Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ver, SALTERIO, DAVID, MARDIKH, UGARIT, PASCUA, ASAF, MONOTEÍSMO, RESTO (de
Israel), CANON, GRACIA, LEY, ESCATOLOGÍA, ISRAEL, MILENIO, TRIBULACIÓN
vet,
Colección de poemas religiosos, de los que una gran cantidad se cantaba en el Templo.
Los israelitas los llamaban «Himnos de Alabanza». La expresión «libro de los Salmos»
(cfr. Lc. 20:42) proviene de la traducción griega. Hay setenta y tres salmos cuyos títulos
heb. los atribuyen formalmente a David. De ahí proviene la designación general de
«Salmos de David» (cfr. He. 4:7).
Hay 150 salmos repartidos en cinco libros, siguiendo, según se cree, el modelo del
Pentateuco. El texto heb. marca con rúbricas esta antiquísima división, señalada en la
LXX. La comparación de 1 Cr. 16:34-36 con Sal. 106:47, 48 no permite llegar a la
conclusión de Delitzsch de que la división en cinco libros existía ya durante la redacción
de Crónicas, porque este pasaje de Sal. 106 podría proceder de 1 Cr. 16:34-36. Las
cinco divisiones comienzan en los Sal. 1, 42, 73, 90 y 107. Cada división finaliza con una
doxología.
Con excepción de los Sal. 1, 2, 10 y 33, llamados anónimos, los salmos de este libro
pueden ser atribuidos a David. En la LXX se considera que el Sal. 1 es una contribución
anónima, y no se atribuye el Sal. 2 a David, a quien se considera como autor del resto.
En la LXX se unen los Salmos 9 y 10 en uno solo, y el Sal. 33 recibe la rúbrica de «para
David». Este libro emplea por lo general el nombre divino de Yahweh para Dios.
Los ocho primeros de los treinta y un salmos son una serie de cánticos de los hijos de
Coré; siete de los ocho primeros son expresamente atribuidos a estos autores. Con
respecto al Sal. 43, que posiblemente sea de ellos, constituye la conclusión del Sal. 42,
con el que primitivamente formaba un todo. El Sal. 50, de Asaf, forma una transición
con un grupo de veinte salmos atribuidos a David, excepto los Sal. 66 y 67. Sin
embargo, en la LXX el Sal. 77 sí es atribuido a David. El Segundo Libro finaliza con un
salmo anónimo y un cántico de Salomón (Sal. 71 y 72). En esta colección, Dios recibe
frecuentemente el nombre de Elohim. El Sal. 53 es una reproducción casi idéntica del
Sal. 14 del Libro Primero, y el Sal. 70 es una repetición del Sal. 40:14-18. Pero estas
repeticiones presentan unas diferencias significativas, que alteran su carácter y
oportunidad, así como la relación que se tiene con Dios, expresada en el uso de los
nombres.
(c) Tercer Libro.
Éste contiene diecisiete salmos. Los once primeros son atribuidos a Asaf; cuatro a los
hijos de Coré, uno a David y uno a Etán. Estos salmos fueron recogidos después de la
destrucción de Jerusalén y del incendio del Templo en el año 587 a.C. (Sal. 74:3-8;
79:1).
También tiene diecisiete salmos. El primero de ellos es atribuido a Moisés, los 101 a
103 a David; los catorce restantes son anónimos. En la LXX se atribuyen a David once
de estos salmos, y se dan sólo cinco como anónimos: los Sal. 92; 100; 102; 105; 106.
Contiene veintiocho salmos anónimos, quince de David y uno de Salomón. Esta quinta
colección fue reunida tardíamente, ya que algunos de estos salmos se refieren al
cautiverio: Sal. 126; 137. Los salmos más antiguos son muy anteriores a David (p. ej., la
oración de Moisés, Sal. 90), en tanto que otros son posteriores al exilio. Así, la
composición de este libro abarca un prolongado período.
Son numerosos los testimonios, directos e indirectos, acerca de que David redactó
salmos (véase DAVID). Los mismos títulos de los salmos, que son de gran antigüedad;
los traductores de la LXX los tomaron del original heb., junto con expresiones
musicales y otros términos que no siempre pudieron comprender. En ocasiones, los
títulos son ambiguos: el Sal. 88 tiene dos; en total, se atribuyen setenta y tres salmos a
David. Los críticos extremistas (p. ej., Duhm) pretenden que David no escribió nada, y
que toda la colección de salmos procede del período post-exílico. Sin embargo, hay
multitud de argumentos en favor de la antigüedad de la mayoría de los salmos:
(A) La poesía religiosa existía ya mucho tiempo antes de David. En Ebla (véase
MARDIKH [TELL]) se han descubierto tabletas con composiciones hímnicas, entre otros
escritos de estilos diversos, anteriores a la época de los patriarcas. Hay, además,
himnos en la literatura de civilizaciones circundantes, aproximadamente
contemporáneas a la israelita, habiéndose descubierto semejanzas en la forma de
expresión entre ciertos salmos y la poesía épica de Ras-Samra (véase UGARIT).
Además, la Biblia misma contiene cánticos de gran antigüedad, como:
(D) Muchas pruebas internas señalan a David como el autor de numerosos salmos. La
mayor parte de los que le son atribuidos reflejan uno u otro de los períodos de su vida
(cfr. Sal. 13:18; 23; 32; 34; 51; 52; 57, etc.).
(E) La expresión «de David» puede significar, en heb., no sólo que él fuera el autor de
aquel salmo (lo que sin embargo es su sentido más natural), sino también «tratando
de» o «dedicado a» David.
(F) Cristo y los apóstoles atribuyen a David diversos salmos (Hch. 4:25-26; Sal. 2; Hch.
2:25-28; Sal. 16; Ro. 4:6-8; Sal. 32; Hch. 1:16-20; Ro. 11:8-10; Sal. 69; Hch. 1:20; Sal.
109; Mt. 24:44; Mr. 12:36-37; Lc. 20:42-44; Hch. 2:34; Sal. 110).
(g) El salterio.
El Salterio. bajo su forma actual, era la colección de himnos para el culto del Templo
restaurado después del cautiverio. Su riqueza espiritual lo hacía adecuado asimismo
para las celebraciones religiosas particulares (Mt. 26:30; véase PASCUA). La colección
se compone, como sucede con nuestros modernos himnarios, de obras datando de
diversas épocas. El título de los salmos indica con frecuencia su origen. De ello se
desprende que hubo Salterios anteriores a los del Templo de Zorobabel. Se pueden
distinguir:
(A) La colección de David. En base a los títulos del texto heb., son setenta y tres los
salmos que pertenecían primitivamente a esta primera colección de alabanzas: 3 a 9;
11 a 32; 34 a 41; 51a 65; 68 a 70; 86; 101; 103, 108 a 110; 122, 124; 131; 133; 138 a
145. En la versión griega no hay encabezamiento para los Sal. 122 y 124; en cambio, los
Sal. 33; 43; 67; 71; 91; 93 a 99; 104 y 137 sí llevan encabezamiento, además de los
salmos que lo llevan en el texto heb., siendo atribuidos a David. Además, en esta
«colección de David», trece salmos tienen una introducción en prosa: Sal. 3; 7; 18; 34;
51; 52; 54; 56; 57; 59; 60; 63; 142 (solamente los salmos titulados «de David»
presentan esta introducción). Por otra parte, no se puede descartar que algunos
salmos «anónimos» sean de David. Concretamente, el Sal. 2, formalmente anónimo en
el actual texto heb., es atribuido de manera clara a David en el NT (Hch. 4:25-26). Más
tarde, se irían añadiendo himnos al Salterio, y serían empleados por numerosas
generaciones en los servicios, tanto públicos como privados. No hay nada implausible
en este desarrollo. Sin embargo, el Salterio mantuvo su titulo primitivo: «Las oraciones
de David, hijo de Isaí» (Sal. 72:20), aunque contuviera incluso poemas compuestos
después de la destrucción de Jerusalén por los babilonios. Cuando la colección de
David se unió a las otras colecciones, cada uno de los salmos recibió una anotación que
indicara su origen. Hubo escritos de profetas, sacerdotes y poetas anteriores al exilio
que sobrevivieron a la catástrofe nacional; no es sorprendente que una importante
serie de himnos también fuera preservada, y que fuera incorporada a la nueva
colección.
(B) La colección empleada por los hijos de Coré, familia de la que algunos miembros
tenían el puesto oficial de cantores. Son once los salmos que llevan un
encabezamiento indicando este origen: 42; 44 a 49; 84; 85; 87; 88.
(C) La colección de Asaf o de miembros de su familia, que eran músicos y cantores del
Templo (véase ASAF). Doce salmos, 50 y 73 a 83, constituían esta colección. Además de
estas tres colecciones, numerosos poemas, sencillos y breves, fueron también
admitidos para el culto público. Pero las tres colecciones primitivas constituyen las dos
terceras partes de todo el Salterio.
(A) Se reunió una serie de salmos elegidos de entre las tres colecciones primitivas. La
idea esencial en estos himnos es Dios en la plenitud de Sus atributos, Sal. 42 a 83. Este
grupo incluía: la colección de Asaf, posiblemente el conjunto de los doce salmos; siete
salmos de los coreítas; unos veinte himnos adicionales del Salterio de David; un salmo
sacado de los libros de Salomón. Esta colección, que tenía por objeto suplir las
necesidades del culto, comprendía salmos que expresaban adoración y contemplación.
(C) Elección de los salmos, extraídos especialmente de las tres colecciones primitivas
por parte del músico principal. Este grupo contiene cincuenta y cinco salmos que
figuran en el Salterio definitivo: 39 de la colección de David, 9 de la de los hijos de
Coré, 5 de la de Asaf, y una o dos composiciones que no llevan nombre: 66 y 67 (a
menos que este último sea de David, conforme lo indica la LXX). La LXX añade a estos
55 otro de la colección de David: el Sal. 30. Incorporan también la Oración de Habacuc
(Hab. 3:1-19). En nuestro Salterio actual, todos los salmos que llevan indicaciones
musicales son los que habían figurado en este grupo; insertado en el Salterio definitivo
no se compone, sin embargo, sólo de salmos con anotaciones musicales. Esta última
constatación confirma asimismo que se trata de una colección. Las anotaciones
podrían referirse sólo al músico principal, lo que explicaría que se le mencione. Los
salmos que formaban parte de la colección del músico principal quedan indicados
como tales en el Salterio definitivo.
(h) Fecha de redacción de un salmo en base a las diversas pruebas internas.
El empleo de estos criterios exige una gran prudencia, por las siguientes razones: la
poca cantidad y brevedad de las obras literarias para permitir su comparación; el
hecho de que el compositor se viera obligado a recurrir a vocablos de otros dialectos
semíticos, por cuanto el paralelismo de la poesía heb. demanda el uso de sinónimos
(cfr. Sal. 19:3-5); utilización de un vocabulario poético, caracterizado por términos y
construcciones inhabituales; diferencias de vocabulario y de formas exhibidas por los
diversos dialectos heb. de la nación israelita (cfr. Jue. 5; 1 R. 17 a 2 R. 8; Oseas, Jonás).
A menos que no se cite una fecha conocida de manera expresa (Sal. 137), estas
alusiones no permiten muchas precisiones. Las circunstancias que evoca el salmo en el
espíritu de un lector moderno (p. ej., el Sal. 46 hace pensar en la victoria sobre
Senaquerib, cfr. Is. 36-37), pueden no ser en absoluto aquellas a las que se refiere el
salmista. Efectivamente, la cuestión que se plantea es si los acontecimientos descritos
lo son de tal manera que se excluye todo otro hecho análogo.
(D) El empleo de la primera persona del singular o del plural revela que el redactor
representa con frecuencia a la comunidad, no expresando únicamente sus propios
sentimientos. Israel es personificado de comienzo a fin de su historia. Ello se advierte,
p. ej., en el Decálogo y en su prefacio. Los profetas se sirven constantemente de este
proceder; su empleo en un salmo no permite la determinación de la fecha de
redacción (cfr. la primera persona del sing.: Dt. 7:17; 8:17; 9:4; Is. 12:1, 2; Jer. 3:4;
10:19, 20; 31:18, 19; Os. 8:2; 12:9; 13:10; Mi. 2:4). El examen atento de numerosos
casos lleva al siguiente resultado: no existe razón alguna que conduzca a rechazar la
autenticidad de ninguno de los encabezamientos. En otras palabras: el contenido de
los salmos se corresponde con lo indicado en el encabezamiento.
(i) Expresiones técnicas.
«Seminit»: instrumento de ocho cuerdas; otra trad.: octava de bajo (Sal. 6; 12; 1 Cr.
15:21).
«Mizmor»: poema lírico; término traducido como «salmo» (Sal. 3 y muchos otros
salmos).
«Sigaion»: prob. poema lírico para alabanza de Dios (Sal. 7; Hab. 3:1).
Los cánticos graduales (Sal. 120-134) fueron probablemente escritos para los
peregrinos que subían a Jerusalén.
(j) Contenido espiritual
No se debe olvidar que los profetas del AT no llegaron a alcanzar qué «indicaba el
Espíritu de Cristo que estaba en ellos» (1 P. 1:11). La experiencia propia de David no le
hubiera llevado a poner por escrito el contenido del Sal. 22. Pero, siendo profeta, es
evidentemente el Espíritu de Cristo en él que le dio las palabras que serían
pronunciadas por Cristo desde la cruz. Tenemos aquí un claro ejemplo de un salmo
profético. Es indudable que el espíritu profético se hace presente en todos ellos.
Siendo que la principal característica de los Salmos es la profética, presentan por ello
un aspecto enteramente diferente del que muchos le atribuyen como libro de
experiencia cristiana. La piedad que se respira en los Salmos es siempre edificante, y la
profunda confianza en Dios que en ellos se expresa bajo pruebas y dolores ha alentado
el corazón de los santos de Dios en todo tiempo. Estas experiencias santas han de ser
preservadas y abrigadas. Sin embargo, un hecho que ha provocado no pocas
perplejidades y problemas para muchos es la presencia de los salmos o pasajes
imprecatorios, en los que se pide a Dios la destrucción de los propios enemigos. La
presencia de frases como «dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña»
(Sal. 137:9), imprecación dirigida contra Babilonia, la destructora de Jerusalén, no
concuerda con el carácter del cristianismo. El cristiano es embajador de Dios en
«gracia». La solución no reside tampoco en «espiritualizar» este tipo de expresiones,
porque queda en pie que el espíritu en que fueron proclamadas era el de venganza. Sin
embargo, estas imprecaciones sí son inteligibles con respecto al futuro, cuando el Día
de la Gracia habrá llegado a su fin, y cuando el Señor, en medio de juicios, frente a una
apostasía universal y ante una oposición total, obrará mediante la destrucción de Sus
enemigos la liberación de Su pueblo terrenal (véanse ESCATOLOGÍA, ISRAEL [EL
PUEBLO DE], MILENIO, TRIBULACIÓN [LA GRAN]).
Los Salmos constituyen parte integral de las Sagradas Escrituras, y se tiene que
dilucidar su verdadero puesto y pertinencia antes de que puedan ser interpretados de
una manera correcta. Los escritores no eran cristianos, y no podían expresar la
experiencia cristiana, centrada en la gracia, no en la Ley (véanse GRACIA, LEY). Sin
embargo, su confianza en Dios y el espíritu de alabanza allí expresado pueden
frecuentemente ser los de un cristiano, e incluso avergonzar a muchos cristianos.
Cristo se halla por todas partes, ya en aquello por lo que Él pasó personalmente, ya en
Sus simpatías hacia Su pueblo Israel, que tendrá su culminación en el acto por el cual Él
los introducirá a una bendición plena en la tierra, en aquel día en que será
abiertamente reconocido como «Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno,
Príncipe de paz».
(k) Distribución.
Ya se ha visto anteriormente que el libro de los Salmos está distribuido en cinco libros.
Cada uno de ellos tiene sus propias características proféticas. Cuanto mejor se
adviertan, tanto mejor se verá cómo el orden en que se hallan ha sido dirigido
divinamente.
El Segundo Libro abarca del Sal. 42 hasta el final del 72. El remanente es aquí
contemplado fuera de Jerusalén, y la ciudad entregada en maldad. En el Primer Libro
se usa el nombre Yahweh (o Jehová) constantemente, pero en éste Dios es invocado
como tal: los fieles se apoyan más enteramente en lo que Dios es en Su propia
naturaleza y carácter, cuando ya no pueden dirigirse al lugar en el que Jehová ha
puesto Su nombre: el Anticristo prevalece allí.
El Tercer Libro contiene los Sal. 73 a 89. La perspectiva llega hasta la restauración de
Israel como nación, y están a la vista sus intereses generales. El santuario es un tema
destacado. El pensamiento no queda tan limitado, como en los libros anteriores, al
remanente judío, aunque se mencionan los fieles. En este libro sólo aparece un salmo
con la autoría de David. La mayor parte son «para, o de» Asaf y los hijos de Coré:
levitas. En el Sal. 88 se oye el amargo clamor de un alma que sufre la ira de Dios debido
a la Ley quebrantada; en el Sal. 89 se da alabanza por el inmutable pacto de Jehová
con David, extendida al Santo de Israel, Rey de ellos. Celebra las misericordias fieles a
David, aunque la casa de David hubiera fracasado totalmente y estaba caída.
El Cuarto Libro abarca desde el Sal. 90 hasta el 106. Comienza con un salmo de Moisés.
En esta sección se contempla la eternidad de Elohim, el Adonai de Israel, como
habiendo constituido siempre el refugio de ellos, como se afirma en el v. 1. Es una
respuesta al final del Sal. 89; cfr. también Sal. 102:23-28 con 89:44, 45. En el Sal. 91 el
Mesías toma Su lugar con Israel; y en Sal. 94-100 es Jehová quien viene a este mundo
para establecer Su reino en gloria y orden divino. Es la introducción del Primogénito en
la tierra, anunciada por el clamor del remanente.
El Quinto Libro incluye Sal. 107 hasta el final del 150. Este libro da los resultados
generales del gobierno de Dios. Se alude a la restauración de Israel en medio de
peligros y dificultades; la exaltación del Mesías a la diestra de Dios hasta que Sus
enemigos sean puestos por estrado de Sus pies; los caminos de Dios con Israel; toda la
condición de la nación, y los principios sobre los cuales están en relación con Dios,
estando Su ley escrita en Sus corazones; el libro finaliza con alabanza plena y continua
después de la destrucción de sus enemigos, en lo que toman parte juntamente con
Dios.