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El Cromosoma 2: Testigo de Nuestra Evolución

@Edwin Vázquez de Jesús, Ph.D.


Universidad de Puerto Rico en Cayey

Imagínese tener una evidencia de la evolución tan sencilla que todo el mundo la puede
entender. Imagínese también que esta evidencia es tan contundente que los enemigos de la
evolución, los que predican el oscurantismo, no tienen una explicación satisfactoria desde su
punto de vista fanatizado.

Les presento al cromosoma número 2, el segundo más grande en los humanos (los
cromosomas fueron numerados de mayor a menor):

Imagen en el dominio público, accedida a través de Wikimedia.org.

De los cuatro géneros de grandes simios que aún existen (gorilas, orangutanes, chimpancés
y humanos), somos los únicos que poseemos 23 pares de cromosomas en casi todas
nuestras células (la excepción son, por supuesto, las células sexuales que poseen la mitad).
Los otros tres grupos poseen 24, un par adicional. Esto podría parecer contradictorio dado
el hecho de que, por ejemplo, los chimpancés y humanos compartimos el 98% de nuestro
ADN. O sea, sólo el 2% nos hace ser diferentes. Matt Ridley, en su libro Genome , lo
expresó así: "We are, to a ninety-eight per cent approximation, chimpanzees, and they are,
with ninety eight per cent confidence limits, human beings". Compartimos, de forma similar,
el 97% de nuestro ADN con los gorilas.

¿Cómo es esto posible? ¿Como podemos tener un 98% de homología (parecido genético)
con los chimpancés si ellos tienen todo un par de cromosomas adicional? La respuesta la
encontramos al comparar la secuencia del cromosoma 2 con la del par adicional: son
prácticamente idénticas. La razón es que nuestro cromosoma 2 es el resultado de una fusión
de dos cromosomas que permanecen separados en los demás simios (denominados
cromosoma 2A y 2B).

¿Cómo lo sabemos? Aparte de la homología genética, la evolución ha dejado un rastro


innegable de esta fusión cromosomal: los telómeros. Éstas son secuencias altamente
repetidas de nucleótidos (las unidades moleculares que forman el ADN) que sólo se
encuentran en las puntas de los cromosomas. Cuando el ADN se duplica tiende a perder
nucleótidos en sus extremos por lo que los telómeros sirven como un resguardo para que las
secuencias que se pierdan no sean importantes. Alguien los comparó con los plásticos que
le pegan en los extremos a los cordones de los zapatos para que no se deshagan. En la
parte izquierda de la siguiente figura las dos barras representan los dos cromosomas simios,
el 2A y 2B. Las cajitas rojas a los extremos son los telómeros.

Imagen en el dominio público, accedida a través de Wikimedia.org.

La barra grande de la derecha representa la fusión de ambos para dr lugar a nuestro


cromosoma 2. De haber ocurrido una fusión deberíamos encontrar secuencias teloméricas
no sólo en los extremos del "nuevo" cromosoma, sino en el lugar de fusión. Y eso es
exactamente lo que se ha encontrado. La secuenciación del genoma humano nos revela, de
forma inequívoca, que el cromosoma 2 tiene telómeros en las puntas, como deber ser, pero
también en su interior, cosa que no debería ser.

Hay algo más. Los cromososomas tienen una región conocida como centrómero. Estas son
necesarias para los procesos de división celular pues permiten que los cromosomas
duplicados sean distribuidos debidamente a las células hijas. Existe un centrómero por
cromosoma. La excepción, nuevamente, es el cromosoma 2. Obviamente si éste es el
resultado de otros dos que se fundieron, deberíamos encontrar ahora no uno sin dos
centrómeros. Véalos en la figura anterior, representados por las cajitas azules. Al analizar el
ADN humano allí están, efectivamente: dos centrómeros donde debería haber uno. En
realidad uno ha acumulado tantas mutaciones que se ha convertido en un vestigio sin
función.

La siguiente figura muestra el cromosoma 2 a la izquierda (rotulado Hu, de humano) y los


dos correspondientes del chimpancé (rotulados Ch, de chimpancé). Cuando los
cromosomas son teñidos con ciertos tintes (y durante cierta fase de la división celular), se
obtiene un patrón reproducible de bandas, unas más oscuras que las otras. Tan
reproducibles son éstas que se les asignan números y letras para identificarlas (ver la primer
figura) y se pueden usar para identificar los cromosomas. Son el equivalente biológico de los
códigos de productos que son leídos con los escáners de precio en las tiendas.
Imagen tomada de http://www.indiana.edu/~ensiweb/images/mmm.chr.2.H+C.red.cut.jpg

Banda tras banda, claras y oscuras, son prácticamente idénticas entre humanos y
chimpancés, nuestros primos más cercanos en el árbol evolutivo. Al comparar este
cromosoma con los de otros organismos, encontramos fragmentos del mismo regados en el
ADN de gatos, ratas y otros evolutivamente más distantes de nosotros.

Claro que la evolución no depende de esta sola evidencia. El registro fósil, el análisis de
ADN, los patrones en el desarrollo de los fetos, y el cúmulo de chatarra genética que
tenemos en nuestras células, entre otras cosas, demuestran con contundencia que somos
productos del proceso de la evolución.

Se permite la reproducción de este artículo con las debidas atribuciones.

Publicado originalmente en el blog A Ciencia Cierta: : http://www.cienciacierta.org/2010/05/el-


cromosoma-2-testigo-de-nuestra.html#ixzz0xaYoRky9

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