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LAS COSTEÑAS ME INTIMIDAN (DEL LIBRO 'A USTED TAMBIÉN LE HA

PASADO, ¡ADMÍTALO!')
Por agomoso 
Tomado de: El tiempo
Fecha: 6 de Julio 2011
Hora: 7:40 AM
URL: http://blogs.eltiempo.com/le-puede-pasar-a-usted/2011/07/06/las-costenas-me-
intimidan-del-libro-a-usted-tambien-le-ha-pasado-admitalo/

No sé ni cómo acercarme a ellas. Siento que, siendo cachaco, tengo todas las de
perder frente a esos seres humanos llenos de vitalidad y desparpajo que bailan igual o mejor
que Shakira y hablan inglés como si fueran nativas de los Estados Unidos.
Es que no hay manera de impresionarlas, menos a las de esa alta sociedad costeña
que no se deslumbran con yates, ni viajes, ni vestidos elegantes porque de eso han tenido
toda la vida. Para ellas, son asuntos tan rutinarios como lo son para mí los desplazamientos
en bus (siempre de pie, nunca sentado), mis medias rotas y la falta de estilo para combinar
un saco con un pantalón.
Me da prevención el sólo hecho de sostener una conversación casual con alguna de
ellas. El acento de rolo no compite ni siquiera con ese saludo tan vigoroso: "Ajá, ¿y tú
qué?". Mi respuesta es tan cordial como insípida: "Muy bien gracias, ¿y a usted cómo le
va?".
Me da pena y física inseguridad el hecho de pronunciar en frente de ellas las
poquitas palabras que me sé en inglés. Porque si bien hablan arrastrado el español, lo
compensan con una impecable dicción gringa. "Guau, 'ejtaba' (estaba) mirando mi cuenta
en Twitter (pronúnciese 'tuírer') y tengo full followers; me dieron gana' (ganas) de celebrar
con un helado de Baskin Robbins". ¿Qué hace uno frente a eso? Pues seguirle la corriente,
pero evitando las palabras de origen anglosajón: "Te felicito por tantos SEGUIDORES en
tu RED SOCIAL. Con gusto te acompaño a la HELADERÍA".
Ni siquiera puedo sacar frente a ellas al hombre divertido que guardo. Un día cometí
el imperdonable error de contar un chiste en medio de un grupo de costeños. Lo hice
pensando en quedar bien con una barranquillera que me encantaba. ¿Qué tal el iluso? Ella
acostumbrada a ese humor Caribe (donde son fundamentales las muecas y la pantomima) y
yo atreviéndome a competir con esta chispa humorística tan fría e insípida de Bogotá.
Pues bien... el grupo de costeños no paraba de carcajear y aplaudir con cada uno de
sus chistes. La verdad, yo me reía más por la gracia que me producían las payasadas,
porque hablaban tan rápido que no entendía lo que decían: "Iba culo de perro 'pekiné' detrá'
de una burra... y entonce' le dice 'ajá'... que toma tú... ¡qué le pasa a 'ejte' man!... ¡'mondá'!...
jajajaja". Al final, el que estaba echando el chiste terminaba saltando como un loco, con
una mano adelante y otra atrás, mientras el resto de costeños morían de la risa, incluida la
barranquillera que me encantaba. Yo no entendía nada.
Creía que el poder del chiste estaba en el contenido y no en la forma. "La voy a
derretir con mi humor inteligente", pensé. Convencido de eso, me aventuré a echar mi
cuento. "Un señor -les dije sin alterar la voz ni hacer mayores aspavientos- entró a un banco
con un gatico pequeño en sus manos y dijo: O me dan la plata o aprieto el 'gatillo'...".
 
"¿Sabe qué?, no quiero bailar con nadie más en la vida"
Nunca había escuchado a un grupo caribeños tan silenciosos. Mi costeña me miró
con tristeza y me dijo sin contemplaciones: "Qué 'chijte' tan malo.... You suck!". Para ellos
debió ser el equivalente a estar viendo una película porno y cambiar de canal para detenerse
por un momento en 'Los Ositos Cariñositos'. Ni se inmutaron cuando les conté la otra
versión del chiste en donde el mismo tipo entra con un racimo de plátanos y dice: "O me
dan la plata o los pelo". El hielo sólo se volvió a romper cuando otro de ellos retomó la
tanda de chistes: "Le dijo el man a la negra... y entonce' la burra... 'ajá'... 'mondá'... jajajaja".
Y aunque me genera mucha prevención el intentar hacer reír a las costeñas -es casi
imposible-, no tiene punto de comparación la inseguridad que me da cuando quiero sacarlas
a bailar.
Tuve la fortuna de encontrarme con una de ellas -compañera de oficina- en una
rumba en Bogotá. Soy el presidente de su club de fans en el trabajo, ¿cómo no? Es alta,
espigada, curvilínea, de pelo largo y negrísimo y con las nalgas mejor formadas que he
visto en mi vida. No les miento, esa mujer -y otra costeña que la acompañaba- bailaban
mejor que Jennifer López. Yo me tomaba un daiquirí de mango sin alcohol mientras las
veía contonearse de lado a lado y de arriba abajo, flexionando las piernas, levantando los
codos y masajeándose el pelo. Me sentía junto a dos bailarinas profesionales, mientras yo
movía levemente mis piernas (casi imperceptiblemente) aplicando pasos básicos: "Pierna
derecha... uno, dos; pierna izquierda... uno, dos... eh... ¿en qué iba?".
Me llené de valor para sacarla a bailar. Me sentía muy desconfiado de mí mismo
con esa fama que tenemos los rolos de "malos parejos". Estuve más torpe que nunca,
intentando seguir el ritmo de un merengue de Juan Luis Guerra. De repente, sentí sus
brazos sobre mi cuello y recibí su cabeza sobre mi mejilla. Yo rodeé su cintura con mis
brazos y me acomodé a su vaivén suave y arrullador: "¿Sabe qué?, no quiero bailar con
nadie más en la vida, a menos que sea con usted", le dije (y eso que estaba absolutamente
sobrio). Ella se sonrió un poco, hizo una mueca de incredulidad y me respondió: "Eh, ¡qué
va! Tú sí ere' el propio cachaco tramador...".
A juzgar por su manera 'apretadita' de bailar, me acerqué a un amigo para jactarme:
"¿Si vio cómo estaba de amañada esa costeña conmigo? La tengo de un ala". Él se burló de
mí: "No sea 'güevón'... así bailan ellas". Yo insistí: "No mijo, si estaba derretida colgándose
de mi cuello y pegando su carita a la mía". Mi amigo terminó de persuadirme:
"Qué man tan bruto y convencido. Así lo hacen con todos, lo que pasa es que usted está
acostumbrado a las rolas que sólo bailan abrazaditas con el novio".
Esa noche salí del lugar con el corazón partido, mordiéndome de la ira por no haber
nacido costeño, por esa falta de chispa para echar un buen chiste (y mi poco sentido común
para entender los cuentos de perros, burras y 'mondás'). También lamenté mi deficiente
pronunciación para referirme a 'tuírer'. Finalmente, me resigné a aceptar una verdad
incontrovertible: Las costeñas son y serán mis amores platónicos, porque -con mis
cualidades de cachaco- me resultan inconquistables.
Guía
1. Leer los textos atentamente
2. Subrayar con distintos colores los adjetivos para caracterizar: la mujer costeña.
(Colores que distingan los adjetivos favorables y desfavorables. Que sean los
mismos colores en ambos textos)
3. Hacer un cuadro de categorización de adjetivos que expresan aspectos favorables
y desfavorables para la mujer costeña ( Un cuadro para cada texto)
4. ¿Cuál es la idea central de cada texto (comparar lo que explícitamente menciona
cada autor y lo que ustedes pueden inferir)
5. De acuerdo con el texto y los ejercicios realizados en los puntos anteriores, cuál
es la concepción de la mujer costeña que se infiere en cada texto.
6. ¿Qué opinión le merece el contenido temático de los textos?
7. Siguiendo el formato adjunto de texto paralelo, realice uno para relacionar los dos
textos.

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