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Manos a la Obra

Ed. Ramírez Suaza, P.Th

¡Una década! Vaya noticia hermosa y terrible a la vez. Sí, una década sirviendo a Dios
entre Uds. como pastor. Hermosa porque hasta aquí nos ha traído el Señor con una
fidelidad inigualable, una gracia inagotable, una misericordia sorprendente, un amor
incomparable. Terrible porque junto con las canas ya me salen las arrugas. Las gentes
con crueldad me ponen más de 40 años, cuando ni siquiera los tengo. Mis hijos me
torturan dulcemente cada día diciéndome cuán viejo estoy.
Bueno, el tema de hoy no es mi crisis cuando camino hacia los 40’, es mas bien la
confesión de un pastor que quiere contarles algunos anhelos para con todos Uds.

Durante este ya agotado mes de enero, hemos dialogado en clave de recuerdo con unas
premisas que nos ubican en comunidad frente a una meta que alcanzar: nuestra visión.
Una misión que realizar y unas razones de ser y hacer: nuestro propósito.
En oración pedí a Dios una frase que nos sirviera de orientación durante este año, una
que nos sirviera de lema para este 2018. Este recibí: ¡manos a la obra!

Tengo muy clara mis tareas como pastor: una dedicación extrema a la oración y a la
Palabra. Luego consejería, visitación, consolación, evangelización, capacitación,
orientación en todo lo que respecta el reino de Dios. Y claro está, toda la iglesia hace un
esfuerzo muy bello para que el pastor pueda dedicarse de tiempo completo a esta tarea.
Pero sospecho que no en todos está claro su papel dentro de la Iglesia.
Escúchenme muy bien: ¡su papel en la iglesia no es ser dominguero!
Y muchos estamos cayendo en ese pecado. Peor aún, dominguero de banco.
Yo intuyo que nos cae de perlas el lema 2018: ¡manos a la obra!

1. Manos a la obra para escudriñar y orar la Biblia.


Jesús dijo, -Ustedes escudriñan las Escrituras, porque les parece que en ellas tienen la
vida eterna; ¡y son ellas las que dan testimonio de mí!- (Jn. 5.39).
Damas y caballeros, convivo con una tristeza muy grande en relación con la Iglesia de
Cristo: olvidamos la Biblia. Soy consciente de los avances tecnológicos de esta tardía
modernidad, sé que el formato libro está “mandao a recoger”, que las aplicaciones en
los smartphone están en su mejor momento y que la Biblia ya es una aplicación más
entre muchas otras que podemos usar en nuestros teléfonos portátiles. No soy quien
para juzgarlos ni es mi trabajo, pero sí es evidente nuestros abandonos a la Palabra de
Dios. Nuestras mentes contienen más información y contemplación de muchas cosas
vanas, con una pobreza vergonzosa de la Palabra divina.

En cualquiera de los formatos posibles hoy la Biblia es viva y eficaz, abrázala


apasionadamente; ámala cada día más; “empápate” de todo su contenido hasta que tu
alma se sacie en las delicias de Dios. Si la tienes en formato de audio, ¡óyela! Si la

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tienes en versión impresa, ¡escudríñala! Si la tienes en video, ¡véala! Si la tienes en


formato digital, recoge toda su belleza y atesórala en el corazón.
Toma una libreta de notas o en su aplicación de notas escribe tus comprensiones, tus
reacciones, tus compromisos con el evangelio, tus inquietudes… en fin. Pero crece en
las hermosas riberas de la Palabra de Dios como el árbol fresco, fructífero y frondoso
que dibuja el Salmo 1.

Ora. ¡Manos a la obra en la oración! S. Pablo animando a la Iglesia de Éfeso les dijo,
“Oren en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y manténganse atentos,
siempre orando por todos los santos” (Ef. 6.18).
La oración siempre se debe entender y vivir en el amor. ¿Cómo así? La oración es una
puerta abierta de comunicación que Dios abrió en su inmenso amor para escucharnos
e igualmente hablarnos. Orar es amar; amar a Dios. Orar es dedicarle tiempo a Dios.
Orar es abrir el corazón delante del Dios y Padre nuestro para contarle todas nuestras
alegrías y tristezas; anhelos y luchas; necesidades propias y las de otros. Por eso S.
Pablo nos invita a orar por la Iglesia, claro que él dice “por lo santos”. Cuando le
dedique tiempo a Dios en amor para orar, háblale de nosotros, la Iglesia. Arar los unos
por los otros es otra manera extraordinaria de amar. Cuéntale nuestras necesidades.
Háblale de nuestras flaquezas. Dile cómo estamos. Hazlo.
¡Manos a la obra!

2. Manos a la obra para levantarse en el nombre del Señor.


En estos días, de ocioso, me puse a ver un programa creo que en Fox. Era una pelea de
lucha libre entre dos mujeres. Una de ellas se veía delicada sobre ese cuadrilátero.
Parecía más beisbolista que luchadora. La otra, esa sí era miedosa. En la cara se veía a
cuántas luchadoras había mandado con gusto “al más allá”. Una fuerza y una furia
bestial. Así que empecé a ver la pelea. La mujer bestial de un sólo golpe envió la
delicada luchadora a la lona. Sólo un gancho de izquierda bastó para derrotarla.
En las gradas de ese recinto las gentes gritaban como si hubiesen sido ellos los
vencedores. El entrenador de la delicada mujer gritaba a su derrumbada mujer que se
levantara. Con desespero incontrolable gritaba a su chica que se pusiera en pié y
siguiera peleando.

Muy arriesgada me pareció la mujer arrojada al piso, sin la fuerza ni la furia precisa
para enfrentar a una luchadora experta, fuerte, hábil para dar golpes triunfantes. Y
pensé en la Iglesia. Haga de cuenta: enfrentamos enemigos que son más fuertes que
nosotros. Luchamos contra fuerzas que superan las nuestras de manera asombrosa.
Esos oponentes más fuertes que nosotros son: el mundo, la carne y el demonio. Con
mundo, se me refiero al sistema socio-cultural que está corrompido totalmente y se ha
convertido en una corriente poderosa que arrastra inclusive a muchos de la Iglesia. Sus
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armas poderosas son el licor, las drogas, el dinero mal habido, todo tipo de
inmoralidades sexuales desde plataformas digitales hasta todo tipo de prácticas
adúlteras, abominables a los ojos del Señor. No sólo el mundo es un adversario fuerte y
experto; la carne. Con “carne” se hace referencia a esa inclinación dentro de nosotros
tan terca de ir en pos del pecado. Es como un virus que atrofia la mente, el corazón, la
voluntad, el amor. Maldita desgracia de estar amando lo que Dios aborrece, de estar
haciendo lo que Dios prohíbe, estar en caminos diametralmente opuestos a los de
Jesús. S. Pablo se confesó ante la iglesia de Roma en el siglo I diciendo:
15 No entiendo qué me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco.
16 Y si hago lo que no quiero hacer, compruebo entonces que la ley es buena. 17
De modo que no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que habita en mí. 18
Yo sé que en mí, esto es, en mi naturaleza humana, no habita el bien; porque el
desear el bien está en mí, pero no el hacerlo.
Este es un conflicto en el interior de cada creyente que genera mucha angustia.
Aprobamos lo bueno, perseguimos lo malo. Somos conscientes de esta desgracia.
Cuando se habla de “carne” en términos teológicos, a esto es que se está haciendo
referencia. No se desanime por estas palabras, el discurso de S. Pablo tiene unas
verdades mucho más contundentes. Escúchalas con fe:
Doy gracias a Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que yo mismo,
con la mente, sirvo a la ley de Dios, pero con la naturaleza humana sirvo a la ley
del pecado (Rom. 7.25)
Por tanto, no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús,
los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu, porque la ley
del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la
muerte (Rom. 8.1-2).
El mundo, la carne y ahora el demonio. ¿Demonio? El mundo, en complicidad con una
parte significativa de la Iglesia ha des-satanizado al diablo. Resulta que el diablo ya no
es un ser, una persona, un espíritu real enemigo de Dios, de la Iglesia de Dios y del
proyecto de Dios. Ahora el diablo es un fantasma sicológico que brilla en cada persona
cada que procede de maneras incorrectas. Eso es todo.
No hermanos míos, el diablo es un ser espiritual real. Enemigo de Dios y de toda
creación de Dios. En la cruz, Cristo Jesús lo derrotó, aún así no deja de ser peligroso.
El pastor Pedro, discípulo de Jesús hizo esta observación que no deja de ser pertinente:
Sean prudentes y manténganse atentos, porque su enemigo es el diablo, y él
anda como un león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pd. 5.8).

Estos enemigos nos derrotan, a algunos, continuamente: el mundo, la carne y el


demonio. Algunos han pensado en seguir viviendo la derrota sin ánimo alguno para
levantarse. Algunos otros, luchan pero sin éxito alguno. No faltará quién se alió con el

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mundo, la carne y el demonio. En esta mañana Dios le dice: ¡levántate! Manos a la


obra. S. Pablo nos anima a levantarnos. Escúchalo:
Despiértate, tú que duermes. Levántate de entre los muertos, y te alumbrará
Cristo (Ef. 5.14).
S. Pablo introduce estas palabras diciendo: “como dice”. ¿Cómo dice qué o quién?
Preguntamos sus lectores. Como dice el himno bautismal de aquella época. Un canto
entonado para quienes se hacían bautizar como testimonio público de su fe:
Despiértate, tú que duermes. Levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo.
Sé que el pecado tiene a muchos en la lona, a ellos digo: -en el nombre de Jesús
levántate.- Otros están tendidos en lona, porque las fisuras en el matrimonio
aumentaron y sienten desfallecer, a ellos digo: -en el nombre de Jesús levántate.- Otros
pasan por diversas pruebas, todas ellas sumamente difíciles. A ellos, -en el nombre de
Jesús levántate.-

3. Manos a la obra para servir al Señor.


La madre Teresa de Calcuta dijo una vez: “quien no vive para servir no sirve para
vivir”. El servicio es una expresión también del amor verdadero. Quien ama, sirve. Dios
nos amó, él vino a servirnos. Su papel de siervo fue impecable. Regularmente se cree,
en el imaginario de muchos, que servir es un signo de debilidad. Una señal de
fragilidad. Un comportamiento o profesión de los menos favorecidos en educación,
economía, cultura, artes, poder, por mencionar algunos. Pero en el reino de Dios el
servicio es grandeza. Ante la mirada de Jesús servir es un signo de amor y fe. Ante los
ojos del Señor servir es un acto muy digno y dignificante de la humanidad. La mejor
manera de servir es al estilo de Jesús: sin acepción de personas, con sencillez, humilde,
dispuesto, diligente, en amor.

Todos nosotros hemos sido creados con un potencial extraordinario de servicio, Dios
nos equipó para servir con una cantidad de dones naturales y espirituales que pueden
hacer de este mundo una sucursal del cielo. Cada talento humano, cada capacidad del
hombre, cada don espiritual en la Iglesia lo ha confiado el Señor para que el prójimo
sea bendecido, para que en la Iglesia exista un provecho común, para que todos
aportemos a una iglesia mejor; a un mundo mejor.

Como dije hace una semana, es lamentable que la Iglesia, por lo menos la parte de
influencia pentecostal, crea que sólo existe el don de lenguas y el de profecía sin nada
más. Por otra parte, es igualmente lamentable que entre la Iglesia haya una cantidad
asombrosa de dones apagados, archivados, inutilizados.
Es su responsabilidad mi querido hermano ir a buscar en el sótano de su corazón
aquellos hermosos dones que el Señor te ha dado, “desemolvarlo”, “recargarlo” en

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oración, vigilias de espiritualidad y ayunos para que lo uses como Dios sueña que lo
uses. ¡Manos a la obra para servir al Señor!

La biblia cuenta una historia muy hermosa en el evangelio de Marcos cap. 10. Allí el
autor narra un gran acontecimiento, el día cuando dos hermanitos le pidieron a Jesús
que en la gloria eterna uno se sentara a la derecha del trono de Dios y el otro
hermanito a la izquierda. ¡Vaya petición tan bella! Uno creería que ellos anhelan
profundamente la presencia de Dios, pero esa es una desacertada intuición; Jesús
pudo discernir la intención de esos hermanitos: orgullo. Apetitos de poder, de fama.
Ellos querían estar por encima de los demás.
Cuando los demás apóstoles escucharon esto, se enojaron, porque todos ellos querían
lo mismo: una posición preferencial.

Lo cierto es que estar en VIP es genial. Uno se siente muy bien cuando está en una silla
preferencial. Sentirse por encima de otros infla satisfactoriamente el ego humano. Y así
funciona en el mundo. Jesús con fascinante paciencia reúne sus muchachos
hambrientos de posición preferencial y les dice: «Como ustedes saben, los
gobernantes de las naciones las dominan, y los poderosos les imponen su
autoridad. 43 Pero entre ustedes no debe ser así. Más bien, aquel de ustedes que
quiera hacerse grande será su servidor, 44 y aquel de ustedes que quiera ser el
primero, será su esclavo. 45 Porque ni siquiera el Hijo del Hombre vino para ser
servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.»
Servir, damas y caballeros, más que un don es una decisión. Servir es un estilo de vida.
El servicio es un camino, una escuela, una oportunidad hermosa de imitar a Dios.

A veces pienso que por poco estos hermanitos le piden sentarse en el mismo trono de
Dios. Karl Barth reflexionando en estos egos del ser humano dijo, “Qué absurdo que el
ser humano quiera ser Dios. El ser humano se convierte en inhumano al pretender tal
cosa… ¡Cómo lucha consigo mismo al rebelarse contra este orden! Donde piensa
ensalzarse, se precipita a las profundidades. En el acto mismo de su sublevación, el
siervo se convierte en esclavo.”

Reflexiona en esto: “Donde piensa ensalzarse, se precipita a las profundidades.”


Les invito a no precipitarse a las profundidades, en lugar de eso elija ser siervo. Sé
siervo de Dios. Sé siervo en casa. Sé siervo en tu barrio. Sé siervo en la Iglesia.
Recuerda: “quien no vive para servir no sirve para vivir”.

Conclusión
¡Manos a la obra!

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Hermanos míos, las iglesias se están llenando de espectadores, de domingueros de


banca, de clientes religiosos, de entretenimiento espiritual. Eso es grave, preocupante.
Como les dije al inicio, hoy les compartí tres anhelos pastorales que nos invitan a
desenredar los brazos cruzados por la negligencia, quizá el orgullo, tal vez la pereza, no
sé si la indiferencia, el conformismo o el pecado. No sé qué te pasó y te dejaste cruzar
los brazos. Hoy Dios con amor alegre te anima a poner ¡manos a la obra!
Sírvelo con un corazón feliz.
Sírvelo con santidad.
Sírvelo con sencillez y humildad.
Sírvelo con disposición y esfuerzo.
Sírvelo con empeño inquebrantable.
Sírvelo con excelencia.
Sírvelo con creatividad y amor.
¡Manos a la obra!

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