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Pretensión de este trabajo es, pues, poner de relieve que una parte de esa misión
cristiana en América – más en concreto en el virreinato de Nueva España y en los años
14
Cabe recordar que, por ejemplo, a pesar del interés por la defensa del indígena que se
atribuye a Las Casas (sin duda lo poseía), este no le movió a comprometerse hasta el
extremo de aprender la lengua común de la región de la que fue nombrado obispo y que
pronto abandonó. Bien es verdad que otros hermanos de hábito siguieron pronto la senda
señalada por la orden franciscana y destacaron en el ejercicio de la lingüística misionera.
15
Este distinto trato y talante frente a los indígenas ha sido ya señalado por Robert Richard en
La Conquista espiritual de México. México: FCE, 1986, pag. 103: “(…) Hay que tener en la
mente también (…) que entre los misioneros de nueva España siempre hubo dos tendencias
bien definidas: una favorable, hostil la otra a los indígenas”.
16
El primer intento explícito de “reducción” sería el de Cumaná en Venezuela (1501), que
preveía una evangelización al margen de las ambiciones de soldados y encomenderos en este
asentamiento creado por los franciscanos. Por desgracia el intento fracasó veinte años
después. También por desgracia la reducción ha tenido mala prensa entre cierta crítica
antihispana. Ver, por ejemplo, Alan Knight, Mexico. The colonial era. Cambridge:
Cambridge University Press, 2002, pag. 26 y ss. Esta institución pretendía mantener a los
indígenas al margen de la sociedad europea allí establecida para su mejor protección y
conservación de sus costumbres.
17
A este respecto no cabe argüir en contra utilizando la destrucción de los templos e ídolos o,
incluso, de los códices mayas por parte de Diego de Landa, que en todo caso se hizo en
ocasiones con una discreción y tolerancia mayores de las que se supone. El mercedario que
acompañaba a Cortés, Bartolomé de Olmedo, no cesaba de aconsejar prudencia en la
destrucción radical de los ídolos: “No es justo que por fuerza les hagamos cristianos”.
imponía el poder político. El método consistió no sólo en el estudio profundo de las
lenguas sino también de las culturas de los pueblos misionados para, utilizando la
empatía que de ello pudiera derivarse con los evangelizandos, crear una fraternidad, no
sólo de fe, sino también de convivencia. En la medida en que los misioneros tuvieron en
cuenta el modo de ser cultural de los pueblos misionados 18, éstos vieron en el fraile un
espécimen social (distante tanto de la actitud del renegado Guerrero19 como del brutal
conquistador Nuño de Guzmán20) por el que podían sentir una cierta proximidad.
En este contexto resulta perentorio advertir que el término con el que cierta antropología
indigenista, más de salón que de campo, pretende (des)calificar el proceso de
evangelización, a saber, el de transculturación21, debe despojarse en el caso de la
evangelización del Nuevo Mundo de las connotaciones negativas de las que viene
cargado el término22. Otros términos próximos utilizados como el de aculturación o
18
Ya el mencionado Richard ha señalado que la intención de los frailes españoles fue más la
conversión – es decir, desde su perspectiva, el bien de los indígenas – más que la institución
de una iglesia nacional mejicana. Sobre si esto fue una opción acertada se puede discutir,
pero innegable resulta que ellos lo hicieron en la mejor de las intenciones y de ello derivaron
más de un enfrentamiento con el clero secular.
19
Gonzalo Guerrero fue soldado de la expedición de Grijalva y compañero de Jerónimo de
Aguilar que, tras el cautiverio entre los indios del Yucatán y al encontrarse de nuevo con los
cristianos, prefirió permanecer entre los naturales, ya que tenía esposa y descendencia
mestiza que no quiso abandonar. En el trascurso de los posteriores enfrentamientos de las
tribus originarias con los españoles, organizó una resistencia encarnizada contra estos.
Resulta obvio que de los españoles recibiera el calificativo de “renegado” y que por parte de
la historiografía indigenista, que en este caso ve con buenos ojos su proceso de aculturación,
se lo calificó de “padre del mestizaje”.
20
Nuño de Guzmán, juez de la Audiencia que sustituyó a Cortés y que emprendió la conquista
de Nueva Galicia (territorio que se correspondería en la actualidad con Guadalajara) se
señaló por su brutalidad tal y como testimonian tanto Motolinía como el Padre Las Casas.
21
El término fue creado por el sociólogo cubano Fernando Ortiz en los años treinta del pasado
siglo y desde entonces se ha hecho de curso legal.
22
La transculturación, entendida mayormente como pérdida de identidad por parte del pueblo
conquistado, ha sido un fenómeno constante a lo largo de la historia de la humanidad.
Alejandro transculturó a los pueblos del Próximo Oriente y los árabes lo hicieron con todo el
mundo oriental y submediterráneo. No digamos nada de las modernas potencias
colonizadoras de los siglos XIX y XX. Era un proceso que mayormente era inevitable
cuando una de las partes se presentaba en la confrontación cultural con un mayor grado de
desarrollo, extremo este que, en definitiva, aportaba ventajas indiscutibles. En Méjico, por
ejemplo, la sustitución de la teogonía y cosmogonía aztecas – que llevaban implícitos los
violentísimos sacrificios humanos de los que ya Cortes daba noticia en sus Cartas de
relación–, por la religión cristiana supuso la eliminación de aquellos usos sacrificiales así
como la eliminación de la antropofagia, lo cual supone un progreso a pesar de que se hiciera
a costa de la aniquilación de lo que entonces eran lugares de culto que hoy en día son, por
supuesto, respetabilísimos objetos arqueológicos. El relativismo cultural en boga parece
suponer que todo aquello que se pone bajo el epígrafe cultura, entendiendo por ello incluso
actos o usos tales como la reducción de cabezas en la selvas amazónicas, la ablación genital
de la mujer o incluso el apedreamiento como elemento de ejecución de justicia, es
intocable… siempre que no sean actividades ejercidas en Occidente. Justo es denunciar
también que en el momento actual está teniendo lugar el mayor proceso de transculturación
jamás acaecido en aras de una globalización de signo económico y bajo férula anglosajona,
una transculturación que se acepta con el fatalismo de lo inevitable y que no permite
reflexiones morales. Ese relativismo se insinúa en bellos relatos literarios que desde el punto
inculturación resultan incluso más desechables. Más propio sería hablar de
interculturación, pues de eso se trató: de una interacción que dio como resultado una
nueva y tercera identidad.
de vista histórico resultan panfletarios, tales como el del escritor costarricense José León
Sánchez Tenochtitlan. La última batalla de los aztecas o el de Laura Esquivel Malinche.
23
La acogida de elementos decorativos indígenas en los retablos de muchas iglesias
(Tonantzin cerca de Puebla o Santo Domingo en Oaxaca) e incluso la denominación
“colonial” para calificar el estilo arquitectónico propio dan muestra de este diálogo cultural.
24
Este valiente franciscano, que mayormente en solitario (pasaría una docena de años en total
soledad cultural y espiritual en Peking) emprendió la tarea de cristianización, introduciría el
huir o lengua tártara en la liturgia cristiana que ejercía, hecho bastante insólito y que hay que
situar a la par con el que tuvo lugar en la España medieval con la incorporación de los ritos
visigóticos y mozárabes a la liturgia católica. Cuando al final de sus días comprobó que sus
sucesores, tras el cambio de dinastía, tenían que aprender el chino, se quejaría de la
dificultad que ello entrañaba para unas personas que no estaban en la lozanía de la edad. En
todo caso, de haber continuado vigente su espíritu en la China Ming, que se apresuró a
expulsar a los misioneros católicos, quizás el diálogo entre Oriente y Occidente hubiera sido
más intenso y sus relación más positiva.
25
Ver al respecto Gaspar Hang, Juan de Montecorvino. Madrid, 1997.
26
En ocasiones se ha hablado, con cierto punto de crítica, de trilingüismo con referencia a la
práctica lingüística excluyente de la Iglesia Católica (hebreo, latín y griego). Es cierto que
Pordenone, Andrés de Perusa, etc., siguieron ese mismo espíritu de identificación con el
territorio a evangelizar hasta que la caída de la dinastía Yuan diera paso a una oclusiva
China, gobernada a partir de entonces durante dos siglos por la dinastía Ming, que
expulsó a los extranjeros. Sólo cuando esta diera paso a la dinastía Quing, se abrieron de
nuevo las puertas de Cathay y el italiano Matteo Ricci y el español Diego de Pantoja
pudieron realizar su labor de proselitismo en base al método que ya los franciscanos
habían ensayado en China y, sobre todo, en el Nuevo Mundo.
La labor de Montecorvino radicaba en una mística o espíritu de la orden franciscana que
inducía a unas actuaciones de carácter empático con aquello que se percibía como
extraño o distinto. El Cantico de las Creaturas es manifestación sublime de esa
fraternidad universal por encima de la diversidad. En ese espíritu, el fundador de la
orden, había emprendido, al parecer, dos viajes de misión in partes infidelium, uno a
Marruecos y otro a Egipto, donde incluso fue recibido en varias ocasiones con el sultán
Malik, quien en prueba de su estima regaló a Francisco un cuernecillo decorado que
todavía hoy se exhibe en Asís entre las reliquias del santo.
La historia de esa empatía comienza con la petición que Cortés hace, tras la conquista
de Tlatelolco, al Emperador Carlos V para que éste enviara frailes evangelizadores de la
orden franciscana a las nuevas tierras. Esta petición fue atendida por la provincia
franciscana de San Gabriel de España que envió, tras selección rigurosa, a doce
franciscanos que han pasado a la posteridad como los “doce apóstoles de Méjico” 28. En
efecto, en la misión “indiana”, la avanzadilla la constituye la orden de Francisco de
Asís. Ya antes de que en 1523 Martín de Valencia, tal y como relata Jerónimo Mendieta
en su Historia eclesiástica Indiana, iniciara la primera misión organizada de Nuevo
España, había habido cinco frailes menores flamencos que, en torno a Pedro de Gante
los textos sagrados estaban expresados en dos lenguas a las que vino a añadirse el latín de la
Vulgata. Con esa limitación lingüística se quería salvar la invariabilidad del texto. Esta
invariabilidad era la que Moor defendía en su Confutatio de la traducción de la Biblia a la
lengua vernácula de Tyndale: al traducir éste la palabra presbiteros por major estaba
laicizando un término con un uso propio en el ámbito de los textos sacros. Bien es verdad
que ese trilinguismo tuvo sus excepciones en el uso litúrgico, donde se admitieron lenguas
vulgares como el mozárabe, el visigótico, el gaglolítico y el ruso.
27
Robert Richard, op. cit. 103 y ss.
28
El nombre de los doce está recogido por Mendieta y otros cronistas. Ellos fueron: Martín de
Valencia, fray Francisco de Soto, fray Martín de la Coruña, fray Juan Suárez, fray Antonio
de Ciudad Rodrigo, fray Toribio Motolinía, fray García de Cisneros, fray Luis de Fuensalida,
fray Juan de Ribas, fray Francisco Jiménez, fray Juan de Palos y fray Andrés de Córdoba. A
los pocos años se embarcaron para Méjico otros grandes franciscanos que pasarían a la
historia: Alonso de Herrera, Antonio de Huete, Andrés de Olmos y Bernardino de Sahagún.
(quizás pariente del emperador y, extrañamente, fraile lego), habían emprendido por su
cuenta la cristianización de los pueblos del Anáhuac. Tanto unos como otros, tanto los
doce apóstoles en torno a Martín de Valencia como los independientes en torno a Pedro
de Gante, se percataron de que, como fase previa a cualquier trasmisión del mensaje
cristiano, se deberían sentar las bases de una comunicación más o menos fluida. Una de
las primeras experiencias habidas una vez llegados a la meseta del Anáhuac29, fue la de
la enorme diversidad de lenguas que dificultaban la labor de comunicación y, por ende
de evangelización, y que sólo era mitigada por la presencia y uso de unas cuantas
“lenguas generales”. Estas, sin embargo, no bastaban para lograr una comunicación
identificativa con cada uno de los pueblos que se misionaban30.
El grupo de los Doce guiados por Martín de Valencia habría realizado el viaje desde
España en el escaso tiempo de tres meses hasta llegar a la meseta de Méjico. Dado que
la capital estaba todavía recuperándose de las heridas producidas por la conquista, los
frailes habrían decidido establecer en Tezcoco (localidad próxima a la que Jerónimo
Mendieta señala una población de treinta mil almas)31, el primer asentamiento para, a
partir de allí expandirse por todo el territorio de la meseta central32. Pronto seguiría la
fundación del convento de San Francisco, situado a unos centenares de metros del
centro neurálgico de la antigua religión azteca, el Templo Mayor, de la capital. Allí se
haría famoso por su humildad y pobreza fray Toribio de Benavente, alias Motolinía,
término que en náhuatl significa precisamente pobreza. Más tarde, ya con la segunda
oleada que tiene lugar en 1524 y en la que llegaría Bernardino de Sahagún, se
emprendería la erección de un nuevo centro franciscano en Tlatelolco, localidad
próxima a Méjico, hoy incluida en el DF. En estos conventos y en locales anexos a los
mismos (que ya medio siglo después se integraba en varias provincias independientes:
Santo Evangelio, san Pedro y san Pablo, etc.) establecieron centros de enseñanza en los
que se llevaría a cabo de manera sistemática una labor de investigación y recuperación
de las lenguas y antigüedades (“antiguallas” las llamaría Sahagún) indias. Estas escuelas
fueron centros de enseñanza y aprendizaje mutuos en los que frailes por una parte y
ancianos y niños aztecas por otra mantuvieron una intensa comunicación sobre temas de
lengua y cultura indias y sobre la religión cristiana por otra. En una época atormentada
por la memoria histórica, estúpido término redundante, pues toda memoria es histórica,
a la hora de hacer cuenta del pasado mejicano y franciscano (y de este forma parte la
traducción), debemos empezar por el principio so pena de andar errados a lo largo del
camino que toque recorrer. Y ese inicio fue, como en el Evangelio, la palabra.
Para salir de este estado de incomunicación se invirtió la dinámica docente haciendo del
maestro discípulo y del discípulo maestro. Con la visión providencialista de los
acontecimientos históricos, característica de la orden, Mendieta interpreta la heurística
pedagógica de los misioneros como inspiración divina y convierte lo que era una
ocurrencia nacida de la necesidad en producto de un impulso divino:
“Y púsoles el Señor en corazón que con los niños que tenían por discípulos se
volviesen también niños como ellos para participar de su lengua, y con ella obrar
la conversión de aquella gente párvula en sinceridad y simplicidad de niños. Así
fue, que dejando a ratos la gravedad de sus personas se ponían a jugar con ellos
con pajuelas o pedrezuelas el rato que les daban de huelga, para quitarles el
empacho con el propósito que lo dijo. Y traían siempre papel y tinta en las
manos, y en oyendo el vocablo al indio, escribíanlo, y al propósito que lo dijo. Y
a la tarde juntábanse los religiosos y comunicaban los unos a los otros sus
escriptos y lo mejor que podían conformaban a aquellos vocablos al romance
que les parecía más convenir”34.
De manera semejante a como hacía Lutero en su Brief von Doltmenschen con referencia
a la traducción de la Biblia en el castillo de la Wartburg, también el historiador
franciscano advierte de cómo este trabajo de campo filológico (semejante y próximo a
la traducción, pues de eso se trataba, de traducir los conceptos de los vocablos de una
lengua a otra), comportaba una inseguridad parecida a la que experimenta el traductor
ante un término desconocido: “Y acontecíales que lo que hoy les parecía habían
entendido, mañana les parecía no ser así”.
Poco a poco el trabajo daría sus frutos y se trabajaría… en la traducción de los textos
fundamentales de la religión cristiana, textos que para su mejor memorización se
musicaban35 en un canto llano, es decir, monódico, recurso que fue decisivo a la hora de
33
Citado según la edición electrónica de la edición facsímil de editorial Porrúa, Méjico, 1980.
Los capítulos XV y sucesivos del libro tercero de dicha obra están dedicados a los procesos
de evangelización y a la recuperación de la comunicación interlingüística e intercultural.
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/historia-eclesiastica-indiana--0/html/. (9/08/
2010).
34
Mendieta, op. cit. Ver nota 25.
35
En la utilización de la música como elemento pedagógico, los franciscanos habrían podido
asegurar el éxito de la didáctica catequética:
“Y con esta inteligencia y con la ayuda de los más hábiles de sus discípulos, que
estaban ya muy informados en las cosas de la fe, tradujeron lo principal de la
doctrina cristiana en la lengua mexicana, y pusieronla en un canto llano muy
gracioso que sirvió de un buen reclamo para traer gente a la deprender. Porque
como los niños de la escuela la ovieron dicho algunos días de aquella manera a
los que se juntaban en el patio, fue tanto lo que se aficionaron a ella, y la priesa
que se daban por saberla, que se estaban hechos montoncillos como rebaños de
corderos tres y cuatro horas cantando en sus ermitas y barrios y casas: que por
doquiera que iban de día y de noche no decían y se oía otra cosa sino el canto de
las oraciones, artículos y mandamientos de Dios…”36
Bien es verdad que el conocimiento pasivo adquirido, propio del traductor, no les
capacitaba para seguir la dinámica propia de la catequización y en primer momento
echaron mano de los escolares, para continuar con el desarrollo de la doctrina cristiana
entre los naturales:
“Juntamente con esto no les faltaba la predicación de la palabra de Dios porque
los religiosos no se atreviendo a predicar en la lengua de los indios hasta
perfeccionarse en ella, y viéndose cercados de tantas gentes y pueblos a quien
doctrinar, y conociendo que muchos de sus discípulos entendían muy de raíz las
cosas de nuestra fe que les habían enseñado y mostraban muy hábiles en todo lo
que ponían mano, quisieron aprovecharse de su ayuda y probar para cuanto eran
en el ejercicio de la predicación, pues en su lengua podían decir lo que fraile le
propusiesen… y así estando el religioso presente y habiéndole declarado al
mozuelo sus conceptos en que antes le tenía instruido (como intérprete del
religioso), predicaban en su nombre todo lo que había dicho: lo cual bien
entendía el religioso aunque no se atrevía a proponérselo personalmente y
echaba de ver si iba enteramente dicho o si había en ello alguna falta”.37
Hasta qué punto se habrían identificado los frailes con el náhuatl queda manifiesto en el
pasaje que sigue, en el que Mendieta, refiriéndose a una lengua local no nahua, la llama
“lengua bárbara”:
“(…) yo que escribo esto, llegué a tiempo que aún había insuficiencia de frailes
predicadores en la lengua de los indios, y predicábamos por intérpretes. Y entre
otros me acaeció tener uno que me ayudaba en cierta lengua bárbara. Y habiendo
Que esto permita hablar de una escuela de lingüística misionera es cuestión que no tiene
del todo claro esta estudiosa de las leguas mesoamericanas, aunque sí afirma la
53
En Actas del II Congreso Internacional sobre Los Franciscanos en el Nuevo Mundo (siglo
XVI). Madrid: Deimos, 1988.
54
Ascensión de León Portilla, “Misioneros y gramáticos. Tradición clásica y modernidad
mesoamericana”, en M. Suárez Fernández, Paradigmas de la palabra: gramáticas
indígenas de los siglos XVI, XVII, XVIII. Madrid: Turner, 2007, pag, 39.
existencia de una tradición franciscana:
“La tradición descansa no sólo en el hecho de que los franciscanos fueron los
primeros en poner en arte varias lenguas, sino también en el de conferir a sus
tratados nuevas estructura y nueva doctrina gramatical para explicitar la
naturaleza de las lenguas vernáculas (…)”55.
Junto a esta labor lingüística, que sin duda ha contribuido a perpetuar las lenguas
tratadas (una docena de ellas: la nahua, el tarasco o purépecha, el otomí y el totonaca
entre otros), el corpus de estudios de carácter antropológico que muchos de ellos
realizaron en paralelo a sus estudios lingüísticos pusieron al descubierto el sustrato
cosmovisivo de las culturas mesoamericanas. Las obras de Olmos, Sahagún y Motolinía
son grandes contribuciones de la etnografía y antropología y eruditos actuales
reconocen sus aportaciones al conocimiento de los pueblos de la altiplanicie
mesoamericana.
Pero por encima de eso, los frailes también intentaron verter en su cultura de origen la
cultura literaria de los aztecas. Tanto Andrés de Olmos, como Toribio de Benavente
Motolinía y Bernardino de Sahagún recuperaron en un trabajo minucioso a tres bandas
(ancianos-niños-frailes) la sabiduría indígena que de otra manera habría desaparecido.
Se trata de textos de literatura oral que trasmitían los padres a los hijos y las madres a
las hijas: los huehuetlatolli. De ellos entregaron a la posteridad varias muestras o
incluso colecciones que hoy en día son testimonio único de la cultura azteca
precortesiana. Son 180 los llamados huehuetlatolli que recogían la oralidad azteca y que
el burgalés Andrés de Olmos, el leonés Bernardino de Sahagún y el zamorano Toribio
de Benavente integraron, en mayor o menor medida en sus respectivas obras. Juan
Bautista, ya en el siglo XVII, hizo una colección aparte. Que alguno de ellos no llegaran
a su destino (los integrados en La Historia General de Sahagún, ya que ésta desapareció
requisada por los superiores y tardó en ser publicada tres siglos) muestra que los
franciscanos trabajaron contra corriente de la política oficial.
8.- Conclusión
Por lo anteriormente expuesto, con la brevedad que el marco exige, cabe concluir que la
evangelización franciscana de la América hispana se sirvió de métodos que no
supusieron una transculturación empobrecedora sino más bien la recuperación inicial de
una cultura (expresada en la lengua y la literatura) que en dialéctica
conquistados/conquistadores (relación que, por otra parte se daba en el interior del
mundo conquistado, es decir, entre aztecas y tlaxcaltecas, por ejemplo) posiblemente
habría perecido irremediablemente. En esa metodología, el conocimiento mutuo
desempeñó un papel decisivo. Junto a las “doctrinas”, “confesionarios”, etc., también se
recogió “la voz de los vencidos”, como la denomina León-Portilla (uno de los pocos
casos en los que los vencidos han tenido voz), que halló en la traducción su vía de
expresión, una versión que permitió el trabajo conjunto de los misioneros. Los
huehehtlatolli o la vieja palabra, literatura sapiencial de carácter oral de época
precortesiana, pasó como una de las grandes expresiones de la creatividad colectiva al
canon universal. El hecho de que en las fechas de su aparición, bien entrado el siglo
XIX, la obra de Bernardino de Sahagún fuera saludada como el “libro mejicano” es
indicativo de la función que la labor de los frailes, misionera pero polivalente, tuvo en la
constitución de la identidad de Mesoamérica. Junto con el Popol Vuh, fijado en esta
misma época (aunque no traducido hasta bien entrado el siglo XVIII) y la traducción de
los Diálogos de amor de León Hebreo, llevada a cabo por el Inca Garcilaso, constituyen
los inicios de la literatura hispanoamericana: uno de los pocos casos en los que la
traducción constituye el comienzo de una literatura. Mercedes Suárez, como muchos
otros investigadores, ha señalado que estos productos filológicos son máximo exponente
del intento de comprender y penetrar en personas y culturas diferentes, clara evidencia
del proceso de mestizaje e integración que supuso o quiso suponer la evangelización
iberoamericana.57
Por otra parte, con ello se integró, no en último lugar a través de la alfabetización y
castellanización, a los pueblos habitantes de Méjico en una superestructura cultural que
56
Fray Agustin de Vetancurt, “Menologio Franciscano” en Teatro Mexicano. Crónica de la
Provincia del Santo Evangelio de Mexico. Menologio Franciscano. México: Porrúa, 1982,
pag. 141.
57
Mercedes Suárez, op. cit. pag. 5.
tarde o temprano les habría sido inevitable recibir. Otros pueblos que no participaron en
esta evangelización, siglos después no lo tuvieron mejor o incluso su memoria ha
llegado a desaparecer en el proceso de integración. Gracias en parte a los trabajos
lingüísticos, antropológicos a y de traducción que desarrollaron los misioneros los
pueblos mejicanos figuran en la memoria de la humanidad, incluso con sus textos.
Bibliografía
1.- Primaria
Para la consulta de autores y títulos de los trabajos originales de los franciscanos en el ámbito de
las letras y la traducción EN LA Nueva España, remitimos a las obras “fundadoras” aquí
mencionadas (Mendieta, Torquemada y Vetancurt sobre todo) y a las más actuales de Manuel
Castro y Castro, así como a las del conde de la Viñaza y Antonio Tovar que abajo se
mencionan.
2.- Secundaria
-VV.AA., Historia de la literatura mexicana desde sus orígenes hasta nuestros días. Méjico:
Siglo XXI, 1996.
- M. Ballesteros Gaibrois, Cultura y religión en la América prehispánica. Madrid: BAC 1985.
-Baudot, Georges, La pugna franciscana por Méjico. Méjico: Alianza Editorial Mejicana. 1990.
-M. Hernández Sánches Barba, Historia y Literatura en Hispano-América. Madrid, 1978.
-Francisco Morales, OFM, Franciscan Presence in the Americas. Potomac, Maryland 1983.
-Conde de Vizaña, Bibliografía española de Lenguas Indígenas de América. 1892. Madrid.
-Elsa Cecilia Frost, Cronistas franciscanos de la nueva España. Siglo XVI. 1983.
-J. García Icazbalceta, Nueva Colección de Documentos para la Historia de Méjico. Méjico
1887-1892.
-M. Castro y Castro, OFM, “Lenguas indígenas americanas transmitidas por los frandiscanos
del siglo XVI” en Actas del II Congreso Internacional sobre Los Franciscanos en el Nuevo
Mundo (siglo XVI). Madrid: Deimos, 1988.
- Antonio Tovar, Catálogo de las lenguas de América del Sur con clasificaciones, indicaciones,
tipología, bibliografía y mapas. Madrid: Gredos, 1984.
-Miguel León Portilla, Huehuehtlahtolli: Testimonios De La Antigua Palabra. México, FCE.
-Robert Richard, La conquista espiritual de Méjico. FCE, 1986