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Este texto de 1985 de Gayatri Chakravorty Spivak (en adelante GCS) es el más conocido de la autora, y
-fiel a su estilo- puede resultar bastante hermético, sobre todo en una primera lectura. En lo que sigue,
ofrezco un recorrido posible del texto, aclarando de antemano que existen otras interpretaciones
posibles, que no deberían quedar excluidas ni reducidas por la que presento acá. Si bien en líneas
generales esta guía sigue la estructura del texto, algunas partes fueron reordenadas para mayor claridad.
Ya en la primera página (301) la autora establece cuál será su recorrido, y de ahí podemos desprender sus
objetivos (en negrita):
“Este texto se moverá, a lo largo de una ruta necesariamente dilatada, de una crítica a los actuales
esfuerzos en Occidente de problematizar al sujeto hacia la pregunta de cómo es representado en el
discurso occidental el sujeto del tercer mundo.”
Adelanta algo de su respuesta a esta pregunta dos frases después:
“Y recurriré, quizá de manera sorprendente, al argumento que la producción intelectual occidental es, de
muchas formas, cómplice de los intereses económicos internacionales occidentales.”
Esto se expresa mediante lo que en la p. 317 llamará “el proyecto (orquestado remotamente [es
decir, desde otro lugar: el primer mundo], extendido, y heterogéneo) de constituir el sujeto colonial
como Otro. Este proyecto es también la obliteración asimétrica de la huella de ese Otro en su precaria
Subje-tividad” (317).
Entre ambas frases encontramos cuál será su preferencia de una vía teórica para zanjar -al menos en la
medida de lo posible- estas tendencias de la academia occidental:
“A lo largo del camino tendré la oportunidad de sugerir que un descentramiento aún más radical del sujeto
está, de hecho, implícito en Marx y Derrida.”
Y, para dar una dimensión más concreta a este análisis, trabajará fundamentalmente con un ejemplo
(aunque en las últimas páginas agrega otro, también relacionado con el suicidio):
“Al final, ofreceré un análisis alternativo de las relaciones entre los discursos de Occidente y la posibilidad de
hablar de (o por) la mujer subalterna. Usaré ejemplos específicos del caso de la India, discutiendo
detalladamente el estatus extraordinariamente paradójico de la abolición británica del sacrificio de la viuda”
(el “Sati” o “Suttee”).
Antes de pasar al análisis de cómo se despliega esto en el texto, considero importante hacer dos
aclaraciones:
En primer lugar, que es necesario tener cautela en el uso de la palabra “subalterno”:
◦ No cualquiera es subalterno: En la interpretación de GCS, el Grupo de Estudios Subalternos
entiende “subalterno” como todo aquél que no forma parte de la élite (colonizadora o nativa)
ni de los estratos medios (p. 323), es decir, lo entienden como un término no esencial, sino
relacional. Más recientemente (1992), en una entrevista GCS criticó un uso demasiado
extendido de la palabra “subalterno”, que se dio en parte gracias al éxito que tuvo su propio
ensayo:
“subalterno no es simplemente una palabra fina para decir ‘oprimido’, para designar a lo ‘Otro’,
para alguien que no está recibiendo su parte de la torta… En términos postcoloniales, todo lo que
tiene acceso limitado, o no tiene acceso, al imperialismo cultural es subalterno -un espacio de
diferencia. Ahora, ¿quién diría que eso se refiere simplemente a ‘las personas oprimidas’? La clase
trabajadora es oprimida, no es subalterna… Muchas personas quieren decir que son subalternas.
Son las menos interesantes y las más peligrosas. Quiero decir, sólo por ser una minoría
discriminada en el campus de la universidad, no necesitan la palabra ‘subalterno’… Deberían ver
cuáles son los mecanismos de discriminación. Están dentro del discurso hegemónico, queriendo
1
Guía de lectura elaborada por Moira Pérez (2017). Todas las páginas referidas corresponden a la siguiente edición:
CHAKRAVORTY SPIVAK, GAYATRI; Giraldo, Santiago (Trad.) “¿Puede hablar el subalterno?”, Revista Colombiana de Antropología,
vol. 39, enero-diciembre, 2003, pp. 297-364. (disponible en: http://www.redalyc.org/pdf/1050/105018181010.pdf)
“¿Puede hablar el subalterno?” Guía de lectura M. Pérez
su porción de la torta, y no se les permite tenerla. Entonces, déjenles hablar, usar el discurso
hegemónico. No deberían llamarse a sí mismxs subalternxs.”
◦ Por otro lado, tampoco hay que olvidar que “el sujeto colonizado subalterno es
irremediablemente heterogéneo” (322). La pregunta que le interesará plantear a GCS es,
precisamente, si esta heterogeneidad puede ser articulada, y quién puede hacerlo.
En segundo lugar, desde la perspectiva que me interesa traer aquí, podríamos decir que uno de los
“trucos” del artículo es que, si bien la pregunta del título -y que retoma varias veces- tiene como
sujeto al subalterno, en el análisis que ella trae le interesa poner el énfasis no tanto en el
subalterno, sino en lxs académicxs no subalternxs y qué hacemos al ocuparnos de estos temas.
Desde esta perspectiva, la pregunta “¿puede hablar el subalterno?” podría ser mejor interpretada
como “¿estamos permitiendo que el subalterno hable? ¿Lx estamos escuchando? Si observamos
la historia del colonialismo, la jerarquización sujeto/objeto (tanto política como epistemológica)
que ha practicado y practica es evidente. Pero lxs intelectuales contemporáneos
¿pueden/podemos evitar un paternalismo similar cuando intentamos “representar” a lxs
oprimidxs?
Habiendo hecho esas aclaraciones, veamos cómo se despliega el programa de GCS a lo largo del texto.
La “pregunta de cómo es representado en el discurso occidental el sujeto del tercer mundo” es abordada
principalmente mediante dos casos, uno de Francia (específicamente, los filósofos Michel Foucault y
Gilles Deleuze) y uno de la diáspora India (el Grupo de Estudios Subalternos). Hay además algunas
alusiones al “feminismo internacionalista” y al marxismo.
conciencia de clase [entiendo que esto reside en la esfera del Darstellung] y de transformación de la
conciencia [en la esfera del Vertretung] son asuntos discontinuos para él. Inversamente [y aquí GCS
vuelve sobre la crítica de Deleuze y Foucault], las invocaciones contemporáneas de la ‘economía
libidinal’ y el deseo como los intereses determinantes, combinados con la práctica política de los
oprimidos –bajo capital socializado– ‘hablando por ellos mismos’, restablecen la categoría del sujeto
soberano dentro de la teoría que parece cuestionarla más” (312).
Otro recurso con el que Foucault y Deleuze sostienen su lugar de no-sujetos o de transparencia
que puede transmitir la voz del subalterno sin mediación, es rechazar vehementemente que lo
hacen (como si decir que de ninguna manera lo hacen, fuera efectivamente no hacerlo): “Aún más,
los intelectuales, quienes no son ninguno de estos S/sujetos, se vuelven transparentes en la
competencia de relevos, ellos simplemente se informan sobre el sujeto no representado y analizan –sin
analizar– los trabajos del –Sujeto innombrado irreductiblemente presupuesto por– el poder y el deseo.”
Ese segundo añadido entre guiones señala que ellos afirman analizar directamente el poder y el
deseo, pero en este análisis hay presupuesto un Sujeto (con mayúscula) que, como ellos lo
rechazan “de palabra”, entonces no lo analizan. “La ‘transparencia’ producida marca el lugar de
‘interés’; se mantiene por la negación vehemente: [aquí cita nuevamente a Deleuze:] ‘Ahora este rol
de árbitro, juez y testigo universal es uno que me rehúso absolutamente a adoptar’” (315).
Al contrario, GCS considera que es precisamente ese el lugar en el que lxs intelectuales (incluida
ella misma) deben enfocar su discurso: “Una responsabilidad del crítico puede ser leer y escribir a fin
de que la imposibilidad de tales negativas interesadas individualistas de los privilegios institucionales
de poder otorgados al sujeto se tomen seriamente. El rechazo del signo-sistema bloquea el camino
para el desarrollo de una teoría de la ideología” (315).
Más adelante, en 330, aclara que estas fallas (ignorar “la violencia epistémica del imperialismo y la
división internacional del trabajo”) no importaría tanto si estos dos intelectuales no se involucraran
directamente con el tema del Tercer Mundo.
Un tercer punto que critica a estos autores es que su excesivo énfasis en el micropoder no les
permite atender a aspectos macrológicos, tales como el colonialismo: “la relación entre capitalismo
global –explotación en lo económico– y las alianzas de los estados-nación –dominación en lo
geopolítico– es tan macrológica que no puede derivarse de ella la textura micrológica del poder. Para
moverse hacia tal explicación uno debe moverse hacia las teorías de la ideología –de formaciones del
sujeto que micrológica y a menudo erráticamente operan los intereses que solidifican las macrologías–”
(315). Esta es una crítica que Edward Said ya había hecho a Foucault, y que GCS retoma en 315-
316. Y a lo que dijo Said ella añade lo explicado en el punto anterior: contra quienes ensalzan a
Foucault por poner en cuestión el rol de los intelectuales, ella sugiere que este poner en cuestión o
desafiar “es engañoso precisamente porque ignora lo que Said enfatiza –la responsabilidad
institucional de la crítica–” (316).
GCS concluye esta sección con un diagnóstico severo (316): el intelectual (un sujeto que se construye a sí
mismo como transparente a través de las negaciones) “en la división internacional del trabajo, pertenece
del lado del explotador”, y es imposible que imagine o entienda “la clase de Poder [el foco de atención de
Foucault] y Deseo [más trabajado por Deleuze] que habitaría el sujeto innombrado del Otro de Europa”. Y
esto por dos motivos:
“todo lo que leen, crítico o acrítico, [está] atrapado dentro del debate de la producción del Otro,
apoyando o criticando la constitución del Sujeto como Europa”: estos intelectuales dialogan con un
marco teórico y político que forma parte de ese “proyecto (...) de constituir el sujeto colonial como
Otro” que mencionamos al principio.
“en la constitución de tal Otro de Europa, se ha tenido mucho cuidado en obliterar los ingredientes
textuales con los que tal sujeto pudiera categorizar, pudiera ocupar –¿invertir?– su itinerario –no sólo
mediante producción científica e ideológica, sino también por medio de la institución de la ley–”.
Dicho proyecto tiene, entre otros efectos, el de obstaculizar la palabra de ese “Otro”, tanto en la
producción de conocimiento como en los procesos políticos y legales.
No sin algo de cinismo, parecería haber un procedimiento en dos pasos: primero, para reforzar el éxito
de un proyecto económico (parte del colonialismo y la división internacional del trabajo) se dislocan “los
“¿Puede hablar el subalterno?” Guía de lectura M. Pérez
intereses, motivos –deseos– y poder –de conocimiento–” del sujeto subalterno; luego, los intelectuales
invocan esta dislocación, este estado débil de la subjetividad, para decir que la economía ya no sirve
como categoría de análisis. Según GCS, esto “puede bien ser la continuación del trabajo de esa dislocación,
e involuntariamente ayudar a asegurar ‘un nuevo balance de relaciones hegemónicas’” que son todo lo
contrario de lo que afirman defender Foucault y Deleuze en aquella entrevista, y en su trabajo en
general.
1-4 en página 323). Spivak analiza cómo se refieren estos autores a los grupos 3 y 4 de la lista, esto es, un
grupo intermedio entre la élite y los subalternos (el 3, analizado en las págs. 323-324) y los subalternos
mismos (el 4). Reconoce que el resultado es mejor que el enfoque de Deleuze y Foucault: en lugar de
esencializar cada una de las categorías (los grupos sociales), los establece como fruto de relaciones entre
sí: respecto del tercer grupo, por ejemplo, “El objeto de la investigación del grupo, en este caso no del
pueblo como tal sino de la zona amortiguadora flotante de la elite-subalterna regional es una desviación de
un ideal –el pueblo o subalterno– definida en sí misma como una diferencia de la elite.” (324). Es decir, si
bien el grupo subalterno aparece como “un ideal”, éste es definido no en sí mismo, sino como diferencia
de la élite; sus intereses, además, no se definen en términos libidinales (como hacía Deleuze) sino en
términos de relaciones sociales (324).
Si bien la autora reconoce la importancia y los aspectos positivos del proyecto, también le importa
señalar algunos profundos problemas que tiene, y que muestran que la violencia epistémica no se
expresa solamente bajo la forma de la evidente violencia imperialista, sino que la posibilidad misma de
una episteme conlleva violencia (en este punto sigue a Derrida; ver la nota 24): “La estrecha violencia
epistémica del imperialismo nos da una alegoría imperfecta de la violencia general que es la posibilidad de
una episteme” (326). Podemos diferenciar dos problemas centrales:
El esencialismo y el privilegio del intelectual. GCS considera que en diferentes formulaciones los
autores vuelven a transmitir una visión esencialista (323), y en este sentido resultan blanco de la
misma crítica que Foucault-Deleuze y el “el marxismo intelectual ‘internacionalista’ ortodoxo, tanto
en el primer mundo como en el tercero”: “Los tres están unidos en la suposición de que hay una
forma pura de conciencia” (325).
¿Cómo se produce esto? En la p. 327 vemos la manera en que se distribuyen los roles en la
indagación histórica sobre la insurgencia del subalterno: el sujeto subalterno aparece como el
“emisor”, la insurgencia es la “emisión” o aquello que dice (que el historiador transforma en “un
texto para el conocimiento”), y el historiador se auto-identifica como el “receptor”: “Sin posibilidad
de nostalgia por ese origen perdido, el historiador debe suspender –hasta donde sea posible– el
clamor de su propia conciencia –o conciencia-efecto [acá GCS alude indirectamente a la idea de
“sujeto-efecto” de Foucault y Deleuze] en tanto es operada por el entrenamiento disciplinario–,
para que la elaboración de la insurgencia, empacada con una conciencia-insurgente, no quede
congelada como un ‘objeto de investigación’ o, peor todavía, como un modelo para la imitación. ‘El
sujeto’ implicado por los textos de insurgencia puede servir sólo como una contraposibilidad para las
sanciones narrativas conferidas al sujeto colonial en los grupos dominantes.” Lo que debe evitar el
historiador es seguir ese “clamor”, esa tendencia arraigada en la profesión, de que en sus
representaciones (que pueden tener la mejor de las intenciones) “el subalterno” se transforme en
una idealización, el “Otro” insurgente respecto de un imperialismo, que parecería actuar
solamente para el historiador y para el Imperio (los “receptores” de esa emisión).
El lugar de la mujer subalterna en estas representaciones: Es evidente que en los saberes
hegemónicos las mujeres ocupan un lugar de subalternidad: “Si en el contexto de la producción
colonial el subalterno no tiene historia y no puede hablar, el subalterno como femenino está aún más
profundamente en tinieblas” (328). Pero esta marginación también se da en los proyectos de
recuperación de información acerca de las mujeres subalternas, tales como el Grupo de Estudios
de la Subalternidad: “tanto como objeto de la historiografía colonialista y como sujeto de
insurgencia, la construcción ideológica del género mantiene lo masculino dominante” (328; ver
también 339). Dado que se trata de un análisis que va mucho más allá de una crítica al Grupo de
Estudios de la Subalternidad, vamos a verlo en una sección aparte. Pero antes, GCS hace un
pequeño rodeo.
La supresión del sujeto subalterno por parte del “tercermundismo” del Norte
Volviendo sobre el imperialismo, pero ahora desde el punto de vista de qué se “hace” con el sujeto
subalterno, GCS señala que el mismo problema que encontramos en el Grupo de Estudios de la
Subalternidad se presenta en el feminismo del primer mundo y en otras representaciones de grupos
subalternos, sean o no acerca de mujeres.
“¿Puede hablar el subalterno?” Guía de lectura M. Pérez
En una estructura de división internacional del trabajo, en la que algunos países son compradores-
consumidores y otros mano de obra barata, el “feminismo internacional” cree en “la factibilidad de las
alianzas políticas globales” (329), cuando en realidad las mujeres que están del otro lado de la división
internacional del trabajo no pueden hablar en ese registro de la explotación femenina (y tampoco
podrían hacerlo incluso si se alcanzara “el absurdo” de que “el intelectual que-no-representa” -tal como se
autopercibían Deleuze y Foucault- pudiera “hacerle un espacio a la mujer para que pueda hablar”; 328-
329). Y hay más: porque el Otro es heterogéneo, como dijimos al principio, hay otrxs sujetxs que quedan
por fuera incluso de esta distinción entre feministas internacionales/intelectuales franceses y “mujeres
del subproletariado urbano”: “aún esto no abarca al Otro heterogéneo. Por fuera –aunque ni así
completamente– del circuito de la división internacional del trabajo, hay personas cuyas conciencias no
podemos asir si cerramos nuestra benevolencia construyendo un Otro homogéneo referido sólo a nuestro
propio lugar en la silla del Mismo o del Yo” (330). Reflexionar acerca de ese Otro no implicará
representarlos (ya que esto, según GCS, es imposible e indeseable), sino que es “aprender a
representarnos a nosotros mismos” (330) y cómo nos construimos a partir de ese Otro.
Estas representaciones tienen consecuencias directas sobre el tipo de agencia política -y alianzas
políticas- que están permitidas a los sujetos del Tercer Mundo: “el tercer mundo puede entrar al programa
de resistencia de una política de alianzas dirigida contra una ‘represión unificada’ sólo cuando se le confina a
grupos del tercer mundo que son directamente accesibles al primer mundo. Esta benevolente apropiación
primer mundista y reinscripción del tercer mundo como Otro es la característica fundacional de muchos
tercermundismos en las ciencias humanas de Estados Unidos hoy en día” (331). Como ejemplo de esto, en
331-333 GCS trae el caso de Foucault, quien trabaja con una noción de “poder” que no contempla una
teoría de la ideología, ni tiene en cuenta que para que funcionen esos modos de poder que él observa a
su alrededor (esto es, en el Primer Mundo) es necesario que se den otras formas de explotación, más
directamente relacionadas con la extracción de recursos naturales y de fuerza de trabajo barata en la
periferia de los imperios. Esto implica, entre otras cosas, ignorar los modos en que esas formas de poder
en Occidente (el foco de análisis de Foucault) son también producidas en el marco de vínculos globales:
“comprar una versión auto-contenida de Occidente es ignorar su producción por parte del proyecto
imperialista” (333).
La lectura derrideana
En la Parte III (334-338), GCS propone una lectura alternativa, que no tome como guía el trabajo de
Deleuze y Foucault, sino el del filósofo francés Jacques Derrida, y en particular un capítulo de su obra De
la gramatología, libro que GCS tradujo al inglés y prologó en una célebre edición. Como vimos al
principio, ella considera que, al contrario de la percepción general de estos autores que circula en los
EEUU, Derrida ofrece mejores recursos para “la gente fuera del primer mundo”: “He tratado de argumentar
que la preocupación sustantiva por la política de los oprimidos que a menudo cuenta para la apelación de
Foucault puede esconder el privilegiar al intelectual y el sujeto ‘concreto’ de opresión que, de hecho,
acrecientan la apelación. Inversamente, aunque no es mi intención contradecir el punto de vista específico de
Derrida promovido por estos influyentes escritores [que dicen que el trabajo de Derrida es hermético e
inútil desde el punto de vista político], discutiré unos pocos aspectos del trabajo de Derrida que guardan
una utilidad a largo plazo para la gente fuera del primer mundo. Esto no es una apología. Derrida es difícil de
leer, su objeto real de investigación es la filosofía clásica. No obstante, cuando lo entendemos es menos
peligroso que el intelectual del primer mundo disfrazado de no-representante ausente que permite que los
oprimidos hablen por sí mismos” (335).
En la interpretación de GCS, la pregunta que estructura este capítulo de la Gramatología es “si la
‘deconstrucción’ [el enfoque propuesto por Derrida en ese libro] puede conducir a una práctica adecuada,
sea crítica o política. La cuestión es cómo impedirle al Sujeto etnocéntrico que se establezca a sí mismo al
definir selectivamente un Otro.” Pero hay una aclaración importante, que va a diferenciar este proyecto de
los otros con los que GCS estuvo lidiando hasta ahora (Foucault y Deleuze): “Este no es un programa para
el Sujeto como tal; es, más bien, un programa para el benevolente intelectual occidental. Para aquellos de
nosotros que sentimos que el ‘sujeto’ tiene una historia y que la tarea del sujeto de conocimiento del primer
mundo en nuestro momento histórico es resistir y criticar el “reconocimiento” del tercer mundo por medio de
“¿Puede hablar el subalterno?” Guía de lectura M. Pérez
la “asimilación”, esta especificidad es crucial” (335). Es decir, para quienes -como ella- están
comprometidos con un proyecto poscolonial, el hecho de que Derrida haya decidido enfocarse en el
eurocentrismo del intelectual occidental es fundamental (y una bocanada de aire fresco en medio de
intelectuales que se auto-afirman como revolucionarios, pero refuerzan las dinámicas eurocéntricas).
Derrida declara que para analizar el fenómeno del etnocentrismo europeo sólo puede proceder a través
de ejemplos (no puede hacer las “primeras preguntas” ni acceder a algún principio esencial que esté por
debajo de esos ejemplos). Ofrece tres ejemplos, que son “tres clases de prejuicios operando en historias de
la escritura”, y forman parte “de la auto-justificación ideológica apropiada de un proyecto imperialista” (336).
Sin entrar en el detalle de los ejemplos, podemos decir acá que se trata de tres modos en los que el
estudio europeo de la escritura dibuja un “Otro”, aparentemente bajo el signo de la admiración, pero
también parte de un proyecto de auto-legitimación y superioridad. Derrida aclara que esta tendencia
permanece vigente aun en nuestros días: “Nuestro siglo no está libre de él; cada vez que el etnocentrismo es
precipitado y ostentosamente echado atrás [es decir, cada vez que el estudioso europeo afirma
ostentosamente no ser etnocéntrico], algún esfuerzo se esconde silenciosamente detrás de todos los
espectaculares efectos de consolidar un interior y dibujar desde él algún beneficio doméstico” (336). Desde la
interpretación de GCS, Derrida (a diferencia de Foucault y Deleuze) sí considera sus propias limitaciones,
entre otras cosas porque su discurso sólo puede desarrollarse “al interior del discurso de la presencia”
(337), que es lo que Derrida busca criticar en De la Gramatología. Este autor, dice GCS, no propone un
plan de acción, pero hace algo mucho más valioso: habla de qué hacen los intelectuales europeos -él
incluido- cuando hablan del sujeto subalterno, cuando constituyen a un Otro en su propio beneficio. Los
“espacios en blanco del texto” que el Europeo puede interpretar también contienen a ese Otro, aunque el
intelectual Europeo no se ocupe de explicitar esa presencia, y quiera presentarlo como transparente (con
una clara conciencia y voluntad) o invisible (por afirmar un sujeto-efecto, como hacían Foucault y
Deleuze). Derrida entiende que esto no es “un problema general”, sino “un problema europeo” (337), y su
utilidad para una intervención es por lo tanto mayor que aquella “invocación de la autenticidad del Otro”
que proponían Foucault y Deleuze (338).
En las últimas páginas del artículo (361-362), GCS vuelve a defender la perspectiva Derridiana por sobre
la de Deleuze y Foucault, cuya influencia en la academia de Estados Unidos puede ser “peligrosa”:
“Derrida marca a la crítica radical con el peligro de apropiarse del otro por asimilación. Él lee la catacresis en
el origen” (362). “Catacresis”, en la definición de la RAE, es la “designación de algo que carece de nombre
especial por medio de una palabra empleada en sentido metafórico”; se utiliza también para referirse a
una “metáfora de difícil comprensión”. Es decir, Derrida insiste en prestar atención a esa “voz del otro en
nosotros”, a cómo la constituimos al pensar en un Otro, y cómo aquello que consideramos “originario” no
es más que la cristalización de una metáfora oscura, o el hecho de depositar sentidos metafóricos a algo
que no tenemos cómo nombrar.
mujer subalterna continuará siendo tan muda como siempre” (339). Hay que ser conscientes de este riesgo,
a menos que querramos que los proyectos feministas o antisexistas colaboren “con el radicalismo
masculino que vuelve al lugar del investigador transparente” (340). ¿Cómo podemos hacer esto? Aquí
GCS nos ofrece una de las pocas “respuestas” a la pregunta del título que encontraremos a lo largo del
texto: “En busca de aprender a hablar –más que escuchar a o hablar por– al sujeto históricamente
enmudecido de la mujer subalterna [se trata de “escuchar”, ni de “hablar por”, sino de “hablar a” ese
sujeto], el intelectual poscolonial sistemáticamente ‘desaprende’ el privilegio femenino. Este desaprendizaje
sistemático implica aprender a criticar el discurso poscolonial con las mejores herramientas que este pueda
proveer y no simplemente sustituyendo la figura perdida del colonizado” (340). Ella considera que la tarea
que ella realizó aquí, de “cuestionar la incuestionada mudez de la mujer subalterna incluso dentro del
proyecto antiimperialista de los estudios subalternos”, es un ejemplo de esta propuesta. Otro tipo de
proyectos feministas, a los que GCS se opone, aunque reconoce haber participado de ellos, aspiran a una
lucha más individual y burguesa, y tienen como objetivo principal el acceso de las personas “en situación
de movilidad ascendente de clase” al “derecho al individualismo” (341).
Para ilustrar cómo funciona “la postura del intelectual poscolonial como sujeto investigador” (342), Spivak
se propone hacer “una historia de la represión” (una historia compleja, de múltiples orígenes) a partir de
dos ejemplos, ambos relacionados con el suicidio de mujeres en la India:
1. La práctica del Sati (344-360). “Sati” significa “viuda” en sánscrito (también “buena esposa”, ver p.
356); por un uso incorrecto del término por parte de los británicos (que GCS también analiza, p.
356), se terminó utilizando esta palabra para referir a la práctica hindú de que una viuda se inmole
en la pira fúnebre del esposo. Esta práctica fue prohibida por los colonizadores británicos en 1829
por considerarla “salvaje”. A GCS le interesa mostrar tres cosas:
◦ En medio de la discusión a favor/en contra del Sati, la mujer en tanto sujeto queda
atrapada entre el progresismo internacional (que quiere prohibir la práctica) y el
tradicionalismo nacionalista (que quiere mantenerla por considerarla parte de la identidad
nacional). La autora ilustra esto con dos frases que describen cada una de estas posturas
(344): “Hombres blancos están salvando mujeres cafés de hombres cafés” (los colonizadores
-varones blancos- pretenden salvar a las mujeres indias de la opresión ejercida por los
varones indios) y “Las mujeres deseaban morir” (lo que alegaban los tradicionalistas). La
mujer subalterna, mientras tanto, no tiene lugar ahí, en medio de esas dos posturas: “Las
dos frases hacen un largo trabajo para legitimarse mutuamente. Uno nunca encuentra el
testimonio de la voz-conciencia de las mujeres” (344); “No hay espacio desde el cual pueda
hablar el sujeto subalterno sexuado” (359).
Es importante destacar que GCS tampoco es ingenua en este aspecto, ya que aclara que
su crítica no es una añoranza de una voz auténtica o legitimada de “la” mujer del tercer
mundo, sino más bien la necesidad de una estrategia de abordaje: “Tal testimonio [si la
mujer subalterna pudiera hablar] no sería ideología trascendente o ‘plenamente’ subjetiva,
por supuesto, pero habría constituido los ingredientes para la producción de una contrafrase”
(344), es decir, una alternativa a aquellas dos frases impuestas desde afuera.
Luego de un extenso análisis del Sati, GCS concluye: “Entre patriarcado e imperialismo,
constitución del sujeto y formación del objeto, desaparece la figura de la mujer, no dentro de
una nada prístina, sino dentro de un violento ir y venir que es la figuración desplazada de la
‘mujer del tercer mundo’ atrapada entre la tradición y la modernización” (358). Y no se ahorra
volver sobre la crítica a Foucault (358-359), afirmando que la teoría de la represión del
autor tal vez sirva para entender la historia de la sexualidad en Occidente, pero no esta,
que queda por fuera de la oposición sujeto (ley) y objeto (represión), en medio de “una
violenta aporía entre el estatus del sujeto y del objeto” (359).
◦ A partir de la alianza entre colonizadores y la élite local se configura un nuevo sistema de
pensamiento (una “versión homogeneizada de la ley hindú”, 350), en el que se redefine el
sentido del Sati y el lugar de la agencia de la mujer en él (354-355); se distingue al “hindú
noble”, que rechazaba esta práctica “salvaje”, del “hindú malo”, que la defendía (351); y se
“¿Puede hablar el subalterno?” Guía de lectura M. Pérez
Para cerrar el texto, tras volver sobre la defensa del marco derrideano GCS concluye (362):
“El subalterno no puede hablar.” Recordemos que aquí está pensando no tanto en la capacidad de
éste de hablar o actuar, sino más bien en qué hacemos lxs intelectuales con “el subalterno”.
“No hay virtud en las listas globales de lavandería [acá diríamos: la lista de compras] con “mujer”
como un artículo piadoso.” En otras palabras, no es algo bueno en sí mismo seguir repitiendo las
mismas prácticas, sólo agregando “mujer” a una lista de “minorías” o de sujetxs, si no repensamos
las maneras en las que producimos ese “Otro” aun cuando expresamos el mayor compromiso
político.
Y, finalmente, cierra con una interpelación a las intelectuales mujeres, que tienen una tarea
específica y de pequeña escala, pero que no se resuelve meramente agregando una denominación
para sí o para los sujetos subalternos: “La intelectual femenina como intelectual tiene una tarea
circunscrita que no debe rechazar con una rúbrica”.