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La homilía en algunos Documentos Oficiales de la Iglesia

Sacrosanctum Concilium

35. Biblia, predicación y catequesis litúrgica


Para que aparezca con claridad la íntima conexión entre la
palabra y el rito en la Liturgia:
1. En las celebraciones sagradas debe haber lectura de la
Sagrada Escritura más abundante, más variada y más apropiada.
2. Por ser el sermón parte de la acción litúrgica, se indicará
también en las rúbricas el lugar más apto, en cuanto lo permite la
naturaleza del rito; cúmplase con la mayor fidelidad y exactitud el
ministerio de la predicación. las fuentes principales de la predicación
serán la Sagrada Escritura y la Liturgia, ya que es una proclamación
de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o
misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros,
particularmente en la celebración de la Liturgia.
3. Incúlquese también por todos los medios la catequesis más
directamente litúrgica, y si es preciso, téngase previstas en los ritos
mismos breves moniciones, que dirá el sacerdote u otro ministro
competente, pero solo en los momentos más oportunos, con palabras
prescritas u otras semejantes.
4. Foméntense las celebraciones sagradas de la palabra de Dios
en las vísperas de las fiestas más solemnes, en algunas ferias de
Adviento y Cuaresma y los domingos y días festivos, sobre todo en
los lugares donde no haya sacerdotes, en cuyo caso debe dirigir la
celebración un diácono u otro
delegado por el Obispo.

52. La homilía. Se recomienda la homilía


Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma
Liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año
litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las
normas de la vida cristiana. Más aún en las Misas que se celebran los
domingos y fiestas de precepto, con asistencia del pueblo, nunca se
omita si no es por causa grave.

Presbyterorum ordinis

Capítulo II. Ministerio de los Presbíteros I. Funciones de los


Presbíteros

4. Los presbíteros, ministros de la palabra de Dios


El Pueblo de Dios se reúne, ante todo, por la palabra de Dios
vivo, que con todo derecho hay que esperar de la boca de los
sacerdotes. Pues como nadie puede salvarse si antes no cree, los
presbíteros, como cooperadores de los Obispos, tienen como
obligación principal al anunciar a todos el Evangelio de Cristo, para
constituir e incrementar el Pueblo de Dios, cumpliendo el mandato
del Señor: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda
criatura” (Mc., 16,15). Porque con la palabra de salvación se suscita
la fe en el corazón de los no creyentes y se robustece en el de los
creyentes, y con la fe empieza y se desarrolla la congregación de los
fieles, según la sentencia del Apóstol: “La fe viene por la
predicación, y la predicación por la palabra de Cristo” (Rom.,
10,17). Los presbíteros, pues, se deben a todos en cuanto que a todos
deben comunicar la verdad del Evangelio, que poseen en el Señor.
Por tanto, ya lleven a las gentes a glorificar a Dios, observando entre
ellos una conducta ejemplar; ya anuncien a los no creyentes el
misterio de Cristo, redicándoles
abiertamente; ya enseñen el catecismo cristiano o expongan la
doctrina de la Iglesia; ya procuren tratar los problemas actuales a la
luz de Cristo, es siempre su deber enseñar no su propia sabiduría,
sino la palabra de Dios, e invitar indistintamente a todos a la
conversión y a la santidad. Pero la predicación sacerdotal, difícil
con frecuencia, en las actuales circunstancias del mundo, para mover
mejor a las almas de los oyentes, debe exponer la palabra de Dios no
sólo de una forma general y abstracta, sino aplicando a
circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio.
Con ello se desarrolla el ministerio de la palabra de muchos modos,
según las diversas necesidades de los oyentes y los carismas de los
predicadores. En las regiones o núcleos no cristianos, los hombres
son atraídos a la fe y a los sacramentos de la salvación por el
mensaje evangélico; pero en la comunidad cristiana, atendiendo,
sobre todo, a aquellos que comprenden o creen poco lo que celebran,
se requiere la predicación de la palabra para el ministerio de los
sacramentos, puesto que son sacramentos de fe, que procede de la
palabra y de ella se nutre. Esto se aplica especialmente a la liturgia
de la palabra en la celebración de la Misa en que el anuncio de la
muerte y de la resurrección del Señor, y la respuesta del pueblo que
escucha se unen inseparablemente con la oblación misma con la que
Cristo, confirmó en su sangre la Nueva Alianza, oblación a la que se
unen los fieles con el deseo o con la recepción del sacramento.

Instituio Generalis Missalis Romani

(9) 29. Lectura de la Palabra de Dios y su explicación


Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras es Dios
mismo quien habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra,
quien anuncia la Buena nueva.
Por eso las lecturas de la Palabra de Dios que proporcionan a la
Liturgia un elemento de grandísima importancia, deben ser
escuchadas por todos con veneración. Y aunque la palabra divina, en
las lecturas de la Sagrada Escritura, va dirigida a todos los hombres
de todos los tiempos y está al alcance de su entendimiento, sin
embargo, su eficacia aumenta con una explicación viva, es decir, con
la homilía, que viene así a ser parte de la acción litúrgica. 1
(23) 45. El silencio
También como parte de la celebración ha de guardarse en su
tiempo silencio sagrado.2 La naturaleza de este silencio depende del
momento en que se observa durante la Misa. Así en el acto
penitencial y después de una invitación a orar, los presentes se
concentran en sí mismos; al terminarse la lectura o la homilía,
reflexionan brevemente sobre lo que han oído; después de la
comunión alaban a Dios en su corazón y oran.
Ya antes de la celebración misma, conviene guardar
laudablemente el silencio en el templo, en la sacristía y en los
lugares cercanos, para que todos puedan disponerse para celebrar
devota y debidamente los ritos sagrados.

(33) 55 y 56. 55. Liturgia de la Palabra


Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos
que se intercalan, constituyen la parte principal de la liturgia de la
Palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u
oración de los fieles, la desarrollan y concluyen. En las lecturas, que
luego desarrolla la homilía, Dios habla a su pueblo, 3 le descubre el
misterio de la Redención y Salvación, y le ofrece el alimento
espiritual; y el mismo Cristo, por su Palabra, se hace presente en
1
Cf. CONC. ECUM. VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, nn. 7, 33, 52.
2
Cf. CONC. ECUM. VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 30; Sagr. Conr. de Ritos,
Instrucción Musicam sacram, 05.03.1967, nn. 17: A.A.S. 59 (1967), p. 305.
3
Cf. CONC. ECUM. VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 33.
medio de los fíeles.4 Esta Palabra divina la hace suya el pueblo con
sus cantos y mostrando su adhesión a ella con la profesión de fe; y
una vez nutrido con ella, en la oración universal, hace súplicas por
las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el
mundo.
56. El Silencio
La liturgia de la Palabra debe ser celebrada de tal manera que
favorezca la meditación, por eso se debe evitar completamente toda
forma de apresuramiento que impida el recogimiento. En ella son
convenientes también unos breves espacios de silencio, acomodados
a la asamblea reunida, en los cuales, con la ayuda del Espíritu
Santo, se perciba con el corazón la Palabra de Dios y se prepare la
respuesta por la oración. Estos momentos de silencio se pueden
guardar oportunamente después de la primera y la segunda lectura, y
terminada la homilía.
(41 y 42) 56 y 66. 65. Homilía
65. La homilía es parte de la liturgia, muy recomendada, 5 pues
es necesaria para alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una
explicación, o de algún aspecto particular de las lecturas de la
Sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario, o de la Misa del día,
teniendo siempre presente, ya el misterio que se celebra, ya las
particulares necesidades de los oyentes.6
66. La homilía la tendrá ordinariamente el sacerdote celebrante
o será encomendada por él al sacerdote concelebrante, o a veces, si
es oportuno, también al diácono, pero nunca a un laico. 7 En casos
particulares y por una causa justa la homilía puede ser pronunciada
incluso por el Obispo o el presbítero presente en la celebración pero
4
Cf. Ibidem, n. 7.
5
Cf. CONC. ECUM. VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 52; CIC, can. 767 § 1.
6
S. Congregación de Ritos, Instrucción Inter Oecumenici, del 26 de sept. de 1964, n. 54; A.A.S. 56 (1964) p. 890.
7
CIC, can 767 § 1; Pontificia Comisión para la Interpretación auténtica del Código del Derecho Canónico, Respuesta a la duda acerca del
can. 767 § 1: A.A.S. 79 (1987), p. 1249; Instrucción interdicasterial sobre algunas cuestiones acerca de la cooperación de los laicos en el
ministerio de los sacerdotes, Ecclesiae de mysterio, 15.08.1997, art. 3: A.A.S. 89 (1997), p. 864.
imposibilitado para concelebrar.
Los domingos y fiestas de precepto téngase la homilía en todas
las Misas que se celebran con asistencia del pueblo; fuera de eso se
recomienda sobre todo en los días feriales de Adviento, Cuaresma y
tiempo pascual, y también en otras fiestas y ocasiones en que suele
haber numerosa concurrencia de fieles.8
Después de la homilía se guardará oportunamente un breve momento
de silencio.
(97) 136. El sacerdote dice la homilía desde la sede o desde el
ambón, o si es oportuno desde otro lugar idóneo. Terminada la
homilía se puede guardar un momento de silencio.

Ordo Lectiunum Missae

PRIMERA PARTE, LA PALABRA DE DIOS EN LA


CELEBRACIÓN DE LA MISA Capítulo II LA
CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA EN LA
MISA

1. Elementos de la liturgia de la palabra y ritos de los mismos

11. "Las lecturas tomadas de la sagrada Escritura, con los cantos que
se intercalan, constituyen la parte principal de la liturgia de la
palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u
oración de los fieles, la desarrollan y concluyen".

a. LAS LECTURAS BÍBLICAS

12. No está permitido que en la celebración de la misa las lecturas


bíblicas, junto con los cánticos tomados de la sagrada Escritura, sean
8
Cf. S. Congregación de Ritos, Instrucción Inter Oecumenici, del 26 de sept. de 1964, n. 53; A.A.S. 56 (1964) p. 890.
suprimidas ni recortadas ni, cosa todavía más grave, sustituidas por
otras lecturas no bíblicas. Pues por medio de la misma palabra de
Dios, transmitida por escrito, "Dios sigue hablando a su pueblo", y
mediante el uso constante de la sagrada Escritura el pueblo de Dios
se hace más dócil al Espíritu Santo por medio de la luz de la fe, y así
puede dar al mundo, con su vida y sus costumbres, el testimonio de
Cristo.

13. La lectura del Evangelio constituye la cima de la liturgia de la


palabra, a la que se prepara la asamblea con las otras lecturas, en el
orden que se señalan, o sea, desde el Antiguo Testamento hasta
llegar al Nuevo.

14. Lo que más ayuda a una adecuada comunicación de la palabra de


Dios a la asamblea por medio de las lecturas es la misma manera de
leer de los lectores, que deben hacerlo en voz alta y clara, y con
conocimiento de lo que leen. Las lecturas, tomadas de ediciones
aprobadas, según la índole de los diferentes idiomas, pueden
cantarse, pero en tal forma, que el canto no oscurezca las palabras,
sino que las aclare. Si se dicen en latín, obsérvese lo indicado en el
Ordo cantus Missae.

15. En la liturgia de la palabra, antes de las lecturas, y especialmente


antes de la primera, se pueden hacer unas moniciones breves y
oportunas. Hay que tener muy en cuenta el género literario de estas
moniciones. Conviene que sean sencillas, fieles al texto, breves, bien
preparadas y adaptadas en todo al texto, al que sirven de
introducción.

16. En la celebración de la misa con el pueblo proclámense siempre


las lecturas desde el ambón.
17. Entre los ritos de la liturgia de la palabra hay que tener en cuenta
la veneración especial debida a la lectura del Evangelio. Cuando se
dispone de un evangeliario, que en los ritos de entrada haya sido
llevado procesionalmente por un diácono o por un lector, es muy
conveniente que ese mismo libro sea tomado del altar por el diácono
o, si no lo hay, por un sacerdote y sea llevado al ambón, acompañado
de los ministros que llevan velas e incienso o con otros signos de
veneración, conforme a lo que se acostumbre. Los fieles están de pie
y veneran el libro de los Evangelios con sus aclamaciones al Señor.
El diácono que va a anunciar el Evangelio, inclinado ante el
presidente de la asamblea, pide y recibe la bendición. En caso de que
no haya diácono, el sacerdote se inclina ante el altar y dice en
secreto la oración: Purifica, Señor, mi corazón...
En el ambón, el que proclama el Evangelio saluda a los fieles,
que están de pie, lee el título de la lectura, se signa en la frente, en la
boca y en el pecho; a continuación, si se utiliza incienso, inciensa el
libro y finalmente lee el Evangelio. Al terminar, besa el libro,
diciendo en secreto las palabras prescritas.
El saludo, y el anuncio Lectura del santo evangelio y Palabra de
Dios, al terminar, es bueno que se canten, para que el pueblo, a su
vez, pueda aclamar del mismo modo, aun cuando el Evangelio
solamente se haya leído. De esta manera se expresa la importancia
de la lectura evangélica y se promueve la fe de los oyentes.

18. Al final de las lecturas, la conclusión Palabra de Dios la puede


cantar un cantor distinto del lector que proclamó la lectura, y todos
dicen la aclamación. En esta forma, la asamblea honra la palabra de
Dios, recibida con fe y con espíritu de acción de gracias.

b. EL SALMO RESPONSORIAL
19. El salmo responsorial, llamado también gradual, dado que es
"una parte integrante de la liturgia de la palabra", tiene gran
importancia litúrgica y pastoral. Por eso hay que instruir
constantemente a los fieles sobre el modo de escuchar la palabra de
Dios que nos habla en los salmos, y sobre el modo de convertir estos
salmos en oración de la Iglesia. Esto "se realizará más fácilmente si
se promueve con diligencia entre el clero un conocimiento más
profundo de los salmos, según el sentido con que se cantan en la
sagrada liturgia, y si se hace partícipes de ello a todos los fieles con
una catequesis oportuna".
También pueden ayudar unas breves moniciones en las que se
indique el porqué de aquel salmo determinado y de la respuesta, y su
relación con las lecturas.

20. El salmo responsorial ordinariamente ha de cantarse. Hay dos


formas de cantar el salmo después de la primera lectura: la forma
responsorial y la forma directa. En la forma responsorial, que se ha
de preferir en cuanto sea posible, el salmista o el cantor del salmo
canta las estrofas del salmo, y toda la asamblea participa cantando la
respuesta. En la forma directa, el salmo se canta sin que la asamblea
intercale la respuesta, y lo cantan, o bien el salmista o cantor del
salmo él solo, y la asamblea escucha, o bien el salmista y los fieles
juntos.

21. El canto del salmo o de la sola respuesta contribuye mucho a


comprender el sentido espiritual del salmo y a meditarlo
profundamente.
En cada cultura debe utilizarse todo aquello que pueda
favorecer el canto de la asamblea, y en especial las facultades
previstas en la Ordenación de las lecturas de la misa referentes a las
respuestas para cada tiempo litúrgico.
22. El salmo que sigue a la lectura, si no se canta, ha de recitarse en
la forma más adecuada para la meditación de la palabra de Dios.
El salmo responsorial se canta o se recita por un salmista o por
un cantor desde el ambón.

c. LA ACLAMACIÓN ANTES DE LA LECTURA DEL


EVANGELIO

23. También el Aleluia o, según el tiempo litúrgico, la aclamación


antes del Evangelio, "tienen por sí mismos el valor de rito o de acto",
mediante el cual la asamblea de los fieles recibe y saluda al Señor,
que va a hablarles, y profesa su fe cantando.
El Aleluia y las otras aclamaciones antes del Evangelio deben
ser cantados, estando todos de pie, pero de manera que lo cante
unánimemente todo el pueblo, y no sólo el cantor que lo inicia o el
coro.

f. LA PROFESIÓN DE FE

29. El Símbolo o profesión de fe, dentro de la misa, cuando las


rúbricas lo prescriben, tiene como finalidad que la asamblea reunida
dé su asentimiento y su respuesta a la palabra de Dios oída en las
lecturas y en la homilía, y traiga a su memoria, antes de empezar la
celebración del misterio de la fe en la eucaristía, la norma de su fe,
según la forma aprobada por la Iglesia.

g. LA ORACIÓN UNIVERSAL U ORACIÓN DE LOS FIELES

30. En la oración universal, la asamblea de los fieles, iluminada por


la palabra de Dios, a la que en cierto modo responde, pide
normalmente por necesidades de la Iglesia universal y de la
comunidad local, por la salvación del mundo, por los que se hallan
en cualquier necesidad y por grupos determinados de personas.
Bajo la dirección del celebrante, un diácono o un ministro o
algunos fieles propondrán oportunamente unas breves peticiones,
compuestas con sabia libertad, mediante las cuales el pueblo,
"ejerciendo su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres". En
esta forma, recogiendo el fruto de la liturgia de la palabra, la
asamblea podrá pasar más adecuadamente a la liturgia eucarística.

31. El celebrante preside la oración universal desde la sede; y las


intenciones se enuncian desde el ambón.
La asamblea participa de pie en la oración, diciendo o cantando
la invocación común después de cada intención, o bien orando en
silencio.

2. Cosas que ayudan a celebrar debidamente la Liturgia de la Palabra

a. EL LUGAR DESDE DONDE SE PROCLAMA LA PALABRA


DE DIOS

32. En el recinto de la iglesia debe existir un lugar elevado, fijo,


adecuadamente dispuesto y con la debida nobleza, que al mismo
tiempo responda a la dignidad de la palabra de Dios y recuerde a los
fieles que en la misa se prepara la mesa de la palabra de Dios y del
cuerpo de Cristo, y que ayude lo mejor posible a que los fieles oigan
bien y atiendan durante la liturgia de la palabra. Por eso se ha de
procurar, según la estructura de cada iglesia, que haya una íntima
proporción y armonía entre el ambón y el altar.

33. Conviene que el ambón, de acuerdo con su estructura, se adorne


con sobriedad, ya sea de una manera permanente, o por lo menos
ocasionalmente en los días más solemnes.
Dado que el ambón es el lugar desde donde los ministros
proclaman la palabra de Dios, se reserva por su naturaleza a las
lecturas, al salmo responsorial y al pregón pascual. La homilía y la
oración de los fieles pueden pronunciarse desde el ambón, ya que
están íntimamente ligadas con toda la liturgia de la palabra. En
cambio, no es conveniente que suban al ambón otras personas, como
el comentarista, el cantor o el director del canto.

34. Para que el ambón ayude lo más posible en las celebraciones,


debe ser amplio, porque en algunas ocasiones tienen que estar en él
varios ministros. Además, hay que procurar que los lectores que
están en el ambón tengan suficiente luz para leer el texto y, en
cuanto sea posible, buenos micrófonos para que los fieles los puedan
escuchar fácilmente.

Directorio para las Misas con Niños

24 - Como quiera que sea, la Eucaristía es siempre la acción de


toda la comunidad de la iglesia, se debe optar al menos por la
participación de algunas personas mayores que no asistirán como
vigilantes, sino como participantes con ellos de la Misa y que en
cuanto sea necesario, los ayuden.Nada impide, que una de estas
personas mayores, que participan de la Misa con los niños, con la
anuencia del párroco o del Rector de la Iglesia, dirija unas palabras a
los niños después del Evangelio, especialmente sí el sacerdote en su
manera y forma de hablar no se adapta a los niños o lo hace con
dificultad.
En esto obsérvense las normas de la Sagrada Congregación para
el clero.
Foméntense también en las Misas con niños, la diversidad de los
ministerios, de suerte que la celebración aparezca como comunitaria
(24), - ténganse por ejemplo: lectores y cantores no sólo entre los
niños sino también entre los adultos, y así la variedad de la voz
evitará el cansancio.

48 - En todas las Misas con niños se debe poner especial interés


en la homilía que explica la Palabra de Dios. La homilía destinada a
los niños puede a veces convertirse en diálogo con ellos a no ser que
se prefiera que escuchen en silencio.

Ritual para el Bautismo de los niños

29. (Bautismo en la Misa dominical). b) la homilía se hace sobre el


texto sagrado, teniendo en cuenta la celebración del bautismo.

45. Después de la lectura, el celebrante hace una breve homilía sobre


lo que se acaba de leer, explicando los misterios del Bautismo y
exponiendo las obligaciones que en él contraen los papás y los
padrinos.

Institutio Generalis Liturgiae horarum

47. En la celebración con el pueblo puede tenerse una homilía


ilustrativa de la lectura precedente, si se juzga oportuno.
48. Igualmente, si se juzga oportuno, puede tenerse también un
espacio de silencio a continuación de la lectura o de la homilía.

Ritual de la Penitencia
25. La homilía, a partir del texto de la Escritura, ha de ayudar a los
penitentes al examen de conciencia, a la aversión del pecado y a la
conversión a Dios. Así mismo debe recordar a los fieles que el
pecado es una acción contra Dios, contra la comunidad y el prójimo,
y también contra el mismo pecador. Por tanto, oportunamente se
pondrán en relieve:
a) La infinita misericordia de Dios, que es mayor que todas nuestras
iniquidades y por la cual siempre, una y otra vez, él nos vuelve a
llamar a sí.
b) La necesidad de la penitencia interna, por la que sinceramente nos
disponemos a reparar los daños del pecado.
c) El aspecto social de la gracia y del pecado, puesto que los actos
individuales repercuten de alguna manera en todo el cuerpo de la
Iglesia.
d) La necesidad de nuestra satisfacción, que recibe toda su fuerza de
la satisfacción de Cristo, y exige en primer lugar, además de las
obras penitenciales, el ejercicio del verdadero amor de Dios y del
prójimo.
26. Terminada la homilía, guárdese un tiempo suficiente de silencio
para examinar la conciencia y suscitar una verdadera contrición de
los pecados. El mismo presbítero, o un diácono u otro ministro,
puede ayudar a los fieles con breves fórmulas o con una plegaria
litánica, teniendo en cuenta tu condición, edad, etc.
Si parece oportuno, este examen de conciencia y exhortación a la
contrición puede sustituir a la homilía; pero, en tal caso, se debe
tomar claramente como punto de partida el texto de la Sagrada
Escritura leído anteriormente.

Ritual de Exequias
El nuevo ritual ofrece 5 modelos de Homilías exequiales,
Apéndice VII

Código de Derecho Canónico

767 § 1. Entre las formas de predicación destaca la homilía, que es


parte de la misma liturgia y está reservada al sacerdote o al diácono;
a lo largo del año litúrgico, expónganse en ella, partiendo del texto
sagrado, los misterios de la fe y las normas de vida cristiana.
§ 2. En todas las Misas de los domingos y fiestas de precepto que
se celebran con concurso del pueblo, debe haber homilía, y no se
puede omitir sin causa grave.
§ 3. Es muy aconsejable que, si hay suficiente concurso de pueblo,
haya homilía también en las Misas que se celebren entre semana,
sobre todo en el tiempo de adviento y de cuaresma, o con ocasión de
una fiesta o de un acontecimiento luctuoso.
§ 4. Corresponde al párroco o rector de la iglesia cuidar de que
estas prescripciones se cumplan fielmente.
768 § 1. Los predicadores de la palabra de Dios propongan a los
fieles en primer lugar lo que es necesario creer y hacer para la gloria
de Dios y salvación de los hombres.
§ 2. Enseñen asimismo a los fieles la doctrina que propone el
magisterio de la Iglesia sobre la dignidad y libertad de la persona
humana; sobre la unidad, estabilidad y deberes de la familia; sobre
las obligaciones que corresponden a los hombres unidos en sociedad;
y sobre el modo de disponer los asuntos temporales según el orden
establecido por Dios.
769 Propóngase la doctrina cristiana de manera acomodada a la
condición de los oyentes y adaptada a las necesidades de cada época.
Instrucción sobre la Formación Litúrgica en los Seminarios
22. El sacrificio eucarístico debe ser considerado por los alumnos
como la verdadera fuente y el culmen de toda la vida cristiana; en él
participan de la caridad de Cristo, tomando de esta abundantísima
fuente la fuerza sobrenatural para la vida espiritual y el trabajo
apostólico(32). Convendrá explicar frecuentemente estas verdades,
según las circunstancias, en la homilía del celebrante; por lo demás,
es necesario infundir con empeño en los alumnos este aprecio de la
misa y del Santísimo Sacramento, aprecio que probablemente antes
de entrar en el seminario aún no habían alcanzado. Hay que inculcar
en ellos la convicción, ya que son futuros presbíteros, de que los
sacerdotes ejercen su principal oficio en el sacrifico eucarístico, en
el cual se realiza continuamente la obra de nuestra redención; así,
mientras se unen a la acción de Cristo sacerdote, se ofrecen cada día
enteramente a Dios(33).
58. Es además particularmente necesario que los alumnos reciban
lecciones sobre el arte de hablar y de expresarse con gestos, así
como acerca del uso de los instrumentos de comunicación social. En
la celebración litúrgica, en efecto, es de la máxima importancia que
los fieles comprendan no sólo lo que el sacerdote dice o recita, sea
que se trate de la homilía o del rezo de oraciones y plegarias, sino
también aquellas realidades que el sacerdote debe expresar con
gestos y acciones. Esta formación reviste tan grande importancia en
la liturgia renovada, que merece un cuidado especial.

Documento de Puebla
930. La homilía, como parte de la liturgia, es ocasión privilegiada
para exponer el misterio de Cristo en el aquí y ahora de la
comunidad, partiendo de los textos sagrados, relacionándolos con el
sacramento y aplicándolos a la vida concreta. Su preparación debe
ser esmerada y su duración proporcionada a las otras partes de la
celebración.
943. Procurar ofrecer a los Presidentes de las celebraciones litúrgicas
las condiciones aptas para mejorar su función y llegar a la
comunicación viva con la asamblea; poner especial esmero en la
preparación de la homilía que tiene tan gran valor evangelizador.

Catecismo de la Iglesia Católica

Exequias: 1688. La Liturgia de la Palabra. La celebración de la


Liturgia de la Palabra en las exequias exige una preparación, tanto
más atenta cuanto que la asamblea allí presente puede incluir fieles
poco asiduos a la Liturgia y amigos del difunto que no son
cristianos. La homilía, en particular debe "evitar el género literario
de elogio fúnebre (OEx 41) y debe iluminar el misterio de la muerte
cristiana la luz de Cristo resucitado.

Catechesi Tradende

Método y medio de la catequesis

48. Homilía
La catequesis dentro del cuadro litúrgico y en la asamblea
litúrgica, respetando lo específico y el ritmo propio de este cuadro, la
homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la
catequesis y lo conduce a su perfeccionamiento natural; impulsa a
los discípulos del Señor a emprender cada día su itinerario espiritual
en la verdad, la adoración y la acción de gracias. La pedagogía
catequética encuentra su fuente y su plenitud en la Eucaristía dentro
del horizonte completo del Año litúrgico.
La predicación centrada en los textos bíblicos, debe facilitar el
que los fieles se familiaricen con el conjunto de los misterios de la fe
y de las normas de la vida cristiana. Hay que prestar una gran
atención a la homilía, ni demasiado larga, ni demasiado breve,
siempre cuidadosamente preparada, sustanciosa y adaptada, y
reservada a los ministros autorizados. Esta homilía debe tener su
puesto en toda eucaristía dominical o festiva, y en la celebración de
los bautismos, de las liturgias penitenciales, de los matrimonios, de
los funerales.

Evangelii Nuntiandi

Medios para la evangelización:


43. Liturgia de la palabra
Esta predicación evangelizadora toma formas muy diversas:
Acontecimientos de la vida y situaciones humanas ofrecen la
ocasión de anunciar lo que el Señor desea decir en una determinada
circunstancia. Basta una verdadera sensibilidad espiritual para leer
en los acontecimientos el mensaje de Dios. En la Liturgia de la
Palabra, la Homilía es un instrumento válido y muy apto para la
evangelización. La celebración eucarística tiene un puesto especial
en la evangelización, en la medida en que el ministro exprese la fe
profunda de quien predica y que esté impregnada con su amor, que
sea sencilla, clara, directa, acomodada, profundamente enraizada en
la enseñanza evangélica y fiel al Magisterio de la Iglesia, animada
por un ardor apostólico equilibrado que le viene de su carácter
propio, llena de esperanza, fortificadora de la fe, y fuente de paz y de
unidad.
La Homilía tiene también un lugar propio en la celebración de
todos los sacramentos, con ocasión de otras reuniones de fieles. La
homilía será siempre una ocasión privilegiada para comunicar la
Palabra del Señor.

Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros

Hablando de la importancia de la Palabra de Dios:


La exigencia dada por la nueva evangelización constituye un
desafío para el sacerdote. Para los que hoy están fuera o lejos del
anuncio de Cristo, el presbítero sentirá particularmente urgente y
actual la angustiosa pregunta: Cómo creerán sin haber oído de Él? Y
cómo oirán si nadie les predica? (Rom 10,14).
Para responder a tales interrogantes, él se sentirá personalmente
comprometido a conocer particularmente la Sagrada Escritura por
medio del estudio de una sana exégesis, sobre todo patrística; la
Palabra de Dios será materia de su meditaciónque practicará de
acuerdo con los diversos métodos probados por la tradición
espiritual de la Iglesia-; así logrará tener una comprensión de las
Sagradas Escrituras animada por el amor.
Con este fin, el presbítero sentirá el deber de preparar -tanto
remota como próximamente la homilía litúrgica con gran atención a
sus contenidos y al equilibrio entre parte expositiva y práctica, así
como a la pedagogía y a la técnica del buen hablar, llegando incluso
hasta la buena dicción por respeto a la dignidad del acto y de los
destinatarios.
Dies Domini

La mesa de la Palabra - 39
39. En la asamblea dominical, como en cada celebración
eucarística, el encuentro con el Resucitado se realiza mediante la
participación en la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida. La
primera continúa ofreciendo la comprensión de la historia de la
salvación y, particularmente, la del misterio pascual que el mismo
Jesús resucitado dispensó a los discípulos: «está presente en su
palabra, pues es él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la
Sagrada Escritura». En la segunda se hace real, sustancial y
duradera la presencia del Señor resucitado a través del memorial de
su pasión y resurrección, y se ofrece el Pan de vida que es prenda de
la gloria futura. El Concilio Vaticano II ha recordado que «la liturgia
de la palabra y la liturgia eucarística, están tan estrechamente unidas
entre sí, que constituyen un único acto de culto». El mismo Concilio
ha establecido que, «para que la mesa de la Palabra de Dios se
prepare con mayor abundancia para los fieles, ábranse con mayor
amplitud los tesoros bíblicos». Ha dispuesto, además, que en las
Misas de los domingos, así como en las de los días de precepto, no
se omita la homilía si no es por causa grave. Estas oportunas
disposiciones han tenido un eco fiel en la reforma litúrgica, a
propósito de la cual el Papa Pablo VI, al comentar la abundancia de
lecturas bíblicas que se ofrecen para los domingos y días festivos,
escribía: «Todo esto se ha ordenado con el fin de aumentar cada vez
más en los fieles el "hambre y sed de escuchar la palabra del Señor"
(cf. Am 8,11) que, bajo la guía del Espíritu Santo, impulse al pueblo
de la nueva alianza a la perfecta unidad de la Iglesia».
De las proposiciones en el Sínodo sobre la Eucaristía

Propuesta 19: La homilía


Se pide a los sacerdotes “que consideren la celebración su principal
obligación. Particularmente deben preparar cuidadosamente la
homilía, basándose en un conocimiento adecuado de las Sagradas
Escrituras”. En la misma línea, se propone estimular las
predicaciones temáticas o monográficas, con referencias al
Catecismo de la Iglesia católica.

Sacramentum Caritatis

Homilía
46. La necesidad de mejorar la calidad de la homilía está en relación
con la importancia de la Palabra de Dios. En efecto, ésta «es parte de
la acción litúrgica» (139); tiene el cometido de favorecer una mejor
comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles.
Por eso los ministros ordenados han de «preparar la homilía con
esmero, basándose en un conocimiento adecuado de la Sagrada
Escritura» (140). Han de evitarse homilías genéricas o abstractas. En
particular, pido a los ministros un esfuerzo para que la homilía ponga
la Palabra de Dios proclamada en estrecha relación con la
celebración sacramental (141) y con la vida de la comunidad, de
modo que la Palabra de Dios sea realmente sustento y vigor de la
Iglesia (142). Se ha de tener presente, por tanto, la finalidad
catequética y exhortativa de la homilía. Es conveniente que,
partiendo del leccionario trienal, se prediquen a los fieles homilías
temáticas que, a lo largo del año litúrgico, traten los grandes temas
de la fe cristiana, según lo que el Magisterio propone en los cuatro
«pilares» del Catecismo y en su reciente Compendio: la profesión de
la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la
oración cristiana (143).

Proposiciones entregadas al Papa en el Sínodo sobre la Palabra de

14. Debería animarse al uso del silencio tras la primera y


segunda lectura, y, acabada la homilía, como sugiere la Ordenación
General del Misal Romano (cf. n. 56).
15. Actualización homilética y “Directorio sobre la homilía”
La homilía hace que la Palabra proclamada se actualice: “Hoy
se ha cumplido esta Escritura que habéis escuchado con vuestros
oídos” (Lc 4,21). Ella conduce al misterio que se celebra, invita a la
misión y comparte las alegrías y los dolores, las esperanzas y los
temores de los fieles, disponiendo así a la asamblea tanto a la
profesión de fe (Credo), como a la oración universal de la misa.
Debería haber una homilía en todas las misas “cum populo”,
incluso durante la semana. Es preciso que los predicadores (obispos,
sacerdotes, diáconos) se preparen en la oración, para que prediquen
con convicción y pasión.
Deben hacerse tres preguntas:
-¿Qué dicen las lecturas proclamadas?
-¿Qué me dicen a mí?
- ¿Qué debo decir a la comunidad, teniendo en cuenta su situación
concreta?
El predicador debe sobre todo dejarse interpelar el primero por
la Palabra de Dios que anuncia. La homilía debe ser alimentada por
la doctrina y transmitir la enseñanza de la Iglesia para fortificar la fe,
llamar a la conversión en el marco de la celebración y preparar a la
actuación del misterio pascual eucarístico.
Para ayudar al predicador, en el ministerio de la Palabra, y en
continuidad con la enseñanza de la Exhortación Apostólica
Postsinodal Sacramentum Caritatis (n. 46), los padres sinodales
desean que se elabore un “Directorio sobre la homilía”, que debería
exponer, junto a los principios de la homilética y del arte de la
comunicación, el contenido de los temas bíblicos que aparecen en
los leccionarios que se usan en la liturgia.

32 Formación de los candidatos al orden sagrado


Los candidatos al sacerdocio deben aprender a amar la Palabra
de Dios. Sea por tanto la Escritura el alma de su formación
teológica, subrayando la indispensable circularidad entre exégesis,
teología, espiritualidad y misión. La formación de los sacerdotes
debe por tanto incluir múltiples aproximaciones a la Escritura:
--La lectura orante, en especial la Lectio Divina, tanto personal
como comunitaria, en el marco de una primera lectura de la Biblia.
Hará falta proseguirla durante todo el itinerario de la formación,
teniendo en cuenta lo que la Iglesia dispone en cuanto a procurar
retiros y ejercicios espirituales en la educación de los seminaristas.
--Nutrirse con asiduidad de la Palabra de Dios, también a través de la
riqueza del Oficio Divino.
--El descubrimiento de la exégesis en sus diversos métodos. Es
necesario un estudio preciso y amplio de las reglas hermenéuticas
para superar los riesgos de una interpretación arbitraria. Los métodos
de la exégesis deben ser comprendidos de manera apropiada, con sus
posibilidades y sus límites, permitiendo un entendimiento recto y
fructífero de la Palabra de Dios.
--El conocimiento de la historia de lo que ha producido la lectura de
las Escrituras en los Padres de la Iglesia, en los Santos, en los
Doctores y en los Maestros de la espiritualidad hasta nosotros.
--La intensificación, durante los años del seminario, de la formación
para la predicación, y la vigilancia sobre la formación permanente
durante el ejercicio del ministerio, de modo que la homilía pueda
interpelar a quienes escuchan (cf. Hechos 2, 37).
-Paralelamente a la formación en el seminario, se invitará a los
futuros sacerdotes a participar en encuentros con grupos o
asociaciones de laicos, reunidos en torno a la Palabra de Dios. Estos
encuentros, mantenidos a lo largo de un lapso suficientemente largo,
favorecerán en los futuros ministros la experiencia y el gusto de la
escucha de lo que el Espíritu Santo suscita en los creyentes reunidos
como Iglesia, ya sean pequeños o grandes. No hay que descuidar un
estudio serio de la filosofía que llevará a evaluar con claridad los
presupuestos y las implicaciones contenidas en las diversas
hermenéuticas aplicadas al estudio de la Biblia (cf. Optatam totius,
15).
A este fin, se espera que en las facultades filosóficas se desarrolle y
enseñe un pensamiento filosófico y cultural (arte y música) abierto a
la trascendencia, de modo que los discípulos puedan escuchar y
comprender mejor la Palabra de Dios, la única que puede colmar los
deseos del corazón humano (cf. Fides et Ratio, 83).
Se espera una renovación de los programas académicos (cf. Juan
Pablo II, constitución apostólica Sapientia Christiana) para que se
manifieste mejor el estudio sistemático de la teología a la luz de la
Sagrada Escritura.
Además, una revisión de los cursos en los seminarios y en las casas
de formación deberá estar atenta a que la Palabra de Dios tenga el
debido lugar en las diversas dimensiones de la formación.

Del Sínodo sobre la Palabra

Sobre la Homilía, que recordamos también forma parte de la


Liturgia de la Palabra, se afirma que “debería haber homilía
en todas las Misas cum populo, incluso durante la semana. Es
necesario que los predicadores (obispos, sacerdotes,
diáconos) se preparen en la oración para predicar con
convicción y pasión”. Además, “la homilía debe estar nutrida
de doctrina y transmitir la enseñanza de la Iglesia para
fortificar la fe, llamar a la conversión en el marco de la
celebración y preparar a la realización del misterio pascual
eucarístico”. Por último, en continuidad con Sacramentum
Caritatis, los Padres Sinodales desean “un Directorio sobre la
homilía que debería exponer, junto a los principios de la
homilética y del arte de la comunicación, el contenido de los
temas bíblicos que se presentan en los leccionarios en uso”.
En muchos casos en las homilías actuales sobra moralina,
opiniones subjetivas del pensamiento del sacerdote sobre
política o sociedad, que pueden ser expuestas en otro lugar,
o comentarios de actualidad.
Sobre el Leccionario se recomienda “un examen del
Leccionario romano para ver si la actual selección y
ordenación de las lecturas es verdaderamente adecuada a la
misión de la Iglesia en este momento histórico. En particular,
el vínculo de la lectura del Antiguo Testamento con la
perícopa evangélica debería ser reconsiderado de modo que
no implique una lectura demasiado restrictiva del Antiguo
Testamento o la exclusión de algunos pasajes importantes”.
Es cierto que hay algunas lecturas “duras” aunque se hagan
en días feriales y asimismo a veces, por encajar las lecturas
con el Evangelio se puede forzar algo.

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