Los mensajes que enviamos
PASAJE CLAVE: Efesios 4.29 | LECTURAS DE APOYO: Lucas 2. 40, 52 | Juan 3.16 | Romanos 5.6-8; 8.14-15
Efesios 3.20 | 1 Tesalonicenses 5.23
INTRODUCCIÓN:
¿Cómo nos comunicamos?
Sin lugar a dudas los humanos nos comunicamos
por medio de nuestras palabras y acciones. Por
una parte, es posible que una palabra sirva de
estímulo a una persona cansada, triste o en
dificultades; pero también puede ser destructiva,
pues si nos descuidamos hablaremos a la ligera
sin tener la mínima intención de ofender, para
luego ofrecer una breve disculpa a fin de sanar la
herida que hayamos causado. Además, no todos
los mensajes que enviamos son verbales.
Nuestros gestos, expresiones faciales o el tono
de nuestra voz comunican aceptación o rechazo,
satisfacción o disgusto, amor u odio. Y muchas
veces, sin darnos cuenta, basta con nuestra
presencia para comunicar un mensaje.
¿Qué estamos comunicando con nuestras
palabras y acciones? Debemos cerciorarnos, estar
seguros de que todo mensaje que enviemos sea
agradable delante de Dios a fin de elevar, alentar
y motivar a quienes nos rodean.
DESARROLLO DEL SERMÓN:
El poder de las palabras
El apóstol Pablo instruyó a los cristianos,
diciéndoles:“Ninguna palabra corrompida salga
de vuestra boca, sino la que sea buena para la
necesaria edificación, a fin de dar gracia a los
oyentes” (Ef 4.29). Esta exhortación no solo quiere
decir que debemos evitar decir malas palabras;
también es claro que debemos esforzarnos para
que gracias a ellas seamos medios de bendición
para quienes nos oigan. Las palabras tienen un
poder sorprendente pues todos somos producto
de lo que la gente nos ha dicho. Padres, maestros,
amigos, parientes y personas que merecen nuestro
respeto nos han alentado o desmoralizado con sus
palabras. Incluso, la lengua puede influir en toda
una nación, como en el caso de Hitler que con
su palabrería contribuyó para destruir gran parte
de Europa, en tanto que la oratoria de Churchill
impulsó a Inglaterra y a los países aliados a derrotar
a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Tres puntos esenciales de la plenitud
Dios creó al hombre en tres partes constitutivas:
cuerpo, alma y espíritu (1 Ts 5.23). El alma
incluye la mente, la voluntad, las emociones, la
conciencia y la capacidad para captar lo que
hacemos o entendemos. Nuestro Padre celestial
se interesa primordialmente en nuestro espíritu,
o sea la parte que se relaciona con Él. Todo lo
que afecta al espíritu del hombre afectará su
alma y, en última instancia, su cuerpo; pero todas
las tres partes de una persona son afectadas por
la manera en que interpretamos lo que nos ha
sido comunicado.
Por consiguiente, toda persona debe tener
sentido de pertenencia, de valía y de aptitud a
fin de experimentar plenitud emocional. En
otras palabras, todos debemos sentirnos aceptados,
dignos de ser conocidos, amados y competentes
para tener éxito en la vida. Y solo Dios puede
suplir estas tres necesidades esenciales, solo Él
puede darnos el sentido genuino de pertenencia.
Romanos 8.14-15 declara: “Porque todos los que
son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu
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 de esclavitud para estar otra vez en temor, sino
que habéis recibido el espíritu de adopción, por
el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. Desde el
momento en que aceptamos a Cristo como
nuestro salvador pertenecemos a nuestro Creador.
Él también nos otorga el sentido de valía, pues
envió a su Hijo unigénito a morir en la cruz por
nuestros pecados, no porque lo mereciéramos,
sino simplemente porque nos amó (Jn 3.16) y
también desea que sintamos que somos valiosos.
Además, nos da sentido de aptitud, de ser
competentes pues su Santo Espíritu mora en
nosotros con el fin de capacitarnos para llevar a
cabo todo lo que nos ordene y para que podamos
hacerlo conforme a su voluntad (Ef 3.20). Estos
tres aspectos, pertenencia, valía y aptitud, son
absolutamente indispensables para estar completos
emocionalmente, pues mediante el sentido de
pertenencia sentimos aceptación; mediante el
sentido de valía podemos sentir que somos
amados; y gracias al sentido de aptitud, tenemos
seguridad. Quienes tienen solo uno o dos de estos
sentidos no estarán debidamente equipados para
enfrentar los desafíos que se les presenten.
Advertencias para los padres
Como padres, necesitamos poner atención
no solo para expresar las palabras adecuadas a
nuestros hijos, sino tener cuidado de cómo nos
comunicamos con ellos con ademanes, gestos y
actitudes. Eso afectará tanto el concepto que
tengan de sí mismos como su conducta y lo que
creen acerca de Dios y las enseñanzas bíblicas.
Padres, sean cautos al hablar de mujeres. Si
ustedes constantemente las critican por su peso
excesivo o encomiando a las que consideran
atractivas, sus hijas crecerán valorando más su
apariencia que su carácter. Además, si ustedes
admiran a las mujeres que se visten de manera
seductora, sus hijas procederán a imitarlas con
tal de satisfacer a su padre. Desgraciadamente la
ropa atrevida generalmente atrae la atención de
jóvenes poco escrupulosos por lo que sus hijas
podrán despertar apetitos que puedan resultar en
embarazos prematuros.
En lugar de eso, esfuércense por inculcar en
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sus hijos valores de dignidad y de sometimiento
a Dios. Por eso, desde que ellos sean pequeños
enséñenles preceptos básicos para que aprendan
a depender de Dios. Cada hijo es un don de Dios,
un tesoro de gran valor para ustedes y para Él.
A medida que vayan creciendo exhórtenles a
honrarlo, a gozarse de la comunión con Él, a
valorar debidamente las enseñanzas bíblicas en
cada aspecto de su vida, en cada decisión y en
cualquier ambiente en el que se encuentren.
Resístanse a compararlos con los demás niños,
con los demás adolescentes, con los demás
jóvenes. En cambio, impúlsenlos a comportase
como verdaderos hijos del Padre celestial que les
ama y desea que su vida sea productiva, que logre
las metas que Él mismo les trace y que en todo
hagan lo mejor que puedan sin necesidad de
seguir el ejemplo de nadie más que del Señor
Jesucristo (Lc 2.40, 52).
CONCLUSIÓN:
Todos necesitamos tener sentido de pertenencia,
de valía y de aptitud. Pero esas tres necesidades
son complementadas en plenitud por nuestro
Padre celestial al permitir que sintamos
aceptación, que somos amados y que tenemos
seguridad eterna con Él, lo que solo puede
lograse mediante la relación personal con Dios
gracias a que su Hijo Jesucristo fue a la cruz a
morir por todo aquel que crea en Él como su
salvador.
No importa cómo nos hayan tratado ni lo que
otros hayan pensado en cuanto a nuestra valía ni
quiénes nos hayan rechazado; Dios no deja de
amarnos. Él desea sanar todas las heridas que
hayamos sufrido en el pasado y en lugar de ellas,
darnos un fundamento inconmovible para toda
la vida. Si nos entregamos a Él sin reserva, el
Señor nos usará para su gloria como jamás nos
hubiéramos imaginado.
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