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P2. ¿Qué papel juega el cuerpo en la subyugación de las mujeres?

El cuerpo de la mujer ha tenido un papel protagónico a la hora de ser un motivo y

condicionante para la opresión femenina debido a la cosificación de las mismas, la

reducción de la condición de ser mujer a no más que su cuerpo o partes de éste. Imponiendo

objetivos, formas, ideas e incluso limitando lo que pueden hacer. Desde que las mujeres son

pequeñas se establecen en una cadena de relaciones que parten desde el sexo, definido

desde una mirada biológica que va condicionando el posterior comportamiento de cada

mujer en la cultura, determinando formas de comportamiento social, el carácter, las

inclinaciones particulares y expectativas de realización, dando paso de esta manera a los

atributos de cada género: lo masculino y lo femenino.

La situación hasta el día hoy de las mujeres requiere un proceso de cuestionamiento

y reflexión, pero principalmente de acciones que transformen un aspecto de la condición

humana, de un cambio. Sobre la determinación de la mujer escribe Beauvoir (1999) “No se

nace mujer: llega una a serlo” (p.13) resumiendo así lo fundamental de su trabajo de

manera magistral, pero quien mejor plantea la condición de opresión e injusticia en base a

la mera condición de ser mujer es Judith Butler (2007) en su obra El Género en disputa,

pero también en su obra en general, señalando la diferenciación entre sexo y género,

proponiendo la idea de que "genero no es a la cultura lo que es sexo es a la naturaleza" (p.

55), planteando que ambos son construcciones socioculturales, siendo la idea central y el

factor más importante para responder la pregunta aquí planteada.

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Las situaciones de vida a la que se enfrentan las mujeres permiten múltiples

reflexiones, donde la mujer puede ser asumida desde diferentes perspectivas, pero

principalmente se las considera como aquel ser que permite la reproducción y por tanto

lleva consigo la responsabilidad biológica, social y cultural de la maternidad tal como es

ejemplificado en El contrato sexual “Sus trabajos <<esenciales>> son lavar, hacer la

compra, cocinar fregar los platos, hacer la limpieza y planchar. También cuida de los niños

y con frecuencia atiende a los padres ancianos u otros parientes” (Ann Oakley, citada en

Pateman, 1995). Incluso en el terreno de la religiosidad, su cuerpo y su ser espiritual

adquieren significados específicos por su situación particular como sujeto femenino.

Siguiendo con las ideas de Simone de Beauvoir y Judith Butler se puede establecer

la distinción entre la naturaleza de la mujer y su condición en la cultura, la cual pone de

manifiesto una posición política, hasta ese momento deslegitimada y en claro contraste con

la manera en que son asumidos los derechos individuales producto de ideologías

sustentadas en la relación sexo-poder. En este sentido, el sexo y género son definidos con

el fin de enmarcar las relaciones biológicas y culturales que se dan entre hombres y

mujeres, por ello el concepto género puede ser considerado como aspecto concluyente que

muestra que las diferencias sexuales de cada ser en una cultura tienen como base la

reproducción y por tanto su dimensión corporal, la pertenencia de un cuerpo como hecho

biológico en el que se observan esas diferencias. Para las mujeres la diferencia se da en la

capacidad de reproducción por medio de la maternidad, lo que a su vez constituye una

especialización de su rol social, le otorga un valor positivo dentro de las consideraciones

que permiten la preservación de la especie.

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En este aspecto, desde los albores de la infancia, se hace una distinción, entre niños

y niñas: las niñas deben jugar con muñecas que imitan bebés, coches y artículos de cocina,

mientras que los varones pueden jugar con autos de carreras, jugar a la pelota, entre otras

cosas; también la crianza de una mujer es diferente a la del hombre, desde el punto de que

se les dice a las mujeres que no se sentirán completas hasta que sean madres, o esposas, que

deben saber hacer las labores del hogar, y deben cumplir con su función biológica, y

cualquier idea que surja de ellas que no coincida con estos estándares, como el negarse a

ser madre, o negarse a componer una “familia tradicional” es criticada de parte de la

sociedad. Se reitera que la sexualidad femenina es asumida social y culturalmente de

manera positiva sólo cuando está ligada a la procreación. El cuerpo de la mujer adquiere de

esta manera poder, otorgado por la especialización primordial de la maternidad. “En la

opresión tiene las armas de su cuerpo, de su sexualidad y de su subjetividad para

intercambiar y negociar, con los hombres y con las otras mujeres en la sociedad”

(Lagarde, 2005: 201).

Se tiende a asumir este rasgo de la feminidad como parte de la “naturaleza de la

mujer”. Dar a luz y el conjunto de actividades posteriores al parto, subliman la imagen

femenina, la despojan de erotismo volviéndola maternal, portadora de una fuerza vital que

se opone a la muerte y a la desaparición de la especie. Sin embargo se señala que “todos

los procesos que le ocurren a los seres humanos en sus cuerpos-vividos son procesos

unitarios bio-socioculturales” (Lagarde, 2005: 249) y de esta manera la gestación y el parto

se asumen también como hechos de la cultura, la cual los determina imponiendo

condiciones que actúan como moldes de la conducta de las madres.

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De esta forma el cuerpo femenino está sujeto a una presión social, que en la

actualidad se sigue considerando como vulnerable, y que debe someterse a la imagen y

estética que se le impone, que reduce a la mujer, (que aún no es madre, ni esposa), a su

apariencia, a los ideales de belleza, una imagen irreal, superficial, y en muchos casos

inalcanzable, que convierte a la mujer en un objeto, un objeto de provecho para la

publicidad, la industria cinematográfica.

Bibliografía
Beauvoir, S. (1999). El segundo sexo. Buenos Aires: Sudamericana.

Butler, J. (2007). El Gérero en Disputa: El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona:


Paidós.

Lagarde, M. (2005). Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas.
Coyoacán: Universidad nacional autónoma de México.

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