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Luisa Fernanda Cely, de 23 años, decidió ser vegetariana no solo para proteger a los

animales, sino para tener una mejor salud. Dejó las proteínas de origen animal y las
reemplazó por granos o embutidos de soya. Jamás imaginó que, tres años después, su
cuerpo comenzaría a sufrir graves consecuencias. Los exámenes finales de la universidad le
generaron una gran exigencia académica que terminó en crisis porque dejó de comer a
tiempo, olvidó suplementar la proteína animal y no durmió lo suficiente. La primera alerta
fue una disminución de su índice de masa corporal. En dos meses perdió 15 kilos y la
balanza mostraba apenas 45.

Ella es una de las tantas personas que quieren observar una dieta saludable, una categoría
en la que hay diferentes modalidades. Algunos optan por comer solo alimentos orgánicos;
otros por el vegetarianismo o el veganismo; hay quienes solo comen productos crudos;
están los que prefieren alimentarse a punta de batidos y no faltan los que enfatizan en las
proteínas. La mayoría no cuenta con la orientación de un nutricionista, y por eso deja a un
lado grupos completos de nutrientes. Todos actúan bajo el mismo pretexto: bajar de peso y
tener un cuerpo de revista.

Pero lo cierto es que el desenlace de esta tendencia, impulsada por las redes sociales, puede
ser fatal. Sin darse cuenta las personas desarrollan enfermedades, empiezan a padecer
ortorexia (atención obsesiva en la elección y la preparación de los alimentos) y hasta
pueden llegar a la depresión. Un precio muy alto.

Luisa pagó ese costo. Después de perder peso le apareció una infección en los riñones que
se agravó porque no soportó los medicamentos. “Me daban debilidad, mareos, vómitos y
migrañas cada vez más frecuentes”, relata. Para salir de esa crisis y por recomendación
médica, Luisa tuvo que volver a comer carnes.

Aquel descuido en su alimentación la dejó con dos enfermedades de por vida. Por un lado,
el hipotiroidismo, condición por la cual la tiroides no produce suficiente hormona tiroidea.
Esto altera desde el metabolismo hasta el ciclo menstrual, y genera cansancio y piel seca.
Además, le diagnosticaron hipoglicemia, que significa bajo nivel de azúcar en la sangre.
Por esta razón debe comer con más frecuencia, pues si se descuida vuelven los mareos y la
debilidad.

Su comportamiento está inspirado en un estilo de vida conocido como ‘comida limpia’, que
consiste en comer de manera saludable para estar en forma y obtener beneficios para la
salud. Promueve consumir muchas frutas y verduras y pocas carnes, mientras prohíbe la
leche. El problema es que muchas personas lo hacen “radicalmente y sin la asesoría de un
experto, lo que incrementa el riesgo de sufrir dolencias insospechadas”, señala Jhon Jairo
Bejarano, nutricionista y profesor de la Universidad Nacional.

Por ejemplo, las personas que deciden alimentarse con batidos, para los que usan frutas o
productos comerciales, desconocen las consecuencias. Según el experto, cuando no se
mastica el alimento y se pierde el proceso digestivo normal, el cuerpo se vuelve perezoso. Y
como lo que no se usa se atrofia, “con el tiempo los dientes se aflojan y en la vejez los
perderán con mayor facilidad”, explicó a SEMANA. Y esto es apenas la punta del iceberg.
En 20 o 30 años sufrirán trastornos digestivos, endocrinos, hormonales y tendrán
envejecimiento prematuro por culpa de la mala nutrición. El intestino no trabajará igual y
los jugos gástricos, hepáticos y pancreáticos no tendrán dónde actuar.

Quienes buscan comer saludablemente toman decisiones arriesgadas como retirar de sus
platos las proteínas o los carbohidratos, o las grasas y los azúcares. Ven todos estos
nutrientes como perjudiciales y desconocen que cumplen una función importante.
“Cuando alguien que no está acostumbrado se quita un grupo alimenticio de tajo, las
reacciones bioquímicas del cuerpo cambian. Puede afectarse la capacidad de pensar y hasta
de reaccionar”, dice Bejarano.

Todos los tipos de nutrientes son necesarios para el cuerpo. Las proteínas son cruciales
porque prácticamente desempeñan la mayoría de las funciones en el organismo. Para no ir
más lejos, las células del sistema inmune se nutren de estas sustancias. A pesar de ello, hay
que consumir las proteínas con moderación. “La de mejor calidad y valor biológico es la de
origen animal como la carne, el pollo, el pescado, el huevo, la leche y sus derivados”, dice el
experto.

Los carbohidratos (almidones y azúcares) como la papa, la yuca y los cereales son
esenciales porque proveen energía y sin ella “no se puede pensar, respirar ni dormir”,
asegura Bejarano. Agrega que con las calorías que aportan los carbohidratos, las proteínas
se activan y funcionan normalmente.

Pese a su mala fama, las grasas también son vitales porque están presentes en todo el
cuerpo, desde la piel hasta las células reproductivas. Y aunque nadie duda de que hay que
consumir las sanas, como el aceite de oliva, erradicar por completo las grasas animales no
es una decisión sana. Finalmente, los azúcares, acusados de la epidemia de obesidad
mundial, dan la energía a las células.

Muchos, sin embargo, desconocen esta información y se involucran en estas tendencias


influenciadas por libros, documentales y medios masivos. Eso le pasó hace ocho años a la
actriz y presentadora Paola Turbay y a su esposo Alejandro Estrada, cuando decidieron ser
vegetarianos para prepararse para una vejez sin achaques. Aunque la motivación era sana,
ella sufrió físicamente por no saber cómo suplementar la proteína animal.

En sus inicios fue muy estricta y su dieta era totalmente vegana. Pero sus extenuantes
jornadas de trabajo y los viajes entre Nueva York y Los Ángeles la hicieron sufrir hace un
par de años una baja de minerales. “Empecé a tener calambres y entendí que uno tiene que
educarse y saber que debe reemplazar absolutamente todo lo bueno que recibe de la
proteína animal. Hay que saber suplir”, confesó. Después de regular su dieta, mejoró su
digestión, piel y apariencia de su cuerpo. En la actualidad es una vegetariana que se da
ciertas licencias pues consume algunos tipos de pescado.

Las consecuencias de una mala nutrición no son solo físicas. Algunos llegan a sufrir un
trastorno psicológico conocido como ortorexia, la obsesión de comer sano. “Se vuelven
demasiado selectivos con los alimentos y tienen ideas irracionales que comienzan a guiar
sus hábitos alimenticios”, explica Juanita Gempeler, psicóloga clínica y directora científica
del programa Equilibrio. La ortorexia puede estar relacionada con la autoestima. Quienes
la sufren le dan mucha importancia a la imagen física y tienden a asociar la delgadez con el
éxito.

Como la nutrición se relaciona directamente con el estado de ánimo, cuando las personas
dejan de comer grasas, harinas o dulces (productos que el imaginario colectivo no
considera saludables), se disminuye la cantidad de los aminoácidos. Esto es grave porque
esas sustancias producen los neurotransmisores, encargados de estabilizar y manejar las
emociones. “Eso altera el ánimo. Las personas que hacen ese tipo de dietas tienden a
deprimirse con facilidad y a tener una vida emocional inestable”.

Apostarle a una mejor alimentación no es reprochable, pero los expertos recomiendan


hacerlo siempre de la mano de un nutricionista. Además, según Bejarano, tener buenos
resultados depende de que la dieta se haga paulatinamente para que “el cuerpo se vaya
ajustando”. Lo ideal es equilibrar todos los grupos alimenticios pues comer solo frutas y
verduras, pese a que son alimentos muy sanos, no es suficiente para estar bien nutridos.

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