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Silvia Ons. El Imperio Del Culo
Silvia Ons. El Imperio Del Culo
Alguien enuncia sus preferencias sexuales por Internet y de este modo esas preferencias
toman un valor que antes no tenían, ya que transformadas en mercancías adquieren un valor
agregado. Tal valor tiene su analogía con el valor de cambio descrito por Marx, en la medida en
que ingresa al mercado lo que antes era solo valor de uso. Aquí hay que entender el mercado
no sólo desde el punto meramente financiero, sino como una vitrina en la que algo se da a ver,
para ser elegido según “el gusto”. Y, de la misma manera en la que cualquier experto en
economía sabe que la oferta genera demanda, habría que preguntarse si el gran abanico de
perversiones en la actualidad no está favorecido por las mismas ofertas.
Lo privado sufre una transformación, haciéndose público y apto para el consumo. En tal
transmutación, los “apetitos” adquieren una consistencia insospechada, como si la posibilidad
de confesión y de concreción les insuflase un peso suplementario.
Freud, en Lo inconsciente, se refirió a ciertas fantasías que circulan sin demasiada intensidad,
hasta que, al ser recibidas de determinadas fuentes, toman otra importancia. Internet funciona
como una fuente adicional, que ofrece la oportunidad de brindarse como ávidas prendas en un
escaparate en el que encontrarán respuesta sin demora. Recuerdo la feliz expresión de Lacan
acerca del fantasma como prêt à porter, listo para ser llevado, listo ahora para ser llevado por
la vía facilitada de la vitrina informática.
Los fantasmas se muestran así sin mediaciones y los sujetos se tornan idénticos a sus
supuestas inclinaciones pulsionales, hasta llegar a tener el nombre de esas inclinaciones –“los
caníbales”, “los sádicos, “los masoquistas”, “los fetichistas”, “los bisexuales”, “las bulímicas”,
“las anoréxicas”, “los drogadictos”, “los homosexuales”–, perdiendo singularidad, para formar
parte de una clase. Notablemente, los sujetos ya no están representados por significantes
rectores que los nominan en el espacio público, y que clásicamente señalan su lugar en lo
social, sino por maneras de gozar que, inusitadamente, se confiesan.
Traseros
No es casual que esa parte del cuerpo sea aquella en la que los sexos no se diferencian; el
“imperio del culo” es así, el imperio de la igualdad, donde las diferencias que sí importan se
reducen a... tener un buen culo o no (o a los distintos formatos a los que se alude: estilo “pera”,
“campestre”, “melones”...).
No por nada las reflexiones que gravitan en torno de la vergüenza vuelven una y otra vez a la
importancia de la mirada. En la célebre reflexión sartreana (El ser y la nada), la juntura entre
ambas testimonia la presencia del Otro. Descubro, sin duda, a través de la vergüenza, un
aspecto de mi ser. Sin embargo, aunque algunas formas derivadas de la vergüenza puedan
aparecer a partir del plano reflexivo, ella no es originariamente un fenómeno de reflexión. En
soledad puedo experimentarla, pero su estructura primordial se yergue frente a la otredad; se
trata del mirón que, al espiar por el ojo de la cerradura a quien no lo ve, es sorprendido por
alguien que entra y lo ve espiando. La mirada del que lo descubre suscita vergüenza, y habla
del arribo de la otredad: si hubiese llegado un animal, no la experimentaría: sólo la provoca el
prójimo como tal. Y si quiero mirar esa mirada para defenderme, si pretendo así atentar contra
su libertad, será la mirada y la libertad del Otro las que, desmoronadas, se me escapan. Quizás
entonces, para Sartre, una mirada que, lejos de perturbar, incite al goce, habrá perdido su
dimensión de alteridad. Reflexiones que conducen a pensar en el estatuto de la sociedad
actual, tan sabiamente anticipada por Guy Debord en La sociedad del espectáculo.
Auge u ocaso
Recordemos una célebre expresión de Nietzsche: “Se debería respetar más el pudor con que
la naturaleza se ha ocultado detrás de enigmas e inseguridades multicolores. ¿Es tal vez la
verdad una mujer que tiene razones para no dejar ver sus razones?”. Encuentro aquí un eco de
lo que se desprende del decir de Lacan: la mujer es la verdad por ser no toda. Pero entonces,
si el pudor es la esencia de la verdad-mujer: ¿habría acaso en nuestra contemporaneidad una
feminización del mundo, como sugieren ciertos autores? Creo más bien que al atravesarse las
barreras del pudor y de la vergüenza, asistimos a un ocaso. Dicho de otro modo: el auge de las
mujeres es, muchas veces, el auge de lo que se ha llamado la mujer fálica.
* Extractado del artículo “El trasero no es el rostro”, en Violencia/s, de reciente aparición (Ed.
Paidós).