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República proviene del vocablo latino res (cosa) pública o común, perteneciente al “populus” o pueblo,

significando que el poder reside en el pueblo, quien lo delega transitoriamente en sus


representantes. Es un sistema político que se fundamenta en el imperio de la ley (constitución) y la
igualdad ante la ley, como la forma de frenar los posibles abusos de las personas que tienen mayor
poder, del gobierno y de las mayorías, con el objeto de proteger los derechos fundamentales y las
libertades civiles de los ciudadanos. En él, cualquier acción política debe estar orientada hacia el bien
común, en contraposición al beneficio de grupos o clases. Una república es un sistema institucional
independiente de los vaivenes políticos y en el cual tanto los gobernantes como los gobernados se
someten por igual a un conjunto de principios fundamentales, normalmente establecidos en una
constitución. Una característica fundamental del sistema de gobierno republicano es la división de
poderes, constitucionalmente establecida, y divididos en cuanto a sus funciones específicas. No debe
confundirse república con democracia (poder del pueblo o de las masas), pues aluden a principios
distintos; la república es el gobierno de la ley mientras que democracia, en la práctica, significa el
gobierno de las mayorías. Otras características de la República, son: los gobernantes son
responsables ante el pueblo que los eligió por sus actos de gobierno; y la publicidad de dichos actos,
que no deben ser secretos, sino puestos a conocimiento del público para poder ser controlados.

Estamos viviendo actualmente los problemas de no saber el significado y diferencia entre república y
democracia: "Las repúblicas declinan en democracias y las democracias degeneran en despotismos"
(Aristóteles). Escogimos vivir en un régimen democrático, pero avalado por instituciones republicanas,
estas instituciones prohíben que el poder esté representado en una sola persona o que éste sea
hereditario. El problema de no conocer la diferencia entre una y otra (desconocimiento por parte del
pueblo, y disimulo por parte de los políticos) ocasiona principalmente el uso de la demagogia como
elemento de disuasión, corrupción y falta de preparación para puestos públicos. Dado que la esencia
de una república es el imperio de la ley, y es una tremenda contradicción pretender librarse de esta
con el pretexto de hacer lo que el pueblo mayoritario manda, en este caso el pueblo no tiene la razón
en contraposición de las leyes; si así fuera, cualquier mayoría podría decretar la desaparición de
cualquier minoría. Los políticos que buscan solo el consentimiento de las masas por medio de acciones
populistas, en realidad solo buscan el poder aunque tengan que despreciar las leyes, pero en una
república están separados; el poder reside en el pueblo y la ley en las instituciones. “El pueblo no es
naturalmente republicano, la educación debe prepararlo” (Ikram Antaki). Existen actualmente
sistemas que se autodenominan democráticos-republicanos, pero en la realidad son sistemas que
permiten y alientan líderes déspotas, populistas y demagogos que utilizan la constitución y las leyes
para preservar su poder, degenerando así en su fruto político llamado oclocracia (gobierno de la plebe
– Polibio 200 AC), sistemas estos que se caracterizan por la anomia y la ingobernabilidad como
resultado de la aplicación de políticas demagógicas. El interés de los oclócratas que ejercen el poder
es precisamente mantenerse indefinidamente en el poder de forma corrupta y a cualquier costo,
buscando una ilusoria legitimidad en el sector más ignorante de la sociedad, hacia el cual vuelcan
todos sus esfuerzos propagandísticos y manipuladores.

Según Antonio Cánovas, político español, “la Política es el arte de aplicar en cada época aquella parte
del ideal que las circunstancias hacen posible”, con lo cual pareciera intentar justificar el devenir social
y económico en las coyunturas políticas de los países. Esta “conveniente” y superficial definición, la
única utilidad que nos aportaría es la de dejar al descubierto que, lamentablemente, la política está por
encima de la conciencia. Quienes se ocupan de dirigir el actual país político, sátrapas herederos de un
otrora protectorado mesiánico militarista, que en cada ocasión que pudo no titubeó en retratarse en
forma desvergonzada y pública con el espectro completo de la fauna dictatorial del orbe, hacen de
cada situación un problema para seguir aprovechándose de su ya tradicional “suerte” electoral, hoy
institucionalizada como fraude sistemático y convertida en desgracia por arte del populismo
demagógico, el cual apela a la semántica de una falsa odisea anti-imperialista, colgándose del vacuo
y manoseado zepelín revolucionario castro-comunista, que ha logrado destruir en 15 años una
economía petrolera potencialmente prometedora, minar aún más con corrupción las instituciones del
Estado y arrasar obscenamente con el tesoro nacional. No es que tales tropelías sean novedad en la
historia política venezolana reciente, pero no en ese orden de magnitud (mil millonario en dólares),
con tanta impunidad y descaro. Es sencillamente increíble e inexcusable que un país petrolero del siglo
XXI no disponga de divisas suficientes para atender sus necesidades mínimas, por cortesía de esa
nutrida casta hamponil rojita, constituyente de un certero y eficaz equipo de demolición en todas las
áreas del ámbito nacional. Pero no existe el crimen perfecto. En su rumbo oclócrata hacia
un capitalismo de Estado, han encendido la mecha del conflicto social remojada con una inflamable
pobreza extrema, fruto de aplicar la tesis estructural “giordiana” según la cual: “Los pobres tendrán
que seguir siendo pobres, los necesitamos así, hay que mantenerlos pobres y con esperanza”, porque
el principal potencial de la revolución se encuentra precisamente en el marketing de esa misma masa
indigente. Ya lo decía Louis Dumur, novelista francés, que “la política es el arte de servirse de los
hombres, haciendo creer que se les sirve”. Claro, esta nave galáctica encuentra amplias plataformas
de despegue en la condición mayoritariamente ignorante y desidiosa de un pueblo manipulable por los
mercaderes de la necesidad, los mal llamados políticos, pueblo por cuya precaria cultura política y
mentalidad de superviviente, le resulta más cómodo aplaudir como mamíferos marinos y someterse a
cambio de algunas migajas, convirtiéndolo en cómplice pasivo de los desafueros de un régimen
obsesionado por conservarse a ultranza en el poder, y que ha logrado a punta de despilfarro, corrupción,
compra de voluntades opositoras, violaciones constitucionales y descaro político, los indeseables títulos
del segundo país más corrupto de Latinoamérica y el de mayor inflación del mundo. Elías Méndez
Vergara se deja llevar por su vena de poeta al escribir “Cuando un gobierno se aísla de las razones que
lo llevaron al poder político, es evidente que su cenáculo se extraviará entre los múltiples problemas
que aquejan su funcionalidad, incitándose así graves contradicciones a su interior. Y en poco tiempo,
se encenderán las alarmas ante serias controversias que minarán su base y condenarán su discurso ”.
No obstante lo aquí planteado, seguimos en alerta amarilla, por ahora.

El remedio marxista de hacer a la bio-supervivencia de todo el mundo dependiente de los caprichos de la


burocracia estatal, es una cura peor que la enfermedad. El bienestarismo, el socialismo, el totalitarismo, etc.,
representan intentos, en mayor o menor grado de racionalidad y de histeria, para volver a crear el vínculo
tribal haciendo que el Estado cuide de los genes. La estrategia es que la gente viva con ansiedad total
de bio-supervivencia y anomia combinada con terror.

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