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MODULO I
“Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no
socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí
Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al
fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la
única manera de probar que la realidad es transformable”.
Eduardo Galeano
Simone de Beauvoir
Empezar a pensar(nos)
¿Es lo mismo hablar de sexo o de género?
Esta clasificación no suele ser problemática, pero en algunas personas los genitales
tienen una apariencia ambigua. En esos casos, se fuerza la asignación de sexo por
proximidad y mutilación, esta es la condición de la intersexualidad.
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o encuadramos dentro de lo femenino y lo masculino. Decimos, entonces, que el
género (masculino o femenino) es una construcción social, un producto de la cultura.
Es el distinto significado que tiene el hecho de ser mujer y hombre en una cultura y
tiempos determinados.
El rol de género corresponde a la división sexual del trabajo más primitiva: las mujeres
paren a los/as hijos/as, y por lo tanto, los cuidan. Se impone que las actividades de
cuidado inmediato de la vida humana sean propias de mujeres, y las actividades
relativas al trabajo, la producción de bienes, a la administración de la riqueza, y a la
defensa o el ataque, sean asignadas a los hombres.
Aunque hay variantes de acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y hasta
en el nivel generacional de las personas, se puede sostener una división básica donde
lo femenino es lo maternal, lo doméstico, contrapuesto con lo masculino como lo
público. La división entre masculino y femenino establece estereotipos que
condicionan los papeles y limitan las potencialidades humanas de las personas al
estimular o reprimir los comportamientos en función de su adecuación al género.
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siempre felices y sonrientes, plenas en todo sentido y todo el tiempo en armonía con
sus hijos/as, es ocultar de alguna forma las ambivalencias que ellas pueden sentir ante
esa experiencia. La generalización de esa representación nos lleva a dar por sentado
que toda mujer quiere y desea ser madre antes que nada y que es feliz por eso,
negando la variedad de experiencias que desarrollan las mujeres a lo largo de sus
vidas. De esta manera, a través de determinados estereotipos como planteamos en el
ejemplo anterior, una serie de conductas socialmente esperadas y aprendidas, son
asignadas a cada género, fijando roles específicos tanto para varones como para
mujeres.
Así, por ejemplo, se nos ha presentado la capacidad biológica de la mujer para gestar,
parir y amamantar, como capacidades “naturales” adquiridas para cuidar, alimentar y
educar, dando lugar a diversos estereotipos acerca del rol natural de las mujeres para
el cuidado de los/as otros/as. Ellas serían, desde esta perspectiva, las más “capaces,
naturalmente”, para cuidar a los hijos/as, realizar las tareas del hogar eficazmente,
contener emocionalmente al núcleo familiar, etc. Lo que no podemos olvidar, es que
esa misma naturalización es una cuestión social, que está determinada por las
relaciones de poder presentes en todos los ámbitos en donde interactúan las
personas: en las relaciones de pareja, en la reproducción y la crianza de los/as hijos/as,
en la familia, en el trabajo, en la comunidad, en los ámbitos de participación política,
en el Estado, etc.
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Mediante estos procesos es como se llega a la determinación de características
diferentes para varones y mujeres, que fundan toda una serie de jerarquías que dan
lugar a relaciones de desigualdad, exclusión y discriminación en contra de las mujeres
en la mayor parte de las esferas de la vida social.
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No podemos hablar de la mujer ni del hombre como un ser universal.
La atribución de diferencias en relación a lo masculino y lo femenino, conlleva
una jerarquización, es decir, una distribución desigual de poder que se expresa
en los espacios o ámbitos donde desarrollamos nuestras relaciones
interpersonales.
Las construcciones sociales, referidas a los estereotipos que van definiendo roles
diferenciales entre varones y mujeres son parte constitutiva del desarrollo
del capitalismo. El logro de la acumulación -como objetivo del modelo- ha
contribuido a la división sexual del trabajo, es decir, la atribución de
actividades y responsabilidades diferenciadas en función del sexo y a la
conformación de dos ámbitos, uno público y otro privado con características
específicas en cada uno de ellos.
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En el caso de las mujeres, la maternidad y el trabajo en casa, parecen ser prácticas
que la sociedad asigna solo para ellas. Se les impone, sin darle espacio a preguntarse
por sus deseos. Se igualan maternidad biológica y maternidad social, y esto lleva a
entender el trabajo doméstico como pertinente a su género.
Cabe mencionar que dichos ámbitos son espacios donde se ponen en juego las
relaciones entre las personas, por lo tanto son espacios de disputas de poder. Son
espacios interrelacionados donde se establecen jerarquías y valoraciones entre
mujeres y varones y sobre las actividades que éstos y éstas realizan.
Sin embargo, para aquellas mujeres que no se han insertado en el trabajo formal,
socialmente asignado y asumido por los varones, la esfera comunitaria, le brinda
oportunidades vinculadas a la salida del ámbito doméstico, su inserción en el ámbito
público, el acceso a un trabajo y contribuye concreta y simbólicamente a su desarrollo
personal.
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perder el temor a hablar en público;
resolver, junto a otros/as miembros de la comunidad, los problemas comunes;
organizarse para reclamar sus derechos y obtener respuestas para sus necesidades;
fortalecerse en el ejercicio pleno de su ciudadanía;
generar espacios de discusión y encuentro con otras mujeres que se encuentran en
situaciones similares;
desarrollar sus capacidades de liderazgo;
trastocar los marcos en donde se desenvuelven sus relaciones con la familia,
logrando la mejor distribución de los tiempos y la co-responsabilidad en las
cuestiones inherentes al hogar y el cuidado de los/as hijos/as.
Asimismo, cabe destacar que en las últimas décadas hemos sido testigos/as de
numerosos cambios en torno al mundo del trabajo por el que se obtiene un salario
(que es el trabajo más visible). Se observa un fuerte proceso de expansión de la fuerza
de trabajo femenina, la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo ha
aumentado considerablemente en las últimas décadas; y su presencia tiende a ser cada
vez más permanente, ya sea decisión personal o como resultado de presiones
económicas. A pesar de que el aumento de la participación de las mujeres en el
mercado laboral, ha ido acompañado de un incremento en su nivel de escolaridad, la
inserción en el mercado de trabajo no se produce en un marco de igualdad de
condiciones con los varones, ya que las mujeres se insertan con ciertas desventajas que
dificultan su acceso y permanencia. En general, reciben ingresos más bajos que los
varones en la misma actividad o no están protegidas por un contrato de trabajo formal,
no gozando entonces de la protección legal.
Las desigualdades de las mujeres en el mercado laboral se deben a varias causas que se
pueden describir gráficamente mediante las expresiones “techo de cristal”, “techo de
cemento” y “suelo pegajoso”, a las que añadiremos el “techo de diamante”.
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