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¿Por qué desapareció el caudillismo en República

Dominicana?

Los últimos caudillos de la política dominicana fueron Joaquín Balaguer y Juan Bosch. No hay
caudillismo vigente en el partidismo nacional, en ninguna de sus vertientes. Existen los liderazgos
fortalecidos o los liderazgos consistentes.

El caudillismo fue una constante en las luchas partidarias -intensas, brutales, incluso sangrientas- del
siglo diecinueve y gran parte del siglo veinte. Pero, comenzó a sufrir variantes considerables a partir
de 1973 cuando Juan Bosch, vencido por las circunstancias internas, sale del Partido Revolucionario
Dominicano que había contribuido a fundar en 1939 y refunda su liderazgo creando el Partido de la
Liberación Dominicana. Desde la desaparición de Bosch y su antagonista político, Joaquín Balaguer,
se extingue el desarrollo caudillista en la política dominicana y comienza el proceso de
racionalización del liderazgo partidario, con figuras emergentes que venían haciendo carrera política
desde hacía años, desde posiciones y actitudes modestas, y que pocos pudieron vaticinar que serían
los nuevos líderes de las contiendas partidarias de los finales del siglo pasado, acentuados en el
corto espacio de los catorce años de esta aún muy joven centuria.

Con las mudanzas, veleidades y variables de cada caso -que marcan diferencias muy acusadas-, el
caudillismo político dominicano tiene nombres concretos: Pedro Santana, Buenaventura Báez, José
María Cabral, Gregorio Luperón, Ulises Heureaux, Juan Isidro Jimenes, Horacio Vásquez, Rafael
Leonidas Trujillo, Joaquín Balaguer y Juan Bosch.

No fueron -ni son- caudillos, Mon Cáceres, José Francisco Peña Gómez, Hipólito Mejía y Leonel
Fernández. En sus casos, son representantes de un liderazgo consistente, fortalecido, robusto, que
se sostuvo o se sostiene por encima de los irremediables vaivenes y ruidos de la política vernácula,
tan dada históricamente a la insidia y a los más estólidos desbordamientos.

Los caudillos, para ser tales, deben tener un liderazgo eminente, incuestionable, que no admita ni
disidencias gravosas, ni registros partidarios que enfrenten sus decisiones, ni transgresiones que
afecten su poderío, ni mucho menos derrotas que laceren, opaquen o disminuyan su liderazgo. José
Francisco Peña Gómez, de alguna manera, arrebató a Bosch el dominio perredeísta, en conciliábulo
con distintas fuerzas que vulneraron las normas de conducta que había establecido el líder fundador
del partido, pero no alcanzó, a pesar del liderazgo solvente que adquirió más adelante, el título de
caudillo.

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