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una defensa de Diego Fonseca 1 codo es un patia del cuerpo: carece de épica y romance. No hay un odo de Aquiles, munca seremos alcanzados por el largo codo de la ley, y el gol més polttico de los mundiales de fiitbol no fue obra del codo de Dios. Va a contramano de todo. Silas articulaciones del cuerpo estén concebidas para ir hacia delante —cuello, hombros, cadera, rodillas, mufiecas—, el odo mira hacia atrés. En la era de la exhi- bicién de culos erguidos, tetas infladas y estémagos planchados, no ha podido exceder su condicién instrumental de bisagra del brazo: sirve para apoyarnos con mala educacién sobre el comedor, para mular ser inteletuales o para lamar la atencién aun amigo sobre esa chica que cruza la calle. Nadie ama a su codo. pero esta coyuntura pose ciertanobleza Jos codos nos salva de las cada y sin ellos no habra pose de pensadores. ‘Tampoco existirian los abrazos. 84 En su comedia Measure ron measure, William Shi 'e burlé de los codos nombrando Elbow a un si Todilla es la articulacién més distinguida y poderos ne enorme importancia en la politica corporal: el ven tinea: Eheodoy en cambio, € su antitesis, ua € a nica aid Usar en actividades sin clase. ntes de Shakespeare, sin embargo, el codo fue una articulacién noble. El embeleso que provoca la geéme- tria monumental de las pirémides de Gizeh y del Parte- né6n se lo debemos al codo como unidad de medida de Ja antigiiedad clasica. En Tue Renaissance Eusow, una crénica del apogeo y caida del codo, Joneath Spicer recuerda que entre los siglos XVI y XVII, el codo vivid su periodo de hidalgufa monérquica. Entonces, cuando artistas holandeses comenzaron a pintar a las personas poderosas con un brazo en jarra, el codo inundé el arte de Europa: la pintura y la escultura hallaron en el hue- so sobresaliente un simbolo de masculinidad, poder y ostentacién. Pero entonces Ileg6 el burlesco Elbow y el desmedro se hizo incontenible: en Hispanoamérica, el codo representa tanto a la tacaffer‘a como a la inconti- nencia verbal. Miles de cenas han sido arruinadas por deshonrosos devotos de la Virgen del Codo y por invita- dos que hablan hasta por ellos. En alguna medida, su condena al ostracismo fisico ex- tremo ha sido favorecida por ser la seccién més arrugada de nuestro traje de piel, un depésito de pliegues que nos tenvejece desde nifios y ns vuelve parients lejanos de os tlefantes. Tal es su marginalidad que no lo apafian ni las competencias deportivas, onde todo el cuerpo es vulgar- ‘mente instrumental. En el fitbol, sélo sirve para romper Tas narices del enemigo en el foreejeoclandestino del tio de esquina; en el golf, cintura,brazo y mufieca le han ro- ‘ado todo derecho. Perono hay mayor paradoja que adel ‘en el cuadrilétero, donde se puede matar a trom- codazo es descalificedor. oxeo: padas a.un tipo, dar un El codo no merece elogios ni entregéndose en pleni- tud. No han faltado intentos por dotarlo de hidalguta. Alli estén Tolstoi y su descripeién de Awa KaRewina, propie- taria de un «exquisito codo aristocrdtico», y Mario Be- o> nedetti, que ha encendido a generaciones de militantes C politicos reclamando, incombustible y naive, que «en la ow calle, codo a codo, somos mucho més que dos». Vallejo, el poeta mas anatémico de la lengua castellana, ha procura- 4o reparar los rasgufios del codo con justicia poética. La més prosaica de las articulaciones aparece hasta nueve veces en sus poemas, incluido «el jiboso codo inquebran- table» en Trutce. Tras eso no ha habido mas que desgarro: ! codo no parece capaz de toreerle el brazo a la condena anatémica de ocupar la sombra del cuerpo. de Ellie Bow, quiso protestar contra «La vagina visible», una de las tantas exposiciones que desde inicios del si celebran la entrepiema femenina. Reivindicé el el codo en la selecci6n sexual, una idea que reposa en las vie de los psicélogos evolucionistas para quienes Ellie Bow no esté tan equivo- cada y haya un lugar para el codo ontfrico. Dicen que de nifio Salvador Dat descubrié su éxtass lirico espiando a una bella sirvienta en su casa familiar de Figueres resis- tiendo el dolor de unas migas de pan que se le clavaban en la carne mientras simulaba dormir con el codo sobre Ja mesa. Afios después recuperaria el método para hacer obra de sus suetios. Dali pont el codo en la mesa, una cu- chara en la mano y el ment6n sobre la cuchara. Cuando, Aebilitado por el suefio, el codo se dejaba vencer por el peso del cuerpo lénguido, el maestro se despertaba de un salto y se lanzaba sobre la tela todavia preso de la excita- cién ya taquicardia, Bien mirado, es un buen principio: Jos codos podrén siempre mirar hacia atrés, pero al me- nos tienen la lave al patio trasero de la locura del arte. « 5 e or hy e

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