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Contra el cambio climático

por SANTIAGO HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA; CECILIA VALDÉS


CANALES
Publicado en Ciencia, Medio Ambiente | calentamiento global | cambio climático | emisiones | Protocolo de Kioto
June 2009 - Nueva Revista número 123

En los últimos años hemos observado un gran aumento de desastres naturales en todo el mundo; sólo en
las últimas dos décadas, los desastres registrados se han duplicado, de 200 a más de 400 por año, en nuestro
planeta1. Si bien es tremendamente difícil determinar con seguridad las causas del incremento de estos
fatídicos desastres naturales, la comunidad científica mundial nos confirma que nueve de cada diez de
estos desastres están relacionados con el cambio en el clima de nuestro planeta.
Así, los científicos nos revelan que el cambio climático ha provocado, entre otras cosas, alzas
generalizadas de las temperaturas del aire y el agua, el derretimiento de las capas de hielo y glaciares y el
incremento del nivel del mar. Hoy en día se viven climas más extremos: los veranos son más calientes y
los inviernos son más fríos.

Claro está que todos estos cambios afectan de diversas maneras en el plano individual, nacional y global.
Hay personas y/o regiones del mundo que son más vulnerables que otras. Por ejemplo, las islas son más
propensas a sufrir daños muy graves por tsunamis, huracanes u otros desastres que son cada vez más
violentos. De la misma manera, los países pobres se ven más afectados que los ricos, ya que no cuentan
con la infraestructura necesaria para protegerse de los desastres naturales ocasionados por los cambios
climáticos.

Ante esta crisis de magnitud global, ¿cuál ha sido la reacción de la comunidad internacional? Es evidente
que el cambio climático es un problema global. Sus causas y consecuencias no están limitadas
territorialmente como los países y, por ende, su solución tiene que venir desde una respuesta global
concertada. Todos sabemos que el planeta y nuestro medio ambiente son bienes públicos globales2 y es
por eso que la comunidad internacional debe actuar en conjunto para frenar los efectos de este fenómeno,
que son cada vez más graves, y proteger así al planeta.
DEFINICIÓN DE CAMBIO CLIMÁTICO
Para entender mejor este fenómeno es necesario empezar por definir qué es el cambio climático. Según
los científicos que forman parte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de
las Naciones Unidas (IPCC por sus siglas en inglés)3, es un cambio en el clima que se puede atribuir directa
o indirectamente a la actividad humana. Altera la composición de la atmósfera global y es suplementario
a la variación natural del clima observada en períodos de tiempo comparables.
CAUSAS
Los científicos nos explican que la razón principal de la subida de la temperatura es el proceso de
industrialización iniciado hace siglo y medio y, en particular, la combustión de cantidades cada vez
mayores de petróleo, gasolina y carbón, la tala de bosques y algunos métodos de explotación agrícola.
Estas actividades aumentan el volumen de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera,
principalmente de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso. Estos gases se producen naturalmente y
son fundamentales para la vida en el planeta, ya que impiden que parte del calor solar regrese al espacio y
sin ellos el mundo sería un lugar frío e inhabitable. Sin embargo, cuando el volumen de estos gases es
considerable y continúa creciendo sin cesar, se provocan unas temperaturas artificialmente elevadas
(calentamiento global) y se modifica el clima. El decenio de 1990 es considerado como el más cálido del
último milenio y 1998 como el año más caluroso.
Entre los GEI, el dióxido de carbono es el más emitido (77%). Este gas proviene, principalmente, de la
combustión de combustibles fósiles (57%, básicamente petróleo), actividades industriales y deforestación
(17%) (Gráfico 1). Es por eso que la emisión de este gas es la que se está intentando controlar con mayor
esfuerzo.
CONSECUENCIAS
Existe evidencia empírica de que el fenómeno del cambio climático es inequívoco4:
La temperatura media de la superficie terrestre ha subido más de 0,6 °C desde los últimos años del siglo
XIX. Se prevé que aumente de nuevo entre 1,4 °C y 5,8 °C para el año 2100, lo que representa un cambio
rápido y profundo. Aun cuando el aumento real sea el mínimo previsto, será mayor que en cualquier siglo
de los últimos diez mil años.

El nivel del mar subió entre 10 y 20 centímetros durante el siglo XX, y para el año 2100 se prevé una
subida adicional de 9 a 88 cm (la subida de las temperaturas hace que el volumen del océano se expanda,
y la fusión de los glaciares y cascos polares aumenta el volumen de agua).

Si se llega al extremo superior de esa escala, el mar podría invadir los litorales fuertemente poblados de
países como Bangladesh, provocar la desaparición total de algunas naciones (como el Estado insular de
las Maldivas), contaminar las reservas de agua dulce de miles de millones de personas y provocar
migraciones en masa.

QUIÉN EMITE
Los países que más emiten GEI son los desarrollados, por su nivel de industrialización, siendo Estados
Unidos el mayor emisor entre ellos. Sin embargo, grandes países en desarrollo como China, Rusia, India
y Brasil, por sus esfuerzos de alcanzar un mayor desarrollo, pronto sobrepasarán a los ya industrializados
(Gráfico 2). China, en particular, ya es el mayor emisor de dióxido de carbono a nivel mundial y se
proyecta que será el mayor emisor de GEI para el año 2025.

DESDE LA CONVENCIÓN MARCO DE LAS NACIONES UNIDAS SOBRE CAMBIO


CLIMÁTICO HASTA EL PROTOCOLO DE KYOTO
Los informes producidos por los científicos del IPCC forman la base científica con la que se han negociado
los acuerdos internacionales relacionados con este fenómeno y las acciones que se han llevado a cabo por
los gobiernos de diferentes países.
Es preciso mencionar que existen fuertes opiniones escépticas a las conclusiones de los científicos que
conforman este Grupo. Pero a pesar de eso y hasta la fecha, las voces científicas que confirman la urgencia
del cambio climático y sus causas y consecuencias son mucho más fuertes y contundentes que las
contrarias.

Las evidencias del impacto de este fenómeno comenzaron a ser tan importantes a finales de la década de
los ochenta, que surgieron las primeras acciones concretas de la comunidad internacional contra este
fenómeno. Primero, la comunidad internacional decidió crear la Convención Marco de las Naciones
Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), que entró en vigoren 1994, y después se agregó el Protocolo
de Kioto, que entró en vigor en 2005. Ambos acuerdos son complementarios y son de gran importancia,
ya que regulan las acciones para combatir este fenómeno a nivel global. La principal diferencia entre ellos
es que la Convención no contiene medidas obligatorias y por ende una mayor cantidad de países la han
ratificado (192), mientras que el Protocolo establece reducciones de dióxido de carbono específicas, pero
obligatorias sólo para países industrializados (Partes incluidas en el anexo I de la Convención, que son 37
más la Comunidad Europea) y por lo mismo, han sido menos los países que lo han ratificado (183).
El objetivo del Protocolo de Kioto es lograr una reducción efectiva de emisiones de los GEI. Se han fijado
objetivos individuales de reducción para los países industrializados miembros del Protocolo. En promedio
vienen a significar un total de reducción de las emisiones de GEI en conjunto de estos países de al menos
el 5% con respecto a los niveles de 1990 para 2012.

Entre los países que no han ratificado el Protocolo sobresalen los Estados Unidos, ya que son el mayor
emisor de GEI del mundo. Este país argumenta que una de las principales razones por las cuales no lo ha
ratificado es que el Protocolo no incluye reducciones de emisiones específicas para países en desarrollo
como China, India o Brasil, que ya son, en la actualidad, grandes emisores de dióxido de carbono. De
hecho, para el año 2020, las emisiones de China sobrepasarán a las de los Estados Unidos, lo cual hace
pensar que el acuerdo que suceda al Protocolo de Kioto debería incluir medidas obligatorias para China y
otros grandes emisores que fueron excluidos del Protocolo en 1997.

El razonamiento principal de esta exclusión fue que los países acordaron que el principio general de la
Convención era el de la existencia de responsabilidades conjuntas pero diferenciadas, recayendo la
responsabilidad más grande en los países industrializados, ya que, por su nivel de desarrollo, son los
mayores emisores de GEI. Los países en desarrollo argumentan que, para seguir con su desarrollo, no
pueden llevar a cabo las mismas reducciones que los que ya están desarrollados. Además, consideran que
los principales responsables del fenómeno del cambio climático son los países industrializados, ya que se
han desarrollado a costa del medio ambiente.

¿Y DESPUÉS DE KIOTO?
El primer periodo de compromisos establecidos en el Protocolo de Kioto expira en el año 2012. Es por eso
que se debe llegar a un nuevo acuerdo que entre en vigor en el 2013, para seguir luchando contra este
fenómeno. Si no se llega a un acuerdo que satisfaga a los mayores emisores, de nada servirá el esfuerzo,
ya que el efecto de las reducciones no será el necesario para reducir los efectos adversos del fenómeno.
Las negociaciones para llegar a un acuerdo post Kioto comenzaron en la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre Cambio Climático en Bali, Indonesia, en 2007. Fue entonces cuando los países señalaron la
Conferencia de Copenhague de este año 2009 como fecha límite para llegar a un acuerdo.

Según la comunidad científica, para evitar una crisis climática, el nuevo acuerdo post Kioto debe reforzar
e incluir nuevos compromisos de reducción de GEI más exigentes (incluyendo a los principales emisores,
incluso a países en desarrollo como China), se debe establecer un mercado internacional de carbono y se
deben mejorar los mecanismos existentes de ayuda financiera y de transferencia de tecnología.

Hasta el momento, no se han logrado grandes avances y la fecha de la Conferencia de Copenhague se


acerca. Se espera que con la nueva administración de Obama en los Estados Unidos se tenga una mayor
cooperación por parte de este país. Sin embargo, la posición de los Estados Unidos está vinculada a las
posiciones que se adopten en Pekín y en Bruselas, que son los actores principales en esta lucha, ya que
China es el país que emitirá la mayor cantidad de GEI en los años que vienen y la Unión Europea siempre
ha sido el líder en acciones para tratar de combatir el cambio climático.

ALGUNOS DE LOS PRINCIPALES EMISORES DE GASES DE EFECTO INVERNADERO


LA UNIÓN EUROPEA
La Unión Europea es miembro de la Convención, ha ratificado el Protocolo y es uno de los miembros más
comprometidos con esta lucha. La Unión Europea busca un acuerdo en la Conferencia de Copenhague que
sea lo suficientemente ambicioso como para poder detener los efectos negativos de las emisiones de
carbón. En el 2007, la Comisión Europea presentó el Plan «20/20/20 para el 2020»: reducción de emisiones
del 20% sobre niveles de1990 (más una mejora del 20% en eficiencia energética y el 20% deberá provenir
de energías renovables) para el año 2020. Cabe mencionar que este plan aún suscita gran oposición por
parte de países europeos como Polonia, que dependen altamente de las industrias pesadas y del carbón.
Además, la Unión Europea ha implantado un sistema de comercialización de emisiones de GEI
(comúnmente conocido como cap and trade, en inglés), el cual crea incentivos para reducir emisiones y
ayudar a que países menos desarrollados participen indirectamente en la reducción. Este sistema consiste
básicamente en la comercialización de permisos de emisiones entre industrias que no hayan utilizado todas
las emisiones permitidas e industrias que hayan sobrepasado las emisiones permitidas. Aún existen
defectos en el sistema, ya que los países cumplen con sus emisiones individualmente, pero las emisiones
globales, que son las que tienen mayor impacto en el clima, no se reducen.
LOS ESTADOS UNIDOS
Aun y cuando los Estados Unidos no han ratificado el Protocolo de Kioto, se espera que con la nueva
administración de Obama adoptarán una postura de mayor cooperación. Se espera un mayor progreso en
comparación con la administración de Bush. Es posible que se introduzcan reducciones de emisiones de
dióxido de carbono obligatorias a nivel federal y un sistema de comercialización (cap and trade) como el
que opera en Europa. Pero lo principal será saber de dónde provendrán las reducciones y qué tan
significantes serán. Por lo pronto, la nueva administración Obama ha decidido invertir fuertemente en la
producción de energía alternativa que permita reducir las emisiones de GEI en un 80% para el año 2050,
que es lo recomendado por el IPCC.
Sin embargo, es un objetivo muy ambicioso y no será fácil que el Congreso apruebe la legislación
necesaria a tiempo para la reunión este año en Copenhague. Además, el gobierno tendrá que enfrentarse a
protestas por pérdidas de empleo en algunas industrias «sucias», como las del aluminio, cemento, petróleo
y de manufactura de automóviles. La reducción de emisiones, aun y cuando tiene el efecto positivo de
reducir el calentamiento global, también conlleva muchas consecuencias negativas para las economías de
los países en el corto plazo.
EL FUTURO
Es evidente que la comunidad internacional es consciente de que este es un problema global y que está
tomando acciones concertadas para combatir el cambio climático. Se están haciendo grandes esfuerzos
por que los acuerdos internacionales relacionados con este fenómeno (principalmente la Convención y el
Protocolo) incluyan a la mayor cantidad de países posible y que todos se comprometan de una u otra
manera según sus capacidades.
Sin embargo, para que se llegue a un acuerdo post Kioto que sea realmente efectivo, en el que países
industrializados como los Estados Unidos participen, grandes países emergentes como China, India y
Brasil (por mencionar algunos) también tendrán que hacer algún tipo de compromiso. Estos compromisos
tendrán que ser sustanciales, no bastará con la reducción de emisiones globales, sino que se tendrán que
aplicar medidas más específicas, tales como la reducción de emisiones de dióxido de carbono por unidad
del PIB o dirigidas a sectores específicos, tales como el energético.

La lucha contra el cambio climático requiere desarrollar incentivos basados en las leyes del mercado, que
estimulen la creatividad y generen interés para que las empresas traten de contaminar menos o de
desarrollar nuevas tecnologías (por su propio beneficio). Es fundamental crear un mercado de derechos de
emisión en el que se castigue al que más contamina, pues el hecho de tener que comprar más derechos de
emisión es infinitamente más eficiente que castigar directamente con cargas fiscales específicas a
industrias contaminantes concretas. Es decir, es necesario utilizar los mecanismos de mercado para
encontrar la forma más eficiente de luchar contra el cambio climático.

El calentamiento global es un problema actual, es complejo, nos afecta a todos y está vinculado a otras
cuestiones importantes como la pobreza, el desarrollo económico y el crecimiento demográfico. Hemos
llegado al punto en que es necesario adoptar acciones urgentes para evitar más cambios irreversibles. No
será fácil resolverlo, pero ignorarlo, sería peor aún.

NOTAS
1 John Holmes, subsecretario para Asuntos Humanitarios en las Naciones Unidas, artículo en Te World in

2009, diciembre 2008 The Economist.


2 Bien público global: bienes que por naturaleza son «no rivales» (que el que uno consuma no impide a

otros hacerlo) y «no exclusivos» (están a la disposición de todos) (Inge Kaul, PNUD).
3 Este grupo, conformado por científicos de todo el mundo y países miembros de la ONU, ha producido

cuatro informes. Son la fuente de información principal sobre las causas del cambio climático, sus
potenciales consecuencias ambientales y socioeconómicas, así como las opciones de adaptación y
mitigación de sus efectos. Son la base más importante para los tomadores de decisiones en este tema.
4 Informes de las Naciones Unidas IPCC.
Trump retira a EE UU del Acuerdo
de París contra el cambio climático
Estados Unidos ha dejado de ser un aliado del planeta. Donald Trump dio rienda suelta hoy a sus
creencias más radicales y decidió romper con el “debilitante, desventajoso e injusto” Acuerdo de
París contra el cambio climático. La retirada del pacto firmado por 195 países marca una divisoria
histórica. Con la salida, el presidente de la nación más poderosa del mundo no sólo da la espalda a la
ciencia y ahonda la fractura con Europa, sino que abandona la lucha ante uno de los más inquietantes
desafíos de la humanidad. La era Trump, oscura y vertiginosa, se acelera.

La señal es inequívoca. Tras haber rechazado el Acuerdo del Pacífico (TPP) e impuesto una negociación
a bayoneta calada con México y Canadá en el Tratado de Libre Comercio, el presidente ha abierto la puerta
que tantos temían. De nada sirvió la presión de Naciones Unidas o la Unión Europea, ni de gigantes
energéticos como Exxon, General Electric o Chevron. Ni siquiera el grito unánime de la comunidad
científica ha sido escuchado. Trump puso la lupa en los “intereses nacionales” y consumó el giro
aislacionista frente a un acuerdo refrendado por todo el planeta, excepto Nicaragua y Siria.

“He cumplido una tras otra mis promesas. La economía ha crecido y esto solo ha empezado. No vamos a
perder empleos. Por la gente de este país salimos del acuerdo. Estoy dispuesto a renegociar otro favorable
para Estados Unidos, pero que sea justo para sus trabajadores, contribuyentes y empresas. Es hora de poner
a Youngstown, Detroit y Pittsburgh por delante de París”, clamó Trump.

Es la doctrina de América Primero. Ese programa, mezcla de patriotismo económico y xenofobia, que
contra todo pronóstico le hizo ganar la Casa Blanca. A esta amalgama apela Trump cada vez que ve
peligrar su estabilidad. Como ahora. Acosado por el escándalo de la trama rusa, sometido a la presión de
las encuestas, vapuleado por los grandes medios progresistas ha lanzado un directo al mundo con la
esperanza de encontrar el aplauso de sus votantes más fieles, la masa blanca y empobrecida que culpa a la
globalización de todos sus males. “Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París.
No se puede poner a los trabajadores ante el riesgo de perder sus empleos. No podemos estar en
permanente desventaja”, afirmó Trump.

La ruptura es crucial, pero no representa una sorpresa. Pese a que EEUU es el segundo emisor global de
gases de efecto invernadero, Trump siempre se ha mostrado reacio al Acuerdo de París. En numerosas
ocasiones ha negado que el aumento de las temperaturas se deba a la mano del hombre. Incluso se ha
burlado de ello. “Acepto que el cambio climático esté causando algunos problemas: nos hace gastar miles
de millones de dólares en desarrollar tecnologías que no necesitamos”, ha escrito en América lisiada, su
libro programático.

Pero más que el rechazo al consenso científico, lo que realmente movió hoy a Trump fue el cálculo
económico. En su discurso el pacto se convirtió en un mero acuerdo comercial. Injusto y peligroso para
EEUU. Una barrera burocrática que, a su juicio, impide la libre expansión industrial y que sólo ofrece
ventajas competitivas a China e India. “Este acuerdo tiene poco que ver con el clima y más con otros
países sacando ventaja de Estados Unidos. Es un castigo para EEUU. China puede subir sus emisiones,
frente a las restricciones que nos hemos impuesto. E India puede doblar su producción de carbón. Este
pacto debilita la economía estadounidense, redistribuye nuestra riqueza fuera y no nos permite utilizar
todos nuestros recursos energéticos”, remachó.
Tomada la decisión, la salida es fácil, aunque técnicamente lenta. A diferencia del Protocolo de Kioto, que
abandonó George W. Bush en 2001, el Acuerdo de París no es vinculante. No ha sido ratificado por el
Senado y carece de penalizaciones. Su aglutinante es el compromiso. En este marco, cada país es libre de
decidir su propio camino a la hora de recortar emisiones de gases de efecto invernadero. Lo importante es
evitar que a finales de siglo la temperatura mundial supere en dos grados el nivel preindustrial (ahora
mismo ya ha aumentado 1,1º).

Para lograrlo, Barack Obama ofreció reducir las emisiones de EEUU entre un 26% y 28% para 2025
respecto a los niveles de 2005. Pero las medidas que puso en marcha ya han sido frenadas por Trump. En
cuatro meses de mandato ha firmado 14 órdenes ejecutivas destinadas a desmantelarlas y ha situado a la
cabeza de la influyente Agencia de Protección Ambiental a Scott Pruitt, considerado un caballo de Troya
de la industria más contaminante. Pruitt siempre ha rechazado que el hombre sea causante del cambio
climático y, como fiscal general de Oklahoma, llegó a demandar 14 veces a la agencia que ahora dirige
siguiendo las directrices de las grandes compañías petroleras y eléctricas.

La retirada del Acuerdo de París representa la victoria del Trump más retrógrado y de sus asesores más
radicales, los forjadores de la doctrina del patriotismo económico. En esta batalla, el estratega jefe, Steve
Bannon; el consejero de Comercio, Peter Navarro, y el propio Pruitt, han doblado la mano a los que se
oponían: a Ivanka Trump; a su marido, Jared Kushner; al secretario de Energía, Rick Perry, y al de Estado,
Rex Tillerson, antiguo director ejecutivo de Exxon, una compañía que hasta el último momento ha pedido
que EEUU se mantenga en el pacto.

El pulso ha sido largo y penoso. Ha sufrido continuos aplazamientos, y Trump no ha parado de oscilar.
Fiel a su estilo, el presidente ha mantenido todos los platillos en el aire hasta el último momento. Ha
consultado, presionado y preguntado. Al final, se ha decidido por aquello que le dictaba el interés más
inmediato. La supervivencia electoral.

En este vuelco, el largo plazo y los objetivos estratégicos han quedado malparados. Estados Unidos
retrocede en su capacidad de liderazgo y abandona un espacio privilegiado que China, el mayor emisor
global, ya ha señalado que quiere ocupar. No sólo es que Washington fomente la deserción de otros países
o que golpee en el hígado a la ciencia, sino que frente a uno de los mayores retos del planeta, tira la toalla.
Con Trump en la Casa Blanca, el mundo está más solo.
Los ciudadanos ante el cambio climático
por Francisco Heras Hernández
El Ecologista nº 45, otoño 2005

Es claro que no estamos actuando con la rapidez y decisión que un problema como el cambio climático
requiere. En el artículo se repasan algunas de las circunstancias que, en el ámbito de la percepción social
y de los comportamientos individuales, están dificultando los cambios necesarios.
El cambio climático es ya considerado por numerosas organizaciones científicas y sociales como el mayor
reto ambiental que tendrá que abordar la Humanidad en el siglo XXI. Parece claro que cualquier respuesta
racional al fenómeno pasa por reducir de forma sustancial nuestras emisiones de gases de efecto
invernadero, causa última del problema.
Para lograr los anhelados recortes de emisiones contamos, desde hace años, con un amplio conjunto de
propuestas en el campo del ahorro energético, las energías renovables o los estilos de vida y consumo.
Muchas de estas ideas ya han sido probadas y han demostrado su viabilidad y eficacia, pero no se aplican
de forma generalizada.
Resulta evidente que la respuesta de las sociedades humanas ante el reto del cambio climático no se
corresponde con la gravedad del problema. El tránsito hacia una sociedad libre de combustibles fósiles
afecta a intereses corporativos muy importantes y las reacciones contrarias al cambio son intensas en ese
sector. Pero ¿cómo interpretar las amplias dudas suscitadas en la opinión pública y la tímida respuesta
ciudadana? En este artículo queremos poner de manifiesto cómo, aparte de los retos de carácter económico
y tecnológico, ante el cambio climático se plantean otras barreras que dificultan la evolución de las
percepciones sociales sobre el problema y la correspondiente acción responsable.
Un fenómeno que choca con nuestras percepciones personales
Existen evidencias de un escaso conocimiento e ideas erróneas en torno al cambio climático, incluso en
países en los que se ha realizado un apreciable esfuerzo divulgador [ 1 ] . Sin embargo, el desconocimiento
y las ideas erróneas no deben atribuirse únicamente a la complejidad propia del fenómeno. Es preciso
reconocer que el cambio climático, tal y como es descrito por la ciencia, choca abiertamente con algunas
ideas basadas en las percepciones personales de la gente. G. Marshal [ 2 ] cita algunas de ellas:
La inmensidad de la atmósfera: la atmósfera, tal y como la percibimos, parece inmensa si la comparamos
con la escala humana. La gente puede entender que el aire esté contaminado en un área industrial o en una
gran ciudad, pero no parece concebir con facilidad que el conjunto de las emisiones de origen humano esté
cambiando la atmósfera globalmente.
Unas “pequeñas” variaciones de temperatura que no se ven peligrosas: entre un mediodía caluroso y una
noche fría, los españoles podemos experimentar fácilmente variaciones de temperaturas de 20º C o incluso
más. Frente a estas oscilaciones, la idea de que la temperatura media de la tierra se vaya a incrementar
entre 1,4 y 5,8ºC no parece muy alarmante.
Cambios que se conciben como graduales: Si los cambios del clima se miden con la escala de la percepción
humana, se tiene la sensación de que los cambios serán muy graduales, lo que facilitará la adaptación al
clima tanto de los humanos como de la naturaleza.
Acciones y emisiones: unas relaciones difíciles de establecer
Los ciudadanos tienen serias dificultades para obtener información significativa sobre sus consumos
energéticos y su traducción a emisiones de gases efecto invernadero. Entre los factores que hacen difícil
establecer relaciones entre acciones y emisiones podemos citar:
Diversidad de unidades de medida : las gasolinas se compran en litros; el gas en metros cúbicos; la
electricidad en kWh. La mayoría de los consumidores no son capaces de establecer comparaciones entre
productos energéticos expresados en distintas unidades de medida.
La difícil traducción a gases emitidos: La mayoría de la gente desconoce la relación entre energía
consumida y gases emitidos. Establecer estas relaciones se hace especialmente difícil para el caso de la
energía eléctrica, ya que las emisiones se generan fundamentalmente en el proceso de producción y no en
el consumo final. Esto lleva a muchos consumidores a percibir la electricidad como una energía limpia.
La ausencia de información suficientemente desagregada sobre consumo energético: las actuales facturas
de energía han sido comparadas con recibir una única factura mensual para todos los comestibles
adquiridos, sin que se desglose el precio de cada producto. ¿Cómo ahorrar en la factura del super sin saber
si es más eficaz renunciar a los espaguetis o al lomo ibérico?
La falta de datos para la mayoría de los productos y servicios energéticos : probablemente no sea realista
pretender que los ciudadanos conozcamos las implicaciones energéticas de todas y cada una de nuestras
opciones de consumo. Pero sí parece posible y deseable contar con información adecuada sobre los
elementos más significativos.
Pretender que la gente realice esfuerzos para ahorrar energía sin contar con información adecuada sobre
los consumos asociados a los productos o actividades más relevantes podría compararse con un corredor
que emprende un plan de entrenamiento en atletismo sin contar con un cronómetro. El ciudadano
interesado carecerá de referencias básicas para orientar sus iniciativas y además carecerá de un feed
back útil para valorar el resultado de los esfuerzos realizados.
Barreras a la acción responsable
Conocer un problema ambiental, ser consciente de su importancia, incluso reconocer la necesidad de
actuar para mitigarlo o resolverlo, no supone que se vaya a actuar de forma responsable en relación al
problema. Igual que se plantean barreras al conocimiento, también hay barreras específicas que
obstaculizan la acción responsable frente al cambio climático. He aquí algunas de ellas:
Los costes percibidos de la acción responsable: comodidad... y estatus
Entre las opciones personales más efectivas para reducir las emisiones, podríamos citar la limitación en el
consumo de productos obtenidos con elevados consumos energéticos, la reducción del uso del vehículo
privado o de la energía dedicada a regular la temperatura de nuestra vivienda. Se trata de iniciativas que
afectan a aspectos percibidos como componentes significativos del bienestar. Por ello, son consideradas
por muchos como sacrificios excesivos.
Además, algunas de las opciones de consumo con mayor incidencia en las emisiones de gases invernadero,
como el modelo de coche adquirido, el tipo de casa en que se vive o los viajes que se realizan, se encuentran
entre los medios más significativos empleados para establecer la identidad personal y la pertenencia a un
grupo [ 3 ] .
Si el hecho de renunciar a determinados comportamientos, sustituyéndolos por otros responsables, es
percibido como muy costoso, es más improbable que la gente acceda a cambiarlos. De hecho, la falta de
consistencia entre actitudes favorables al medio ambiente y comportamientos responsables es explicada
por algunos autores precisamente en función del coste que requieren los comportamientos responsables.
Las actitudes positivas en relación con el medio ambiente se expresarían en comportamientos de bajo
coste , como reciclar, pero no en comportamientos de alto coste, como renunciar a realizar un viaje.
La insignificancia de la acción individual En pocos casos la contribución personal a la resolución de un
problema ambiental puede ser percibida como más insignificante que en el caso del cambio climático. ¿De
qué sirve dejar el coche en casa o acometer reformas en nuestro hogar para mejorar su eficiencia energética
si estas medidas no son seguidas por la mayoría? La percepción de la acción individual como insignificante
resulta ciertamente paradójica, ya que las emisiones de gases invernadero están repartidas entre millones
de fuentes y es la agregación de esa infinidad de fuentes la causa de los problemas. Y aunque, ciertamente,
no podemos equiparar el escape de un automóvil privado a las chimeneas de una gran siderurgia, actuar
sobre las causas del problema supondrá también cambiar esos millones de comportamientos personales
que generan las emisiones.
Lo cierto es que la percepción de la insignificancia de la acción individual nos lleva a esperar a que otros
actúen primero, antes de realizar sacrificios individuales considerados como importantes.
Las dudas sobre la importancia del problema
A pesar de la existencia de nuevos datos, más precisos, y la progresiva mejora de los modelos sobre el
clima, el sistema climático es extraordinariamente complejo y el conocimiento humano sobre su evolución
está sujeto a incertidumbres que, en mayor o menor medida, seguirán existiendo en el futuro. Por otra
parte, algunas organizaciones que defienden el actual status quo energético amparan y difunden
activamente las visiones de científicos escépticos , contribuyendo a alimentar las dudas, incluso sobre
aspectos sobre los que existe un amplio consenso científico [ 4 ] .
En estas circunstancias, son muchos los que dudan sobre la auténtica gravedad del problema y rechazan
la necesidad de actuar de forma decisiva “cuando aún no se conocen todos los datos”.
Diversos estudios apuntan, de hecho, que la existencia de incertidumbres en torno a los problemas
ambientales desincentiva o desmoviliza a la hora de poner en marcha respuestas eficaces [ 5 ] .
La dilución de las responsabilidades propias
El fenómeno del cambio climático se debe a unas emisiones que resultan ser la suma agregada de
numerosas contribuciones personales e institucionales, lo que contribuye a diluir el sentimiento de
responsabilidad personal sobre el problema. La atmósfera es una gran bolsa común a la que van a parar
todas las aportaciones y resulta muy difícil relacionar los impactos del cambio climático con emisores
específicos de gases invernadero.
Otro factor que contribuye a diluir responsabilidades es la distancia espacial y temporal que puede separar
a emisores y víctimas del cambio climático.
Contextos difíciles
Frecuentemente la organización de lo colectivo (la configuración del espacio urbano, el conjunto de
productos y servicios disponible...) hace muy difícil tomar opciones personales de baja energía ante la
inexistencia de alternativas adecuadas.
El estatus del automóvil en muchas zonas rurales y periurbanas de nuestro país puede servirnos para
ilustrar esta situación. Una larga tradición de apoyo a esta modalidad de transporte, junto a una pérdida de
calidad (o simple inexistencia) de alternativas de transporte público, ha hecho que la movilidad basada en
el automóvil privado deje de ser una opción para convertirse en fórmula cuasi-única, con unas alternativas
cada vez más difíciles. Se generan así auténticos círculos viciosos que hacen cada vez más complicado
romper con las fórmulas de alta energía y que cierran el paso a otras opciones.
Reorientar la comunicación sobre el cambio climático
Tras este breve repaso a algunos de los escollos que dificultan el conocimiento ciudadano y la acción
responsable frente al cambio climático parece obligado considerar como un serio reto lograr avances en
estos campos. Hay que tener en cuenta, además, que la relación de dificultades presentada es parcial e
incompleta; si descendemos a escenarios concretos, seguramente podemos identificar nuevas barreras,
relacionadas con la cultura local o con las percepciones e intereses específicos de determinados actores
sociales. Las motivaciones para optar por alternativas limpias o ahorradoras de energía, así como las
barreras que dificultan la capacitación o la acción ahorradora pueden variar sustancialmente dependiendo
de los contextos y de los sectores analizados.
El pedagogo brasileño Pablo Freire escribió que “la cuestión está en como transformar las dificultades en
posibilidades”, una apreciación sin duda aplicable al caso que nos ocupa. ¿Qué tipo de iniciativas o
estrategias nos pueden ayudar a impulsar el conocimiento, la sensibilidad social, la acción ciudadana
responsable frente al cambio climático en el momento actual? A continuación se presentan algunas ideas
en este sentido.
La divulgación sobre cambio climático debería tener en cuenta de forma muy especial las ideas previas de
la gente y utilizar estrategias efectivas para ponerlas en entredicho. Por ejemplo, diversos autores han
propuesto el empleo de comparaciones y analogías para facilitar la comprensión de algunos de los aspectos
que chocan de forma abierta con nuestras percepciones. El grosor de la atmósfera terrestre, por ejemplo,
ha sido comparado con la piel de una manzana, representando ésta a nuestro planeta [ 6 ] .
Las predicciones del IPCC, según las cuales la temperatura media global se incrementará entre 1,4 y 5,8ºC
en el presente siglo, serán valoradas con mayor atención si se hace notar que desde la última glaciación,
época en la que el hielo cubría la mayor parte de Europa, la temperatura media global tan sólo ha ascendido
entre 3 y 5ºC. Pequeñas variaciones de temperaturas medias pueden traducirse en grandes cambios y en la
naturaleza existen abundantes ejemplos de ello que pueden incorporarse a los mensajes divulgativos.
Por otra parte, resulta imprescindible reforzar las iniciativas orientadas a facilitar la comprensión de las
relaciones causa-efecto entre consumo, gasto energético y emisiones generadas. Entre ellas destacaremos
el etiquetado de productos y servicios clave, el rediseño de las facturas de productos y servicios energéticos
o la difusión de los programas de cálculo de emisiones.
Tratar de forma clara y abierta la cuestión de la incertidumbre, su naturaleza, las áreas en que se localiza,
seguramente sea el mejor modo de que comprendamos mejor los posibles futuros en relación con el cambio
climático. El empleo de modelos y escenarios, constituye una buena fórmula para atisbar futuros posibles
y limitar el rango de incertidumbre en el que nos movemos. Un excelente ejemplo, en este sentido, es el
análisis realizado por el IPCC sobre la evolución del cambio climático a lo largo del siglo XXI, basado en
la definición de diversos escenarios, en función de las emisiones que tengan lugar.
Valorar los motivos para un cambio
Diversos estudios sobre las razones que animan a la gente a actuar de forma responsable en relación con
el uso de la energía indican que la conservación del medio ambiente y la mitigación del cambio climático
no son las motivaciones principales de los comportamientos ahorradores. Por ejemplo, en el ámbito
doméstico, a la hora de emprender acciones de ahorro y eficiencia, pesan a menudo aspectos relacionados
con el confort doméstico (existencia de corrientes de aire, habitaciones frías...).
Por eso, parece lógico aprovechar las motivaciones iniciales, que pueden estar principalmente vinculadas
a intereses más personales (en el caso de las reformas domésticas, por ejemplo, búsqueda de confort), y
tratar de satisfacerlas al tiempo que se difunden y plantean también las ventajas ambientales de esas
iniciativas. Esta fórmula es más inteligente que la de crear atmósferas en las que se apela sólo a
motivaciones elevadas , relacionadas con el bien colectivo y la protección ambiental.
De hecho, muchas de las opciones orientadas a la reducción de emisiones de gases invernadero poseen
beneficios añadidos, tangibles y a corto plazo, que deben ser considerados y resaltados: por ejemplo, las
energías renovables generan más puestos de trabajo y disminuyen nuestra dependencia energética; la
reducción de emisiones tiene efectos beneficiosos sobre la salud, al mejorar la calidad del aire, etc.
El valor de las iniciativas colectivas
Contamos con diferentes evidencias que indican que, con la información y sensibilización adecuadas, las
personas pueden emprender algunas iniciativas individuales de bajo coste tales como colocar lámparas de
bajo consumo o elegir modelos de electrodomésticos energéticamente eficientes. Sin embargo, parece más
difícil que desde la iniciativa personal se logre la generalización de comportamientos tales como reducir
de forma importante las emisiones derivadas de nuestras pautas de movilidad o de nuestras pautas de
consumo. Y son precisamente estos aspectos los que tienen mayor peso en las emisiones.
Ya hemos citado algunas barreras a la acción: el coste percibido de la acción responsable, la insignificancia
otorgada a la acción individual, la dilución de responsabilidades o el peso de unos contextos pensados para
unas formas de vida de alta energía.
Ciertamente estas barreras pueden contribuir a explicar por qué incluso la gente sensibilizada, informada
y capacitada no es proclive a realizar sacrificios ahorradores por propia iniciativa. Pero la naturaleza de
estas barreras también podría sugerir que las iniciativas de carácter colectivo podrían facilitar los
necesarios cambios.
¿Por qué la gente podría estar dispuesta a aceptar desde la “imposición” de las decisiones públicas lo que
no está dispuesta a hacer desde las elecciones personales? Hay, por lo menos, tres argumentos que podrían
apoyar esta idea:
La barrera de la percepción de la insignificancia de la acción individual queda superada cuando lo que se
plantean son acciones colectivas.
El coste percibido de las acciones ahorradoras también se puede atenuar, al menos por dos motivos:
a) los humanos valoramos nuestra calidad de vida utilizando a los otros como punto de referencia; si todos
resultamos afectados el esfuerzo nos resulta más aceptable.
b) las iniciativas colectivas pueden incidir sobre el coste percibido de los comportamientos, utilizando
incentivos al cambio o penalizando las conductas indeseables.
Sólo desde la iniciativa pública parece posible actuar sobre los contextos que obstaculizan los
comportamientos que conllevan emisiones reducidas o superar situaciones de bloqueo como la descrita
para el caso del automóvil.
En todo caso, es evidente que no podemos dejar de otorgar valor a la sensibilización y el cambio personal,
ya que sin un apoyo ciudadano convencido será muy difícil poner en marcha iniciativas colectivas
adecuadas para un cambio de cultura energética.
Un ejemplo: los ciudadanos más concienciados con los problemas ambientales tendrán dificultades para
reducir de forma sustancial su uso del automóvil particular, pero aceptarán de mejor grado que los no
informados o sensibilizados el que se tomen una serie de medidas que desincentiven el uso del automóvil
y abran paso a fórmulas de transporte menos contaminantes (peatonalización de calles, inversiones en la
mejora del transporte público o, incluso, subidas en el precio de la gasolina).
La traducción de estas reflexiones, sin duda parciales e incompletas, al trabajo práctico frente al cambio
climático no es, en todo caso, una tarea fácil; en el campo de la intervención social, parece prioritario
reorientar las iniciativas de comunicación y educación frente al cambio climático, integrándolas además,
cuando sea posible, con otras herramientas de la gestión pública orientadas a promover respuestas
adecuadas y responsables frente al problema [ 7 ] . Por otra parte, es necesario generar procesos de
participación social orientados a la búsqueda de soluciones en el marco colectivo. Resulta impensable
abordar unos cambios de la magnitud de los requeridos sin un amplio consenso social y un esfuerzo
compartido. Y los procesos participativos constituyen la mejor vía para lograrlos.

NOTAS

 [ 1 ] Pruneau, Liboiron, Vrain, Gravel, Bourque & Langis , (2001). People's ideas about climate
change: a source of inspiration for the creation of educational programs. Canadian Journal of
Environmental Education , Vol.6: 121-138
 [ 2 ] Marshall Gilmore , G. (2000). Ten illusions that must be dispelled before people will act on
your global warming message. Climate Change Communication. Proceedings of an International
Conference. Kitchener-Waterloo, Ontario, Canada, 20-24 jun. 2000
 [ 3 ] En las modernas sociedades de consumo, los patrones de consumo no sólo son utilizados para
satisfacer las necesidades materiales sino también para establecer y comunicar la propia identidad.
La combinación de bienes adquiridos es empleada para expresar a los demás la propia personalidad
y valores, la pertenencia a grupos sociales particulares o a comunidades y la relación propia con el
medio físico y social (IPCC, 2001, Climate change 2001. Mitigation. IPCC Third Assessment
Report. WMO-UNEP) .
 [ 4 ] Diversos estudios coinciden en señalar que los medios de comunicación pueden haber
amplificado la incertidumbre al presentar en pie de igualdad datos y explicaciones sobre los que hay
un amplio consenso científico y visiones científicas escépticas muy minoritarias.

Una interesante página en internet – www.exxonsecrets.org – pone al descubierto una densa trama
de conexiones entre esta petrolera norteamericana con grupos científicos y divulgadores ¡e incluso
educadores ambientales!

 [ 5 ] Fortner , R.W. et Al . (2000). Public understanding of climate change: certainty and willingness
to act. Environmental Education Research , Vol. 6, nº 2: 127-141
 [ 6 ] La mitad de todo el aire contenido en la atmósfera se encuentra en los primeros 5 km, una
distancia equivalente a la que podemos cubrir en un paseo de una hora.
 [ 7 ] Entre los instrumentos de la gestión pública útiles para la promoción de comportamientos
ambientales adecuados, junto con la comunicación, la educación y participación, contamos con
fórmulas como la implantación de nuevos sistemas organizativos (sistemas de gestión ambiental,
sistemas de gestión participativa...), construcción y difusión de nuevos modelos (proyectos piloto,
buenas prácticas...) uso de herramientas económicas y financieras, promulgación de normas, o
intervenciones en el campo de las infraestructuras. Muchas de estas herramientas pueden reforzar su
potencial transformador aplicándose de forma coherente y conjunta.

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