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Pato y Mancha de Rorschach

Por Goddess Ragma

Mancha de Rorschach cursaba el quinto semestre de la licenciatura en Psicología. Por


un error de decisiones, había tenido que cambiarse de Medicina a Psicología y, cabe
señalar había realmente odiado Medicina y el cambio de carrera le había costado mucho
sufrimiento. Su mamá le dejó de hablar por no cumplir su expectativa de tener una hija
médico; perdió un año de escuela; bajó más de 20 kilos; pero había logrado conseguir
uno de los 14 lugares en esa tanda de exámenes para entrar a la UNAM.

Era feliz con haberse cambiado de carrera y estaba determinada a aprovechar el tiempo
en la escuela, a sacar jugo de ese año que perdió por andar decidiendo cosas que no
debía.

En muchas ocasiones, la gente la juzgó por cómo se vestía. Siempre vestida de negro,
delineador negro, labial rojo, botas negras. Era y es, lo que se solía decir, darketa.
Recuerda aún a un compañero, por ejemplo, que no evitaba mostrar su recelo hacia ella
(y, a veces, hasta rechazo). Finalmente, cuando descubrió que ella era más que una
mujer vestida de forma distinta le comentó: “cuando te vi, al principio pensé que eras una
calienta - bancas, pero me doy cuenta que me equivoqué”. Esas cosas eran comunes en
la vida de Mancha.

Por ende, tenía pocos amigos. Ante cierto nivel de rechazo, había optado por trabajar
sola. Además, como es común, no siempre podía entrar a un grupo con la gente que ella
ya conocía y con la cual tenía garantía de tener compañeros que iban a luchar al igual
que ella por mantener la calidad de los trabajos que se entregaban. Y, no hablar del
clásico compañero que no trabajaba en lo más mínimo, pero que al final, se ofendía al no
ver su nombre en la portada. Era algo que Mancha prefería evitar.

Estaba acostumbrada a estar sola. Tomaba muchos cursos de actualización en los


intersemestrales de verano, y leía dos libros en los intersemestrales de diciembre.
Vamos, era lo que en la actualidad llaman “ñoña”. Antes le decían: ratón de biblioteca.
Mancha, había tenido un novio en la prepa y se había enamorado terriblemente de él. Sin
embargo, las cosas terminaron a los dos años de relación y, a pesar de que ya había
pasado mucho tiempo, seguía sufriendo por él. No era fea, pero sí bastante insegura de
sí misma.

Por el otro lado, estaba Pato. Hija de un gran arquitecto, su padre imprimía muchas
expectativas en ella y sus hermanos. Sin embargo, Pato no los alcanzaba. Su desempeño
dejaba mucho qué desear, desde el bachillerato.

Las cosas para ella no funcionaban tan bien. Su promedio no pasaba de 7, y eso ya
pensando de forma muy positiva. No lograba aumentar su promedio, no lograba subir de
calificaciones por más que se esforzara, tanto que estaba pensando muy seriamente en
dejar la escuela por la paz.

Esas vacaciones intersemestrales habían sido difíciles para Pato. Pensaba que no servía
para lo que estaba estudiando y más valía dejar de invertir su tiempo en una carrera que,
tarde o temprano, iba a terminar abandonando. Las matemáticas la mataban, no entendía
nada en muchas clases y los trabajos que entregaba siempre recibían malas
calificaciones. No entendía, se esforzaba pero a pesar de todos sus esfuerzos, todo iba
de mal en peor.

Pato era, lo que se puede decir, una muchacha normal. Morenita, alta, de cadera amplia
y nada fea. Tenía muchos amigos, pretendientes, novios. Sociable, simpática. Tenía
amigos pero no era parrandera, fiestera o irresponsable. Simplemente las cosas no se le
daban tan fáciles.

Ella era alumna regular, había entrado en el pase reglamentario. Sin embargo, ya había
presentado extraordinarios y se había ido a prácticamente todos los finales de la carrera.

Así, llegaron las dos al quinto semestre de la carrera. Cada una con sus propias
carencias, sus propios dolores, sus propias necesidades.

Ambas llegaron a la clase de Psicología Clínica. La dictaba un profesor psicodinámico,


Mancha era conductual (ahora cognitivo conductual) y Pato… Pato era Pato. Mancha,
como siempre, se sentó hasta atrás. Siempre odió sentarse hasta adelante, junto a los
niños que siempre le hacían la barba al profesor, así es que como buena desadaptada
social, se sentaba hasta atrás. Pato se sentó en medio del salón de clases, tratando de
portarse como niña buena. Mancha no vio, ni notó la existencia de Pato.

Y así pasó el primer día, el segundo día, la primera semana. Pato trataba de entender
algo, Mancha bueno, básicamente hacía lo que hacía de forma tradicional. En algún
momento, Pato volteó y vio a Mancha, sola, como siempre.

Pato pensó que esa cosa vestida de negro parecía interesante y agradable. Raras son
las percepciones del humano, pues en realidad era la única persona en el mundo que ha
llegado a pensar eso de Mancha.

Intentó realizar un primer acercamiento y Mancha fue amable, pero cero receptiva. Se
escabulló, intentando llegar a la biblioteca. Al día siguiente, Pato volvió a intentarlo.
Mancha volvió a hacer lo mismo. Y así pasaron los días, casi dos semanas.

Un día, Mancha estaba en la biblioteca sacando copias. Llegó Pato y le hizo la plática.
Pato estuvo ahí un buen rato, haciéndose la loca, tratando a toda costa de que Mancha
platicara con ella. Mancha terminó y se dio perfecta cuenta de las intenciones de Pato,
sin embargo, su actitud no le pareció muy normal que digamos, así es que optó por irse
rápido.

“¿Qué quiere?”, Pensó. “¿Acaso será como todas esas personas que sólo quieren que
les pase la tarea?”. La respuesta vino tiempo después.

Pato siguió insistiendo, insistiendo e insistiendo. En cada clase, en cada laboratorio que
les tocaba juntas, en la biblioteca, en la explanada mientras Mancha se fumaba
plácidamente un cigarro antes de entrar a clase. Pato se aparecía, se acercaba e
intentaba en platicar con aquella Mancha huraña, desacostumbrada por completo a la
aceptación fácil, y, jamás tratada como la popular del salón, jamás notada.

Mancha llegó a un punto en donde su actitud le pareció sumamente graciosa y, poco a


poco, fue bajando sus barreras. Pato le pidió a Mancha pertenecer a equipos de trabajo
con ella, y para Mancha fue buen indicador que se hubiera interesado en las clases y en
realizar las tareas. La agregó a sus equipos de trabajo. Pato no supo ni dónde se estaba
metiendo.
Y así, iniciaron días interminables de trabajo juntas. Había días en que Pato quería irse
con sus amigos a platicar. Mancha era tajante: “eso no era posible hasta no terminar el
trabajo y eso no sucedería en un futuro próximo, así es que más le valía despedirse y
ponerse a trabajar”. Pato, obediente, decía que sí.

Días en que Pato quería volver a regresar a sus costumbres de siempre, pero Mancha
académicamente, era muy firme, estructurada y disciplinada. Pato, era justamente el
opuesto. Lograba, en ocasiones, convencer a Mancha de hacer algunas cosas fuera de
lo acostumbrado, pero eso sólo le costaba más horas enfrente de la computadora y
algunas horas adicionales sin dormir.

Siguieron pasando los días, los meses y la amistad de ellas se hacía cada vez más sólida.
Las noches interminables en casa de ambas fueron seguidas por confesiones de su vida,
de sus secretos, de sus penas y sus alegrías.

Cada una conoció la casa de la otra, cada una conoció a los padres de la otra, sus
hermanos, durmieron juntas, se desvelaron juntas. Los papás de Pato no sabían de
dónde había sacado su hija a esa amiga; y los papás de Mancha, estaban contentos de
que su hija hubiera sacado una amiga de algún lado.

Pato conoció la música que escuchaba Mancha y se acostumbró al ruido. Mancha nunca
gustó de la música de Pato, pero hasta la fecha la recuerda con mucho cariño cada vez
que escucha “duerme soñando, con tus ojos tan plenos, despiertos,
con tu corazón lleno y radiante, alucinante, tan lleno de amor".

Pasaban los meses y ellas trabajaban arduamente. Pato, comenzó a adquirir los hábitos
de estudio de Mancha, comenzó a organizarse mejor, a estructurar mejor sus
documentos, a tener más calidad en sus trabajos. Pato comenzó a sentarse junto a
Mancha, hasta atrás de la clase.

Incluso, el profesor de Psicología Clínica comenzó a asociarlas. Tanto que estuvieron a


punto de reprobar las dos, sólo porque Mancha tenía la costumbre de debatirle. Por
ejemplo, cuando dijo que si uno cierra los ojos y pone la cabeza hacia atrás, se marearía
por no estar en contacto con su “yo”. Mancha le dijo al profesor que eso era totalmente
falso, pues es una prueba que usan los otorrinolaringólogos y neurólogos para conocer
el daño vestibular del oído. El profesor se enojaba porque no lograba contradecir ni hacer
quedar mal a Mancha e intentó hacerlas reprobar, más a Mancha que a Pato, pero no
pudo con ellas y, al final del semestre, sólo pudo ponerle ocho de calificación final a
Mancha.

Mancha, por su parte, comenzó a tener más amigos gracias a Pato, aprendió a socializar
y a confiar un poco más en la gente. Incluso, llegó a tener otro novio, pésimo y patético,
pero de menos ya había salido de su caparazón. Hasta la fecha, cuando nota que alguien
se le quiere acercar, piensa en lo mucho que hizo sufrir a Pato y, se tranquiliza y deja que
las cosas fluyan.

En una de esas tardes, mientras estaban sentadas en la explanada y, como siempre,


Mancha se fumaba un cigarro, fue cuando Pato le dio el apodo a Mancha de “Mancha de
Rorschach”, porque, le dijo: “eres fácil de identificar en la escuela, siempre andarás
vestida de negro, como una Mancha de tinta. Tu eres mi Mancha de Rorschach”. Mancha
se sintió muy orgullosa, pues lo que en algún momento había sido un defecto, para Pato
era algo que la distinguía. Y se sintió orgullosa y muy feliz de tenerla como amiga.

Pato recibió ese apodo por mero juego de palabras por su nombre. Mancha no es muy
creativa, ni siquiera para molestar a la gente.

Tanto esfuerzo, al final del semestre dieron buenos resultados, las calificaciones de Pato
fueron altas y no reprobó ninguna materia. ¡Por fin lo había conseguido!

En ese semestre, salió la convocatoria para pertenecer a un programa de alta exigencia


académica, el llamado Internado en Psicología General. Para Mancha, era la oportunidad
perfecta de probarse a sí misma en esos grupos, pues al haber hecho cambio de carrera,
en primer semestre no tuvo oportunidad de hacerlo. Lamentablemente, el promedio de
Pato aún no era suficiente y no tuvo oportunidad. Pero Mancha logró ingresar, lo que
implicó que ellas dos tomaron caminos distintos, pero no por eso, separados.

Continuaron viéndose, pero con el tiempo, las mismas actividades hicieron que ellas
dejaran de frecuentarse, aunque cuando se veían, lo hacían con mucho cariño.
Pato y Mancha terminaron la carrera en tiempo y forma. Pato continuó su labor en un
laboratorio de la facultad, mientras hacía la tesis. Mancha entró a Universum como
becaria y, eventualmente, hizo prácticas en el Centro de Servicios Psicológicos.

A veces se veían, platicaban, pero era difícil coincidir. Mancha inició su segunda carrera
en Letras Modernas Alemanas, junto con la Maestría en Medicina Conductual. Ya con
eso, tenía como para no poder salir con nadie durante los próximos cinco años.

Pato siguió trabajando en el laboratorio de Psicología Experimental, y, eventualmente,


tuvo una plaza de académico.

Pasaron los años y, lamentablemente, sus caminos se separaron.

Un día, Mancha estaba en su trabajo, una Fundación para pacientes viviendo con VIH y,
como era su costumbre, escuchaba el radio. Guillermo Ochoa iba a entrevistar a dos
investigadores de la facultad de Psicología que habían hecho importantes
descubrimientos en el ámbito de pareja. Estaba atareada y realmente no estaba poniendo
atención. El programa se fue a corte y Mancha entraba y salía de su cubículo, con el ruido
del radio de fondo.

Volvió a regresar la trasmisión y entonces, Guillermo Ochoa volvió a presentar a los


entrevistados. Cuando escuchó al investigador dijo: ¡Órale, es Raúl! Y, entonces, se
dirigió el locutor a la investigadora. Ella explicaba los resultados de la investigación y el
impacto que esta tenía en la sociedad mexicana. Ahí fue donde Mancha se quedó
boquiabierta. ¡Se emocionó hasta el tuétano!, ¡La famosa investigadora era su amiga!

Escuchó con atención lo que dijeron. Escuchó con sin saber qué hacer, escuchó sin
entender ni pio (años más tarde le tendría que pedir a Pato otra vez la explicación de su
trabajo), con el corazón lleno de alegría por su amiga, y, por qué no decirlo, de orgullo.
Recordó a aquella chica triste, que pensaba desertar de la carrera. Y la escuchaba,
siendo una gran investigadora, reconocida por los medios y por sus pares.

Como pudo, se puso a buscar el teléfono de Pato. Finalmente, logró comunicarse con
ella. Platicaron durante un buen rato, alegrándose de volverse a encontrar, de seguir
siendo amigas y de poner contar la una con la otra.
Pato le dijo a Mancha: “no sabes cuánto agradezco que hayas entrado en mi vida. Sin ti
no hubiera podido terminar la carrera”.

Mancha sintió que finalmente, había podido regresarle a Pato todo lo que ella también le
dio. Definitivamente, Pato y Mancha estaban destinadas a conocerse. La una sin la otra
jamás hubieran funcionado en el mundo.

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