Es una vieja discusión la que plantea este último epígrafe: ¿El derecho es una ciencia o más bien una disciplina teórica del saber humano?
Todo depende del punto de partida, es decir, de lo que consideramos ciencia.
Modernamente, se considera que una ciencia debe tener cuando menos presupuestos comunes, unidad de objeto y unidad de método. Es ello lo que permite desarrollar y acumular un conocimiento intersubjetivo que, sin negar la innovación, permita interactuar dentro de un campo claro y distinto del que hacer intelectual con sentido unívoco. El derecho carece de los tres requisitos, entendidos como disciplina global del conocimiento humano. Sería redundante fundamentar esta afirmación luego de lo desarrollado en las páginas y partes precedentes de este libro. Por lo tanto, consideramos que no es ciencia, sino disciplina del saber.
En el mundo actual parece exagerarse la importancia de las ciencias, al punto
tal, que si se niega tal calidad a un ramo del saber, automáticamente se lo entiende devaluado. No creemos que deba ser el caso: las ciencias tienen su ámbito y su aporte a la humanidad, pero un cientificismo desmedido e ingenuamente planteado como autónomo, también puede llevar a catástrofes.
En el sistema Kelseniano se ha definido fenómenos jurídicos que probablemente
no estuvo en la mente de dicho autor legitimar, pero que así aparecen como últimas consecuencias de lo que él propuso.
A ninguna rama del conocimiento humano hay que negarle ni su vocación
científica, ni la posibilidad de llegar a ser ciencia algún día. Pero ojalá que cuando llegue, sea en los términos humanos debidos. Estamos convencidos de la necesidad de convertir al derecho en ciencia. Pero no es conveniente sacrificar sus matices y su riqueza para lograr tal galardón, ni es preciso desmerecerlo porque aún le falta trecho para ello. Más bien, que en el camino por recorrer, toda esa riqueza sea sistematizada e incorporada como parte de una futura ciencia jurídica integral, al servicio de sus mejores y no siempre cumplidos propósitos.