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Francisco Arriaga - CTLLL - VII El Profeta Juan Sabio
Francisco Arriaga - CTLLL - VII El Profeta Juan Sabio
El Profeta Juan Sabio
Dios hace números.
Pitágoras
Dicen las malas lenguas que nunca fue cuestión de suerte, más bien el Diablo debió andar metido
allí, y por eso las cosas acabaron como acabaron.
Sus compañeros lo despreciaron mil veces, tan pequeño y débil, caminaba como si apenas rozara
el suelo. En aquellos años era uso común acomodar a los alumnos del menor al mayor, según su
estatura, y siguiendo el mismo orden, en el salón de clase llenando fila tras fila de izquierda a
derecha. Todos los días hasta que terminó la secundaria ocupó el primer lugar de la izquierda. Hay
quienes afirman que ya entonces poseía El Don.
Una cosa es cierta, doña Tere jamás dijo una palabra sobre el asunto, sólo aceptaba que su hijo
tenía suerte, y para quien lo dudara, allí estaba la fotografía enmarcada del boleto ganador: la
efigie de Morelos, pintada en colores rosáceos y rodeada de fiorituras en tintas azules volteaba,
quizá mera coincidencia, hacia la izquierda. Pero doña Tere guardaba el secreto bajo llave, y no
quemaba aquellos papeles, sólo porque Juan así se lo pidió.
'Guárdemelos hasta que le diga, mamá. A usté no le hace daño tenerlos en un lugarcito donde
nomás usté sepa, total, la gente no tiene por qué andarse enterando de ciertas cosas'.
También era cierto el hecho, irrefutable como el libro mismo de registros, que la tarde anterior a
la ‘Tarde del premio’ estuvo consultando periódicos viejos, todos de la capital del estado. Y por si
fuera poco, la mañana de ese día se la pasó esculcando entre los papeles de don José, a quien le
explicó: 'necesito encontrar una noticia curiosa, para hacer la tarea que me encargaron en la
escuela... dizque así aprenderemos a escribir bien, y no sé a qué tantas cosas más'.
Con el dinero que ganó doña Tere aquella tarde bien hubiera podido Juan dejar la escuela de una
vez, pero entonces cambiaron sus maneras. Cualquiera veía que no era el mismo de siempre: su
semblante a la expectativa como si buscara o persiguiera algo, como si alguien le hubiera robado
la paz; esa sería la figura que recordarían todos en el pueblo.
Ni él sabía exactamente qué, pero su búsqueda terminaría encontrando la razón de que las cosas
fueran como fueran. Sería que para él resultaba algo natural saber cómo están hechas las cosas
con sólo tomar algunos apuntes, igual que alguien respira sin saber cómo el aire entra por las fosas
nasales, recorriendo la laringe y llegando a los pulmones para fortificar la sangre después.
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Nadie entendió ni ha entendido hasta la fecha lo que quiso decir: ‘todo el mundo cabe en una hoja
de papel, y lo que vaya a pasar o haya pasado puede entenderse con sólo escribir en ella los
números y las palabras adecuadas’.
La maledicencia de la gente comenzó a divulgar la historia de la riqueza de Nepomuceno Llamas,
se afirmó que le había sacado a la mala y con engaños el número que habría de ganar la lotería en
un pueblo de Texas. ‘Donepo’, como le llamaba la gente, afirmó que estaba muy agradecido con el
muchacho y que de su cuenta corría el que a Juan nadie lo molestara en el pueblo, y que con gusto
aconsejaría a doña Tere para hacer rendir el dinerito que tenía guardado en el banco, con unos
intereses que apenas si daban para pagar el predial de su casa, y la luz y el agua de cada mes.
Doña Tere no pidió explicaciones ni cuentas la noche que Juan decidió dejar su casa, lugares en
dónde quedarse le sobraban en el pueblo y muchos eran los que buscaban platicar con él aunque
fuera un rato, con la esperanza de escuchar de sus labios una palabra, una letra, o un número.
Fue por esas fechas que la gente comenzó a llamarlo ‘El Profeta Juan Sabio’. Semejante nombre
llegó a sus oídos, pero no se molestó jamás en reprender a la gente, ‘suficientes problemas tienen
ya, como para andar causándoles otro al pedirles que me llamen de una u otra manera’. Dos
meses después cumpliría dieciséis años.
Aunque los negaba y los siguió negando mientras vivió, abundaron los rumores de prodigios o
milagros atribuidos a él. No faltó quién dijera que le había ayudado encontrar a un familiar
perdido, otro afirmó que le curó una hernia inoperable misma que le tenía postrado en cama, y
otro más, que gracias a una poción facilitada por ‘don Juan, El Profeta Sabio’ había recuperado la
virilidad tanto tiempo echada de menos.
Pero Juan sólo se limitaba, y nunca erró en ello, a decirle a los que consideraba más necesitados
los tres o cuatro números que necesitarían encontrar en un boleto, para resultar ganadores en tal
o cual sorteo.
Nadie ha negado, ni podrá negar, que sus pronósticos no fallaron ni una sola vez.
Ni una sola.
***
Los rumores eran ciertos. El Profeta Juan Sabio había vivido los últimos seis años en un cuarto
austerísimo. Una cama, una mesa, una silla y un estante donde amontonaba recortes y hojas
completas de periódicos uno sobre otro. La mayoría de los recortes se los daba la misma gente, y
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cuando la noticia incluía a alguno que había obtenido un premio gracias a su ayuda, los ganadores
de los premios le dejaban algunos billetes engrapados a ellos.
Pero el Profeta Juan Sabio no se preocupaba por quitar las grapas de metal y separar los billetes
de los recortes, sólo cuando era absolutamente indispensable que consultara alguno retiraba los
billetes del recorte, y los ofrecía a algún crío que tuviera la suerte de pasar en ese momento frente
a su casa.
El cuarto donde vivió jamás tuvo puerta en la entrada, y la del servicio cumplía una doble función:
protegerle de las miradas curiosas al asearse, y servirle de perchero cuando colgaba de la perilla
de latón su toalla cada vez que terminaba de bañarse.
Los rumores eran ciertos, y muchos se asustaron.
Donepo, cumpliendo cabalmente su promesa, había pagado a cinco o seis policías para que
cuidaran el cuarto de ‘Juanillo’, nombre que pronunciaba cuando saludaba en la intimidad de su
casa al Profeta Juan Sabio.
Esa fue la primera y única desavenencia que tuvo el Profeta Juan Sabio, con la gente de aquel
pueblo. 'Si vuelvo a ver a esos hombres vigilando mi casa desde la esquina me largo a otro pueblo,
total, uno que quiere ayudar a los de aquí y le pagan tratándolo a uno como si estuviera encerrado
en la cárcel municipal. O se van mis gendarmes o mañana no amaneceré en este pueblo'.
Los rumores eran ciertos, y aunque muchos se asustaron, nadie se atrevió a dar la contra al
Profeta Juan Sabio. Como no quería ver gendarmes cuidando su casa la gente misma del pueblo
comenzó a hacer ronda, temerosa de que algo pudiera pasarle. Y cuando el rumor fue cierto a
nadie le extrañó de que los actores principales fueran la Secretaría de la Hacienda Pública, y la
Secretaría Nacional de Juegos de Lotería.
A nadie menos que a ellos convenía que el Profeta Juan Sabio le atinara a tantos números, y que
se hubiesen entregado en sólo un año ocho premios mayores, y catorce secundarios.
El día temido por todos llegó, como si hubiera sido implorado al mismísimo Satanás. Nadie entró al
pueblo en una camioneta del gobierno o con logotipos, nadie llegó que pareciera de fuera, nadie
llegó que llevara ropa nueva o hablara con acento de la capital.
Fue Donepo quien encontró al Profeta Juan Sabio boca arriba, tirado en la cama, con un balazo en
la frente y otro muy cerca de la tetilla izquierda. El asesino había dejado a modo de burla una
pistola con silenciador sobre la mesa, y los ocho boletos ganadores del premio mayor que habían
salido sorteados ese año.
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Y nadie pudo hacer nada, quién le iba a reclamar nada a quién, y para qué, para que vinieran los
soldados y tuvieran a la gente encerrada en sus casas mientras las muchachas buscaban irse con
alguno de ellos.
El Profeta Juan Sabio jamás le dio a doña Tere la orden de quemar sus papeles, y ella nunca
hubiera leído lo escrito en ellos mientras Juan no le diese el permiso para hacerlo. Así que la noche
del velorio entró a su cuarto y cerró bien la puerta, y buscando entre los libros y las carpetas que
utilizaba Juan cuando estudió la secundaria, encontró los apuntes y comenzó a leer hoja tras hoja.
En letra menuda, alineada y bien trazada, como si fuera letra de máquina de escribir, había dejado
Juan un reporte con los números que habían salido sorteados desde hacía veinticinco años.
También pudo leer aunque no comprendió, las sumas, restas, divisiones y multiplicaciones que
había hecho el Profeta Juan Sabio, utilizando una de las hojas de su libreta de matemáticas, para
encontrar el primer número, el que salió sorteado ‘La tarde del premio’.
A doña Tere no le molestó que su hijo no hubiera escrito una sola línea invocando la ayuda de Dios
o de los demonios para adivinar el número que resultaría ganador; doña Tere sabía que su hijo
tenia buena cabeza para la escuela, y un corazón más grande aún.
Sabía que por eso lloraban los vecinos en el zaguán y en el cuarto donde el Profeta Juan Sabio,
hacía nueve años, le había entregado el boletito de la foto.
'Tenga, mamá. Me lo vendieron en la escuela, el sorteo es a la tarde. No lo vaya a perder, que
batallé un resto para encontrar este número. Hasta le tuve que pedir prestado a Donepo para
completarlo... pero ya verá, mamá, que este boleto nos traerá buena suerte'.
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Francisco Arriaga – Cuando termine la lluvia 57
Cuando termine la lluvia
Cuentario
México, Frontera Norte.
10 de Noviembre de 2009.
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Francisco Arriaga.
Per aspera ad astra.
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