Está en la página 1de 12

Este fin de semana

Este fin de semana ocurrió algo curioso. Como mis compañeros entenderán —aunque no me
atrevería a decir que todos—, se nos juntó mucha tarea de investigación. En mi caso, cada
fin de semana me proponía buscar fuentes para el ensayo de Bazán, pero cada uno de esos
días terminaba publicando estados sin sentido en facebook –como este, por ejemplo. Y así
me la pasé un mes hasta que llegó el límite; se vino el jueves y yo de tan sólo pensar en toda
esa maldita tarea casi me pongo a llorar. Entonces caminé, me vi en el espejo y me dije: "¿por
qué eres así?". Ok, no, eso último no ocurrió, pero el punto es que me sentí decepcionada
porque otra vez estaba dejando las cosas a última hora, y más porque hace un año viví el peor
estrés de la vida al estar en el límite de reprobar, y no quería repetirlo, digo, después de todo
mis padres hacen todo lo posible porque yo cumpla con esa única obligación y me pesa pensar
lo mucho que les cuesta que siga estudiando, y me dije: "¿por qué siempre hago la tarea un
día antes? ¿por qué no hago las cosas con tiempo para estar más relajada? Yo esto lo hice
pocas veces en la prepa, antes tenía más motivación y ahora ya no, sólo hago por cumplir y
ya, ¿qué me pasa? ¡Dios, dame inspiración!" Y mi consciencia en forma de Dios me
respondió: "Si sigues lamentándote vas a reprobar. No me molestes." Así que me puse a
investigar y a organizar todo lo que pude en cuanto a mi tema: "debo tomarme hoy, mañana
y parte del sábado para terminar con las diez fuentes y así resumirlas en lo que queda de ese
día. El domingo debo hacer el ensayo de Monroy, puesto que llegaré tarde el lunes, y lo que
resta de ese día lo quiero ocupar para estudiar sintaxis. Y me falta... ¡Anna! Bueno, de ella
ya ni modo, lo leeré después ¡Pero la otra Ana! ¡Bah! creo que no entraré a su clase, ni modo.
¡Señor, dame fuerza!".

Al otro día, en la tarde, me sentí satisfecha porque en lo que iba de ese día ya había reunido
ocho fuentes, así que decidí tomarme un baño con su debido tiempo para relajarme (una
hora). Cuando terminé tuve muchos escalofríos, luego dolor de cabeza y después unos
cuantos mareos. Como esa semana noté que varios en el grupo andaban enfermos de gripa
supuse que ya me habían contagiado y que con el baño terminó por darme la gripa, por lo
que tomé un paracetamol y me dije: "Chamacos descarados, nunca se cuidan. Y Bazán
también tiene la culpa". Y de pronto pareció que los síntomas se redujeron bastante, pero
después, al caer la medianoche, volvieron los escalofríos y hasta más intensos, y fue que tomé
otro paracetamol y me fui a dormir. Pero pasé una de las noches más espantosas de la vida
(luego de aquella fiebre que me hizo soñar con Hello Kitty girando hacia mí en un fondo rosa
fosforescente que no dejaba de moverse). El frío era más intenso, y más, y más, mientras que
las alucinaciones sólo eran de dos mujeres del Renacimiento en un fondo blanco diciendo:
"usa esta fuente para comparar el amor cortés con el amor cortés, o igual usa esta otra que te
ayuda a distinguir el amor cortés del amor cortés, o esta otra que explica cómo es el amor
cortés a diferencia del amor cortés, o esta que responde cómo es el amor cortés en el amor
cortés". ¡Ah!, La muerte, ¡El horror, el horror! Así desperté a las siete de la mañana, como
tal no tuve descanso, estaba tan mareada que con trabajos pude estar en pie para ver a mi
mamá y comentarle lo mal que me sentía a pesar de que tomé paracetamol. Ella sirvió el
desayuno en la sala, nos sentamos mi papá y yo y como pude terminé de comer para descansar
de ese maldito mareo y seguir durmiendo, aunque también con la esperanza de despertar lo
más pronto posible para terminar el trabajo. Sin embargo, lo que me despertó fue la voz de
mi mamá que iba a inyectarme y darme una aspirina. Usualmente le temo a las jeringas, pero
me sentía tan mal que ya me acosté cual moribundo con tal de sentirme mejor. Pues bien,
después revisé el reloj, y al ver que dieron la una de la tarde reuní todas mis fuerzas sobrantes
para continuar. Conforme pasó el tiempo la fiebre disminuyó lo suficiente como para seguir
con la investigación y la escritura hasta la una de la mañana. Todo el santo día leyendo sobre
el Renacimiento, el humanismo, la Edad Media, las mujeres en la historia y especialmente
ese estúpido amor cortés. Por desgracia todavía me faltaban cuatro resúmenes, y dadas las
circunstancias me imaginé que no terminaría esta tarea hasta las cuatro de la tarde del otro
día, así que me resigné y sólo me preparé para ir a la cama, pero mientras lo hacía reflexioné
sobre mis síntomas: “¿cómo puede ser que me diera la fiebre y no el resfriado? estornudé
como cuatro o cinco veces ayer, y de hecho tenía un poco congestionada la nariz, mas no lo
sentí como gripa. Además, esta fiebre loca me recuerda a aquella que me dio de casi 40º.
Pinche pueblo, nada más me vengo a enfermar. Pues quién sabe qué rayos tengo, si me
enfermo de algo feo por lo menos que me salve de la escuela. ¿Y si sí es una salvación divina?
De seguro Dios lo hace para que tenga más tiempo, sí, está obrando por mí. Ojalá y duren los
síntomas hasta el lunes, para no ir y estudiar lo del examen y leer lo de Anna. ¡Gracias,
Señor!”.

A la mañana siguiente una gran comezón en la ceja izquierda me despertó de mi sueño tan
reparador -aunque el ruido mañanero de mi papá y los perros aullando a todo pulmón junto
con el coro de perros vecinos influyeron a que inevitablemente siguiera con la tarea. Luego
una gran comezón en la espalda me obligó a levantarme y, al encontrar el punto, sentí que
algo se reventó y me cubrió los dedos con un líquido extraño. Pero no hice más que lavarme
la mano y suponer que fue un grano cualquiera. Continué con mi tarea hasta que dieron las
once, acto seguido me fui a la cocina y pasado un rato mi mamá sirvió fruta picada. Me
comentó que me sirviera caldo si tenía hambre, porque ella no quería comer eso. Supongo
que no lo mencioné antes, pero por lo mismo de que me diagnostiqué con gripa mis padres
cocinaron caldo de pollo y jugo de naranja un día antes para que me repusiera -tan lindos
como siempre. En fin, prosigo. Comí mi caldo, vi la televisión con mi madre hasta que dieron
las doce y tomé la computadora, la tableta y mi mp3 para continuar; pero en ese momento vi
en mi muñeca izquierda un grano extraño que brillaba. Era rojo, de tamaño prominente y
parecía que tenía como una especie de agua adentro, más no era como esas imperfecciones
de la adolescencia. Entonces recordé los granos de la mañana que explotaron fácilmente, y
uniendo los síntomas del día anterior pensé: “sólo hay dos explicaciones: o me dio dengue
otra vez o al parecer tengo varicela, sarampión, rubeola o una de esas cochinadas. He sabido
que se requieren cuarenta días de reposo para esas cosas. ¡no! No puedo faltar tanto, es la
universidad, me matarían si hago eso. ¡NO! A ver, mejor me calmo y le pregunto a mi mamá
qué onda con esto.”. Así que fui a verla, le comenté lo sucedido y me revisó el grano de la
muñeca, luego la espalda y la cabeza. Efectivamente tenía granos en la espalda, pero no
precisamente en la zona donde salen los del dengue ni en la cabeza, por lo que busqué en
internet todo lo relacionado a esas enfermedades y al parecer en todas sólo concordaba la
fiebre, porque justamente sólo eso y los granos eran mis únicos síntomas. Al parecer todo
apuntaba a que tenía una enfermedad horrible. Tuve miedo, puesto que sería la primera vez
que estaría con una enfermedad asquerosa, sin embargo, no tenía otra opción mas que esperar
la salida de más granos en mi cuerpo y seguir trabajando. Seguí en lo mío y afortunadamente
todo apuntaba a que sólo faltaban dos cuartillas para concluir con la tarea interminable.
Decidí tomarme cinco minutos para revisar si tenía más granos, y como fue: dos chiquitos
juntos en mi brazo derecho, cerca de mi codo.

—¡Mamá! — grité —Ya me salieron más, ¡ven, mira!


Vino a mi cuarto y checó mis brazos, hizo un gesto de repulsión y tomó la computadora para
buscar todo lo relacionado con la varicela.

—Es que no puede ser sarampión porque ya estás vacunada contra eso— dijo —y varicela
como que no parece, estas cosas no se ven tan feas como las de las fotos de aquí. No pues
quién sabe. Si te salen más me avisas, para que vayamos al doctor mañana.

Asentí su comentario y quise concluir con la tarea. Ella se retiró a ver sus plantas y yo abrí
el facebook para platicar con Kathy y ver cómo iba con la tarea —aunque, en realidad, lo
hice por esa necesidad que da de no sentirse solo en tiempos de crisis, me imagino que lo han
hecho alguna vez—, y al parecer ella iba una cuartilla atrás de mí y ya no sabía qué más
incluir. Yo ya casi terminaba la novena cuartilla, pero ambas estábamos en la misma
situación, no sabíamos qué más incluir, todo lo necesario ya lo habíamos dicho en ocho
cuartillas, por lo que seguimos investigando a toda prisa. Le pasé una fuente del amor cortés,
luego le comenté de mi posible enfermedad y revisé una de sus fuentes para analizar si podía
incluirla o no. Pues bien, continué con lo mío, ya había leído cuatro fuentes y nada me
convencía, ya no tenía otra opción más que releer esa aburrida investigación sociolingüística
del amor y hacer su respectivo resumen. En un rato concluí mi trabajo de análisis, aunque
todavía me faltaba incluir las fuentes. Como sea, dieron las siete y tomé un baño para darme
energías. En ese momento me percaté de que ya tenía otros granitos, por lo que cuando
terminé fui de inmediato con mi mamá para mostrarle. Ella de nuevo hizo ese gesto de
repulsión y me confirmó la enfermedad:

—sólo queda esperar mañana, a ver cómo te pones. ¿cómo te sientes?

—bien, no me siento mareada ni nada, ya estoy mejor, sólo son los granos.

—bueno, pues ya mañana me dirás, si no para que faltes a la escuela y te llevemos al doctor.

— ¡sí, yo te aviso!

Obviamente esperaba que salieran más, no quería ir mañana, debía estudiar y hacer un ensayo
muy bueno, pero nunca he podido fingir enfermedades, por lo que esperaba lo peor para hacer
de mi vida lo mejor. Poco tiempo después mi papá llegó, pero por la manera en que entró a
mi cuarto con boca de resignación supuse que mi mamá le había comentado lo de mi posible
varicela, sarampión o lo que sea que fuera. No sé si sus papás son iguales, pero mi papá
enloquece cuando ve que alguien se enferma. Se enoja, bufa y camina de un lado a otro con
mucha desesperación, no tanto por temor a la muerte, sino por gastar mucho dinero: “¡y yo
sin trabajo! ¿cuánto va a costar la medicina, cuánto?”. Yo ya estaba esperando esa reacción
para que luego se pusiera a revisarme por todos lados, pero esta vez caminó tranquilo y me
pidió que le mostrara las póstulas. Él las vio y asintió con la cabeza:

—Es varicela, a mí ya me dio y sé cómo salen esas cosas. Tu madre esperaba las costras,
pero esas vienen después, a ti apenas te están saliendo los granos. ¿cómo te sientes?

—Bien, no siento nada, sólo tengo las ronchas, pero ni siquiera me dan comezón.

—Bueno, a ver mañana cómo estás, nomás no te rasques. Ya vente a comer, tu madre nos
habla.

Cenamos en lo que veíamos una película de El señor de los anillos. Platicamos y yo seguí
con las fuentes. Dado lo que dijo mi papá y las ronchas que comenzaban a salir ya era oficial
que no iría a clases. Le avisé a Allison que no asistiría el lunes y le pedí que entregara el
trabajo por mí debido a que probablemente tenía varicela, aunque si en todo caso asistía le
pagaría la impresión. Ella muy linda aceptó y hasta me recomendó remedios caseros que me
vendrían muy bien, pues por experiencia sabe que se cura sólo con descanso y paciencia. Lo
que sí me reafirmó como cuatro veces: “No te rasques”. Total, terminé mi trabajo por ahí de
las nueve y se lo envié. Ya que había terminado me relajé un rato en mi cama y escuché las
canciones de mi mp3 que tenía tan abandonado desde la preparatoria. En ese rato medité
sobre el tema que tanto quería trabajar en mi ensayo del martes: el nihilismo en Altazor. Pero
exactamente cómo, qué del nihilismo, por qué, para qué, con qué objetivo, exactamente cómo
se refleja. No pude soportarlo, tantos cuestionamientos merecían respuesta, tenía que
investigar ya. Encontré una tesis que mostraba las malas lecturas de Nietzsche en cuanto a su
postura, era de trescientas páginas y obviamente ni siquiera pasé de la introducción; luego vi
muchas tareas de alumnos preparatorianos que como siempre tergiversaron todos los
conceptos con los de Freud y finalmente dos artículos de revistas científicas que me fueron
de mucha ayuda. En un principio me fue complicado entender el primer artículo y me temí
lo peor, pero respiré y preferí dejarlo para mañana temprano, al fin, no tuve descanso todo
ese fin de semana. Me lavé los dientes y quise revisarme en el espejo algunos granos que
podrían haberme salido en ese tiempo y efectivamente: el pecho lo tenía bastante cubierto de
esos granitos rojos. Me sorprendió, aunque igual me agradó saber que seguían saliendo. Ya
terminado todo me fui a dormir como un bebé.

El reloj de mi papá sonó a las cinco y media de la mañana como de costumbre. No obstante,
eso no fue exactamente lo que me despertó, sino los cohetes escandalosos de la iglesia que
no sé qué rayos querían celebrar a esa hora. Ya fue que en unos minutos mi papá encendió la
luz de mi cuarto y, medio adormilado, me dijo:

—Badas, ¿cómo te sientes?

—Ya les dije que me siento bien— le respondí, aunque muy en el fondo no quería hacerlo—
no estoy mareada ni nada, el problema son los granos.

—Si te dan comezón no te rasques.

—Pero ni siquiera me pican, sólo los tengo y ya, eso no me es problema.

—¿entonces crees poder ir a la escuela?

—pues yo digo que sí, pero no sé, supongo que ya me salieron más.

—a ver, ¿dónde?

—no, pa’, están en el pecho.

—ahí siempre salen, ¿dónde más?

—en la panza tengo unos, pero nada más.

Y en ese instante entró mi mamá muy amodorrada por la hora.

—¿cómo te sientes? —me preguntó.

— ¡ah! me siento bien, no tengo nada más que los granos, y eso no me pican.

—¿entonces crees poder ir a la escuela?

—pues... supongo que sí, al fin no tengo fiebre —no pude mentir.

—¿ya no tienes más granos?

—sí, en el pecho.
—enséñame. Tú, voltéate— le dijo a mi papá. Él se volteó y se sentó en mi cama, aunque ya
casi se volvía a dormir.

Me levanté la playera para que revisara y ella hasta despertó al ver la cantidad de granos que
ya tenía.

—¡No! — respondió— no vas a ir.

— ¿No? — pregunté.

—No, Dafne, estás muy mal, ¿qué tal si te da fiebre otra vez? no, yo sé que quieres ir por lo
de tu trabajo, pero no puedes ir con esas cosas, además, ¿qué tal si los contagias ahí en la
escuela? ¡imagínate! todos virulientos por el mundo.

—¿tienes que entregar algo, Dafne? —preguntó mi papá.

—pues sí, el trabajo que hice todo este fin de semana. No te preocupes, eso se lo puedo enviar
a mi amiga para que lo imprima y se lo dé al profe.

—bueno, entonces deja prendo la compu’.

—no, pa’, yo se lo envío con la tableta.

—¿segura, Badas? porque ya la prendí.

—¡Ja!, no, pa’, tú ve a dormir. Yo lo hago.

—¿entonces la apago?

—Sí, papá.

¡Vaya molestia! En fin, como ese favor ya lo tenía hecho me volví a dormir. Me desperté a
las nueve de la mañana al igual que mis padres, poco después nos saludamos y fuimos a
desayunar. Mi mamá me dijo que iríamos al doctor para confirmar mi enfermedad, darme los
días de descanso necesarios, la receta, los medicamentos y que le dijera a mi mamá si era
probable que ella se contagiara. Le respondí que estaba muy bien. Luego le empecé a plantear
lo que había leído de Nietzsche e incluso mi papá le entró a la plática por ser uno de sus
filósofos favoritos, y justo cuando estábamos en plena conversación llamó mi tía por teléfono.
¡Rayos! ellos me estaban aportando cosas buenas. Pues bien, me resigné. Mi papá y yo
terminamos de comer, me vestí medio rockera y retomé mi poema Altazor. Ya pensando en
la fila del seguro, puse mi poema bajo el brazo y tomé mi celular y mi dinero. Consideré
llevar la tableta para avanzar con el ensayo, mas no lo vi necesario no recuerdo por qué.
Cuando mi mamá terminó de hablar por teléfono dieron la una de la tarde y ella decidió
tomarse tiempo para concluir sus cosas, pero luego revisé mi carnet y, al ver que la consulta
comenzaba a la una de la tarde y no a las tres, nos dimos prisa en terminar de prepararnos.
Yo tuve que volverme a cambiar y ponerme un tapabocas porque al parecer las póstulas ya
me habían llegado al cuello. Una vez terminado todo ya nos fuimos al doctor. Mi mamá
parecía extranjera con sus lentes obscuros y su sombrero, y yo musulmana con tanta cosa
puesta. Me dio mucha risa. Tomamos la combi y llegamos rápido al hospital; como era de
esperarse la fila era larga y el doctor llegaría un poquito después de la hora.

Nos sentamos y ambas tomamos nuestros materiales de trabajo de estos últimos dos años:
ella su tejido y yo mis lecturas. Mientras yo leía la gente del hospital admiraba la orilla de
girasoles que le hacía mi mamá a su carpeta bordada, de hecho, dos señoras le preguntaron
de su técnica, de dónde veníamos y que si yo era su hija. Todo se mostró tan apacible que yo
tuve sueño, pero el concierto de tonos de celular que comenzó con la llegada de secretarias
vespertinas me lo espantó. Por lo menos eso me fue tolerable, hasta que inició el concierto
de berrinches de los niños chiquitos. ¡Ah!, para volverse loco, yo quería o bien darles zapes
o unirme a su dolor, una de esas dos, porque de plano no estaba de humor para no decir nada.
Y, sin embargo, lo hice. Lloré en mi mente y me lamenté cuanto pude; me quejé de la tarea,
del ensayo, de no entender el nihilismo, de no llevar la tableta, de no tener internet ni música
buena que escuchar y, sobre todo, de soportar a esos niños chillones. De casualidad me asomé
para ver quiénes y cuántos eran, pues cual demonios se oían multitud, pero en realidad eran
tres primitos y una niña que no dejaba de correr. A la niña, su madre por lo menos la regañaba
constantemente, en cambio a los otros sólo los abrazaban, y lo peor es que la abuela (o al
menos creo que era la abuela) era una señora robusta que nomás llegó a dormirse y hasta se
quitó los zapatos. Me dio tanto asco que no sabía qué pensar, la odié, aunque al verla así se
me vino a la mente tomarle una fotografía y publicar en facebook: “¿alguien que le haga
fotoshop a esta señora, por favor?”. Ese pensamiento medio mezquino me hizo reír, y aunque
no pude tomar la foto, por lo menos pensarlo me tranquilizó un rato. Pasó una hora, dos, tres
y yo nomás no pasaba. Algunos pacientes duraban diez o quince minutos y otros incluso
hasta más de media hora, y yo no entendía porqué. Como sea, dieron las cinco de la tarde y
hasta que el hospital quedó con poca gente, por fin pasamos mi mamá y yo. El doctor me
preguntó mis síntomas, me revisó la cara y mi estómago; me dio mi respectiva receta de
paracetamol, clorfenamina, suero oral y baño helicoidal; confirmó la varicela y dejó un
recado que recomendaba mis ocho días de reposo.

—Regresa dentro de ocho días para que te revise y te dé otros ocho días de descanso— dijo
el doctor.

Mi mamá le preguntó si ella podía contagiarse debido a que nunca se ha enfermado de eso, a
lo que el doctor respondió que sí, pero que en todo caso no sería ahora sino en mi etapa
contagiosa, cuando las costras empiezan a caer. Salimos y todo fue rápido, aunque me
preocupó tener que faltar tantos días, sobre todo por el examen de sintaxis que tanto ansiaba
presentar. Me sentí decepcionada, creí que era mi culpa por desear que la enfermedad se
propagara en mí ese fin de semana, y pensé: “Si no lo hubiera deseado no me hubiera dado,
es más, si hubiera hecho la tarea con tiempo no me habría estresado y no me habría pasado
nada. Ahora tendré que quedarme en mi cama con estas cosas en el cuerpo, y ya las estoy
sintiendo en la garganta. ¿Por qué me enfermé así? Esta ayuda no parece divina, se ve muy
fea ¿y si en mis tiempos de necesidad invoqué al diablo y no a Dios? ¿y si por eso me enfermé
tan horrible? ¡Oh!, Puede que sí, qué miedo.”. Llegamos a la casa, bebimos agua e hicimos
nuestras labores: Mamá la comida y yo mi cama y la tarea. Me sentía muy cansada, la visita
al hospital me agotó y ya no quería seguir con el ensayo, estuve a punto de darme por vencida,
así que preferí bañarme en lo que cobraba fuerzas, y justo en ese momento se vino lo peor:
la luz se esfumó. Un aire repentino cortó bruscamente la electricidad en toda la calle y no
hubo más que hacer, en todo caso sólo quedaba la esperanza de que volviera la luz. Entonces
yo con el cuerpo pelado en medio de la oscuridad maldije: “¡Dios! Esto es el colmo, te pido
ayuda y me enfermas, me siento con pocas energías y tú me las quitas, si de por sí no tenía
oportunidad de hacer el ensayo ahora menos. ¡Cómo puedo creer en ti!” Terminé de bañarme
y la luz volvió. Me sentí afortunada y agradecida, por lo que mi pensamiento cambió:
“¡Gracias, Dios! Ahora no me vayas a fallar, que debo hacer mi ensayo nihilista. ¡Ja! ¿Te das
cuenta? Te pido ayuda para hacer un ensayo en el cual diré que no eres mas una construcción
hecha por los estratos de poder que solo quieren oprimir al pueblo, quién lo diría. ¡Oye!, eso
me da una idea para un estado: ‘aquí casual rogándole a Dios que me ayude a terminar mi
ensayo nihilista’. Sí, se oye bueno, lo voy a publicar ahorita. Es genial ese estado porque no
sólo soy blasfema con Dios sino con el nihilismo, es más, creo que hasta suena más ofensivo
para el nihilismo que para el propio Dios, ¿o no?”. ¡Pam!, Cayó un rayo y la luz se volvió a
ir. Me entró miedo, pero como pude busqué mi tableta para que alumbrara un poco mi cuarto
y así vestirme. Acto seguido fui a la cocina y vi que mis papás estaban cenando sandwiches
con las velas religiosas que tenía guardadas mi mamá. Me senté e intenté comer, pero todo
el ambiente me asustó, supuse que quizá mis malos pensamientos contra Dios lo habían
enfadado y ahora estaba viendo su ira, mas luego pensé que esto quizá no era obra de Dios
sino del demonio que dejé entrar en estos momentos de mi vida, lo que me hizo sentir cada
vez más y más angustia. Me vi perdida, ya no quería más, y sólo oré: “Dios, yo sé que no he
obrado bien ni te he dado las gracias por las oportunidades que tengo, pero es que...” ¡tará!,
Se hizo la luz, así que no concluí mi oración y se me hizo fácil seguir comiendo. Y entonces
¡Sas!, El aire se intensificó y quitó la luz de nuevo, a lo que mi mamá comentó:

—No entiendo esto, se supone que estos aires se dan en febrero o en junio, no en marzo. Al
contrario, en este mes se supone que es cuando hace más calor.

—Es el calentamiento global— respondió mi papá en lo que intentaba tapar la ventana con
una cobija —ya se están viniendo los cambios de temperatura, y los de la CFE que no están
haciendo nada. ¿oyes esos crujidos, esos fierros rechinando? Son las plantas de la CFE que
no las han desconectado. ¿dónde diablos están sus trabajadores de veinticuatro horas?
Imagínate, ¿qué tal si pasa un accidente? ‘Uta, no...

—veinticuatro horas se la pasan, pero durmiendo.

—sí, esos cabrones. Me cae que ni están ahí. Ahí está la decadencia de este país, se ve que
nos vamos a ir al... caño con esto.

—sí, ya después verás cómo venden todo esto. Uno pagando los impuestos para estos
servicios tan malos.

Y el ruido de las plantas eléctricas se escuchó como el de unas ballenas lamentándose en


medio del agua, junto con los vientos que hacían tambalear los árboles de un lado a otro y
los perros aullando por los truenos la casa entró en un ambiente casi de cuento de Poe. Nunca
creí vivir las ficciones de las que tanto me mofaba, ahora sentía o la ira de Dios o las burlas
del demonio, cualquiera de las dos. Así que de una vez por todas dejé el sandwich en el plato
y con todo el temor del mundo oré en serio (en mi mente, claro): “Dios, sé que no he cumplido
con mis deberes estos días y que ni siquiera te había dado las gracias por todo lo que tenía y
lo que no, la verdad hasta ahora me percato de que no me había enfermado en lo que iba del
año. Siempre me quejo de que no me gusta vivir aquí, pero ahora que lo pienso es un lugar
estable para estudiar y leer. Señor, no es tu culpa, yo ahora entiendo lo que quieres decirme.
Si mi motivación es valorar lo que tengo y mi lección es aprovechar el momento antes de que
surja cualquier inconveniente entonces me parece bien. Ahora, si no quieres ayudarme está
perfecto, si repruebo es a causa mía, nada más. En ti me encomiendo, Señor.” Y el aire poco
a poco empezó a disminuir, los árboles redujeron su movimiento y los perros guardaron
silencio, hasta que pasada una media hora la luz regresó. Fue como un milagro, no sabría
cómo describir todo lo que sentí en ese momento, ya que al parecer realmente comprobé la
existencia de Dios. No obstante, mis padres y yo esperamos una hora para ver si la luz se iba
de nuevo, pero no, ya no lo volvió a hacer. Entonces terminamos de comer pronto para ir a
revisar nuestros aparatos, yo en particular corrí a ver mi computadora para consultar todo lo
posible en cuanto al nihilismo y Altazor, sin embargo, quise revisar los mensajes de whatsapp
de mis compañeros. Me dio gusto ver que cuatro de mis pequeñas me preguntaron por qué
no había ido, por lo que les respondí todos sus mensajes y les pregunté cosas de la escuela.
Al platicar con ellas me motivé para hacer mi ensayo, tanto, que me propuse no dormir toda
la noche con tal de obtener el mejor trabajo de todos, así que me fui a mi cama, puse la
computadora sobre mis piernas, conecté los audífonos y reproduje mi playlist de favoritos
del youtube. Dieron las once y yo seguí leyendo, dieron las doce y yo seguí leyendo, dieron
la una y yo seguí leyendo, dieron las dos y por fin me atreví a escribir. Luego dieron las tres
y seguí escribiendo, dieron las cuatro y seguí escribiendo, dieron las cinco y seguí
escribiendo, dieron las seis y seguí escribiendo, amaneció y seguí escribiendo, dieron las
ocho y puse las fuentes. De vez en cuando mis padres iban a verme para confirmar si ya había
terminado, pero no, porque justo al empezar la clase fue que lo concluí. Debido a ello entré
en pánico y se lo envié a Kathy sin revisarlo, hasta me faltó incluir tres fuentes que si bien
no cité por lo menos fue necesario mencionar, “Ya será después —pensé— mejor un siete
que un cero”. Y todo resultó como esperaba, Kathy lo imprimió, lo entregó y listo, ya no más
favores.

A pesar de todo en el fondo pensaba que la varicela fue una salvación de Dios, porque
probablemente no hubiera aprobado el examen o no hubiera terminado el ensayo, pero
cuando platiqué con Kathy por la tarde ella me comentó que Franyutti llegó casi una hora
después y ya no les aplicó el examen, así que todo apuntaba a una cosa: el azar, simple e
inexplicable cosa de la vida. Por otra parte, pensaba en lo que decía Nietzsche acerca de que
los seres humanos no podemos vivir sin la concepción de un Dios, una figura superior que
nos haga justicia o nos castigue, así que todavía dudo sobre mi propia existencia. En fin, tan
siquiera lo que puedo rescatar es que descansaré otras dos semanas antes de vacaciones y que
mi papá no gastará por un buen tiempo en mis pasajes. De cualquier manera, nunca tiene
dinero.

FIN

También podría gustarte