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Hacer algo a favor de otras personas puede significar muchas cosas distintas:
por ejemplo, dar cosas, dar tiempo, prestar posesiones, perdonar, escuchar (dar
atención), saludar, recibir, etc., y todos estos actos suponen una decisión en
algún momento dado. La voluntad, sabemos, tiende por naturaleza, hacía el
bien. Sin embargo, la generosidad supone utilizar la voluntad para acercarse al
bien. Se trata de una entrega, una decisión libre de entregar lo que uno tiene.
No se trata de repartir lo que uno posee de cualquier modo, de abandonarlo.
Por eso podemos indicar que una de las facetas básicas de la generosidad es la
apreciación del valor de lo que poseemos. En ocasiones, la dificultad radicará
en una confusión superficial, de no saber identificar adecuadamente nuestras
posesiones o nuestras posibilidades. Se nota claramente en expresiones. del tipo
«no, sería capaz de ... », «no tengo tiempo para ... », «no sabría hacerlo ... »,
etc., cuando muchas veces el problema no está en la capacidad, en el tiempo, en
el saber hacer, sino en la falta de confianza en las propias posibilidades o en la
falta de apreciación de lo que realmente uno es capaz de hacer. Por otra parte,
un problema muy común se encuentra en el valor que se da a cada una de las
posesiones. ¿Qué «vale» más, un juguete caro o dos horas de mi tiempo? Para
contestar a esta pregunta habría que establecer unos criterios de valoración. Si
un criterio fuera «la alegría de un hijo» seguramente «las horas de tiempo» son
más valiosas.
Otro peligro consiste en dar objetos tangibles como un mal menor. Por no tener
que molestarse en dar algo que cueste mayor esfuerzo. Un ejemplo sería un
padre que regalase muchas cosas a sus hijos en compensación por no pasar
tiempo con ellos.
Podemos ser generosos con el tiempo llenándolo de actividad o creando un
ambiente propicio para aumentar un sentimiento de hogar, de sosiego, de
tranquilidad, de seguridad; de unidad. En este sentido, podemos hablar del
valor de la presencia, especialmente en este caso, del padre en su casa.
Se notará una actitud generosa en una persona que esté dispuesta a esforzarse
para hacer la vida agradable a los demás, saludando a alguien que en
principio le molesta y atendiendo a una serie de detalles que se sabe van a
agradar a otra persona.
Pero no se trata sólo de dar. Se puede acusar una falta de generosidad en una
persona que no está dispuesta a recibir, que no deja a los demás ser generosos
con ella. En este sentida, se observa que algunas madres de familia se exceden
en su atención para con sus hijos. No permiten a los hijos esforzarse en bien de
la familia y les centran, únicamente, en el éxito personal o en el bienestar.
Aunque puede parecer que este tipo de persona está actuando por motivos
buenos, después de reconocer la necesidad que tiene la persona de salir de sí,
de entregarse a los demás, veremos que de hecho es perjudicial. Matizando esta
dificultad, veremos que también es más fácil, en muchas ocasiones, realizar una
serie de tareas nosotros mismos que orientar a los hijos para que lo hagan
ellos. De hecho existirá una sustitución innecesaria y estaremos restringiendo
las oportunidades que tienen los hijos de adquirir un hábito bueno operativo en
torno a la generosidad.
Por todo lo que hemos dicho, es evidente que la persona necesita motivos para
esforzarse a ser generoso. Tiene que utilizar su voluntad en serio y orientarlo
con su razonamiento. Pero vamos a concretar más considerando otros aspectos
de la definición inicial. Dijimos «actúa en favor de otra persona
desinteresadamente».
DAR Y DARSE
Por eso, es más importante el concepto de «darse» que el de dar. Se puede dar,
como vimos antes, sin identificarse con lo dado, sin simpatizar con la otra
persona. El acto queda así como una señal visible a los demás, pero que, a la
vez, engaña. Lo que buscamos es un dar incondicional, que es lo mismo que
decir «darse».
Pero para darse hace falta saber lo que uno es y autoposeerse en cierto grado.
Se confunde muchas veces los dos conceptos «darse» y «abandonarse». No se
trata de dar cualquier cosa a cualquier persona en cualquier momento. Eso es
abandonarse, dar sin criterio o, mejor dicho, dejarse robar sin valorar las
propias posesiones. Veremos qué sentido tiene eso si pensamos en el cuerpo. Si
no se entiende el valor y la dignidad del cuerpo, es posible que se llegue a una
situación de abandono, incluso justificándolo en términos de «así se da placer
a otro». Un profesional no cedería su puesto de trabajo a un vagabundo aunque
le diese «placer». Mucha más razón de guardar el cuerpo para poder
entregarlo con generosidad en una relación bendecida por Dios, es decir, en el
matrimonio, cuando la otra persona reconozca la grandeza de la entrega y la
respete.
Valor De La Generosidad
El valor de la generosidad consiste en dar a los demás más allá de lo que nos
corresponde por justicia u obligación. Implica la capacidad de salir de
nosotros mismos y, por un acto de amor, enfocar las necesidades de los otros.
Se expresa en diferentes dimensiones de la acción humana. En la dimensión
material significa compartir nuestras pertenencias. En la dimensión espiritual
consiste en poner nuestras capacidades y atributos al servicio de quienes nos
rodean mediante una acción objetiva de ayuda.
DAR Y RECIBIR