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MARX Y LOS CAMPESINOS

Michael Duggett

HAY QUIEN sólo sabe que Marx se refirió a los campesinos como a “idiotas rurales“. Hay
quienes saben también que Marx comparó a los campesinos franceses con sacos de papas y los
describió como representantes del “barbarismo dentro de la civilización“. Y muchos habrán leído el
libro de David Mitrany Marx against the Peasant (1951). Hay pues varios niveles de conocimiento
acerca de Marx y los campesinos, y si es necesario confrontar los epigramas notorios, más lo es el
examen de la teoría en que se fundan. Me parece evidente que este es un elemento importante de su
trabajo, y también que aún carecemos de una explicación adecuada de tal elemento. Esto no quiere
decir que el libro de Mitrany carezca de valor; publicado por primera vez en 1951, es una descripción
académica y estrujante del desastre que aplastó a los campesinos del Este de Europa y de Rusia a
consecuencia de la antipatía existente entre ellos y los marxistas, de modo que los campesinos fueron
derrotados por la derecha en los años de entreguerras (como resultado de una división entre
campesinos y obreros) o destruidos por la izquierda, como ocurrió en Rusia. Toda la problemática
derivó de sus experiencias reales en Europa Oriental en los años veinte y treinta; y el subtítulo de su
libro —”Un estudio del dogmatismo social“— subraya el meollo del asunto, que los marxistas estaban
en contra de los campesinos a causa de las creencias dogmáticas originales de Marx. 1 En otras
palabras, todo el argumento depende de la interpretación de Marx. Ahora bien,
el Marx de Mitrany es sin duda un Marx tal como se le entendía a la sazón, el Marx del Manifiesto
Comunista, El Capital, y el Dieciocho Brumario (éstas son las obras principales que
menciona Mitrany en su breve descripción, de seis páginas, de la “Teoría Agraria de Marx” [1951: 23-
8]). Sin embargo, ahora tenemos acceso a obras de Marx desconocidas para los marxistas de fines del
siglo diecinueve y principios del veinte, sobre todo los Grundrisse, manuscritos de importancia
fundamental para entender los conceptos de Marx sobre los campesinos, y toda interpretación debe
partir de estos manuscritos. El argumento de este artículo será que, si bien es básicamente correcta la
caracterización que hace Mitrany de Marx como “enemigo” de los campesinos, hay muchos pasajes
en contrario que justifican el empleo del término “ambivalencia” como alternativa preferible. Así
parece estar surgiendo un Marx hasta ahora desconocido que puede hacemos comprender la paradoja
que parece haber estado involucrada en el liderazgo ejercido por marxistas sobre los campesinos,
después de 1945, para encaminarlos a la revolución en gran parte del mundo no industrializado.
Nuestra perspectiva es necesariamente distinta de la de Mitrany, y los nuevos textos disponibles hacen
posible, a la vez que conveniente, una interpretación distinta.
1. La teoría de Marx y los campesinos
VEAMOS el problema general de la concepción de Marx acerca del campesino; no era simplemente
resultado de una actitud o un prejuicio, sino la conclusión necesaria de cierta visión del mundo. Sus
categorías básicas para la explicación de la moderna sociedad capitalista —burgueses y proletarios; los
primeros viven de su capital, los segundos de la venta de su potencia de trabajo— se basaban
esencialmente en la diferencia existente entre quienes poseen y quienes operan (trabajan dentro de) un
modo de producción. Pero los campesinos combinan estas dos propiedades en un solo grupo social. Por
lo tanto, el campesino, hasta cierto punto un trabajador, hasta cierto punto un propietario de los medios
de producción, cae en medio de sus categorías vitales (el empleo de un término como “pequeño
burgués” es hasta cierto punto una admisión de este hecho). En la medida en que conserve Marx el
monismo de su pensamiento, y en la medida en que deba escribir acerca de sociedades dominadas por
campesinos donde “el trabajador es un propietario, o donde el propietario trabaja” [Marx, 1973: 497;
1964: 97], inevitablemente se producirá la ambivalencia. Sin embargo, Marx no considera que este sea
un problema vital. Las categorías de la economía burguesa son válidas para todas las demás
formaciones sociales y por ende podemos examinar al campesino en esta forma, como
…dos personas; como propietario de los medios de producción es un capitalista; como trabajador es
su propio trabajador asalariado [Marx, 1969a, i: 408].
Pero esta aseveración debe suavizarse, primero porque las categorías así empleadas deben tomarse
“como un grano de sal” [Marx, 1973: 106], y segundo porque en otra parte afirma Marx sólo que esta
clase de operación, el empleo de categorías capitalistas para explicar sociedades no capitalistas, se hace
“hasta cierto punto en forma no incorrecta” [Marx, 1909: 1021], lo que constituye poco más que una
débil alabanza. Lo importante es que Marx no se ocupa en ninguna otra parte de este problema
metodológico en forma explícita, y que esta ambivalencia resultante no se aclaró. 2 Lo que en mi
opinión sugiere que no concedía gran importancia a esta cuestión.
Así ocurrió porque su teoría también era, esencialmente, una teoría histórica, y porque en su lista de
prioridades ocupaba un lugar inferior el entendimiento de un grupo social cuyo lugar no iba a tener
ninguna importancia en los eventos históricos actuales y futuros. El campesino, que había participado
poco en los eventos dinámicos del desarrollo capitalista de Inglaterra y otros países, debía desempeñar
en el drama histórico un papel básicamente negativo, en opinión de Marx. El campesino debía ser
liberado de la idiotez rural para convertirse en un proletario o en algunos casos en un burgués. Los
campesinos resultaron más interesantes para Marx cuando estaban dejando de existir como tales; su
expropiación de la tierra constituía “el preludio a la historia del capital” [1961: 762], y eso tiene una
importancia inmensa. Pero desear su perpetuación en la tierra de labor sería desear la perpetuación de
la “mediocridad universal” [ibid]. Para Marx la historia no se ocupa de los mediocres o los derrotados;
él no deseaba, como E. P. Thompson, 3 rescatar del olvido a las víctimas inevitables del progreso.
Esto nos trae a otro punto importante: Marx y el capitalismo. Puede parecer extraño que se hable
de Marx como apologista del capitalismo, pero siempre que lo comparaba con el estancamiento de la
vida rural, por lo menos en sus primeros años, poco le faltaba para llegar al éxtasis. En el Manifiesto
Comunista [1968: 31-63], como se sabe, se describe el capitalismo como una fuerza arrasadora,
destructora de lo fijo y estrecho, creadora de un mercado mundial, destructora de mitos y liberadora
hasta cierto punto. En este contexto (y tal fue el contexto de la referencia a la “idiotez“), los campesinos
le parecían el colmo del atraso. Su creencia en la superioridad técnica del modo capitalista de
producción en la agricultura y la industria, frente al modo precapitalista, vaciló raras veces [véase a
Marx, 1961: 505], si bien, como veremos, llegó a tener algunas dudas acerca de si era preferible sostener
el capitalismo contra los campesinos, o, por el contrario, debiera utilizarse la ayuda de los campesinos
para derrocar el capitalismo. Pero esto ocurrió después, en las circunstancias peculiares del problema
ruso. Marx permaneció entonces, sobre todo, como un firme defensor del progreso.
2. Los Campesinos en las Sociedades Precapitalistas: Oriental, Clásico Antiguo y
Germánica
EN LA sección pertinente de los Grundrisse titulada “Formas que preceden a la producción
capitalista” [1973: 471; 1964: 67], Marx no habla de las “sociedades campesinas” como tales. Sin
embargo, esta sección del manuscrito se ocupa esencialmente de los presupuestos de la producción
capitalista, entre los que ocupa lugar prominente la destrucción de formas sociales en que “el
trabajador es un propietario o donde el propietario trabaja” [1973: 497; 1964: 97], y aunque esto
incluye también pequeños trabajadores artesanales del tipo medieval, la mayor parte de su argumento
se refiere a campesinos de diversas clases. Divide las principales sociedades precapitalistas en tres tipos
a los que llama Oriental, Clásico Antiguo y Germánico. Cada uno de ellos precedió al modo capitalista,
pero en cierto sentido era más avanzado que el primer modo de producción humana,
que Marx describe como la “sociedad pastoral” [1973: 472; 1964: 68], o sea esencialmente un clan que
vive una vida migratoria, integrado por pastores y cazadores, eternamente trashumantes. Cada una de
las tres formas ha avanzado más hacia la propiedad privada plenamente desarrollada, aunque unas son
más desarrolladas que otras. Y todas ellas son primordialmente sociedades agrícolas, donde “la
propiedad terrateniente y la agricultura constituyen la base del orden económico” [1973: 485; 1964:
80].
Veamos su descripción de las tres formas en los Grundrisse. 4 Es una descripción abstracta e indirecta,
porque después de todo se refiere a formas más que a contenidos, y éstas no eran más que notas escritas
en 1858-1859 para su posterior aclaración. Por esta razón, sus argumentos deben complementarse en
algunos puntos con otros de sus escritos, como ocurre en su descripción de la Sociedad Oriental, por
ejemplo: entendía por tal las sociedades de la China Imperial y de la India. Su hincapié, en éste, como
en todos los casos, se encuentra en el nivel de la comunidad aldeana, el nivel en que se poseía y trabajaba
la tierra, la base social antes que el nivel de la política (por supuesto, Marx sabía que había diferencias
importantes entre las sociedades, pero tales diferencias eran menos importantes, en términos de su
comparación implícita con el Occidente capitalista, que las semejanzas, como ocurre con Max Weber).
El Oriente siempre siguió constituyendo un misterio para Marx, como una forma fosilizada de vida
que había existido inmutable, mientras en otras partes las sociedades habían surgido y desaparecido.
Los problemas que le interesaban en todas sus discusiones eran éstos: ¿por qué esta forma de
organización social no se había desarrollado a través del tiempo?, ¿cuál era el origen del peculiar modo
de gobierno (el despotismo oriental)? y ¿qué forma asumió la propiedad? Examinó por primera vez
estos problemas en sus cartas y artículos de 1853. En este punto pensaba que el rasgo característico de
la sociedad oriental era su falta total de algo que pudiera llamarse propiedad privada (“la verdadera
clave, aun para el cielo oriental” [1965a: 81]), según observaron los viajeros
como Bernier. Marx comunicó este hecho en una carta a Engels, quien en su respuesta formuló lo
que ahora se ha vuelto familiar como el argumento en favor del gobierno central fuerte y la propiedad
débil derivada del riego [véase ibid: 82]. Marx aceptó más o menos esto y lo citó largamente en un
artículo que escribió para el New York Daily Tribune, pero agregó un argumento acerca del bajo nivel
de la civilización oriental que necesitaba la intervención gubernamental y acerca de la autosuficiencia
de las comunas aldeanas de Oriente, que se caracterizan por “la unión doméstica de las actividades
agrícolas y manufactureras” [1969b: 92]. Además, sostuvo que los ingleses destruirían estas
comunidades en la India porque el comercio del algodón hindú sería superado por el de Manchester,
“barriendo su base económica” [ibid: 93]. Y esto no lo entristecía, sino que continuó atacando a estas
comunidades en términos inconfundibles:
…esta vida sin dignidad, estancada y vegetativa…subyugó al hombre ante las circunstancias
externas…transformó un estado social de autodesarrollo en un destino natural inmutable [ibid: 94].
Así acusaba a los campesinos indios de estancamiento histórico y localismo, una negativa viviente de
todas sus teorías del desarrollo histórico.
En su análisis del Oriente contenido en las “Formas…”, Marx examina in externo el problema de la
explicación de este estado de cosas. Advierte que su concepción inicial, inspirada por Bernier, es una
simplificación, pero analiza la forma en que puede afirmarse que los campesinos de Oriente “poseen”
tierra. Desde luego —y esto se aplica a todas las sociedades— no poseen tierra en su calidad de
individuos, porque el presupuesto de toda propiedad es, evidentemente, la existencia de una
comunidad.
Así pues, la propiedad significa pertenecer a una tribu (comunidad)…y mediante la relación existente
entre esta comunidad y la tierra, el planeta como su cuerpo inorgánico, se da la relación entre el
individuo y la tierra [1964: 90; 1973: 492].
Por lo tanto, en las formas orientales no dejaba de existir la propiedad privada, pero estaba
subdesarrollada y condicionada por su ambiente social. En cada aldea, como dice Marx, caracterizada
por:
…una combinación de manufactura y agricultura dentro de la pequeña comuna, que así se vuelve
completamente autosuficiente [1973: 473; 1964: 70].
Había escasa conexión o necesidad de otras aldeas. Pero la necesidad inmensa del riego, y la
incapacidad de las aldeas para cooperar entre sí para el efecto, produce el poder inmenso del Estado,
pero de una clase profundamente superestructural. No es el despotismo oriental lo que conduce a la
débil propiedad privada, sino los medios de producción en las aldeas. Aquí la relación es
compleja, 5 pero en términos del impacto histórico el Estado Oriental ha sido ineficaz, sus ciudades han
sido simplemente parasitarias, no han tenido un impacto modernizante, han sido poco más que centros
de recolección de impuestos:
…campos reales…obras de artificio erigidas sobre la construcción económica propiamente
dicha [1973: 479; 1964: 78].
Pero el problema del estancamiento histórico debe considerarse también al nivel finalmente
determinante de la comunidad aldeana. La “propiedad comunal y la posesión privada” [1964: 75;
1973: 477] forma parte de la explicación: el estrecho control de la sociedad sobre las aldeas, la falta de
oportunidad, significa que el aldeano asiático seguía siendo un individuo carente de dinamismo, no
fáustico; tal sociedad cerrada deja escaso margen para que alguien rompa las barreras sociales, para
que se apodere de la tierra de otros. Los aldeanos ganan aquí como campesinos:

En la forma Oriental esta pérdida [de la propiedad] casi no es posible … puesto que el miembro
individual de la comuna nunca entra en la relación de libertad hacia ella… Está arraigado al lugar,
sembrado [1973: 494; 1964: 94].
Pero el progreso histórico del Oriente ha sufrido por ello.
La forma asiática necesariamente se mantiene con la mayor tenacidad y durante el mayor tiempo …
hay un círculo de producción autosostenida [1973: 486; 1964: 83].
Sólo una fuerza exterior puede romper el círculo vicioso, y Marx concibió el Imperio Británico en la
India y el imperialismo europeo en general como una fuerza progresista por cuanto introducía al
Oriente a la historia, y por ende en última instancia al terreno de su teoría.
También se examina con alguna extensión en las “Formas…” la Sociedad Antigua o Clásica. Marx la
coloca después de la sociedad asiática como una época progresista en el desarrollo económico de la
sociedad humana en su famoso “Prefacio” de 1859 [1971: 21]. Sin embargo, esta colocación no sugería
necesariamente que la Sociedad Antigua hubiese evolucionado de la asiática, porque su teoría no
considera realmente un sistema social surgido de otro que lo sobreviva durante miles de años. Porque
era obvio que mientras la forma asiática seguía constituyendo un problema de la política
contemporánea en época de Marx, la Sociedad Antigua sólo planteaba problemas teóricos. Pero este
mismo hecho acerca de Grecia y Roma —que habían declinado y desaparecido, no sólo bajo la presión
externa sino también por razones internas— daba la patología del cambio. Marx se interesaba más, se
mostraba más caritativo, en relación con los niños destinados a envejecer, que en relación con los
eternamente jóvenes, los retardados.
Concibió el aspecto característico de la Sociedad Antigua como una contradicción tan incorporada a su
estructura básica que la condenaba al colapso. El método básico de producción en esta forma era la
agricultura campesina de la propiedad individual, un individualismo que, sin embargo, se moderaba
porque las comunidades donde vivían los campesinos necesitaban defenderse de las otras
comunidades. Aquí las comunidades eran ciudades que vivían del cultivo de la tierra circundante,
ciudades de campesinos soldados; las comunidades no sólo necesitaban del riego como condición de la
vida, sino también de la guerra:
En consecuencia, la guerra es la gran tarea global, el gran trabajo comunal [1973: 474; 1964: 71].
Pero así el individuo siente a la comunidad sólo en forma negativa, y el desarrollo de una perspectiva
de propiedad privada se ve reforzado por el método de producción:
Su relación con las condiciones naturales del trabajo son las de los propietarios; pero el trabajo
personal debe establecer continuamente tales condiciones como condiciones reales y como elementos
objetivos de la personalidad del individuo [1964: 73; 1973: 476].
Las unidades familiares son independientes:
pequeña agricultura para el consumo directo; la manufactura como ocupación doméstica accesoria
de esposas e hijas [1973: 475; 1964: 73].
Estas pequeñas comunidades de campesinos soldados se ven afectadas por la diferenciación desde
adentro y por impulsos imperialistas inherentes a las comunidades que viven en guerra (sus ejemplos
son los griegos, los romanos y también los judíos [1973: 476; 1964: 73]). La formación de una clase
militar en el exterior del imperio, los campesinos que han dejado su tierra para conquistar, va
acompañada de la creación en casa de una nueva clase ociosa y políticamente poderosa. Se pierde la
solidaridad de la comunidad antigua, y la tierra de propiedad comunal va a dar sistemáticamente a
manos del grupo patricio [véase a Marx, 1973: 479; 1964: 77]. De modo que en lugar de la “igualdad
entre campesinos libres autosuficientes” [1964: 73; 1973: 476] se forman latifundios propiedad de los
patricios y operados por esclavos. Marx concibió esta clase de proceso de expropiación campesina
como típica en algún sentido, un proceso que en Roma no condujo al establecimiento de una sociedad
plenamente capitalista (porque la expropiación campesina y la creación de un proletariado es una
condición necesaria del capitalismo, pero no una condición suficiente) pero de algún modo la convirtió
en precursora del desarrollo moderno. Este fue el argumento que esgrimió más tarde, en 1877, en la
famosa carta a una revista rusa [1965a: 311]. Que su descripción sea históricamente válida, no
meramente fascinante, es otra cuestión. Es probable que nos ayude a entender más a Marx que a la
historia romana. Sus veinte oraciones contra Gibbon son insuperables. 6
El “feudalismo” ocupa en los escritos de Marx una posición más estratégica que cualquier otro sistema
social a excepción del capitalismo, y Marx se ocupa más del feudalismo que del socialismo. Sus escritos
no tratan de producir alguna visión del sentido de la vida en el feudalismo como lo
hacen Bloch en Feudal Society [1965] o Huizinga en The Waning of the Middle
Ages [1924]. Marx no trata de entender el feudalismo en sí mismo, sino solamente como la única forma
precapitalista que dio nacimiento al capitalismo. En las “Formas…” se ocupa de la estructura básica de
la aldea que, como ocurre con la forma asiática, determina en última instancia la estructura social, y en
el primer volumen de El Capital se ocupa de su transformación, como en el caso de Inglaterra, en una
sociedad plenamente capitalista. En las “Formas…” habla Marx del “sistema Germánico” como la
tercera forma precapitalista surgida del estado primitivo de la existencia humana. Sólo puede
describirse correctamente como “feudalismo” cuando incluye también ciudades y terratenientes, que
existen por encima de las comunidades aldeanas y viven de su excedente. La descripción del modo de
cultivo en la aldea, llamado “Germánico” no por razones chauvinista sino quizá por homenaje a Hegel,
cuya civilización occidental posromano se llama del mismo modo, 7 es otra vez desalentadoramente
breve e indirecta. Su visión es la de familias individuales asentadas en los vastos bosques de Europa:
En el fondo, la totalidad económica está contenida en cada unidad familiar individual, que forma en
sí misma un centro de producción independiente [1973:484; 1964: 79].
Mientras que en el Oriente el nivel de la independencia se encontraba en la comuna, y en la Sociedad
Clásica en la ciudad guerrera. Hay aquí entonces un grado mucho mayor de autonomía individual:
La comuna existe sólo en las interrelaciones de estos propietarios terratenientes individuales como
tales. La propiedad comunal sólo aparece como un accesorio comunal a los asuntos tribales
individuales [1973: 484; 1964: 80].
La comunidad sólo se necesita para la guerra, la religión, o las disputas y los juicios. Existe la tierra de
propiedad comunal que se emplea para pastar o cazar, pero la utilizan los campesinos en su calidad de
miembros individuales de la comuna.
En sus primeras formas la Sociedad Germánica es distinta de las otras dos porque carece de ciudades.
Cuando las desarrolla crea una forma peculiar de ciudad que en última instancia es destructiva de sí
misma. El proceso crucial es la combinación de la propiedad privada individual, desarrollada casi a
plenitud, con el surgimiento dentro de ella de grupos dependientes de los campesinos pero separados
de ellos: los señores y los burgueses. Para Marx no era particularmente importante el mero hecho de
que los señores feudales gobernaran las aldeas campesinas para explotarlas y defenderlas a la vez. Al
igual que la conquista o la esclavitud, este hecho sólo cobró importancia cuando la “relación de
dominación” [1964: 102; 1973: 500] pasa a modificar el modo de producción. Y si bien es cierto que los
siervos están arraigados a su suelo por la espada de su amo, también lo es que son propietarios de ese
suelo porque lo trabajan y pueden quedarse con parte de los frutos, como dice más tarde en El Capital,
refiriéndose a la Inglaterra de los siglos catorce y quince:
La inmensa mayoría de la población…se componía de propietarios campesinos libres, cualquiera que
fuese el título feudal bajo el que se ocultara su derecho de propiedad [1961: 717].
El cambio crucial es sólo su expulsión de esta tierra, no el liberarse de sus amos y mientras esta sociedad
siga orientada a la producción de valores de uso, con mercados no mayores que la corte del señor feudal,
permanecerá estable. Bajo el sistema feudal clásico los siervos son demasiado valiosos como soldados
para eliminarlos. Pero el poder del señor sobre ellos
…forma un fermento necesario para el desarrollo y la declinación y desaparición de todas las
relaciones originales de propiedad y producción[1973: 501; 1964: 102-3].
Como Marx lo demuestra más tarde, también la ciudad, en una forma que no se describe por completo
en las “Formas…”, está destinada a superar y absorber a los campesinos que la rodean:
La Edad Media (periodo Germánico) se inicia con la tierra como asiento de la historia, cuyo
desarrollo posterior avanza luego en la contradicción entre la ciudad y el campo; la (Edad) Moderna
es la urbanización del campo [1973: 479; 1964: 78]. 8
3. Los campesinos y el capitalismo – Inglaterra y Francia
SALGAMOS ahora del terreno puramente teórico de los Grundrisse y veamos la explicación que
da Marx en otros escritos de la relación existente entre los campesinos y el capitalismo en tres países
distintos: Inglaterra, Francia y Rusia. Escribió acerca de Francia en el contexto de la toma del poder
por Bonaparte en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, y más tarde en la época de la Comuna
de París de 1871. Sus escritos sobre Inglaterra, y por tal entiendo sobre todo El Capital, fueron
elaborados en los años sesenta. Escribió sobre Rusia en cartas ocasionales de los años cincuenta, pero
lo más interesante se produjo al final de su vida, en 1877 y 1881. Nos ocuparemos de Rusia en último
término. Sin embargo, me propongo hablar de Marx sobre Inglaterra antes que de Marx sobre
Francia, aunque ello sea cronológicamente incorrecto. Pero se justifica el procedimiento por dos
razones, primero, porque en esta etapa conviene seguir el desarrollo del feudalismo hacia el
capitalismo, ya mencionado, y la experiencia inglesa presentada en El Capital constituye su epítome; y
segundo, porque conviene examinar la experiencia francesa a la luz de la inglesa.
El primer volumen de El Capital se refiere a la humanidad en general, pero sus argumentos y ejemplos
han sido extraídos de la experiencia inglesa. Fue allí que los campesinos fueron expropiados en gran
escala y se convirtieron en el primer proletariado propiamente dicho de la historia (en Roma, los
campesinos expropiados se convirtieron en una plebe de “vagos“; véase su carta de 1877 [1965a: 311]).
Fue en Inglaterra donde el campesino, a la vez trabajador y propietario, con sus derechos sobre la tierra
comunal, se dividió en dos hombres, y se crearon los conceptos de “trabajo” y “capital“. El capítulo
titulado “La llamada acumulación primitiva” del volumen I de El Capital se ocupa de la forma en que
los métodos capitalistas de cultivo han destruido al campesinado inglés. Está escrito con seria intención
polémica, para lograr mediante la burla y la ironía que los economistas burgueses ingleses entiendan la
realidad que se encuentra detrás de frases inocentes como “la acumulación primitiva” o “el
establecimiento de los cimientos del método de producción capitalista“. En opinión de Marx, “en los
tiernos anales de la economía política reina lo idílico” [1961: 714], pero el hecho es que los “momentos”
claves, según sus palabras, surgen en el proceso de la acumulación primaria cuando
…las grandes masas de hombres son separadas de pronto, y por la fuerza, de sus medios de
subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres y “despegados”. La expulsión
del productor agrícola, del campesino, de la tierra, es la base de todo el proceso [1961: 716].
Aquí sostiene Marx que los campesinos ingleses fueron expulsados, que ésta fue una condición
necesaria del capitalismo, que ello ocurrió con mucha violencia, y que sin embargo fue algo
progresista. Marx quería expropiar a los expropiadores, no impedir que los campesinos fuesen
expropiados en primer lugar. No le habría gustado que esto no ocurriera; sólo quería aclarar cómo
ocurrió.
La descripción que hace Marx de este largo proceso histórico se centra en la importancia del poder
político: el de los señores feudales sobre sus subordinados locales y el del gobierno central. En el siglo
quince, según Marx, la vieja nobleza feudal fue destruida en las Guerras de las Rosas y reemplazada
por una nueva, con una sensibilidad burguesa hacia la posibilidad del enriquecimiento comercial.
Ahora se veía la tierra como una posible fuente de ingreso en efectivo derivado de la ganadería ovina y
a los campesinos se les veía menos valiosos que a los soldados de antes. En el periodo que siguió fue
doble el impacto de “la paz real y la lana“, como dice Barrington Moore [1967: 7]. Primero, los
servidores armados, ya inútiles en tiempos de paz, fueron dispersados; y segundo, los señores feudales
empezaron sus ataques contra la tierra comunal, de importancia fundamental en la estructura de la
economía aldeana. La nueva nobleza, “hija de su tiempo, donde el dinero era el poder máximo” [1961:
718] entró así en conflicto no sólo con su propio pueblo, sino también con el Estado. En esta época el
estado Tudor consideraba primordialmente importante la defensa de los campesinos, porque
necesitaba soldados y temía el desorden social. Así que a nombre de sus tercos agricultores, el Rey y el
Parlamento lucharon contra los señores feudales. Pero la tierra fue expropiada de todos modos, porque
el sistema capitalista —dice Marx— requería la expropiación y el gobierno estaba luchando contra una
corriente histórica. En virtud de que se desarrollaba al mismo tiempo un proceso interno de
diferenciación, algunos campesinos compraron la tierra de sus vecinos y se convirtieron en prósperos
agricultores, aunque todavía inquilinos. Había, después de todo, un ejemplo de su “sistema
germánico“, y la barrera de la costumbre fue destruida no sólo desde afuera, sino también desde
adentro. 9 Subsistieron los campesinos, pero en el siglo dieciséis se había iniciado el proceso y en el
campo aparecieron no sólo los miserables, sino también las ovejas devoradoras de hombres de
la Utopía de Moro [1965: 46].
La Guerra Civil y la “Revolución Gloriosa” del siglo diecisiete constituyeron el periodo crucial. Antes de
que pudiera ponerse en su lugar al campesino, había necesidad de poner en el suyo a su defensor, el
monarca. En este sentido, estos episodios constituyeron una revolución burguesa, porque el poder pasó
a un Parlamento dominado por “el terrateniente y el capitalista apropiados del valor excedente”
[Marx, 1961: 723]. Ahora era posible emplear los mecanismos legales y el poder del Estado para quitar
la tierra al campesino, para encerrar los terrenos comunales; y este proceso de robo gradual continuó a
partir del siglo dieciocho:
La forma parlamentaria del robo es la de las Leyes de Cercamientos de los Terrenos Comunales, en
otras palabras, decretos mediante los cuales los terratenientes se asignan la tierra de la gente como
propiedad privada, decretos de expropiación contra el pueblo [ibid: 724].
En consecuencia:
Alrededor de 1750 habían desaparecido los agricultores libres, y para el último decenio del siglo
dieciocho había desaparecido el último vestigio de la tierra comunal del trabajador agrícola [ibid:
723].
Así el campo inglés poseyó una estructura nueva de grandes terratenientes, agricultores, inquilinos y
asalariados agrícolas sin tierras; y la agricultura pudo ser explotada en una forma nueva y racionalizada.
El capitalismo en el campo significó que
Los métodos agrícolas irracionales, anticuados, son reemplazados por métodos científicos [ibid: 505].
Desde entonces, la desaparición del campesinado inglés ha suscitado una controversia enorme en
cuanto a su causa, su duración y sus consecuencias. La explicación de Marxcon su énfasis en la
compulsión en los movimientos de cercamientos y en la transformación dramática de la estructura
social, ha sido más o menos aceptada por muchos autores, no todos marxistas, aunque existe desde
luego una escuela contraria. 10La fuerza de la explicación de Marx se encuentra en su énfasis con la
conexión existente entre el progreso tecnológico y el poder político y en los costos sociales implicados
por el aumento de la productividad. Las consecuencias de su afirmación de que el proceso de
acumulación en Inglaterra implicaba el empleo de un “terrorismo cruel” [ibid: 732-3] requerirían otro
artículo para su examen detallado 11 El capitalismo llega al mundo, en la visión de Marx, chorreando
sangre. En ese momento tiene Marx una visión trágica de las contracciones del progreso.
Ya se mencionó que el volumen I de El Capital se refiere sobre todo a Inglaterra, a la que su argumento
le acomoda mejor aunque sea aplicable a todos los países de Europa. Hay en él algunas referencias a
Francia, sobre todo una nota donde Marx sostiene que:
En Francia se advierte un movimiento semejante durante los diez últimos años; a medida que su
producción capitalista se apodera de la agricultura, arroja a las ciudades a la población agrícola
“excedente” [ibid: 693n].
Y luego añade que el porcentaje de la población rural, que en 1846 ascendía a 75.58, para 1861 había
bajado a 71.14. En otras palabras, esperaba que la estructura social futura fuese semejante en general a
la de Inglaterra. Aunque su famosa De te fábula narratur [ibid: 8] se dirigía a los alemanes, pudo
haberse dirigido igualmente a los franceses. Pudo haber esperado entonces que los eventos futuros
fuesen similares, pero sabía muy bien que Francia tenía varios rasgos peculiares derivados de su
historia. Porque en su revolución burguesa un monarca había perdido la cabeza y las relaciones de
propiedad feudales habían sido destruidas y reemplazadas por relaciones burguesas, pero no había sido
el campesinado quien se había visto expulsado de su tierra, sino las clases altas rurales, mientras que el
campesinado siguió siendo dueño de su tierra. Había pues una estructura social completamente
distinta, con una burguesía dominante, un proletariado pequeño pero creciente y un campesinado
numeroso cuyo peso era decisivo si se decidía a emplearlo. Como estratega de la
revolución, Marx debía considerar forzosamente a los campesinos. Su problema era este: ¿se
convertirían los campesinos en un aliado valioso de su clase elegida, el proletariado, contra el
capitalismo, y podrían actuar en alguna medida como clase? ¿Podrían actuar estos hombres
“hobbesianos” en una forma “marxista“?
Los escritos de Marx sobre los campesinos franceses de los años cincuenta constituyeron su primera
confrontación con el problema de la acción política campesina como cuestión contemporánea y siguen
siendo tal vez sus escritos más notorios y citados. En estos escritos —”Lucha de Clases en Francia,
1848-50” [en Marx, 1950, i: 128-220] y “Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” [en Marx, 1968: 95-
180]— comenta el papel de los campesinos en la Revolución de 1789, en la que fueron “liberados
gratuitamente” [1950: 196], lo que no sugiere un papel muy activo. Pero de todos modos resultaron
beneficiados, se “transformaron” de “semi-siervos en poseedores libres” [Marx, 1968: 173]. Su función
principal durante el periodo revolucionario y después fue la defensa del suelo de su país, ahora el suyo
propio también, en los ejércitos de Francia, lo que hicieron, en opinión de Marx, con gran entusiasmo,
llenos de una “pasión juvenil por la propiedad“, el regalo de una revolución que había significado para
ellos a la vez “liberación y enriquecimiento” [ibid: 173-4]. Para el momento en que escribía Marx,
la burguesía, el antiguo aliado en la revolución, se había vuelto un opresor tan voraz como la antigua
nobleza, aunque con mecanismos distintos. Ahora pesaba sobre el campesinado la deuda, la carga de la
usura: “la obligación feudal que acompañaba a la tierra fue reemplazada por la hipoteca” [ibid: 174].
Sin embargo, seguía siendo un hecho que en 1850 el campesino amaba su tierra y se aferraba a ella,
aunque por su causa fuese explotado horriblemente. Marx aceptaba esto, pero creía que la conciencia
de la opresión crecería, y que el campesino se convertiría con el tiempo en un anticapitalista, porque si
bien era un propietario como el burgués, para el decenio de 1850, por efecto del aumento de la
población, la subdivisión de la tierra, y el endeudamiento, “había bajado al nivel del inquilino agrícola
irlandés, bajo el disfraz de propietario privado” [1950: 197]. ¿En qué forma actuaron los campesinos
en el terreno político a resultas de estas condiciones?
Marx examinó esta cuestión en el contexto del ascenso al poder de Luis Bonaparte, un ascenso que
perturbó gravemente su sentido de la realidad. Siempre le pareció a Marxuna broma cruel que un
hombrecito así pudiera volverse tan poderoso y todos los eventos que describe con detalle amoroso (o
más bien desdeñoso) como predecesores de la toma del poder absoluto por Bonaparte, sólo eran para
él “política” en el sentido superestructural débil. Pero más aún, Bonaparte constituía un enigma
profundo para Marx (quien estaba siempre resolviendo rompecabezas, encontrando claves y
descubriendo secretos, porque su paradigma inmensamente comprensivo se los planteaba todo el
tiempo, y porque siempre estaba tratando de ver la realidad detrás de las apariencias). Conectó
a Bonaparte con los campesinos en varias formas —le resultaba evidente que el masivo voto
campesino en favor de Bonaparte había sido decisivo y por lo tanto debía ser explicado— y la primera
forma tiene profundo interés psicológico. Es el famoso pasaje donde admite Marx que los campesinos
y Napoleón lo desconciertan y que por lo tanto unos representan al otro, que Luis Napoleón,
…oscuramente astuto, pícaramente ingenuo…un jeroglífico indescifrable para el entendimiento de los
civilizados: este símbolo lleva el sello inconfundible de la clase que representa la barbarie dentro de
la civilización [ibid: 159].
Este escrito, periodístico, hegeliano y atrabiliario, con ser tan famoso no debiera tomarse quizá
demasiado en serio. Pero si alguien opta por hacer epigramas debe ser juzgado por ellos. Según este
pasaje es evidente que Marx desprecia a Luis Napoleón y también que, en un sentido más abstracto,
desprecia a los campesinos franceses a quienes considera bárbaros pero astutos, una especie de
estereotipo de “Sancho Panza“. La tesis de Mitranyacerca del dogmatismo social encuentra apoyo
pleno en esta clase de exabruptos y el juicio devastador de “la barbarie dentro de la civilización” resulta
difícil de aceptar, a pesar del carbunco. 12 Por supuesto, Marx podía escalar mayores alturas. También
analizó el bonapartismo campesino en términos de su claro interés como grupo económico: que las
otras casas reinantes en Francia en el siglo diecinueve representaban clases hostiles para los
campesinos, los borbones la nobleza terrateniente, los de Orleans, los capitalistas, y que las memorias
del primer Napoleón les sugerían que Bonaparte era su hombre. En consecuencia, un voto
por Napoleón era un voto contra el antiguo régimen y contra los capitalistas que los estaban dejando
marchitos:
Napoleón no era una persona para los campesinos, sino un programa…tras el Emperador se ocultaba
la guerra campesina [ibid: 159].
Además creía Marx que este apoyo podría ser retirado en cuanto Napoleón se mostrara
manifiestamente incapaz de defender a los campesinos contra las consecuencias de tratar de ser un
pequeño-burgués en una sociedad capitalista, y esta pérdida de la fe en Napoleón conduciría también
a una pérdida de la fe en su propia propiedad en pequeña escala como modo de vida, y por ende “todo
el edificio estatal erigido sobre esta pequeña propiedad se vendría abajo“; los campesinos, liberados
de la ilusión napoleónica y de la ilusión de la propiedad privada, se volverían revolucionarios y
anticapitalistas,
… y la revolución proletaria obtendrá ese coro sin el cual su solo resulta un canto del cisne en todos
los países campesinos [Marx, 1968: 177n].
Este optimismo de Marx en cuanto al desengaño de los campesinos con la pequeña propiedad me
parece excesivo y no sólo en retrospectiva. ¿Creía realmente que la desilusión
con Napoleón significaría la desilusión con su pedazo de tierra, una alianza con los habitantes de las
ciudades contra el capitalismo y la propiedad privada? Hay sin duda algunos indicios de
que Marx tenía algunas dudas acerca de la aparición inminente del “coro” campesino. Diecisiete años
después de la primera publicación (1852) del “Dieciocho Brumario“, en la nueva edición de Marx en
1869 se omitió el pasaje crucial relativo al “coro“. Es posible que para entonces tuviese dudas en cuanto
a la aparición del coro, o quizá ya no la creyese necesaria. La idea siguió ciertamente correcta para todos
los países campesinos. Volveremos pronto sobre este punto, pero sigamos considerando el optimismo
de Marx acerca de los campesinos revolucionarios en 1852. En su libro reciente, Zeldin ha afirmado
que para el campesinado francés del siglo diecinueve “la deuda era su gran azote” [1973: 136], una
concepción muy similar a la de Marx, pero Zeldin no observa muchos indicios de conciencia de clase
o de acción política radical, mientras Marx creía que el campesino del futuro estaría dispuesto a
derribar el antiguo orden social, incluida su tierra y avanzar “más allá de la condición de su existencia
social, la pequeña propiedad” [1968: 172-3].
Sin embargo, no contestaba el interrogante de cómo podrían los campesinos, como una clase, actuar en
forma revolucionaria, ya que a menudo había expresado dudas acerca de la capacidad de los campesinos
para realizar revueltas con éxito; afirma Marx en 1846:
Todos los grandes levantamientos de la Edad Media surgieron en el campo, pero también resultaron
totalmente ineficaces por el aislamiento y la ignorancia consiguiente de los campesinos [1965b: 66].
¿Eran los campesinos una clase en realidad? (No importa que emplease esa palabra en sentido lato,
como cuando dice “la clase que representa…“). Para Marx, la clase es más que un grupo de individuos
que comparten la misma relación con los medios de producción y es más que la posesión de una
conciencia de interés común; el factor crucial es una organización política común dirigida contra otras
clases y activamente participante en la lucha de clases. Sólo entonces se alcanza la “calidad de clase”
plena. Pero lo que tienen en común los campesinos franceses tiene el efecto paradójico y sin embargo
inevitable, dado su modo de vida, de dividirlos más que unificarlos. Tienen algunos de los requisitos:
En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas que separan su modo de
vida, sus intereses y su cultura de los de otras clases y los colocan en oposición hostil con estas otras
clases forman una clase [Marx, 1968: 172].
Pero su autosuficiencia individual, como la de las aldeas germánicas de que hablaría en los Grundrisse,
disminuye el sentimiento y la necesidad de la comunidad; en consecuencia, su solidaridad de clase es
equívoca, en el sentido de que “las papas en un saco forman un saco de papas“. En términos más
precisos y menos epigramáticos:
Por cuanto sólo hay una interconexión local entre estos campesinos pequeños propietarios y la
identidad de sus intereses no induce una comunidad, un lazo nacional o una organización política
entre ellos, no forman una clase [ibid].
Por un lado, sí forman una clase, por el otro no. Esta desdichada conclusión (sólo desde nuestro punto
de vista pues para Marx, este hecho explicaba la necesidad campesina de Bonaparte y el gobierno
paternal: incapaces de representarse a sí mismos, debían buscar quién los representara) es
consecuencia inevitable de su modelo de clase, normalmente adecuado cuando se aplica a los
trabajadores fabriles de las ciudades, o a los burgueses en sus clubes, pero menos adecuado para los
campesinos dispersos por un vasto país. No se resuelve aquí la cuestión de la carencia de clase de los
campesinos franceses (o cualesquiera otros). Marx casi parece aceptar el argumento reciente
de Shanin en el sentido de que una definición posible de los campesinos es que casi no pueden
definirse en términos derivados de otros contextos sociales y otras experiencias históricas [Shanin,
1971: 239- 254].
Ya hemos mencionado las observaciones que hace Marx en El Capital de 1867 y también la duda súbita
acerca del entusiasmo campesino expresada en 1869. Sin embargo, su tratamiento de la potencialidad
de los campesinos franceses durante la Comuna de 1871 revela que todavía los consideraba importantes.
Pero el problema consistía en que no habían actuado para apoyar a la Comuna de París. En opinión
de Marx, esto no se debía a que se opusieran a su programa social sino a que no lo conocían y a que la
burguesía los mantuvo en la ignorancia. Para 1871, el “coro” buscado durante tanto tiempo casi
aparecía, y el proletariado tenía mucho qué ofrecer a sus aliados potenciales en la revolución. Sólo la
Comuna, dice Marx:
…podía y al mismo tiempo estaba obligada a resolver los problemas del campesino, por ejemplo la
deuda hipotecaria que yacía como espíritu maligno sobre su suelo, el crecimiento diario del
prolétariat foncier (proletariado rural) sobre el mismo suelo, y su expulsión de ese suelo impuesto,
cada vez con mayor rapidez, por el desarrollo mismo de la agricultura moderna…[1968: 296].
Sostiene además que la ilusión napoleónica de la pequeña propiedad se desvanecía rápidamente. En
tales condiciones:
…bastarían tres meses de comunicación libre de la Comuna de París con las provincias para producir
un levantamiento general de los campesinos [ibid: 297].
En otras palabras, su visión de 1871 es la de un campesinado que sólo requiere (pero es indispensable)
un estímulo del centro, un programa concreto, para alzarse en armas. Pero esta revolución campesina
buscaría, como dice Marx, destruir el gobierno de la burguesía, no para construir el socialismo, sino
para eliminar el demonio de la hipoteca y de la deuda de sus pedacitos de tierra privada, para vivir un
poco mejor pero igual que antes. ¿Es este el mismo resultado buscado por el gobierno proletario en
perspectiva? ¿Hasta cuándo podría sobrevivir un régimen rodeado por un mar de campesinos recién
liberados? ¿Y no se rompería la alianza proletaria/campesina tras la revolución futura, a resultas de los
intereses de clase, como se había roto la alianza burguesa/campesina de 1789, según la apreciación del
propio Marx? Después de todo, este fue un problema real en Rusia, más tarde. 13 Marx no llevó
adelante el argumento. Una cosa es invocar a los campesinos, como espíritus de las profundidades. Otra
es saber si vendrán cuando los llamemos. Y si vienen, ¿qué haremos con ellos?
4. Los campesinos y la revolución en Rusia
COMO hemos visto, al afrontar una sociedad donde los campesinos constituyen todavía un gran
porcentaje de la población, Marx puede considerarlos racionalmente como aliados potenciales del
proletariado contra el capitalismo. Pero la duda es ésta: si es condición necesaria del capitalismo que
los campesinos se vuelvan proletarios, que su tierra se libere para aplicar métodos de cultivo racionales
y si éste es un proceso histórico progresista que debemos aplaudir, ¿cómo podemos pensar seriamente
en aliamos con ellos contra este ataque a su modo de vida cuando el resultado será la destrucción del
capitalismo antes de que haya concluido su labor de racionalización y cuando ello significará que un
gobierno proletario tendrá que hacer el trabajo que ya debiera haberse hecho (substituir la ineficiente
agricultura campesina en pequeña escala por la eficiente agricultura en gran escala, etcétera) frente a
la oposición de los campesinos que justamente nos han ayudado a hacer la revolución y en consecuencia
sólo podrán ser apaciguados mediante un empleo masivo del poder estatal? La falta de ejecución de
esta tarea histórica equivaldría a condenar al socialismo a un fracaso inevitable. Tal era la esencia del
problema. Marx no discute las tácticas del dilema postrevolucionario, pero tal dilema está implícito en
sus escritos, pues está consciente de que un ataque destructor del capitalismo, en países donde tal
capitalismo no domine aún el modo de producción, tiene costos para los socialistas que deben
considerarse. Su ambivalencia sobre la conveniencia de esta clase de revolución está bien ilustrada en
su tratamiento de Rusia. Este país remoto, que apenas se industrializaba en vida de Marx, se volvía
cada vez más importante para su sistema intelectual y su estrategia política. Marx entró en
comunicación con sus intelectuales más entusiastas y hablaba de convertirlo en el modelo de la segunda
parte de El Capital, como Inglaterra lo había sido del volumen uno. También, en vista de que las
revoluciones habían fallado, o no ocurrían todavía, en Inglaterra, Francia y Alemania, Rusia parecía
lógicamente una tierra de esperanza.
Marx se había referido primero a Rusia en un par de ocasiones, en la sección de las “Formas…” de
los Grundrisse, como poseedora en la comunidad aldeana eslava de una forma muy semejante a la
Oriental, con “propiedad común y producción comunal” [1973: 490; 1964: 88]. Fue esta comunidad
aldeana, como institución precapitalista superviviente en los tiempos modernos, la que cautivó su
interés todo el tiempo. Desde el principio, sus opiniones se formaron en un debate con la figura y
después de 1866 con el fantasma del Barón von Haxthausen, cuyo descubrimiento del mir en
su Russian Empire [1856] presentaba algo nuevo a los ojos de Europa, una institución social que había
muerto en otras partes y que podría salvar a Rusia de los horrores de la industrialización y de tener
proletarios en sus ciudades. Esto parecía algo especial y único a Haxthausen, pero no a Marx [véase
a Marx, 1971: 33n].
Haxthausen sostuvo también que la comuna era un apoyo esencial para la estabilidad política del
Imperio zarista. Marx lo dudaba. En primer lugar parecía creer que había en efecto una activa
capacidad antizarista en las comunas campesinas. En 1858 escribió a Engels:
En Rusia ha principiado la revolución…En cuanto se desarrolle allí la cuestión de modo más
perceptible, obtendremos pruebas de la medida en que el estimable Canciller de Estado Haxthausen
se dejó engañar por las “autoridades” y por los campesinos adiestrados por las autoridades [1965a:
110-111].
Más tarde, en 1860, comparó la emancipación rusa a la rebelión de los esclavos norteamericanos, ambas
revoluciones burguesas antifeudales, en la medida en que la esclavitud y la servidumbre estaban siendo
destruidas, aunque la rusa fuese una revolución desde arriba antes que desde abajo [ibid: 121].
En segundo lugar, Marx tenía sobre el barón la ventaja de saber que si el régimen ruso deseara
modernizarse se vería obligado por la lógica del capitalismo a destruir el mir como forma de control
campesino. Porque en la perspectiva del desarrollo la función política conservadora de la institución,
según la cual, como dice Haxthausen,
…ningún proletariado puede formarse mientras exista el mir con su constitución actual [1856: i: 124].
Se convierte en una desventaja económica precisamente por esa razón y el mir debe ser destruido. Para
1868, Marx parecía tener pruebas suficientes de que esto estaba ocurriendo y esa era una pérdida que
parecía no lamentar. En una carta a Engels afirma que la comuna no era democrática en absoluto, sino
de carácter patriarcal y que desalentaba la iniciativa campesina (como había dicho a propósito de las
comunas orientales en los Grundrisse [1973: 486, 1964: 83]), así que no le preocupaba mucho que
“toda esa mescolanza esté en proceso de colapso” [1965a: 217].
Así que para 1868 parecía que Marx hubiese descartado la comuna como dotada de alguna utilidad
para oponerse al zarismo o para construir sobre ella, porque estaba siendo destruida por un capitalismo
de nuevo cuño. Pero otros no pensaban igual. El debate entre orientalistas y occidentalistas sobre Rusia
produjo inevitablemente una correspondencia con el maestro para decidir si Rusia habría de seguir la
ruta de Europa. Después de todo, su teoría no tenía un límite geográfico obvio, y El Capital había
aparecido primero en Rusia, en 1869, ¡antes de que fuese traducido al inglés! Su carta de 1877 a una
revista rusa (nunca enviada durante su vida pero remitida en 1884 por Engels a Vera Zasulich, como
veremos más adelante) fue escrita para definir su posición. Es una carta extensa, pero su “meollo” está
contenido en este pasaje:
Si Rusia sigue por el camino que ha recorrido desde 1861, perderá entonces la mejor oportunidad
jamás ofrecida por la historia a un pueblo y sufrirá todas las visicitudes fatales del régimen
capitalista [ibid: 312].
Esta oración, dada su forma de “Si… entonces“, parecería tener la ventaja inestimable de la ambigüedad.
Sugiere que un oponente del capitalismo debe oponerse también al régimen y debe tratar de asegurar
la supervivencia del mir. Pero sugiere también que hay una buena cantidad de avance histórico,
dieciséis años, en la dirección del desarrollo capitalista, y que si esto no se detiene pronto se volverá
irreversible y se perderá la oportunidad. Por lo tanto, los orientalistas deberían actuar pronto o
quedarse en paz para siempre. Marx sostiene que entonces experimentaría Rusia las “leyes
despiadadas” [ibid: 313] del capitalismo como en todas partes. Pero debe advertirse que ya no parece
tan seguro de que el mir sea sólo una mezcolanza.
En 1881, Vera Zasulich, una narodnik, le escribió una carta ansiosa acerca del destino del
campesinado ruso y las dificultades enormes de Marx para responder (al igual que su conocimiento
mucho mayor sobre la cuestión) quedan de manifiesto en el número de borradores que escribió. La
carta final es sólo el tope de un iceberg. En ella expresa que el meollo de su argumento en el volumen I
de El Capital era que el florecimiento del capitalismo requería que la propiedad privada en gran escala
substituyera a la pequeña propiedad privada autosuficiente (campesina), mientras que en el caso de
Rusia no existe todavía esta última y se tiene en el mir una forma de propiedad común que no se ha
individualizado aún. Por lo tanto, el análisis de El Capital no es aplicable a Rusia; su historia no incluye
a este país.
Este argumento parece muy extraño por dos razones. La primera es que si bien en El Capital había
sostenido que la pequeña propiedad debía transformarse en Inglaterra para permitir el dominio del
modo capitalista de producción en la agricultura, es cierto también que en el mismo primer párrafo de
las “Formas…” de los Grundrisse había escrito que el presupuesto de lo anterior era “la disolución de
la pequeña propiedad terrateniente libre y de la propiedad de la tierra comunal” [1973: 471; 1964:
67]. En otras palabras, si debía modificarse el tipo de propiedad en Inglaterra, lo mismo ocurriría en
Rusia; y podría argüirse también que la transformación de la propiedad común, que en su opinión debe
ocurrir primero en Rusia y que no había mencionado para nada en El Capital, está contenida de hecho
en su descripción de la destrucción de las tierras comunales inglesas por virtud de los cercamientos. Así
que Marx es un poco injusto consigo mismo: en realidad se ocupa en gran medida del problema en El
Capital y en otras partes. En segundo lugar, es extraño ver a Marx tan indeciso. En las “Formas…” tuvo
poco tiempo para la aldea Oriental que no se había desarrollado por sí misma, que había estado
históricamente estancada. Pero cuando se le pide escoger, en 1881, entre un sistema neo-Oriental y su
transformación en algo más parecido a la forma Germánica progresista, se rehusa. Afirma que la
comuna rusa puede convertirse en la “fuente” del desarrollo ruso, aunque sufra el ataque de “influencias
perniciosas” [1965a: 340]. Todo esto resulta un poco más comprensible si examinamos los borradores
de la carta.
Los varios borradores contienen una extensa discusión de la naturaleza y las perspectivas de la
comunidad aldeana rusa. Para 1881, Marx había leído y caído bajo la influencia de la obra
de Morgan Ancient Society [1877]; ahora habla de la “sociedad gentil” y distingue entre la
“organización arcaica” [Marx, 1953:219] de la sociedad y la comuna, que en su opinión es una etapa
de transición entre el comunalismo primitivo y la propiedad privada individual:
Puede verse fácilmente que el dualismo inherente a la estructura de la comunidad aldeana puede
dotarla de una vida vigorosa… Pero no es menos evidente que este mismo dualismo puede
transformarse en un germen de descomposición [ibid: 220].
Puede evolucionar en una dirección individualista o colectivista. Y ello dependerá, piensa Marx, del
“ambiente histórico” [ibid: 221].
Ahora bien, Marx había sostenido que el capitalismo, tal como se había desarrollado en Occidente, era
colectivista en cierto sentido, por cuanto había sucedido a la pequeña propiedad privada y racionalizado
la producción. Si el socialismo triunfaba en Rusia, la maquinaria desarrollada en el Occidente
capitalista podría trasplantarse de inmediato a los campos de un país que no tenía el problema de
muchos predios irracionalmente pequeños: “Puede substituir gradualmente el cultivo del suelo en lotes
por la agricultura colectiva, con la ayuda de máquinas” [ibid: 220]. 14 Si triunfara el socialismo en
Rusia, este país podría brincarse una etapa. Así puede vislumbrar Marx una situación histórica donde
la comuna, en la medida en que sobreviva, puede convertirse en el “punto directo de origen” [ibid: 222]
del socialismo. Esto hubiera alegrado el corazón de Vera Zasulich, si hubiese podido verlo. Es casi la
posición Narodnik; resulta extraño oír hablar a Marx de la vida vigorosa de la comuna en Rusia,
entendiendo por tal su supervivencia a través del tiempo, cuando la misma supervivencia de las
comunidades Orientales había suscitado de tal modo su desdén histórico.
Pero éste es sólo un tema en los borradores. Porque Marx está consciente también de que en ese
momento la comunidad campesina está siendo influida por los acontecinientos en Rusia: “Cierto tipo
de capitalismo…quiere aniquilar la comunidad” [ibid:224] , la que desaparecerá por efecto de la
diferenciación, la migración, etc., “si no lo detiene una poderosa fuerza contraria…sólo una revolución
rusa puede salvar a la comunidad aldeana rusa” [ibid: 226]. En este contexto, los acontecimientos
decisivos ocurrirán dentro de Rusia ¿Pero qué clase de revolución sería ésta? Parece clara la respuesta
en el sentido de que sería una revolución en las ciudades la que salvaría a la Rusia rural, y ya sea
burguesa o proletaria, lo importante es que en ninguna parte sugiere Marx que los campesinos
pudieran salvarse a sí mismos, o que la solidaridad producida por la comuna podría ser un factor
revolucionario en sí mismo. Como en Francia en 1871, la fuerza motriz debía provenir de la ciudad.
Marx no parecía capaz de decidir la cuestión con gran claridad. Dada la perspectiva, no es
sorprendente que Marx se mostrase ambivalente. La mejor forma de auxilio a los campesinos podía
ser la organización de una revolución en las ciudades. En una revolución el campesinado parecía ser un
aliado, pero lo más importante es que su organización social podía ser un material excelente para el
desarrollo de métodos de cultivo socialistas. Sin embargo, aquí está el problema: con una revolución,
se tendrían muy pocos proletarios a disposición y si se hace más tarde habrá muchos proletarios, ex
campesinos, pero el campesinado se habrá vuelto más individualista y por ende no sólo enemigo
político sino obstáculo económico. No creo que pudiese haber vislumbrado una situación en que Rusia
tuviese no sólo un proletariado sino también un campesinado viviendo aún en sus comunas y apegado
a ellas. Pensó que la elección era entre el capitalismo y el mir, que no se podían tener al mismo tiempo
las dos cosas; por eso adopta a la vez la posición de los posteriores Narodniki y antimarxistas (la comuna
es admirable, hay fuertes argumentos normativos para conservarla) y la de los posteriores marxistas
como Lenin (la comuna está desapareciendo por un proceso de diferenciación). En este
sentido, Marx no puede decidir si está “a favor” o “en contra” del campesino ruso. Hizo un intento
valeroso por resolver el problema, pero no creo que podamos concluir sino que la respuesta de Marx a
los intelectuales fue la de dejar la solución en manos de la historia y en última instancia al Oeste de
Europa. Quizá era correcto que un teórico alemán residente en Londres dejara las cuestiones de la
estrategia revolucionaria en Rusia en manos de los rusos. Su última palabra para ellos fue, en efecto,
esperar y ver. Se necesitaba otro hombre para que les dijera lo que habría de hacerse.
5. Conclusión
El tema fundamental de este artículo ha sido la actitud ambivalente de Marx hacia los campesinos a
través de su obra. Hemos sostenido que tal actitud deriva de sus categorías básicas y vitales de la
burguesía y el proletariado que emplea para entender la moderna sociedad capitalista, en cuyos
términos no pueden entenderse los campesinos sin ambivalencia y sin continuos argumentos del tipo
de “por una parte…pero por la otra“. Porque el campesino es a la vez trabajador y propietario. Esta
ambivalencia se manifiesta en dos formas: en su dificultad —ya observada— para mantener una actitud
consistente en un momento dado cuando analiza en detalle campesinados particulares (como el francés
y el ruso), y en el cambio gradual de su posición a través del tiempo, de modo que para 1881 había
desarrollado una actitud más amistosa hacia los campesinos, y por cierto unos campesinos
particularmente atrasados, que la de su famosa referencia de 1848 a “la idiotez de la vida rural” [1968:
39]. Espero haber demostrado la primera de estas manifestaciones en el curso del argumento. Ahora
examinaremos la segunda más de cerca.
En 1848 bastaba un insulto barato para describir a la mayoría de la población del mundo;
para Marx los campesinos no eran más que una categoría residual en el proceso de la historia mundial.
Pero el estudio de Francia en el decenio de 1850 le reveló su importancia potencial como actores
políticos en países donde la historia todavía no los había sacado de la escena, y aunque tenía todavía
mala opinión de su nivel cultural (“barbarie“), podía apreciar su valor como aliado del proletariado
contra el capitalismo. En efecto, sostuvo que los campesinos franceses se volverían proletarios, porque
su tierra sólo sería suya en un sentido equívoco y por ende, sus intereses serían idénticos. Por los
campesinos propiamente dichos, y por cierto los no europeos, sentía todavía un enorme desprecio,
como lo revelan sus artículos de 1853 sobre la India, donde aprueba el imperialismo brutal de Inglaterra
porque actúa como instrumento de la historia y destruye las estancadas comunidades aldeanas,
llevando el cambio a lo inmutable, la revolución económica a los hindúes. Cuando debe escoger entre
los efectos liberadores de la civilización burguesa y la sociedad campesina no europea, se alinea sin
vacilar con la primera. Aun cuando escribe acerca de la rebelión de Taiping, en 1862, el tono es
uniformemente desdeñoso y el desarrollo es decepcionantemente poco analítico y sí periodístico,
aunque se trate de un artículo periodístico, pues no menciona ninguna causa social o contenido de la
rebelión: el opio y la intervención europea es la causa, el bandidaje y el pillaje es el contenido [véase a
Marx, 1969b: 443-444], y aunque sin duda tenía un problema de información, no deja la impresión de
que le interese un levantamiento campesino con tales galas religiosas, no racionales. En el primer
volumen de El Capital, en 1867, hay una conciencia de los costos sociales del progreso, sufridos por el
campesinado inglés (una conciencia que ciertamente no parece haber tenido Marx en el caso del
campesinado asiático), pero las necesidades del progreso son superiores, como ya hemos visto; Marx
no desearía que no se desarrollase este proceso. Dondequiera que los campesinos se identifiquen con
la propiedad privada en pequeña escala, como ocurre en Europa, Marx apoya sin vacilar el progreso
de las relaciones de propiedad capitalistas:
La transformación de la propiedad privada dispersa, derivada del trabajo individual, en propiedad
privada capitalista, (aunque sea) prolongada, violenta y difícil (y mucho más) la transformación de
la propiedad privada capitalista…en propiedad socialista [1961: 764].
Cuando ya hay un proletariado poderoso que actúe como aliado y líder, la resistencia es posible; en
1871-1872 vislumbra algún tipo de alianza contra un sistema capitalista ya establecido en el caso de
Francia. Pero cuando el capitalismo no ha empezado aún su labor de modernización, el problema es
más difícil. Parece ser que hacia el final de su vida empezó a sentir algunas dudas acerca de la
conveniencia de que el capitalismo conquistara todo el mundo y la posibilidad de un golpe previo en su
contra, en particular en Rusia, empezó a asediarlo. Porque el objetivo de este ataque tendría que ser la
revivificación de la comunidad campesina rusa, y si bien en 1868 la había llamado una “mescolanza“,
tenía la ventaja de no haber alcanzado aún la etapa de la propiedad privada en pequeña escala. Así pues,
las dudas acerca de la misión civilizadora del capitalismo (y acerca de su inclinación a cumplir la misión)
y las esperanzas acerca de una forma social que en algunos sentidos se asemejaba a su ideal socialista,
se combinaron en una aprobación vacilante del rescate de estos campesinos de su destino histórico.
Ellos no podían rescatarse solos.
Para 1881, ya no estaba tan claro que Marx estuviese de plano en contra del campesino, aunque
tampoco estaba claro que estuviese a su favor. Todavía sentía desprecio por el tipo de vida de los
campesinos (o por la forma en que él pensaba que vivían): felices de estancarse en sus posesiones, en
el círculo de la siembra y la cosecha, de la primavera, el verano, el otoño y el invierno, una vida que era
siempre igual, porque había sido buena para sus padres, que no va a ninguna parte, que carece de
finalidad, y la certeza de que así debe ser siempre la vida, porque ¿cómo podía ser de otro modo? Todo
esto era anatema para Marx, su desprecio cultural parece ser inmutable. Pero también llegó a
despreciar, casi en la misma medida, a la Europa capitalista de su época, con su complacencia y su
incapacidad para imponer el cambio en otras partes. Por eso se sumió en los Registros Parlamentarios
para desenterrar el horror oculto tras la respetable fachada burguesa, y entre más sabía del capitalismo
más lo despreciaba. 15 Del choque de estos dos desprecios —hacia el idiota rural, el egoísta bárbaro, el
saco de papas y hacia el burgués que, según la frase de otro hombre, tentalea en una grasienta caja de
caudales— surge una admisión a regañadientes de que aquél puede ser un aliado útil del proletario
contra éste, aunque sólo a corto plazo.
Esta última visión de Marx, distinta de la que tenía antes, nunca se conoció tan bien como sus
opiniones contenidas en las obras principales, a las que se refiere Mitrany. Para hombres
como Lenin, a finales del siglo, lo primordial era el impacto del capitalismo, la destrucción de la
comunidad campesina era un hecho que los marxistas recibirían con júbilo. A la luz de algunas
investigaciones recientes parece dudoso que ésto hubiese sucedido en efecto, aun para 1917. Por lo
tanto, las últimas palabras de Marx sobre este tema están adquiriendo nueva importancia y aun nuevo
patetismo; como todas sus palabras, éstas llevan una pesada carga de consecuencia histórica.
NOTAS
1 El artículo original se publicó en 1927 (véase a Dalton y Gregory [19271), y Mitrany pasó gran parte
del periodo de entreguerras como corresponsal periodístico en el Este de Europa, donde advirtió la
división existente entre socialistas y campesinos. Para explicar “la división que encontré en todas
partes, hube de retroceder hasta las disputas ideológicas de la segunda mitad del siglo diecinueve”
[Mitrany, 1951: 11].
2 Chayanov analizó bien esta cuestión. Como observa este autor, la familia campesina “puede
interpretarse con el auxilio de las categorías de la agricultura capitalista basada en la mano de obra
alquilada. Pero para ello debemos crear un concepto sumamente dudoso; debemos unir en el
campesino al empresario capitalista y al trabajador que está explotado. Es posible que deba preservarse
de hecho esta ficción en aras del monismo del pensamiento económico” [1966: 41]. El propio Chayanov
rechazó firmemente este enfoque. Marx nunca se encaró plenamente con este problema.
3 Véase en Thompson [1968: 13] su concepto del “rescate” en el trabajo histórico.
4 Marx examinó por primera vez los tipos de propiedad en la historia en su Germán Ideology de 1846
[1965b: 33-6], pero allí sólo tiene dos formas postprimitivas, la Antigua y la Germana; no habla para
nada de la Oriental. Es una versión de la historia mundial sólo europea, típicamente hegeliana. El
análisis contenido en los Grundrisse de 1858-1859 es igualmente abstracto, pero mucho más completo
y convincente.
5 Se dice expresamente que ambos factores, el Estado y la aldea, explican el “carácter estacionario” del
área con su interacción, en la carta de Marx del 14 de junio de 1853. La afirmación de Krader en el
sentido de que en opinión de Marx el monarca oriental no era responsable de las obras públicas
[Krader, 1972: 39] cae por tierra ante este testimonio directo de su carta acerca de su opinión en 1853
si no es que en 1880-1881 [Marx, 1965a: 85].
6 Cuya obra History of the Decline and Fall of the Román Empire se publicó en 1776 en seis volúmenes.
7 Plamenatz [1963: 208] analiza el empleo que hace Hegel del término “Alemán” para la era posromana
en Europa, y concluye que es relativamente “inocuo” y carente de un nacionalismo descarado. Esto se
aplica con mayor razón a Marx.
8 Es interesante que emplee una frase casi exactamente igual en Germán ¡deology: “Si la antigüedad
partió del pueblo y su pequeño territorio, la Edad Media partió del campo” (subrayado de Marx) [1965b:
35].
9 La idea del siglo quince y principios del dieciséis como una época en que no ocurrieron grandes
cambios pero “se rompieron las barreras de la costumbre” está implícita en Marx, pero la frase es de
Tawney [1912: 173].
10 Este debate de la historiografía inglesa, que realmente se inició a principios de este siglo, ha sido
resumido en un ensayo reciente por Joan Thirsk [1974]. La autora no se refiere a Marx, como tampoco
lo hizo la mayoría de los participantes, pero los análisis de los autores de este periodo son semejantes a
los de Marx; véase a J. L., y Barbara Hammond [1911], A. H. Johnson [1909], y R. H. Tawney [1912].
Las obras más recientes han tendido a disputar sus argumentos, y por ende también los de Marx; véase
a J. D. Chambers y G. E. Mingay [1970].
11 Esta es una acusación seria de Marx que amerita una consideración seria, porque después han
ocurrido otros procesos de acumulación que involucraron más terror manifiesto que el inglés. Esto
implicaría sobre todo una aclaración del concepto de “terror” y de variables como la extensión, la
duración y la ejecución. Podría argüirse que el terror más eficaz es el menos manifiesto, que la clase
gobernante de Inglaterra lo utilizó con habilidad, mientras que el régimen soviético, por ejemplo, lo
empleó durante la colectivización en forma torpe e ineficiente.
12 El problema de esta frase, como el de la “idiotez rural”, es que combina un insulto con una idea seria.
El concepto de la “barbarie” es el de los campesinos franceses como representativos de una etapa
particular de la evolución, un método agrícola peculiar; son
“bárbaros” en el sentido técnico, aunque no totalmente desprovisto de valoración, de la antropología del
siglo diecinueve. Marx leyó mucho sobre esto, especialmente más tarde, y
en notas a Morgan [1877], que aparecen en Krader [1972: 98], encontramos la frase: “Así que África era
y es un caos étnico de salvajismo y barbarie” como enunciado de un hecho. En el caso de la “idiotez”, la
referencia seria se hace, por supuesto, a la noción de Aristóteles (uno de los autores favoritos de Marx)
del hombre como esencialmente un zoon politikon, que un hombre sacado de la polis sólo lo es en
sentido equívoco, no plenamente humano o adulto [véase a Aristóteles, 1962: 29, Libro 1, capítulo 2, o
a Marx, 1973: 84].
13 Y previsto por Rosa Luxemburgo en 1917. Ella pensaba que la aprobación bolchevique de las
invasiones de tierras por los campesinos “ha creado una capa nueva y poderosa de enemigos populares
del socialismo en el campo” [Luxemburgo, 1961: 46].
14. Compárese esto con la “ley del desarrollo combinado” de Trotsky [Trctsky, 1967, i:
23].
15 Véase un argumento similar en Lichtheim [1963: 98]. Su creciente interés por las
sociedades precapitalistas hacia el final de su vida queda de manifiesto en su lectura de
antropólogos como Morgan, Maine, Phear y Lubbock [véase a Krader, 1972], una
preocupación continuada por Engels tras de su muerte. Se dice que al morir dejó dos metros cúbicos
de material y estadísticas sobre Rusia [McLellan, 1973: 422] y parece lamentable que nunca haya
completado nada substancial sobre este país.
REFERENCIAS
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