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HABRÁ MÁS ALEGRÍA EN EL CIELO POR UN PECADOR QUE SE CONVIERTA

QUE POR NOVENTA Y NUEVE JUSTOS QUE NO NECESITAN CONVERTIRSE


2010. 24º Domingo Ordinario

Lucas plantea su evangelio como el desarrollo del viaje de Jesús y de sus


discípulos a Jerusalén, y el capitulo 15 que hoy hemos proclamado constituye el
núcleo central de todo el mensaje que él propone. Ciertamente, habló de un gran
desprendimiento y radicalidad en el seguimiento a su persona. Pero hablaba a
personas ya fascinadas y enamoradas. La visión humana y jurídica del pecado y
del perdón en ciertas épocas de la Iglesia, y la prevalencia de la moral al
evangelio, han podido contribuir a la idea de que salvación cristiana y felicidad
humana son realidades divergentes. Se suele percibir la vida cristiana no como
dichosa noticia, sino como un camino lleno de dificultades y privaciones, de
sacrificios y esfuerzos por cumplir normas y observancias penosas. Nuestro
cristianismo está alejado del original.

DIOS NO DEJA DE AMARNOS INCLUSO EN LA SITUACIÓN DE PECADO


El evangelio de hoy nos ofrece una idea muy distinta basada en la imagen
de un Dios que es siempre Padre y que manifiesta su poder y omnipotencia
precisamente amando y perdonando incondicionalmente. Dios aparece más
obstinado en amar que el pecador en pecar. El evangelio de hoy desconcierta
nuestra mentalidad, no sólo la de agnósticos e indiferentes, sino la de los
cumplidores y observantes, la de todos aquellos que tienen un talante justiciero,
pues nos descubre una imagen de Dios para muchos inédita y hasta increíble.
Dios ama al pecador aun en su situación de pecado, es decir, incluso antes de
que se convierta. Dios no le perdona porque se arrepiente, es el hombre el que
se arrepiente porque Dios le ama y perdona. El amor ilimitado, incondicional,
absoluto del Padre es lo que suscita el retorno y conversión del pecador. Las tres
parábolas de la misericordia, la de la oveja y la moneda perdidas, y en concreto
la del hijo pródigo, representan la obra maestra de Jesús, tan audaz y
extraordinaria, que rebasa con creces la doctrina que documentos, predicadores,
teólogos y catequistas perciben y enseñan habitualmente. A veces resulta más
conmovedora una lenta lectura que el mejor de los comentarios. Sin embargo,
esta parábola ha sido pródigamente glosada ya desde los inicios mismos de la
Iglesia por padres y pastores de comunidades, por escritores, teólogos, místicos,
en homilías y tratados. Ha quedado magníficamente plasmada en la pintura,
escultura, arquitectura, literatura, música, representaciones literarias y
escénicas, etc. El relato de la parábola es un momento sublime y cumbre de la
literatura de todos los tiempos, el más rico y denso de la expresividad humana y
divina. Jesús, al narrar la parábola, revela multiplicidad de rasgos característicos
de Dios absolutamente inasequibles a la razón humana. Nos descubren quién es
Dios y cómo es. Cierto: es la máxima revelación de Jesús, el momento culminante
de su comunicación a los sencillos.
La parábola es nuestra parábola, la parábola de cada uno y para cada uno.
Abarca a todos los hombres, los que pecan y los que se creen justos. El
argumento de la parábola combina en un esquema apretado las actitudes y
sentimiento más profundos del hombre de todos los tiempos, la libertad y
responsabilidad, la enajenación y despersonalización ante la existencia, la
nostalgia y el retorno, el vacío y la llenura, la nausea y el gozo intenso, la gracia,
la angustia y la reconciliación, es decir, los rasgos universales de la vida humana.
Es el evangelio de los marginados, de los deprimidos y angustiados, de los tristes
y atormentados, de los decaídos y desanimados. . .

LOS PERSONAJES
1º El Padre. El personaje central no es el hijo que se va de la casa paterna,
ni el hermano que permanece en casa, sino el Padre. La parábola habla del
paradójico perdón del Padre. Dios es más pródigo en el perdón que el hijo en el
pecado. Nos dice cómo es Dios. Jesús habla de una bondad escandalosa, una
ternura “que se pasa”, que nos coge a todos descolocados, que pulveriza todas
las opiniones de los hombres, buenos y malos, sus pesos y medidas. Jesús, el
Hijo amado, aparece como el heraldo y la encarnación del infinito amor de Dios,
como la personificación de este amor que se revela cuando él en persona invita a
comer a pecadores y descreídos, o se deja invitar por ellos, conviviendo, sanando
y perdonando, haciéndose él mismo parábola viviente de la acogida de los
pecadores en el reino de Dios. La entrega del Hijo por parte del Padre a una
muerte de cruz, nos habla de la seriedad y de la irreversibilidad del amor de Dios
que persiste incluso en el caso de nuestra ofensa y odio. Por nosotros no se
reservó ni a su propio Hijo. Y el Hijo entregado se hace garantía de que Dios no
se retracta ni dejará de amarnos. Dios ama siempre, incluso cuando el hombre se
encierra en su pecado. No ama el pecado, pero ama al pecador. No ama el mal
pero ama a los malos. Jesús, ante el amor de Dios a los pecadores, soportó la
cruz sin tener en cuenta la ignominia. El Padre aparece en la parábola amando y
esperando mientras el hijo está lejos pecando, se abalanza al abrazo sin
condiciones del hijo que retorna, no condiciona su perdón a la misma confesión
del pecado, no le deja ni recordar su pecado, hace la gran fiesta en casa, en los
cielos, por el retorno del hijo, y afirma que hay más alegría en los cielos por un
pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan
penitencia. Ésta es una imagen sublime, muy distante de la que nosotros oímos,
conocemos y vivimos.
Junto al Padre, personaje central, aparecen confrontados dos clases de
personajes que nos representan a todos: el hijo que peca y se aleja y el hijo que
se queda y “cumple”. Se corresponden a la contraposición permanente de Jesús:
los que se saben malos y los que se tienen por justos, el fariseo y el publicano,
los dos hijos: el que dice y no hace y el que hace a pesar de su negativa inicial,
las muchachas necias y las sensatas, el que debía mucho y el que parecía deber
poco. Es decir, los malos manifiestos que se han alejado de Dios y los que se
quedan en casa pero más que hijos son funcionarios, confunden a Dios con la
religión, la observancia de normas y la costumbre, pero viven y actúan con
frialdad, sin conciencia aguda de la importancia del amor a Dios y a los demás.
2º El hijo pródigo. El pródigo somos todos. El hijo menor, apacentando
cerdos, no pudiendo comer ni siquiera las algarrobas, el alimento de los cerdos,
ante la mentalidad de los judíos que escuchaban, representaba una degradación
y repugnancia límite. El cerdo, en aquella cultura, no sólo era repugnante, sino la
repugnancia. Es imagen del hombre actual que ha cambiado los fines por los
medios, que ha perdido el horizonte y el sentido de la existencia, que ha
cambiado el ser por el tener, que está metalizado, animalizado, sin espíritu ni
trascendencia, que ha cambiado las fuentes del agua limpia por charcas de agua
sucia.
3º El hijo mayor, de la parábola, corresponde a la actitud farisaica de quien
cumple, pero no ama. Esta en la casa del Padre, pero afectivamente lejos. Se
queda en la letra, pero le falta el espíritu. Se avergüenza de su hermano, le
critica y le excluye creyéndose mejor. No le da opción ni siquiera a que se
arrepienta. Está seguro de sí mismo. Vive su fe sólo en términos de retribución y
justicia. Con el pretexto de la ley aplasta, ataca, critica, condena a los otros. Ve
los pecados ajenos, pero no los propios. Cree que no necesita el perdón porque
cumple y observa, al menos externamente. Hoy, la misma Iglesia, vive un
momento dramático por la fuerte oposición entre los que se sitúan en el ayer o
en el hoy, y sobre todo por un fenómeno actual: se insta a acusar ante los
tribunales civiles, tomando incluso la iniciativa, a pecadores hermanos. La justicia
civil debe imponerse, desde luego, siempre que una víctima acusa. Pero una
madre no acusa nunca… ¿Quién puede tirar la primera piedra?
Jesús nos enseña que por encima del pecado más horrible, está la
misericordia del Padre. Y nosotros tenemos que parecernos a él. Es un evangelio
para hoy y para siempre. Ningún programa le supera. Dios perdona de tal
manera que no permite al hijo ni siquiera pedir perdón. Dios ama siempre. Sólo
amamos en verdad cuando creemos no sólo en Dios, sino en el increíble amor de
Dios. Si nos convertimos seremos la alegría de los cielos, la felicidad misma de
Dios.

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