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Ahuyent araas, quit todo el polvo y la tela, y entonces encontr

aquellos libros viejos, que me haban dado horas de felicidad, que


haban representado un refugio, el mejor dilogo en mis horas
desocupadas, solitario en casa, entre las luces del medio da, del
amanecer, del atardecer. Entonces olvid tareas, la intencin clara de
tirarlo todo, y me sent, replegado contra la misma pared negruzca de
mi ms ntima soledad. Tena el libro, si as poda llamarse, a ese atajo
de hojas, apenas unidas por arte de magia, con lo poco que quedaba del
pegamento slido, un libro ya sin pastas, ya sin lomo, con el mismo
ttulo que siempre me haba fascinado.

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