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GUSTAVO ESPINOSA
"El reconocimiento fue inesperado" Hay quienes dicen que Espinosa
(nacido en Treinta y Tres en 1961) es el escritor uruguayo del momento.
Como toda opinión, podrá tener algo de capricho, es cierto, pero no le
anda errado: este profesor de liceo que vive en su ciudad natal tiene
varias novelas elogiadas (acaba de editar la última, Todo Termina aquí
con Hum) que, encima han recibido premios como el Nacional de
Literatura por Carlota podrida, y el Bartolomé Hidalgo por Las arañas
de Marte.
Gustavo Espinosa. Foto: M. Bonjour

 
 

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FERNÁN CISNERO 21 ago 2016 - 04:00

En sus historias hay una especie de costumbrismo localista muy


original; además escribe muy bien. En una de sus escapadas a la capital,
Espinosa habla de su proceso de escritura, de lidiar con los elogios y del
rock olimareño.

—¿Cómo está Treinta y Tres?

—La banda de sonido allá es la cumbia y el reggaetón atravesados por


motos chinas. Y los muchachos se matan en accidentes de moto. Lo que
quiero decir, y no creo que sea una buena noticia, es que la civilización
(o su ruina) ha llegado a Treinta y Tres.

—¿Qué otras síntomas hay?

—No sé. Vas a una agencia de pagos y hay quien pide que haya otro
golpe de Estado, por ejemplo. Y a pesar de los esfuerzos de algunas
autoridades por acercar las "bellas letras", no hay una agenda
interesante de espectáculos. Y tampoco hay transporte público. Lo que
sí hay es buen rock and roll pero no tiene público.

—¿Cuál es la gran banda de Treinta y Tres?

—Hay dos bandas de los 90, Rock al mate y La Mariana. Hoy está
Trapera Power, un trío de hard rock y hasta una banda de rock
progesivo de gente que no tiene ni 20 años.

—¿Y de su juventud cuál era la banda más fuerte?

—No había. Lo que había era, como aparece en Todo termina aquí, una
industria de conjuntos que tocaban pop, porteñada, melódico
internacional y hacían bailes. Y hubo un grupo un poco legendario
donde tocaba un primo mío que aparece en Carlota podrida, Credo, la
gran banda hippie.

—Está en contacto con jóvenes por su labor como docente. ¿Cómo


es la muchachada hoy comparada con la de su época?

—Antropológicamente, la cuestión tecnológica hace inconmesurable


una realidad de la otra. A veces trato de contarles a mis alumnos cómo
era vivir en un mundo desconectado y es tan difícil hacérselos vivenciar
como un canto de la Divina Comedia.

—¿Cómo es un adolescente de liceo público del interior?

—El estado actual de la educación pública es catastrófico pero tampoco


creo que sea realista aquilatar demasiado alto a la gente de nuestra
generación. Si uno hace un catastro de la memoria de los compañeros
de clase, ¿quién leía algo? Algún freak, uno y un par de amigos. Hay que
andar con cuidado con esas cosas.

—Pero uno piensa que hay conductas que han cambiado. El respeto,
por ejemplo.

—No. Doy clases en un bachillerato público que al ser el único


bachillerato en Treinta y Tresaún conserva algo de la tradición
patrimonial de la educación pública uruguaya: es pluriclasista. Los
estudiantes están en una enorme penuria cultural muy radical, peor de
lo que puedas imaginar y sin embargo, creo que son hasta demasiado
ejemplares, como que están resignados a aceptar alegremente lo dado.

—Hablemos de literatura. Sus libros han recibido premios, edita


con cierta periodicidad, es un escritor reconocido pero tiene perfil
bajo. ¿Cómo lo lleva esa exposición?

—¿De qué manera no ser un tipo de perfil bajo si sos un escritor


uruguayo?

—Sí pero usted y su obra son reconocidos, aparece en antologías...

—El reconocimiento fue inesperado. Soy un escritor tardío (bromeo con


que soy un autor "retardado") que empezó a publicar a los 40. Y uno
nunca sabe bien por qué llegó ese momento donde hubo cierta
devolución: la crítica ha sido benevolente y mis libros circulan bastante
siempre dentro de los límites de la pequeñez del mercado. Pero no es
más que eso. Cualquier alharaca o envanecimiento no tienen correlato
con la realidad.

—¿Cuánto de la Treinta y Tres de sus libros es real y cuánto hay de


construcción?

—Cuando uno elige acercarse a la narrativa desde el realismo, siempre


selecciona qué rasgos convienen a su propia estética y cuáles no.
Siempre hay una equidistancia entre lo que está allí verdaderamente y
cualquiera puede ver y otras cosas que al elegirlas vas metabolizando
de la realidad en la cual vivís. Así que ese territorio que tiene
continuidad en mis libros, siempre es un territorio fabuloso como lo era
el Macondo de García Márquez. Si bien he tratado de desmarcarme
expresamente de esa voluntad del realismo mágico.

—Pero en su evocación, hay algo mágico.

—Ese extrañamiento no lo pone el escritor, sino el lector urbano y hasta


capaz que me ha jugado a favor. Es como leer un poema en una lengua
que no es la tuya, que la entendés pero no es tu lengua nativa. Así te
pueden maravillar cosas que son banales pero que a vos te generan ese
extrañamiento que es el fenómeno estético. Es un plus del cual soy
inocente.

—¿Cómo fue el proceso de Todo termina aquí?

—Del origen de todas mis novelas es el que ha tenido una irrupción más
inesperada: partí de imágenes. Estando en Puerto Montt, vi el
monumento a Los Iracundos, un adefesio que impresiona y, encima,
tuve una leve intoxicación por frutos del mar, que es una cosa
complicada que produce alucinaciones, (si te acercan un fósforo, sentís
frío, cosas así). Junté ese armatoste bizarro y un intoxicado con esa
lisergia occidental y el resto vino solo.

—¿Cuándo escribe algo, lee otras cosas para inspirarse?

—Sí, trato de contaminarme. Cosas que me pueden contagiar de un


procedimiento, de una cadencia.

—¿Cómo trabaja?

—Ahora estoy escribiendo poesía y es totalmente distinto: es como el


pintor que anda con su libretita y hace bocetos. En la narrativa, una vez
que tengo decidido que historia quiero contar, por lo general trato de
ponerme una disciplina. Escribo de tarde y en verano.

—¿Escribe a mano?

—No, en computadora. La primera novela la escribí a mano y no lo


volvería a hacer. He perdido esa habilidad. Ni podría hacerlo a máquina
de escribir, Creo que lo me hizo escritor fue la computadora.

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