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Hilma Af Klint, la mujer que cambió la historia del arte y fue ninguneada
Aunque se anticipó a Kandinski y Mondrian creando el primer arte abstracto mucho antes
que ellos, los manuales siguen negándole su lugar de pionera.

Las mujeres tienen difícil acomodo entre las páginas de la historia del arte. Y en muchas
ocasiones, cuando lo encuentran, se suele limitar a condescendientes inclusiones en la
nómina de seguidores de algún estilo, unas chispas más de las muchas que componen la
cabellera luminosa que sigue la estela de algún rutilante nombre. Pero, ¿qué pasa cuando
reivindicar un nombre podría traer consigo volver a componer la cronología y discutir la
primacía a un colega masculino? El caso de Hilma af Klint demuestra que se trata de algo
infinitamente más complicado.
Af Klint nació en 1862 en la localidad de Solna (Suecia). Hija de un almirante, tuvo la fortuna
de poder estudiar en la Real Academia Sueca de las Artes, en Estocolmo, uno de los pocos
centros que admitían a mujeres de toda Europa. Allí aprendió a pintar según la estética
academicista por entonces imperante, con una especial atención hacia los paisajes
naturalistas. Sin embargo, desde muy pronto af Klint se vió invadida por una sensibilidad
especial que le sobrevino tras la terrible experiencia de acompañar en la agonía a su
hermana de diez años, algo que la hizo interesarse, e incluso obsesionarse, por la
espiritualidad y el mundo del más allá.
La pintora sueca creó su obra como una forma de plasmar las experiencias supraterrenales
que afirmaba sentir

Por entonces, Europa era un hervidero donde el interés por las ciencias ocultas encontraba
mil formas de manifestarse, y donde las propias fronteras entre ciencia, arte y ocultismo (y
por supuesto, entre verdad y engaño) eran absolutamente difusas y permeables. Junto con
varias compañeras, hacia 1896 constituyó el grupo de "Las Cinco", y se dedicaron a dibujar
lo que decían recibir durante las sesiones de espiritismo a las que se entregaban, en un claro
antecedente de lo que luego sería la escritura automática surrealista.
Cuaderno de trabajo de la artista Hilma Af Klint.

En 1906, af Klint pretendió que sus compañeras la acompañaran en lo que decía era una
empresa que le había transmitido un espíritu contactado durante sus sesiones: el plasmar
en los cuadros todo lo que le era permitido ver del mundo supraterreno. Pero ninguna quiso
unirse a ella, por lo que se entregó a la tarea de manera solitaria, viviendo una doble vida,
en la que firmaba cuadros "normales" para vivir, y realizaba los otros, los de origen
espiritual, de manera secreta.

Fantasmas y pinturas
Vistos hoy en día, los más de mil cuadros (divididos entre la serie principal, Los cuadros para
el templo, y otras menos numerosas) suponen la irrupción del arte abstracto, incluso con
recursos que anteceden en varios años a los de los consagrados Kandinski (quien se arrogó
haber pintado la primera obra abstracta en 1911) o Mondrian. Pero, a diferencia de éstos,
que llegaban a la abstracción siguiendo un proceso que iba disolviendo la realidad, la
pintora sueca creó su obra como una forma de plasmar las experiencias supraterrenales que
afirmaba sentir. Así, sus cuadros ofrecen una gran coherencia y solidez, y vistos en su
conjunto conforman un lenguaje propio que lleva a último término lo que consideraba su
misión.
Una de las obras de Hilma Af Klint.

En aquellos años de irrupción sobrenatural, los artistas buscaban ser recibidos por Rudolf
Steiner, el fundador de la Sociedad Teosófica. Mondrian, por ejemplo, no lo consiguió
nunca. Pero Steiner sí que quiso conocer la producción secreta de af Klint: cuando la vio, le
dijo que ocultara aquellos cuadros durante cincuenta años, porque nunca serían
entendidos. Ella permaneció fiel a esa orden: poco antes de morir en un accidente de tráfico
en 1944, había dado instrucciones a su sobrino para que ninguno de ellos se viera hasta al
menos veinte años después de su muerte. Cuando el dueño del almacén donde se
acumulaban 1.200 pinturas, un centenar de escritos y 26.000 páginas de notas urgió a éste
para que se los llevara o los tiraría a la basura, el sobrino obedeció más por complacer el
último deseo de la que para la familia era la "tía loca", que porque les diera el menor valor.
El MoMA ni siquiera quiso incluirla entre sus fondos de arte abstracto.

Así, la obra de af Klint permaneció oculta mientras los atildados académicos estabulaban los
distintos períodos del arte contemporáneo. Por eso, cuando una muestra en 1986 en Los
Ángeles mostró por primera vez una pequeña porción de su obra, nadie estuvo dispuesto
rehacer lo establecido para hacerle hueco. Tampoco en 2012, cuando fue expuesta en el
parisino Pompidou, ni en 2013 en el Moderna Museet de Estocolmo, las Serpentine
Galleries de Londres o el Museo Picasso de Málaga.
El MoMA ni siquiera quiso incluirla entre sus fondos de arte abstracto, probablemente
porque su origen ocultista les parecía, a diferencia de las influencias freudianas del
surrealismo, algo vergonzoso. Tampoco ayudó que Af Klint sólo estuviera preocupada de
pintar y expresar todo lo que le rebullía en su interior, sin acceso a marchantes y publicistas,
y sin interés siquiera en construirse un personaje epatante en continua boutade. Además,
no lo olvidemos: era mujer.

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