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Los tiempos que corren

1970: impulsos reformistas y revolucionarios (surgidos 10 años antes).

Cuarto de siglo de inigualado avance (orden mundial), comenzó a sufrir transformaciones radicales
que incidirían en el continente.

Económica: fin de la larga etapa ascendente en el mundo desarrollado (marcada por la hegemonía
de Estados Unidos); eliminación de la paridad fija del dólar y el oro en 1971 (Nixon);y la primera
crisis del petróleo. Cambio súbitos y espectaculares en el clima económico (más intenso en América
Latina que en el centro; algunas más lentas y graduales que otras).

Crisis del Petróleo en 1973, las economías desarrolladas se habían venido expandiendo más
rápidamente que los recursos para sostenerles, lo cual se tradujo en una alza de los precios de
alimentos y materias primas, el petróleo se sumo a esta tendencia general que se habían mantenido
largamente estable (por una expansión productiva).

Subida brutal del precio del petróleo introdujo a la economía mundial a una etapa de crecimiento
lento e irregular, el precio que los gobiernos tuvieron que pagar fue la aceleración de la inflación,
preferida a la desocupación (flagelos anacrónico como el cólera o la peste).

Este nuevo clima económico mundial tuvo una consecuencia paradójica. Si bien la OPEP parecía
realizar los anhelos de Prebisch (pues se empezaban a corregir las asimetrías), no era una bendición
sin mezcla, pues esto se tradujo en la caída de la demanda de alimentos y materias primas en otros
rubros de exportación. A la vez la transferencia monetaria de cantidades ingentes provocó
distorsiones gravísimas en los países receptores: "la primera crisis del petróleo transfirió de los
países consumidores a los productores masas monetarias demasiado ingentes para que pudiesen
siempre incorporarse a las economías de éstos sin provocar distorsiones gravísimas" (612).
Resultado, una excepcional abundancia de capital a tasas de intereses bajas, que en algunos
momentos de acelerada inflación en los países centrales se hicieron negativas. Estancamieto
económico en los países del centro, transfrencia de capitales a países del tercer mundo y del bloque
socialista. Con créditos a corto y mediano plazo.

Como consecuencia se dio un deterioro de la posición dominante de Estados Unidos y Europa se


transformó en la menos dinámica de las áreas del mundo desarrollado (Japón no sufrió esto, pero
estaba lejos de ser una amenaza). Estados Unidos, sin embargo sobrevivía, porque le era posible
manipular la paridad del dólar y el oro sin amenazar el papel del primero, devaluando el dólar de
manera favorable para la balanza de comercio norteamericana. Pero la pérdida de velocidad de la
economía nunca iba a corregirse. También en el bloque socialista se daba este estancamiento (la
economía planificada entraba en crisis), se vieron en la necesidad de introducir retoques en su
economía, pero sin dejar de lado la preeminencia del Estado y lo social, para atenuar esta nueva
coyuntura recurrieron a créditos del mundo capitalista.

Para evitar el estancamiento se aplicaron soluciones poco satisfactorias como una "inflación
cuidadosamente controlada", sin embargo la inflación amenazaba "quebrar las frágiles barreras
erigidas contra su avance", para ello se adopto una "subida drástica de las tasas de interés, que se
espera estabilizaría la economía disminuyendo el ingreso y el empleo", sin embargo no lograron
frenar un avance económico que se tradujo en un nueva aceleración de la inflación.
La segunda crisis del petróleo vino a la inflación un nuevo impulso. Reagan y Tharcher
instrumentaron un ataque frontal contra al "Estado-providencia", incluso los socialistas de Francia y
España siguieron orientaciones análogas. Estados Unidos ahora recurría al endeudamiento, en esta
etapa, como se ve "los Estados Unidos pudieron transferir al resto del mundo buena parte de las
consecuencias de las crecientes insuficiencias en su propia economía" (615).

Reagan aceleró el retroceso del sector industrial norteamericano, y las fronteras entre las economías
desarrolladas y las que no eran menos nítidas. El estancamiento EUA y Europeo se compensaba con
el dinamismo de Japón y otras del Lejano oriente (industrialización periférica).

La nueva fluidez del marco económico mundial no alcanzaba a aliviar los problemas económicos
latinoamericanos. El papel central que jugaba EUA no le sería disputado y la URSS estaba poco
deseosa de buscar oportunidades análogas en el subcontinente, como las que había brindado a
Cuba, prefería los intercambios diplomáticos y comerciales, sin aspirar a ser rival de Estados unidos.
Europa no era capaz de enfrentar política y económicamente a EUA, así también en Europa se agotó
la expansión socialdemócrata, y EUA seguía siendo la aliada política y militar más importante.

Se va a atenuar en Latinoamérica las divergencias entre EUA y la Iglesia Católica. "Nueva actitud de
la más altas instancias eclesiásticas frente al impulso innovador que había comenzado a animar a
sectores considerables del clero y de los fieles en Latinoamérica" (616). Resistencias a su avance se
hicieron más decididas en el Vaticano, si Pablo VI buscaba un punto de equilibrio, " su sucesor Juan
Pablo II busca sin equívocos restaurar la estructura autoritaria de la Iglesia y redefinir sus cometidos
mundanos en términos más cercanos a los tradicionales" (Ibíd.), lo cual significó un obstáculo muy
eficaz contra los teólogos de la liberación.

Pese a que la potencia tenía menos peso en la región, ésta no dejaba de gravitar en su incidencia. La
prioridad de América Latina en 1960 fue abandonada. Nixon prefería adaptar un perfil bajo en la
región, a diferencia del énfasis dramático que había puesto Kennedy, pero no por ello se dejaba
sentir su peso (experiencia de Chile).

Con Carter victorioso gracia al "revulsión más moral que política" frente a los abusos del poder de
Nixon, se reflejó en su política exterior. La defensa de los derechos humanos era su objetivo básico,
pero esta era también "un nuevo instrumento de legitimación a la presencia dominante de los
Estados Unidos en el tablero internacional" (617), análogo a la lucha de trata africana que consolidó
la hegemonía atlántica de Gran Bretaña. En América Latina ésta tuvo efectos positivos (gracias a ella
muchos están vivos), " más allá de sus objetivos morales, esa política era un instrumento eficaz de
consolidación del poderío norteamericano" (618). Esta también fue utilizada por Reagan, para
achacar a Carter que aún existían regímenes inhumanos a los que Washington había condenado, lo
cual era prueba de la decadencia del poderío norteamericano.

La inflexión de la política exterior de Carter le había generado algunos problemas. Se empezaba a


sentir ahora el herido orgullo nacional por la derrota de Vietnam, lo cual sería utilizado por los
sectores más conservadores contra Carter. El tratado de Panamá (transferencia gradual) le generó
cierta críticas en el senado, lo cual le daría escena a Reagan para aparecer con sus dotes de agitar
político. Esto colocó a Carter a la defensiva por lo que apoyó el régimen de Somoza, y se resignó a
asumir la victoria sandinista cuando esta era un hecho inevitable.
La victoria de Reagan "trajo consigo la adopción de los puntos de vista sostenidos de antiguo por la
derecha republicana", se dejaban de la lado las prioridades de Carter y se volvía a "primer plano la
lucha anticomunista y antisubversiva, y las nuevas dictaduras militares que habían sido blanco
principal de las críticas de la administración anterior se transformaban por lo tanto en aliadas
particularmente íntimas" (619). Esa nueva línea, iba a justificar esa alianza al oponer al totalitarismo
comunista el tanto más benévolo autoritarismo de regímenes como el del Shah en Irán y el de
Somoza en Nicaragua, que el gobierno de Carter no había sabido apoyar en la hora decisiva, erro que
Reagan no repetiría.

En Sudamérica se llevaron a nuevos extremos el desprecio por los derechos humanos. La prioridad,
la lucha anticomunista, ahora las soluciones de fuerza venía promovidas desde Washington. La
prioridad era América Central "que vino a torcer hacia rumbos extravagantes la relación con otras
secciones latinoamericanas". Argentina fue el ejemplo más extremo, "sistemática inhumanidad que
a los ojos de la opinión tornaba escandalosa la alianza con las nuevas dictaduras militares" (Ibíd.);
había otras razones para esa alianza: "la criminosa brutalidad de esos regímenes era reflejo de una
tosquedad intelectual (y no sólo moral) que hacía imposible ponerlos al servicio de una línea política
que, aunque también extrema, no renunciaba todavía en esa etapa a conservar alguna racionalidad
en la selección de medios y la definición de objetivos".

Coyuntura nueva: fin de la holgura financiera y proceso de democratización; pero también con la
lucha anticomunista que se reflejaba en los conflictos centroamericanos, la guerrilla en Perú, pero a
diferencia de los años 60 existía "un consenso mayoritario de los gobiernos latinoamericanos que se
opone a su política centroamericana, y lo fuerza a eludir cualquier discusión de ella en la antes tan
dócil Organización de Estados Americanos".

El curso que ha tomado la política latinoamericana de los Estados Unidos no se le puede achacar al
influjo ideológico de la más extrema derecha de ese país. Junto con él pesa la preocupación por dar
al herido orgullo nacional satisfacciones simbólicas que le permitan olvidar la ausencia de otras más
sustanciales, que ese admirable conocedor de sus compatriotas no se había equivocado en anticipar.

La influencia que sobre la política latinoamericana de los Estados Unidos tienen sus cada vez más
enmarañados problemas nacionales, de menor carga ideológica: inmigración indocumentada, trafico
de drogas. Todo esto es el reflejo de la compleja crisis que atraviesa la sociedad norteamericana, que
Washington prefiere afrontar sobre todo a través de sus repercusiones externas "en táctica análoga
a lo que lo ha incitado a transferir el resto del mundo buena parte de las consecuencias negativas de
su manejo económico" (622). Así también con éxito impone sus puntos de vista a su vecinos menos
poderosos: combate contra la droga (aunque las autoridades mexicanas no siempre combaten con
celo, por la influencia inconfesada de quienes controlan la economía ilegal). Así también existe
reaparición militar en algunos países, sin afrontar resistencias notables.

Esto último no se debe a una consolidación de la hegemonía de los Estados Unidos en


Latinoamérica, ni a la deuda externa. Esto no explica que la opinión latinoamericana reaccione hoy
con una tibieza que refleja la pérdida de ascendiente de los motivos nacionalistas-antiimperialistas
capaces de movilizar hasta hace muy poco la reacción militante de vastos sectores de ella. Es éste un
signo relativamente menor de una mutación en el horizonte político-ideológico latinoamericano,
que ha venido a quitar relevancia a tantas alternativas que hasta hace poco tantos hallaban
singularmente exaltantes. Esa mutación debe sin duda mucho a la paulatina toma de conciencia de
los cambios que están introduciendo tanto al mundo desarrollado como al socialista. La noción de
los años 60 de que "los males de América latina son los del capitalismo dependiente, y que para
librarse de ellos es necesario y suficiente abandonar la órbita del capitalismo por la socialista,
sobrevive mal". Por un lado Corea del Sur o Formosa; y por la otra, Polonia y Rumania.

En la clausura del horizonte ideológico latinoamericano gravita aun más poderosamente la derrota
decisiva de los movimientos populares (Chile)

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