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Pude ver con cierto placer, que debi avergonzarme, tras la ventana, aquellos dos autos

estacionados, en plena oscuridad, en la media noche de un olvidado viernes. Pude ver, adems,
saber, que los jvenes haban perdido el da, que ya no era posible siquiera tratar de remediarlo.
Me imagin a los dos o tres ocupantes jvenes de aquel auto rojo, sentados a ratos en el interior o
de pie otras veces. Los imaginaba, platicando, maldiciendo, jugando con sus respectivos celulares.
Y no pude ser capaz de imaginar al taxista, no pude, no me provocaba imgenes, ni siquiera la ms
simple.

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