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LA FIESTA COMO NEGOCIACION CULTURAL

Excursos sobre halloween, danza, fandango y rock

El carnaval y el aquelarre son dos manifestaciones universales de la

cultura, que cambian de formas de una parte a otra, pero que mantienen

ciertas constantes como las referencias a las mutaciones astronómicas y

climáticas, y, por tanto, a los ritmos de trabajo y de ocio, a las divinidades

maléficas o benéficas incluyendo a los propios difuntos, y no menos

trascendental: a la expresión de la común-unidad exaltada mediante la

euforia provocada por distintos medios, mediante la inversión y por tanto

atenuación o burla de las diferencias con el uso de todas las artes escénicas

y mediante los rituales de sacrificio.

Cuando se piensa en la vecindad del 31 de octubre es inevitable aludir

a la tradición del Halloween y despejar algunos equívocos mediante unas

elementales aclaraciones. Según la etimología, "Halloween" deriva de " All

Hallows Eve" , la víspera de todos los santos. "Hallow" quiere decir santo,

pero lo significa así por metonimia, es decir, por una propiedad que se

atribuye a los santos, que es la iluminación, el aura. En efecto, "Hallow" se

desprende de "Halo" y de “Alucinate", que quiere decir alucinado. La raíz

española es la misma: el halo o el aura, y, juntas, derivan de una palabra

griega que significaba disco luminoso. De esta manera a los santos se los

concebía también como alucinados. Con ello ya se advierte el trueque que

el catolicismo quiso hacer al trastocar una alucinación pagana o profana- la

lograda por todas las formas de exceso - en una iluminación santificada,


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sagrada o espiritual.

Esta, que no es la única forma de trueque o de cambio que ocurre con

la fiesta de fin de octubre - ya veremos otra clase de trueques -, obedece al

designio astuto, digamos que a la "triquiñuela" (y el término, repitamos, es

crucial en estas fiestas) de la Iglesia Católica por transformar una forma

carnavalesca pagana en un evento que remitiera a los imaginarios de la

nueva religión.

Así había sucedido con el gran carnaval que ocurre en marzo y

respecto al cual el halloween es un pequeño carnavalito, si nos atenemos a

la duración y a la intensidad. Ello no ocurrió en cambio con los aquelarres,

que se diferencian sin embargo del carnaval y del halloween por su

procedencia vasca y acaso celta, pues estas formas festivas fueron inmunes

a la traducción católica, comoquiera que en muchas partes - Galicia, Irlanda,

es decir lejos de los centros de control - sobrevivió en toda su plenitud

pagana como fiesta orgiástica con invocación de los muertos, apelación a lo

dionisíaco o demoníaco - antes de que lo demoníaco tomara la acepción

negativa que le confirió la religión católica

En todo caso, en aquella festividad mayor, la del carnaval, la Iglesia

concedía un momento de exceso, que en muchas partes se inicia desde

diciembre, pero que propiamente se anuncia el día de San Sebastián, el 20

de enero, para curarlo con un gran período de abstinencia y de ayuno, que


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desembocaba en el drama que se celebra con la semana santa, drama que

a la vez invierte las relaciones, pues de la muerte se pasa a un

re/nacimiento (mientras que en el carnaval se pasa del nacimiento de la

carne a su muerte), renacimiento significado por la muerte de Cristo, su

sepultura y la resurrección. Es innegable que hay toda una poesía en ello.

Pues bien, en el carnavalito de octubre o en el halloween - gracias al

sello católico, y cuando éste lo morigeró, pese a todas las huellas mnémicas-

se transita de un día de exceso pagano a un día de exceso católico, de una

iluminación profana o erótica a una iluminación mística o religiosa (dos

expresiones que sin embargo no son tan contradictorias como pareciera a

primera vista), o sea del día de las brujas y de los demonios se pasa al día

de los santos, que es el que sigue al 31 de octubre. Es un poco la aplicación

del dicho que tanto molestó a los protestantes, según el cual "el que peca y

reza empata".

Parecería que entonces es lícito trocar una alucinación por otra. Pero

para remarcar aún más la espiritualización de esta efemérides, la Iglesia

colocó el día dos de noviembre como día de los difuntos o de los muertos.

Con ello sin duda se aprovechaba la triste condición del "guayabo" o de la

purga orgánica, lo que se denominaba "catarsis" - propia de todo exceso -

para intentar arraigar aún más el sentimiento de arrepentimiento y de

conversión. Como ya lo advirtiera Nietzsche, quien dedicó como nadie la


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razón a la indagación sobre la fiesta, la manipulación de la culpa (como

también del deseo o de la envidia) es la vía sagrada de toda religión y de

todo dominio.

La segunda triquiñuela del Halloween es pensar que es una fiesta

sajona. Los historiadores desmienten el asunto, se trata de una fiesta celta,

no sajona, que los católicos irlandeses llevaron a los Estados Unidos,

cuando inmigraron en masa como los pobres de europa en el siglo pasado

para insertarse en una cultura mayoritariamente WASP (es decir, White o

blanca, Anglo- Saxon o anglosajona y Protestant, es decir protestante).

Debe añadirse que en Irlanda, como pueblo de frontera, la tradición

celta fue menos domada por los latinos y por ende por la iglesia romana,

que hubo de mantenerla, aunque trastocada, en una especie de pacto

transcultural. Y como fiesta celta, también se puede decir de alguna

manera que es una fiesta propia de América Latina, comoquiera que por vía

de España somos celtas e íberos.

Entre los celtas, la fiesta marcaba el fin del año que era equivalente al

fin del verano o del sol propio de esa estación, que comenzaba con otra

fiesta celebrada en mayo. Esa fiesta del fin de octubre que se llamaba

samhain- , probablemente la raíz sam indique en la lengua indoeuropea

reunión o colección (quizás semilla), como en el alemán "Sammlung", y la

voz hein quizás indique casa u hogar, por lo que la palabra querría decir
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vuelta y reunión en el hogar- era el momento de volver a unir a la

comunidad y a los rebaños, recolección de la semilla en el hogar.

El momento de la común - unidad era sacro (había una fiesta especial

cada tres años) por muchos aspectos: ante todo, simbólicamente se

renovaba el fuego: de un sólo fuego cada casa o familia tomaba el fuego

propio (una metáfora muy bella, si se hace equivaler el fuego al sol o al

amor o al hogar común de los hogares). Pero además, era el momento de

recrear en un mismo horno u hogar la ley de la comunidad y de repartir por

azar o loteo las tierras comunales. Era también un momento de

recapitulación (la memoria de los muertos, la memoria de los vivos) y de

pronóstico, de pasado y de futuro concitados en el presente, de anamnesis y

de prolepsis, de evocación y de vaticinio, era un momento a la vez profano y

sagrado. Se suponía que en ese tiempo y en ese espacio los tiempos y

espacios que dividen al mundo conocido del desconocido se angostaban, por

lo cual había una especial comunicación con los espíritus, buenos y malos.

Esto en cuanto a los orígenes más remotos. Pero para un observador

que pudiera ser perspicaz y se guiara por el psicoanálisis o por la

exhumación de los imaginarios, sería posible reconstruir una arqueología de

la fiesta del Halloween. Su enigma - puesto que es todo un enigma- estaría

cifrado en saber interpretar qué significa el dilema que el niño travieso le

plantea al dueño de casa cuando lo pone ante una dicotomía (trick or treat,
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trato o travesura) de ofrecer convite y regalo o atenerse a las consecuencias

de la travesura o de la triquiñuela.

Este inocente grito de "triqui, triqui, halloween, quiero dulces para mí,

si no los das, se te crece la nariz", es una especie de huella o de vestigio de

un choque de culturas: en primer lugar, es la demanda que la tradición celta

hizo al imperio o a la Iglesia, es decir a Roma, para no ser extirpada como

cultura: se trata pues de una lucha y negociación entre dos culturas

simbolizada o pactada en la fiesta. Y es luego, en el siglo XIX, en

norteamérica, la demanda de una cultura minoritaria, la irlandesa (celta y

católica), a una cultura anglosajona y protestante dominante.

Y en fin, todo ello se figura como la demanda cultural que formula un

grupo de edad, la infancia y la juventud, al grupo de edad dominante de la

cultura adulta adicta al trabajo y a la seriedad puritana. Trato - dulce- o

amenaza de triquiñuela, trampa, o venganza es el resumen del dilema que

formula el Halloween. Algo no insólito si se tiene en cuenta la negociación

cultural que fue necesaria para la asimilación de Irlandeses e Italianos

(ambos mezclados en el contrabando de licores y en las mafias), asimilación

que tras un cierto "blanqueamiento" sería corroborada por el ascenso al

poder de los Kennedy. Como es bien sabido, los antecesores de Kennedy - el

carismático presidente de origen irlandés y por tanto católico - hicieron

fortuna con el contrabando de licor, en la época de la prohibición.


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No extraña pues de allí que la fiesta sea un indicio muy cierto y

muchas veces una estrategia de las más lúcidas de resistencia y de

negociación entre diversas culturas que luchan por la subsistencia. Y que la

fiesta sea un laboratorio para reconocer nuestra diversidad e identidad

cultural. Ejemplo de ello es el extraordinario texto de Borges Historia del

Tango, en el que revela, como no lo ha hecho nadie, el carácter de América

Latina.

Ello - la fiesta como expresión de identidad- es muy válido en una

cultura como la de América Latina que es casi un indescifrable palimpsesto

o mezcla de culturas y que por ello es de una riqueza festiva extraordinaria.

Pueblos festivos y miméticos como hemos sido, la fiesta celta o la fiesta

católica apenas son una de tantas referencias que abonan a nuestra

tradición de formas carnavalescas. A ella se deben sumar las festividades

indígenas, muchas de ellas hoy vivas, y las festividades afroamericanas.

A propósito de éstas últimas, por ejemplo, cabe indicar - según lo ha

mostrado por ejemplo el grupo de danzas chocoano "Así es mi tierra"- cómo,

tras las danzas, las polcas y las mazurkas de proveniencia europea, tan bien

imitadas o mimetizadas en los bailes chocoanos con sus movimientos

lentos, diríamos que diplomáticos, añadiríamos que casi forjadas al estilo del

Manual de Urbanidad de Carreño, tras esta "máscara" , o "mascarada" o

"fachada", que el afroamericano ofrecía para seducir y mostrar a la vez la


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seducción del amo, por el contrario en sus propias fiestas, en las fiestas

libertarias concitadas en la noche y en la periferia, bajo el árbol y el hogar

del fuego, aparecían el fandango o el currulao, bailes o expresiones

musicales y corporales condenadas por la élite, pero a la vez vistas con

alguna fascinación ( por ejemplo por los españoles Jorge Juan y Antonio de

Ulloa. Relación Histórica del Viaje por América Meridional).

No se puede pensar en dos expresiones corporales más diferentes, en

dos ritmos, en dos concepciones de la vida. Si las danzas, las mazurcas o las

polcas mantienen controladas las caderas, la segunda las libera. Si los

primeros bailes parecen de cadenas, los segundos evocan la libertad

perdida, pero aún soñada, contienen el dejo de la nostalgia y de la utopía

que es propia de toda cultura exiliada.

Se diría que las primeras, la danza, las polcas y las mazurkas

expresarían la mímesis que el esclavo hace del amo, según la conocida

relación expuesta por el filósofo Hegel en su libro Fenomenología del

Espíritu, mímesis que en el calco se transforma en parodia: tal es el poder

liberador y catártico de la distancia y de la risa. Pero aquí no se puede

aplicar en estricto sentido la relación hegeliana - la dialéctica del amo y del

esclavo - porque en este caso el amo imitado imita a la vez a otro amo, el

amo criollo es el remedo del amo español, que a la vez es el remedo del

burgués de Francia, que a su turno quiere imitar al amo noble de Francia,


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que a su turno imita al noble inglés: la parodia entonces es doble, puesto

que estamos instalados en toda una cadena de imitaciones, una filigrana de

mimetismos, que es lo que somos. Nadie más que Nietszche podría descifrar

esta tragedia o comedia de las máscaras.

Hay toda una riqueza de pensamientos encerrada en la sencilla frase

que dice que la identidad es la conciencia de las máscaras. Al fin y al cabo el

concepto de persona, que designa en occidente lo que alguien es, proviene

del latín per/sonare, que es máscara para amplificar la voz. He ahí porque

la fiesta se pueda proponer como una nueva forma de epistemología o de

reconocimiento, al mismo tiempo que se juzga como una extraordinaria

forma de resistencia y de negociación cultural: la victoria o la fusión de

Shangó sobre Santa Bárbara.

Apenas sí somos conscientes de unas cuantas máscaras, falta

descubrir todo el sentido de nuestra mascarada histórica y esto sólo se

podrá producir al son de la tambora.

Por lo que respecta al rock y a su relación con el carnaval o el

aquelarre, el movimiento musical puede decirse que en buena medida es

una revuelta contra el puritanismo de la cultura anglosajona y contra la

guerra que fue la conclusión lógica del ascetismo puritano. Su relación con

el carnaval propiamente tal está contenida en el espíritu que le infudió el

blues, un espíritu que es a la vez de nostalgia (por la tierra perdida, Africa)


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y de utopía, por expresar un deseo libertario, el deseo propio del esclavo.

Muchas de las expresiones del rock son explícitamente carnavalescas

o toman la forma del aquelarre: no se trata sólo de la famosa invocación al

satanismo, o del retorno a ritos orgiásticos provocados por el exceso, la

droga o el sexo, o al paroxismo del vértigo del heavy metal, sino además de

una mímesis que a veces es en forma explícita la propia del aquelarre, como

por ejemplo la exhibe Jim Morrison en su danza imaginaria alrededor del

fuego (que es deudora del chamanismo norteamericano), o por ejemplo la

expresada en algunas canciones del grupo U- 2.

El rock demuestra que el mundo no puede pasarse sin alguna relación

con lo sacro (que es toda fuerza trascendente, sea inframundana o

supramundana, sea demoníaca o sea salvífica). La pérdida del sentido de la

fiesta - y por extensión de la común unidad o del retorno a casa contenido

en el samhain- que René Girard (La Violencia y lo Sagrado) sugiere como

rasgo del mundo moderno (y que añade es el tema central del cine de

Fellini) está indisolublemente ligada a la percepción del mundo como un

desierto mudo (todo el cine de Antonioni también apunta a ello), como una

máquina de guerra (por ejemplo Asesinos por Naturaleza de Oliver

Stone) o al vacío del sentido que se experimenta en toda la obra de

Bergmann, o a la desolación de la voz, que se observa en todo el teatro del

absurdo.
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Fue por lo demás el tema casi profético de Antonin Artaud, el

dramaturgo francés que había propuesto un "teatro de la crueldad" (Artaud

será el inspirador de muchos de los artistas del rock de los sesentas, entre

ellos de Jim Morrison), antes de que la segunda guerra mundial se encargara

de escenificarlo en vivo, ante la ausencia de una representación que

conjurara de modo simbólico el potencial de agresividad del animal imperial

que es el hombre.

Por ello no es de extrañar que en un mundo posmoderno el público

pase sin problemas de la veneración a U-2 en Sidney Australia, o del

embelesamiento con Roger Waters en Berlin 1990, o en la entrega al

hipnotismo de Pink Floyd en Madison 1994 (después del mundial de fútbol) a

sumergirse en la atmósfera de los cantos gregorianos de un grupo

monástico benedictino de España.


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