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Esto se da particularmente en Husserl. Este filósofo alemán contemporáneo a Ortega
sostiene que la realidad primaria es la conciencia pura. Esta conciencia es un yo que
se da cuenta de todo lo demás. Sin embargo, este yo no quiere, no piensa, no siente,
es decir, no tiene objetos externos: su único objeto es la reflexión sobre sí mismo,
sobre su propio pensar, sobre su propio querer, sobre su propio sentir. De esta
manera, en Husserl lo contemplado no es una realidad, sino mero espectáculo. La
verdadera realidad, para Husserl, es el contemplar mismo, y lo contemplado en
cuanto espectáculo: la verdadera realidad es el yo consciente, el yo que contempla,
pero únicamente en cuanto contempla.
Ortega considera que esta teoría de Husserl, conocida como “fenomenología”, tiene
grandes limitaciones, en la medida en que reduce el sujeto a mero sujeto teorético,
cuya única actividad es la contemplación. Ortega señala que para llegar a lo que
Husserl considera como la supuesta “realidad verdadera”, es necesario llevar a cabo
una manipulación, llamada “reducción fenomenológica”: según Husserl, para alcanzar
esa realidad verdadera que es el yo contemplativo, es necesario aislar al sujeto del
mundo, de su relación con las cosas. Ortega denuncia que, de esta manera, el filósofo
no encuentra una realidad, sino que la fabrica.
En efecto -y este es el punto central de su teoría- para Ortega el sujeto nunca está
aislado del mundo en el que vive: la verdadera realidad no es la conciencia, tal como
la entiende Husserl, sino la vida humana. Y la vida humana siempre es en
coexistencia con las cosas; por esto Ortega dirá que el yo es siempre “yo y mis
circunstancias”. Antes de toda reducción fenomenológica, el hombre se encuentra en
una situación “ingenua”, en la que efectivamente piensa, quiere y siente; esta es la
verdadera naturaleza humana, en la que nada es objeto de contemplación, sino que
todo es realidad vivida.
Esto demuestra, según Ortega, que el pensamiento no puede constituir esa verdad
radical que busca la filosofía, aunque los filósofos anteriores hayan pensado que sí. El
pensamiento no es la actividad primaria del hombre; antes de pensar, es decir, de
tomar las cosas como objetos de conocimiento, el hombre vive, y en ese vivir la
relación que se establece con las cosas es pragmática: las cosas son cosas de y con
las que me ocupo, cosas que uso y que adquieren sentido en tanto “ser para” algo. En
este sentido, Ortega dirá que el ser no constituye la “esencia” de las cosas: el ser no
es un en-sí, sino que surge como pregunta de un sujeto, y es, por ello elemento de la
vida de un hombre.
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Esto implica que la verdad radical de la filosofía no puede estar en el ser, como
tradicionalmente ha pensado la metafísica, sino únicamente de la vida en su
más profunda espontaneidad. La vida es lo más evidente y transparente. Desde la
perspectiva de Ortega, la razón no está relacionada primariamente con la
contemplación y el conocimiento porque es, esencialmente, razón vital, razón de la
vida. Vivir es estar en relación con las cosas, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar
en él, ocuparse de él. Y esa relación con el mundo es lo que Ortega llama “mi
circunstancia”, que nunca es igual para dos sujetos.
Ortega dice que si bien estamos arrojados a la vida, ella no está nunca
definitivamente hecha, como pasaría, por ejemplo, en el caso de una piedra o un
animal. La vida es una suma de posibilidades que nosotros mismos vamos gestando y
seleccionando a medida que vivimos. Por eso Ortega dice que la vida es un gerundio,
y no un participio: es algo que permanentemente vamos haciendo. Lo único que no
podemos elegir en nuestra vida son el nacimiento y la muerte. El hecho de que el
hombre vaya haciendo, construyendo su propia vida significa, según Ortega, que no
hay una “naturaleza humana”: el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia;
los actos y elecciones de los hombres que han vivido antes que nosotros son
profundamente significativos para nuestras propias elecciones de vida.
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Bonus track: Scheler
Según Scheler, vida y espíritu pertenecen a esferas esencialmente distintas, entre las
que no hay ninguna relación causal. Lo que define al hombre como hombre no es la
vida, no son los aspectos biológicos, sino el aspecto espiritual. (Esta es una posición
contrapuesta a la de Ortega).