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Diseño gráfico
María Gabriela Rangel
Carlos López Chirivella
Diagramación
María Gabriela Rangel
Carlos López Chirivella
Corrección de textos
Julio Bustamante
José Ramón Cova España
Impresión
Editorial Arte
INTRODUCCIÓN
BOLÍVAR: EL DELIRIO
DE AMÉRICA 15
CAPÍTULO 1
LA LIBERACIÓN
DE UN SER 21
1.1. La liberación de un niño 21
1.2. La liberación del pensamiento 23
1.3. La liberación de la persona 45
1.4. La liberación del patrimonio 55
1.5. La liberación del Libertador 74
CAPÍTULO 2
LA LIBERACIÓN
DEL TERRITORIO 89
2.1. La superación de los límites 89
2.2. Recuperación de los recursos 94
Dimensiones 94
Ciudades puerto 96
Canales 118
2.3. La emancipación de los recursos 123
2.4. La regeneración de las aguas 124
2.5. La liberación de los minerales 126
2.6. El rescate de la vida 141
Bosques y maderas 141
Fauna 144
CAPÍTULO 3
sociedades
EN LIBERTAD 149
3.1. Pueblos emancipados 149
3.2. El monopolio de la inmigración 152
3.3. El crecimiento de los pueblos 158
3.4. La liberación de los indígenas 163
3.5. La liberación de los esclavos 189
La mercancía humana 189
Trabajo esclavo y trabajo asalariado 192
La abolición de papel 194
3.6. La Guerra de Colores 197
3.7. La libertad en armas 209
3.8. La pardocracia 230
3.9. La libertad de inmigrar 237
CAPÍTULO 4
ECONOMÍA DE
LA LIBERACIÓN 247
4.1. España implanta el monopolio
del comercio 247
4.2. El Imperio funda la propiedad
en la donación 251
4.3. La República funda la propiedad
en el trabajo 255
4.4. La República nacionaliza
la propiedad 260
La propiedad como efecto de la soberanía 260
El régimen de confiscaciones 262
La nacionalización de las misiones de Guayana 269
4.5. La República redistribuye la propiedad
con fines sociales 284
Las recompensas y los haberes militares 284
La República redistribuye las tierras 295
4.6. La República limita la libertad
de comercio 298
La ruptura del monopolio 298
Limitaciones a la exportación y el tráfico 308
Libertad de comercio y contrabando de armas 309
Libre comercio y falsa reciprocidad 319
4.7. La República protege y fomenta
la economía 334
4.8. La República crea su signo
monetario 338
4.9. La República ordena la Hacienda 354
Normas y sanciones 361
Aplicación y reforma de las normas hacendísticas 365
Fomento y protección de la producción 370
Reducción del gasto militar 372
La deuda pública y la renta del tabaco 378
4.10. La República se debate con
la deuda 386
La constitución de la deuda originaria 386
La República asume la deuda 391
La consolidación de la deuda de la Gran Colombia 398
Haberes militares y Deuda Pública 402
Intentos de cancelación con bienes de la República 408
Proyecto de pago con tierras baldías 415
Todo acto trascendente tiene prolongada gestación y dilatada
posteridad. El 19 de abril de 1810 inicia su Independencia un
nuevo cuerpo político, y los efectos de este pronunciamiento
alcanzan en breve lapso repercusión continental. No se trata
de un accidente: los violentos sucesos de la gesta emancipadora
se preparan durante los trescientos años de calma a los que se
refirió impaciente Bolívar en la Sociedad Patriótica. Tampoco
se trata de una efímera agitación: dos centurias de perduración
del proyecto político soberano que nace en esa fecha atestiguan
su solidez y su necesidad.
Doscientos años son un hito para conmemorar, recapitular,
valorar y clarificar el pasado a fin de que las conclusiones de su
estudio iluminen las promisorias vías del porvenir. El artículo
31 de la Ley del Banco Central de Venezuela obliga al instituto
a facilitar tanto a entes públicos y privados nacionales y extran-
jeros, como a la población en general, la mejor información
sobre la evolución de la economía venezolana. En su sentido
más amplio, ello implica una labor divulgativa sobre la histo-
ria, la ideología, la normativa y los más diversos testimonios
escritos y gráficos relativos a nuestro proceso económico in-
dependiente.
Consciente de ello, el Banco Central de Venezuela ha ini-
ciado la tarea de editar la Colección Venezuela Bicentenaria,
cuyos volúmenes indagan en las causas y las consecuencias del
proceso independentista, examinándolas en su rica diversidad
de aspectos. Como Libertador, Bolívar es igualmente artífice
de nuestras primeras instituciones económicas, hacendísticas
y financieras republicanas, por lo cual la Colección abre con
textos que examinan dicha tarea fundacional.
La Colección comprenderá asimismo volúmenes sobre la
evolución de los procesos económicos y sociales desde esos
tiempos hasta la contemporaneidad. Dos siglos significan tam-
bién una vertiente ininterrumpida de ideas sobre el significado
de los procesos económicos, por lo cual la Colección incluirá
antologías sobre el pensamiento económico venezolano.
En dos centurias nuestras autoridades han sancionado un
caudal de normas que reglan, encauzan, dirigen, disciplinan
la actividad económica. La Colección comprenderá, por ello,
compilaciones antológicas de las normas que mayor incidencia
han tenido sobre el curso de nuestras economías y, en general,
sobre el desenvolvimiento de la vida venezolana.
Doscientos años implican, en fin, un tesoro de imágenes
relativas a las faenas productivas, al diario quehacer indis-
pensable para la producción y la reproducción de la vida. El
plan editorial contempla la edición de libros con documentos
gráficos de diversas épocas atinentes a nuestra evolución eco-
nómica. Un conocimiento lúcido del pasado es indispensable
para actuar en el presente y anticipar el futuro. El BCV espe-
ra que los volúmenes de la Colección Venezuela Bicentenaria
contribuyan con este objetivo.
INTRODUCCIÓN
LA SOCIEDAD
para aprovechar de estas facultades, debe
no sólo poner a la disposición de todos la Instrucción,
sino dar medios de adquirirla
tiempo para adquirirla
y obligar a adquirirla
(Rodríguez, 1990: 79-87).
Si se opone la naturaleza
Canales
Sus canales acortarán las distancias del mundo
Fauna
Proporcionar por todos los medios posibles el aumento
de las vicuñas
La abolición de papel
Queda desde luego abolida la esclavitud
¡Declarar la INDEPENDENCIA!
Diciendo
Que el País no es, NI SERÁ JAMÁS PROPIEDAD
de una persona
De una familia
Ni de una jerarquía?
¡ante familias y jerarquías que se creen dueños, no sólo del
suelo sino de sus habitantes!... con herederos forzosos insti-
tuidos por las leyes! ¡y hacer garante de la declaración a una
persona, que espera la formalidad del nombramiento, para em-
pezar a ejercer las funciones de REY CONSTITUCIONAL! (con
deseos, tal vez… y sin tal vez… de hacerlas hereditarias)
(Rodríguez, 1990: 125)
Estas pretensiones oligárquicas de que el país sea propie-
dad de una familia, de una jerarquía, se van consolidando en
un proyecto que ejerce para el momento un decisivo poder, el
de la República Oligárquica, y que pesará sobre la existencia
de las incipientes naciones durante el resto de ese siglo y del
inmediato.
3.8. La pardocracia
El pueblo, que quiere que haya igualdad absoluta
Otro tema que se hace cada vez más presente en las preocupa-
ciones de Bolívar es el de la “pardocracia”, término que en sus
escritos parece referir a la creciente influencia de los pardos o
mestizos en la vida social, económica, política y cultural de los
nuevos países. No se puede liberar a todo un sector social de la
condición de objeto o mercancía sin reconocerle plenamente
los derechos legales, sociales y económicos que le correspon-
den como parte de la humanidad.
Sin embargo, la sociedad de castas ha sido el inmutable or-
den de tres siglos de coloniaje, y el que para la época impera
en la mayor parte del mundo. No sólo los esclavos, los hijos del
mestizaje americano son discriminados en forma legal durante
la Colonia y de manera social y económica tras la Independen-
cia. Están integrados por una rica diversidad de mezclas, que
el orden colonial ha sometido a rigurosa clasificación. Una vez
que la República los convierte en ciudadanos, en forma natural
quieren gozar a plenitud de su condición de tales.
Alegando la necesidad de conjurar la Guerra de Colores, el
Libertador nombra un tribunal que juzga sumariamente a Piar,
quien es condenado y ejecutado. En la proclama que alude al
hecho está presente la problemática de la Guerra Social. El sis-
tema de la sociedad de castas ha consagrado la desigualdad se-
llándola con la indeleble señal del tono de la piel. Los intentos
igualitarios son por tanto descalificados como tentativas de in-
vocar el color como argumento. Señalamos que en este confuso
panorama no es extraño que aparezcan como abanderados de
reivindicaciones de pardos y esclavos personajes de piel y ojos
claros, como José Tomás Boves en el bando realista y en el pa-
triota Manuel Piar. La aparente paradoja se disuelve si tenemos
en cuenta que la problemática subyacente es la del privilegio, y
de que no se trata de una sublevación de un color contra otro,
sino de los desposeídos contra los poseedores. La progresiva
incorporación de pardos, negros e indígenas a las filas patriotas
irá atenuando el tema de la Guerra de Colores, que sin embar-
go reaparece en forma intermitente en las preocupaciones de
Bolívar.
Así, con clara conciencia del fenómeno, el 7 de abril de 1825
escribe Bolívar desde Lima a Francisco de Paula Santander que
“La igualdad legal no es bastante por el espíritu que tiene el pue-
blo, que quiere que haya igualdad absoluta, tanto en lo público
como en lo doméstico; y después querrá la pardocracia, que
es la inclinación natural y única, para exterminio después de
la clase privilegiada. Esto requiere, digo, grandes medidas, que
no me cansaré de recomendar” (Lecuna, 1947, T.II: 113-116).
El párrafo requiere atento examen. La igualdad jurídica es
ilusoria: el pueblo la quiere absoluta, tanto en lo público como
en lo doméstico: ello implica el acceso irrestricto a los derechos
políticos, al derecho a elegir y ser elegido, a la educación en
todos sus niveles y a los cargos públicos, así como el cese de
las discriminaciones sociales. Son los pardos como una suerte
de Tercer Estado de la naciente República: constituyen la ma-
yor parte de la población, ejercen la mayoría de las actividades
productivas, han sido decisivos en su liberación. Refiriéndose a
la situación del Tercer Estado o burguesía en el Viejo Régimen
Francés, el abate Emmanuel Sieyès formuló tres preguntas con
respuestas no menos fulminantes. “¿Qué es el Tercer Estado?
Todo. ¿Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada.
¿Qué pide? Llegar a ser algo” (Sieyès, 1973:3). En efecto, el
Tercer Estado era todo, pues manejaba la economía, pagaba los
impuestos, suplía la mayoría de las profesiones y carreras útiles
¿Qué quería ser el Tercer Estado? Algo, pues aspiraba a la pari-
dad de votos con el clero y la nobleza. Parecidos planteamientos
se hacen pardos, negros e indígenas en las jóvenes repúblicas.
Sólo responden en forma diferente la tercera pregunta. No se
limitarán a ser algo. Siendo la porción más numerosa y pro-
ductiva de la mayoría de los nuevos países, aspiran a tener una
fuerza política equivalente a su eminencia social y económica.
No yerra entonces Bolívar al señalar “la pardocracia” como
“inclinación natural y única”. Es natural: no se puede esperar
que toda una parte decisiva de la sociedad liberada de la discri-
minación jurídica, acepte la social, la económica y la política.
Es única: no se puede prever otro curso posible de las socieda-
des americanas. Actuará “para exterminio después de la clase
privilegiada”. No debemos entender esta aseveración como ex-
terminio físico, según ocurrió en Haití con los amos de los es-
clavos y sus colaboradores directos. La clase será exterminada
en tanto que privilegiada por herencia, cosa que no puede ser
ningún sector social en la República: los mecanismos sociales,
económicos y políticos del privilegio serán removidos en aras
de la igualdad.
¿Domina a Bolívar el prejuicio racial? Si alguna vez lo abrigó
en la etapa primera de joven mantuano, jamás lo manifestó.
Su cordial trato y su agradecimiento hacia la gente de color
de su entorno y el amor hacia el aya a quien sin vacilar llama
su madre y su padre parece contradecir el prejuicio. Pero si
alguna sombra quedaba de él, la actitud de Alexandre Petión al
salvar dos veces su carrera política y de paso la independencia
de Tierra Firme ha debido llevarlo a una nueva visión. Desde
entonces, el cumplimiento de su palabra al liberar los esclavos;
su insistencia en que dichas normas fueran respetadas y en que
no fueran derogadas es aval de sinceridad. Los enemigos de Bo-
lívar intentan descalificarlo llamándolo “zambo”, y en verdad
algunos retratos parecen sugerir algún rasgo moreno, algún rizo
significativamente crespo. Pero Bolívar ha visto perecer dos ve-
ces el proyecto independentista en medio de una Guerra de
Colores. Si llegara a estallar otra, comportaría quizá el fin de la
independencia, o resultaría en una sociedad tan fragmentada
y dividida que difícilmente podría oponer resistencia a cual-
quier reconquista o protectorado. La guerra social se cernía
en el horizonte encapotado, y sus consecuencias podrían ser
incalculables. De hecho, en Venezuela no mucho después de
su muerte reventaron insurrecciones campesinas protagoniza-
das por esclavos, peones y blancos pobres a partir de1846, que
luego condujeron al sangriento episodio de la Guerra Federal a
partir de 1859.
Los cabos y sargentos serán suranos españoles y blancos
Fiel a la idea que ha adquirido tanto por sus lecturas como por
la experiencia directa de que una absoluta libertad de comer-
cio puede producir efectos indeseables, el 17 de diciembre de
1817 Bolívar desde el Cuartel General de Angostura promulga
un decreto donde limita la libertad de comercio, permitiendo la
exportación libre de vacunos y restringiendo la de mulas. En tal
sentido, dispone: “Considerando que la libertad del comercio
de ganado mular y la exclusiva concedida a favor del Estado
respecto del vacuno, lejos de producir los bienes que eran de
esperar trae graves perjuicios a la causa pública y a los intereses
privados de los propietarios de la última especie, he venido en
decretar y decreto lo siguiente: Artículo 1° La venta y extracción
del ganado vacuno es libre y pueden hacerla los propietarios o
legítimos compradores por cualquiera de los puertos libres de
la República. Artículo 2º Se establece el derecho de ocho pesos
a beneficio del erario nacional por cada cabeza de ganado va-
cuno que se extraiga (...). Artículo 3º La venta de ganado mular
dentro del territorio de la República, para no salir de él, es libre,
pero la venta a extranjeros o a comerciantes sólo podrá hacerse
por el gobierno a beneficio del Estado, en cuyo solo caso po-
drá extraerse” (Barnola et al., 1964, T.XII: 260-261). La medida
obedece en parte a que las mulas son semovientes indispensa-
bles para la guerra por su resistencia y su capacidad de soportar
cargas; corresponde entonces a la República un monopolio de
la venta de dicha especie dedicada a la exportación, tanto para
restringirla en caso necesario, como para obtener una com-
pensación pecuniaria. No es imposible que Bolívar haya leído
los argumentos con los cuales Voltaire justifica las limitaciones
para la exportación de cereales impuestas por el ministro Col-
bert durante el reino de Luis XIV.
En todo caso, mientras Bolívar ejerce autoridad menudean
las medidas proteccionistas, al extremo de que el cónsul de Es-
tados Unidos en La Guaira, J.G.A. Williamson, el 29 de abril de
1830 se quejaba:
Los intereses comerciales de los Estados Unidos han
sufrido mucho en Venezuela con el último arancel… pues
llega a ser prohibitivo para muchos artículos procedentes
de los Estados Unidos. La harina de trigo paga nada me-
nos que $8 por barril. Al formarse el nuevo gobierno no
dudo que el arancel sobre la harina sea rectificado (Pivi-
dal, 1979: 183).
El cónsul desembozadamente pone sus esperanzas en un
nuevo gobierno sin influencia del Libertador: y en efecto el pró-
cer había renunciado a todos sus poderes ante el Congreso de
Colombia a principios de ese año, y avanzaba aceleradamente
la conspiración para separar a Venezuela de la Gran Colombia.
El dinero es, por otra parte, arma que puede volverse contra
quien la esgrime. Al declarar la Independencia, la República
ve interrumpidas sus relaciones con el Virreinato de la Nueva
España, principal cliente para su cacao y también fuente de
gran parte de su circulante. Para reponerla, por sugerencia del
general Francisco de Miranda la Primera República emitió papel
moneda de aceptación obligatoria, inspirado en los “asignados”
franceses, con denominación de medio, un, dos, cuatro, ocho
y dieciséis pesos. El 27 de agosto de 1811, apenas mes y medio
después de declarada la Independencia, el supremo Congreso
sancionó una “Ley para la creación de un millón de pesos en
papel moneda, para la Confederación de Venezuela”.
Al respecto se procedió con impericia tanto técnica como fi-
nanciera. Según consigna Mercedes de Pardo, “La plancha para
la elaboración de los billetes fue confiada a un inexperto, y el
grabado, ejecutado sobre un trozo de madera con un cuchillo
en vez de buril. Los billetes fueron de baja calidad, dobles, nu-
merados y eran cotejados por la identidad del número. Cuando
entraban en circulación se les dividía en dos y el talón perma-
necía en las Cajas del Tesoro para su verificación. Este sistema
resultó ineficaz e incómodo, especialmente para los billetes que
circulaban en el interior del país. Se creyó evitar la falsifica-
ción garantizando la autenticidad de los billetes por medio de
las firmas rubricadas de los encargados de la emisión, pero los
errores de fabricación eran tan evidentes y la plancha resultó
tan mal grabada, que a pesar de haber sido decretadas ‘penas de
muerte al falsificador’ y otras medidas, la falsificación ocurrió
en seguida” (Pardo, 1980: 38).
Como ya había sucedido durante la Revolución Francesa
con los “asignados”, la ciudadanía, no acostumbrada al nuevo
medio de pago o desconfiando de que tuviera respaldo, comen-
zó a rechazarlo sistemáticamente. Se cumplió así una vez más
la Ley de Gresham, de acuerdo con la cual la mala moneda ter-
mina desplazando a la buena: los ciudadanos sacaron de circu-
lación y ocultaron los escasos pesos macuquinos y trataron de
pagar con los desprestigiados billetes, que sólo eran aceptados
por fracciones de su valor nominal.
La especie monetaria fue sacada de circulación con la caída
de la Primera República, pero ya había hecho un daño difícil
de reparar. En el “Manifiesto de Cartagena” incluye Bolívar la
emisión de papel moneda sin respaldo entre las causas de la
caída de la experiencia republicana:
La disipación de las rentas públicas en objetos frívolos,
y perjudiciales; y particularmente en sueldos de infinidad
de oficinistas, secretarios, jueces, magistrados, legislado-
res provinciales y federales, dio un golpe mortal a la Re-
pública, porque le obligó a recurrir al peligroso expedien-
te de establecer el papel moneda, sin otra garantía, que
la fuerza y las rentas imaginarias de la Confederación.
Esta nueva moneda pareció a los ojos de los más, una
violación manifiesta del derecho de propiedad, porque se
conceptuaban despojados de objetos de intrínseco valor,
en cambio de otros cuyo precio era incierto y aun ideal.
El papel moneda remató el descontento de los estólidos
pueblos internos, que llamaron al Comandante de las tro-
pas españolas, para que viniese a librarlos de una moneda
que veían con más horror que la servidumbre (Cartagena
de Indias, 15 de diciembre de 1812).
Normas y sanciones
A medida que avanza por este dificultoso sendero, intenta reor-
ganizar según principios de lógica, claridad y rigor la castigada
Hacienda Pública. La dificultad y la diversidad de los problemas
se extienden al mismo ritmo que los territorios liberados. A ve-
ces las medidas, dictadas en plena batalla, son drásticas y atro-
pelladas. Requeriría todo un tratado detallarlas. Sólo a título de
ejemplo, refirámonos a algunas de ellas, que en algunos casos
ya hemos desarrollado con mayor extensión.
El 11 de septiembre de 1813, desde Puerto Cabello, decreta
Bolívar pasar por las armas a los defraudadores de la Renta del
Tabaco. Una década después, el 18 de marzo de 1824, decreta
en Perú la pena capital para todo empleado de aduanas, res-
guardos, capitanías de puerto o cualquier otra función de Ha-
cienda Pública que tomare parte en fraudes contra ella. El 27
de enero de 1825, hallándose en Perú, establece una sociedad
económica de “Amantes del País”, dedicada al fomento de las
industrias y la agricultura; días más tarde crea en cada Depar-
tamento una dirección de Minería. El 20 de julio de ese año
decreta la construcción de carreteras del Cuzco a Arequipa, de
Arequipa a Puno y de Puno al Alto Perú, para facilitar las comu-
nicaciones y los intercambios.
En estos trajines menudean los decretos de nacionalización
de bienes, ya mencionados, que culminan simbólicamente con
la visita al cerro del Potosí el 5 de octubre. El 17 de diciembre
ya está decretando la exploración y estudio geográfico y mine-
ralógico del Perú para favorecer las actividades económicas y la
minería. Al día siguiente decreta el proyecto y la construcción
de seis nuevas carreteras para carruajes que unirán Chuquisa-
ca, Oruro, Cochabamba, Santa Cruz, Tacna, Potosí, Atacama y
Salta, en Argentina. Y el 20 de ese mes crea en Chuquisaca una
Contaduría General de Hacienda, encargada de la contabilidad
pública del Alto Perú. Son tareas que agobiarían a cualquier
hacendista; Bolívar las culmina mientras conduce los ejércitos
y maneja la compleja política de los territorios liberados.
Pero las leyes duras contra los ciudadanos nada valen si los
funcionarios no las aplican. El mismo día, el Libertador pro-
mulga otro decreto “para dar a la administración de Hacienda
el movimiento activo, continuo y eficaz que requiere para su
prosperidad”. Esta vez el blanco son los propios funcionarios
y su responsabilidad de cumplir las leyes hacendísticas. A tal
efecto, dispone: “Artículo 5° La ineptitud de todos los emplea-
dos mencionados que se calificará por el hecho de no llenar los
deberes de que se ha hecho mención, se castiga con la destitu-
ción del empleado. Artículo 6° La negligencia o aquella falta de
diligencia que aplica a sus propios negocios un regular padre de
familia con la destitución e inhabilitación. Artículo 7° La con-
nivencia o culpable deferencia con un subalterno negligente,
o con un defraudador, se castigará irremisiblemente con diez
años de presidio si no se probare al empleado parte en el fraude.
Artículo 8°. Por la participación en el fraude o por el fraude co-
metido solo por el empleado, sufrirá éste diez años de presidio,
el perdimiento de todos sus bienes, si no tuviere hijos, y el de
una tercera parte si los tuviere” (Barret et al., 1961, T.III: 34-35).
Son obviamente medidas draconianas. Pero no necesaria-
mente las penas rigurosas promueven la aplicación de la ley:
a veces la compasión incita a obviarlas o a pasar por alto las
faltas.
El cangro de Colombia