mintiendo (y sobre todo mintiendo) el sujeto denuncia su deseo, esa verdad inconciente que dice
sin saber. La interpretación psicoanalítica sólo es posible en virtud de esta propiedad del lenguaje.
De lo contrario sería pura operación semántica, navegación incierta en la adivinación hermenéutica
(interpretación de los significados), donde lejos de localizar al sujeto del inconciente en la
emergencia de su verdad particular, lo atiborraría de significaciones obvias, banales, extraídas del
imaginario común del discurso.
¿Porqué esta teoría es un gran paso? Porque al no exigir ninguna condición de similitud
entre dos ideas (“similaridad” según Jakobson), libera a la metáfora del peso del sentido
preestablecido imaginariamente y la sitúa ya no en el plano de la comparación implícita sino en el
de la creación.
Pero, ¿porqué su doctrina es falsa? Porque esa creación no brota por conjugar “in
praesencia” dos significantes, aunque ellos sean infinitamente distantes en el plano del sentido
(como lo es el amor y un guijarro); la conjunción en presencia está todavía en el plano de la
comparación, en tanto es necesaria la actualización de ambos significantes para producir la
metáfora. Si bien es cierto que trasciende la exigencia del sentido, sigue sin embargo siendo una
comparación.
Lacan planteará una teoría propia de la metáfora, pero no basada en sus imágenes, donde
toda la retórica (incluso un lingüista eminente como Jakobson) creyó encontrar una comparación por
semejanza. Su teoría apunta al nivel de su determinación estructural, es decir, a qué es lo que la
sostiene y la hace posible.
Se requiere por supuesto de dos significantes, pero no en conjunción, sino en una relación
“in absentia”, donde uno tome el lugar del otro en la cadena significante, mientras que el otro siga
estando presente, pero oculto, es decir deslizándose metonímicamente en todo el resto de la cadena
significante.
Si “gavilla”, como es el caso, remite a “Booz”, es porque existe algo censurado (no-dicho)
que se está diciendo todo el tiempo “de otra manera” (por rodeo metonímico) hasta culminar en el
significante gavilla que al sustituir a Booz, simboliza lo que el poema censura: Booz, anciano que
supera los ochenta años, ha sido capaz de tener una noche de sexo con Ruth, y ella ha quedado
embarazada, en un episodio que es casi una violación (de ella hacia él). La relación sexual y la
paternidad de Booz conforman un argumento que se desarrolla por transformaciones metonímicas,
como las alusiones al origen de la estirpe del Rey David y del Dios que moría (alusión a Cristo) y
cada tanto, por chispazos metafóricos que simbolizan al falo: “un roble, que salido de su vientre,
llegaba hasta el cielo azul”… “esta hoz de oro en los campos de las estrellas” y la misma “Su
gavilla” entre otras. En esta metáfora el significante del nombre propio de un hombre, el del
donador que ha desaparecido con el don (Booz), es sustituido por el que lo cancela
metafóricamente, pero para resurgir en lo que rodea la figura (la gavilla) en la que se ha anonadado.
Tenemos entonces que es el contexto metonímico, que siempre es lenguaje materializado en
discurso, y no la comparación por analogía imaginaria, la condición de la creación metafórica. Entre
metonimia y metáfora no hay una relación de exclusión (o una o la otra), sino que la primera es la
condición oculta de la segunda. Vemos así reaparecer el sentido de las dos etapas propuestas por
Lacan para situar la relación temporal entre significante y significado, a cambio de las dos caras del
signo de Saussure.
En un sentido retórico el verso donde “gavilla” sustituye a “Booz”, parecería funcionar como
metonimia, pues entre los atributos de Booz se encuentra el de ser agricultor, y como parte de esa
actividad, recolector de gavillas (la parte por el todo).
Pero lo que le da sentido al poema, es el sinsentido de colocar un significante (gavilla) en
lugar de otro (Booz), entre los cuales no hay la menor relación de semejanza real.
Es por lo tanto entre Booz (significante del nombre propio de un hombre) y gavilla (que lo
cancela metafóricamente), donde se produce la significación de la paternidad, que como Freud ya lo
indicara con su mito de la horda primitiva, requiere de una metáfora inaugural para instalarse en el
inconciente del hombre 19
A fines de los años ochenta, apareció en Clarín una explicación verdaderamente metonímica de la
metáfora “gorila”, que aquí y luego en todo el mundo, pasó a significar “militar golpista”. La
explicación por imágenes que surge de inmediato es que entre los monos gorilas y los militares
golpistas hay un conjunto de significados en común que sostienen esta sustitución al modo de una
“comparación implícita”. Lo que Clarín muestra es que se llegó a esta metáfora, desde todo un
complejo rodeo discursivo que pudo ser reconstruido. Gobernaba por ese entonces Frondizi y los
planteos militares eran más que frecuentes. Al mismo tiempo se exhibía en Buenos Aires la
película Mogambo; en varios de sus pasajes más dramáticos, justo cuando Clarke Gable tomaba en
sus brazos a Rita Haywort para besarla en la selva africana, aparecía un enorme gorila gruñendo e
interrumpiendo la escena. Un programa cómico de entonces, La revista dislocada que se emitía
por radio, empezó a crear una serie de scketcks donde ciertas situaciones emocionantes, de lo más
variadas, eran interrumpidas bruscamente, en lo mejor, por alguna aparición indeseada e
inoportuna, acompañada por una canción cuyo estribillo decía: deben ser los gorilas, deben
ser…Pero la verdadera chispa creativa surge cuando se empieza a llamar “gorilas” a los militares
golpistas y por extensión a todo sujeto antidemocrático.
BIBLIOGRAFIA
1
DUCROT O. Y TODOROV T. Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Siglo XXI ed., México, 1979
2
EVANS, Dylan Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano, Paidós, México, 1977
3
JAKOBSON, Roman “Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasia”, en Fundamentos del lenguaje, Ed.
Ayuso/Pluna, Madrid, 1980
4
LEVI STRAUSS, Claude “Naturaleza y cultura” y “La prohibición del incesto” en Las estructuras elementales
del parentesco, Cap. 1 y 2, Ed. Paidós, España, 1981
5
STALIN, José Acerca del marxismo en la lingüística, Editorial Anteo, Bs.As., 1950
6
SAUSSURE, F de Curso de lingüística general, Introducción, Cap. III “Objeto de la lingüística”; Cap.
IV “Lingüística de la lengua y lingüística del habla”; Primera Parte, Cap. I
“Naturaleza del signo lingüístico; Segunda Parte, Cap. IV “El valor lingüístico”,
Cap . V “Relaciones sintagmáticas y relaciones asociativas”, Editorial Losada,
Bs.As, 1969
7
PLATON “Cratilo”, en Diálogos, Ed. Porrúa, México, 1978
8
DONZÉ, Roland La Gramática general y razonada de Port Royal, Eudeba, Bs.As. 1970
9
HEIDEGGER, Martín La pregunta por la cosa, Editorial Sur, Bs.As., 1964.
“La Cosa”, en Referencias en la obra de Lacan/2, Bibiot. Casa Campo Freudiano,
Bs.As. 1991
10
OGDEN C.Y RICHARDS I.A. El significado del significado, Editorial Paidós, Bs.As., 1964
11
BENVENISTE, Emile “Los niveles del análisis lingüístico”, en Problemas de lingüística general, Siglo
XXI, México, 1989
12
LOPEZ, Héctor “La obra freudiana estructurada como un lenguaje”, en Psicoanálisis, un discurso en
movimiento, Ed. Biblos, Bs.As., 1994
13
JAKOBSON, Roman op.cit., pag. 141
14
STAROBINSKY, Jean Le texte dans le texte (Extraits inédits des cahiers d’anagrammes de Ferdinand de
Saussure), en Tel Quel Nº 37, Editions du Seuil, París, Printemps 1969. (La versión
en español circula en ficha inédita, traducción de Adriana Corti)
15
KIRK, G. Y RAVEN, J. “Heráclito de Éfeso”, en Los filósofos presocráticos,
16
JAKOBSON, R. “Lingüística y poética”, en Ensayos de Lingüística General, Seix Barral, España
1981
17
LACAN, Jacques Seminario III Las Psicosis, cap. XVII y XVIII, Ed. Paidós, Barcelona, 1984
18
VICTOR HUGO “Booz Adormecido”, en Referencias en la obra de Lacan/2, Biblioteca de la casa del
Campo Freudiano, Bs.As., 1991
19
FREUD, Sigmund “Totem y Tabú”, en Obras Completas, tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1968